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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Martes 3 de mayo de 2022

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq-Parladé (de regular presentación, mansos y descastados, los dos últimos, Parladé, con movilidad).

Diestros:

Daniel Luque: Estocada (ovación con leve petición); espadazo, petición de oreja (saludos desde el tercio).

Álvaro Lorenzo: Pinchazo hondo, descabello (silencio tras aviso); estocada casi entera (oreja).

Ginés Marín: Dos pinchazos, estocada (silencio); estocada entera (oreja).

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: lluvioso con tormentas, excepto al final.

Entrada: más de media plaza.

Imágenes

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Otra juanpedrada infame y dos orejitas

Parece que escoge los encierros queriendo: los cuatro juanpedros que abrieron el cartel fueron toros infames: sin casta, sin raza, sin alma en definitiva, con lo que los toreros, sin peligro, eso sí, pueden andar por allí sin la posibilidad de emocionar a nadie. Los dos de Parladé sí tuvieron movilidad, genio y transmisión, pero parece que esta es la rama que no le gusta al ganadero. Así las cosas, y entre rayos y truenos, Daniel Luque estuvo muy bien, muy por encima de los dos mulos que le tocaron en “suerte”, o sea mala suerte. Decidido a gustar, con arrimones toreros, pero no se llevó ningún trofeo, porque la petición no fue mayoritaria. Aunque en los dos últimos tampoco la hubo ni la merecieron y un presidente complaciente decidió bajar el listón por su cuenta. No es que estuvieran mal Lorenzo y Ginés, es que para cortar una oreja en Sevilla hay que estar mejor. A no ser que Sevilla -repito lo de ayer- sea una plaza de pueblo. O mejor, que el público de la plaza de Sevilla sea de plaza de pueblo

Lo mejor, lo peor

Lo mejor. La encomiable actitud de Daniel Luque, que llegó a torear de capa al ralentí al toro que rompió plaza mientras se oían los primeros truenos.

Lo peor. La corrida de Juan Pedro, abierta en los dos hierros de la casa, que despertó escasas vibraciones en el aficionado.

Crónicas de la prensa

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Dos orejas olvidables y una que se quedó sin cortar

Para qué vamos a engañarnos: a riesgo de escribir con las ideas preconcebidas, la corrida de Juan Pedro, abierta en los dos hierros de la casa, despertaba escasas vibraciones en el aficionado. El ganadero aún tiene reseñado en Lo Álvaro un tercer encierro que habrá de lidiarse en otoño. Será la tercera taza del caldo… Pero también es verdad que la lectura del festejo –un espectáculo tan plúmbeo como el cielo que descargó sobre la plaza de la Maestranza- sería bien distinta si los más jóvenes del cartel hubieran andado de otra forma delante del buen quinto y el manso sexto. Ambos cortaron una oreja, la misma que se le había pedido y denegado a Luque, posiblemente con mayores merecimientos…

Y hablando de Luque. Hay que resaltar que algunos buenos aficionados tuvieron el sentido y la sensibilidad de arrancar una ovación tras romperse el paseíllo para recordar que volvía al coso sevillano después de abrir la Puerta del Príncipe y con una fuerte y dolorosa paliza en el cuerpo. Pero es que hay que ver lo que ha cambiado el toreo… Ese ‘portazo’ no fue suficiente para animar al gran público a llenar los escaños del coso del Baratillo. El toreo y su eco carecen de retorno en la sociedad de la hipercomunicación. Alguien que sabe de esto daba en la clave al comentar el asunto: “La gente sólo quiere a la grandes estrellas en cualquier espectáculo…” Ni más ni menos.

A partir de ahí hay que hablar de la encomiable actitud de Daniel Luque, que llegó a torear de capa al ralentí al toro que rompió plaza mientras se oían los primeros truenos. El matador de Gerena muleteó con temple y suavidad, preciso en los toques, a media altura en los cites, buscando administrar una embestida sin malicia pero también sin alma ni fuelle. Acabó obligándole a desplazarse largo por el pitón izquierdo y hasta se lo enroscó al cuerpo en un postrero arrimón antes de agarrar una estocada delantera.

Pero Luque, que ya estaba en el podio de la Feria, quería amarrar el triunfo y salió dispuesto a todo con un toro, el cuarto, que estuvo a punto de echar mano a Juan Contreras. Frenó en la muleta sin romper nunca de verdad pero su matador dio el paso y se la jugó sinceramente en una faena de entrega que la gente supo valorar en su verdadera dimensión. Daniel terminó pasando la raya dejando que el animal le pasara por el pecho en los últimos muletazos, metido entre los pitones. Entró la espada y se pidió la oreja sin que el palco, enrocado, atendiera la petición.

Si se la iba a cortar Álvaro Lorenzo al quinto. Pero antes había toreado a un segundo de mejor lado izquierdo que derecho en un larguísimo trasteo en el que, más allá de algún natural estimable, no se terminó de concretar nada. El trofeo se lo iba a llevar, precisamente, del toro de mejor condición del envío de Juan Pedro Domecq. Se había despitorrado de salida, rematando en un burladero. Mantuvo ese brío viniéndose de largo en el primer cite sin que el matador toledano, siempre animoso, terminara de afinarse por completo con una embestida más que aprovechable que siempre anduvo por delante del planteamiento del matador. Toreó por un lado, por otro y la gente andaba contenta. No faltaron las bernardinas de ordenanza antes de agarrar una estocada corta y caída. La oreja no hará historia.

Tampoco pasará a los anales el trofeo que obtuvo Ginés Marín del manso y geniudo sexto, un animal que escondía esa importancia que propiciaba grandes faenas, no sé si en otro tiempo. El trasteo del matador extremeño fue animoso pero de muleta volada y pases demasiado destemplados por más que la parroquia, que ya se había quitado los chubasqueros, anduviera por agradar. El toro marcó sus querencias y allí que se fue el torero sin llegar a rentabilizar del todo el emocionante punto de violencia que tenía la embestida. No faltó el fandango inevitable y la ración de bernardinas. La espada entró; le dieron otra oreja. La memoria es flaca con la insulsa lidia y muerte del tercero, otro toro desrazado y flojo que dio la media del encierro de Juan Pedro Domecq.

Por Antonio Lorca. El País. Relámpagos, truenos… y seis petardos

Por segundo día, tras una jornada soleada, el cielo de emborronó a las seis y media de la tarde, y, de pronto, aparecieron la lluvia, los relámpagos, los truenos y seis petardos. A mitad del festejo, se aclaró el ambiente, volvió la claridad, se escondieron los deslumbrantes y ruidosos fenómenos meteorológicos, pero quedaron los petardos. Tenían cuatro patas, dos pitones, variada capa, y alma de cabestros. Los seis pertenecían a la famosa ganadería de Juan Pedro Domecq, que va de fracaso en fracaso hasta que el próximo año vuelva a ser contratada tres tardes como en esta feria.

Como la transparencia es un valor abominable en tauromaquia, nunca se sabrá por qué la empresa Pagés compra tres corrida de este hierro para el abono anual (aún queda la de la Feria de San Miguel). Se supone que así lo exigen las acomodadas figuras, pero no está el asunto nada claro; y la prueba es el cartel de hoy: tres toreros cotizados pero no de los que eligen cartel, ganadería, día y hora. Y allí estaban los toros de Juan Pedro.

¿Qué hace un torero como Daniel Luque con toros como estos? Me alegra que me haga usted esa pregunta, pero la respuesta quedará para siempre en el limbo de los justos. Pasar un mal rato, sin duda, y comprobar cómo pierde una oportunidad de oro para cimentar el triunfo clamoroso del pasado jueves.

Seis toros birriosos, seis petardos en toda regla, salieron al ruedo de La Maestranza para desesperación de las cuadrillas y el soberano aburrimiento de los tendidos; los dos últimos, del hierro hermano de Parladé, tuvieron algo más de chicha, codicioso fue el último en los primeros compases del último tercio, pero sin clase.

Pero este material de desecho no impidió que se cortaran orejas. ¡Madre mía, cómo está La Maestranza…! Y los presidentes, en primera línea.

La afición ha desaparecido; ya era escasa, pero el covid o el miedo al contagio la han alejado de los alrededores del Paseo de Colón. Y lo que queda es un aluvión de espectadores triunfalistas que a toda costa quieren contar en la feria que han presenciado una corrida estupenda.

Una oreja cada uno pasearon Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, y ninguno de los dos mereció trofeo alguno. Pero el pañuelo lo mostró un presidente con aura de serio, que enseñó su cara más populista y triunfalista.

Que no se engañen los toreros, ni se fíen de los abrazos y felicitaciones de los allegados. No. Porque ni merecieron las orejas, ni estuvieron a la altura que de ellos se esperaba.

Lorenzo pasó desapercibido en su primero, de insípida dulzura, y estuvo sin estar en él, aunque consiguió una buena tanda de derechazos en el otro en el contexto de una labor irregular y sin consistencia que no le impidió pasear la oreja en cuestión.

Marín se enfrentó —es un decir—, a un primer toro sin fortaleza alguna, y se encontró con el sexto, el más alegre, codicioso y repetidor del encierro. Dio Marín muchos pases, pero toreó poco, le faltó poderío en su muleta, si bien destacó en una buena tanda de naturales al final de la faena.

A Luque (Daniel, olvídese de Juan Pedro, por favor…) se le notó que no estaba en su salsa. El primero salió picado, era un animal tonto, un sucedáneo de cabestro, bobo y adormilado, con el que el torero se permitió mostrar su cara más artista, que la tiene, sin epatar. Y el cuarto, falto de pujanza, de recorrido cortísimo, insulso total, solo le permitió mostrar su aspecto más comprometido.

Acabó el festejo, menos mal, y que no se engañen Lorenzo y Marín. Todo buen presidente echa un borrón, pero es de inteligente no creerte lo que no es.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. In crescendo el interés de la Feria

Reaparecía el primer triunfador del ciclo y reaparecían igualmente las inclemencias, que se recrudecían a la hora del paseo. Lo peor de la tarde, la floja asistencia de público, que no acudió a la cita con el héroe de la corrida del Parralejo, así como para ver cómo se emplean en la Maestranza dos jóvenes valores como son Álvaro Lorenzo y Ginés Marín. En una Feria de carteles muy rematados, en este martes de farolillos no había prendido en la afición esta corrida, que además era con toros de Juan Pedro Domecq. No faltó, sin embargo, a la cita la lluvia. Tras un invierno y un otoño de sequía pertinaz, la lluvia ha aparecido fiel a la cita con los clarines del miedo, lo que condicionó indudablemente el juego de unos toros que se deslizaban como si en vez de moverse sobre albero lo hiciesen en una pista de hielo.

Hacía su segundo paseíllo Daniel Luque, que volvía tras su clamoroso éxito del pasado jueves con los toros de Pepe Moya. Y la acogida de Sevilla al gerenense fue cariñosa y entregada cuando lanceó a la verónica como sólo lo hacen los elegidos. Y es que Daniel y el percal no tienen secretos entre sí, se llevan estupendamente y sus lances a la verónica renovaron la fe de Sevilla en este torero. Tras un buen quite de Álvaro Lorenzo rompe a llover y tiende a torcerse la tarde. El toro va con la cara alta y los deseos de Luque se estrellan en la mala condición del toro. Muy por encima del morlaco, Daniel insiste, pero no da para nada la cosa y todo lo remata con una gran estocada. Con Fusilero, un colorao cinqueño, Luque deleita nuevamente con su toreo de capa, el toro coge a Juan Contreras lidiando y brinda a la plaza la muerte de este toro. Pero el animal se queda muy corto, insiste el torero, pero no hay nada que hacer y nuevamente mata de estocada muy determinante.

Entraba en el ciclo el toledano Álvaro Lorenzo y muy bien que se le dio la tarde al muchacho. Unos truenos pavorosos saludan la presencia de Tinajero, otro colorao que sale suelto del caballo. Lorenzo brinda a sus dos compañeros de terna y se muestra muy solvente al natural cuando más arrecia la lluvia. El toro tiene un aprovechable pitón izquierdo, pero todo se dificulta en medio de la tormenta. Con Puntero, un toro negro de Parladé y sin lluvia ya, Álvaro Lorenzo mostró muchas de las cualidades que le tienen en lista de espera para una buena plaza en el escalafón. Brindó a la plaza, cita de lejos y pronto vamos a darnos cuenta de que estamos ante un buen toro. Le agarra bien la distancia y en una sucesión de redondos y de naturales, Lorenzo se hace con la situación y con la posibilidad de tocar pelo, algo que consigue sin que haya discusión.

Cerraba la terna Ginés Marín, uno de los toreros más prometedores del escalafón. Muy rodado desde antes de la pandemia, presente en cuantas ferias se dan en la piel de toro venía como tercer hombre de una terna con, al parecer, más futuro que presente. Su gran estilo capotero se estrella con lo más virulento del temporal y el toro no ayuda. Inconvenientes serios para los deseos del matador, que siente cómo la Maestranza silencia su labor en uno de esos espesos silencios que duelen más que una bronca, mucho más. Pero quedaba un cinqueño mulato de Parladé y ahí sí pudo el extremeño decir aquí estoy yo. Le brindó la muerte de Negado a Enrique el Trola y ya todo fue a favor de corriente. Sin probaturas, Ginés se puso a torear tras agarrar la distancia a la perfección y con mucha disposición se echó la muleta a la izquierda para poner aquello a revienta calderas. Rompió a tocar la banda y Ginés mantuvo un diálogo con el toro sin discusión alguna. Faena rotunda que firmó con un estoconazo que puso en sus manos una oreja del magnífico toro de Parladé. Una corrida interesante y que no desmereció dentro del interesante ciclo que estamos disfrutando.

Por Jesús Bayort. ABC. Devoción por los efectos especiales

A ninguno de ustedes les sorprenderá a estas alturas que yo les hable del proceso de turistificación que en los últimos años ha experimentado Sevilla. Tan drástica su transformación como la del neolenguaje político, que ya nos ha colocado lo «transversal, multidisciplinar y sostenible». La ciudad es ahora un territorio global, sin identidad. Todo está enfocado al guiri y a las grandes masas. El éxito pasa por organizar mayúsculos eventos que congreguen gentíos. Da igual que ni entiendan ni sientan las cofradías, los toros o la Feria. Lo importante es que revienten las convocatorias. La Alameda de Hércules se ha convertido en la zona de la movida, Mateos Gagos en un comedor de resort y las casas palacios en refinadas comunas.

Apenas quedan puestos de calentitos, ahora se venden 'porras' envasadas en cubos de palomitas. Todo lo efectista está matando a lo exclusivo. Son efectos especiales que prostituyen la autenticidad de nuestra ciudad.

Y en esa deriva identitaria también anda sumergido el toreo. Los últimos triunfos y momentos de resonancia de la Feria tienen más de técnicas de ilusionismo que de verdad. El público premia el populismo: la faena cantada por la música, las morisquetas finales y el tremendismo. Ha venido pasando en los últimos días: Roca Rey sólo consiguió calar en los tendidos por sus 'luquecinas' y Tomás Rufo salió en volandas por la espectacularidad de su cogida. Ni valoraron el esfuerzo y atino del peruano con dos inciertos toros ni realmente comprendieron las cadenciosas verónicas y el desmayo muleteril, con un trazo espectacular a izquierdas, del toledano. La corrida de este martes no iba a ser menos: se aburrieron con un prodigioso Daniel Luque que mantuvo en pie el marmolillo primero y no le prestaron atención hasta que se puso los pitones del violento cuarto en los muslos; Álvaro Lorenzo con el que verdaderamente estuvo de sombrerazo fue con el segundo, al que le corrigió vicios de derrotes; y con Ginés Marín se desgañitaron tras una infame fandango del 'Kiki de la Algaba' y las continuadas bernardinas. El eco triunfal de esta feria, en la que estamos viendo torear francamente bien, tiene más de trampantojo que de realidad.

Por Patricia Navarro. La Razón. Dos trofeos en Sevilla con los toros de la tormenta (y no perfecta)

La maldición se repetía otra vez. Ni gota había caído sobre Sevilla durante el día hasta el mismo segundo en el que se abrió la puerta del miedo y comenzó el paseíllo. De locos. Fue el momento de los truenos, los relámpagos y el agua. El más difícil todavía. Suponía el regreso de Daniel Luque después de la Puerta del Príncipe. Aquel día que el torero de Gerena le echó valor del bueno. Lo sacaron a saludar antes de poner el contador a cero. Justo antes de renovar los votos y vérselas con el primer toro de Juan Pedro, que era un grandullón que iba y venía sin demasiada entrega ni ganas y la faena navegó con los mismos tintes y el recuerdo todavía de lo vivido días atrás.

No tuvo fondo y sí mala clase el cuarto. Se revolvía rápido cuando veía que podía hacer presa con mínimo esfuerzo. Era el último cartucho de la tarde de Luque y se intentó justificar sobre la quietud. Ni más ni menos.

Tampoco tuvo fondo el segundo de la tarde. Álvaro Lorenzo quiso hacerle las cosas bien. Reducir la velocidad, el ritmo que llevaba como la tormenta, pero en cuanto tomó dos veces el engaño con cierta continuidad, se vino abajo. La faena duró más de las alegrías que tenía el toro y se hizo pesado.

El quinto tuvo el hierro de Parladé y se partió la punta del pitón nada más salir del ímpetu con el que remató. Fue el toro que con más codicia llegó al último tercio, aunque acudía con todo. De más a menos fue la labor de Álvaro Lorenzo, que acabó un punto amontonado y y sin acabar de pulir ese bronco ritmo del toro. Las bernadinas acabaron de calentar para que tras la estocada le concedieran la oreja, como si fuera la de consolación por la tarde que llevábamos.

Un imposible fue lo que tuvo delante Ginés como tercero. Ni entrega ni poder. No humilló ni una sola vez el Juampedro. Sostener así la faena era misión imposible. Y en eso se convirtió.

El sexto también era de Parladé y al menos se movió. Para rajarse siempre. Bronco, a la defensiva, pero en esa movilidad del toro Ginés montó una faena irregular, pero siempre interesante. Al natural logró los mejores pasajes, los más reunidos y templados. La gente lo supo ver y agradeció. Tras la espada, el premio. La tarde no había dado para más. Eran los toros de la tormenta ( y no perfecta) lo decíamos en el titular, por echarle literatura a una corrida sin fondo ni clase. Y van…

Por Toromedia. Álvaro Lorenzo y Ginés Marín cortan una oreja cada uno

Daniel Luque toreó bien a la verónica, ganando terreno, al toro que abrió plaza. Comenzó la faena con ayudados por alto y cuidó al de Juan Pedro en la primera serie toreando a media altura. Fueron dos series limpias, la segunda rematada con un largo cambio de mano. Al natural también estuvo solvente y muy por encima del toro, terminando con un serio parón. Mató de estocada.

Luque no pudo lucir con el capote en el cuarto, que arrolló al banderillero Juan Contreras al salir del caballo, por fortuna sin consecuencias. Al toro le costó ir hacia delante en la muleta, reponiendo y quedándose debajo de forma peligrosa. Luque no tuvo muchas opciones pero lo intentó todo, inventándose una faena en la que se jugó la vida en un arrimón final pisando un sitio muy comprometido entre los pitones del toro. Mató de estocada y hubo petición de oreja.

En el segundo comenzó a llover con fuerza. Álvaro Lorenzo brindó a sus compañeros de cartel y probó primero por el pitón derecho, lado por el que el toro se defendía desluciendo los intentos del toledano. Por el izquierdo se dejaba más y Lorenzo dejó muletazos estimables pero sin poder construir faena ni conectar con el público. Alargó demasiado su labor y sonó un aviso.

El quinto fue protestado por falta de fuerza, pero después se afianzó y colaboró. Lorenzo lo brindó al público y comenzó la faena en los medios. Ligó dos series con la derecha que crearon ambiente y sonó la música. Lorenzo tuvo el toro más manejable de la corrida y siguió ligando series estimables por ambos pitones. Terminó con bernadinas y mató de estocada casi entera, mereciendo el premio de una oreja.

Bien de capa Ginés Marín en el tercero, un toro que llegó a la muleta justo de fuerza y acusando el mal estado del ruedo. Comenzó con la zurda y también probó con la derecha, pero sin lograr nada destacable por la nula colaboración del toro. Pinchó antes de dejar una buena estocada.

El sexto dio una voltereta en el capote y no dejó a Ginés Marín lucirse. En la muleta, el de Juan Pedro embistió descompuesto por la derecha y también al natural. Pero Marín estuvo firme por ese pitón, aguantando la aspereza del toro y ligando. Sonó la música y el torero insistió y construyó una faena entonada, siempre superior a la condición de su enemigo. Mató de estocada y se sumó al triunfo al pasear una oreja.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

03_mayo_22_sevilla.txt · Última modificación: 2022/05/19 11:06 por paco