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PLAZA DE TOROS DE PAMPLONA

domingo, 7 de julio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Puerto de San Lorenzo, descastados por lo general no sirvieron, peligroso el primero.

Diestros:

Emilio de Justo, silencio en su lote.

Lopez Simón, silencio y vuelta.

Ginés Marin, silencio y silencio.

Banderilleros que saludaron:

Tiempo: Bueno

Entrada: Lleno total

Video: https://twitter.com/i/status/1147955147672342529

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Problemas de nutrición

Los mejores muletazos de la tarde cogieron a la plaza con el paso cambiado. O, mejor, con las manos ocupadas, la boca llena y la atención desviada. Entiéndase que el suceso acaeció durante el toro de la merienda, el cuarto de la tarde, de muy escasa calidad en sus entrañas, pero al que Emilio de Justo lidió con inteligencia y buen gusto. Pero su labor solo interesó a los que están a dieta en esta plaza, que son muy pocos; los más, incluidos los que ocupan la sombra, solo dirigen su mirada hacia el opíparo bocadillo y la bota de vino. Conclusión, que De Justo se lo pasó cerca y aguantó tarascadas y no captó más que la curiosidad del presidente -a la sazón, el alcalde de la ciudad, ataviado con el frac de gala y el sombrero de copa-, y de alguna jovencita de juncal figura. Quizá por eso acabó con las socorridas manoletinas antes de fallar reiteradamente con el descabello y escuchar la censura de los que ya tenían el estómago lleno. Problemas de la nutrición en San Fermín.

El primer toro de lidia ordinaria de la feria de San Fermín fue un petardo; acudió con presteza y empuje en el caballo y lo castigaron quizá en exceso; de todos modos, protagonizó un tercio que ya quisiera para sí la tauromaquia actual. Pero eso fue todo. De bella estampa, serio y muy bien armado, se vino abajo en banderillas, y obligó a la cuadrilla a pasar un mal trago porque el animal se mostró especialista en arreones, frenazos y extrañas miradas que no dieron pie a la confianza. De tal modo, cuando De Justo se acercó a su terreno poca esperanza había de faena lucida. Y así fue. Se colocó el torero en el sitio adecuado, insistió por ambos lados, pero al toro le costaba un mundo seguir al engaño, su recorrido era muy corto, sin fijeza y sin clase, y todo quedó en el probado empeño del señor vestido de luces.

Y como no hubo toro bravo, ni emoción ni opción para el heroísmo, el silencio se apoderó de la plaza, y las peñas no dijeron esta boca es mía durante toda la lidia. De hecho, el coro de las peñas con ‘La chica ye-ye’ como bandera no hizo acto de presencia hasta el tercio de varas del segundo toro, otra prenda, manso en varas y muy corto en banderillas.

Era el turno de López Simón, que anda en serias dudas sobre su concepto taurino; quizá por eso pareció preocuparse más de los tendidos que de las condiciones de su oponente. Se echó de rodillas en el inicio de faena para llamar la atención del sol, y trazó hasta siete muletazos por alto, que no fueron más que el aperitivo de una mesa vacía. El toro no valía nada, parado y sin celo alguno, pero no menos que el toreo del madrileño, vulgar y ventajista en grado sumo. Encima, la espada asomó por el costado y ahí acabó el desaguisado. Otra vez se colocó de hinojos ante el quinto, en otro intento desvaído de conectar con los ‘aficionados’ de sol, pero no pudo ser. Tan descastado era el toro y tan falto de vida estaba, que, agotado de embestir con desgana, le dijo a López Simón adiós, muy buenas y se echó en la arena a mitad de faena. El torero, es verdad, se mostró afanoso, pero esa actitud no es explicación no motivo suficientes para darse una vuelta al ruedo por su cuenta y riesgo. Pero estas cosas, ya se sabe, suceden en Pamplona, y a nadie parece molestar.

Buenos muletazos brotaron de la mano izquierda de Ginés Marín en su primero, pero pocos le hicieron caso. Era ese otro toro sin relevantes cualidades que acudió con cierta humillación y fijeza en una tanda de buenos naturales que no fueron más que un espejismo, y no por culpa del torero, que lo intentó de nuevo por ese lado cuando el animal estaba ya más que arrepentido de su breve colaboración. En vista de ello, y de que el público no reaccionaba, Marín optó por dos molinetes de rodillas que no le sirvieron más que para ponerse en serio peligro de voltereta. Tampoco sirvió el sexto, muy soso, a pesar de la decisión del torero y las manoletinas finales. Lo intentó de veras el extremeño y llegó a robar algún natural largo de verdad, pero no hubo más.

Quede claro, no obstante, que en esta ocasión los culpables de la decepcionante tarde fueron los toros salmantinos. No siempre es así, pero sí hoy. Kilos, pitones, fachada, pero vacíos de contenido los seis que saltaron al ruedo. Y cuando el protagonista se empeña en deslucir el festejo no hay manera de arreglarlo. Bueno, donde se ponga una buena merienda, bocadillo kilométrico, de tortilla, lomo o magras, y un buen vino, blanco o tinto, que se quite una corrida… Y eso fue lo que sucedió…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Emilio de Justo, la sorda tarde de un buen torero

Quizá por ser el primer toro de San Fermín se hacía Joyito tremebundo, un gigante de piedra, un bloque de hormigón. Como tal embestía. Con una dureza monolítica. Que se clavaba en la arena con pies de plomo, escondiendo balas. Y se asomaba por encima de la esclavina del capote a visitar a Emilio de Justo. La mirada clavada en su corbatín le hacía tragar saliva. González Barrera cargó la mano desde el caballo. Los puyazos, como el toro, de Pamplona. Fue un paquete envenenado la bestia del Puerto de San Lorenzo. De Justo no volvió la cara. Y le propuso la izquierda con una honestidad admirable y serena. Imposible de abordar el buque salmantino. Que no sólo no navegaba, sino que amagaba siempre con embarrancar en mitad de la suerte y hacer explotar la carga de su bodega. Sordo esfuerzo torero entre tanto ruido.

Para compensar y aliviar su lote se emparejó al mastodonte con un toro más fino y ligero, zancudo y agalgado. De otro hierro -La Ventana del Puerto, el segundo de la casa- y otra estirpe -Aldeanueva/Jandilla-. Antes de alocarse en varas y palos, apuntó cierta humillación en el capote a la verónica de Emilio de Justo. La revolera voló alegre. La madura lucidez del veterano extremeño volvió a aparecer desde el principio a media altura para centrar la embestida. Y luego para perderle pasos y darle el sitio necesario: la ausencia de final de muletazo necesitaba esa inercia y la ligazón no ayudaba a aquel noble ser mejorado por las manos. Se encajó De Justo para aprovechar el momento del embroque. Y moldear el más suave pitón derecho. Y bordar inmensos pases de pecho. Y hacer las cosas por su camino. El empaque no calaba entre bocadillos y botas de vino. Las ajustadas manoletinas de despedida precedieron a una estocada contraria y perpendicular. Que careció de muerte y necesitó varias veces del verduguillo. La lenta agonía despertó de su festín la ira etílica de las peñas. No respondió el balance silencioso a la tarde cabal de tan buen y sensato torero.

En las antípodas de la sensatez, López Simón valoró su faena al imponente quinto, también de La Ventana, con una vuelta al ruedo a su libre albedrío. La vara de Alventus vació, entre la defensa de la cabalgadura y la carga de la caballería, la fuerte fachada del colorado y armado toro de los Fraile. Que acusó enormemente el desproporcionado castigo. Tanto como para echarse avanzada la faena que LS inició de rodillas. Como la anterior. Esos momentos fueron la gloria de Simón. Que en pie se desentendía del toreo. Como sus oponentes: uno perdía el celo y la fijeza y el otro, la vida a chorros. A aquel la espada le asomó por el costillar y a éste le certificó la defunción.

Sin maldad pero sin fondo, la corrida de José Juan Fraile se alejaba de Cuba, el toro por el que había recogido por la mañana el premio Carriquiri al más bravo ejemplar de San Fermín 2018. Ni Pitinesco por su buena reata la aproximó después de quedarse descolgado en el encierro. Aunque hubo instantes en los que en la mano izquierda de Ginés Marín pareció agradecer el trato. Esas dos rondas de estimables naturales fue lo que duró su esperanza. Que, una vez perdida, empujó a Ginés a tirarse al monte de los molinetes de rodillas. Como adiós a Pamplona, el sexteto de Puerto de San Lorenzo lo abrochó el único cinqueño, no tan alto como otros, pero con una apertura de palas como el fondo norte del Sadar. Su interior contaba con una amable inocuidad. Ni molestaba, ni decía nada. Simplemente pasaba. Marín volvió a enseñar los brillos caros de su izquierda en una extensísima faena al por mayor. Un muestrario de bisuteria.

La Razón

Por Patricia Navarro. San Fermín: Una vuelta al ruedo entre la fiesta

Pamplona volvía a su plenitud. Al blanco y rojo en la vestimenta y en el corazón. A la fiesta, al reconocimiento de las caras, de los amigos, de los viejos y los recientes, la vuelta a esa Pamplona tan distinta por San Fermín. El regreso al «Rey», a los torazos, a los desvelos mucho antes de las ocho de la mañana, a la vuelta a las calles a reventar de gente a todas horas del día. Y no tan de día. El regreso a las fiestas de San Fermín. Alberto López Simón se puso a torear al toro del «Rey», de rodillas, ya se había cantado, Pamplona ya era Pamplona, «con dinero o sin dinero, hago siempre lo que quiero…» y ya estaba todo en su sitio. López Simón se puso de rodillas para empezar la faena, sabedor del pulso pamplonés, pero el toro no le siguió los ritmos y a la nobleza, que la tuvo, le faltó ímpetu. Venido a menos el de Puerto de San Lorenzo contagió la labor del diestro de Barajas. Fue un poco la tónica de la tarde, que era la tarde, porque es justo el día en el que el puzle alcanza todas las piezas.

De rodillas se echó de nuevo Alberto en el quinto, colorao de pelo, espectacular de estampa. Un toraco en toda regla. Por derechazos tiró de la noble arrancada del toro, que después sacó esa franqueza y olvidó el fuste para que aquello trascendiera. En la sosería se perdieron las grandes ilusiones. Esta vez la espada fue certera y esta vez el torero dio una vuelta al ruedo. La única que se sumaba en toda la tarde, y ya es raro que Pamplona vive, siente, festeja y celebra.

Más movilidad tuvo el tercero, de Ginés Marín, sobre todo al natural. Por ahí supo modular las embestidas con emoción y buen aire y también sus irregularidades. Otra historia tenía el toro por el derecho, le avisó, el desenlace podía ser de gravedad. Potenció las grandezas al natural antes de que se disiparan.

De monumento fueron los pases de pecho de Emilio de Justo al cuarto, que ya era de la Ventana del Puerto. Fue su toreo reposado y de oficio, de búsqueda, de querer, de sobar a un toro que tuvo sus cosas buenas, pero se topaba, además de todo, con ser el toro de la merienda y eso, entre bocado y bocado, allá en mitad de la chistorra, pesa lo suyo. Pero el poso de su toreo quedó en algún lugar, mientras la maldita espada se le atascaba. Nada había podido hacer con el primero. Sumó otro silencio que aquí en Pamplona es lo mismo que decir, sumó otro jolgorio colectivo anti migrañas ante un animal, que abría plaza, de nulas opciones. Pero no por blando ni deslucido ni soso, si no por difícil. Anduvo sobrado ante las dificultades, pero el triunfo era otra cosa.

En el sexto nos iba todo. Y quiso Ginés Marín. Incluso se alargó con el toro, pero poco había que hacer. Tuvo una franqueza extraordinaria el animal y al cobijo de ella cosió Marín buenos muletazos, pero era difícil hacerse entender entre el ruido con la escasa emoción del toro. Y así, poco a poco, la cosa se fue a menos. La fiesta seguiría, en la ciudad que no duerme. Y madruga.

ABC

Por Andrés Amorós. San Fermín 2019: sin casta brava, imposible la emoción

La falta de casta brava de las reses del Puerto de San Lorenzo (y La Ventana del Puerto) frustra la primera corrida de toros de la Feria. Aunque algunos sean manejables, estos toros no transmiten emoción alguna. En Pamplona, los mozos se divierten cantando, comiendo y bebiendo…

A pesar de la muy preocupante situación política de Navarra, con el PSOE apoyando a los independentistas, la gran fiesta popular sigue muy viva. A las ocho de la mañana en punto, la emoción única del primer encierro: los primeros cánticos, los primeros sustos, los primeros percances… Los toros que abren la Feria han protagonizado un encierro tranquilo, al comienzo, pero complicado, al final, por la acumulación de corredores propia del domingo, con un herido de pronóstico grave. (Una vez más, pese a todas las repetidas advertencias el herido no es español y no parece haber seguido las lógicas recomendaciones. Si yo, sin ninguna preparación, entrara a conducir un bólido en un circuito de alta velocidad, probablemente sufriría un grave accidente).

El 7 de julio, por la mañana, se saca siempre en procesión solemne al Santo, desde su iglesia de San Lorenzo. Hay testimonio documental de ese acto ya en 1527. La talla, del siglo XV, conserva reliquias del Santo en el óvalo del pecho. El capotillo, en el que tanto confían los corredores del encierro, procede del siglo XVIII, mide dos metros, de punta a punta, y está bordado en oro y plata.

Preside el festejo el nuevo alcalde, Enrique Maya. La reacción del público muestra con claridad lo radicalmente dividida que está ahora mismo esta sociedad. Deseo que consiga salir de esta encrucijada sin perder unas señas de identidad, aquí, tan arraigadas.

No está teniendo suerte Emilio de Justo, esta temporada, con una serie de percances, ha perdido ya ocho festejos, pero sigue siendo la esperanza que se dio a conocer el pasado año. El primero, un «tío», con más de 600 kilos, reservón, pega arreones, queda corto. Emilio se muestra firme, le saca algunos muletazos pero el toro es muy deslucido. Mata con habilidad. En el cuarto, logra buenas verónicas aunque el toro protesta, mansea en el caballo pero es manejable. Emilio traza muletazos templados, clásicos, insuficientemente valorados porque la gente está merendando. Mata con decisión pero el toro tarda en caer y falla, con el descabello. Sin trofeos, ha dejado una seria impresión.

Continúa López Simón con su toreo vertical, impávido, que le hace cortar trofeos. Recibe al segundo, bragado, acapachado de pitones, enlazando verónicas y chicuelinas (una mala moda actual). El toro es suavón, mansote, se deja. Comienza Alberto con ocho muletazos de rodillas, que calientan a la solanera, pero el toro enseguida se apaga y la faena se frustra. Si un toro tiene tan poca casta, no hay nada que hacer. Entrando de lejos, como suele, la espada hace guardia. El quinto, colorado, con los pitones vueltos, le busca las vueltas al caballo, sale muy suelto. De nuevo comienza de rodillas (y descalzo: una fea costumbre). El toro pasa por allí, sin humillar ni «decir» nada. El marmolillo acaba echándose: ¡vaya desastre! Mata entrando de muy lejos y da una vuelta al ruedo.

Posee Ginés Marín notables cualidades; sobre todo, la claridad de ideas y la estética. De su carácter depende que llegue al puesto que sus condiciones merecen. En el tercero, muy suelto, traza con facilidad buenos naturales aunque el toro pronto se desentiende. Mata bien pero a la segunda. El sexto es manejable pero pierde las manos. Los pulcros muletazos de Ginés Marín apenas encuentran eco. Alarga la faena y suena el aviso.

La conclusión es obvia: sin casta brava, es imposible la emoción. Lo peor es que tendremos que repetirlo muchas veces, me temo, a lo largo de la temporada.

Nota final: se suele decir que cada diestro mata a la distancia que prefiere. No es eso lo que dicen los clásicos: hay que matar «en corto y por derecho». El gran matador Rafael Ortega me lo explicaba: «Es muy fácil: basta con sentir la baba del toro en la mano izquierda, antes de cruzar». ¿No saben eso muchos toreros actuales?

07_julio_19_pamplona.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)