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Real Maestranza de Sevilla

Sábado, 9 de abril de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq, sin fuerza ni casta salvo el quinto.

Diestros:

Enrique Ponce: casi entera, oreja; media (ovación).

José María Manzanares: estocada (ovación); estocada (saludos).

Andrés Roca Rey: estocada (ovación); estocada a la 2ª (vuelta)

Banderilleros que saludaron:

Presidente: José Luque.

Tiempo: soleado.

Entrada: hasta la bandera.

Video: http://bit.ly/1RWfAoX

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

La cosa parecía que sería triunfalista en un principio pero para mí ha acabado en un fiasco. Por culpa de los juanpedros, evidentemente. Los cinco primeros, incluido el cuarto bis, sin fuerza, lisiados. Bueno creo que no es políticamente llamarlos inválidos o minusválidos, así que lo dejaremos en el eufemismo “oficial”: Los cinco eran discapacitados con afectación neuromotora. Así no se puede hacer el toreo ni la tauromaquia puede tener la base de todo que es la emoción. Ponce hizo labor de enfermero con el primero al que enjaretó faena templada. En el otro inválido sobrero se justificó en demasía, alargando la faena con un arrimón sin mucho mérito. Manzanares, que no es ni sombra del que fue o del que era no tuvo opción con el segundo y se diluyó como azucarillo su faena al quinto, codicioso, por el que se vio desbordado hasta que se paró. Roca Rey lo tuvo imposible con el más que inválido tercero y con el descastado sexto tuvo que jugársela al arrimón verdadero, de forma que estuvo prendido interminables y angustiosos segundos del pitón. No son los toros que merece este joven valor de madurez inusitada para demostrar su valía. En fin, que no hubo toros para una terna en principio atractiva porque aunaba tres generaciones toreras. Ah, estuvo el rey que llaman emérito con su hija la taurina y con su nieta. Menos mal que no vino Froilán.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: La veteranía de Ponce y la juventud de Roca. Tarde de mucha expectación la vivida hoy en la Maestranza, que contó con la presencia del Rey Emérito Juan Carlos junto con su hija Doña Elena y su nieta Victoria Federica. Una vez más, la Casa Real apoyando la Tauromaquia. El festejo comenzó con buen pie y colgando el cartel de “No hay billetes”. Enrique Ponce paseó la oreja de un animal con las fuerzas justas pero con clase. El valenciano toreó con la diestra con mucha despaciosidad y magisterio. El epílogo por doblones cargados de plasticidad puso al público en pie. El cuarto bis no se lo puso fácil a Ponce, que terminó tirando de casta y lidiándolo en las cercanías. Roca Rey debutó como matador en Sevilla con un lote poco potable de Juan Pedro. El peruano le realizó una labor larga al flojo tercero intentando agradar y dejar una buena carta de presentación. Con el sexto se la jugó siendo prendido en los últimos compases de la lidia. Andrés estuvo muy valiente y decidido.

Lo peor: La desilusión de Manzanares. Manzanares ha estado descentrado toda la tarde. Ninguna de sus dos faenas tomó los suficientes vuelos, diluyendo las buenas expectativas del comienzo. Especialmente con el quinto, que fue el mejor del encierro, bravo y con movilidad al que en otros tiempos José María le hubiera cortado mínimo una oreja. El jueves tiene su último cartucho para remendar lo ocurrido. En cuanto al ganado, vuelve a decepcionar Juan Pedro, que envió al coso del Baratillo toros escasos de fuerza.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una faena de rítmica cadencia de Enrique Ponce

Rey emérito en el palco y Rey nuevo en el albero. Un ambientazo de reyes en la Maestranza. De estreno, canela y oro el debutante. Andrés Roca Rey entre figuras: Enrique Ponce y José María Manzanares. Un lujo. Un peligro. El maestro de Chiva explicó el porqué con un toro colorado de pitones acaramelados, alma de dulce y manos de algodón. Pero la humillada intención del juampedro juanrramoniano se sobrepuso a sus orondas carnes de trémula potencia. Terciopelo en la muleta de Ponce, la elegancia al ralentí desde el prólogo a media altura. Y la derecha de hombros caídos, relajado encaje y sedosa reunión dibujó una faena calma como un mar sin olas. Los pases de pecho subieron el gozo a pulso. Como los excelsos cambios de mano. Como los doblones finales de genuflexa profundidad. EP había cuajado la clase del pitón derecho -el izquierdo punteaba- del domecq entre las rayas como quien escancia con rítmica cadencia un vino añejo. Supo a gloria la oreja. Para algunos pañuelos incluso a poco.

Manzanares se despeinó con la espada. El momento del volapié es cuando verdaderamente ataca. Como un rayo además. Cayó el toro rodado de un gran espadazo. Punto en boca para una faena de escasas apreturas, que diría un antiguo revistero por tapar. El juampedro de amplia cara se había dejado con bondad y sin excesivo celo por su mano derecha. Series cortas y distantes. Como corto y desentendido fue el viaje a izquierdas. Hacia ninguna parte.

Roca Rey se había hecho presente en el anterior en un quite por cordobinas. Una colada se tragó. Para su turno el sorteo había deparado un toro de lavada expresión y blandos apoyos. A contraestilo y desordenado entre caídas. No impidió el brindis a Don Juan Carlos del peruano. Ni una faena de largo tesón juvenil. Un natural quedó como una solitaria perla. El fulgor del acero se hundió con rectitud.

Devolvió la presidencia un cuarto de robusto morrillo y brutas hechuras. Las protestas, calientes ya de antes, arreciaron con sus amagos de irse al suelo. A Ponce no le gustaba nada aquello. Ni el ambiente ni el toraco, que se le había frenado debajo en el capote. Un último talegazo en el caballo resolvió las dudas del usía. No mejoró el sobrero, también de Juan Pedro, la situación. Muy agarrado al piso, mirón y de escasa humillación. Marcó en la brega de Mariano de la Viña todo. Enrique Ponce lo sintió de cerca. Hubo de tirar de amor propio. Ya muy quedo y sangrado el toro. Orgullo de mil batallas. Le animaron a matarlo. La ovación reconoció al sabio maestro.

Chocolate a caballo provocó las palmas inexistentes hasta entonces en la lidia con dos sobrias varas; el juampedro metió la cara abajo y empujó con riñones y codicia. La cuadrilla de Manzanares siguió la cosecha con los palos. Rosa y Blázquez saludaron montera en mano. La bravura del juampedro ardía en sus hechuras de taco. Notario dejó constancia de ella en la muleta de un Manzanares desbordado, atropellado y en caída libre. El tiempo entre series sí transcurrió lento. Injusta la plaza con el toro en el arrastre, incomprensible en la ovación para el matador. Ni siquiera se tapó con su mejor baza. Queda ya demasiado lejos 2011. Aunque la generosa memoria de Sevilla no olvide. Todavía.

La variedad de Roca con el capote continuó con el sexto de estrechas sienes y amplia culata. Las tijerillas del saludo sumaron a las saltilleras del quite en el quinto. La explosividad de la apertura de faena, los estatuarios y la espaldina, aguantó un par de series más. Lo que duró el domecq en su mano diestra. Rey sobrevivió a un arrimón de distancias inexistentes: el toro lo empaló durante segundos eternos. Como si lo hubiera ensartado, sin soltarse del pitón. No hubo caso ni sangre. Pero el susto encogió todos los ánimos menos el suyo. Sintió el aliento de la Maestranza en la vuelta al ruedo de despedida. Hasta la próxima cita.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Estética de Ponce y ambición de Roca Rey con toros sin poder

“Si el toro se cae, se cae la Fiesta”; lo ha repetido una y otra vez el viejo Victorino Martín. Y ayer, el tiempo se hacía eterno cuando los toros de Juan Pedro Domecq, de preciosa estampa y en el tipo de la casa, rodaban por la arena. Pero el público, que llenó la plaza hasta la bandera, quería orejas. “Oiga, yo no me voy de aquí si no hay orejas”; decía uno en el tendido, que pasado el inexistente tercio de varas, que fue un simulacro en gran medida, se liaba a saludar y a charlar sin parar.

Con decir que la mayor ovación, por extensa y fuerte, se la llevó don Juan Carlos cuando ocupó el Palco del Príncipe, queda todo dicho.

Porque ante lo sucedido en el ruedo, el público aplaudió entusiasmado tanto lo bueno como lo malo. La Maestranza, la verdad, ha perdido últimamente su personalidad. Los abonados entendidos, los cabales, son tan pocos que quedan engullidos por el gran público que ayer protestó al flojísimo primero, al que no picaron, para luego entusiasmarse con una labor de enfermero de Enrique Ponce, con un animal que era tan dulce como el almíbar y que metía la cara por el pitón derecho como si fuera un carretón. El veterano maestro valenciano, que en estas lides de templar y pulsear no ha tenido competidor, se explayó en una labor de suma estética, con la muleta a media altura y sin molestar al bonancible astado. Los mejores muletazos llegaron con la diestra, suaves, muy suaves y el torero pintó tres pases genuflexos de categoría. Mató al primer envite y… oreja con petición de la segunda.

El cuarto, altote, perdió las manos y acabó por la arena al sentir un puyazo, como el boxeador noqueado besa la lona. El público, cansado de haber visto la misma película anteriormente, protestó con fuerza y el animal fue sustituido por un cuarto bis, Irritante, como irritado estaba ya el personal. Ponce se extendió en un trasteo que no tomó cuerpo con un oponente aplomado y mató de estocada defectuosa.

Roca Rey, que se presentaba como matador de toros en la plaza de Sevilla, dio una imagen de torero ambicioso. Con su primero, que se movía de manera descoordinada, probablemente por un topetazo, poco pudo hacer. Comenzó su labor en las afueras y al primer muletazo, el toro perdió las manos. El trasteo careció de relevancia.

El jovencísimo diestro limeño -tiene únicamente 19 años- se empleó a fondo ante el colorao sexto, que salió con pies y al que cuidaron en varas. El toro se vino abajo pronto. Pero el peruano, muy decidido, se pasó muy cerca los pitones en muletazos por alto, intercalando pases por la espalda como recurso. Expuso entre los pitones en un epílogo en cercanías. En un abrir y cerrar de ojos, el toro le empaló entre las piernas. Fueron segundos eternos. De lejos y ya de noche, se temía lo peor y se escuchaban gritos de espanto. Afortunadamente, todo quedó en un susto y tras un pinchazo y estocada dio una vuelta al ruedo.

Manzanares, al igual que el pasado Domingo de Resurrección, fracasó. No logró nada interesante con el manejable y flojo segundo y lo peor, con el bravo quinto, el único toro de verdad del encierro, únicamente consiguió una buena serie con la diestra en una faena que fue a menos.

ABC

Por Andrés Amorós. Enrique Ponce sigue siendo el rey

La presencia de Don Juan Carlos, en el Palco Real, realza la categoría de un cartel acogido con enorme expectación. En un momento en que la Fiesta sufre tantos absurdos ataques, lo agradecemos doblemente. Le acompañan la Infanta Elena, y su nieta, Victoria. Recibe una ovación larga, clamorosa, y el brindis de los tres diestros.

Los toros de Juan Pedro Domecq, flojísimos, descastados, de muy pobre juego, encrespan al público. A pesar de eso, Ponce corta al primero una oreja (que debieron ser dos), por una faena realmente extraordinaria y, en el otro, está valentisimo. El joven Roca Rey roza la temeridad, sufre un aparatoso percance y se gana el respeto de todos.

El primer toro es noble pero muy flojo; en manos de cualquier otro, no hubiera valido para nada. Ponce da aquí una impresionante lección de torería. No vale la pena entrar en el detalle de los muletazos : todo es un prodigio de suavidad, elegancia, naturalidad, armonía. Me basta con reproducir lo que dicen mis muy sabios vecinos: “¡Si esto lo hace quien yo me sé! ¡A ver si aprendemos a torear!”. Y otro apostilla, cortés: “Está a años luz…” No es pasión ni partidismo: con este tipo de toro – el que matan habitualmente las figuras – no tiene rival. Le da tiempo, torea relajadísimo, a cámara lenta; los ayudados, rodilla en tierra, ponen al público de pie. Y, con decisión, logra una estocada corta. El Presidente sólo concede una oreja. ¿Por qué? Todavía no lo sé. Pero da igual. Ahí queda lo que hemos visto. Y la vuelta al ruedo tiene la solemne pausa que la faena merece.

Después de dos toros muy protestados, el cuarto es sustituído por un sobrero que es un dechado de “virtudes”: cortísimo, mirón, incierto, flaquea, huye, tiene peligro. Una birria total. Lo lógico sería machetear y matarlo. Pero Ponce nos sorprende: con paciencia y técnica, logra sacarle mucho más de lo que parecía posible. Los alardes de valor auténtico hacen que el público cambie y se ponga en pie, entregado al maestro. Lo mata bien y saluda. Comenta mi cortés vecino: “’Esto sí que es vergüenza torera”. Y añade, con ironía: “En su situación, es que le hace mucha falta”. Para decir cómo ha toreado Ponce, esta tarde, los sevillanos juntan los dedos y exclaman, con énfasis: “¡Cumbre!” Pocas veces ha estado tan a gusto, en este ruedo.

Después de esto, la tarde parece despeñarse, por la desesperante flojera de los toros, mantenidos por el presidente. (Salvo el quinto, todos podían haber ido para dentro). El segundo, como sus hermanos, cae antes y después de la primera vara. Manzanares traza muletazos con empaque pero sin estrecharse mucho. En el primer natural, el toro va al suelo. Suena la música pero también algún pito. La faena se ha quedado a mitad. Entrando de muy lejos, como suele, logra la estocada.

El quinto es la excepción, hasta cierto punto: huye al sol, echa las manos por delante, pierde los cuartos traseros pero se emplea en el caballo (el primero y único). Pica muy bien Chocolate; saludan Rosa y Blázquez, con los palos. Dándole distancia, el toro tardea pero acude con alegría y transmite; como es pegajoso, no le deja al diestro estar a gusto. La faena tiene vibración pero es desigual, con series cortas y algunos enganchones. No mata bien y se repite la división.

Andrés Roca Rey viene a por todas, lo demuestra entrando a todos los quites, con variedad y brillo. El tercero parece embestir descoordinado, el Presidente lo aguanta y se gana la bronca. Suavemente, se lo lleva al centro: el trasteo, inteligente, se desluce por las caídas de la res. El peruano tiene cabeza y técnica, además de valor, pero falta toro: no transmite nada. Lo mata muy bien. En el último, que se viene abajo, Roca Rey se sube encima, se muestra valiente hasta la temeridad, acaba asustando a la gente, es encunado aparatosamente pero parece que se libra de la cornada. No se le puede pedir más.

En San Fermín suele cantarse una canción mexicana cuyo título viene al pelo: delante de Don Juan Carlos, con veintisiete años de alternativa, Enrique Ponce demuestra que sigue siendo el rey. Manzanares corre el riesgo de quedarse en príncipe heredero (como Carlos de Inglaterra). Roca también quiere ser Rey.

El País

Por Antonio Lorca. La fiesta de los toros, ante un proceso irreversible

Como quien no quiere la cosa, se está gestando en la tauromaquia moderna un profundo cambio que pretende dejar atrás la emoción del toro bravo y el torero heroico para entrar en otra época en la que lidia se convierte en una especie de baile monótono ante un animal insulso y mortecino al tiempo que el público accidental y bullanguero se divierte con lo que hace poco era motivo de grave protesta.

Si la Maestranza de Sevilla soporta estoicamente un espectáculo como el que han ofrecido los toros de Juan Pedro Domeq y los señores Ponce, Manzanares y Roca es que aquí se está produciendo un proceso irreversible de desconocidas consecuencias.

La corrida fue infumable por su invalidez manifiesta y su falta de casta y de raza, a excepción del quinto de la tarde, Notario de nombre, que ha sido el primer toro de la feria que ha empujado en el caballo y ha embestido con codicia, nobleza y movilidad. Y se pueden contar con los dedos de una mano los espectadores que han manifestado su disgusto por el engaño cometido. Era una aplastante mayoría la que aplaudía y aceptaba de buen grado lo que ocurría en el ruedo.

Así, Enrique Ponce quien, a pesar de su veteranía, parece el gurú, el gran hermano de este cambio, dio en su primero toda una lección de cómo será esa nueva tauromaquia; delante, un feble corderito que acudía al cite con la suavidad de su condición ovina. El torero, con toques suaves, sin despeinarse, bailó más que toreó, y todo lo que hizo, es verdad, resultó bonito, pero frío e insulso. Ya se sabe que si no hay toro, no es posible el toreo, y lo de Ponce fue otra cosa. Una danza nueva, tal vez…

Ante el sobrero cuarto, otro inválido, demostró que es un doctor, pero en medicina. Auscultó al animal, le tomó el pulso y la tensión, y le aplicó un tratamiento urgente para evitar una muerte inminente, como el toro pedía. Insistió contra toda lógica, porque su oponente era un cadáver en vida. Y el público lo aplaudió con ardor. ¿?

Manzanares confirmó que no atraviesa su mejor momento como matador de toros. Cualquiera sabe lo que rondará por su cabeza, pero está como ausente, fuera de la plaza, con unas formas y un fondo muy lejanos de aquel torero elegante que no hace mucho emocionó a casi todos.

Su labor ante su noble primero fue insípida, incolora e inodora; los andares mortecinos del animal no evitaron los olés de los tendidos, pero la faena del torero no pasó del albero. Más grave fue lo ocurrido ante el quinto, un toro bravo y encastado, un derroche de nobleza, un artista de primera y no como los segundones de sus hermanos, y el torero se entretuvo en pases y más pases despegados y anodinos que, a pesar del acompañamiento musical, no alcanzaron la categoría de obra de arte. Tenía ante sí un toro de lío y lo mandó al desolladero con las orejas. Los banderilleros Rafael Rosas y Luis Blázquez tras parear con brillantez.

Grave error el cometido por el joven Roca Rey al anunciarse con esta corrida. Parece un torero hecho y cuajado, que no lució nada ante la invalidez de su lote. Tiene muy pocos años para guarecerse ya de las corridas encastadas. Es valiente a carta cabal, le sobran facultades, pero solo su alto sentido de la heroicidad caló en los tendidos. Una fea voltereta en el sexto acabó por congraciarlo con la plaza. A pesar de todo, craso error el de este torero. Le sobran condiciones para demostrar que puede ser figura con toros de verdad.

En fin, que, dentro de poco, y si nadie lo remedia, la fiesta no la reconocerá ni el que la fundó. No habrá lidia, no habrá sangre, no habrá toro ni habrá héroes. Los protagonistas serán toretes como los de ayer, de escasa presencia, sin atisbo de fuerzas y de nobilísima condición, de modo que permitan la nueva danza de la torería posmoderna.

Ahí está Enrique Ponce para demostrarlo, como un adelantado a su tiempo; con estos toros podrá seguir vistiéndose de luces hasta los ochenta años. Ojalá para entonces quede público; aficionados, no. Habrán desaparecido todos por un ataque de desesperación.

La Razón

Por Patricia Navarro. El temple de Ponce y el valor de Roca Rey

Un nudo en la garganta, digámoslo así para no ser soez, nos puso Roca Rey para decir aquí estoy yo en Sevilla. Fue en un quite en el toro de Manzanares. Tan variado que no se puede catalogar. De aquí y de allá y de ninguna parte con un lance inverosímil en el que estábamos seguros que no se iba a a quitar. Ese es Roca Rey. El Roca Rey que de verdad amenaza a la parte alta del escalafón acomodada en la cima desde hace décadas sin que nadie tambalee sus puestos. Cuando el tercero perdió las manos también ya de salida y el presidente decidió dejarlo en el ruedo resultaba una tocada de ¿moral? ¿Bolsillo? Al toro le sobraba nobleza y le faltaba empuje para que aquello tuviera algo que contar. Roca Rey quiso pero ese espectáculo descafeinado poco iba con él y con la autenticidad. Una barbaridad estuvo colgado del pitón en el sexto. Un infierno debe pasar por ahí en esos segundos. Eternos. Amargos. La imaginación le gana el desafío al tiempo; un horror. Él mismo se hizo el quite al agarrarse al pitón y aguantar así los envites. Y sucedió uno detrás de otro. Precioso fue cómo recibió al toro por tijerillas con una despaciosidad de otro planeta o los lances a pies juntos, tan desmayados que parece que está de vuelta en vez de llamando a la puerta. Escalofrío hubo en los estatuarios y amor propio después para inventarse al toro cuando el Juampedro no quería ir. Recursos, ansias y verdad que le sitúan una tarde más en la primera línea de fuego.

«Notario» fue el toro bravo de la tarde. El único. Lo cantó en varas y en la muleta después. No duró mucho. Menos la ambición de Manzanares que para qué vamos a perder tiempo ni tirar de excusas, ni a su Sevilla del alma le salieron las cuentas. Media estocada y saludos. Más de lo mismo con el noble, suavón y con escaso poder segundo.

La cosa había empezado mal y así seguía por la falta de fuerza de la corrida de Juampedro que no podía ser más pareja. Al primero le costaba mantenerse en pie en los primeros tercios pero tuvo delante a Enrique Ponce capaz de eso y más y con el beneplácito maestrante, poquito a poquito, eslabón a eslabón montó faena hasta conseguir cortar la primera y única oreja de toda la tarde, a fuerza de temple y pura cadencia. Perfecto de principio a fin. El cuarto estaba «reventaíto». Y de pronto ocurrió lo que parecía inexplicable, cuando ya dábamos todo por perdido, asomó por presidencia el pañuelo verde, ¡que lo tenía! y el toro volvió al corral. Caprichos del destino, el sustituto, además de flojo tendió a mansear y sin un atisbo de querer pasar en la muleta del valenciano. Ni Ponce logró el milagro. El verdadero fue los segundos que Roca Rey estuvo colgado del pitón y que regresara al hotel caminando.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Maestros y aspirantes aventajados

La ovación de gala, cerrada, que saludó la llegada del viejo Rey selló muchas alianzas y timbró un gesto que tiene un gran valor simbólico. La Real Maestranza abrió su Palco del Príncipe al que fuera su hermano mayor y el público que llenaba la plaza supo refrendar el honor. En el cartel figuraba otro viejo rey curado de mil espantos que aún no ha llegado a abdicar su corona. Hace años que a Ponce se le resiste el coso del Baratillo. Ahí están la lejana Puerta del Príncipe de aquel San Miguel del 99; la dura tarde de los zalduendos de 2006… pero pocos, poquísimos toros para sacar brillo a los galones en Sevilla.

El maestro valenciano sí se iba a encontrar ayer con un primer juampedro de exquisita clase y noble condición –también con un motor cortito– al que toreó con mimo y compostura natural en una faena que descubrió a Sevilla los registros que el torero persigue en su dorada madurez. La faena transcurrió entre las rayas; frente al cuatro. Hubo relajo absoluto; belleza en el trazo; compostura natural e imaginación para hilar una serie tras otra con un exquisito sentido de la armonía que convirtió el trasteo en concertino. Los muletazos se arrebujaron de toro, ligándose con molinetes, de pecho, cambios de mano… hasta cerrar con unos ayudados genuflexos a los que siguió una estocada corta y eficaz. La oreja supo a gloria. La faena, también.

Ponce ya mira a las tres décadas de torero de alternativa y mantiene intactas todas las cualidades que le llevaron a la cima. Con todo hecho, a vuelta de casi todo, chocó que el maestro se jugara el pellejo tan de verdad con el sobrero que hizo cuarto. Algún sector de la parroquia –la plaza ya no se parece a sí misma– no quería darse cuenta de lo que estaba pasando pero Ponce expuso todo en cada embroque, cruzado siempre, dejándose llegar los pitones en una faena descarnada que nada tuvo que ver con esos arrimones escenificados con toros desangrados y agonizantes. Se la había jugado y Sevilla, finalmente, supo verlo.

Pero si habíamos visto a un maestro en sazón, también íbamos a contemplar la presentación en Sevilla de un aprendiz que podría estar escalando, uno a uno, los escalones que le llevarán directo a la cima del toreo. El peruano debutaba como matador en el templo pero tuvo escaso material para escenificar su pronunciamiento. El tercero, muy protestado desde que salió por la puerta de chiqueros, no tuvo mala condición pero su sosería y el mosqueo del público no eran los mejores ingredientes para que la faena subiera de tono. Lo mejor fue la fulminante estocada a toro arrancado.

Pero Roca Rey tenía que demostrar muchas cosas y no le iba a importar el aire que sacara el sexto, al que recibió con unas personales tijerillas antes de cumplir una lidia total que precedió a la faena. Los estatuarios inicales dieron paso a unos notables redondos pero las distracciones del toro y su corto fuelle fueron diluyendo cualquier planteamiento de toreo formal. Y ahí no lo dudó. Andrés Roca Rey se metió entre los pitones sin importarle un pimiento lo que pudiera pasar. Las puntas de las astas le rozaron las ingles, el pecho, el mentón… pero el jovencísimo diestro se lo enrosco por aquí y por allí mostrando la madera con la que se hacen los toreros peruanos. Llegó a pasar la raya de la razón y el toro le empaló por la entrepierna sin que el pitón hiciera carne. Fueron unos segundos angustiosos pero Andrés volvió a la pelea con fé de ganador. Cobró una estocada al segundo intento. Con o sin oreja, sigue elevando su papel.

Un papel que cotiza a la baja en el caso de Manzanares que está dilapidando el largo y hermoso hechizo que le ha mantenido unido tantos años a la afición baratillera. El alicantino rozó sus mejores registros con el noble y feble segundo, al que llegó a cuajar un puñado de hermosos muletazos en los que el sentimiento, por fin, ganó a los alambres de la técnica.

Pero el Manzana tuvo en sus manos el único ejemplar auténticamente bravo del envío de Juan Pedro, un quinto cuajado por su renovada cuadrilla –magistral Chocolate a caballo, redondo Rafa Rosa con los palos– al que no tuvo medio ni forma de meterle mano con la muleta. El magnífico historial del alicantino en esta plaza merece que se venga arriba. Aún está a tiempo. Ojalá.

09_abril_16_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)