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PLAZA DE TOROS DE PAMPLONA

Jueves, 12 de julio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río. Diestros:

Pepín Liria, de blanco y oro, estocada que hace guardia, descabello (silencio); estocada (oreja).

El Juli, de azul marino y oro, pinchazo, estocada corta, descabello (silencio); estocada trasera (saludos).

Ginés Marín de gris y oro, dos pinchazos, estocada caída (silencio); estocada (silencio)

Banderilleros que saludaron:

Tiempo:

Entrada: Lleno

Video: https://twitter.com/i/status/1017494846477623302

Galería de imágenes:

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Angustiosa reaparición

La fugaz reaparición de Pepín Liria en Pamplona pudo acabar mal, muy mal. Primero, porque el tiempo no pasa en balde (10 años fuera de los ruedos son muchos); segundo, porque el murciano es torero encastado e inconformista, y, por último, porque demostró ser un imprudente en grado sumo. La reaparición pudo acabar en drama, y solo un milagro permitió que hoy pueda sonreír felizmente. Pero la angustia ahí queda.

Todo sucedió al final de la faena de muleta al cuarto de la tarde. En vista de que su labor -con más entrega que hondura, decidida, atolondrada y bullanguera-, no calaba en los tendidos, Liria decidió hacer un desplante de rodillas de espaldas a escasa distancia del toro. El animal hizo por él, lo levantó por los aires y el torero cayó a la arena de cabeza en una feísima voltereta; segundos después, tras cobrar una estocada, el toro le dio un arreón, lo persiguió por media plaza y aún no se sabe cómo no lo enganchó de nuevo. En fin, que el bravo Pepín solo salió dolorido del envite mientras los tendidos rugían de emoción por la congoja vivida y pidieron con vivo entusiasmo las dos orejas para el torero. Con buen criterio, el presidente no hizo caso y solo concedió una.

La verdad es que, por un lado, honra a Liria su decisión de comparecer en Pamplona -también es cierto que le quita un puesto a otro compañero con deseos de abrirse camino-, y, por otro, quedó claro que fue un heroico y muy respetable torero que guarda oficio y vergüenza, pero que poco puede aportar a estas alturas a la fiesta de los toros.

Recibió a su primero con entrega juvenil: dos largas cambiadas de rodillas en el tercio, dos verónicas, tres chicuelinas, una media también de hinojos y una larga. Fue una enérgica carta de presentación que después se reduciría a varias tandas de muletazos despegados y precavidos ante un primer toro con poca clase que exigía un mayor compromiso.

Muy bien comenzó la faena al cuarto, con un pase cambiado por la espalda en el centro del anillo. La noble y templada embestida del toro le permitió torear con más serenidad, pero su tauromaquia no consiguió enganchar al festivo público pamplonés. Como no quería irse de vacío decidió cometer una seria imprudencia que pudo costarle muy caro.

Más recatados se mostraron El Juli y Ginés Marín ante toros supuestamente dificultosos que exigían oficio, mando y compromiso. Ni uno ni otro se comprometieron en demasía; el primero, sobrio y solvente ante su primero, y conformista con el quinto, ante el que dibujó algunos naturales estimables. Marín lo intentó ante el noble tercero en una labor sin enjundia, y nada pudo hacer ante el deslucido sobrero.

La Razón

Por Patricia Navarro. ¡Pe-pín Pe-pín Pe-pín! estrujó el corazón hasta salir por la boca

A Pepín le dio un día, de noches tranquilas y sin alucinógenos, ¡que no se entiende! en las cabezas que sumamos números en busca de una vida en paz y una jubilación serena, que miramos la piel y nos asustamos ante las arrugas y juramos en hebreo por no sumar más cicatrices que las cesáreas felices. Un día le dio por volver en un pueblo antes casi de que empezara la temporada y se le dio bien. Con un toro, torito, y odio el diminutivo por la crueldad del toro en el momento más inesperado. Estaba bien la cosa. La cura del alma. Pero qué le pasaría por la cabeza, qué manzana envenenada arrastraría desde entonces para anunciarse en Pamplona. ¡Señores, Pamplona! Toro Pamplona. Encierro Pamplona. Toraco infernal de tamaño. Toros tridimensionados en las noches oscuras, en las que la cama no es cobijo ni para el cuerpo ni para el alma. Llegó el día y la hora. Y Pepín estaba aquí. Con todas las balas. Cargamento pleno para entregarse a Pamplona, pero “Jabaleño” no puso el camino tan recto. De rodillas le plantó cara Pepín y a la media vuelta le esperó un gañafón del de Victoriano de pocas bromas. Encastado el toro, de corto recorrido y ligero de cuello. Dura prueba que solventó con el oficio intacto, como la figura. No pasa el tiempo. Pero un cuarto. El cuarto del perdón. El de la pesadilla. El que nos estrujó el corazón. Nos dejó sin respiración. Adiós al puñetero aliento. Qué angustia. Fue ese momento en el que Pepín fuimos todos, y ninguno, porque ese cuarto fue toro de los que te recuerda que estar ahí abajo es un milagro al alcance de muy pocos, que el toro es una amenaza constante, una locura, un latido, un mundo, un submundo. Un segundo que lo cambia todo. Ese segundo irreversible. Ese segundo que nos acongoja. El segundo del miedo. Y se lo hizo saber pronto a Liria y a cualquiera que estuviera medio pendiente. Estaba al caer resolver el misterio y la cogida al torero que volvió a vestirse una década después para festejar sus 25 de alternativa fue aterrador. Qué violencia. Desmadejado. Se hizo, se rehizo, se solidificó de sus propios restos y volvió a la cara del torazo para desplantarse, para desafiarle de rodillas. (En una de estas se para el corazón de alguno y uno se queda tieso). Recto se fue detrás de la espada y el toro detrás de él como si se la tuviera jurada. Y así era. Hacía tiempo que le había tomado la matrícula. Y 20.000 personas habíamos sido testigos, agonizantes por momentos, de ello. ¡Pe-pín Pe-pín Pe-pín! volvían a corearles las peñas donde había sido un icono. El regreso había sido duro. (Y la ducha que vendría después en el calor del hotel apoteósica).

El Juli no estuvo a gusto con un segundo que tenía movilidad, pero no acabó de estar metido nunca en la muleta del madrileño y estructuró bien la faena a un quinto, desigual en el viaje, que iba y venía, pero con un ritmo muy desigual que el madrileño corrigió e igualó. No fue corrida fácil, como no es fácil la esencia del toro bravo.

Se fue largo Ginés Marín en la faena al tercero que tuvo movilidad e incluso repetición, pero no acabó de emplearse en el engaño. La faena resultó más larga que compacta. El sexto fue sobrero de Cortés. Rajado y defendiéndose por arriba. No había mucho que rascar. Habíamos acompañado a Pepín aquella tarde en la que volver a vestirse de torero fue toda una gesta.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Y Pepín volvió a Pamplona a sangre y fuego

Decía Belmonte que si los toreros tuvieran que firmar las corridas dos horas antes, no firmarían ninguna. El rostro de Pepín Liria reflejaba la preocupación y los miedos de volver a vestirse de luces en San Fermín una década después de su adiós. A sus 25 años de alternativa, 48 en el DNI, el salto de Illescas -allí donde reapareció en los albores de marzo- a Pamplona -aquí donde fue aguerrido ídolo en plenitud- se hacía un triple mortal sin red.La oceánica apertura de pitones del toro de la vuelta sanferminera acentuaba la importancia del gesto. Y su geniuda movilidad atildaba el atragantón. El León de Cehegín, fríamente recibido, volvió a rugir por largas cambiadas. Como si el tiempo, engañosamente, no hubiera pasado. Hasta los medios entremezcló lances a pies juntos con chicuelinas de generoso vuelo. En la media verónica de rodillas se sintió el primer momento de apuro. No sería el único: en el prólogo de faena, también de hinojos, salvó Liria la cortedad del viaje con reflejos. Y con inteligencia y veteranía todo lo demás. El sitio concedido, el juego con la inercia, el embroque muy abierto. El toro de Victoriano del Río no paraba. Ni se entregaba en su descompuesta exigencia. Una prueba de oxígeno para Pepín, físicamente preparado. La estocada atravesada asomó y necesitó del verduguillo. Tampoco descolgó Ebanista, nombre de aciago recuerdo en la carrera de El Juli. Otra conformación de pitones, tocado arriba, muy serio el cinqueño de Toros de Cortés. En el caballo colocó la cara por encima del estribo, defendiéndose. Que fue lo que hizo constantemente. Salvo en el saludo de verónicas de manos bajas. Cuando por el galope pasaba. Después, sólo por los metros otorgados. A su altura la muleta, sin ir nunca en ella de verdad. En cuanto Julián le exigió una vez por abajo, soltó el derrote presentido. Nada fácil la resolución. Que costó también con la espada.La correosa corrida de VR mantuvo en el armado y altón tercero el patrón de pedir sitio. Hacía hilo si no lo encontraba. Pero humillaba más. Otras ideas más francas tenía. La clase, no. Ni el viaje sostenido hasta el final. Ginés Marín esbozó hermosas cosas a la verónica. Y quiso -querer no siempre es poder- interpretar su concepto perdiendo pasos. No había un camino alternativo. Por abajo logró Ginés pasajes de mayor nota al natural. Como en todos y cada uno de los pases de pecho. El acero desdibujó lo conseguido. El público de frágil memoria no recordaba a Pepín Liria como merecía su tremendo esfuerzo. Ni conectaba con su hacer con el hondísimo cuarto. Un torazo con los cinco años cumplidos también. Pero con la nobleza y la entrega que no habían contado los otros. Hasta que con el enemigo ya rajado en tablas, agotado el depósito, cambiada la entrega por la defensa, Liria se desplantó de rodillas y de espaldas debajo de las peñas de sol. La arrancada imprevista lo cogió de mala manera. La caída a plomo sobre la cabeza crujió su esqueleto. Sólo entonces se coreó el mítico cántico: «¡Pe-pín, Pe-pín, Pe-pín!». La sangre en la frente del veterano torero desmadejado en el estribo, la taleguilla partida, el agua bendita y el milagro de San Fermín. La raza resucitó al León de Cehegín. Que volvió a clavarse de rodillas. Y armó la espada para tirarse a matar o morir. Hundió el acero con el corazón de piedra que siempre le caracterizó. El último arreón, el último estertor, de Ruiseñor secó las gargantas. Otra vez el ¡ay! en la plaza. Ya estaba muerto. Ya estaba conquistada la hazaña. El palco, ajeno a la emotividad de la fecha y su significado, a la hombría épica, aunque fuese sólo por eso, fue un dique de insensibilidadpara la desatada petición de las orejas. ¿A quién le hubiera molestado? Cayó una con el peso de la historia de Pepín Liria en esta plaza. Su nombre ahora gloriosamente coreado. Por su regreso a sangre y fuego.Juli jugó a favor de la nobleza del zancudo quinto. Por la sutileza, el bamboleo de la muleta al hocico, la graduación de las alturas, la faena se desarrolló con impecable planteamiento. Los naturales surgieron con tacto, trato y trazo. Lentos y despaciosos. El relativo ritmo del toro se perdió. Sin que hubiese sido de una humillación superlativa, con sus largas manos como tope. A placer siempre el torero. El estoque se hundió casi completo y pasado. Hubo de usar la cruceta. Una sola vez. El usía subió de nuevo el listón de la feria para negar la oreja que otras tardes, con menos, se dio.Se lesionó el último. Que también era el último cinqueño de la corrida. Y fue devuelto. El manso y basto sobrero de Toros de Cortés se desentendió de su cometido. Derrotó en lo poco que acometió. Y completó la decepcionante y complicada corrida de Victoriano del Río. Ginés quedó inédito.

ABC

Por Andrés Amorós. Vuelta épica de Pepín Liria a San Fermín

Hace diez años y un día, el 11 de julio de 2008, Pepín Liria toreaba por última vez en Pamplona; poco después, se retiró, en su Plaza de Murcia. Vuelve ahora, para celebrar sus 25 años de alternativa: «Ritorna vincitor», como Radamés, en la ópera «Aida». En Pamplona, ha sido un ídolo pero también ha sufrido percances. Me extraña que no reciba la lógica ovación, al concluir el paseíllo. Los toros de Victoriano del Río, complicados y deslucidos, frustran las expectativas de un gran cartel.

Vuelve a Pamplona El Juli, después de un año de ausencia. El segundo, veleto, con casi seis años, flaquea y espera, en banderillas. Julián le va enseñando a embestir, con más técnica que brillo, y no mata bien. Aunque el quinto tampoco promete mucho, lo brinda al público y lo mete en el canasto, con muletazos mandones y suaves, sacando agua de un pozo medio seco. Estocada defectuosa, con salto: petición.

Segunda actuación de Ginés Marín, que el día anterior no tuvo fortuna; intenta remediarlo, con mayor entrega. El tercero, alto y zancudo, flaquea ya en los lances de recibo y protesta. Ginés muestra su facilidad y gusto: algunos muletazos son buenos pero el toro, pegajoso, no le deja relajarse. Mata a la tercera, sin jugar bien la mano izquierda. Devuelto el sexto, descoordinado, el sobrero es gazapón, derrota por alto, al final de cada muletazo: nada que hacer, salvo matarlo bien, como hace.

Vamos ya con el protagonista de la tarde. Pepín Liria sale lanzado, recibe con dos largas de rodillas y lances variados al primero, que, en la muleta, embiste corto y áspero. Después de algún susto, resuelve las dificultades con gran oficio, además de su habitual entrega. Mata con decisión pero la espada hace guardia. El cuarto, grandón, es más suave. Brinda al hijo de Espartaco. Comienza con el pase cambiado, en el centro del ruedo; manda mucho, en muletazos templados, por los dos lados. Éste sí le ha permitido sentirse a gusto pero pronto se raja a tablas. Allí, Pepín se queda a merced del toro; en un desplante de rodillas, es volteado espectacularmente, por el pecho, da la vuelta en el aire, cae de cabeza: un momento de enorme dramatismo. No se sabe si está herido, además del porrazo, pero se vuelca en la estocada, sale perseguido: un final épico. Escuchamos, por fin, los gritos de hace años: «¡Pepín, Pepín!» ¿Cómo es posible que el premio se quede en una oreja. Igualándolo con las orejas, muy baratas, concedidas en días anteriores? Me parece incomprensible, con la emoción auténtica que hemos vivido: una falta absoluta de sentido común y de sensibilidad. Pepín, muy digno, se niega a salir en hombros.

Liria ha sido un torero forjado «a sangre y fuego» (como el título del libro de cuentos de Chaves Nogales). Logró indultar toros de Victorino Martín, Cebada Gago, Torrestrella, Zalduendo… A sus 48 años, ¿qué le ha hecho volver a torear esta tarde, en Pamplona? La insatisfacción personal y artística, el motor de tantas luchas. Sabe bien Pepín que este público puede parecer duro pero no tiene dobleces –igual que su tierra– y que adopta al diestro que se entrega por completo: él, por ejemplo, de nuevo, esta tarde. En su segundo año de alternativa, abrió ya esta puerta grande; ha vuelto a hacerlo, 23 años después. A veces, el esfuerzo honrado recibe su merecida recompensa. Este recuerdo, en rojo y blanco, lo guardará como uno de sus mejores trofeos, todos los días de su vida.

En su honor, adapto la letra de una popular jota navarra: «Dos hombres tiene Navarra/ que la hicieron inmortal:/ Sarasate, de Pamplona,/ y Gayarre, del Roncal./ Y un murciano, Pepín Liria,/ en su regreso triunfal».

12_julio_18_pamplona.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)