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PLAZA DE TOROS DE PAMPLONA

Domingo, 14 de julio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura (complicados, serios y con peligro).

Diestros:

Rafaelillo. Pinchazo, municipal, aviso, estocada y descabello (silencio); tres pinchazos y bajonazo (silencio).

Octavio Chacón. Tres pinchazos, estocada y cinco descabellos, aviso (silencio); en el cuarto (que mata por Rafaelillo), dos pinchazos, estocada y dos descabellos, aviso (silencio). En el sexto, tres pinchazos y estocada baja (palmas de despedida).

Juan Leal. Estocada baja y descabello, aviso (vuelta al ruedo); pinchazo y dos bajonazos, aviso (silencio).

Incidencias: Rafaelillo pasa a la enfermería en el 4º de la tarde. Parte médico: «una cornada envainada en hemitórax izquierdo con enfisema subcutáneo, múltiples fracturas costales, hemotórax e inestabilidad hemodinámica. Ha sido intervenido en la enfermería de la plaza, procediéndose a realizar una toracotomía exploradora, realizándose reparación de estructuras lesionadas y hemostasia. Se ha colocado tubo de tórax. Derivado a la UCI del complejo hospitalario de Navarra. Pronóstico grave».

Galería de imágenes:

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Así fue el grave percance de Rafaelillo con los toros de Miura en San Fermín

Por la mañana, en el último encierro, con el gentío propio del domingo, los Miuras tienen su habitual buen comportamiento, salvo un suceso singular: el colorado «Rabanero», de 640 kilos, se descuelga de sus hermanos, corre solo más de quinientos metros, siembra el pánico y da trabajo a los dobladores, para entrar. Ha habido tres heridos por asta de toro.

Concluye la Feria con la singularidad –en tipo y en comportamiento– de los Miuras, una casta especial. Y no se ha aburrido nadie: ni los corredores, ni los diestros, ni el público.

Abre plaza este «Rabanero»: engallado, sus pitones superan la cabeza de Rafaelillo, un veterano curtido en mil batallas, que se las sabe todas. (Para lidiar a un Miura, es muy conveniente). Lo recibe con larga de rodillas. El toro cumple en varas; queda corto, en la muleta. Rafaelillo machetea a la antigua; solventa la papeleta, como un David torero con un toro Goliat. Mata con gran habilidad y mérito, a la segunda. También recibe con dos largas al cuarto, «Trapajoso», que se frena. En un alarde excesivo, se echa de rodillas y, en el primer muletazo, el toro lo empitona contra las tablas, con un porrazo tremendo: lo llevan a la enfermería, muy dolorido. Chacón, muy firme, le da la lidia adecuada, por la derecha, pero mata mal.

Octavio Chacón fue una de las grandes revelaciones de la pasada temporada, como eficaz lidiador clásico. El cárdeno segundo se llama «Bravío», como el famoso de Santa Coloma, uno de los toros más bravos de la historia. También éste luce bravura, en el caballo; acude a la muleta con cierta nobleza pero pronto se raja. Con mucho oficio, Octavio le saca muletazos suaves. Rueda por la arena, al pinchar, y la mole casi le aplasta. Tarda en matar. En el sexto, bien banderilleado por Trujillo, vuelve a mostrarse lidiador eficaz: corre bien la mano en templados naturales pero el toro empeora pronto y vuelve a fallar, con la espada. Toda la tarde, ha lidiado bien y ha matado mal.

El joven francés Juan Leal sufre muchos percances: eso certifica su gran valor pero no debe atropellar la razón. Decían los clásicos que, para ser torero, hacen falta tres cosas: «Valor, valor y valor». Pero también hace falta cabeza: «A eso –dijo Juan Belmonte, señalando a un toro bien dotado– siempre nos ganan». Acude a portagayola en el tercero y sale apurado. En el quite por saltilleras, recibe un cabezazo en la cara. Se luce Agustín de Espartinas, lidiando, y Marco Leal, con los palos. Juan Leal se echa de rodillas y está al borde del percance. Mejora en algunos derechazos. Aunque el Miura es noble, hemos pasado mucho miedo. Mata muy bajo. Por el percance de Rafaelillo, lidia al quinto, que se frena, echa la cara arriba, en el caballo y en banderillas. El joven francés aguanta los parones, le hace cosas inadecuadas y temerarias, para un Miura. Por suerte, sale indemne, pero, por ese camino, los percances parecen inevitables. Mata muy mal.

El grave percance de Rafaelillo deja un sabor amargo, en este final de Feria. Dejó de sonar, por este año, el «Vals de Astrain», con su canto a «las fiestas de esta gloriosa ciudad, que son, en el mundo entero, una fiesta sin igual». Esta noche, a las doce, los miembros de la Pamplonesa, desde el balcón del Ayuntamiento, acompañan a miles de personas en el «¡Pobre de mí!»: la ceremonia de quitarse los pañuelicos rojos, la luz de las velas, la traca final… La melancolía de lo que acaba y la ilusión de empezar una nueva cuenta atrás: «¡Ya falta menos!»

El País

Por Antonio Lorca. Impresionante cogida de Rafaelillo

El golpetazo que sufrió Rafaelillo contra las tablas fue sencillamente impresionante, muy violento. Lo milagroso es que siga vivo y con el cuerpo entero. Tras brindar al público el cuarto de la tarde, el torero se hincó de rodillas en el tercio y citó al toro por el pitón izquierdo con intención de pasarlo por alto. El animal se le vino encima a gran velocidad, lo empaló de lleno por el costado y lo lanzó contra las tablas como si fuera un muñeco. El atropello fue indescriptible; aún hizo por él, ahora por el lado izquierdo, y se lo quiso comer materialmente, aunque, por fortuna, el pitón astifino no hizo diana. El torero buscó cobijo en el callejón, desmadejado y roto de dolor y, a pesar de su aparente intención de seguir, fue trasladado a la enfermería. En verdad, fue una de esas volteretas que encogen el alma de toda una plaza.

Grandes como un autobús de dos pisos, largos como un tren, armados para la guerra. No portaban pistolas cargadas de munición, pero eran miuras duros, durísimos algunos, listos todos ellos, de esa familia legendaria que cría toros para la antigüedad, toros para la lidia, pero no para el toreo moderno. Toros que requieren toreros de valor seco, nervios de acero, una frialdad de hielo y capacidad técnica inconmensurable.

No es fácil, pues, salir triunfante de esta pelea que con frecuencia se antoja muy desigual. Torazos enormes ante frágiles humanos, empequeñecidos ante gigantes con sentido, listos aprendices desde que salen al ruedo y que no suelen vender barata su vida.

El primero de la tarde, el colorao Rabanero, de 640 kilos de peso, que se llevó por delante a varios mozos en el encierro, era enorme, y más grande parecía aún al lado de Rafaelillo, que es chaparrito de cuerpo. Como la pelea de tú a tú era una muy peligrosa temeridad, Rafaelillo hizo acopio de valerosa inteligencia y pronto comprobó que el toro no tenía un pase. Se comportó como un jabato, sorteó con habilidad los tornillazos y lo mató con rapidez.

Chacón también se llevó lo suyo al entrar a matar a su primero, que echó la cara arriba en el encuentro, derribó al torero y lo buscó con rabia en la arena. El asunto no pasó a mayores porque Chacón se escapó dando vueltas sobre sí mismo, pero la paliza fue de las gordas. Se mostró eficaz y solvente ante ese descastado segundo, que solo embistió por el lado derecho y con la cara siempre a media altura, se justificó con oficio con el cuarto, imposible por el pitón izquierdo y trazó buenos naturales al quinto, al que mató mal.

Por su parte, Juan Leal llegó a Pamplona dispuesto a triunfar como fuera; con el valor como emblema, atropellando la razón, de manera embarullada, y con una disposición tan respetable como en exceso comprometida. Esperó a su primero de rodillas en chiqueros, el toro se le vino encima y si Leal no se tira al suelo lo manda al tendido. Salió apurado de un apretado quite por saltilleras y, antes de que tomara la muleta, saludó el subalterno Marc Leal tras dos buenos pares de banderillas. Brindó al público, comenzó con un arriesgado pase cambiado por la espalda y continuó con tres derechazos rodilla en tierra en un alarde de pundonor. El toro obedeció con nobleza, pero a Leal le pudieron las prisas y su toreo brotó despegado y bullanguero, pero seguro que solo el feo bajonazo final le impidió pasear una oreja. No fue fácil el sexto y por allí anduvo con la disposición intacta, pero mató de otro espadazo metisaca en los bajos y todo se diluyó.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Miura adelanta el 'Pobre de mí'

Su lomo rojizo sobresalía del último madero de los hermanos Aldaz, entre la marea de camisetas de colores y polos blancos de los corredores. Como si una ballena saliese a respirar entre las crestas de las olas. Vi pasar al viejo miura con asombro de niño, con la misma expresión de la primera vez en el Zoo ante el foso de los elefantes grises. Rabanero asomó por el tramo de entrada a la plaza solo, descolgado de la manada, como una criatura totémica. Atrás había dejado un reguero de cornadas, su cabeza golpeaba a los mozos con desprecio, ni siquiera con furia. Sus 640 kilos de su estratosférica alzada, sus portentosos cinco años, también se presentaron por la tarde en el ruedo con un orgullo atávico. La cuadrilla de Rafaelillo decidió echarlo por delante: una vez asumida la suerte (sic), mejor quitárselo de en medio cuanto antes, debieron de pensar. Antiguamente no se hacían así las cosas, y el bonito se ponía como primero del lote. Claro, que «bonito» y Miura es un oxímoron.

La salida Rabanero para partir plaza provocó un entusiasmo encendido, un «¡ohhh!» de tan inmensa admiración como su brutal porte y su cabeza de gigante. Rafaelillo observaba al bello monstruo en contrapicado. Y en un momento lo miró desde el abismo de una larga cambiada de rodillas. Algo así como alzar la vista desde el fondo de una garganta del Gran Cañón del Colorado. Librada la larga, Rabanero saludó a todos los habitantes del callejón como quien pasa revista. Hubo una agitación generalizada sólo con sentir aquellos ojos. Como cuando el Rex de Jurasic Park contaba presas desde el otro lado de la jaula.

Por encima de la esclavina y del palillo radiografiaba a Rafael. Su empleo en el caballo no había generado mayores violencias, ni sacado un poder proporcional a su envergadura. Sin embargo, las sacudidas telúricas de su cabeza en la muleta hacían temblar al miedo. El veterano dudó entre abrir faena por alto o por bajo. Así que secuencialmente planteó las dos opciones. Desde entonces todo sucedió sobre las piernas. No pasaba el tremebundo miureño. Rubio esquivaba los testarazos. Y pedía palmas como reclamando la importancia que tenía y no advertía la gente. Tan absorta con el ejemplar de Zahariche. Matarlo fue una proeza que Rafaelillo contará a sus nietos.

La óptica que fijó Rabanero hacían chicos a los demás sin serlo. A Rafaelillo, el «bonito», el que se había dejado como cuarto, en realidad no gran cosa, le reventó las costillas con su mala leche. De principio de faena, de rodillas y contra las tablas. El grito se oyó en Olite. El dolor se posó en su boca. Que buscaba el aire como pez fuera del agua mientras lo conducían a la enfermería. Allí le intervinieron de múltiples fracturas costales; no regresó.

Octavio Chacón pasaportó como pudo al gris marrajo. Ya había sido cárdeno el fino suyo anterior. Y muy manejable después de darse con generosidad en el caballo. En su media altura, Chacón lo pasó con oficio, cada vez más desentendido el miura. De toque y distracción santacolomeña. A la hora del volapié, OC se atascó quedándose en la cara. Del primero de los envites rodó como una croqueta. Se escapó de milagro.

Juan Leal volvió a entregarse como siempre tocado por su temeraria locura. Que se supone es lo que le salva. Desde que se fue a porta gayola tan lejos: el cuerpo a tierra libró el obús contra su montera. En el tercio tiró de nuevo otra larga arrebatada. La hermosísima pinta del miura levantado del piso traía carácter, un calambre que Leal encajó en un quite por saltilleras. El arranque siguió con el mismo arrebato, idéntico arrojo, igual maltrato. De rodillas o en pie. Los enganchones ensuciaban su constante, tenaz y peripatético ataque. Un sablazo en el costillar no le frenó: la vuelta al ruedo para adornar su debut fue de portátil. No menos decorosa fue la manera de asaetar al grandón quinto -se había corrido turno-, un toro sin poder. Ni para desarrollar su instinto. JL le quiso hacer de todo y no consiguió nada.

El último miura de la tarde, último toro de San Fermín, tendría un metro de pitón a pitón. Sin exageraciones. Tal y como aparentaba se movió: entre avileño y vaca vieja de medio pelo. Octavio Chacón lo trajinó. Y lo mató malamente.

Miura adelantó el Pobre de mí.

14_julio_19_pamplona.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)