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Real Maestranza de Sevilla

Viernes, 15 de abril de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Nuñez del Cuvillo (bien presentados, encastados aunque justos de fuerza; con buen juego).

Diestros:

Morante de la Puebla. Pinchazo hondo, pinchazo, media estocada, tres descabellos (silencio); estocada un poco caída (dos orejas).

El Juli. Estocada trasera (saludos desde el tercio); dos pinchazos tras resultar cogido, estocada casi entera (gran ovación y saludos desde el tercio).

Andrés Roca Rey. Estocada baja (oreja); dos pinchazos, descabello (saludos desde el tercio).

Incidencias: El Juli resultó cogido en el 5º de la tarde aunque continuó la lidia. Posteriormente fue atendido en la enfermería. Parte médico: “Herida por asta de toro en región glútea derecha de 15 cm que lesiona músculo glúteo mayor. Se practica limpieza, reparación de planos músculares y drenajes”. Pronóstico grave. Es hospitalizado. Firmado: Octavio Mulet Zayas (Cirujano Jefe).

Presidente: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: soleado, con temperatura agradable y rachas de viento.

Entrada: hasta la bandera.

Video: http://bit.ly/1V7JzQw

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Esta vez no se cumplió el refrán y la expectación se convirtió en realidad con creces. Los de Cuvillo no fueron un muy allá. Los dos primeros muy terciaditos, el tercero de cara agradable, el cuarto fue el soñado por Morante y por todo el toreo de paso, y los dos últimos descastados. Todos justos de fuerza, eso sí, que para eso era una corrida de figuras. Morante en el primero se justificó y en el cuarto bordó el toreo. Todo temple, belleza, armonía… y genialidad, hasta con desplantes antiguos al final. Es la faena de la feria y se recordará muchos años. El Juli tuvo su pique en el segundo con Roca Rey, que viene a destronarlo. El quinto era infumable y él lo sabía, pero lo intentó, todo pundonor, hasta la extenuación, hasta el límite, hasta la cogida… Sevilla lo vio y se lo reconoció. Roca Rey no desentonó al lado de dos figurones, y sobre todo después de lo que hizo Morante. En el tercero cortó merecida oreja y buscó con ahínco la otra en el cierraplaza. Arrimón importante, pases imposibles y trayectorias impensadas para el toro. La espada le privó de otra oreja, porque el toro no daba para más. Está claro que el peruano de “Gerena” va a tener tardes de grandes triunfos en la Maestranza. En definitiva, una gran tarde por todo: hubo emoción, peligro, tensión… Y arte, mucho arte.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: Cuando se torea con el corazón. Cuando se torea de verdad con el corazón y el alma pueden pasar varias cosas: que la emoción llegue con una faena de las que se recuerdan con el paso de los años o que pagues el peaje con sangre. Sevilla esta tarde ha vivido las dos caras del toreo y ha reconocido la entrega y el valor de dos figuras del toreo y de un joven diestro que pide paso. La apoteosis se vivió en el cuarto de la tarde. Dudosito era un toro con mucha clase y ritmo al que Morante le ha realizado la mejor faena de la Feria. Comenzó su labor con un cartucho de pescado invertido torerísimo. De ahí, se fue a los medios para dibujar extraordinarios muletazos por el pitón derecho de mano baja y templandísimos. Dudosito acariciaba la muleta de Morante con una dulzura que se entremezcló con el sabor añejo del toreo del de La Puebla del Río. También hubo espacio para la improvisación, cuando el animal le rompió el estaquillador y cogió la muleta como un capote y le instrumentó una especie de chicuelina. La plaza en pie no cabía de gozo y emoción. Morante se tiró a por todas para acabar con la vida del astado de Núñez del Cuvillo. Las dos orejas supieron a gloria y al final los jóvenes lo alzaron a hombros por una Sevilla rendida a José Antonio. Del primero, lo verdaderamente destacable es cómo Morante bordó el toreo a la verónica. Julián López “El Juli” dejó su sangre en el albero de la Maestranza. En esta ocasión no han importando las orejas, si no la gran dimensión que ha dado. Parecía un novillero que está comenzando y no una figura que lleva 18 años tirando del carro. Se la jugó en el quinto. Juli no se quería quedar atrás. Era su último cartucho y puso toda la carne en el asador. El de Cuvillo fue un toro parado y descastado al que Julián consiguió sacarle muletazos profundos. Con el glúteo sangrando y cojeando, agarró la muleta y se puso a torear al natural con empaque. La oreja era de ley, pero la espada se la robó. Eso es lo de menos. Sevilla le reconoció su valor y su entrega. Tarde muy importante de Julián. Con su flojo anterior, estuvo muy firme. Soberbio fue el quite por chucuelinas ajustadísmas como réplica al de Roca Rey. Una oreja cortó del tercero Andrés Roca Rey a otro buen toro de Cuvillo que tenía recorrido, fijeza y mucha clase. El peruano tiene dos virtudes extraordinarias como son la valentía y el temple. Ambas salieron a relucir. Roca toreó muy despacio cuando el viento se lo permitió. Las bernardinas finales jugándose el tipo, fueron el epílogo perfecto. Con el violento sexto también estuvo muy valiente. Perdió la oreja por la espada después de haber realizado una faena de poder.

Lo peor: ¿Pudo haber más? Fue una tarde de expectación máxima. El cartel de “No hay billetes” se volvió a colgar. No hubo Puertas del Príncipe hoy tampoco. Pero, ¿y si Cuvillo hubiera traído dos toros como los que saltaron ayer en segundo y quinto lugar? Tal vez, la historia hubiera sido diferente y mejor.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Antológica faena de Morante

Mucho viento y un ambiente de expectación desbordada. Dios es muy mal aficionado. El papel se había acabado hace una semana al menos. Morante de la Puebla caminó a la plaza desde el hotel. La cuadrilla como guardia pretoriana por la calle Adriano. Y la parada obligatoria en este abril intempestivo en la capilla del Baratillo. Velas y plegarias para su última comparecencia en la feria.

Como respuesta a los rezos brotaron siete verónicas divinas. En cada lance, más reducida la embestida, más henchido el empaque, más acunado el toro. El remate arrebujado en vieja estampa de torería. Pero o le faltaron cuentas al rosario de Morante o el amelocotonado y redondo cuvillo portaba una bodega vacía. Sintió el hierro bajo el peto y cuando lo abandonó voluntariamente perdió la mirada. Nostalgia de campo. Ni opción de quite. José Antonio de la Puebla emprendió una faena con escasas esperanzas. Protegido entre las rayas de Eolo quiso componer por la derecha en las líneas naturales del toro. Y el toro se le venía andando, desganado y punteando los engaños. Dos aquí y tres allá desprendieron sabor. Un natural destelló solitario. Desencelada la embestida por completo. Usó el matador la espada con precaución. El cielo reservaba toda una antología…

La climalogía huracanada ya interrumpió el saludo con el capote de El Juli. El lindo y lavadito cuvillo derribó sin querer el caballo por los pechos. Y lo hirió. Salvador Núñez relevó a Diego Ortiz. Para casi nada. Roca Rey prendió la mecha del tercio de quites por caleserinas embarulladas por inapropiadas para el vendaval. Juli respondió por chicuelinas de compás abierto. La gente agradeció la competencia. No podía el toro, falto de un tranco final. Antes de que se viniera abajo del todo, el torero lo trató de ayudar. Y lo soltaba pronto de sus obligaciones. Solvencia y quietud final. Mató al muerto con eficacia.

Saltó “Encendido” con unas hechuras extraordinarias y llenas. Roca Rey libró una larga cambiada y unos lances que desembocaron en vistosa revolera. El colorado toro empujó con bravura en el caballo. Riñones adentro y abajo la cara. Rey quitó por saltilleras. Y se dispuso a torear. Terrible el viento para la misión. La apertura por alto escondía una espaldina como carta de presentación. Quiso sacárselo a los medios o más allá de la segunda raya, que era lo que pedía la humillada bravura de “Encendido”. Imposible. Refugiado casi en tablas corrió la mano derecha con lentitud. A fuego lento. El cambio de mano subió la temperatura ligado al de pecho. Valor aguantar la ventolina en la zurda. Y por la derecha terminó de explotar previa arrucina. Las bernadinas de arrojo y una estocada caída al encuentro se transformaron en una oreja.

A Morante le quedaba un toro. Siempre fue torero del último toro en sus gestos. En Jerez o en Madrid. Como si cogiese el último tren. La última ola. Y en su cresta sublimó el arte del toreo. “Dudosito” aportó su calidad contada. El genio de La Puebla lo mimó en el caballo. Y tanto quería que estrenó la no cuesta del albero. La llanura maestrante. En el tercio se le hubiera apagado la llama a la embestida. Del pase cambiado al hilo de la madera, desplegado desde el cartucho, marchó a los medios. No importaba el viento. Y allí paró el tiempo. Redondos eternos formaban triadas porque “Dudosito” no daba para el cuarto. Surgieron pases de pecho abelmontados a la hombrera contraria. Y desplantes de torería. El torear sin toro. Un afarolado birlibirloquesco y una natural como música callada. No contento Morantese recreó ya hacia tablas en derechazos de tierra quemada por un manantial de lava. El palillo se partió como un crujido. No sólo el palillo. Los cimientos de la Maestranza sentían el terremoto. Y en Triana temblaba el puente. Como coda al poema que encarnaba una antología, José Antonio Morante Camacho firmó los naturales más hermosos con hierro candente en la retina. Y como si se hubiera sentado en el despacho de Joselito el Gallo se agarró a la punta del pitón. Una fotografía en sepia. No hubo otro camino que atacar con el corazón la estocada. Porque el corazón de Sevilla estaba en ella. Y así el volapié reventó del todo la Maestranza. Dos orejas para una obra que se contará de padres a hijos. Y de hijos a nietos. Durante más generaciones que las que durará el toreo.

A El Juli le hirió su orgullo. Y el orgullo se hundió en sus carnes como si fuera el astifino pitón de quedó toro de Cuvillo. Fue la raza de la figura y la falta de raza del toro la que derribaron al torero, que hacía por remontar al enemigo. Pero se le quedó por debajo y… Las dagas le pasaron por el rostro con el filo del miedo. Juli ya iba herido y hacía por zafarse. Revuelo de capotes y de los que no llevaban capote al quite. El boquete ya estaba en la taleguilla sin saber el alcance. Cojeaba el matador, deshecho el chaleco, desencajado el rostro. Si cobra la estocada, esperaba la recompensa a su entrega. Pero pinchó con el cuerpo y el instinto lastrados. La ovación reconoció el esfuerzo del titán, que saludó jodido. Y pasó por su propio pie a la enfermería.

El valor de Roca Rey volvió a quedar patente con el negro sexto. Valor de Roca, valor de ley, desde los cambiados por la espalda hasta que el toro inició la cuesta abajo, lo sucedió más antes que después. En tablas y sin distancias se sucedieron pases por detrás, arrucinas y espaldinas que si caen en el abuso se demeritarán. Pinchó desgraciamente y hubo de descabellar. Sevilla lo despidió con respeto.

ABC

Por Andrés Amorós. De la faena soñada de Morante a la cornada de El Juli en Sevilla

Otra tarde para la historia, en el coso del Baratillo. En el último de los ocho toros que mata en esta Feria, Morante de la Puebla cuaja una faena de ensueño (lo de menos es que corta dos orejas). El Juli paga con sangre su casta y su ambición. Roca Rey asombra por su valor (una oreja).

Por una vez no se ha cumplido lo de la decepción que sigue a la expectación. Hace días se había puesto el cartel de “No hay billetes” y el ambiente era extraordinario. ¿Un acontecimiento social? ¡Ojalá los toros vuelvan a ponerse de moda! Además de eso, hemos vivido un espectáculo único, en sus distintas facetas: belleza, valor, riesgo, competencia… Para mí, solo ha faltado que los toros de Cuvillo, astifinos, de buen juego, tengan más fuerza. (Eso, hoy en día, parece pedir peras al olmo).

Había apostado muy fuerte Morante en esta Feria de su regreso, toreando cuatro tardes (una más, en San Miguel). Ni uno solo de los seis toros anteriores le habían dado posibilidades. Quema su último cartucho. Sale muy decidido, en el primero, dibujando verónicas desiguales (alguna, muy buena). Los derechazos no salen limpios porque el toro puntea; saboreamos dos naturales lentísimos pero el toro se apaga y todo se queda en chispazos de arte, sin llegar a la hoguera. Pero quedaba el cuarto, “Dudosito”. Se empeña el diestro en el capote: una chicuelina, lances a pies juntos, media. Lo alivia en los capotazos por alto. En el quite, recurre a las chicuelinas. El comienzo de faena es tan sorprendente y arriesgado que la gente – creo yo – no se entera: el pase cambiado, en tablas, a muleta plegada, que ha sido causa de tantas cornadas. El toro, muy justo de fuerza, saca gran nobleza y permite que Morante despliegue toda su estética: naturales y derechazos a cámara lentísima, que ponen de pie a la gente, enloquecida. También despliega su fantasía: cuando el toro pisa la muleta, la recoge del suelo y, a dos manos, improvisa un molinete que parece de la Edad de Oro del toreo. Los naturales de frente son maravillosos y la forma de irse del toro, una delicia. El público ruge, no se cree lo que está viendo. Entrando con decisión, logra una buena estocada y sale pegando naturales; todavía aleja a los peones y acompaña al toro, en su agonía, como le gustaba hacer a Antonio Ordóñez. Las dos orejas son indiscutibles y la gente se felicita por haber podido ver esta faena.

Todos conocemos la casta del Juli, su orgullo profesional. En el segundo, que flojea, hace Roca Rey el primero de sus barrocos quites (no perdonará ni uno, en toda la tarde) y replica por chicuelinas. Brinda por televisión en recuerdo del ganadero Manuel Coimbra. La faena es técnica y valiente pero no remonta del todo. Mata con un salto exagerado y la espada queda mal. El quinto toro es muy flojo y parado. Después de la faena de Morante, resulta muy difícil conectar con el público, con otro estilo. Julián se empeña, a base de ambición y oficio: se “monta” encima del toro hasta que es revolcado dramáticamente. Por la sangre y la cojera, se nota que va herido. Mata a la tercera y pasa a la enfermería: sufre una cornada en el glúteo derecho, de pronóstico grave pero ha sellado su reconciliación con Sevilla.

El joven Roca Rey no se queda atrás en ningún momento. En sus dos faenas, muestra un valor tremendo, pero consciente, sabiendo muy lo que hace, y una capacidad fuera de lo común. En el tercero, alterna el clasicismo (suaves derechazos) con un valor casi tremendista, al aguantar los parones, y una variedad, al improvisar, que sorprende. Y, todo eso, sin sudar ni despeinarse. Al encuentro, la espada queda baja: oreja. En el último, que no ayuda nada, enlaza los cambiados con arrucinas, se saca al toro por donde quiere. La espada le impide cortar otra oreja pero deja una impresión inmejorable.

El País

Por Antonio Lorca. Morante, el embrujo sevillano

La Maestranza se volvió loca, presa del embrujo y el delirio provocados por un torero en estado de gracia que en la última carta de su última corrida de la feria se encontró con un torete inválido, un tesoro de nobleza, con el recorrido justo, y dibujó una de esas faenas soñadas, preñada de armonía y plasticidad, que solo se puede hacer realidad con un animal de laboratorio, bondadoso hasta la exageración.

La plaza enloqueció de felicidad y pidió casi de forma unánime las dos orejas, que Morante de la Puebla —no podía ser otro— paseó sonriente.

Todo había comenzado con una buena media verónica tras un intento baldío con el capote, cuando ya el animal mostró su evidente carencia de fuerzas, que arreció en el caballo, y aprobó el examen para ser devuelto a los corrales por su manifiesta invalidez. Las protestas casi ni se notaron, Carretero se lució en un buen par de banderillas, y Morante tomó la muleta, se colocó al hilo de las tablas y plegó el engaño el estilo del famoso cartucho de pescao. Vació la embestida primera por fuera y por alto, continuó por ayudados y cerró el preludio con un largo pase de pecho.

Se fue al centro del anillo, y allí dibujó —así fue— grandes muletazos con la mano derecha, suaves, lentísimos, plenos de empaque y aroma del mejor toreo. Para entonces, la Maestranza ya daba muestras de un frenesí progresivo.

Muleta en la mano zurda. El animal hace ímprobos esfuerzos para superar su modorra, surge un natural y otro de pecho en el aire de una prestancia sin igual. Lo intenta de nuevo con la derecha, el toro se defiende y desarma al torero. La música está sonando, los tendidos embriagados y Morante reacciona con una velocidad inusitada para recoger el engaño y que no se rompiera el encanto. Toma la muleta del suelo, la agarra con las dos manos y, así, a modo de capote, traza un molinete preciosista y un desplante para gloria de los fotógrafos.

A estas alturas, el panorama era ya indescriptible porque el barroquismo tan personal de este torero se había expandido por todos los rincones de la plaza. Aun quedaban dos redondos largos antes de montar la espada —no se oye una mosca y hasta los vencejos han detenido su vuelo para ser testigos del momento— y Morante la entierra hasta la empuñadura y el público vibra de incontenida emoción.

Fue el toro ideal, perfecto para el toreo de Morante de la Puebla, tan grande como irregular artista; el toro moderno, sin trapío y ayuno de codicia y bravura, pero el más adecuado para el toreo que hoy encandila a los públicos. No es cuestión de restar méritos a quien tan grandes cualidades posee, pero el toro bravo es otra cosa.

Su primero, por ejemplo, tuvo más vida, y Morante nunca se acopló a su embestida. Lo intentó por ambas manos, pero los muletazos surgieron siempre enganchados. Todos tuvieron un inicio de dulce y un desenlace desigual. Había recibido al toro con un par de verónicas de categoría, pero a la faena de muleta le faltó consistencia, unidad y templanza. Vamos, que estuvo por debajo de las condiciones de su oponente.

No vino de paseo El Juli, aunque la ganadería elegida —cómoda entre las cómodas— así lo aireara. El joven Roca Rey hizo un quite por tafalleras y gaoneras en el segundo toro de la tarde, y el señor López le replicó con otro por chicuelinas, cerradas con dos medias y una revolera, que fueron muy jaleadas. Después, muleta en mano, el asunto cambió; otro toro desbordante de nobleza que no fue aprovechado como su condición requería. El Juli lo citó siempre al hilo del pitón y las tandas resultaron poco vistosas. El ánimo del animal se fue agotando en la misma medida que la esperanza de los tendidos. Inválido también fue el quinto, sosísimo, por otra parte; un animal sin aparente peligro. El Juli le arrancó un par de tandas de naturales muy estimables y, al final, llegó una voltereta que le produjo una grave herida en el glúteo. Con la plaza rendida, falló con la espada y no pudo pasear un trofeo que tuvo alcance de la mano.

Y Roca Rey, el joven torero peruano, es un torbellino de ilusionada valentía. Ejecuta un toreo acelerado y destemplado, pero conecta con rapidez con los tendidos y no da por perdido un lance. Participa en quites y exprime a sus oponentes en la búsqueda desesperada del triunfo. Esperó a su primero con una larga cambiada en el tercio, y porfió con el cansino animal hasta conseguir que sonara la música a su valor, porque toreo hubo poco. A pesar de todo, le concedieron una oreja sin motivo aparente. Deslucido y aplomado resultó el sexto; salió a por todas el torero: lo esperó en el centro con tres muletazos cambiados por la espalda y lo intentó con pasión hasta los pinchazos finales. No pudo ser porque el toro no lo permitió.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Morante, toreo a cámara lenta y dos orejas

Gran expectación y muy interesante tarde de toros, que comenzó con fuerte intensidad en el segundo, con un pique en el tercio de varas entre El Juli y Roca Rey, con sendas grandes ovaciones para los dos diestros.

Morante degustó al bombón cuarto, de suaves embestidas, con el que toreó a cámara lenta en varios pasajes de una faena por momentos arrebatadora, con desarme incluido y el chispazo genial de continuar dando un capotazo con la muleta a modo de capa. Con el que abrió plaza, noblón y sin recorrido, le sobraron enganchones.

Roca Rey desplegó valor, capacidad y buen toreo ante el tercero, al que tuvo que lidiar junto a tablas por fuertes ráfagas de viento. Con el sexto, con escasa fuerza, se la jugó, especialmente en cercanías.

El Juli sacó a relucir su raza torera. Pudo pronto a su primero, que perdió de inmediato gas y cumplió con el manejable y parado quinto, que le cogió cuando toreaba con la diestra, sufriendo una cornada en el glúteo derecho.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Diez minutos en el paraíso terrenal

Era la cuarta tarde, el octavo toro y ya no sé cuántas ferias. Pero Morante estaba a punto de marcharse de sus galas de abril sin conseguir pasar de las buenas sensaciones de las dos primeras funciones. En la tercera había sido imposible y, en honor a la verdad, tampoco le había embestido un toro para volver a enamorar a esa afición que le ha esperado dos largos años sin quebrar confianzas.

Y el milagro se produjo en forma de embestida dulce, enclasada, medida en el motor. La brindó el cuarto toro de Núñez del Cuvillo, un precioso ejemplar de pelo colorao con el que Morante no terminó de concretar algunos apuntes capoteros que sí remató con una preciosa media. No fue ni fú ni fá en el caballo pero la cosa se animó en las dos chicuelinas aladas que permitieron al diestro de la Puebla calibrar los bríos de su enemigo. Muy cerrado en tablas, inició la faena con el añejo cambio a muleta plegada -ecos de Antonio Bienvenida- antes de pasarlo por ayudados y romperse en dos o tres muletazos que parecían haber apurado toda la gasolina del animal…

Entonces surgió la obra con una serie excepcional que nos reconcilió con el toreo como caricia, expresión, delicadeza, sentido del ritmo, compás… podríamos seguir poniendo adjetivos al trasteo luminoso de Morante, que supo enhebrarse a la perfección a la dulce embestida del cuvillo para cincelar, una a una, las estrofas de su particular romance. Un farol sirvió de nexo con un mazo de naturales extraídos con el alma, sentidos con todo el cuerpo del diestro cigarrero que volvió a la mano derecha mientras la plaza rugía como una fiera despertada de un largo invierno. Un desarme fortuito rompió el palo de la muleta. Lejos de interrumpir el hilo de la faena, Morante tomó aquel trapo y se marcó una media verónica marchosa. Después llegaron naturales a pies juntos, la marimorena, la biblia en pasta, yo qué sé… José Antonio estaba sembrado y siguió expresándose, apurando la excelente clase de su enemigo al que mató, por fin, de una estocada entera de la que tardó en morir. Las dos orejas estaban cantadas antes de que tomara el acero. Con o sin la Puerta del Príncipe de las matemáticas -qué absurdo- se lo llevaron a hombros hasta el hotel arropado por el crepúsculo de abril.

Morante había tenido muy pocas opciones con el noble ejemplar melocotón que rompió plaza aunque sí le formó un lío -marca de la casa- manejando el percal. No tenía mala condición en la muleta pero después de sangrar mucho y mal en el caballo protestó en la muleta de puro flojo. Lo mejor, ya se lo hemos contado, estaba aún por llegar.

Pero la tarde, último cartel de auténticas campanillas de esta quincena de toros que mañana se clausura, tuvo otros argumentos de peso. En los corrillos se comentaba la tensión previa del festejo: el reto personal del propio Morante; el cetro de El Juli y el pronunciamiento juvenil de Roca Rey. Todos dieron lo mejor de sí mismos y Julián hasta recibió una cornada jugándose el tipo en una faena de gran maestro y torero valiente, extraña en el que ya nada tiene que demostrar. Nadie daba un duro por el quinto pero el diestro madrileño le hizo embestir a base de exposición, conocimiento y, sobre todo, sentido de la responsabilidad. Hizo ir al bicho por donde no quería ir y hasta le arrancó algunos naturales de bella factura apurando los terrenos hasta que el animal le echó mano corneándole en un glúteo y arrancándole el chaleco. La espada se atascó en los primeros viajes y voló la oreja maciza que se había ganado. También la había buscado con ahínco -algo acelerado- con el anovillado segundo, que metió una tremenda costalada al picador Diego Ortiz e hirió al caballo. El Juli no había venido de paseo.

Tampoco lo hizo el joven paladín de la terna. Que se apretó con sus dos enemigos en dos faenas de corte similar, algo desordenada la que instrumentó al noble tercero al que mató de forma muy fea empañando la oreja, generosa, que paseó. Pero el pretendiente peruano volvió a meterse entre los pitones del temperamental sexto, al que se enroscó en torno al cuerpo entre alardes, arrucinas, sorpresivos cambios de pitón y, siempre, a milímetros de sus puntas. Roca Rey quiere y puede. Cuidado.

La Razón

Por Patricia Navarro. Y Morante se hizo inmortal

Alas seis y media contábamos con el desorden de todos los días de feria grande. La noche y el día, digan lo que digan. Y bien lo saben los bares. La bocana hasta arriba de gente que no había conseguido llegar a su localidad en hora. Los de las primeras filas en pie y así, como nadie ve, escalera arriba. Dos o tres que discuten y tres y cuatro que amenazan con liarla hasta que llega la paz. «Tranquilos, que aquí estamos todos para lo mismo». Conviven distintos acentos, de aquí y de allá, hoy más de allá que de aquí y se reconcilian como pueden los gustos. Quien es de Morante no comulga con El Juli y viceversa. O eso se creen. El toreo acaba por poner de acuerdo a todos. Según empieza el festejo, estamos en los albores y para no perder las costumbres el de la grada intenta arrancarse a cantar mientras el vecino le corta con un «por qué no te callas». Es decir, todo transcurre dentro de la deliciosa normalidad que habita en la Maestranza. Vivir para contarla. El viento molesta. Molesta mucho. Lo que todavía no sabemos es que uno de los tres actuantes ha hecho pacto con el diablo. El viento sopla endiablado sí, salvo a Morante. Era su tarde. Quién nos lo iba a decir. Según aparece por la boca del burladero Eolo se aplaca, él sabe más de la cuenta, lo que está por venir, qué locura, qué locos, pero en ese momento, se abre Morante de capa, un recital sin protocolo, una, dos y tres y podríamos llegar a siete… Verónicas todas. Mecidas todas. Arrebujadas, sí. De mentón hundido y al pecho. De Morante, vaya. Y la media, dibujada al compás. Y de Morante también el desarrollo final. Hasta ahí justito paramos de hablar. Faena de sí y no. Nobleza del toro y ritmo desigual. Lo del cuarto fue una de esas avalanchas de emociones que te pasa por encima y tardas en recuperar. Otra historia. Otra película. El Cuvillo tuvo una calidad exquisita, un temple fuera de lo común y escaso poder, uno de esos toros que mil y una vez se dice «si le toca éste a Morante» y le tocó. Un sueño vamos. Hasta resultaba un exceso ver torear tan despacio. Inverosímil. Casi imposible hacerlo de salón. A los mismos medios se lo llevó el de La Puebla nada más comenzar, sería por lo del pacto, y ahí sin preámbulos, nos vino el desmayo como un fogonazo a la imaginación. El delirio era Sevilla con ese toreo diestro, la derecha verdadera, que diría mi amigo Muriel. Un mundo en esa tanda, una ilusión, la Maestranza cómplice. Expectante. ¿Habría más? ¿Cabía más? Siguió por ahí, cadencia y pureza y ese sabor añejo y sorprendente en los remates que conecta con la profundidad y el pasado del toreo. Inmersos en ese delirio y mientras intentaba descubrirse también en el toreo al natural se encontró en un pase de pecho que pueden estar buscándolo a la vera del Guadalquivir a la mañana de mañana. Por la diestra hizo un regreso colosal, pero antes de tirarse a matar o morir, antes de encontrar la muerte de los días importantes, cuajó al toro al natural y de qué manera. Glorioso. Como glorioso fue ese instante en el que perdió el engaño, lo recuperó y con la misma muleta le dio una media. Entró la espada, las dos orejas… Y mucha historia que contar, pero antes que eso Morante ya se había conseguido la inmortalidad, la de su obra.

A El Juli se le vio herido el orgullo y tanto fue así que expuso con el quinto hasta que éste le cogió y le hirió de gravedad. Ni un gesto. Ni un exceso. Mató al toro. Y después. Si eso después. Cogió el camino de la enfermería. Ya se había picado con Roca Rey en el tercio de quites del segundo y quiso con la movilidad del toro, aunque le duró poco al Cuvillo.

Roca Rey tiró de valor y más valor con el sexto que tuvo casta pero le faltó fondo. Del derecho y del revés se pasó al animal forzando en exceso y más allá de las necesidades del toro las cercanías. Mismo son con el tercero, que tuvo calidad y el empuje justo. Nadie vino a pasar el rato. A El Juli le salió caro y Morante lo bordó. El octavo toro fue. Bendito sea.

15_abril_16_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:24 (editor externo)