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Real Maestranza de Sevilla

Domingo, 17 de abril de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura (desiguales de presentación, justos de fuerza, mansos y con peligro).

Diestros:

Rafaelillo. Pinchazo, pinchazo hondo, aviso, descabello (saludos); estocada tendida (oreja).

Javier Castaño. Pinchazo, estocada en su sitio, rueda sin puntilla (saludos desde el tercio); estocada casi entera, aviso (saludos desde el tercio).

Manuel Escribano. Estocada (saludos desde el tercio); dos pinchazos, estocada (silencio).

Banderilleros que saludaron: Fernando Sánchez y José Luis López “Lipi”, de la cuadrilla de Javier Castaño, en el 2º.

Presidente: José Luque Teruel.

Tiempo: nublado y primaveral después.

Entrada: lleno con grandes huecos.

Video: http://bit.ly/1VbKsaO

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Llegó, al fin la miurada, tras quince tardes seguidas, sin ninguna suspensión, aunque algunas anduvieron cerca, y se cerró la Feria. La Feria de la recuperación, la reconciliación, la nueva etapa, lo que quieran decir. Bueno, pues la miurada fue fiel a sus principios, aunque no lo pareciese. Blanda en general de manos, descastada en los trances finales y alguno codicioso en el caballo, y en general noblona. A Rafaelillo le tocaron los dos más manejables y nobles, el cuarto sin humillar, pero por eso duró más. Y supo sacar partido a su suerte. En el primero lo pinchó pero en el otro, todo valor y decisión, le sacó una oreja. Javier Castaño, el héroe de la tarde, se propuso estar en la Maestranza, tras una más que grave cornada de enfermedad y allí estuvo, lidiando lo que pudo, y agradecido y cariñoso el público con él. Escribano completó su segunda Feria lidiando victorinos y miuras, hecho inédito, y con gran solvencia y éxito. No tuvo suerte en el lote pero fue todo decisión y estuvo por encima toda la tarde. A portagayola, extraordinario con el capote, pues le tocó la música, fácil en banderillas y dando los muletazos que tenían sus enemigos -el sexto ni uno- y alguno más. Y esto es todo, señores: el año que viene más.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: El sacrificio de la lucha. La sensibilidad de Sevilla no tiene límites. Con una fuerte y hermosa ovación recibió a Javier Castaño, que apenas hace 15 días, terminó su recuperación contra el cáncer. Los vellos de punta. El corazón en un puño. De blanco impoluto hizo el paseíllo como si fuera su primera vez. Pero en cierto modo lo era. Su primer paseíllo dándole gracias a la vida. Castaño reapareció batallando con un toro muy complicado que brindó al doctor que ha estado estos meses luchando con él, Luis Carrasco. El quinto tampoco se lo puso fácil a Castaño, que se mostró voluntarioso. Pero la Maestranza lo volvió a obsequiar con otra ovación. Gracias por dadnos una lección.

Tenito abrió la última corrida de la Feria. Un Miura alto, que peleó en el caballo y tenía las virtudes de la humillación, la clase y la nobleza. Rafaelillo lo llevó templado con la diestra, mientras el animal acariciaba el albero con su embestida. El diestro murciano terminó montándose sobre él en los últimos compases, cuando el astado no le quitaba ojo. La oreja era suya pero se le atragantó la espada. Se fue a esperar al cuarto a chiqueros. Salió el Miura con muchos pies, pero el Rafaelillo después de la larga cambiada le instrumentó una serie de verónicas y chicuelinas rematadas con una media. El animal tenía ritmo y clase, aunque no andaba sobrado de fuerzas. El de Murcia dejó buenos naturales, pero terminó viniéndose abajo el animal. Fue ágil con la espada y la oreja, esta vez, sí cayó en sus manos.

Escribano volvió a la Maestranza tras el indulto de Cobradiezmos lléndose a portagayola. El Miura salió distraído y parado, pero Manuel le propinó una larga cambiada ajustadísima para seguir lanceándolo a la verónica con mucho gusto. La emoción cautivó a los tendidos, que se pusieron en pie mientras la banda sonaba. Vibrante estuvo también banderillas. El toro tenía muy buen son, pero carecía de fuerzas y a la muleta llegó completamente apagado. Le propinó la estocada de la Feria que hubiera merecido un trofeo. Después de lo que pasó el miércoles en la plaza, no necesitaba ninguna justificación, pero Escribano dio la cara. Al que cerró el festejo lo volvió a recibir a portagayola. Al último tercio llegó parado y el de Gerena no pudo lucirse.

Lo peor: Contando los días. Qué pronto se pasan los días sentados en tus tendidos, viendo faenas inolvidables y toros que se ganan la vida en el ruedo. Qué corta se hace Feria y qué larga la espera para la próxima. Seguro que Fernando, desde el ruedo celestial, has disfrutado mucho. Nosotros, en nuestro palco del 6, te seguimos echando de menos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Oreja para Rafaelillo con una manejable miurada

Cuando el paseíllo tocó madera, los tendidos de la Maestranza dedicaron una ovación desde el corazón al nuevo Javier Castaño, que se desmonteró. Los efectos de la quimioterapia han afeitado su cabeza con un apurado devastador. Sólo es la secuela exterior. Por dentro cae como una bomba de napalm en la selva de Vietnam, el agente naranja contra el cáncer que no distingue la célula enemiga de la inocente. Y te funde. Castaño se vistió de blanco esperanza para su reaparición. De vida y oro para dar muerte a la miurada; el peor miura ya estaba muerto. Todos sus compañeros arroparon su emocionante saludo.

Y apareció el toro de Miura con toda su largura a cuestas. Una osamenta larga pero armoniosa en su encaste. Rafaelillo lo paró sobre las piernas. La embestida se frenaba entonces. Cobró el miureño dos puyazos en serio, empujando de veras. Rafael Rubio se dobló por bajo como apertura de faena. Un cambio de mano y una trincherilla florearon los doblones. Ya apuntó su definición noble por el derecho y el parco viaje por el izquierdo. Apostó el matador de Murcia por el temple y la diestra relajado y confiado. Humillaba con franqueza un sin terminar de rebosarse; el viaje iría acortándose en las siguientes tandas. De hecho en la tercera, sin contar el prólogo, el recorrido casi se había extinguido. Rafaelillo le puso la izquierda para cumplir con el expediente al natural a sabiendas de las nulas opciones. No había más. La espada enfrió la calidez de la obra.

El aparato del segundo miura imponía. Desde su alzada se asomó por encima de burladero de salida. A sus 606 kilos no les sobraba el poder; se midió el castigo en el caballo. Lipi y Fernando Sánchez de destocaron con los palos. Javier Castaño brindó al médico que le diagnosticó, operó y trató del tumor. Topaba a brincos el miureño la muleta. A la altura del palillo la cara. Castaño trató de atemperar los movimientos sincopados. Al menos no había maldad, pero de tan desacompasado el propio toro se pegó un costalazo. No desistió el salmantino como no desisten los hombres de fe. Y por la izquierda lacia el miura respondió sin rebrincos aunque siguió carente de humillación. JC acortó distancias con aplomo, que nunca faltó. A la hora de la muerte, el matador recetó en el segundo envite un espadazo fulminante en todo lo alto. Como al cáncer.

La reaparición de Castaño probablemente robó a Manuel Escribano el reconocimiento que hubiera sido exigible tras el indulto al bravo victorino Cobradiezmos, que no se indultó solo. Escribano arrancaría esas palmas a portagayola. El asaltillado miura se presentó distraído. Angustiosa espera hasta que se fijó y libró la larga el sevillano de Gerena. Pero fue en pie cuando Escribano voló con buena onda el capote. La media verónica fue sobresaliente. Las embestidas también. Pasó el toro por el peto con doliente vara y ME con discreción por el tercio de banderillas. En ese paréntesis de cambio de tercio, se tiró un espontáneo. Claramente no era un antitaurino, pues su amor por los animales les lleva a saltar a toro muerto. El loco éste llevaba en la mano una chaqueta. Así pretendía suicidarse. No le dejaron.

Escribano concedió distancia al cárdeno miura con la muleta. Pero el bello y chato ejemplar de Zahariche se dejaba los cuartos traseros atrás. Como dañado. O hacía sentadillas o doblaba las manos. La alegría humillada de los tercios previos se perdió por el camino. O se la dejó en el caballo o se la quitó el chalao . La ejecución de la estocada fue de admirable rectitud. Tanta, que Manuel Escribano salió del embroque con la taleguilla partida a la altura de la cadera.

También Rafaelillo marchó a la puerta de toriles. El cuarto miura se embaló como una exhalación. Muy abierto afortunadamente. La larga voló con limpieza. Y el saludo sucedió a ritmo trepidante, entre verónicas y chicuelinas. Rafael brindó a Castaño y volvió a demostrar su momento de madurez, su constante obsesión por hacer las cosas bien y despacio. Y por imprimirle a todo clasicismo. Así por la mano izquierda hilvanó la manejable embestida, que viajaba por el palillo. La salpimentó, que diría Suárez-Guanes, con su aquél. Un soberbio espadazo le puso la oreja en el puño.

Fue el penúltimo miura el que se acordaría de la guasa de la casa. Su expresión lo cantaba. Precisamente para Castaño. El esfuerzo se antojó tremendo. Por encima del bruto y la quimio, Javier. Un pitonazo al pecho salvó en la estocada. Sevilla valoró su capacidad para sobreponerse. A la vida y al toro.

Otra vez Escribano postrado en chiqueros con el sexto, el más pesado y el más simple de todos los miuras. Y otra vez segundos interminables de espera. Un alivio la larga cambiada. Un respiro. El matador banderillero cuajó mejor actuación con los palos ahora. Brindó el toro de despedida de la feria al público. Poca chicha para brindar a pesar de los 639 kilos de la tablilla. De la tablilla de este año habría para hablar largo y tendido. La ausencia de poder marcó (y fondo) al miureño y la faena. Como a la manejable corrida. De Miura, por si a alguien se le olvidó.

ABC

Por Andrés Amorós. Tarde de emociones con los miuras en Sevilla

Sale el Sol para despedir la Feria y para saludar a los toros de Miura. Es –como la de ayer, pero de otro signo– una jornada singular. La atención se centra en los toros. “Clase de festejo: Miura”, rezan las entradas. Para el aficionado, basta y sobra: “Miura”. Desde que la creó don Juan Miura, en 1842, esta ganadería se ha mantenido fiel a su encaste y en manos de la misma familia: un ejemplo de tradición viva. (La reciente visita a la casa Miura de Don Juan Carlos ha tenido, también, algo de justo homenaje a esa historia).

Dice, ahora mismo, Antonio Miura: “Veo fotos en casa de hace ochenta años; luego, me voy a cualquier cercado de la finca y esos viendo esos mismos toros en vivo. Seguimos criando el mismo animal. Cuando dejemos de lidiar ese toro que nos ha caracterizado, dejarán de venir a vernos”.

Los de esta tarde, como los de hace un siglo, son largos, agalgados, parecen escurridos, aunque pesen cerca de 600 kilos. En general, resultan nobles, algo justos de fuerza; la mala suerte es que los dos últimos resulten los más deslucidos. Después del paseíllo, una ovación a Javier Castaño demuestra que la sensibilidad sigue imperando en Sevilla.

Rafaelillo se ha convertido en un especialista en Miuras: sabe darles la lidia adecuada y sabe venderla, al público. (Las dos cosas son necesarias). El primero levanta de salida una ovación, al encampanarse; humilla, es noble. ¿Un miura bueno para el torero? ¿Por qué no? Bueno, sí, pero no tonto ni borrego. Rafaellilo sabe muy bien lo que se hace, tira de él, logra una faena emocionante. Pierde el seguro trofeo por la espada. Recibe a porta gayola al cuarto, que sale con muchos pies, enlaza verónicas vibrantes. Brinda a Javier Castaño. El toro acude con templanza al primer muletazo; a regañadientes, al segundo; se para, en el tercero. Dándole sitio, Rafaelillo logra lucirse. Una gran estocada y una muerte espectacular le dan la oreja, que, antes, la espada le había quitado. Javier Castaño, en un derechazo al miura Javier Castaño, en un derechazo al miura- Raúl Doblado

¿Se imagina alguien lo que es salir de un cáncer para enfrentarse a un Miura? Ese “disparate” lo ha hecho, como si tal cosa, el salmantino Javier Castaño, sin pelo. El segundo toro da un juego regular en varas. Fernando Sánchez lo espera: un gran par. En la muleta, el toro, rebrincado, pega tornillazos. Castaño muestra tranquilidad y oficio, le saca algunos naturales buenos, se justifica de sobra. Logra una gran estocada, a la segunda (le hubieran pedido la oreja, si no hubiera pinchado). El quinto es el más complicado, vuelve rápido y busca. Jaime Padilla hace tres grades quites de riesgo, merecedores de premio. Fernando Sánchez, andando, está valiente y brillante. Castaño supera con técnica y experiencia las dificultades, acaba logrado naturales de mérito. No se le ha advertido merma alguna, física ni de ánimo, ha estado muy bien. Y nos ha emocionado su ejemplo de coraje.

Apostó Manuel Escribano por matar, en esta Feria, Miuras y Victorinos. Tuvo el premio del gran “Cobradiezmos”. A los dos los recibe a porta gayola: el tercero no le hace ni caso y él aguanta, en una espera temeraria, que enlaza con verónicas suaves. Como galopa, se luce en banderillas, de poder a poder y, quebrando, al violín. (Un espontáneo insensato se salva porque el toro pierde las manos). Nos hemos ilusionado con el toro, que va largo y templado, pero pronto se paga. Quizá las carreras, con las banderillas, no fueron oportunas. Mata con facilidad. El último, largo “como un tranvía”, también se para, en la porta gayola, y embiste rebrincado, protesta, pega tornillazos; al final, se echa. No ha tenido suerte con su lote pero, después del toro indultado, se le ve muy seguro y crecido.

Hemos vivido emociones muy variadas: por los toros y por los toreros, que han estado muy dignos. El último clarín de la Feria, prolongado, se nos ha clavado en el corazón. ¡Adiós, Sevilla! Volveremos a esta maravillosa Plaza, si Dios quiere.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Aquí paz y después gloria…

El pasodoble Suspiros de España abrigó el crepúsculo mientras la Feria se moría en el hermoso e interminable clarinazo que avisaba que había llegado el final. Era el colofón a una larga quincena de toros en la que, como en botica, ha habido un poco de todo. Pero quedaba un capítulo para cerrar el serial; hacer balance; fallar premios y pensar que queda casi un año para el próximo Domingo de Resurrección. La tradición marca miuras para el Domingo de Farolillos aunque el envío de los campos de Zahariche estuvo más cerca de la dulzura de otras vacadas que de las promesas de horror, terror y pavor que ha cimentado la leyenda del hierro de la A con asas.

Conviene ir por partes. El más agraciado en el sorteo fue el murciano Rafaelillo, que quiere dejar atrás su antigua condición de cabo gastador para reivindicarse como torero de calidad. Tuvo el mejor material para mostrarlo: un primero de nobilísimo pitón derecho -muy bien picado por Esquivel- al que llegó a torear templado y vertical en el cuerpo central de una faena que pudo tener mejor premio si hubiera cambiado la longitud por la intensidad. Con aquello calentito, si se hubiera ido pronto por la espada habría lucrado su primer trofeo.

Pero el murciano había caído con buen pie en Sevilla y se volvió a llevar el otro bombón de la caja. Rafaelillo se fue a portagayola y el toro salió veloz. La larga, algo despegada, salió limpia. Fueron mucho mejores los lances a la verónica que preludiaron el buen aire que el animal iba a mantener en los tercios posteriores. Brindó a Castaño y se mostró vertical, compuesto y templado en el inicio de una faena que vivió su mejor momento en la siguiente serie, bien hecha, mejor dicha, muy reunida. El trasteo no mantuvo ese tono y el hilo se rompió en un inoportuno desarme al quedar algo descolocado para ligar los muletazos. Pero Rafaelillo, dueño de la escena, fue capaz de levantar el hilo argumental apurando al miura por el lado izquierdo antes de que entregara la cuchara definitivamente. La gran estocada y la espectacular agonía se unieron a la buena actuación del murciano que paseó contento y feliz la única oreja que se cortó en el festejo, la última de la Feria.

El público -sensible y sensato- había recibido con una emocionante ovación a Javier Castaño. Su cabeza completamente pelada y pálida delataba los rigores de la quimioterapia. Pero más allá de ese aspecto, el diestro leonés no acusó la recentísima batalla contra el cáncer y se mostró solvente, profesional, ágil y siempre resolutivo. No tuvo toros de triunfo pero Castaño supo andarle sobre las piernas a un desigual segundo que tampoco estuvo sobrado de fuerzas. El torero había brindado a su médico, el zamorano doctor Carrasco, que pudo comprobar que el paciente llegó a extraer al animal un puñado de muletazos templados y bien dibujados, muy por encima de la defectuosa embestida del bicho. Lo mejor llegó con la espada. Castaño le recetó un sensacional volapié que despenó fulminantemente a su enemigo. Salió de la suerte con la cabeza ensangrentada evocando, de alguna forma, aquel coronel Kurtz de Apocalypse Now.

El matador leonés iba a sortear el único miura que se acordó de sus ancestros, un quinto que no se libró del amago de salida del segundo espontáneo de la tarde -fue interceptado a tiempo en el callejón- que hizo pasar un calvario al banderillero Marco Galán en el segundo tercio. Castaño volvió a andar hábil y ágil y hasta le arrancó algún natural estimable. Pasó la prueba con nota.

Escribano, de eso no cabe duda, venía dispuesto a redondear su Feria. Pero un tercero de más a muy menos se empeñó en aguar la fiesta que había prometido su inicial movilidad, posiblemente destemplada por otro espontáneo -viejo conocido de este ruedo- que fue sacado a capones por las cuadrillas. Manuel, que banderilleó con brillantez, comenzó la faena algo contrariado, correcto en el planteamiento, templado siempre pero el trasteo no terminó de coger vuelo mientras el toro se desinflaba definitivamente. Algo parecido le iba a ocurrir con el sexto, un animal que no pasó de soso y acabó echándose enfadando al personal. No pudo ser esta vez, torero, pero que le quiten a usted lo bailado. Así se acabó la tarde y concluyó la Feria. Fue un placer contársela cada día.

El País

Por Antonio Lorca. La inválida bravura de los ‘miuras’

Hubo toros bravos y nobles, momentos para la animosa sensibilidad, un par de excelentes tandas de verónicas —una de ellas acompañada por la música—, extraordinarios pares de banderillas, estimables tandas de muletazos, varias estocadas hasta la empuñadura, y hasta un espontáneo, que se libró de la cornada por un auténtico milagro. Hubo, además, toreros valientes y con ademanes artistas, pero la última tarde de la Feria de Abril no consiguió levantar el vuelo porque sus auténticos protagonistas, los toros de Miura, carecieron de la fortaleza necesaria para convertir su demostrada bravura en los caballos en la movilidad imprescindible para el toreo.

En conjunto fue, sin duda, la corrida más brava de la feria ante los picadores. Todos los toros acudieron con presteza al encuentro con el peto, empujaron en mayor o menor medida y se dejaron pegar; varios de ellos persiguieron con alegría en banderillas, pero todos llegaron a la muleta sin aire en los pulmones ni con la sangre suficiente para responder en el último tercio. Perdieron las manos en repetidas ocasiones, y el sexto se desplomó en plena faena de muleta de Escribano.

Por eso, solo por eso, y pese a la buena voluntad de los toreros, las faenas resultaron anodinas, con muy escasos momentos de brillantez y sin el colofón necesario de la emoción.

Finalizado el paseíllo, la plaza entera irrumpió en una cerrada ovación para recibir la vuelta a los ruedos de Javier Castaño tras el cáncer de testículos que ha padecido y que parece que ha superado totalmente. Cuando se desmonteró mostró su cabeza rapada como última secuela de la fuerte medicación recibida.

Se le aplaudió después su voluntad y valentía, pero no pudo redondear faena alguna, si bien le robó unos aceptables naturales a su deslucido primero, y le faltó mando ante el cinqueño quinto, el de más movilidad de toda la corrida, pero igualmente apagado. Su labor fue acelerada e insulsa.

Una de las estocadas de la tarde se la recetó el propio Castaño al segundo, tras un pinchazo, pero de efectos fulminantes; las otras dos correspondieron a Escribano en su primero, un auténtico puñetazo, y a Rafaelillo, en el cuarto, que a la postre, le sirvió para cortar la única oreja de la tarde.

Este torero sigue dando muestras de valentía y técnica ante las corridas duras, pero ayer, demostró, además, buen gusto con capote y muleta. Recibió al cuarto con una apasionada tanda de verónicas, que enlazó con dos chicuelinas y una revolera final. Dibujó, después, unos redondos excelentes, los mejores de la tarde, engarzados con un cambio de manos y un pase de pecho final que presagiaban lo que el toro impidió instantes más tarde. El animal se paró y se enfadó ante la insistencia del torero, de modo que lo desarmó y le tiró un tornillazo al pecho. Pero Rafaelillo le cortó la oreja por su decisión y buena estocada final. Ante el primero, que salió muy perjudicado de su saludo al picador, solo se pudo ver a un torero seguro y confiado, que lució en algunos muletazos estimables por ambas manos ante un animal con poco espíritu y menos codicia. No acertó con la espada y todo quedó en un agradecimiento.

Escribano clavó seis pares de banderillas, pero ninguno puede ser tildado de sobresaliente. No sería mala decisión que abandonara los palos en las plazas de primera porque no aporta nada a su labor. El que triunfó de verdad fue Fernando Sánchez, de la cuadrilla de Castaño, que levantó al público de los tendidos, y José Mora, en las filas de Rafaelillo.

Pero Escribano hizo el mejor toreo de la tarde. Recibió a sus dos toros de rodillas en los medios, y tras la larga cambiada a su primero, dibujó verónicas de mucha enjundia, embarcada la embestida en los vuelos del capote. Tal alta consideración alcanzaron que la banda de música rompió a sonar en su honor. Su picador Chicharito se lució en el tercio de varas, y en banderillas sobresalió el galope del toro. Llegó con buena condición al final, pero sin fuerzas, lo que deslució la encomiable intención del torero. El último toro de la corrida fue, quizá, el más deslucido, con la cara siempre a media altura, y, encima, se despanzurró en el centro del ruedo.

La nota inesperada la puso un espontáneo que se tiró al ruedo en la lidia del cuarto toro, cuando Escribano recogía el engaño para iniciar la faena de muleta. Un hombre joven con un chaleco anudado a la cintura apareció a la altura del tendido nueve; el toro hizo por él, pero perdió las manos, lo que, posiblemente, le salvó de una segura cornada. Fue reducido por las cuadrillas y trasladado al burladero más próximo, donde recibió golpes y manotazos de una desconcertante violencia hasta que pasó a manos de la policía. Se supone que a un espontáneo hay que protegerlo, pero no darle una paliza.

La Razón

Por Patricia Navarro. Castaño gana la batalla y Rafaelillo reconquista en la miurada

Hasta los propios compañeros abandonaron posiciones en ese preciso momento en el que el público sacó a Javier Castaño a saludar. La imagen impactaba en sí misma, por sí, por lo que intuíamos que dejaba atrás. Un cáncer y la quimioterapia le habían dejado sin pelo, no sin ánimo para apenas tres meses después y con esa gesta en el horizonte vestirse de nuevo de torero y hacer el paseíllo en Sevilla para matar nada menos que la corrida de Miura. Todos, compañeros de terna y banderilleros, le aplaudieron durante la ovación. Qué sufrimiento más íntimo. Y lo llevaba escrito en la cara aún. Era la corrida que cerraba el abono abrileño pero quedaban cosas por pasar. No tan sorprendentes. A estas alturas, todos sabemos ya la dimensión de un Rafaelillo que muchas tardes se le queda diminuto el apodo. Anda con las corridas de Miura como quiere. Sin renunciar a la verticalidad y relajado, tranquilo, como quien sabe las teclas que tiene que apretar para dar con la palabra correcta. Una pasada. Ve más allá y resuelve. Está de vuelta en esta ida que no hay que perderse. Por eso con el cuarto, que tuvo buen aire, pero también sus desafíos, porque además de no humillar, de pronto se paraba, miraba, lo hacía bruto, sin orden, parecía no importarle al torero de Murcia. Tan suave, el cite siempre con los vuelos, al revés de la tendencia natural. Lo hizo fácil, muy fácil, y le metió la espada con una verdad absoluta y precisión. Y la oreja era lo que tenía que ser. Justa. Antes, antes de nada, se había ido a portagayola. Por ahí han pasado esta feria muchísimos toreros. Figuras también. De locos. Nobleza tuvo el primer miura por el diestro y la aprovechó Rafael, tranquilo y en paz, como su toreo. No se desarmó cuando el toro sacó peor clase al natural. Justo fue por ese pitón por donde Javier Castaño logró los mejores momentos en la faena al segundo, más rebrincado por el otro lado. Cumplió Castaño sin volver la cara, ajustando sus cuentas al unísono que sus ilusiones, las mismas que le mantuvieron en otras luchas. El quinto le puso en más aprietos. Tuvo este miura más incierta la embestida y eso que en general desarrolló buen fondo el encierro. Este quinto lo enseñaba menos, había que exponer más pero tenía sus cosas. Lo fue trabajando en una faena digna hasta el final.

Si en esta feria han sido muchos los toreros que se han ido a portagayola, Manuel Escribano lo hizo ayer dos de dos. Le sacó partido en la primera. Si expuso en el recibo encandiló a la verónica hasta hacer sonar la música. Tuvo el toro nobleza y buen fondo después, aunque la duración contada, a menos. En ese lío anduvo Escribano centrado y sobrado. Menos historia desarrolló el sexto, deslucido y con poco que hilar. A pesar de ello se las había visto cara a cara con el miedo y con el Miura nada más comenzar. Adiós Sevilla. Bienvenida la normalidad.

17_abril_16_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:13 (editor externo)