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Plaza de toros de Valencia

17 de Marzo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO


Ganadería: toros de Nuñez del Cuvillo desiguales, nobles con calidad pero de poco fondo y fuerza, el 4º el mas completo. Un sobrero de Victoriano del Río (5º bis) de malas hechuras, no gusto.

Diestros:

El Fandi: de negro y oro. Silencio y oreja tras aviso.

José María Manzanares: de grosella y oro. Silencio y silencio.

Andrés Roca Rey: de grana y oro. Oreja y oreja tras aviso.

Tiempo: agradable.

Entrada: Lleno de ‘No hay billetes’

Vídeo resumen: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20173/17/20170317222654_1489786120_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La totalidad de Roca Rey se impone en Valencia

Un llenazo de “no hay billetes” vestía la plaza de gala. Como las flores de la ofrenda el inmenso andamiaje de madera que se convierte en faldón de la Virgen de los Desamparados. Roca Rey reaparecía aún dolorido del percance de Andújar que casi lo quita de Fallas. Y coronaba la peculiar combinación de El Fandi y José María Manzanares. Fandila como atractivo fallero desplegó todo su repertorio de mascletá. Desde las largas cambiadas de rodillas, pasando por las zapopinas del quite, a la explosión de banderillas. Cuatro pares, cuatro. Como traca final un dos en uno, uno en cada mano, al violín y de poder a poder. Pitonazo incluido en el último encuentro. La fuerza de las piernas de El Fandi ya las hubiera querido del recortado toro de Cuvillo para sí. Del prólogo de faena de hinojos salió el cuvillo con el aliento contado. Se rebrincaba con la impotencia de la falta de tracción. El ya veterano matador de Granada lo pasó por una y otra mano con el mecanicismo cumplidor del trámite hasta que se paró. Un derrote en el momento de cruzar el volapié dejó a Fandi dolorido del antebrazo. Murieron toro y faena con más pena que gloria.

La prestancia con el capote de Manzanares a la verónica quedó como un islote de lucimiento en la lidia del terciado y colorao segundo. El fondo del toro andaba por debajo de los mínimos. Como su potencia ausente. Un natural brilló como una perla aislada entre los tiempos de oxígeno concedidos. Ni modo. Se impuso la brevedad ante desencanto general.

La seriedad no aparecía en el bajo y negro tercero ni en el perfil de su cara ni en el plano frontal. Roca Rey anduvo variadísimo con el capote tanto en el saludo como en el quite por faroles y gaoneras con el que respondió a las navarras de El Fandi. La ambición del terremoto de Perú era superior a la del bondadoso cuvillo por las telas. Un principio por estatuarios conectó con los tendidos abarrotados. RR esperó y templó encajado y en redondo la lenta embestida pastueña. La misma que toreó al natural con la muleta arrastrada que le sacaba al cuvillo la lengua y el fuelle trémulo. La obra eclosionó en los terrenos de lava. Los circulares invertidos calaban en la cercanía. Un espadazo tumbó al toro sin puntilla y rindió la plaza definitivamente. La pañolada febril entregó una oreja de peso.

El peso de las orejas también varía en Valencia. Como en todas partes. Y a Fandi se le concedió la del más apretado cuarto como si se hubieran valorado en una balanza la cantidad de muletazos y el tiempo de faena. Juntos y revueltos. Sumó, es de suponer, ese previo de banderillas que entronca con el más puro sorismo, santo y seña de esta tierra en los 80. La calidad de este cuvillo llamado “Luminoso” marcó una diferencia con sus “hermanos”. Como la duración. Como la forma de colocar la cara. Para otras cosas más allá de las del Fandi.

Devolvió el presidente en justicia el lindo y sardo quinto, que no se sostenía. El sobrero de Victoriano del Río asomó ensillado, acaballado, en cuesta arriba. Qué hechuras. La cara parecía pertenecer a otro toro. Y, a pesar de todo, quería embestir -por el pitón derecho- contra su propia morfología. Lo que venía a ser una lucha contra la ley de la gravedad invertida. Manzanares hizo por hilvanarle lo que apuntaba… Pero los milagros no existen. Volvió JMM a perfilarse muy en largo con la espada y de nuevo mató en el segundo envite.

Roca Rey saludó a una mano al colorao, acapachado y más hecho sexto. Una media verónica bien volada precedió a un galleo con el capote a la espalda. Un impresionante quite por saltilleras cambiadas incendió Valencia. El fuego se extendió con la obertura atronadora de péndulos, la arrucina que encogió lo corazones, el remate con el reverso de la muleta. El trazo largo de sus muletazos se encontró con el tope del cuvillo, que se vino abajo. Convertido el toro en marmolillo y el torero en estatua, la faena descendió en picado. La quietud sin fisuras la sostenía. La actitud, la firmeza, el sentido del temple. Todo contó por encima de un pinchazo. Como por encima de todas las circunstancias estuvo Roca Rey. La oreja que significaba la puerta grande premió ese todo. La totalidad del terremeto peruano.

El País

Por Vicente Sobrino. Roca Rey, dos orejas, imaginativo y fresco, el torero preferido de Valencia

La corrida de Núñez del Cuvillo, remendada sobre la marcha con un sobrero de Victoriano del Río, que sustituyó al del hierro titular, fue corrida a modo de lo que se lleva cuando aparecen las figuras. Corrida de justa presencia, con algún que otro toro de imagen anovillada, y de gran santidad para la lidia. Muy noble, dócil, sin plantear problemas. Sosa y sin emoción también. Aunque hubo toro, como por ejemplo el quinto, al que masacraron en varas, sin venir a cuento, para llegar a la muleta mortecino y sin nada que ofrecer.

Roca Rey es, ahora mismo, el torero de Valencia. Cualquier cosa que proponga es recibida con algarabía. Con todas las bendiciones posibles. Y el torero lo agradece con respuesta incondicional. Al tercero, toro anovillado, le hizo un quite de frente por detrás en réplica a uno por delantales de Fandi. La faena la abrió con cuatro estatuarios y una trincherilla. Aperitivo servido para que la gente entrara en apetito. Lo que vino después fue un derroche de frescura, de seguridad, pero de toreo a goteo. Algún natural, algún derechazo, hasta que llegaron los efectos especiales que tanto calan en el tendido. Para entonces el de Cuvillo ya estaba más parado que en movimiento. Las manoletinas finales y la estocada sin puntilla fueron el punto y final deseado por el tendido. Faena decorosa ante toro indecoroso.

Al sexto lo toreó bien con el capote de salida. Y con imaginación en un quite: saltilleras y toreo a una mano, para rematar por alto de la misma guisa. Por rogerinas llevó al toro al caballo, para que se cumpliera un mero trámite. Ya con la muleta, de nuevo la frescura, la sangre fría, fue determinante para calar en la gente. El toro, sin estar nada por la labor, colaboró a que Roca Rey se sintiera a gusto. Esta vez no hubo goteo de muletazos, sino una porfía cercana porque en definitiva era lo único que podía salvar el trance. Y lo único posible ante toro tan mortecino como el que cerró esta corrida.

El Fandi fue banderillas y poco más. Ocho pares en total, cuatro a cada toro. Los del primero muy desiguales de colocación; los del cuarto, mejor ejecutados y colocados. En los ocho pares, un portento físico. En el toro que abrió la corrida, Fandi se enroló en las filas del toreo populista, sin disimulos. Toro dócil, sin nada dentro que ofrecer como toro bravo. Cuando intentó el toreo fundamental, la cosa quedó en nada por aquí y nada por allá. En el cuarto, el populismo siguió en escena. Los rodillazos iniciales dieron paso a intentos por mantener al toro en pie. Solo cuando llegaron los circulares la faena tomó otro rumbo, el que la gente, en fin, esperaba. Pero pesó una faena larga, sin emoción por ninguna parte. Mató de estocada certera y el premio le llegó. A sus dos toros, Fandi los recibió con largas de rodillas que tampoco aportaron demasiada emoción al asunto.

Manzanares pasó de puntillas. Muy gris toda la tarde. Tantos intentos vanos al segundo, hasta que la gente se cansó y acabó protestando. Con el quinto bis, castigado de manera exagerada, tampoco la cosa tomó forma. Ni por los toros, ni por la actitud abúlica del diestro.

ABC

Por Andrés Amorós. Feria de Fallas: los dos caminos de Roca Rey

Primer cartel de «No hay billetes», gran ambiente: Roca Rey corta una oreja a cada toro y sale en hombros; El Fandi, sólo una. La gran Falla de la Plaza del Ayuntamiento representa un cohete, sustentado sobre tres enormes escaleras: más de 40 metros de altura, más de 10.000 kilos de peso. Suponen muchos que tiene que ver con el reconocimiento de la Unesco pero discrepan al nombrarlo: torre, pirulí, antena… y otras cosas que prefiero omitir. Averiguo que es un proyecto no realizado de Calatrava. (¡De buena nos libramos!). Le sobraba razón a Morante cuando dijo, al recoger el Premio de ABC, que «lo moderno aburre». (También me entero, leyendo el periódico, de que «la misa no hace daño a nadie»: se disipan así mis dudas).

De los toros de Cuvillo repito lo de tantas tardes, son los que todos quieren: nobles pero muy flojos; facilitan el éxito pero también lo limitan. En banderillas, antes, nos preguntábamos: «¿Podrá con el toro?» Es decir: ¿dominará el diestro su fiereza? Ahora, la pregunta es otra: «¿Aguantará el toro?» Es decir: ¿se derrumbará, en la muleta? Así está la Fiesta…

El Fandi sigue ofreciendo su vistoso espectáculo, con entrega y facultades. En el primero, largas de rodillas y pares de la moviola: hacia atrás, corre él más que el toro, hacia delante. Pero el animal se queda corto y la faena se diluye. El cuarto es muy flojo pero muy noble: verónicas de rodillas, juguetea con el toro, que le permite muletazos más reposados de lo habitual, en otra faena interminable (suena el aviso antes de coger la espada). Mata con decisión: oreja.

Aunque aquí es muy querido, por alicantino y por su padre, Manzanares no tiene una tarde feliz. El segundo flojea mucho y tardea, carece de toda emoción. Algunos detalles son como versos sueltos de arte menor, sin la grandeza del endecasílabo. Devuelto por flojo el bonito sardo, se lidia como quinto un sobrero de Victoriano del Río, feote y algo brusco, con el que el diestro no acaba de confiarse. A los dos, los mata a la segunda, entrando de lejísimos: da tres pasos, antes de llegar al toro. Es donde él lo ve más claro, pero no es la forma clásica.

La atención se centra en Roca Rey, que reaparece, después del percance de Andújar. Fue la revelación de la pasada temporada pero sufrió demasiadas cogidas (como le pasaba, en otro tiempo, a José Tomás). Eso es bueno, como prueba de valor; no lo es, si supone temeridad o torpeza; sobre todo, si va unido a un repertorio «posmoderno», que prioriza los alardes (pases cambiados por la espalda, arrucinas, circulares invertidos) sobre las columnas del toreo clásico: la verónica, el natural y la estocada.

Arrogancia juvenil

El tercero se mueve, flaquea, sale de los muletazos gateando. Andrés conduce las embestidas, logra algún natural bueno; cuando el toro se para, le busca las vueltas (al toro y al público) con circulares invertidos. Estocada desprendida de efecto rápido: oreja y gritos de estilo futbolístico.

Cuida mucho al último, lo deja casi sin picar. Remata las saltilleras con una larga y, al ver que gusta, encadena tres más, que ponen al público de pie. En la muleta, hace todo para arrancar la otra oreja que necesita: muletazos cambiados, arrucina… Cuando el toro se para, «se monta encima». A toro parado, pinchazo y estocada: otra oreja, objetivo logrado. Tiene capacidad, valor frío y le funciona muy bien la cabeza: sabe improvisar, delante del toro. Con esas condiciones y su arrogancia juvenil, recuerdo los versos de «Los intereses creados»: «El triunfo es seguro. ¡Valor y adelante!/ ¿Quién podrá vencernos?…»

¿Soy clásico o moderno?, podría preguntarse Roca Rey, imitando a Machado. Ha demostrado que sabe torear bien y que también sabe triunfar «como sea» (eso no es exclusivo de algunos políticos). A él toca decidir qué camino elige: el del cohete, que llega al cielo del arte, o el del alarde, que deja pasmado al personal.

La Razón

Por Patricia Navarro. Puerta Grande a cañonazos

Los dos primeros toros cumplieron una función de puro trámite. Como si fueran la antesala de algo bueno, o eso quisimos pensar cuando Andrés Roca Rey no perdía comba, no cedía un milímetro de terreno ni embestida al viento. Quitó y requitó como si no estuviera dispuesto a que el Cuvillo se fuera a la otra vida, de haberla, dejémoslo en el más allá, con una embestida en lo alto. El último quite fue variado, tiró de repertorio en mitad de la quietud. De ahí que cuando fue a brindar al público tenía a la gente con él y esas cosas se respiran. Son caminos de ida y vuelta en ese embudo en el que se convierte una plaza de toros. Si das te vuelve. Y Roca da, incluso en demasía. Por estatuarios comenzó la faena, fue el toro raudo y veloz, imperturbable el peruano del valor de acero. La movilidad del Cuvillo se ahogó en las cercanías de Roca, que construyó una faena intensa muy cerca de los pitones, cruzados en su taleguilla según la perspectiva visual. Pasándose al toro por aquí y por allá y con mucha verdad. Un estoconazo puso fin a aquello de manera fulminante y paseó la primera oreja de la tarde. Poder infinito del torero del Perú. Y ambición.

Este hombre no abre las puertas grandes. Las empuja. Y eso impresiona y contagia. Aunque el momento que más agarró al estómago fue tal vez al acabar el quite y torear con el capote agarrado a una mano como si fueran naturales con el sexto. Belleza y profundidad amarrados a unos olés en los que crujió Valencia. En el centro del ruedo comenzó y a modo de incendio vinieron los pases cambiados por la espalda, la arrucina… Perdió el gas pronto el toro y le costó repetir una barbaridad. Apretó el peruano ahí, intentaba llegar allá donde no lo hacía el toro y convenció al público para salir a hombros. De su parte puso todo.

El cuarto se trajo del campo gaditano toda la calidad del mundo. Así a granel. Cadencia, ritmo, la fuerza justa y calidad exquisita. Y duración, que duró el toro. Sonó el primer aviso y el matador seguía entreteniéndose. Movilidad sacó en los cuatro pares de banderillas que puso el torero. Qué manera de ir y traspasar la barrera después para convertirla en embestidas entregadas y largas. A las manos de El Fandi cayó. Se resarcía así de un primero deslucido. Este era oro puro, para deleiterarse. Y lo hizo en el tiempo. Trasteo largo y templado entre los honores; la vulgaridad en la resta. Resolvió con la espada y paseó un trofeo.

José María Manzanares se las vio con un sobrero de Victoriano del Río que saltó en quinto lugar. No fue fácil el sustituto. De cortita y orientada embestida por el izquierdo, mirón y ligero por el derecho también. Quiso justificarse. No había tenido suerte con un segundo desrazado que no le dejó muchas opciones. Lo intentó por uno y otro pitón con más voluntad que gloria. De pisar la gloria venía, por cierto, él y quienes lo vimos apenas unos días atrás en la plaza de Illescas. En la vuelta de Pepe Luis. Así es de caprichoso el toreo. Que cuando lo hay lo inunda todo. Y perdura.

©Imagen: Andrés Roca Rey desató un clamor en el quite al último toro / Míkel Ponce.

Toros en Valencia. Temporada 2017

17_marzo_17_valencia.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)