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Plaza de toros de Valencia

18 de Marzo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO


Ganadería: toros de Juan Pedro Domecq 1º bis, bien presentados y de juego desigual. el 5º; de Vegahermosa, 2º bis y Parladé, 6º.

Diestros:

Enrique Ponce: de azul marino y oro. Ovación y silencio.

Cayetano Rivera Ordoñez: de azul y azabache. Silencio y oreja con petición de la segunda tras aviso.

Ginés Marín: de canela y oro. Oreja tras aviso y oreja.

Tiempo: agradable.

Entrada: lleno

Vídeo resumen: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20173/18/20170318200516_1489864004_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Toros al borde del abismo en la Feria de Fallas

Miles de valencianos desfilan este sábado por las calles de la ciudad, llevando en la mano ramos de flores, en la tradicional ofrenda a la Virgen de los Desamparados. Es una sinfonía de perfumes (Valencia «es la tierra de las flores») y de brillantes colores: la seda de los vestidos de valenciana. Cerca de la Lonja y del Mercado Central, descubro una nueva maravilla, el Museo del Arte de la Seda: una artesanía que llegó a Valencia, desde Oriente, en la Edad Media, recibió influencias genovesas y, luego, de la moda francesa. (Era una Valencia universal, no la cateta actual, que prima a los centros que eligen la lengua local, permitiéndoles dar más clases en inglés. A eso ha llegado el invasor catalanismo «progre»). Gracias a las Fallas, la admirable tradición artesana de la seda se mantiene viva, como una preciosa reliquia. ¿Veremos faenas tan bellas como estas sedas?

Por la tarde, la flojera de los toros de Juan Pedro Domecq impide que sigamos disfrutando. Es una historia repetida: reses que se sostienen con un hilo, al borde del abismo. Los tres que logran mantenerse en pie «se dejan» (¡horrible expresión!), con dulces embestidas, que no tienen que ver con la auténtica bravura. A los tres les cortan la oreja: una, Cayetano; una y una, con salida en hombros, Ginés Marín.

Un año más, en la única corrida que torea en Fallas, Ponce se estrella contra dos inválidos. De nada sirve su empeño ni el cariño de sus paisanos. El primero, muy flojo, vuelve a los corrales él solo: ¡vaya comienzo! El único consuelo es ver huir así a un «Nacionalista». Pero el sobrero, de la misma ganadería, también se derrumba. Enrique parece que juega al toro… sin toro. La única emoción estética la pone él. El cuarto sí embiste («se desliza», dicen ahora) pero sale cayéndose. La gran incógnita: ¿conseguirá mantenerlo en pie la sabiduría del maestro? Ni Enrique Ponce logra que ese descoordinado marmolillo sirva para algo. Se llamaba «Garrafo», como el vino de garrafa.

El segundo no da «Malos pasos» sino pésimos, también es un inválido, justamente devuelto. Ha pasado una hora y se ha lidiado un solo toro: ¡qué desastre! El sobrero, de Vegahermosa, se da dos costaladas pero luego saca genio, pega arreones. Cayetano se dobla, pasa apuros, no logra dominarlo. El quinto flaquea antes y después del caballo. Comienza la faena de muleta de rodillas y el toro también se cae: ¡lamentable! Dándole distancia, sí que va: Cayetano logra un trasteo vistoso, con algunos naturales, coreados con gritos femeninos. Como algunos políticos, mata a este «Mensajero»: la estocada caída, con derrame, no impide el entusiasmo popular y la oreja.

Una tarde más, el joven Ginés Marín demuestra su capacidad. Le tocan dos toros manejables. En el tercero, cita con el «cartucho de pescao» para un pase cambiado, enlaza naturales, se adorna con gracia y mata con decisión: justa oreja.

En el sexto, aplauden a su padre, el picador, por no picar. Gracias a eso, el toro aguanta algo. Ginés aprovecha las facilidades de un toro que va y viene, agarra otra estocada: otra oreja, ésta más benévola, le permite salir en hombros. Ha estado en su papel de joven que quiere subir y ha demostrado su capacidad.

Un festejo en el que se cortan tres orejas y hay una salida en hombros, ¿es una gran corrida? Todo lo contrario: un lamentable desfile de toros inválidos, que, felizmente, no dejará huella para el recuerdo. Si se buscan toros «colaboradores», con «toreabilidad», que apenas necesitan ser picados, es muy fácil que caigan en el abismo de la invalidez; los públicos, en el abismo del aburrimiento.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La alegría de Ginés Marín sobre la tristeza de Juan Pedro

De peor manera no pudo iniciarse la tarde: 50 minutos después de que sonasen los clarines se había lidiado un solo toro y se habían devuelto dos. La elegancia de las verónicas de Enrique Ponce únicamente admitían comparación con un majestuoso vestido azul marino cargado de oro. Pero un volatín castigó aún más el esqueleto huérfano de fuerza del alto Juan Pedro. Cuando parecía que aguantaría, el presidente sacó el pañuelo verde en el remate de una media del quite de Ponce cumplido el trámite de las dos varas. No dobló entonces una mano el toro y, sin embargo, el palco decidió arriesgarse tan temprana y precipitadamente. Quedaba toda la corrida por delante…

Un sobrero gigantón de enorme alzada y 646 kilos se asomaba por encima de los burladeros. Embestía como sus hechuras presagiaban, bueyuno y sin humillar. Otra vuelta de campana tampoco ayudó. Enrique Ponce manejó las medias alturas entre las rayas. La intención de darle ritmo a la embestida casi se hizo posible en una serie en redondos de bella composición. Como el cambio de mano. Ni los tiempos muertos paseados oxigenaron al grandote con su lengua fuera como señal de vaciedad.

Los minutos de espera de Cayetano postrado en la puerta de toriles se hicieron eternos. Cuando apareció el toro como una exhalación, la larga cambiada libró el viaje en una limpia onda. El sueltecito el juampedro de limitadísimo poder bajo provocó una nueva intervención de los cabestros. El suplente de Vegahermosa traía anovillada la presencia y un genio de perro rabioso que ya en el capote descoordinaba sus movimientos. Andelantaba por las dos manos. Cayetano optó por aliñarlo sobre las piernas antes de que la sensación de aperreamiento creciese.

La luz vino con Ginés Marín y un tercero de armónicas líneas. Ante sus trémulas fuerzas y su debilidad de apoyos inicial, el castigo en el caballo apenas existió. Ginés, que tan clásico y vistoso en los remates se había mostrado con el capote -a la verónica en el saludo y por chicuelinas en el quite-, prologó faena con una pedresina. La buena condición del juampedro se afianzó con el trato amable de no exigirle por la derecha. Templadas y ligadas las tandas -espaciadas entre sí con cabeza- y el torero encajado de riñones. La tercera, iniciada con el pase de las flores y abrochada con un cambio de mano, apuntaló la creciente marea de la alegre obra, que al natural alcanzó su cota de máxima expresión. La embestida zurda contaba con un punto más de humillación y tranco. Soberbia la coda genuflexa. De la serie y de la faena después. Entregada la plaza, se entregó también el matador en la estocada. Y se prendieron los graderíos de pañuelos hasta la oreja.

Por enésima vez en los últimos tiempos, tras 34 puertas grandes en Valencia y 28 temporadas de alternativa, Ponce se estrelló con un lote sin opciones. Nada apuntaba el atacado y castaño cuartos con sus bastas formas y nada dio. Ni un guiño de clase en su fondo de mulo parado.

Cayetano se arrebató con el castaño quinto. Como señal de ataque, las zapatillas quitadas y el chaleco desabrochado. Y el arranque de rodillas. Entre las virtudes del toro, como en todos, no se encontraba la fuerza sobrada. Pero sí la prontitud y la fijeza. Como consecuencia de la carencia, la nobleza del juampedro reponía con un par de pasitos cuando Cayetano vaciaba los muletazos. De ahí que la faena fuese más hilvanada que ligada. Y con los momentos más intensos sobre la mano izquierda. Los de mayor temple también. De mucho querer constantemente. Un guiño a la galería en la serie de naturales mirando al tendido. Y en el último circular invertido, tan descarado. La rectitud de la estocada y su efectividad rinconerilla le entregaron el trofeo.

Un sexto hondo y grande de Parladé sirvió para que Ginés Marín mostrase de nuevo su disposición. Más del torero que la del toro sin humillar. Los pases de pecho del cierre de la obertura volvieron a adquirir categoría propia. Pero la faena no levantaba vuelo lastrada por la falta de fondo del juampedro. De pronto las bernadinas dispararon el perfil festivo -¿o festivalero?- de la plaza. Y la estocada lo apuntaló: la oreja descerrajó la puerta grande con la misma alegría que derrochó Marín toda la tarde. Alegría sobre la tristeza de Juan Pedro.

La Razón

Por Patricia Navarro. Ginés Marín, por encima de la maldición

Como si fuera una plaga, un virus contagioso, la falta de fuerza hizo rodar a propios y extraños. De ahí que en la primera hora de festejo lleváramos tres toros y en verdad sólo uno de lidia. Hierros de Juan Pedro Domecq, otro de El Parladé y ya un tercero, nada que ver, de Vegahermosa, que fue cuando empezamos a pensar en el mal fario. Un pensamiento oscuro le debió atravesar el cerebro a Cayetano cuando vio el pañuelo verde con el segundo. El mismo con el que se había ido a portagayola, el mismo con el que había aguantando ahí, en la boca de los miedos, el lugar donde la saliva se petrifica más de sesenta segundos, interminables hasta como espectador. Ni pensar cuando la perspectiva es el túnel negro, el desafío a solas. Con el de Vegahermosa cumplió el trámite de su verdadero primer toro de lidia y muerte en Valencia. Complicado el toro, brutote y reponiendo. Le desbordó a Cayetano y resumió el toreo y los tiempos. Se agradeció. La movilidad del quinto nos pareció la bomba después de que Ponce se las viera con un imposible cuarto. Reponía el toro por el derecho quedándose punto por dentro y pasaba con más limpieza al natural. Cayetano lo que impuso al trasteo desde el principio fueron las ganas. Del prólogo de muleta hasta el final. Y eso fue por lo que logró mantener el interés toda la faena, y por el temple y el empaque de su toreo, que cuando se ralentiza imprime una cadencia buena. La espada, a la primera, eso sí, se le fue abajo y paseó un trofeo.

Fue Ginés Marín el que puso a cavilar a todos. Y lo hizo en el tercero. En el saludo de capa, y en la improvisada tijerilla con la que cerró el ramillete de verónicas. Perfecto en los tiempos después. Hay días que parecen que los toreros están por encima de todo. Así estuvo Ginés Marín. Contra toda maldición, furia o contagio. Aprovechó cada una de las embestidas del Juampedro, las estrujó, apelmazó y construyó una faena sólida, contundente, aliñada con el factor sorpresa de los remates y con el toreo clásico como soporte fundamental. Una buena espada y la seguridad de que no se le podía escapar. Y así fue. Con la casta en el debe llegó el sexto al último tercio. Difícil resolver la ecuación con lucimiento. Ginés Marín planteó cada muletazo con pulcritud, sin volver la cara y manteniendo siempre el buen concepto. Estaba la faena al filo, al filo de lo imposible, había puesto toda la carne en el asador, pero no era suficiente y anduvo listo. Se ajustó en las bernardinas cambiando el viaje del toro a última hora, juego de emociones también y a pesar de lo gélido que estaba el ambiente a esas alturas y de lo que llevábamos en lo alto, despertó Valencia al unísono. Eso y la estocada le abrió la Puerta Grande. Una tarde más Valencia abierta de par en par.

A cal y canto se le cerró al torero de la tierra. Con Enrique Ponce había comenzado el declive de la fuerza. Vio cómo devolvieron el primero a los corrales, grácil el capote, y salió un sobrero con dimensiones XXL. Medido y suave el valenciano. Y el cuarto acabó con cualquier resquicio de ilusiones. Brindó Enrique y segundos duró después el toro en el último tercio. Imposible. Descastado y sin fuerza. La estocada fue fulminante. Como habían sido las ilusiones.

El País

Por Vicente Sobrino. Ginés Marín corta dos orejas y sale a hombros en otra tarde sin historia

En dos horas y tres cuartos de corrida, saltaron a la arena hasta ocho toros. Los dos primeros, del hierro titular, devueltos por inválidos. Y algún otro que se salvó de la quema, igual hubiera merecido igual final. De los seis toros que, en fin, saltaron a la arena solo uno aguantó más o menos bien la lidia. Fue el tercero, primero de Ginés Marín. Toro, por otra parte, de escasa presencia, que tomó la muleta con cierta alegría y suficiente recorrido. El resto fue una pena de corrida en todos los tercios.

Ginés Marín, otro torero ahora mismo del gusto valenciano, toreó con gusto con la capa al tercero de la tarde. Para abrir la faena, el ya recurrido cambiado por la espalda. En este caso, al menos, el cite fue más original: muleta plegada y en el encuentro despliegue de la franela para sacarse al toro con uno de pecho. Desde ese primer momento, Marín ocupó con desparpajo y personalidad el escenario. Una faena muy variada, cromática, de mucho colorido, en la que el toreo fundamental existió pero no fue el principal argumento, ni tampoco la profundidad. Cambiados por la espalda sobre la marcha, cambios de mano, series cortas pero llegadoras a la gente, que el torillo admitió sin rechistar. Los doblones finales, enmarcaron una labor que tuvo sus efectos en el tendido. Y, en todo caso, la frescura de torero joven con cabeza despejada.

El sexto, con el hierro de Parladé y con 607 kilos de peso (de sobrepeso), ya no fue lo mismo. Cortito de embestida, al paso cansino, permitió a Marín, no obstante, campar a sus anchas. Cuatro estatuarios, un natural y el de pecho, levantaron el telón a una faena de medios muletazos. No había más tela que cortar. Ni más toro por donde rascar. Superioridad en el torero, muy resuelto en todo momento y algún desplante que, en este caso y ante toro tan apagado, no sumaba. Las bernardinas finales, también muy celebradas por la gente, y la estocada decidida, igual que en el otro, pusieron un final de premio con puerta grande incluida.

Cayetano también se llevó el premio de la tómbola en el quinto. Toro tambaleante, que aguantó de milagro en el ruedo. De rodillas comenzó la faena y el toro, para no ser menos, también perdió los cuartos delanteros en el trance. Mantenido con alfileres, el toro tomó la muleta sin que Cayetano lo molestara o le exigiera mayor compromiso en cada encuentro. Al aire del toro transcurrió una faena en la que los muletazos completos tampoco cabían. Una serie al final de naturales a pies juntos, tuvo intención pero no resolución porque a esas alturas el toro ya no tenía resuello para más. Algún alarde final, un circular invertido, un desplante dando la espaldas al toro, fueron los definitivos fuegos artificiales que colorearon la cosa. Cayetano mató bien a ese toro y recibió recompensa.

El segundo de la tarde, sobrero de Vegahermosa, no tuvo presencia alguna. Más novillo que toro. Pero tuvo temperamento, o mala baba, porque pasó a la muleta dando cabezazos a diestro y siniestro, sin disimulo alguno. A tan feo estilo del torillo respondió Cayetano con brevedad. Macheteo, escasos recursos lidiadores y a otra cosa, mariposa.

Una mole de 646 saltó de sobrero para sustituir al tullido primero. Tantos kilos en el toro que se acabó muy pronto. Enrique Ponce tiró de él con suavidad, para no malgastar lo poco que podía ofrecer aquel bulto de carne. De principio la suavidad tuvo causa y efecto. Pero no duró nada la medicina. Cada vez más pesado el toro, no daba de sí. Ponce optó por una faena justa de pases, lidiadora. No cabía otra cosa. El cuarto, otro toro regordío, llegó al último tercio sin casi poder respirar. Encogido de cuello, ahogado en su propio cuerpo, sin fuerza alguna, apenas dejó a Ponce mantener relaciones consentidas. Nada que hacer. Ponce se justificó como pudo y fue breve con la espada.

©Imagen: Ginés Marín, con el último de la tarde / Míkel Ponce.

Toros en Valencia. Temporada 2017

17_marzo_18_valencia.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)