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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Feria Extraordinaria de San Miguel

Sábado, 18 de septiembre de 2021

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Victoriano del Río/Toros de Cortés (bien presentados, flojos y descastados).

Diestros:

Morante de la Puebla: pinchazo que escupe, pinchazo, media estocada (silencio); dos pinchazos, estocada, descabello (saludos desde el tercio).

Andrés Roca Rey: pinchazo, estocada (oreja); media estocada, descabello (vuelta al ruedo).

Pablo Aguado: pinchazo, estocada, descabello (silencio); pinchazo, media estocada, aviso, dos descabellos (silencio).

Banderilleros que saludaron: Juan José Domínguez, Juan Carlos Tirado, Iván García y Viruta.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: lleno de No hay billetes.

Incidencias: el matador Pablo Aguado pasó por la enfermería al lastimarse la pierna derecha en el tercio de banderillas del primero de la tarde.

Imágenes

Video resumen AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Dos años después allí estábamos

Casi dos años después de la última tarde en la Maestranza, 12 de octubre de 2019, allí estábamos. Volvimos a pasar por sus puertas, subir por sus gradas y sentarnos a esperar el paseíllo, que fue un momento de emoción inenarrable. Después fallaron los toros de Victoriano, salvo el 2º, un bombón que supo aprovechar Roca Rey toreando con temple y largura aunque pinchara en primera instancia. En el 5º el peruano dio la otra cara, arrimón de órdago ante lo que permitía la res, se le negó la oreja con lo que en Sevilla es petición mayoritaria. Morante no pudo dar un pase al primero pero en el 4º se mostró este otro “nuevo” Morante. Era un medio toro que en otra ocasión, otra temporada tal vez, ni lo hubiera mirado. Pero ahora le buscó los terrenos y las distancias, lo ahormó por el pitón bueno para después hacer de él lo que quiso y lo exprimió hasta el punto de no querer acabar la faena. Da igual lo de la espada, nos sirve ver a este torero en plenitud de gracia, oficio y valentía. Pablo Aguado vino lastimado y acabó lesionado, y no tuvo enemigos para hacer su toreo vertical y templado. Otra vez será. Y mañana más: nos quedan 14 días de reencuentros con la tauromaquia, con el arte y con la Maestranza.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor. La torería exquisita de Morante de la Puebla. Aunque su segundo toro de Victoriano del Río no fue un gran colaborador, si lo fue el de La Puebla del Río, que tapó defectos para sacar virtudes con gran lucimiento. Detalles de sabor, compás y torería que hicieron exaltar y recordar al aficionado qué es el arte.

Lo peor. La corrida de Victoriano del Río fue desigual y no estuvo a la altura de los acontecimientos. De salida marcaron querencias y llegaron justos de fuerzas para durar poco en la faena de muleta.

Crónicas de la prensa

Por Antonio Lorca. El País. El placer del reencuentro

Volver a La Maestranza ha sido una experiencia única e irrepetible. Es que en unos días se hubieran cumplido dos años de un cierre a cal y canto, que guardaba un silencio ensordecedor provocado por la ausencia de colores, olores, sonidos, sustos y grandezas.

Por eso, por las cancelas abiertas ha entrado un soplo de vida. Y allí estaba, majestuosa y bella, como siempre, esta histórica plaza, hecha a jirones, imperfecta también, iluminada por esa tenue luz del otoño que le vuelve a dar un aire de suprema elegancia.

Ahí estaban los arcos, el albero, ese invisible ruedo ovalado, los vecinos de localidad, ocultos tanto tiempo por la pandemia… Ahí estaban de nuevo la banda de música, la puerta de cuadrillas, los toriles, los tejadillos…

No había trajes de flamenca, pero sí ilusiones desbordadas, sonrisas en los semblantes y un sentimiento cercano a la emoción cuando el festejo aún no había comenzado.

La plaza se puso en pie a los sones nunca olvidados del pasodoble ‘Plaza de la Maestranza’, y acompañó el paseíllo con una atronadora ovación para dar la bienvenida a la fiesta de los toros en Sevilla. Instantes después, obligó a saludar a los tres matadores en un abrazo fraternal a los protagonistas de la fiesta.

Serenos ya los ánimos, salió el toro, el túnel del tiempo se volvió septembrino, los cuerpos entraron en caja, y hubo toreo, sí, detalles del barroquismo inspirado de un Morante decidido, derroche de valor de Roca Rey, empeñado en mandar, y alguna filigrana capotera de Aguado; pero no se produjo el milagro y, dos años después, los cimientos de La Maestranza no crujieron como se esperaba.

Otra vez fallaron los toros; en esta ocasión, de Victoriano del Río, excesivamente blandos y ayunos de casta. Es verdad, sin embargo, que hubo uno, el segundo, de bondad tontuna, que humillaba y repetía ante el cite, con el que Roca Rey hizo el previsible toreo moderno: derechazos y naturales acelerados, ventajistas y escasos de hondura, de modo que ni fue faena de arrebato ni levantó pasiones. Es torero poderoso, sin duda, dominador y con el oficio bien aprendido, pero su contorsionismo genera un toreo mecánico escaso de sentimiento.

Morante, por su parte, es la sorpresa motivada por la inspiración. Tras quitarle las moscas al inservible primero, el público protestó la invalidez del cuarto, pero el eco no llegó al palco presidencial. Nadie daba un céntimo por ese toro, cuando Morante se lo llevó al centro del ruedo, y allí, en la boca de riego, contó a la concurrencia algunos secretos de su orfebrería taurina. Una primera tanda con la derecha en la que sobresalió un muletazo final extraordinario; otra, a pies juntos; en la siguiente sale apurado y la firma con un molinete con la zurda. Con la muleta en esa mano y el toro apretando hacia las tablas, el torero despliega galanura en naturales imperfectos que cierra con un visto y no visto desplante de rodillas, y, antes de pinchar y decir adiós a un trofeo, insiste con la derecha y termina con otro desplante torerísimo en una imitación del monumento a Curro en los aledaños de la plaza.

. Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Roca Rey salvó la tarde del retorno

Alabado sea Dios, de nuevo en el tendido de la plaza más bella del mundo tras una eternidad a palo seco. Íbamos al templo con el ánimo piafante y hasta con recogimiento, como si en vez de ir al encuentro de Morante fuésemos a postrarnos ante el Señor. Y la gente saludándose con el calor que proporciona el tiempo que transcurrió y que parecía que iba a ser para siempre. Un cartel de lujo para el reencuentro, un digno comienzo para el magnífico ciclo que se ha organizado en estos estertores del verano.

Era como una especie de Domingo de Resurrección que las circunstancias trasladaron a los umbrales de otoño. La plaza reluciente, el no hay billetes en las taquillas, el personal como vistiendo el cargo con sus mejores ropajes y todo como en un estreno lleno de alicientes y de ilusiones. Toros de divisa de prestigio y terna que era la que en un principio estaba destinada a estar en el patio de caballos aquel frustrado Domingo de Resurrección. Pero como pasa tantas y tantas veces en el toreo, el hombre dispone y el toro descompone. Y eso fue lo que debió sentir Morante cuando le salió Enojado, un toro que doblaba al revés, que se iba suelto y que iba a impedir al genio de La Puebla a esbozar un solo lance. El toro no le servía y eso que hay que ver la de toros que le están sirviendo en este año de liderazgo del escalafón. Mató de dos pinchazos y media haciéndose el silencio.

Eran las 7:25 de la tarde y ahí se pararon todos los relojes del Arenal porque si ya había entusiasmado en sus verónicas por el pitón derecho, con la muleta se paró el mundo. Yéndose a los medios con esa torería que trae de fábrica, los muletazos se sucedían solemnes y sonaba ese pasodoble de pasodobles que es Suspiros de España. Tras un molinete arrebatado, incomprensiblemente enmudeció la banda, Morante se lo afeó, se torció todo con la espada y a esperar al viernes, que repite. Si Morante puso el buen gusto, Andrés Roca Rey le añadió pasión a la tarde. Salió a revienta calderas en una serie de verónicas despatarrado y llevando largo a Distante, el mejor toro de la tarde; bueno, digamos que el único toro que aceptó el diálogo con el torero. Y aunque blandea a la salida del caballo, será un magnífico colaborador para que el ciclón peruano haga el resto. Lo lleva a los medios y tras el toreo fundamental con ambas manos tira de repertorio para que la plaza se encienda.

Es un torero Andrés Roca Rey que no necesita demasiada ayuda para el triunfo, pues su predisposición es tal que es capaz de hacerle faena a un toro que sólo tope. El arrimón que se pegó y la estocada que le endilgó tras un pinchazo arriba hizo que el palco accediese a la petición de oreja. Una oreja que también pudo haberle concedido en el quinto, el único cuatreño de la tarde. En este toro hasta hubo un pique en quites entre el peruano y Aguado que acabó en tablas. No fue la tarde propicia a Pablo Aguado, que estuvo en la enfermería durante la lidia de los dos primeros toros recomponiéndose de una lesión de rodilla que le daría la cara cuando la tarde acababa. Con un lote muy a contraestilo, Pablo quiso mucho y pudo poco. En el precioso sardo que le tocó de primero sacó algunos derechazos con su sello de naturalidad y sevillanía. Estuvo por encima del toro, pero no pasó de ahí, acompañándole el silencio. Tardó en matar, como también tardó, ya en clara inferioridad física en matar al sexto. Corrida de expectación y, como pasa tantas veces, no faltaron los pasajes decepcionantes.

Por Andrés Amorós. ABC. Ambiente extraordinario y faenas discretas en el regreso de los toros a Sevilla

¡Qué alegría! ¡Por fin, vuelven los toros a Sevilla! Conviene matizar: vuelven las corridas (casi dos años después del festival del Baratillo, que organizó Joaquín Moeckel, el 12 de octubre de 2019). Pero los toros nunca se han ido de Sevilla. Sin toros, Sevilla no sería la misma. Volvemos, eso sí, a la ilusión, a las aglomeraciones en la calle Iris y en la Puerta del Príncipe, a deleitarnos con la belleza de esta Plaza de los Toros absolutamente incomparable, a las tertulias con los amigos sevillanos, entendidos y educados…

Sevilla es única, por supuesto. Decía Rafael Alberti, citando a El Secundí, un viejo poeta árabe, que, si alguien buscase leche de pájaro, allí la encontraría. No menos singular es una Feria de Abril en San Miguel, una corrida del Domingo de Resurrección que tiene lugar un sábado de septiembre: todo es posible en Sevilla. Después del desencanto de abril, la empresa ha hecho muy bien manteniendo unos carteles (catorce, nada menos) de enorme atractivo.

En un ambiente increíble, con el público puesto en pie, se escucha el Himno Nacional, tocado por la magnífica banda. Abre Feria un cartel de toreros difícil de mejorar: el mismo de la goyesca de Ronda, con Morante por delante. Los toros de Victoriano del Río, con pitones pero de escasa fuerza y juego, en general; destaca el muy noble segundo, al que Roca Rey corta un trofeo. Morante malogra con la espada una preciosa faena. Pablo Aguado queda en blanco.

Éste es, sin duda, el año de Morante. Sabemos de sobra lo bien que torea pero este año está asumiendo su responsabilidad de primera figura, siguiendo por fin el ejemplo de su admirado Gallito: por actitud, por aceptar variedad de encastes, por número de festejos, por repertorio… En el primero, dibuja tres lances de categoría y ni uno más. El toro aprieta a tablas, hace hilo, pone en aprieto a los banderilleros. Morante lo prueba por bajo y muestra al público que el toro no tiene un pase. Corta por lo sano y mata mal, entre la lógica decepción. Alivia al cuarto con el capote y, aún así, se cae. Por falta de fuerza, se defiende. Se lo lleva al platillo y traza muletazos suaves, preciosos, al son de ‘Suspiros de España’. Cuando el toro se acobarda a tablas, le saca todo lo que tiene y más, le hace esas ‘cositas’ que tanto gustan en Sevilla -y en todas partes-, con valor, recursos y variedad. Acaba cogiéndole el pitón, como hacían Domingo Ortega y los lidiadores antiguos. Pierde el seguro trofeo por pinchar pero ha mostrado voluntad y recursos. No ha decepcionado.

Me preguntaba esta semana mi querido José Luis Garci mi opinión sobre Roca Rey y la respuesta era bien fácil: un gran torero, por unir capacidad, valor estoico y una enorme ambición. Esto último es lo que ahora quizá más está destacando: no se deja ganar la pelea por nadie. (Desde el comienzo de su carrera, me dijo que le apasionaba la figura de Luis Miguel). Por eso manda en la taquilla y en el toreo. Debe también pulir su estética. En el segundo, el mejor toro de la corrida, muestra su cara más clásica. Desde la primera tanda de muletazos, lo torea a placer, con suavidad y ligazón, en un palmo de terreno; sólo falta algo más de chispa. Pincha en hueso antes de un sopapo tremendo: oreja. Apostilla mi cortés vecino: «Con un toro tan bueno, cada uno es cada uno…» Se ha cortado en la pantorrilla izquierda, con la espada. (Me ha alegrado comprobar la recuperación del banderillero Domínguez, después de su muy grave percance). En el quinto, que se para pronto, recurre a los alardes de valor, muletazos de rodillas, aguanta parones, metido entre los pitones. Tiene mucho mérito pero falta la emoción del toro y no mata bien: petición y vuelta.

Recordamos todos aquella tarde de abril en la que Pablo Aguado deslumbró, cortó cuatro orejas, resucitó un toreo sevillano hecho de naturalidad y buen gusto. Desde entonces, lo ha vuelto a mostrar varias veces pero le falta volver a dar otro golpe en la mesa… El tercero, un bonito sardo, flaquea ya de salida. Corre la mano Aguado con elegante naturalidad, sin estrecharse. Una faena aseada pero en su tierra se esperaba más de él. Mata a la segunda. En el último, que se mueve, rebrincado, dibuja verónicas de salida y prometedores ayudados por bajo pero el toro puntea la muleta, el diestro no logra el necesario mando. No mata bien y se resiente de una lesión de rodilla por la que ha tenido que pasar a la enfermería antes del festejo. Es buen torero pero, en Sevilla, hay que apretar más.

Me quedo con el aroma de torería de Morante y con el extraordinario ambiente. Han vuelto los toros a Sevilla: ¡Gaudeamus!

Posdata. Ha fallecido Aquilino Duque, valioso escritor, singular personaje, defensor del valor aristocrático de la cultura popular andaluza. También, gran aficionado a los toros, autor del libro 'El torero y las luces'. Su edad de oro fue la de Pepe Luis. La lidia -decía- exige sabiduría, no astucia. A una veintena de escritores les preguntaron que hubieran querido ser. Sólo dos, Aquilino y Alberti, contestaron: «Torero». En 2004, ABC le concedió su premio Manuel Ramírez. Entonces proclamó que la Tauromaquia se ha convertido en «el último refugio de los patriotas». El tiempo le ha dado la razón.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Lo de Morante es otra cosa…

Todo estaba en su lugar. Habían pasado dos años pero parecía que era ayer… El reencuentro con la plaza de la Maestranza estaba cargado de pequeñas emociones. Al fin y al cabo se trata de recuperar ese amplio pero íntimo retablo de afectos que hacen que la vida sea algo más que una sucesión de obligaciones. Y es que el Arenal –y con él toda Sevilla- era una auténtica fiesta, la celebración de que nada es eterno. Tampoco el covid…

A la hora del paseo la plaza ofrecía un aspecto macizo. El 60% del aforo que se había vendido finalmente prestaba la apariencia de un lleno para el que, en realidad, faltaban más de cuatro mil localidades. Ya hablaremos de ello. El caso es que el prólogo maestrante tampoco se libró de esas fanfarrias pos covid que, en el caso sevillano, se enredaron con un inédito y estrafalario paseíllo en el que nadie sabía muy bien lo que había que hacer. No faltó un minuto de silencio que en realidad no fue tal. Es mejor ahorrárselo. Tuvo mucha más enjundia y verdad –una emoción más auténtica - el largo clarinazo que marcó la salida del primer toro. Ahora sí: nos habían devuelto uno de los capítulos fundamentales de nuestra vida.

Y el toro salió, ofreciendo una ofensiva corrida de Victoriano del Río con querencia global a los adentros. El primero engañó en su alegre remate a tablas pero le costó siempre pasar de las rayas. Tuvo mérito la cuadrilla de Morante en el segundo tercio para dejar los palos arriba. Con esos mimbres, el diestro de La Puebla salió a pasarlo con la espada de verdad. Después de intentar sacarlo de su querencia y pasarlo de pitón a pitón le recetó dos sartenazos al cuarteo antes de dejar medio espadazo de remanguillé.

Lo mejor de su labor –y seguramente de toda la tarde- estaba aún por llegar. Y lo iba a firmar el propio Morante, que se entregó desde el primer capotazo recetado a un cuarto que, como el resto de su tropa, tendía a apretar hacia adentro. Las lapas hacia afuera tuvieron mejor dibujo que las contrarias pero la media, vertical, tuvo el sabor de lo eterno. La verdad es que el animal no andaba sobrado de fuerzas pero José Antonio, vestido con un original terno de aires románticos, no lo dudó. Tiró de él hacia los medios para dictar una faena de primores y pinturas que estuvo presidida por una premisa fundamental: la belleza.

Esa belleza iba a estar subrayada por el aire regionalista e intimista de ‘Suspiros de España’, que se enhebró a la perfección a la gracia natural de un torero que vive su madurez artística. Hubo cante en los muletazos diestros, dichos a compás abierto o pies juntos; en los remates de fantasía; en la manera de revolotear en torno a un toro de aire rajado y escasa entrega que nunca lo puso fácil, llegándole a poner los pitones en la pechera tres o cuatro veces. Morante, que luchó con la mansedumbre de su enemigo, pintó estampas gallistas, sembró el ruedo de fotos sepia y creó una obra que, ay, no iba a tener refrendo con la espada. Dos pinchazos, una estocada y un descabello dejaron el concertino sin premio en metálico. Le quedan tres tardes más.

La atmósfera morantista no puede eclipsar el legítimo triunfo de Roca Rey que tuvo delante dos toros de muy distinta condición. El segundo, un boyante ejemplar que habría merecido la vuelta al ruedo, acabó rompiendo con sal y son en la muleta del peruano que lo había dejado completamente crudo en el caballo después de cuajarlo con el capote. Fue una faena trepidante que tuvo mejor nivel por el lado diestro que por el izquierdo, por el que no terminó de encontrarse por completo el diestro limeño. La intensidad, trazo rotundo y longitud de sus muletazos irían calando en el público sevillano. La verdad es que Roca se sabe dueño de la escena. A su faena no le faltó un final trepidante, una auténtica traca final, antes de abrocharla con un puñado de ayudados. La espada entró a la segunda, atracándose de toro. Lo que iban a ser dos orejas se quedó en un único trofeo…

No cortaría más. El rigor del presidente, que se resistió a sacar el pañuelo a la muerte del quinto, lo impidió. Fue un toro remiso y deslucido con el que Roca Rey hizo un gran esfuerzo después de que Pablo Aguado le calentara los cascos en su turno de quites. Fueron cuatro o cinco chicuelinas aladas, en el mejor palo de La Alameda, que remató con dos medias de lío gordo. Su rival se echó el capote a la espalda y respondió por ceñidísimas gaoneras. El toro, a esas alturas, no estaba para grandes dispendios. La faena, que comenzó de rodillas, se basó en un tremendo arrimón al comprobar que el animal, con fuerte querencia a los adentros, ni siquiera pasaba. La espada entibió el asunto. Y al palco…

Dejamos para el final a Pablo Aguado, que se marchó de vacío. Había tenido que pasar por la enfermería durante la lidia del segundo, resentido de una vieja lesión de rodilla. Salió dispuesto a lidiar al tercero, un precioso y serio castaño albardado y salpicado que se derrumbó durante la lidia. No tuvo alma ni entrega en la muleta del sevillano que mantuvo la compostura en una faena que, con esos mimbres, no podía trascender. Se le iba a ver más agarrotado y acelerado con el sexto, un toro con más defectos que virtudes con el que nunca estuvo a gusto y le costó matar.

Por Patricia Navarro. La Razón. Morante, excelso y Roca Rey, abrumador

Ni Morante en el nivel dios que se gasta este año pudo arreglar el momento y eso que el momento era único. Suponía la vuelta de los toros a la plaza de Sevilla, dos años después. Tras dos temporadas en blanco, la increíble Maestranza volvía a abrir sus puertas, con condicionamiento de aforo, más laxo que en otros tiempos, y las puñeteras mascarillas que con el calor son una pesadilla. Pero pisar de nuevo Sevilla valía la pena. Recordar cada una de las huellas que fueron nuestras y habíamos abandonado en algún lugar de la memoria. Por aquello de no sufrir en balde, que el sufrimiento ya vino solo enmascarado en un virus que quiso quitarnos nuestro modelo de vida. Así recuperábamos un pedazo más. El toro de Victoriano del Río que abrió cartel, después de todo el protocolo que se está haciendo habitual y no lo era, de himno y el lógico minuto de silencio por las víctimas de la covid-19, salpicados de ¡vivas! cargantes, llenó la plaza de desánimo. Hueco estaba. Morante salió ya con la espada en la faena de muleta a ese primero. Y duró poco. En verdad, poco había que hacer.

Se durmió tres veces Morante a la verónica por el pitón derecho con el cuarto y surgieron tres olés como al compás de una batuta. Con un tironcito se lo llevó a los medios. Faltó toro, sobró torero. Atornillado al albero, Morante ralentizó cada muletazo hasta convertir ese velocímetro del muletazo en algo casi inverosímil. Hubo entrega, verdad, belleza y riesgo palpable en un par de veces que el animal no quiso pasar y el de La Puebla salió del entuerto con un revés insultante de torería. La espada no estuvo a la altura de su faena. ¡Qué gran año!

Para compensar salió un segundo que viajaba hasta el final con franqueza y repetición. Turno de Roca Rey. La faena se vivió con entusiasmo, pero tuvo más parte efectista que grueso en el que sustentarse. Comenzó con una tanda de naturales ligada e intensa, faltó después esa solidez y sobró la espada ayudándose. Lo mismo pasó con la diestra. El público se incendió cuando en mitad de la tanda estuvo a punto de cambiarle el sentido del viaje por detrás y el toro, serio de presencia, se le paró a milímetros de su cuerpo. El peruano aguantó, no se inmutó y la gente se lo gozó, pero faltó núcleo central. Genuflexo cerró la faena. Un pinchazo precedió a la estocada. Y al premio.

Quitó muy bien Aguado por chicuelinas al quinto y se picó Roca por gaoneras. Era su toro. Diversión en el tendido. De rodillas se puso para comenzar la faena y al toro le costaba ir. Tuvo mucha emoción esa primera tanda, que le salió perfecta. Ya al final de ella se rajó el toro y sin salir de las rayas lo que hizo después fue pararse en la muleta, pero a mitad del muletazo. Centrado y entregado Roca, a pesar de que el toro le daba poco y un exceso lo que se dejó llegar los pitones del toro a la barriga dentro de una imponente inmovilidad. Media en buen sitio y petición, que no fue escuchada por el palco. Incongruente.

Un toro más de Madrid que de Sevilla fue el tercero, cornivuelto. Y vacío. Medias arrancadas y falta de fuerza esperó en la resuelta muleta de Aguado. El sexto era toro de apostar, con mucho carbón y reponiendo. De los que te lanzan o te quedas en el pelotón. Y no se obró el milagro.

Por Toromedia. Roca Rey corta la primera oreja en el reencuentro con los toros en Sevilla

La maestranza sevillana fue un hervidero de emociones en el arranque de la tarde. El reencuentro con los toros se notó en los tendidos, que ovacionaron con fuerza a los tres toreros después del paseíllo, obligándolos a saludar en el arranque de la tarde.

El primero de la tarde fue un toro acobardado y siempre a la defensiva que creó complicaciones en banderillas y las mantuvo en la muleta. Morante no pudo lucirse con el capote. Con la muleta tanteó una embestida que se antojaba imposible, de modo que optó por abreviar. Fue silenciado.

En el cuarto, Morante dejó algunos lances buenos por el pitón derecho. El toro acusó los dos puyazos pero el de La Puebla se lo llevó a los medios y acarició su embestida en la primera serie, que tuvo un derechazo larguísimo. A partir de ahí dibujó una fantasía de muletazos: molinetes, trincherillas, derechazos de mano baja, naturales con sabor con los que deleitó al público. Se guardó para el final una última serie de derechazos plena de torería y sevillanía en el remate. El acero le apartó de un triunfo seguro.

Roca Rey toreó muy bien la verónica al segundo de la tarde, que ya apuntó muy buenas cosas en este primer tercio y en banderillas, donde se lucieron Juan José Domínguez y Juan Carlos Tirado. Roca comenzó templando mucho con la derecha en dos series despaciosas y bien rematadas. Al natural dio dos tandas ligadas y a más, antes de volver a la derecha y llevar muy larga la embestida de su gran colaborador, un toro de Victoriano Del Río que tuvo bravura y gran calidad. Terminó con estéticos ayudados y mató al segundo intento, cortando la primera oreja de la tarde.

En el segundo de su lote manejó el capote con facilidad. Pablo Aguado hizo un quite por chicuelinas muy aplaudido y Roca replicó por gaoneras ceñidas. Después de este momento de rivalidad, Roca Rey brindó y apostó fuerte con un comienzo de faena de rodillas en el que llevó largo a un toro que quería tablas. Sonó la música y la faena consistió en hacer embestir a un toro que no quería a base de tragar y aguantar parones que dejaban los pitones en el pecho del torero. Labor de mérito y gran valor que concluyó entre los pitones del toro en un impresionante arrimón. Mató de media y descabello y dio la vuelta al ruedo tras petición de oreja.

Pablo Aguado, que pasó por la enfermería al lastimarse la pierna derecha en el tercio de banderillas del primero de la tarde, trató con suavidad al tercero en el comienzo de faena, mostrando la estética de su toreo. Pero el toro no transmitió demasiado ni duró lo suficiente para componer faena. Mató al segundo intento. Silencio.

En el sexto salió arrebatado con el capote, transmitiendo mucho al público. La faena comenzó con doblones llevando mucho la embestida y en las primeras tandas intentó atemperar a su enemigo. Lo sacó a los medios y le buscó las vueltas pero no era animal apto para la exquisitez sino para más bien para la pelea. Aguado no volvió la cara a pesar de tener un toro a contraestilo. Pinchó y tuvo problemas para descabellar al mostrarse muy dolorido, apenas podía pisar. Pasó a la enfermería, donde fue atendido por el doctor Mulet, quien explicó que el torero se ha resentido de una antigua lesión en la rodilla derecha, siendo infiltrado en el primer toro. Pendiente de comprobar la evolución.

ΦFotografías: Arjona/Toromedia.

18_septiembre_21_sevilla.txt · Última modificación: 2021/09/25 01:48 por paco