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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Viernes, 20 de abril de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq - Parladé (de correcta presentación, blandos, justos de fuerza, sosos y descastados; 6º y 6º-bis, devueltos por invalidez manifiesta).

Diestros:

Enrique Ponce de turquesa y oro. Pinchazo bajo, media caída (silencio); media tendida y baja, descabello, aviso, dos descabellos (ovación).

José María Manzanares de nazareno y oro. Estocada en su sitio (oreja); cinco pinchazos, aviso, media estocada, descabello (silencio).

Ginés Marín de agua marina y oro. Pinchazo, estoicada casi entera (ovación); estocada (silencio).

Banderillero que saludó: Jesús González “Suso”, de la cuadrilla de Manzanares, en el 2º.

Presidente: Jose Luque Teruel.

Tiempo: nublado con bochorno al principio.

Entrada: lleno de no hay billetes.

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/987424686664568832

Galería de imágenes: https://plazadetorosdelamaestranza.com/manzanares-corta-la-unica-oreja-con-los-de-juan-pedro/

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Con los “juanpedros” no mejoró la cosa. La corrida salvo por el 2º fue un tostón, alargado innecesariamente en el cierraplaza hasta con dos sobreros. Vamos, que los JP no ganan este año ni el premio a la corrida ni al mejor toro. Pero vendrán el año que viene. El que vendrá también el año que viene es Enrique Ponce, aunque yo dudo que lo haga a dos tardes. En Sevilla cuesta mucho y su estilo perfilero y despegado no ayuda, por lo que yo me apuntaría a un solo festejo. Manzanares estuvo bien con el buen segundo, una faena llena de calidad, templanza e inteligencia y lo mató espléndidamente. La sorpresa es que apenas le pidieran la segunda oreja, que en otro tiempo habría sido segura. Sobre todo si se compara su faena con aquellas de los que han cortado esas “orejitas” en el ciclo abrileño hasta ahora. Cuando yo digo que está dejando de ser el consentido de la Maestranza y que le quita el puesto Roca Rey…Y Ginés Marín no tuvo lote para lucirse y además yo diría que le pudo la presión en algún momento de sus faenas, sobre todo en el tercero. La anécdota de la tarde fue la espectacular caída que sufrió su padre y varilarguero, que afortunadamente no tuvo consecuencias. En fin, una más, ya queda menos. Y mañana nos toca la del Sábado llamada otrora mediática, por no decir otra cosa, y la esperanza de los Miuras.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Lo mejor Oreja de peso para José María Manzanares en su primero de la tarde, faena de empaque al natural y con excelentes ayudados llevando al toro con torería y buen ligazón, acabó haciéndose con el único potable de Juan Pedro y lo mejor sin duda la estocada de premio en todo lo alto.

Lo peor Lo bueno duró Poco, la tarde se vino abajo con los de Juan Pedro acabaron devolviendo el sexto y el sobrero con el mismo hierro y nos fuimos sin ver el buen toreo de Enrique Ponce y Ginés Marín, que una vez más pasa desapercibido en esta feria.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares se libra del naufragio

Llenazo de nuevo y decepción nuevamente. No cabía un alfiler y en el tendido 5, donde continuaba entrando gente con el primer toro ya en el ruedo, se armó un lío gordo porque quienes llegaban fuera de hora, de pie en el pasillo y escalera, no dejaban ver lo que sucedía a aquellos que ocupaban sus localidades. El fuego cruzado entre quienes molestaban y el resto quedó en palabras, como entre el público sentado y los porteros, a los que increpaban para que cerrasen la puerta de acceso.

La corrida de Juan Pedro Domecq, noblota, pero descastada y muy floja se cargó la expectación. Una corrida sin toros da para poco y únicamente José María Manzanares pudo agarrarse al mástil que ofreció el segundo toro para salir a flote de un espectáculo que naufragó.

Con ese segundo, castaño, alto, de nombre Manzanilla -fue el único toro no aguado y que no aguó el espectáculo-. Manzanares lo recibió con buenos lances y Ginés Marín se lució en un quite a la verónica y una preciosa media. Paco María le agarró un buen puyazo. Manzanares, en las afueras, lo tanteó bien con la diestra. Con la izquierda alargó los muletazos y los engarzó en ligazón por lo que hizo saltar la música y la primera ovación fuerte de la tarde. Confió en las fuerzas del noble animal y le bajó la mano en otra serie con buenos naturales. A ello unió buenos pases de pecho. Faena interesante y desigual, con el contrapunto de un desarme. Lo mejor y decisivo, por lo que se libró definitivamente del naufragio y recibió un trofeo, fue el impecable volapié en el que enterró la espada en lo alto. Merecida oreja.

Otra historia distinta sucedió en el quinto, porque el animal, sin brío alguno, aguantó una tanda con la izquierda y poco más. El mejor estoqueador de estas últimas temporadas sorprendió en la suerte suprema y falló con la escopeta ante Escopetero con una manita de pinchazos.

Lo de Ponce fue insistencia e insistencia en sacar agua de dos pozos sin agua. En el primer toro, Dibujante, se esforzó machaconamente en dibujar muletazos ante un astado noble, muy aplomado y parado, llevando su empeño hasta escuchar algunas protestas para que cortase una labor sin emoción alguna.

Con el cuarto, Ojeroso, la cosa fue casi un calco. A éste toro, pese a que lo cuidaron en varas, quedó parado. Ponce sacó algunos muletazos sueltos componiendo la figura. Pero aquello no tuvo nunca visos de faena porque no había toro.

Ginés Marín tuvo un primer toro que peleó con bravura en varas. Derribó al padre del diestro, el buen piquero Guillermo Marín, a punto de ser aplastado por la cabalgadura y que fue ovacionado fuertemente. Ponce se apuntó un buen quite por chicuelinas. El toro llegó justito de todo a la faena de muleta que brindó Ginés a Sergio Ramos, quien fue ovacionado. El animal se quedaba corto y el torero cinceló sendas tandas cortas por ambos pitones. Lamentablemente, Proeza se había desgastado en su hazaña en varas.

Sexto y sexto bis fueron devueltos por su invalidez ante las protestas del respetable. En plena noche saltó como sexto tris un toro largo, como el metraje de la función, que fue protestado. El animal, flojísimo, se defendía en algunas acometidas y en otras perdía las manos. Marín, en su única tarde y ante su suerte en esta feria, debió jurar en arameo.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Una sola oreja para tres horas

La tarde de este viernes cerró los días de relumbrón. Las chaquetas, corbatas y las galas femeninas desaparecen de la plaza de la Maestranza a la vez que comienza la cuenta atrás para el apagado de los farolillos de esta feria desnaturalizada -hablamos de la fiesta que se vive en Los Gordales- que se queda coja por la cola. Doctores tiene la iglesia… el caso es que al ciclo taurino le quedan dos tardes de plomo con la atención puesta en el mano a mano de mañana, ésa es la verdad.

Ayer se despedían de Sevilla Ponce y Manzanares aunque el alicantino está anunciado otra vez en San Miguel. Josemari se marcha a Levante con tres orejas en la talega y la categoría de segundo triunfador numérico del ciclo pero en sus tres actuaciones se ha echado de menos una alegría interior; tensión, pulso, el auténtico ser y estar del mismo torero que rindió esta plaza, no hace tanto… Ayer volvía a llevarse la bola premiada, el mejor juampedro de un decepcionante envío que no rompió casi nunca. Fue el segundo. Y el Manzana le enjaretó un bello mazo de verónicas, lentas y templadas que despertaron los mejores augurios. Lo picó fenomenalmente, otra vez, Paco María y Ginés Marín se unió a la fiesta capotera con una verónica y media de primor que ya deben figurar en el cuadro de honor de la feria.

Con la muleta en la mano de Manzanares, el toreo surgió con ritmo y belleza y subió de intensidad en una excelente tanda dictada al natural. Un larguísimo cambio de mano, marca de la casa, puso a punto los corazones pensando que iba a llegar un auténtico recital que se enhebrara a la clase del toro. Un desarme y una serie casi improvisada bajaron el ritmo del trasteo, completado con nuevos muletazos de excelente compostura resueltos con grandiosos pases de pecho. ¿Qué faltaba? Que las series fueran más largas; que los pases finales no terminaron por arriba… Manzanares, sin esa alegría interior, se fue a por la espada dejando algunas cosas dentro del toro antes de recetar unos templados ayudados que preludiaron una grandiosa estocada enciclopédica resuelta al volapié que ya tiene premio. El torero cortó una oreja. Él, mejor que nadie, sabía que ese toro era de dos…

El manejable quinto completó el mejor lote de la corrida. Evidenció no tener demasiada fuerza pero el animal enseñó en la brega que, sin estar sobrado de alma, tampoco tenía mal aire. Manzanares comenzó su labor con una buena -y breve- serie diestra rematada con un enorme pase de pecho. Siguieron naturales de buena factura volviendo a recortar el metraje de las series. Algunos muletazos deshilvanados y un nuevo desarme adentraron su labor en un callejón sin salida. Volvía a dar la sensación de que el toro se había quedado sin exprimir por completo. El alicantino, una vez más, se fue con prisas a por la espada aunque la noticia fue su reiterado fallo en una suerte, la suprema, en la que es el rey indiscutible. En septiembre le veremos otra vez. Ojalá sea con el alma recargada.

Enrique Ponce, que cumplía su segundo y último contrato en esta Feria, dictó una tarde profesoral sin contar con un lote propicio para desquitarse de la pertinaz mala suerte que le persigue en Sevilla. El maestro valenciano pasó más tiempo de la cuenta delante del primero, un toro vacío de todo, al que toreó con muletazos limpios pero faltos de trascendencia. Se le reconoció su sentido de la responsabilidad, su tratado de distancias, alturas y toques… pero se le habría agradecido mucho más esa brevedad que, en el toreo de hoy, comienza a ser una quimera. El diestro de Chiva volvería a desafiar el reloj con el soso y remiso cuarto, al que toreó con compostura en esos genuinos muletazos acaderados en el inicio de una faena de distancias cortas y trasfondo técnico que culminó muy metido entre los pitones del animal.

Cerraba la terna otro joven pretendiente que, con Roca Rey, está destinado a refrescar la manida cartelería de las ferias. El torero pacense decía hola y adiós en la misma tarde. Eran dos cartuchos por quemar que no dieron el resultado apetecido. El tercero no rompió nunca de verdad hacia delante aunque lo toreó mucho mejor de lo que merecía. Al sexto tris, bruto y deslucido, lo mató en maestro.

La Razón

Por Patricia Navarro. Lleno en la plaza; vacío en la memoria

A “Manzanilla” suave sabían las primeras embestidas del Juampedro, que descolgó en el capote de Manzanares. Era la vuelta después de acercarse hacía pocos días a la Puerta del Príncipe, que es muy suya. Y la última tarde en la que hacían el paseíllo las figuras en esta Feria de Abril. La de El Juli y “Orgullito. Así para la historia, como lo fue en su momento Manzanares y “Arrojado”, imposible recordarles por separado. Suave la capa, tersas las muñecas, cadencia en la embestida del segundo toro de la tarde, con la divisa de Juan Pedro Domecq. Lo intuyó Ginés que le dio dos y una media verónica sublimes en el trazo y en la expresión. Hay veces que con poco se dice mucho. Fue de esas. Tuvo nobleza y entrega el toro en la faena de José María Manzanares, que mantuvo el interés siempre en una labor de altibajos. Deambula el alicantino por los caminos del empaque y son senderos que casan bien con la torería y el gusto, a pesar de que no siempre hubo reunión con el toro. Cuando le cogió el aire, mediada la faena, en una tanda, explotó aquello. Y hubo, se recordará, y él también, un pase de pecho de barriga hasta la hombrera de la chaquetilla que transitaba entre la ansiedad y la saciedad. De los que hay un diálogo con el toro, privilegiado claro. La espada, qué facilidad, remató la faena, tapó las desigualdades y paseó un trofeo.

La flojera del quinto agonizaba la ambición de Manzanares y la del público por alargar la diversión. Ya se le vio en la suerte de varas que era rácano en el viaje, pegado al piso, le costaba mucho ir y despegarse del engaño. Con un tironcito se lo llevó Manzanares más allá de las rayas del tercio, intentó desproveerle de querencias y el animal lo agradeció. De lejos se arrancaba y descolgaba en el encuentro y le fue exprimiendo poco a poco… Recién comenzaba el disfrute se acabó el toro. Qué desidia. Y el toreo ya no fue. Ni la espada. Caso extraño. ¡Hasta sacó el descabello!

Un tranco le faltó al tercero, que tenía buena condición pero a la espera. Y a menos. Y eso que derribó al caballo en el primer envite como si no hubiera mañana y se fue después al pecho del caballo en el segundo. Brindó Ginés a Sergio Ramos, que ocupaba una localidad en el callejón de la maestranza sevillana. Marín anduvo fácil por la plaza. Resuelto y en el intento de dar continuidad al viaje del toro, pero en verdad, se acabó por apagar la faena antes de que llegara a levantar el vuelo. El sexto se complicó y de tanto complicarse se convirtió en sobrero y al final en tris. Un horror. Una espiral de la que creímos no salir nunca jamás. Se mantuvo a este sexto que era octavo pero por el qué dirán. Ruina para Ginés. La gente para la feria. La loca movilidad del toro, descontrolada y sin entrega se justificó pronto al rajarse y sin mostrar más argumentos. Con estos mimbres a Ginés le costó encontrar una estructura sólida a una faena que no era.

Enrique Ponce había abierto plaza no con demasiada suerte ante un toro deslucido y de corto recorrido. No tuvo demasiadas intenciones el animal de colaborar en el asunto y los ánimos de Ponce no encontraron en el público el eco deseado. Quedaba el cartucho del cuarto. Y pareció que tendría más movilidad e interés en los primeros compases de faena. Se fue Enrique al tercio y ahí hizo la labor al completa, que no tardó en bajar en intensidad a la vez que el toro en condicionar la repetición de sus arrancadas. Lo que viene siendo una tarde gris, de lleno en la plaza y vacío en la memoria.

El País

Por Antonio Lorca. Excentricidades del toro/torero artista

El dato curioso lo ofrece el portal datoros.com: la diferencia de edad entre Enrique Ponce y Ginés Marín es de 25 años, tres meses y veinte días, de modo que cuando nació el más joven, el veterano llevaba siete años como matador de toros. O sea, que Marín es un bebé de cuna y Ponce un abuelete; o alguna otra explicación habrá a una estadística tan sorprendente.

Y la hay. Si Enrique Ponce sigue anunciándose con este tipo de toros y cuenta con el apoyo de un público tan generoso como el sevillano, puede seguir en activo veinte años más.

Lo suyo, indudablemente, es la excentricidad de un artista, maestro reconocido y pesado prestigioso, pues nunca encuentra el momento adecuado para poner fin a su labor de enfermería. Hoy, viernes, ha vuelto a escuchar un aviso en cada toro —melodía poncista donde las haya— ante dos ejemplares muertos en vida. Intentó agradar con un par de verónicas estimables y con una labor cansina y de aburrimiento solemne ante su primero, soso y apagado. Pero el torero insistía una y otra vez, y mientras unos le recriminaban su estéril esfuerzo, muchos aplaudían el pase de pecho que ponía fin a una pretendida tanda que nunca existió. El cuarto era una piltrafa de toro, pero Ponce no se desanima ante situaciones tan poco edificantes, y volvió a las andadas de dar pases a un moribundo. Antes de acabar escuchó su aviso reglamentario, y unas cuantas palmas las recogió en el tercio y hasta el año que viene.

Excéntricos, también, los toros. Cumplidores todos ellos en los caballos, aunque ninguno fue picado. Todos demostraron su condición de artistas, pero a ninguno le quedó fortaleza para expresar sus cualidades en el tercio final. Blandos, muy blandos, bonancibles y mortecinos, y al final, la traca: el sexto se devuelve por inválido, sigue el mismo camino y por idéntica razón el primer sobrero, y el segundo, también tullido, se quedó porque el reloj pasaba ya de las nueve de la noche.

¿Manzanares es un artista? ¿Sí? Pues excéntrico también. Le tocó en primer lugar el único toro que embistió, y con qué dulzura, a la muleta, y pudo cortar las dos orejas, pero se conformó con una tras un estoconazo que puede ser el premio de la feria; minutos más tarde, flaqueó ante un birrioso animalucho y se erigió en el pinchaúvas del abono. Cosas de artista…

Recibió a su primero con unas suaves verónicas a paso de palio, pues ese era el brío del toro. Acudió el animal con codicia al caballo y permitió el lucimiento de los banderilleros. Llegó a la muleta con calidad suprema y las fuerzas justas. Manzanares lo toreó con garbo y empaque —el público siempre a su favor— con dos buenos derechazos, primero, y una tanda de elegantes naturales después, y todo lo culminó con un precioso cambio de manos hilvanado con un larguísimo y coreado pase de pecho. Un desarme rápido no deslució otros muletazos con la mano derecha y airosos ayudados finales por alto y por bajo. Una faena bonita, pero no redonda, con algunos instantes muertos que impidieron el clímax necesario. Un estoconazo hasta la bola anunciaba el premio de las dos orejas, pero el toro tardó un minuto en morir y todo quedó en un apéndice. ¿Por qué? Porque el torero se conformó con una faena aseada, y ese conformismo se transmite, no se sabe cómo ni por qué, a los tendidos.

Pocas opciones tuvo Marín. Buenísimas verónicas en un quite al segundo de la tarde. Elegancia, aroma, buen corte…, y se acabó.

ABC

Por Andrés Amorós. Feria de Abril: la triste Fiesta de toros sin toros

Gran expectación, cartel de “No hay billetes”, tres toreros artistas de distinta edad: en los cuarenta, Ponce; en los treinta, Manzanares; en los veinte, Ginés Marín. Las ilusiones se derrumban ante el petardo mayúsculo de los toros de Juan Pedro Domecq: han salido dos sobreros y ninguno de los ocho ha valido de verdad para nada. Manzanares se ha contentado con una oreja, en el segundo toro. Dos horas y tres cuartos de un lamentable espectáculo. En otra Plaza, hubiera habido un escándalo de orden público.

Más allá de la anécdota, conviene ir, orsianamente, a la categoría. Toda la vida, el toreo ha sido un arte único porque compaginaba la belleza con la emoción; había que dominar a un animal feroz, terrible, para, después, intentar crear belleza. La unión de las dos cosas creaba un espectáculo extraordinario. Parece que eso ya se considera una antigualla: “los tiempos adelantan / que es una barbaridad”. Según muchos taurinos, hoy en día se ha conseguido lidiar los toros más bravos que nunca. Eso repiten, muy ufanos. Supongo que se refieren a toros como los de esta tarde, que salen de chiqueros rodando por la arena o embistiendo ya con una templanza absoluta, antes de ser picados. (“Otra antigualla, la suerte de varas”, opinan). ¿Cuándo se ha visto que, de salida, un toro embista ya a cámara lenta, para deleite de su matador? Por eso, ahora, muchos diestros hablan de que van a la Plaza “a disfrutar”, no a pasar miedo ni a vencer dificultades.

Con estos toros, cuando el cartel reúne a verdaderos artistas – los tres de esta tarde, por ejemplo - , el público puede aplaudir la belleza de algún lance o muletazo pero se le ha hurtado la mitad del espectáculo, lo que le daba real grandeza: la fuerte emoción de ver como se domina a un toro con casta y fuerza. Dentro de poco, la mayoría de los publicos no sabrá qué era eso. Hemos caído en un lamentable esteticismo amanerado.

Bajemos a los detalles concretos. El primer toro sale ya cayéndose , como harán sus hermanos, pero embiste a cámara lenta, como si ya lo hubieran ahormado. Ponce lo tantea con suavidad y sucede lo de tantas tardes: una maestría indudable pero una falta absoluta de la emoción que proporciona el toro encastado. Aguanta Enrique que se pare a mitad, se mete entre los pitones: una porfía meritoria pero con muy poco sentido, que provoca la impaciencia del respetable. Mata mal. El cuarto se llama “Ojeroso” y parece salir dormido: flaquea, embiste cansino, apagado. Una vez más, se luce, como enfermero, con un toro que se queda muy corto. Toda la faena trascurre al grito, repetido, de “¡Vamos, toro!” Pero ni la maestría de Ponce le convence de que vaya… Comenta Eugenio: “Le está robando la faena”: es verdad, pero el botín que saca es muy escaso y vuelve a matar mal. Muletazos majestuosos

A Manzanares le toca el único toro que se mantiene un poco. De salida, embiste ya con la suavidad del carretón. Pica muy bien Paco María. Se luce José María en muletazos solemnes, majestuosos, con empaque; sobre todo, en los cambios de mano y los de pecho, al hombro contrario, describiendo casi un círculo. Logra una gran estocada y corta una oreja; con más ambición, hubieran podido ser dos. El quinto, por flojo, echa las manos por delante, sale del caballo gateando, se cae en banderillas; en la muleta, va y viene dócilmente (¿se puede decir eso de un toro bravo?). Dibuja el diestro algún muletazo con clase pero el toro dura poquísimo, se va de la muleta, desentendido. Recurre en seguida al circular invertido. El toro se ha rajado a tablas y, allí, Manzanares falla sorprendente y reiteradamente con la espada.

En el tercero, Ginés Marín dibuja verónicas a un toro ya templadísimo, de salida, que busca las vueltas y derriba al picador (el padre del torero): una ilusión de fiereza que pronto se desvanece. Brinda a Sergio Ramos, en un burladero. Muestra Ginés sus buenas maneras, muletea suave pero el toro se apaga en seguida; la única emoción, cuando se le para, en mitad del muletazo. Deja buena impresión pero, así, no cabe el triunfo. El sexto , “Jaguar”, más bien parece un cordero. Acierta el Presidente Luque devolviéndolo, igual que al primer sobrero. El segundo sobrero también se cae: hasta este paciente público está ya hasta la coronilla. Es imposible que Ginés consiga la emoción, aunque brinda al público, se esfuerza y mata bien.

Escucho a un vecino, indignado: “¡Es de denuncia!” Y a su compañero, más sutil: “¿A quién?” Asoma la guasa sevillana: “Por el mismo precio, hemos visto más toros…” No cabe duda.

Una vez más, hemos lamentado una Tauromaquia muy disminuida. Se busca aliviar, mantener y cuidar , en vez de poder, dominar y someter al toro. No hemos visto “Tres tristes tigres” (Cabrera Infante) sino seis tristes toros: los muy tristes toros que “se dejan”; los que buscan la “toreabilidad”, esa excusa; los que aburren a las ovejas y echan a la gente de las Plazas…

¿Va a cambiar esto? No veo por qué. Mientras las primeras figuras sigan apuntándose a estos toros, seguiremos igual.

20_abril_18_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)