Herramientas de usuario

Herramientas del sitio


24_abril_23_sevilla

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Lunes 24 de abril de 2023

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: toros de Hermanos García Jiménez (con diferente prentación y juego; el 1º, devuelto por invalidez (1º-bis de Olga Jiménez), aplaudido el 2º, vuelta lenta al ruedo al 3º, pitado el último.).

Diestros:

Morante de la Puebla. Estocada tendida (ovación tras petición); estocada (oreja).

Alejandro Talavante. Tres pinchazos, estocada (saludos); estocada baja y descabellos (silencio).

Emilio de Justo. Estocada (dos orejas); estocada caída (saludos).

Banderillero que saludó: Miguel Murillo en el 2º.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: soleado, caluroso.

Entrada: lleno de no hay billetes.

Imágenes

Video resumen AQUí

Crónicas de la prensa

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Faenón de De Justo y la torería de Morante

Lo de Matilla salió como tenía que salir: noble, con las fuerzas justas y dejándose bastante en la muleta para beneficio de sus matadores. Incluso al tercero, que no era de indulto aunque muchos lo digan, le dieron una merecida vuelta al ruedo por su condición de embestir y de encastado. Morante estuvo en genio toda la tarde, independientemente de los detalles decimonónicos del traje, la montera, las medias blancas y los desplantes de Cúchares. Pudo y debió cortar oreja en el endeble sobrero que abrió plaza, pero no se le puede echar toda la culpa al presidente, al que hemos criticado desde esta “puerta” otras veces, porque tenía razón en que la petición, vaya usted a saber por qué, no era mayoritaria. Y después está Emilio de Justo, que nos asustó con la tremenda voltereta en el tercero, al que después toreó de lujo por ambos pitones en una faena de emoción y sensaciones. En fin, otra tarde importante en una Feria de la que ya se cuentan varias buenas faenas de las que se recuerdan mucho tiempo. Y algunos toros extraordinarios. Que siga la racha. Se me olvidaba, Talavante también toreó y tuvo lote hasta para cortar oreja, pero se le van estas ocasiones. Y no sólo por la espada.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Emilio de Justo corta dos orejas a un ‘matilla’ de vacas

La cumbre del festejo la puso el juego del toro ‘Filósofo’, un ejemplar marcado con el hierro de Olga Jiménez que recibió la vuelta al ruedo póstuma por su excelente juego –siempre a más- en todos los tercios. Si las cuentas no fallan y la memoria no decae sería el tercer toro que recibe este premio en una feria en la que están embistiendo muchos, muchísimos animales. Era una auténtica papeleta estar a la altura de ese torrente de embestidas exigentes, humilladas y codiciosas, de la mecha larga de bravura de un astado que fue cantando su excelencia hasta romper por completo en la muleta de Emilio de Justo que antes había sido prendido dramáticamente, girando feamente en la punta del pitón, sin lamentar más consecuencias que los desgarros de su vestido.

Pero el cacereño sabía lo que tenía entre manos y domeñó el ímpetu inicial del bicho en unos sabrosos muletazos por bajo, a rodilla flexionada, que hicieron romper la música. El toro se rebosaba en la muleta de puro bravo mientras Emilio lo pasaba por naturales, siempre muy encajado. A esa tanda siguió otra del mismo palo, con el torero más espatarrado, más expresivo, quizá menos atenazado mientras ‘Filósofo’ seguía regalando embestidas codiciosas. El toreo en redondo, muy para dentro, mantuvo la tensión del trasteo mientras se mascaban las orejas. No era fácil andar a la altura de esa exigencia pero el cacereño lo logró, brillando en los cambios de mano, liberando la tensión en los de pecho… Después de cambiar la espada aún se la puso por la izquierda, cerrando con muletazos por bajo. El espadazo, un puntito rinconero, terminó de desatar el entusiasmo. Al toro de los Matilla le dieron la vuelta al ruedo. Habría merecido volver al campo, ser echado a las vacas. Emilio de Justo paseó dos merecidas orejas.

Con esos dos trofeos, el personal –rendido definitivamente al moderno noveleo- echaba cuentas para abrir la Puerta del Príncipe siguiendo ese nefasto y moderno cómputo que cifra el raro honor en sumar dos más una. Pero el sexto de la tarde, un ejemplar desfondado y aploando, no le iba a dar opciones para lucrar esa tercera oreja que validara el paseo mirando a Triana. De Justo le hizo las cosas bien, perfectas, templando siempre una embestida sosa y mortecina. Pero cuando no hay toro no hay nada que pueda trascender. Sea como sea, se va de Sevilla con tres orejas en la talega. Tampoco está mal…

Pero ‘Filósofo’ sólo había sido la guinda del gran encierro de la casa Matilla. Seguramente el lote más completo, atendiendo a su juego global, fue caer en las manos de Alejandro Talavante que firmó lo mejor de su discreta actuación durmiendo la embestida del gran segundo en varios lances de excelente factura. Fue un animal noble, pronto y completo al que el Tala toreó mejor de rodillas –por delante y por detrás, en redondo y en un gran cambio de mano- que cuando se puso de pie para armar una faena siempre desigual, trufada de buenos muletazos sueltos y a la que no le faltó buena actitud aunque, eso sí, adoleció de redondez, composición, de recoger las embestidas y despedirlas, de trazar los muletazos con trazo más definido. La espada también se atrancó y lo que podría haber sido una orejita de circunstancias se acabó convirtiendo en el mismo silencio sepulcral que iba a saludar su actuación con el quinto, un toro algo más complejo pero de gran fondo con el que dio una impresión aún más deslavazada. La verdad es que no alcanzó a cogerle el aire por uno u otro pitón. Este martes está anunciado otra vez. Pues veremos…

Dejamos para el final, intencionadamente, la completa labor de Morante de la Puebla que salió a la plaza, siguiendo su propia tendencia para la temporada 2023, vistiendo un precioso terno de aires decimonónicos y tocado con esa montera de moritas sueltas que recuerda a los bizarros toreros de las láminas de La Lidia. El matador cigarrero dio una grandiosa tarde de toros. Lo hizo con el blando tercero, un animal noble que se defendió en ocasiones de puro flojo al que le hizo las cosas perfectas. Fue una faena de buenos paladares, dicha poco a poco, administrando magníficamente las posibilidades del animal, de intensidad creciente. Morante acabó toreándolo irreprochablemente sobre ambas manos, con temple líquido y sencilla y bella naturalidad. Un molinete de los suyos abrió la última fase de la faena, comprobando que el bicho ya no podía dar más. Fue el momento de tirar del álbum antiguo, trazando muletazos del antiguo testamento que difícilmente pueden apreciar los públicos de hoy. La estocada, algo trasera, también fue fulminante. La faena era de oreja pero la verdad es que a la petición le faltó clamor. El palco se atuvo a los pañuelos y Morante, visiblemente enfadado se encaró con el presidente Fernández Rey. Tampoco era para tanto, matador…

Pero el grandioso artista de La Puebla no había dicho la última palabra e iba a cincelar la obra más redonda de la tarde –un auténtico concertino incomprendido- toreando como un auténtico arcángel de la corte celestial al cuarto de la tarde, un ejemplar de medio fondo, un puntito tardo y aplomado, al que ya había endilgado dos capotazos al ralentí, muy arrebujado de toro, antes de marcharse hasta la cara del animal con la montera calada y las ideas muy claras. Si la inspiración existe, fue el halo que impulsó a Morante en esa faena alada, armónica, cadenciosa, imaginativa, perfectamente ligada y escenificada.

La cosa comenzó con ayudados torerísimos antes de ponerse a torear al ralentí. Un desplante de otro tiempo, liberado con un molinete belmontino, sirvió de hilván en la faena. Se puso a torear y a ligar con los pies metidos en una baldosa, creando una obra completa, luminosa en esa hora mágica –con el sol escapándose por Poniente- en la que ocurren las cosas más bellas en la plaza de la Maestranza. Tiró la montera y aún provocó la embestida que había que extraer con paciencia de orfebre: surgió entonces otra gran serie diestra, el torero girando sobre la cintura, la muleta deslizándose con exquisito temple y el toro definitivamente sometido. En otro tiempo, en la plaza que conocimos, se habría desatado la locura. Le dieron una oreja que acabó dejando en el estribo. Vaya como estuvo el tío…

Por Antonio Lorca. El País. Un torerazo, Emilio de Justo, ante un toro de vuelta al ruedo

El sexto toro no embistió y fastidió el sueño de Emilio de Justo y de toda la plaza de que se abriera, por vez primera de verdad, la Puerta del Príncipe de La Maestranza. Pero la entrega y la disposición del torero no pudieron vencer la falta de casta del desabrido animal, que modificó el guion que la tarde había previsto.

A pesar de ese molesto cambio de planes, ahí quedó la gesta del torero extremeño; gesta por su actitud torerísima durante todo el festejo, desde el ceñido quite por chicuelinas a su primero hasta la estocada final al molesto sexto. Y entremedias, un faenón de categoría a un toro excelente de la ganadería de la familia Matilla —Filósofo de nombre— que no destacó en varas (de un tiempo a esta parte, los toros no se ven en el caballo porque los colocan mal y el varilarguero no tiene intención de picar), acudió largo en el primer par de banderillas, y se transfiguró cuando vio la muleta de Emilio de Justo, que momentos había sufrido una seria voltereta cuando lo llevaba a la jurisdicción del picador.

Repuesto del susto, se encontraron un torero de aquilatada maestría y un astifino toro de incansable embestida, con transmisión, fijeza y ritmo (bravura, a fin de cuentas) que acometía para comerse el engaño en cada muletazo.

De Justo le mostró el camino en un espectacular inicio por largos ayudados por bajo que se tornaron en grandes carteles de toros. A continuación, tomó la zurda, desmayó el cuerpo entero, y dejó que el animal, boyante y encastado, se luciera una y otra vez en acometidas de ensueño. Otra tanda por la izquierda confirmó la altísima calidad del animal, conjuntado con precisión milimétrica con un torero en plenitud. Dos tandas, después, con la mano derecha, y de nuevo dominio, entrega, intensidad y emoción a raudales ante la obra de arte que ambos, toro y torero, cincelaban a la vista de una plaza enardecida. Aún hubo otra por naturales, y pudo haber más si De Justo no monta la espada y la entierra, un pelín caída, en el morrillo del encastado animal. Dos orejas incontestables (el presidente sacó los dos pañuelos a un tiempo) y vuelta al ruedo para un toro de extrema categoría en el tercio final.

Ahí quedó eso. No hubo Puerta del Príncipe, pero sí diez minutos de toreo abrumador ante un toro codicioso y vibrante.

Pero no acabó ahí la corrida, pues Morante hizo el paseíllo decidido a triunfar. No fue su lote el más idóneo para ello, pero lo intentó de principio de fin con capote y muleta. Veroniqueó con parsimonia a sus dos toros, y fue muy meritoria la faena a su primero, tan noble como inválido, que desbordaba bondad, pero era una piltrafa. No se amilanó el torero, y se esforzó en una labor analítica en la búsqueda de las mejores aristas de un animal que se negaba una y otra vez a ello. Hubo detalles de categoría, pero no la intensidad que buscaba Morante. Quizá por eso, le petición fue minoritaria y el presidente no concedió la oreja, lo que enfadó visiblemente al matador.

No tenía mucha más fortaleza el cuarto, pero le permitió algo más de lucimiento, y Morante pudo dibujar muletazos lentísimos y destellos de torería añeja, chispazos de arte, que provocaron el delirio. Siguió intentándolo, pero el toro no dio para más. Sonrió Morante abiertamente cuando tomó la oreja, que la dejó en el estribo, y comenzó una apoteósica vuelta al ruedo que duró una eternidad.

Y también estaba en el ruedo Talavante, quien, por un momento, abrió la espita del misterio, pero la cerró antes de que pudiera deleitarse con frenesí. No quedó claro si fue desconfianza del torero o incapacidad, pero despertó unas ilusiones que no confirmó. Recibió a su primero con el capote a pies juntos y trazó una par de verónicas preñadas de gusto, y repitió el destello en un quite. Brindó a la concurrencia, se hincó de rodillas y muleteó con largura y cadencia. Tenía delante Talavante un buen toro, repetidor y con noble movilidad que le ponía en bandeja una ocasión de premio. Pero hubo un momento imperceptible en el que se rompió el encanto. Hubo naturales largos, pero fue desapareciendo la tensión, y lo que parecía una obra de arte se diluyó en un instante. Después, Talavante dijo ser un pinchaúvas y todo se emborronó. Volvió a intentarlo en el quinto, soso y noble, y hubo alguna tanda de naturales estimables, y otro largo más tarde, y se atisbó otro casi al final… No hubo la conjunción imprescindible. Y volvió a matar mal.

En fin, una tarde interesante, con momentos para el recuerdo; y otra tarde de larga duración (nada menos que tres horas menos cuarto). Pero, al menos, se hizo presente el toreo.

Por Vicente Zabala de la Serna. El Mundo. Emilio de Justo habla con Dios y un 'Filósofo' de indulto; las antologías infravaloradas de Morante

Cuando a las 18.30 sonó el alegre revoloteo de los clarines y se escuchó el cerrojazo del portón como un golpe de martillo que aplastase su vuelo, Morante de la Puebla deslumbró al mismo sol de 40 grados. Su vestido anaranjado como un atardecer por La Algaba, cosido como una orfebrería repujada de plata cargada, siendo hilo blanco, contrastaba con el oro del chaleco. A las 18.48 MdlP brillaba de otro modo con un sobrero de Olga Jiménez berreón, que de salida había embestido recto a izquierdas, abortando verónicas; y por el derecho se había dado en un par de lances hermosos. Por esa mano, a la hora descrita, Morante dibujaba un derechazo gigantesco, un redondo soberbio, entre muchos otros bellísimos de curva que conducían a su altura al toro. Que no era nada del otro mundo. La faena creció sobre el talento del genio, el temple, su plomada, su cintura y el toreo de peso. Un natural sobrenatural crujió la plaza. Como los pases de pecho que no se acababan nunca. Todo sereno, maciza la pieza, superior a la manejable embestida del toro. Desprendió una torería mayúscula -aquel cuadro de Ruano del Pase de las Flores- antes de enterrar la espada. Trasera, algo tendida, arriba. La muerte lenta llegó. Pero los tendidos no se poblaron de pañuelos en la medida en que merecía la obra. Puede que sí. Puede que no. Una mayoría suficiente para que el presidente hubiera obrado con sensibilidad, sobre todo teniendo en cuenta otra mierda de orejas que se dan. Nada. En Sevilla, de todas formas no se enteran de Morante, quien ostensiblemente cabreado pareció verbalizar, según testigos televisivos, mirando al palco un «no tienes vergüenza». Eran las 19.09.

A las 19.30 Alejandro Talavante asaetaba con la espada como si fuera San Sebastián a un notabilísimo toro del mismo nombre que el devuelto en primera instancia: Almendrito. Talavante cierto es que trae otra alegría diferente al último año, recuperado el desparpajo y el espíritu improvisado. Ese desorden que desde el inicio de rodillas arreboló la Maestranza, más cachonda con él que con él maestro de La Puebla. Y sin embargo, a pesar de ciertos pasajes y que si lo mata ya hubiéramos visto la oreja, no lo cuajó de veras, olvidándose de torearlo en serio para andar en otras historias. Como debía su fino estilo. Que no ordenó.

Volvió a nacer Emilio de Justo a las 19.40, cuando poniendo al toro en el caballo lo arrolló, cayendo de la voltereta feamente sobre el cuello… Un revuelo de capotes al quite, un mareo, el agua bendita y la taleguilla partida. Un accidente laboral. Porque el extraordinario toro de Matilla [Olga Jiménez] ya había derramado sus maravillas en aquella chicuelinas giradas, ese modo de colocar la cara, fluir, abrirse y salir del embroque. Filósofo era la quinta esencia del toro bravo, tan bien dibujado, tocado arriba de pitones y por la varita de Dios. Y Emilio de Justo habló con Él. A las 19.46 elevaba su montera en el templo del toreo e instantes después se fundía genuflexo con la embestida soñada, sublimándose todavía por el pitón izquierdo. Exactamente por ahí EdJ vació el volcánico prólogo con un muletazo zurdo descomunal. Esa muñeca funcionó como seda y engranaje, puesta en ella la expresión corporal que no lo adorna. De Justo, desmayado con recta verticalidad, cuajó tandas de naturales que provocaban el bramido de Sevilla. Un rugido que creció y creció en su derecha, tan encajado de riñones, ese aire de Joselito; la frondosidad de la tanda desembocó en un cambio de mano estratosférico. Y en un pase de pecho sideral. Que fue denominador común de toda la esférica y ligadísima obra. Un tratado de filosofía, de lucha, vida y superación con un toro platónico. A la altura de Filósofo, fíjense, ni Patatero de Victorino, ni Príncipe, de El Parralejo. Su vuelta al ruedo en el arrastre aquilataba la verdadera importancia del premio, un eco de indulto que no se pidió. De Justo se meció en el epílogo, genuflexo otra vez. Rayar a la altura de ese toro, cale mas o menos su estética, fue un prodigio de concentración de todas sus virtudes. Un espadazo incontestable, con la fe de los suyos, tan puro, lo alzó con dos orejas unánimes.

Morante de la Puebla dictó otra vez a las 20.10 una antología. Otra con un medio toro,tan bonito como bondadoso, desde los ayudados que principiaron una absoluta maravilla. De colocación, cintura, compás y profundidad. La montera calada, guiños por alto a Gallito y a Rafael (De Paula). Con qué poquito levanta Morante monumentos. Cuando se desmonteró y lanzó el atavío astracanado, bordó el toreo de nuevo. ¡Qué torero! Si Emilio habló con Dios, MdlP lo interpretó. Otro espadazo, una oreja por fin. Lo que le cuesta a Sevilla entregarse a él.

Talavante, todo deseos con un toro basto y muy bruto, que desdijo el conjunto de Matilla, enterró un bajonazo que sepultó su querer. Y a las 20.50, cuando se presentía la Puerta del Príncipe para Emilio de Justo, la buena condición del hechurado sexto, no encontró el empuje ni el fondo para tirar hacia delante. Y a las 21.03 se bajó el telón de la esperanza.

Por Patricia Navarro. La Razón. JAntología y enfado de Morante y explosión de Filósofo y Emilio

Un desliz por dentro del sobrero de Olga Jiménez nos destrozó las ilusiones de las verónicas. Morante mecía las muñecas con la suavidad que se mece a un niño. El calor agolpaba las ideas, mientras a los de Matilla les fallaban las fuerzas. Iban dos y acabábamos de empezar. No era de justicia. El toro perdió las manos, Morante le reconstruyó por dentro como un orfebre que decide hacer la obra se den las circunstancias o no. Y poco a poco el toreo fue. Entre lo blandito se impuso la torería de su espectáculo que es natural y transgresor. Que lo has visto mil veces y no lo has hecho nunca. ¿Cómo? Pues eso, Morante. Cómo si no obviar el vestido mandarina e hilo blanco con el que hizo el paseo en Sevilla… Le brota el toreo aunque no quiera. Las nobles arrancadas del animal las convirtió en cadencia y belleza y una estocada cerró la obra. No sobraba nada. Delicadeza y torería. Metió la espada. Cayó el toro. El público pidió la oreja. Pero el trofeo no fue. Esa oreja es la manera de poder abrir la Puerta del Príncipe que tanto se resiste. No hubo manera. Tantas se regalan desprestigiando esta plaza muchas tardes que no se entiende. Morante se enfadó al ir a saludar y tiró la montera al callejón (por no hacerlo para otro lado…). Él es el toreo. Mayúsculo. El de verdad, el que no muere porque todavía hay tipos como él capaces de no venderse, de no tirar por la calle del medio, de ir a lo fácil.

Talavante quiso y por eso se fue de rodillas a comenzar la faena al segundo. Exposición y fuegos artificiales. Y en eso consistió la faena al buen segundo, que tuvo movilidad, repetición y puso la cara abajo. La labor de Talavante contó con la chispa del torero, que encandiló y nada que ver con el punto de partida del año pasado. Pero a la cantidad le faltó reposo y profundidad, pero la gente estaba feliz, hasta que tomó la espada y llegó la ruina. Toros en la Feria de Abril de Sevilla Toros en la Feria de Abril de Sevilla Raúl Caro EFE

El tercero de Olga Jiménez se llevó por delante a Emilio de Justo después de que hiciera un quite. Los recuerdos, después de su grave cogida, son aterradores. Siguió en el ruedo, como si nada. Es tan fascinante ver esto y que en otras actividades se exagere un golpe para sacar beneficio… Por esto, entre otras cosas, se habla de los valores de la Tauromaquia. El destino le premió con un “Filósofo” extraordinario. Qué manera de embestir por ambos pitones. Era una locura. Bravo, por abajo, repetidor, se iba hasta el final y más allá, una maravilla de la naturaleza, una genialidad del campo bravo ver a un animal embestir así. Todo tiene sentido por toros como este. Emilio lo vio pronto. Lo disfrutó por la derecha, aunque daba la sensación de que el animal era inabarcable, ilimitado. Cómo embestía por el zurdo era de otro planeta… por ahí De Justo estuvo lejos de exprimirlo. Apostó por el otro pitón. Su grandeza era tal que sencillo no era navegar a su altura. El toro era de indulto. Uno de los toros de la temporada. También que metiera la espada, caída, y le dieran dos trofeos. Un sueño. Emilio dejaba mucho sufrimiento atrás. La recompensa era infinita. Su cara de felicidad, también. Ese toro tenía que haber vuelto al campo.

Lo de Morante en el cuarto fue para paladares exquisitos. Cómo contarte. Cuántos toreros le caben a Morante con el medio toro que tuvo delante, de corta arrancada y fondo justo. Tan despacio, atornillado al suelo, convencido de que era su sitio, belleza descomunal los encuentros, verdad absoluta, tiempos anacrónicos para torear y para vivir. Ajustándose con el toro, sin aspavientos, una verdad tan sútil, tan poco vendida, que podría pasar desapercibida para una mayoría. Morante lo bordó. Inspiración, detalles, adornos, toreo fundamental. Si de normal las faenas se hacen largas, esta no queríamos que acabara con la constante incógnita a despejar de no saber qué iba a pasar. Divina improvisación. Una estocada arriba y el acompañamiento de la muerte del animal… ¿pero eso es posible? Qué maravilla.

Movilidad con menos entrega tuvo el quinto, como la faena de Talavante, acelerada y sin acabar de coger el ritmo al toro.

Emilio tenía la Puerta del Príncipe ahí, en la mano, pero el sexto no se movió. Y no quiso y no pudo ser. Lo intentó y lo mató en la rectitud. Cómo escapar la memoria de las garras de Morante y de la explosión de “Filósofo” para que se hiciera posible la justicia divina. Qué grande es el toreo. Esto no hay quién lo entienda, pero de pronto un día, en un instante, encajan todas las piezas.

Por Gloria Sánchez-Grande. Grupo Joly. Morante, 'expléndido' e incomprendido en Sevilla

La incomprensión es el sino de los genios. También el reconocimiento tardío, cuando ya de poco sirve. Morante de la Puebla se toma esos lances con una sonrisa burlona y una llamada de atención a la presidencia. “No tienes vergüenza”, le espetó a Gabriel Fernández Rey cuando le robó una oreja del primer toro de Olga Jiménez.

El arte de birlibirloque en el ruedo de La Maestranza. Eso hizo Morante con el que abrió plaza. Y no por su destreza para hurtar o estafar, sino porque se sacó de la manga una faena donde nadie daba un duro. Hay que ser un maestro para crear belleza, incluso, ante un sobrero derrengado, excesivamente picado, por cierto, por Pedro Iturralde. Ese repertorio lleno de gracia, temple y suavidad a media altura, la estocada fulminante, habría merecido un pañuelo blanco asomando desde el palco sin titubeos. Muy mal el señor Fernández Rey, que se guardó su cicatería también para el cuarto.

Con ese cuarto, Expléndido de nombre, con “x” en los papeles, según la ortografía de la casa Matilla, el de La Puebla del Río desplegó una antología del toreo a pie. En este caluroso Lunes de Farolillos, Morante ha revivido en el coso del Baratillo la historia de la tauromaquia. A pesar de lo estrafalario de su vestido —un terno naranja con bordados en hilo blanco—, dejó un cartel de toros a cada pase. Salió a torear con la montera calada y empezó la faena con unos torerísimos ayudados por alto en tablas. Después, el mentón hundido en el pecho, el cimbreo con la cintura… La torería en grado máximo. La riqueza de un arte que se pierde lentamente y del que Morante es el único y último cauce entre el pasado y nuestros días. Casi nadie se enteró, me temo. El presidente tardó una eternidad en concederle una oreja. Y el sevillano, a cambio, se entretuvo en pasearla con parsimonia por el anillo, sin perder esa media sonrisa del que sabe que la historia le hará justicia tarde.

Luego está el caso de Emilio de Justo, que rozó la Puerta del Príncipe pero, sobre todo, se consagró en La Maestranza con un toro extraordinario, también con el hierro de Olga Jiménez, llamado Filósofo. Tenía el animal dos puntas corniveletas, muy astifinas y el pitón oscuro, algo inusual en esta ganadería. La embestida era incierta, se venía a los engaños pensando, haciendo honor a su nombre. Tan dudoso era que, durante la lidia, se le coló a De Justo, que sufrió una voltereta escalofriante, poniéndose en pie varios metros más allá, y con la taleguilla descosida.

Pero el pacense —con el muslo vendado— no se amilanó y comenzó una faena llena de poderío con doblones a dos manos. Una faena emocionante, de figura del toreo sin discusión. Para él, los versos de Lorca: “Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura. Los que doman caballos y dominan los ríos: los hombres que les suena el esqueleto y cantan con una boca llena de sol y pedernales”. Le cortó las dos orejas a Filósofo, que fue premiado con la vuelta al ruedo. El sexto, el toro que le habría permitido el triunfo, fue un el animal más descastado y deslucido del conjunto.

A Morante todavía le quedan dos corridas en esta Feria de Abril; a De Justo, ninguna. Los dos marcharon este lunes entre aplausos y vítores.

El regreso de Alejandro Talavante a La Maestranza, plaza que no pisaba desde 2018, también tuvo su aquel. Con el segundo, dejó su mejor versión: la herencia de Manolete y José Tomás, la del ídolo vertical sin mover las zapatillas, el torero abandonado que se rebuja con los toros hasta lo inverosímil. El Talavante de las dos rodillas en tierra para abrir boca, con temple, mando y valor. La espada, eso sí, una catástrofe.

Por Jesús Bayort. ABC. A Morante lo tratan como cacereño, a Emilio de Justo le permiten su corrección con el sublime Filósofo

A la hora que usted esté leyendo esta crónica, dando igual si lo hace el lunes o el martes, debería seguir Morante de la Puebla por la vereda del Guadalquivir sobre los hombros de sus partidarios, después de hacer lo más torero de esta desprendida Feria de Abril en la que tantas orejas se han regalado y en la que tan tacañamente se le ha tratado, despreciando su imperecedero conjunto. De la gallardía callada inicial a la postrera inspiración genial. Se encaraba con razón ante el palco de la sinrazón, presidido por el mismo señor que había obsequiado cariñosamente a El Juli por Resurrección. Y recordaría el de La Puebla aquello de Pepe Luis Vargas —«Tanto luchá pa ná»—, mientras veía la unánime contestación de la plaza a la prevenida actuación de Emilio de Justo con un animal que sublimó la clase y la bravura.

En el ecuador de la tarde había salido Filósofo, reflexionando entre si debía tomar el capote o el bordado de Emilio de Justo. Que finalmente optó por lo último, llevándoselo por delante. El único herrado con la marca de Olga Jiménez era un canto al estilo de Garcigrande: sin destaparse, sin 'partirse' en los capotes, reservando su grandeza para el final. Como aquel otro emblemático hierro de Atanasio Fernández. Filósofo era fino, aunque despegado del albero; acucharado de pitones, de expresión sublime. Que empezó tratando de esconder su volcán de bravura y clase, que erupcionó cuando dos minutos después de la voltereta reaparecía De Justo con la taleguilla envuelta en esparadrapo. Se desvivía el torero en un apasionado inicio genuflexo, sin el ayudado, acompañando con el pecho, liberando el renqueante cuello. Fue lo más torero de un conjunto en el que faltó una propuesta artística, un mínimo de improvisación, de salida de guion. El de Matilla era un torrente de talento, con el agravio de la velocidad que lógicamente acarrea la raza. Planeaba como tratando desenterrar el sustrato de la Maestranza, que entierra la historia eterna del toreo. Donde quedará marcado el suceso de este animal al que Emilio de Justo siempre quiso aplicarle el mismo muletazo: en trazo, en toques y en velocidad. Resultadista en su final, corriendo pronto a por la espada. Aunque ya Filósofo, Morante y Talavante se hubieran encargado de destaparle sus costuras.

Cuando a las siete menos diez de la tarde saltaba al ruedo Sosito (primero bis) se hacía el temor generalizado, por si le diera por homenajear a su bautismo. ¿Qué haría la madre para que la llamaran así? La respuesta de por qué lo habían dejado como sobrero llegaba nada más verlo: muy ofensivo por delante, con dos leznas tremendamente colocadas. Lo prefirieron antes que al horrendo sexto y el impresentable y famélico primero (titular). Lo intentaba Morante, vestido debutano, con bordado clásico, con medias blancas, con una personalísima montera en aires dieciochescos, doblemente cargada de moritas. Como doblemente se le venció Sosito por el pitón izquierdo. Trujillo le destapó la clase por el derecho, pero seguía sin poder corregirle lo otro, por donde mantenía la guasa, que le duró un par de muletazos en redondo, cuando Morante lo crujió por abajo, muy despacio. Y Sosito arrancaba a berrear, de lo que duele el toreo. Sin apretarse aún el torero, que tomaba la izquierda sin probaturas, con la muleta por el cáncamo, acariciándolo, sin desplazarlo, llenándose los delanteros de sangre. ¡Qué valor! Y sonaba Tejera, que parecía tocarle una marcha procesional a un palio bendecido, tan acompasado en sus movimientos de varales. En una faena larga, gallarda y torera —que terminará, para muchos, en el cajón del olvido—. Reduciéndole velocidad a la reproducción gallista. Matando, ahora sí, con el palillo tomado por el medio, con lo que cuesta llegar a la pezuña. La petición no terminó de ser rotunda, pero el presidente debió ser mejor aficionado.

Apenas unos minutos después del suceso de Filósofo reivindicaba Morante la despaciosidad torera, con lances que duraban lo que dos o tres tandas del antecesor. Con cadencia suprema, tirando al natural entre verónicas ¿Que qué es eso? Pues pasarse las embestidas como si tratase de torear con una única mano, meciendo con los vuelos, ajustándose con el codo. Como nadie es capaz de torear con el capote. Y arrancaba ese apasionado inicio del último tercio, barroco en su concepción, con la montera calada. Era un canto a la torería, pegado a tablas, quebrando la velocidad, la ley de la gravedad. En un juego inenarrable de muñecas, sugestionado en su alma, apasionado en su gesto. La inspiración se apoderaba del gran maestro de La Puebla del Río, que, como Picasso, ha tardado toda una vida en torear como un niño. Empeñado en dejar estampas únicas ante 'Explendido', en cada gesto, en cada movimiento. El genial anticuario de la torería, desempolvando suertes, movimientos… El único lunar de la faena lo ponía 'el Kiki de La Algaba' en un desagradable fandango. Pero eso es y eso desata Morante: pasión, espontaneidad. Una locura incomprensible, como difícil era comprender que Fernández Rey tardase en dar la primera oreja hasta que empezaban a arrastrar al animal, que entró en el desolladero sin mutilar. Hizo bien Morante en no pasear esa oreja.

Anda Talavante persiguiendo un quite prodigioso de Manolete en México, que ligaba verónicas a pies juntos sin perder pasos. Que parece una quimera, con la velocidad del toro español y con la raza que tienen hoy día. Pues casi lo consigue hoy, acariciando en cada lance, metiéndole la primera marcha a Almendrito, que salía con la quinta de fábriaca. Le caía los brazos, le acariciaba con las muñecas, sin desplazarlo, en una sublimación de la torería capotera. Todo era a cámara lenta, cuando el animal quisiera, como Talavante quisiera. Que le sobró un mínimo pasito para clavar el recuerdo al monstruo cordobés. Estaba cómodo el torero, despojado de la presión pasada, suelto en sus gestos, pasándoselos nuevamente por la faja, embadurnándose en sangre. Brindaba en los medios y rápidamente comenzaba el recital de rodillas, una suerte que él recuperó y que muchos otros han intentado conquistar. Se reducía Almendrito II a la altura de la pechera de Talavante, que incluso toreó con mayor profundidad que de pie, cuando siguió con el homenaje manoletista, muy vertical en las series, muy ajustado en los embroques. Obviando miradas, que recordaban a la sevillana que hoy tanto se escuchará de Rafael del Estad 'Las miradas de los hombres (también del toro) son peligrosas, porque los hombres miran diciendo cosas'. Y éste miraba diciéndole cosas, que parecía no terminar de entender Talavante. Sin cogerle verdaderamente el aire. Como no se lo cogió a la espada, en un mitin para el olvido. Hizo un esfuerzo con el quinto, con el que tampoco logró la conexión.

. Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. …y Morante se sintió estafado

Tercer reventón en taquillas, corrida de puro y clavel y otra tarde en la que bien debieron cortar trofeos los tres integrantes del cartel. A Morante le birló una el palco, a Talavante la espada y Emilio de Justo estuvo en un tris de abrir la Puerta del Príncipe, pero tras cortarle las orejas al primero de su lote tuvo el infortunio de que le tocase el garbanzo negro de la corrida para cerrar el festejo.

Pudo darse el completo, pero todo arrancó a contraestilo. Primero porque el que abrió plaza, Almendrito, blandeó tanto que tras ser picado dio lugar a que asomase el pañuelo verde. Salió Sosito, con el hierro de Olga Jiménez, Pedro Iturralde lo avía en el caballo, el animal berrea sin parar y Morante, que luce medias blancas, muy a tono con el hilo que borda el terno, va entendiéndose con él hasta lograr pasajes bellísimos. No hay emoción, pero sí belleza y torería, mucha torería. Todo lo pone el cigarrero y lo que falta corre por cuenta del toro. Le endilga un sopapo hasta la gamuza, el toro cae rodado, la plaza pide la oreja, pero el usía se hace el sordo. La bronca es tremenda y Morante muestra su enfado tirando la montera al callejón tras agradecer la ovación. En otro tiempo hubiera dado una o dos vueltas al ruedo, pero las modas son las modas y en la que hogaño manda no entra la vuelta al ruedo. Pero en el cuarto sí corta un trofeo y eso que el palco no se da prisa alguna en concedérsela. Morante muestra nuevamente su enfado tirando la oreja debajo del estribo. ¿Por qué le negó el presidente la oreja del primero? Pues eso tendría que explicarlo don Gabriel, el presidente, y cuesta trabajo entenderlo teniendo el asesoramiento de un torero tan bueno como Alfonso, el menor de los Ordóñez.

El triunfador de la tarde fue ese torero extremeño que el sábado dejó en el aficionado el deseo de volverlo a ver. Y la ocasión llegó pronto, sólo cuarenta y ocho horas después. Emilio de Justo salió a revienta calderas y toreando por chicuelinas en las que carga la suerte y baja mucho las manos, Filósofo le echó mano y le dio una tremenda voltereta que le destrozó la taleguilla. Recompuesta con esparadrapo, Emilio le brindó a la plaza para hacer una faena que va a contar a la hora del reparto de premios. Tras unos inmensos doblones genuflexo prosiguió el diálogo con una serie de naturales naturalísimos descolgado de hombros y con la mano muy baja. Conectó por la vía rápida con los tendidos y a partir de ahí surgió un faenón. Tiene aroma de torero bueno este extremeño con sus muletazos desmayado, sus naturalísimos pases naturales y su hondura. Lo mató de un estoconazo y las dos orejas de Filósofo fueron a su esportón.

Mala suerte tuvo con el segundo de su lote, ese toro que cerró plaza, que atendía por Principal y que no colaboró ni una mijita en el objetivo de Emilio, que no era otro que salir por la Puerta del Príncipe. Con dos orejas cortadas, el pasaporte para salir por el Paseo de Colón siempre es perseguible, pero a pesar de lo mucho que quiso el matador, nada fue posible. Con el capote toreó para el toro, abriéndole caminos y cuidándolo cuanto estaba en su mano. Y ya en la muleta lo intentó con la diestra, pero el toro dijo nones y en un pozo el gozo y el proyecto de un torero que veía tan cerca la puerta mayor del toreo que no podía ocultar su frustración y su disgusto. Y es que qué pena da tener el agua tan cerca y no poderla beber.

Reaparecía en la Maestranza Alejandro Talavante en esta segunda etapa de su carrera. Su estrategia del año pasado no contempló venir a Sevilla en primavera y la empresa no accedió a que sí lo hiciera en otoño. Talavante siempre es bien acogido en la Maestranza, sobre todo desde aquel inmenso natural que dio en la Feria de 2007. Pocas veces ha sido tan recordado, y rentable, un muletazo como el que dio Alejandro el 23 de abril de 2007 a Jergoso, un bravo toro de Núñez del Cuvillo. Aquel día abrió la Puerta del Príncipe y ese fue su salvoconducto para ser considerado por Sevilla.

Ayer fue acogido con cariño tras una larga ausencia y a punto estuvo de tocar pelo, pero se atascó con los aceros. Fue con el segundo toro de la tarde, Almendrito también de nombre, al que recibió con un ramillete de lances a pies juntos que tuvieron su continuación en dos verónicas y media con la que dejó al toro a disposición de Manuel Cid, el picador. Brindó a la plaza, comenzó toreando en redondo con las dos rodillas en el albero, prosiguió con sus personalísimos naturales y con esas improvisaciones en la cara del toro que tanto forma parte de su personalidad. La espada le jugó totalmente en contra, le privó de cortar una oreja y ahí se acabó lo bueno de su tarde, ya que en el quinto no encontró los resortes idóneos para el triunfo. Pero hoy vuelve Alejandro a la Maestranza y como tiene el duro, existen posibilidades ciertas de que lo pueda cambiar.

Por Toromedia. Emilio de Justo corta dos orejas y Morante una en la corrida de Matilla

Morante dejó alguna verónica suelta marca de la casa en el recibo al sobrero, un toro que fue fuertemente castigado en el caballo y al que citó en corto en la muleta, logrando algunos derechazos con el sello especial de este torero. Así fue toda la faena, tanto en el toreo zurdo como al natural: salpicada de muletazos excelentes y templados que despertaron los oles del tendido. Faena de momentos bellos que coronó de estocada. Hubo petición de oreja, que el presidente no concedió con notable enfado del torero, que fue ovacionado.

En el cuarto, Morante toreó de capa con soltura en el recibo dejando algunos buenos lances, igual que en el quite. Comenzó la faena de muleta con la montera calada y mostrando una caligrafía exquisita en los primeros muletazos. Morante estaba a gusto y hasta inspirado, toreando de forma exquisita hasta que el toro se agotó. Hubo una serie final que inició tirando la montera al toro que puso precioso broche a su labor. Mató de estocada y esta vez sí fue premiado con la oreja.

Talavante firmó un bonito recibo de capa al segundo de la tarde, toreando con los pies juntos. Comenzó la faena de rodillas templando muy bien al toro, que se desplazó bien. La primera serie diestra fue ligada y la siguiente al natural tuvo un muletazo muy largo. La faena siguió creciendo de forma natural, como si Talavante jugara con la buena embestida del toro de Matilla. Todo fue naturalidad y clarividencia, sin vender nada, una faena de premio que emborronó con el reiterado fallo con la espada.

El sexto manseó en los primeros tercios y no fue claro en la muleta. Talavante se empleó con la zurda sacando buen rendimiento del toro, metiéndolo en la muleta en una labor con mucho mérito al no ser claro el de Matilla. Apuró todas y cada una de las embestidas en una faena de mérito que de nuevo estropeó con la espada.

Emilio de Justo no pudo lucirse de capa en el tercero, que le propinó una tremenda voltereta cuando lo llevaba al caballo. Se recompuso, brindó al público y firmó un magnífico comienzo de faena por doblones, sobresaliendo los del pitón izquierdo. Fue un prólogo de lujo para lo que vendría después. Aprovechó la excelente embestida del toro para dar series compactas y ligadas por ambos pitones. De Justo toreó siempre por abajo, con profundidad y temple, construyendo una faena redonda y maciza, sin fisuras. Cuajó al excelente toro Filosofo de Olga Jiménez, que fue premiado con la vuelta al ruedo. Mató de gran estocada y fue premiado con dos orejas.

Tampoco hubo lucimiento de Emilio de Justo con el capote en el sexto, un toro que llegó a la muleta sin fuelle y que no permitió al extremeño redondear su triunfo. Lo intentó sin resultado ante un animal desfondado y sin emoción. Mató de estocada y fue silenciado.

Fotografía: Arjona/Toromedia.

24_abril_23_sevilla.txt · Última modificación: 2023/04/25 10:36 por Editor