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Plaza de Toros de Bilbao

Viernes, 24 de agosto de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río

Diestros:

Sebastián Castella: de nazareno y oro. Pinchazo y estocada defectuosa (saludos). En el cuarto, estocada desprendida (palmas).

José Garrido: de verde musgo y oro. Estocada caída (palmas). En el quinto, media desprendida. Aviso (saludos).

Andrés Roca Rey: de blanco y plata. Media y descabello. Aviso (petición y saludos). En el sexto, pinchazo en hueso y gran estocada (dos orejas). Sale a hombros.

Entrada: Tres cuartos de entrada

Galería de fotos: http://www.bilbao.choperatoros.com/corrida/de-bilbao-2018-7a-de-las-generales/

Vídeo:http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/multimedia/20188/24/20180824211226_1535138198_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Grandeza de Roca Rey

El presidente se excedió, quizá, al sacar a un tiempo los dos pañuelos blancos que concedían las dos orejas a Roca Rey a la muerte del sexto de la tarde; se excedió, quizá, porque el estoconazo final estuvo precedido de un pinchazo y un aviso. Dicho lo cual, y demostrado que el prestigio de esta plaza ya es historia, reconocer se debe que la actuación del torero peruano ante ese toro fue una lección de grandeza torera.

Ciertamente, toda la labor de este joven espada a lo largo de la corrida fue la demostración de que es un torero diferente, con una cabeza privilegiada, con un valor sorprendente y unas maneras cada vez más hondas y clásicas. Lo dejó claro con el capote en sus dos toros, por delantales, chicuelinas, saltilleras, con suavidad, armonía y un pasmoso desprecio al peligro. Y lo corroboró muleta en mano en las tres tandas por la derecha que aguantó su primero, con una brillante expresión de mando y temple en sus muñecas, y lo firmó en el sexto, ante el que comenzó por estatuarios, derecho como una vela, y, seguidamente, ofreció una lección magistral de cabeza amueblada, oficio y técnica cuando el animal, que decidió rajarse y huir de la pelea, no tuvo más remedio que embestir ante la decisión inapelable de un torero perfectamente colocado, tirando de cada embestida, el toro embebido en cada muletazo, en una sucesión de pases ceñidos, largos y hondos. Fue una faena de menos a más, emocionante por inesperada y torerísima de principio a fin. Pinchó en todo lo alto, se pasó de faena y lo avisaron, y cobró, finalmente, un estoconazo hasta la bola que le permitió salir a hombros por la puerta grande con todos los honores.

Junto al triunfo también se despejó cruelmente una de las grandes incógnitas de la feria: Roca Rey tampoco llena la plaza de Bilbao; los tendidos solo se cubrieron poco más de la mitad, lo que explica que el problema es más serio de lo que pudiera parecer.

Y otro asunto: no hay toros para esta plaza. Victoriano del Río, uno de los ganaderos de moda, un hierro de los llamados de ‘garantías’, no pudo reunir a seis ejemplares con el trapío exigible. Los lidiados en primero y quinto lugares carecían de la presencia requerida para el toro del Bilbao; y el sexto tampoco debió pasar el examen del reconocimiento. Y es más: todos mansos y con las fuerzas muy justas, de modo que no hubo tercio de varas. Y llegaron a la muleta sin alma, sin vida, sin fortaleza ni alegría. Quizá, sea este otro de los graves problemas: el toro tontamente noble y sin fuerza ha expulsado a la que un día fue seria y exigente afición de esta plaza.

Pero el asunto afecta también a los toreros.

Primero, que el grande Roca Rey también se apunta, y con qué cariño, a este hierro; claro, que a fin de cuentas no hace más que continuar -erróneamente- la estela de sus mayores.

Como Castella, por ejemplo, que se encontró de salida con un anovillado primero, manso de libro, pero noble y encastado en la muleta, con el que estuvo pesado y vulgar en una sucesión interminable de pases en línea recta, muy por debajo de la codicia y la incansable movilidad de su oponente. Se justificó ante el rajado cuarto, y solo las protestas de una parte del público impidieron que ofreciera otro recital de aburrida cantidad.

José Garrido entró en sustitución del lesionado Cayetano y tuvo mala suerte. Se plantó de rodillas en toriles para recibir a su primero y en el momento de la larga cambiada el animal se lesionó gravemente y fue devuelto. El sustituto fue un buey deslucido.

Muy afanoso y entregado Garrido estuvo ante el quinto, soso y con escasa codicia, como todos, y a punto estuvo de tocar pelo.

ABC

Por Andrés Amorós. Roca Rey ofrece su corazón en Bilbao

Esta Feria, bien programada y cuidada, necesitaba un golpe fuerte, un acontecimiento que ilusione a los aficionados y atraiga al gran público. Roca Rey, al final, logra lo que necesitábamos y corta la orejas. Los toros de Victoriano del Río son nobles pero duran poco.

El estatismo vertical de Castella emociona si los toros embisten con alegría (cosa que no siempre sucede). El primero se viene arriba, repite, incansable; permite que el diestro, muy firme, ligue muchos muletazos, aclamados, pero prolonga demasiado y pincha. Ha sido un gran «Cóndor», como el que «vuela», en la canción peruana: «Tras él, la tierra se abrió de verdor…» (Si le toca al peruano Roca Rey, la metáfora era inevitable). En el burraco cuarto, «Jabaleño» (como el de Pepín Liria, en Pamplona), Roca hace un gran quite a un banderillero. Castella le da sitio, aprovecha las nobles embestidas hasta que el toro también se raja (una historia repetida).

Garrido obtuvo aquí su mayor éxito, la mañana de los seis novillos. Pone toda la carne en el asador para demostrar que era injusta su ausencia. Se lesiona el segundo, en la portagayola. En el sobrero de Encinagrande, saluda Chacón. Desperdicia algunas embestidas haciendo el poste y, cuando quiere apretar, el toro se raja. Yéndose, mata bajo. El «Manisero» –el quinto– «ya está aquí», justo de fuerzas pero muy noble. Garrido gallea; liga suaves muletazos, culminados con un arrimón. En la canción del manisero, «ya no se le puede pedir más»; aquí, sí: algo más de fuerza, al toro, y de medida, a la faena.

Segunda actuación del fenómeno popular Roca Rey, que sufrió, el martes, el desastre de los toros de Cuvillo. Lancea con sosiego al tercero, pronto y noble, pero que dura poco; el quite variado levanta una ovación, que crece en los muletazos cambiados iniciales. Manda mucho, en los derechazos de mano baja, pero el toro se para, se va a tablas; allí, deja media estocada: petición. El toro ha sido «Entonado» pero también «ronquillo», como la voz de Don Quijote, cuando cantaba. En el sexto, pone a la gente en pie en el quite, con el capote a la espalda, cambiándole el viaje. El toro va largo pero muy suelto; después de dejarlo pasar, haciendo el poste (no es lo adecuado, para corregir el defecto), lo sujeta bien en los naturales clásicos, de mucho poder, llevándolo prendido, que entusiasman. Pincha en hueso, antes de una gran estocada: dos orejas. El toro se llamaba «Despreciado». Tarareo: «Si por pobre me desprecias, te ofrezco mi corazón». Además de su gran capacidad, Roca Rey ha ofrecido su corazón. Y ha ganado.

Postdata. Como torero y como personaje, Luis Miguel Dominguín tenía muchísima más categoría e interés de lo que se vio en el programa «Lazos de sangre», dedicado a la dinastía familiar, que lo redujo a una serie de tópicos y manidas anécdotas. Ni se mencionó que formaran parte de esa dinastía don Domingo, Domingo y Pepe Dominguín. El programa se centró, sobre todo, en el atractivo y la ambigüedad erótica del joven Miguel Bosé. ¡Lamentable! Y, más lamentable todavía, en una cadena pública, La 1 de TVE.

La Razón

Por Patricia Navarro. Roca Rey: intratable

oca insulta, agrede, acosa, es un bestia, un monstruo, todo ello traducido a códigos taurómacos capaces de convertir el toreo, reconvertirse, ilusionar y crearlo cuando estaba todo por perdido. Cuando otra mansada más nos estrangulaba y andábamos a punto de lanzar un SOS sin consuelo. Y ahí estaba él. Pasados por poco los 20, en mitad del ruedo, en mitad de la nada, con el capote por la espalda y multiplicando el riesgo al jugar, justo antes de la llegada del toro al cuerpo, con el viaje del toro, ahora por aquí o por allá, sin importar la inercia ni los puñales de acero. Todo en un órdago a un más difícil todavía. Juega Roca, con el toro, con las emociones del público, con lo que a la mayoría nos asusta, incluso nos hace volver la cara. Juega. Y se divierte. Y entre tanto hace el toreo. Y cada día más denso de matices. Vinieron unos estatuarios de terrenos infranqueables a ese sexto. Saben en el Perú que él no va a rectificar, pero el toro había desistido a su enigmática condición de bravo casi ya al empezar. Y miró a tablas y se fue derecho. Tan manso y rajado como tantos, para qué hablar. A ese sexto, que ya se las veía felices en tablas no le quedó otra que embestir. Una demoledora verdad le aplicó Roca para obligarle a ello. La verdad del cite, de la colocación, de echarle los vuelos, de dejárselos muertos cuando el toro se quiere ir y presentárselos otra vez en medio de su huida. Acosándole. Sin más alternativa que ser cómplice de su triunfo en Bilbao con una embestida humillada y vibrante. Aquí y allá buscó toro Roca siempre como el adicto la droga. Y encontró. Y montó faena. Mágica por ser casi de la nada, por esa sensación de dominio, de llenar la escena, de controlar una situación casi caída en desidia. Remontó la faena. Y la tarde. Se perfiló en la suerte suprema y pinchó arriba antes de meter la estocada de rápido efecto. En el camino de la rectitud había ido la suerte. Y la faena. Se pidió el premio y Matías, el presidente, sin pensárselo, soltó las dos. Agua para el sediento. Pronto y en la mano había querido tenerlo con el tercero, que tuvo buena condición, por abajo, pero desistió sin vuelta atrás y se rajó. No perdió nunca la cualidad de humillar ni Roca de arrear. Intratable torero.

Esa faena al sexto fue un fogonazo que arrasó todo. Nos quedaron cenizas mentales para reconstruirnos. De ahí sacamos los matices que tuvo la faena de Castella al primero, que se estrellaba en el peto, porque no era capaz de hacer pelea de bravo por abajo. Luego tuvo movilidad y repetición en esas medias arrancadas en las que el francés quiso igualar las muchas desigualdades del toro. El quinto manseó sin sonrojo. José Garrido sustituía a Cayetano. Se fue a portagayola con el segundo y justo en la larga el toro se descordó e imagen lamentable. Esas cosas que nadie quiere y menos después de ese esfuerzo. El sobrero de Encinagrande se empeñó en mantener el guión de manso y Garrido se esmeró con un quinto de noble y media arrancada, con el que se pegó un arrimón tremendo. Luego llegó un huracán, llamado Roca Rey y arrasó todo.

Bilbao. Séptima de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés, 1º y 4º, desiguales de presentación. 1º, repetidor y de desigual ritmo; 2º, sobrero de Encinagrande, rajado y manso; 3º, de buena calidad pero sin duración; 4º, rajado y manso; 5º, a la espera, de media arrancada y noble; 6º, manso, r

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