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Plaza de Toros de Bilbao

Viernes, 25 de agosto de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río incluido el sobrero (6º), rematados en sus diferentes hechuras y seriedades: parado el 1º; complicados 5º y 6º; bondadoso y de contado poder el 3º; manejable y a menos el 2º; obediente pero reponedor el 4º.

Diestros:

Enrique Ponce: de marfil y oro. Pinchazo hondo tendido y descabello (silencio). En el cuarto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros.

Cayetano: de tabaco y oro. Pinchazo y estocada (petición y saludos). En el quinto, pinchazo y estocada (silencio).

Gines Marín: de turquesa y azabache. Dos pinchazos, pinchazo hondo y dos descabellos. Aviso (saludos). En el sexto, estocada (oreja).

Entrada: Dos tercios

Vídeo: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20178/25/20170825213612_1503690120_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Puerta grande para Enrique Ponce

El estoconazo de Enrique Ponce al cuarto de la tarde fue de libro, una de esas estocadas que deben ver y analizar todos los aspirantes a la gloria del toreo. Hizo la suerte a la perfección, clavó la espada en el mismísimo morrillo del animal, la hundió hasta la empuñadura y el toro salió muerto del encuentro. Tembló durante unos segundos y cayó patas arriba en la negra arena bilbaína mientras la plaza puesta en pie solicitó las dos orejas que el presidente concedió sin duda alguna.

Una oreja por la estocada, y otra por la faena, que no fue grandiosa, ni arrebatadora; ni siquiera tuvo tandas para el recuerdo por su hondura y majestuosidad, pero fue un compendio de inteligencia y conocimiento ante un toro nobilísimo que no acabó de definir su carácter. Sin recorrido en los inicios con la muleta, repitió después en embestidas cortas con más sosería que clase; Ponce administró los tiempos con suavidad y serenidad, y le robó muletazos, fundamentalmente con la mano derecha, ceñidos primero, desmayados y ligados después, un molinete, medios pases… Todo muy ceremonioso, lentamente, casi en éxtasis. Le robó al toro lo que no tenía. Lo exprimió. Y entusiasmó al respetable. No encontraba el torero la manera de finalizar su labor hasta que, tras un vistoso abaniqueo, montó la espada, y… ahí quedó una lección tan redonda como imperfecta de un maestro.

El propio Ponce inició una singular polémica política al brindar al Rey Don Juan Carlos por la unidad de España; en su turno, Cayetano -muy temperamental en su parlamento- aludió en su brindis al terrorismo, y momentos antes había ordenado a su cuadrilla que banderilleara con los colores de la bandera española, lo que produjo una división de opiniones en los tendidos. Y Marín corroboró sus palabras al monarca con un Viva España. Vamos, que aquello parecía una corrida patriótica…

Pero la realidad era otra. Y la culpa, de los toros. Ponce, en su primero, muy parado, se limitó a mantenerlo de pie. Cayetano, arrebatado y crecido con el asunto de las banderillas (Iván García y Alberto Zayas saludaron tras un buen tercio) y el brindis real, se quitó las zapatillas, hincó las rodillas en tierra, y así pasó por alto a su primero, que pronto se agotó y acabó con la ilusión de un torero valeroso que llegó a por todas. Sin clase se expresó el quinto, al que hizo un ceñido quite por gaoneras. Buena fue su actitud toda la tarde, pero no encontró el premio deseado.

Y Marín no perdió su crédito. Tampoco tuvo toros para el triunfo, sosos los dos y de escaso recorrido, pero prevalecieron su entrega y buenas maneras. Mejor en su primero por el lado izquierdo, con momentos estimables y escasos, también, de emoción, y con extraordinaria disposición ante el sobrero sexto, de contada calidad y recorrido, al que le cortó una oreja tras una voltereta sin consecuencias y una estocada de buena factura.

Nota final: no hay torero que llene la plaza de Bilbao.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La incombustión de Enrique Ponce incendia Bilbao

Volvieron a honrarse las Corridas Generales de Bilbao con la presencia del Rey Don Juan Carlos. Y la Infanta Elena, la rama taurina de la Familia Real que al tronco sale. Enrique Ponce brindó al Monarca un cinqueño castaño, montado y corto de cuello: no humilló nunca. Y se frenó siempre. Tan apoyado en las manos. A plomo se paró en la muleta de Ponce. Ni la constancia poncista extrajo a su altura una gota de celo.

Si el maestro de Chiva elevó su montera a Don Juan Carlos “por una España unida”, Cayetano lo hizo también por la nación y por su figura “en una ciudad que desgraciadamente ha sufrido mucho a causa del terrorismo”. Y añadió como coda: “Al que juntos hemos vencido”. Antes, el nieto del inolvidado Antonio Ordóñez cambió a su cuadrilla las banderillas oficiales de la plaza con los colores de la ikurriña, la ciudad y la divisa de Victoriano de Río, por los palos con la bandera de España. El volcán de una ovación clamorosa, acorde a los brindis, apagó los tristes pitos acomplejados de cuatro gatos separatistas. Iván García cuajó dos soberanos pares al cuarteo. Pura la reunión, sensacional la ejecución. Los brazos sacados desde abajo. Vista Alegre se caía puesta en pie.

La raza de Cayetano selló los muletazos de rodillas en la apertura de faena. Debutaba con los dientes apretados. Apostó por la izquierda. Muy abierto en la colocación, más templado del segundo natural en adelante. La velocidad de los primeros embroques le hacían perder al toro los remos. Su nobleza y buena intención carecía de punch. Cayetano pasó de su deseo por ligar al planteamiento del unipase. Siempre cerrado entre las rayas. También cuando ofreció la mano derecha, por donde el toro había sacado notable estilo en el capote. Rivera vestía los pases con porte y empaque. A falta de ajuste, morían con elegancia. Un pinchazo aguó los adornos de despedida. La amable petición no fraguó.

Como un crujido de maderos viejos sonó el pitón del tercero al partirse contra un burladero. Impepinable la devolución. Ginés Marín corrió turno. Lavaditas la cara y las hechuras del que nunca fue sexto. Bondadoso y de muy contado poder. Medido en el caballo y medido en la muleta por la suavidad de Ginés. Las series necesariamente cortas. Basada la faena en la izquierda. Allá en los medios. Y en la sutil zurda. La expresión de su toreo se hundió con la espada. Que lastró hasta las manoletinas de postre.

Ponce venía embalado de las glorias conquistadas en Málaga, Ciudad Real, Almería… Dispuesto a lanzar la feria. Y a fe que lo consiguió. La cabeza del Minotauro de Valencia perfectamente engrasada con un cuarto voluminoso, alto, grandón. La fachada por encima del fondo y la entereza. Todo bañado por su obediencia reponedora. Sabio el veterano maestro para educarlo, perderle imperceptiblemente pasos, hipnotizarlo, taparlo, que no hiciese hilo y potenciarle el viaje. La derecha atemperada, embraguetada y cosida en redondo. Creciente la intensidad. Al toro le pesaban lo medios y le tiraban los adentros. EP trató de alejarle de la querencia. Aunque hacia tablas se tragaba la mole de Victoriano más a gusto los muletazos. Hacía allí basculó la faena y la zurda. Dos vueltas al pasodoble. Ponce crecido, Bilbao entregado. Por enésima vez. Los últimos derechazos casi con un pie bajo el estribo. Incombustible el tipo. Como su inteligencia, su ambición y su valor. Un volapié biblíco disparó la invención poncista. La pasión y la pañolada. Matías asomó los suyos a la vez. Sus pañuelos. Como suele para no dejar resquicio a la duda. Por si la había. Puerta grande de la capital de Vizcaya. Poncista antes que vizcaína.

Cayetano sufrió con el armado quinto. De la otra línea de Victoriano del Río. O no. Soltaba violentos testarazos desde el quite con el capote a la espalda. El quite de Ronda enrazado y embarullado como respuesta a las gaoneras. Los derrotes se estrellaron constantemente en el palillo de la muleta de Rivera. Que resolvió como pudo o supo.

Tampoco fue fácil el sobrero lidiado como último. La longitud de los pitones como concentración de todo su simplón trapío. El genio interior para compensar. Desigual en su manera de atacar. Siempre con el sónar encendido de lo que se dejaba atrás. Ginés Marín derrochó redaños para echarlo hacia adelante. Una batalla. Un toma y daca. En una de las refriegas perdió pie. Las dagas silbaron envenenadas sobre su yugular. Quedó la marca en el cuello. No se arredró acero en ristre. Un espadazo, una oreja de ley.

A hombros izaron a Enrique Ponce. Veintiocho años de grandiosa historia le contemplan.

ABC

Por Andrés Amorós. Cumbre de Enrique Ponce por una España unida

El día grande de la Semana, vivimos una emocionante corrida, con pasiones taurinas y patrióticas. Enrique Ponce logra una faena cumbre, premiada con las orejas y sale a hombros. A costa de un varetazo, Ginés Marín corta un trofeo. Asiste Don Juan Carlos, con la Infanta Elena, y es ovacionado mayoritariamente: los tres espadas le brindan su primer toro. Cayetano se presenta dignamente y culmina el gesto (que Ferrera dejó a medias, el domingo) de dar a sus banderilleros los palos, con la bandera nacional: levanta un clamor, aunque unos pocos no se lo perdonan. Los toros de Victoriano del Río tienen más casta que fuerza: en general, manejables; parado, el primero; complicados, los dos últimos.

Brinda Ponce su primero a Don Juan Carlos, en un palco, muy aplaudido, con el tendido en pie y algunos pitos rabiosos: «Por una España unida». Con maestría, a media altura, va alargando la corta embestida. Cuando el toro se le para, en el pecho, hace alardes de valor sereno, como si fuera un debutante. ¡Vaya marmolillo! Ni siquiera Ponce, con toda su sabiduría, puede lucirse, con un toro de Guisando. Sale blandeando el cuarto. Por bajo, le enseña a embestir; aunque protesta, dibuja excelentes muletazos. (Se oye una voz: «¡El número uno!»). Con maestría y valor, le saca lo que el toro, muy irregular de embestidas, parecía no tener. Unir, así, el mando con la suavidad es privilegio de muy pocos. Con la gente puesta de pie, prolonga mucho, como suele, en una demostración de magisterio inapelable. Tira al toro patas arriba con una gran estocada: faena clara de dos orejas, que se conceden.

Sustituyendo a Manzanares, debuta en Bilbao como matador Cayetano. El segundo es manejable, flojea. Cayetano le da los palos con la bandera española, entre una fuerte división, a Iván García, que lo borda, en dos grandes pares. (Ya Paquirri lo hizo, en esta Plaza). La fuerte ovación acalla algunos pitos. También brinda a Don Juan Carlos: «Por una ciudad que ha sufrido mucho el dolor y el miedo del terrorismo». Oigo un clamor y algún grito de «¡Viva el Rey!» De rodillas, con majeza, liga una serie emocionante. Se muestra reposado y valiente, cuando el toro se apaga. Mata con entrega, después de pinchar en hueso, y la petición no cuaja: debió dar la vuelta al ruedo.

Recibe con una larga cambiada al quinto, que también flaquea. Brinda al público: algunos, contumaces, pitan, recordando las banderillas, pero son muy pocos. El toro protesta, echa la cara arriba al final de los muletazos. Cayetano demuestra su casta, no se aflige: ya es bastante. Con el toro rajado, en tablas, mata a la segunda. Ha estado más que digno, conjugando el arrojo con la estética, los dos genes de la casa. Y acertadísimo, en el gesto de las banderillas.

Se parte el pitón en el burladero el tercero, es devuelto. Se corre turno. Flojea pero desmonta al picador, el padre del torero. Ginés Marín, con un feo vestido de banderillero, brinda también a Don Juan Carlos. El toro es «Pudoroso», oculta su fuerza… o no la tiene pero sí nobleza. Ginés muletea con cabeza clara, gran facilidad, desparpajo y buen estilo; liga naturales lentos y remata con torería. Ha visto claro al toro pero falla, al matar (su punto flaco). En el último, complicado, tiene el gesto de brindárselo a Ponce. Tragando mucho, logra buenos naturales. Después de varios sustos, es arrollado, sufre un varetazo en la cara. Mata bien, esta vez: justa oreja. Ha mostrado sus evidentes cualidades y su ambición.

Ponce sale triunfalmente a hombros, continúa en la cumbre: su sabiduría es magistral y torea cada vez con más gusto. Cumbre, también, ha sido su brindis: «Por una España unida».

Posdata. De tabaco y oro ha vestido Cayetano, en su presentación, en Bilbao. «Tabaco y oro» era el seudónimo taurino de un buen poeta bilbaíno, Javier de Bengoechea. Recuerdo unos versos suyos: «Digo tu nombre, España… / corazón en la boca, / nombre en desuso, bello / como una caracola. / España, resonancia / terca, maravillosa. / España, España, España, / y otra vez, y otra, y otra, / toquemos a rebato / para que Dios nos oiga». Siguen siendo actuales.

La Razón

Por Patricia Navarro. Inaudito esplendor de Ponce, 27 años después

Enrique Ponce lleva media vida en esto. O dos. O tres. Depende de dónde pongamos la vara de medir a las vidas. Pero en esta plaza, y en muchas, a Ponce se le espera con devoción. Cuando cogió la montera. Todavía con el primero de la tarde y fue a brindar. Se escuchaban las palmas, y costaba ubicar qué es lo que estaba ocurriendo. “Está el Rey, está el Rey”. Emérito. A todas luces. Estaba don Juan Carlos en un palco con su hija la infanta Elena. Verano por el norte están haciendo este año, hacía pocos días que les habíamos visto por la bella San Sebastián. Hubo muchas palmas. Y algún pito después. Pitos fueron los que se ganó el primer toro de la tarde, tan endeble, tan irrisorio soñar, que no hubo lugar, ni para Ponce con ese astado de Victoriano del Río.

“Ebanista” tuvo una historia que contar. Y Enrique Ponce nos la regaló. Descolgó el toro de casi 600 kilos desde que salió de toriles. Y esa virtud la mantuvo luego toda la faena a pesar de que condicionaba luego el ritmo, más cambiante, y con carbón, tenía el toro un cartucho siempre guardado que hacía que la confianza nunca fuera absoluta. Rotundo estuvo Enrique, porque lo vio claro, porque lo tenía claro, porque más allá de la veteranía, de la técnica, de los años, de que se lo sabe todo del derecho y del revés, mantiene íntegro el amor propio y la ambición 27 años después de tomar la alternativa. Y en estos tiempos, con el retrato que tenemos de la fiesta a día de hoy, le eleva al cuadrado y a los altares de la tauromaquia, con números históricos e inalcanzables. Ponce gustó a Bilbao, se gustó, deleitó y fue tomando la medida al toro con absoluta maestría, tocando como una sinfonía las teclas precisas del toro. Y soportando, sin estupor, los arreones del animal, que tenía escondidos, a buen recaudo, y aprovechó, también Enrique claro, las arrancadas de este “Ebanista” y las encadenó en un toreo cuajado y de mucha personalidad y hondura. Y cuando todo esto estuvo resuelto, la columna vertebral en la que reside la emoción verdadera de la tauromaquia, entonces, y sólo entonces, cuando el toreo era, se dejó lamer la taleguilla en un arrimón de infierno. La estocada punto atrás fue fulminante. El presidente soltó los dos trofeos a la vez. No me gusta ese estilo salvo para ocasiones especialísimas, pero Ponce, tantísimos años después dio una lección de torero grande y se fue a hombros y la gente feliz. Y necesitamos tardes felices que compartir.

Cayetano, más allá de la polémica, no tuvo muchas opciones con su primero de media arrancada y acobardado y pasó sus apuros con el quinto de la tarde, que cantó ya lo que era, peligro total cuando Cayetano fue a replicar el quite por gaoneras a Ginés Marín y rebañaba. Lo mismo en la muleta por suerte sin demasiada fuerza. Ginés Marín se las vio con un tercero que tuvo buena condición. Aparentó más en el caballo de lo que luego fue pero se dejó hacer. La faena de Ginés apuntó más que disparó y acabó por disolverse. El sexto tenía buen embroque pero complicado final, se metía por dentro y rebañaba. Ginés defendió sus argumentos con valor, seriedad, jugándose los muslos. Y ni por un momento el toro de Victoriano del Río de lo puso fácil. Pasamos miedo. Merecidísimo fue el trofeo que consiguió cuando se fue detrás de la espada. Cuadraban las piezas del puzzle. A Cayetano se le pitó al irse de la plaza. Y no era justo.

25_agosto_17_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)