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Plaza de Toros de Bilbao

Sábado, 25 de agosto de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Alcurrucén, de distinto comportamiento destacando el 6º, devueltos el 5º y el sobrero, el 2º sobrero el mas complicado y peligroso.

Diestros:

Enrique Ponce: silencio y ovacion.

El Juli: silencio y ovación.

Diego Urdiales: oreja y dos orejas.

Entrada: tres cuartos

Galería de fotos: http://www.bilbao.choperatoros.com/corrida/de-bilbao-2018-8a-de-las-generales/

Vídeo: https://twitter.com/i/status/1033440919838773250

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. La torería excelsa, según Urdiales

Con Diego Urdiales –muy querido en esta tierra– se hizo presente el aroma, la esencia, el clasicismo, las formas toreras, y esta era solo su tercera corrida de la temporada. Pero el toreo es un don y él lo posee.

Así lo expuso en un quite al segundo toro de la tarde. Enseñó Urdiales el capote con despaciosidad, y dibujó tres verónicas preñadas de suavidad y buen gusto. Como el misterio se guarda en frascos pequeños, una media de cartel, interminable como todo lo bueno, cerró la breve e intensa sinfonía de toreo grande.

MÁS INFORMACIÓN La torería excelsa, según Urdiales Grandeza de Roca Rey La torería excelsa, según Urdiales Adiós a la lidia Y lo más hondo, la partitura central, llegó en el tercio final del tercer toro, manso en el caballo y fiero y encastado en muleta. Ahí mostró el torero riojano la prestancia y la hondura de su tauromaquia en muletazos largos por ambas manos, -en tandas cortas-, cargados de sentimiento y vibración. Fue Urdiales la viva estampa de la naturalidad, cimiento del toreo grande, y así lo entendieron los tendidos que vivieron con emoción una faena incompleta, sí, pero personalísima. Grandes fueron los trazos con la mano derecha, y hermosos y emotivos los hondos naturales. Es verdad que faltaron la conjunción, la seguridad y la serenidad que conceden la experiencia y el oficio, pero toda la faena fue un derroche de torería.

Espantados los nervios, la obra de arte llegó en el tercio de muleta del sexto, otro buen toro, de encastada nobleza, de más calidad, si cabe, que el anterior; y con él se desnudó Urdiales como torero. Inició su labor andando hasta los medios con destellos de inspiración, y se plantó ante el exigente toro rebosante de pundonor y empaque. Los derechazos fueron largos, sentidos, trazados con la cintura, y los naturales, dibujos imaginarios del más puro arte de toreo. Fue una explosión de verdad, de calidad, de personalidad estética… Fue un toreo de armonía y desgarro entre un toro de clase suprema y un torero de creativa inspiración.

Falló a la hora de matar, lo que no impidió que el presidente asomara los dos pañuelos porque así lo solicitaba el público y porque en las mismas circunstancias -un pinchazo antes de la estocada- concedió el mismo usía las dos orejas a Roca Rey el día anterior.

Lo cierto es que Diego Urdiales alcanzó el sueño inimaginable. Tercera corrida del año y triunfo gordo. A eso se le llama poseer el don del toreo.

Peor suerte tuvieron sus compañeros de terna. Incansable e incombustible volvió a mostrarse Enrique Ponce, capaz de torear a un armario, como era su primero, y de hacer una faena de nota al soso cuarto en un derroche de oficio. No fue el suyo toreo hondo, pero sí muy efectivo, expresión de su contrastada maestría.

El Juli no tuvo opciones con el parado tercero, y sudó tinta china ante el sobrero quinto, astifino, áspero y dificultoso en grado sumo. No le perdió la cara el torero, aguantó el chaparrón con dignidad, pero no pudo someter a su bronco oponente.

La tarde, no obstante fue de Urdiales, que encierra otro misterio: ¿cómo es posible que un torero así no esté anunciado en las principales ferias?

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El gozo eterno de Diego Urdiales

Cumplía Diego Urdiales su tercera corrida de la temporada. Una en Arnedo, otra en Alfaro y de ahí a Bilbao. Ya ves. Así está esto. Anunciado con Enrique Ponce y El Juli, a sus 19 años de alternativa, cerraba cartel; 67 años como matadores entre los tres y 12 puertas grandes en Vista Alegre. 12 más una desde este sábado…Al poco de arrancar la corrida hubo una noticia: ¡un quite a la verónica! ¡Y con compás! Sí, claro, lo han adivinado: era Diego Urdiales. Fueron cuatro lances de clásico dibujo. De torear con el pecho. De hermosa compaña. El castaño de Alcurrucén, de finas puntas y finos cabos, que se abría mucho por el izquierdo, permitió a Urdiales preñar el aire de clasicismo. Como respuesta a los faroles de El Juli, en su toro, no estuvo mal. No hubo caso para Julián con la embestida tan prontamente parada.Y volvió a sonar la hora de Diego. Tonadillo repetía nombre en la corrida de los Lozano. Como el primero de Ponce. Sólo que aquél no dijo nada con su noblón y contado celo sin descolgar. Y éste venía con la casta fuerte de Núñez. Una bravura recta no enseñada hasta entonces. Pero en la recortada muletita del riojano atacó con riñones. Urdiales se dobló toreramente y enseguida se puso. Y sobre la mano derecha giraba sólo los talones, cambiando un pie por otro, para torear con sabor añejo. Y tragar. Y embrocarse con la pureza. Que hacia bramar a los tendidos. Las ventajas para el toro. Que se comía el engaño. Y parecía necesitar mando mayor. ¿No habíamos quedado que tanto gobierno mataba la emoción? Aquellas series de redondos marcaron huella. Como el pase de pecho a mano cambiada. A la hombrera contraria. Tal cual se daban antiguamente. La fluidez por la izquierda cortucircuitó. Un natural quizá. Como flor de un día. El ritmo inconexo. No era fácil aguantar la acometida. Y en redondo volvió a cobrar vida. Una trinchera como un cartel de toros. Y la forma de meterse y andar y cerrar desprendió torería. Un estoconazo algo contrario, la muerte retardada y la oreja que refrendaba su viejo hacer.

“¿Es verdad que cuando toreas se te para el corazón?”, le escribió Corrochano a Curro Puya. A Diego Urdiales se le paró en el crepúsculo de la tarde. El último de Alcurrucén, Gaiterito, traía en sus armónicas hechuras la justicia poética. La clase excelsa para que Diego durmiese el toreo en un gozo, en un sueño, eterno. La naturalidad, el encaje, torear a los vuelos, la lentitud de un reloj de arena en las muñecas. Rotaba Urdiales con una pesada ingravidez. Los derechazos mecían a Gaiterito. Que le susurraba la inspiración en los flecos: “Detén el tiempo en tus manos”. Y Diego lo detenía, sostenido el palillo de la muleta en las yemas de los dedos. Las que acariciaron los naturales más despaciosos que se recuerden en una semana. Corría por sus venas el alboroto de una brisa olvidada. Ese repente de la belleza. Cuando el aire se hace transparente. Y una torrentera de oles afónicos caía como un solo sombrero a sus pies. Que posaba sin pisar la negra arena de Bilbao. La seda en la cuidad del hierro. Sublimaba la exquisitez del núñez en la continua rima del toreo al natural que conectaba con otras épocas: “Yo he visto todas las noches en tu cintura, a todos los cantes cantar en tu figura, y a todas las lunas calladas, ecos de tu amargura”.No había fin y había que terminar. A la coda de sutiles redondos le siguió una concatenación de trincherillas. Y un cambio de mano, puede que antes, puede que después, que aún revolotea en el ruedo ferruginoso. Un pinchazo sonó como un lamento tumultuoso. La estocada devolvió la alegría. Vista Alegre era una grillera. Un manicomio de cuerdos. Las dos orejas descerrajaban la puerta grande. Como reivindicación contra un sistema perverso y pervertido. O viceversa. A Gaiterito una ovación le acompañó en el arrastre. El toro soñado sobre el que Urdiales levantó su monumento. El único cinqueño de la corrida se partió una vaina en el caballo. Saltó el sobrero del mismo hierro inútil. Y al final el berrendo escondido como último reserva, un tío envuelto en tan peculiar capa, calcetero, lucero, armado de pavorosas perchas, le tocó al Juli. Como quinto ter. Y no era la testa lo más temible, sino el vino agriado de su honda bodega. Un mal trago. Siempre al paso y detrás de la mata, incierto y tenebroso por el izquierdo, le exigió a Julián el carnet y la raza. Un esfuerzo ímprobo. Incluso por la mano más amable -la derecha- había que pasar su mansedumbre avinagrada. Un quinario. Cuando se sintió podido el alcurrucén, soltó su instinto en coces y huidas. La espada se encasquilló como la escopeta del bueno de la película cuando ya tiene encarado al malo. Una estocada baja no frenó la ovación de Bilbao. Que supo valorar la cicuta bebida.Ponce se había inventado faena sobre la bondad del cuarto. Entre las rayas y a favor del toro de contados fondo y humillación. La espada no funcionó. Una marabunta meció a hombros a Diego Urdiales a paso de procesión. Que es el ritmo de su toreo.

ABC

Por Andrés Amorós. El sabor torero de Diego Urdiales en Bilbao

El huracán Lane ha arrasado Hawai, inundándolo de agua. El huracán Roca ha arrasado Bilbao, inundándolo de pasión. Discuten los aficionados si merecía o no las orejas, después de un pinchazo en hueso. Nadie discute que estuvo soberbio. Los trofeos no me preocupan mucho; me importa la sensación que deja. No recuerdo qué trofeos cortó Roca Rey en Pamplona, ni me importa; sé de sobra cómo estuvo. También sé cómo ha estado en Bilbao y lo bueno que ha sido eso, para una Feria sumida en la grisura. Con renovada ilusión, acude a la Plaza, por fin, mucho público, gritón. Sin trofeos, Ponce y El Juli muestran su categoría, salvo al matar. Urdiales vuelve a mostrar su mejor faceta: corta tres orejas y sale en hombros. Los toros de Alcurrucén dan juego desigual.

El desastre de los Cuvillos rompió la racha triunfal de Ponce. En el primero, que sale dormidito (típico del encaste Núñez), dibuja lances pausados; le enseña a embestir, por bajo; tira de él, alargando los muletazos. Al toro le falta chispa, sale con la cara alta, «dice» muy poco; al diestro le sobra sabiduría pero falta emoción. Y mata mal. Flaquea y no se emplea el último pero lo cuida, en el capote, y brinda al público. Dibuja muletazos de trazo solemne, llevándolo cosido a la muleta, con la naturalidad y la difícil facilidad que son privilegios de los mejores. Los muletazos finales por bajo son un primor pero lo vuelve a estropear, al matar.

Segunda actuación del Juli: en la primera, no estuvo mal pero tampoco como de él se espera. En el segundo, noble pero apagado, se luce con un quite variado y replica Urdiales con clásicas verónicas (lo que solemos echar de menos). Desperdicia algunas embestidas (al toro no le sobran) haciendo el poste, una suerte menor. Pronto, el toro se para y se quiere ir: la faena se trunca. Mata con un salto exagerado. El quinto se parte la punta del pitón, en el caballo, y lo devuelven, para mi sorpresa, también el sobrero, por cojo. El segundo sobrero, de capa espectacular, se defiende, con tornillazos: le saca derechazos con mérito, valor y mucha técnica, hasta que se raja.

Suele triunfar Urdiales en Bilbao: es buen torero y, aquí, le arropan sus paisanos de La Rioja, pero está toreando muy poco. ¿Es injusto? Tiene Bilbao y la Feria de Otoño para demostrarlo. Lo reciben ya con ovación. El tercero sale frío pero arrea en banderillas. Brinda al actor Juan Echanove, buen aficionado. Aprovechando las encastadas embestidas, logra muletazos desiguales pero de línea clásica, con emoción, aclamados por sus partidarios. Con decisión, logra una estocada contraria: oreja. El último se mueve, transmite emoción. Urdiales logra hermosos muletazos clásicos, disfruta y hace disfrutar. La Plaza se rinde a él, aunque pinche antes de la buena estocada: dos orejas y clamorosa salida en hombros. Una vez más, Bilbao es su Plaza talismán. ¡Si toreara así siempre! Después de esta tarde, en Las Ventas se le va a esperar con renovado interés.

En 1958, don Antonio Díaz-Cañabate disfrutó saboreando unas sardinas, en Santurce. Sólo le escandalizó el precio: «¡A dos pesetas pieza, espina incluida!» Luego, el buen toreo todavía le supo mejor: «A placer, masticando despacio, con regodeo». Así, regodeándose, ha saboreado esta tarde el buen toreo Diego Urdiales y nos lo ha hecho saborear, como el más suculento pescado del Cantábrico.

Postdata. Desde la de San Antón (1681) a la Nueva de Vista Alegre (1962), tenemos noticia de una docena de Plazas de toros, en Bilbao: San Antón, Abando, de la Concordia, Zabálburu, Fernández del Campo, El Recreo, Indautxu, los Campos Elíseos, Rekalde, Vista Alegre y Nueva Vista Alegre. El incendio del 4 de septiembre de 1961 destruyó la primera Vista Alegre. La Nueva, del arquitecto Luis Gana, considerada entonces un portento, la inauguraron, nueve meses después, Antonio Ordóñez, César Girón y Chacarte. Hasta hoy, han sido casi 350 años de corridas de toros. Aunque algunos intenten cuestionarlo, por ignorancia o sectarismo, la realidad es que los toros forman partre de la historia viva del pueblo de Bilbao.

La Razón

Por Patricia Navarro. Diego, la inmortalidad del toreo a pesar del sistema

inastía» fue al caballo con todo y con todo se iba, porque tendía a salir suelto. Lo hizo. Casi siempre. También cuando El Juli le robó una chicuelinas de manos muy bajas y nos regaló después dos faroles abrochados a una larga que dejaban al de Alcurrucén de nuevo en la jurisdicción del caballo. El toreo se puso caro con dos verónicas y una media. Hablemos de exquisiteces. Y de Diego Urdiales al mando, al cargo. Despacioso y torero, una bomba para las emociones. Brindó Julián al público. Y esas huidas del toro se aplacaron para estar siempre a la espera y sin acabar de definir el viaje. Y así la faena.

La perfecta imperfección de Diego en el segundo nos agarró el estómago para destriparnos. Hay que peregrinar al infierno para verle por esa mediocridad del sistema en el que nos movemos y porque cuando muchos torean por poco es difícil hacerse respetar. Respetar a uno mismo, qué gran misterio, como el toreo de Urdiales. Había que ir a buscarle a «Tonadillo» el toreo. Y ahí fue el riojano. Y fuimos. Descabezados. Desprendiéndonos poco a poco de las medianías que nos inundan en el día para deleitarnos con otra versión de la tauromaquia, en la que la majestuosidad es posible, la honestidad con el toro, en los cites, en la distancia, en el lugar exacto donde llega la muleta y allá donde quiere viajar… Aunque esa aventura resultara imperfecta, hacía tiempo que viajábamos en el mismo barco y se llamaba emoción. La verdad de cuando lo que se hace delante del toro es auténtico. No siempre salió el muletazo limpio a ese Alcurrucén que aguantó faena, bronco y sin demasiada entrega, pero resultó de principio a fin una maravillosa puesta en escena de los pilares de la tauromaquia. Se fue detrás de la espada como un cañón, como quien sabe que toreando muy bien, toreando como pocos, está fuera de casi todas las ferias. La manera que preparó al toro para la muerte fue un deleite. Se puede torear andando al toro de manera magistral y recrearlo en la memoria pasado el tiempo. Lo que pasó en el sexto nos pasó por encima, nos arrasó, molió, destrozó, emocionó, dolió… Y sin saber qué pesaba más de todo aquello. Pasará el tiempo y seguiremos recomponiendo las piezas del puzzle, cada uno las suyas. Mucho que torear tuvo «Gaiterito», carbón del bueno, encastado y fiero en la fiel muleta de Urdiales, aunque acabó por aburrirse cuando no se supo vencedor. Diego supo convertir ese punto de violencia en toreo de muchos quilates, con un poso estratosférico que le hacía volar sin levantar los pies del suelo. Por la derecha, y sobre todo al natural, logró Diego liberarse de todo y entregarse en la versión serena, verdadera, templada, bella, honda… Cabe todo un manual de la tauromaquia en un miserable muletazo que muere al segundo. Naturales de fuego, a la cadera, la mano baja, el empaque… Ese sabor. Cuajó al toro, que perdió ese ímpetu al verse dominado, y disfrutó Diego para eclipsar Bilbao de nuevo. El pinchazo que precedió a la estocada se sintió. Esa magia ocurre pocas veces, que te duela lo ajeno. La estocada, las dos orejas, la torería, lo sueños cumplidos, y la inmortalidad de su toreo a pesar de la mediocridad del sistema. La cabeza viajaba también a la felicidad de ese Villalpando, al apoderado, de los de antes y de los de verdad, que le había liado el capote de paseo como un padre.

Matías, el presidente, se metió en un lío antes cuando echó al quinto para atrás, impresentable para este plaza y se partió la punta de un pitón. El bis sí que requería el billete de vuelta por inválido. Y se fue. El tris fue un señor toro que se acordaría Julián. Un pavo, que se movió pero no para bien. Regalaba hachazos y portaba una buena cornamenta. Toro difícil, con infinitos y cambiantes matices, que supusieron un esfuerzo mayúsculo en la faena. No todos están dispuestos a hacerlo: El Juli, sí. Y por eso la labor resultó tan de piel, tan vibrante. Se transparentaba con la misma fragilidad y congoja el peligro que el instinto del torero por superarse, 20 años después de haberse convertido en matador. “Lancero” y su crudeza le volvió a poner los pies en el suelo, por si por un segundo se había despistado. La espada no estuvo a la altura de lo que acababa de pasar.

Enrique Ponce no tuvo muchas opciones con un primero al paso y sin humillar y anduvo con decoro con un cuarto, manejable y que repetía si le atacaba, aunque sin demasiada entrega.

Tarde grandiosa. Para las emociones. De las que no te repones, porque no te pasan de largo, si no por encima.

25_agosto_18_bilbao.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)