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Real Maestranza de Sevilla

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Feria de San Miguel, domingo 25 de septiembre de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Hermanos Garcia Jimenez (1º, 2º,5º y 6ª) y de Hermanos Sampedro (3º y 4º), bien presentados, con buen juego; 1º y 4º aplaudidos en el arrastre; manso el 6º).

Diestros:

Sebastian Castella: de osa y oro. Estocada trasera (dos orejas); dos pinchazos, estocada (saludos desde el tercio).

José María Manzanares: de azul y oro. Dos estocadas bajas, dos descabellos (silencio); pinchazo, estocada caída (oreja).

López Simón: de lila y oro. Estocada tendida (saludos desde el tercio); pinchazo, estocada (saludos desde el tercio).

Banderilleros que saludaron: José Chacón y Vicente Herrera, de la cuadrilla de Sebastián Castella, en el 4º; Jesús González “Suso” y Luis Blázquez, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 5º.

Presidente: José Luque Teruel.

Tiempo: soleado, caluroso al principio.

Entrada: casi lleno.

Video: https://vimeo.com/184235269.

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Se acabó la Feria de San Miguel y se acabó la temporada, este año con más brillantez por el último festejo. Tras baile de corrales, remiendos carteleros e incluso arreglo de pitones escobillados, la cosa quedó en cuatro de Matilla, dos extraordinarios para la muleta, y dos de Hnos Sampedro, uno de ellos podía servir para Pamplona (moraleja: en todas las ganaderías hay toros para Pamplona). Castella salió decidido a romper en Sevilla de una vez y lo consiguió con el noble primero, algo rajadito al final, al que hizo larga y templada faena que premiaron con dos orejas a pesar del acero traserillo. Lo mejor vino en el quinto, otro bombón de dulce embestida al que Manzanares hizo primorosa faena, con muchos pases de cartel. Falló recibiendo y eso le privó de la segunda oreja. Hizo bien el presidente a pesar de que la faena fue de las que se recuerdan siempre, pero la Maestranza es la Maestranza. Salvo los sábados de feria que se convierte en portátil de tercera. Antes, Castella tuvo en su mano la Puerta del Príncipe con un más que serio toro de Hnos Sampedro, al que se enfrentó a ley, pero le falló la espada. López Simón pechó con la mas fea y sólo pudo demostrar voluntad y que la temporada es muy larga. Esta se ha acabado. Bueno, no: queda el festival del 12 de octubre. Del que quiero dejar constancia que se han apeado vergonzosamente las figuras: Juli, Morante, Perera, Talavante, Manzanares, Ponce…total, es un banderillero de La Algaba. José Manuel Soto es un torero y se merece ese homenaje de Sevilla. Bien por los que vienen, en especial por Ventura que es el número uno y además pone sus caballos…Y por alguno que no viene, aunque se ha ofrecido, como Pepe Luis.

Lo mejor, lo peor

Por Sandra Carbonero

Lo mejor: El sentimiento del toreo. El toreo es un sentimiento que cuando florece te arrebata. Te hace levanta de tu asiento mientras tu corazón se estremece al compás de los olés. Eso mismo ocurrió esta tarde en la Maestranza cuando Manzanares paró el tiempo en un cambio de mano. Y el de Alicante demostró que no fue casualidad y lo repitió. Toreó con tal despaciosidad que la plaza vibró y crujió. Dibujó naturales bellos y con mucha torería. Las orejas estaban en sus manos, sin ninguna duda. Se perfiló para entrar a matar recibiendo, pero pinchó antes de meter la espada. Los tendidos se poblaron de pañuelos blancos pidiendo los trofeos. Y entre el griterío y la emoción, Manzanares se tuvo que conformar con pasear una oreja entre el clamor popular.

Sebastián Castella sí consiguió lo que José María no pudo. El francés siempre ha soñado con entrar de verdad en Sevilla. Hoy ha sido ese día. Salió con una gran actitud al ruedo. Lo cruzó y se colocó de rodillas frente a chiqueros. Tras la portagayola, vino un ramillete de verónicas muy templadas. El don del templó volvió a hacer acto de presencia en el quite por cordobinas. Ya olía a lío gordo. Castella toreó con mucha suavidad por ambos pitones. Relajado y roto, se entregó por completo en la mejor faena que ha realizado en el coso del Baratillo. Estas dos historias tuvieron otros dos protagonistas Discreído y Adulador, que saltaron en 1º y 5º lugar. Dos importantes ejemplares de Olga Jiménez, que gracias a sus cualidades, Castella y Manzanares pudieron tallar sus obras.

Lo peor: Querer y no poder. Cuando salió el cuarto, Castella y el público fantaseaban con la idea de conseguir “la llave” para abrir la Puerta del Príncipe. El animal de Hermanos Sampedro no se lo puso nada fácil, pero se metió entre los pitones y apostó por él. Tenía una oreja, justita, en sus manos. Todo dependía de la suerte suprema. Pero la moneda cayó del lado equivocado y tras dos pinchazos, el ilusión se diluyó. López Simón corrió menos suerte con su lote. Al de Barajas no se le puede reprochar que no lo intentara. Que no se pusiera delante como si no hubiera mañana. Pero hay tardes que es imposible triunfar y más si te enfrentas a dos figuras que ya lo habían dado todo antes. El debate está en la calle. Se habla de toros y de toreros. Se habla de Tauromaquia. Hoy, una oreja de más o de menos no importa después de todo lo sentido en la plaza. Porque el toreo es sentimiento.

Toromedia

Castella apostó fuerte y se fue a chiqueros a recibir al primero de la tarde, al que dio un farol de rodillas al que siguieron buenos lances a pies juntos que provocaron los primeros olés de la tarde. También se lució en un quite que inició con espaldinas y luego convirtió en cordobinas. Brindó al público y aprovechó las primeras embestidas para dar dos buenas series de derechazos. Cuando toreó con la zurda, el toro hizo amago de rajarse pero le dejó la muleta en la cara para recogerlo. Volvió a la derecha y ligó de nuevo una buena serie, completando por ahí una faena que tuvo eco en el tendido. Mató de estocada y cortó dos orejas.

Castella estuvo templado de capa con el cuarto, un toro de gran seriedad. Saludó en banderillas José Chacón. Castella comenzó la faena con estatuarios en las rayas, a los que siguieron ayudados por alto. El toro protestó en la primera serie y le exigió al torero, que se mostró firme en las primeras series. A partir de ahí el de Hermanos Sampedro, que tuvo mucho que torear, no se lo puso fácil. Al final de la faena se metió más con él y logró templarlo en un par de series. Pinchó dos veces antes de dejar una estocada. Ovación

Manzanares comenzó bien la faena al segundo, ligando por el pitón derecho a un toro que repitió en su embestida. En la segunda serie hizo hilo y el alicantino no se sintió cómodo. Ya en la tercera, el de Matilla comenzó a salir con la cara alta y la prueba con la zurda dejó patente su complicación por ese lado, tanta que desistió el torero. Volvió a la derecha para apurar las deslucidas embestidas de su primer enemigo en una labor sorda. Dos estocadas y descabello.

Más bien justo de fuerza salió el quinto, del hierro de Olga Jiménez, al que cuidaron en el caballo y que resultó ser un gran toro. Saludaron en banderillas Suso y Blázquez y Manzanares comenzó la faena ligando muy bien la primera serie diestra, que tuvo mucha compostura. La segunda fue mejor, rematada con espléndido cambio de mano. Cambió a la zurda y logró naturales muy buenos. Volvió a la derecha y toreó con empaque, brillando de nuevo en un cambio de mano y en los pases de pecho. Completó de este modo una gran faena. Citó dos veces en la suerte de recibir y cobró una estocada al segundo intento. El público pidio dos orejas y el presidente redujo el premio a una sola.

El tercero fue un toro bien armado de Hermanos Sampedro que estuvo justo de fuerza. López Simón lo trató con suavidad en las primeras series, dejándole la muleta en la cara para ligar. Esa fue la clave de la faena: no dejar pensar al toro para engarzar los muletazos. Así sacó todo el partido de su oponente. Mató de estocada tendida y fue ovacionado.

López Simón recibió de rodillas al sexto y de esta misma forma comenzó la faena de muleta. Logró fijar la distraída y huidiza embestida del toro, pero el animal no se empleaba y no prestaba emoción a lo que le hacía, terminando rajado. Mató al segundo intento.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La excelencia de Castella, en el umbral de la Puerta del Príncipe

No hubo un respiro ni para acomodarse: Sebastián Castella marchó a portagayola con fría determinación. Muy lejos la colocación. La calma chicha de la espera se eternizó hasta que se asomó Discreído curioseando y distraído. Castella sacudió el capote para fijarlo y se inventó un farol cuando se esperaba la larga cambiada. La cosa, el lío, la sensación, vino después. En pie el torero a la verónica y erizada de oles la plaza: al galope descolgado y exterior del toro de Olga Jiménez le dibujaba Le Coq lances con una cadencia dormida, apenas con medio capote. La media cayó enfrontilada y a pies juntos. La manera de embestir tan por fuerita y el punto mansito maravilloso hacían de Discreído una joya con los minutos de caducidad contados. SC decidió aprovechar todos y cada uno de los segundos con el sentido del temple y la elegancia inspirado como nunca antes en Sevilla. El quite que nació al modo de la espaldina de Miguelín se transformó en suaves cordobinas que casi se hacían trincherazos.

Castella brindó al personal encendido y entre las rayas imprimió la misma suavidad anterior a los ayudados por alto, a la izquierda cuando la soltó, a la trincherilla que maravilló. Y en los medios ralentizó el derechazo y la embestida del dije de Olga que se abría solo. Lento y muy despacio el toreo. Un pase de pecho inacabable abrochó con inmensidad una tanda perfecta. Sin embargo, cuando ofreció la izquierda, que sería para la tercera ronda, Discreído anunció su rendición e inició su peregrinaje a tablas. Tan descuadrado quedó Sebastián en el cite que desde esa misma colocación giró la cintura para enganchar por detrás un circular invertido que murió como pase de pecho de 180 grados en la hombrera contraria. Aun habría aliento en el toro para la última serie de redondos entre las rayas. Careció la faena por su fuga de final tanto como de izquierda, pero Sevilla encandilada por toda la excelencia previa se entregó en las dos orejas.

Jamás Sebastián Castella se había sentido tan en el umbral de la Puerta del Príncipe.

Un tío de Hermanos San Pedro trajo consigo la posibilidad y el veneno: su encastada condición contenía una repetición fiera que nunca se acaba de ir de la muleta. José Chacón se había asomado con los palos a aquel balcón con arrogancia de rehiletero cabal. Y ahora tocaba darlo todo. La faena tuvo tensión, vibración, por momentos cierto amontonamiento, en especial cuando Castella acortó más la distancia. Pero se trataba de una batalla sincera. Un toma y daca de valor y raza. Cuando la moneda podía caer de cualquier lado, la espada volvió a traicionar por enésima vez a Le Coq este año. La ovación sonó a verdadero reconocimiento.

José María Manzanares había pasado de puntillas con un toro grandón, gazapón, bruto y basto. Pero salió Adulador, otra perla de Olga Jiménez, y la noche se hizo día. Una maquinita de embestir que convirtió la última tarde de la temporada de Manzanares en un epílogo a la altura. O Manzanares mismo se encargó de transmutar una vez más Sevilla como hacía años. Como en tantas citas sevillanas un cambio de mano escultural fue el detonante; hilvanado al pase de pecho, desató el manicomio. Su izquierda redescubierta sembró de oles la atardecida. Por su embroque y curvo trazo. Se palpaba la comunión perfecta. Las serenas pausas desprendían majestad. Y el conjunto del todo cierta velocidad. Otro cambio de mano ralentizó la catarata de oles. José María Manzanares quiso atar el triunfo sonado como había atado la embestida, pero en la suerte de recibir su infalible espada encontró hueso. No importó porque la gente siguió empujando y en la misma suerte enterró ahora el acero hasta los gavilanes. Rinconerillo o desprendido quizá. A la geometría y a la contabilidad (del pinchazo) se aferró el presidente para no conceder la segunda oreja en medio del vocerío, y probablemente acertó. JMM paseó su trofeo en una apoteósica vuelta al ruedo.

López Simón sorteó el peor lote y estuvo como es.

El Mundo

Por Carlos Crivell. Castella y Manzanares, emergentes

A pesar de las reticencias que ofrecía la corrida de Matilla, la realidad es que dos toros de los cuatro que lidió en la segunda de San Miguel fueron de calidad para el toreo. Mansito, suave, abriéndose en las embestidas, el primero; dulce y humillador, el quinto. Dos toros de clase de cuatro; no es una mala noticia. Dos toros con un goterón de Garcigrande en las hechuras, muy corpulentos por delante y justos de remate por detrás. Sus virtudes fueron la movilidad, fijeza y humillación. Dos grandes toros bien aprovechados por sus matadores.

Del resto, uno mediano y con la cara alta, el segundo; como remate, uno basto de García Jiménez, manso y deslucido. Se soltaron dos de Sampedro, de exuberante arboladura, hasta el punto de recibir palmas el cuarto a su salida. Ninguno de los dos valió pare el toreo de nuestros días. El cuarto, por cierto, fue un animal encastado, lo que también es noticia.

Así pues, salieron dos toros para hacer el toreo. El que abrió plaza se encontró con Castella ansioso de abrir por fin la Puerta del Príncipe. Acumula 26 tardes en Sevilla desde su debut como matador de toros en 2001. Lejos queda el recuerdo del toro Encendido de Zalduendo, al que le cortó las dos orejas en 2006. Aquel 22 de abril también tenía un toro para culminar su obra y se quedó sin el premio gordo. Ayer era el día. Pero la Puerta del Príncipe debe esperar para el francés.

El que abrió plaza era noble y con ese punto de mansedumbre que les permite a los toreros estar confiados por la manera de abrirse en la embestida. Castella se fue a portagayola, toreó a la verónica con gusto y quitó por cordobinas. Todo un alboroto en la plaza. Chacón lidió de manera excepcional. El toro, berreón siempre, embistió a una muleta templada de Castella que se sintió a gusto siempre. Además del temple, inteligencia en los tiempos, eficaz en los toques y listo en los circulares para animar el cotarro. Faena de impacto en la plaza contra la incertidumbre que supone abrir la corrida. El público entró en situación ante una faena en la que el francés añadió goterones de buen gusto a su valor reconocido, a la quietud ya cantada y la solemnidad de su gesto. La espada cayó trasera, pero el público exigió y logró las orejas.

El cuarto era el de la Puerta de la gloria. Un toro cornalón de Sampedro con dos leños para colgar sombreros. Chacón, qué tarde más grande, cuajó dos pares soberbios. Se quedó firme en los estatuarios. Tres tandas con la diestra con el toro rebrincado al final de muletazo y todo algo amontonado. Una de izquierdas poco lucida y otra de trazo templado y por abajo, pero con un torero más arrebatado. El toro desarrolló casta, por tanto fue complicado porque necesitaba dominio, lo que no llegó a suceder durante su labor. Todo estaba preparado para ese trofeo que le faltaba pero dos pinchazos se volvieron a llevar la gloria suprema. Muy bien Castella, que aún nos obsequió con un quite providencial tremendo en el quinto.

Manzanares toreaba la última del año. No parecía muy metido la corrida con el segundo, un toro sosito y de remate por alto. Todo el trasteo fue de derechas, pero hubo poca ligazón y algunos enganchones. No parecía Manzanares muy dispuesto. Ni con la espada fue el de siempre.

Pero salió el quinto, un calco del primero aunque menos voluminoso, humillador desde la primera arrancada, lidiado de manera exacta por Rafael Rosa, que fue la madera sobre la que el de Alicante bordó el toreo al ralentí. No se puede torear más despacio. Entre tanto muletazo bueno, dos cambios de manos provocaron el clamor en la plaza. Faena de doble trofeo si lo mata a la primera, pero la suerte de recibir no funcionó a la primera y fue justo que todo quedara en un apéndice. Para cortar dos orejas se debe matar bien a los toros. Pero, al margen de ese detalle, qué forma de torear la de Manzanares a tan buen colaborador como el toro Adulador.

López Simón bregó con los dos toros más incómodos de la tarde. El primero su lote, de Sampedro, también con dos pitones enormes, tuvo pocas fuerzas y poca clase. El madrileño dio un curso de valor sereno ante un toro de poca clase. Bien colocado, con la muleta siempre por delante, se la jugó sin cuentos. El sexto, muy basto de hechuras, manso descarado, se rajó pronto. Ahora no el valor del torero fue suficiente.

En tiempos de toreros emergentes, Castella y Manzanares pisaron el acelerador para dejar claro que ellos también quieren emerger en la Fiesta. Con algunos años de alternativa, ayer fueron ellos los emergentes.

La Razón

Por Patricia Navarro. Castella lo roza y Manzanares lo sueña

Y de pronto ocurrió. Esas sorpresas del toreo que nos mantienen vivo. Merecía la ocasión y Sebastián Castella no se lo pensó. A la puerta de toriles fue a recibir al toro y lo hizo con un farol de rodillas. Quitó después y fueron esos lances premonitorios de lo que estaba por venir, pero tantas veces se malogra… Hubo dos o tres lances de tanteo, de estar y no, hasta que de pronto se descubrió el francés con unas tijerillas fabulosas. Y a partir de ahí, a soñarlo y gozarlo, el toro de Olga Jiménez fue cómplice insuperable a pesar de que mirara a tablas con ojos de querer. Noble, repetidor y con una calidad infinita. Para reinventarse y Castella lo tomó al pie de la letra. Lentitud inaudita presidió su labor de principio a fin. Un canto al temple, a la suavidad, al toreo que no se desmorona en la memoria por el contenido. Con la derecha, sí, y al natural, también. Se rajó el toro, el santo toro era, y supo navegar con el animal y medir con brillantez los tiempos. La espada se le fue un poco atrás, pero valió y cerraba el círculo, ese que había empezado desafiando al miedo a portagayola con dos trofeos. Tuvo la Puerta del Príncipe a la vuelta de la esquina, pero salió un toro encastado, exigente y agradecido al que no le valían las medias tintas. Volandera la muleta en los primeros compases y más comprometido después. Si le hubiera metido la espada a la primera hubiera ocurrido el sueño, pero dos versiones de Castella vimos en una misma tarde y la espada bloqueó el cerrojo de la Puerta del Príncipe. Rozada estaba.

A Manzanares le sobraron motivos para conquistar su plaza con un quinto de fábula. Uno y otro. Buenísimo el toro, pura expresión el toreo del alicantino en redondo y con naturales de mano bajísima. Empaque y gloria para enroscarse uno y otro en una espiral de toreo que culminó en dos ocasiones con un cambio de mano inolvidable. Soberbio ahí, tan largo, tan despacio, tan puro que cuando lo cosía al pase de pecho aquello resultaba mágico y monumental. Recibiendo mató, a la segunda, y el trofeo supo a poco. El doble se le pidió. No había estado en cambio con un segundo de larga embestida pero derrotón.

López Simón se alargó con el lote menos propicio. La tarde tuvo nombres propios. Y disputado.

ABC

Por Andrés Amorós. Cumbre de Castella y Manzanares en Sevilla

Una corrida de toros es, siempre, algo imprevisible. Cuando íbamos, esta tarde, a la Plaza, ¿quién iba a imaginar que Sebastián Castella iba a rozar la salida por la Puerta del Príncipe, sólo perdida por la espada y que esta vez iba a lograr su largo anhelo de “entrar” plenamente en Sevilla? Menos sorprendente resulta que José María Manzanares cuaje aquí una de sus más grandes faenas, que vuelva loco a un público tan cercano a su estética. En una temporada en la que han abundado las lamentables decisiones de muchos Presidentes, la de esta tarde, dejando al alicantino sólo con una oreja, después de una auténtica obra de arte, con el único lunar de un pinchazo en la suerte de recibir, es una de las más incomprensibles. Los toros de García Jiménez y Sampedro han contribuido al gran espectáculo. López Simón se ha justificado, con valor.

Aunque reside en esta tierra, a Castella le ha costado mucho triunfar en esta Plaza. Esta temporada, además, no ha sido la mejor suya. Hace poco ha matado seis toros (evitemos lo de “encerrona”) en Nimes con moderado éxito. Esta tarde, tiene la suerte de que le toquen dos toros excelentes y sabe estar a su altura. El primero, de García Jiménez, va largo, humilla; para el torero, es magnífico, aunque al final amague con rajarse. Dentro de su línea, Sebastián lo cuaja por completo: larga a porta gayola, buenas verónicas, quite citando de espaldas. Con la muleta, torea a placer: el centro de una circunferencia que dibuja, una y otra vez, la noble res. Mata con decisión y logra, ya en el primer toro, las dos orejas: las besa y las guarda. El cuarto, de Sampedro, también repite y se come la muleta pero con mucha más fiereza. El diestro, muy firme, se entrega y el público está con él. A pesar de algún enganchón, la faena tiene emoción auténtica. Sebastián está rozando la Puerta del Príncipe pero falla con la espada. El éxito ha sido grande pero ha podido cerrar su temporada con un triunfo memorable.

Desde la gran faena de San Isidro, Manzanares está prodigando éxitos notables. La afición sevillana conecta como ninguna con su estilo. Esta tarde, sólo una absurdísima decisión presidencial le priva de cortar dos orejas pero deja el regusto de una faena extraordinaria. El segundo toro se mueve pero embiste desigual, distraído, se quiere ir. José María intenta meterlo en la muleta pero sale con la cara alta, se desentiende. Logra un gran espadazo pero, sorprendentemente, el toro no cae y hace falta otra estocada: todo queda a medias. Pero queda el quinto, de García Jiménez, que resulta excelente. José María da distancia, embarca, dibuja muletazos con gran empaque, acompaña con todo el cuerpo. Un cambio de mano pone a la gente de pie. Escucho a un vecino: “Ha estado pasando tres cuartos de hora”. (La exageración sevillana tiene su fundamento). Los naturales muestran eso tan difícil, la plena naturalidad. Los de pecho, al hombro contrario, son – escucho – “de babero y oro” (a los aficionados, se les cae la baba). Cita a recibir, cerca de tablas y pincha; la segunda vez, en la misma suerte, logra una gran estocada. Todos esperamos ver aparecer dos pañuelos, de golpe, sin más, pero el Presidente sólo saca uno (él sabrá por qué) y recibe una bronca épica. No importa. Escucho a un buen aficionado: “Me ha llenao pa tó el invierno”.

López Simón es el líder por el número de corridas y de trofeos; hoy, solamente, “el tercer hombre” (como se decía del que acompañaba a Aparicio y Litri). En el tercero, que se mueve como una polvorilla, se queda quieto, aguanta con firmeza, liga muletazos con riesgo, pasa momentos de apuro. En el sexto, después de “lo de Manzanares”, hace el esfuerzo con dos largas y varios muletazos de rodillas pero el toro se pone andarín y barbea tablas. Entrando de lejísimos, como suele, mata a la segunda. Un vecino me da el resumen: “Ha tenido pundonor”. Punto.

Concluye felizmente la temporada, en esta Plaza de los Toros . Ha habido toros y dos grandes toreros. También, varios buenos peones: Chacón, Rosa, Suso, Arruga, Domingo Siro.

Una vez más, esta Plaza se ha rendido al arte. Recuerdo, de nuevo, a García Lorca: “Una ciudad que acecha / largos ritmos / y los enrosca / como laberintos. / Como tallos de parra / encendidos”. Así ha toreado, esta tarde, José María Manzanares.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Castella convence en Sevilla y Manzanares vuelve por sus fueros

La segunda y última de la Feria de San Miguel, con más de tres cuartos de entrada, deparó un espectáculo con toreo de muchísimos quilates a cargo de Sebastián Castella, que rozó la Puerta del Príncipe y de Manzanares, quien cuajó una faena cumbre al quinto. El francés cortó dos orejas al toro que abrió plaza y el alicantino fue premiado con un único trofeo del quinto por haber pinchado antes de la estocada definitiva. Alberto López Simón, voluntarioso, se marchó de vacío.

Lejos del debacle ganadero del día anterior, con toros de Alcurrucén, ayer, con astados de hasta tres hierros, tras varios rechazados en los reconocimientos previos, se contó con un material variado en hechuras y juego, destacando dos toros de nota: primero y quinto, ovacionados en el arrastre. Un encierro con un primero con movilidad y calidad; segundo, sin clase y que salía con la cara alta y quinto, extraordinario, con mucha calidad; y de Fernando Sampedro, un tercero, manejable, pero sin clase y el cuarto, encastado y con algo de nervio, más otro astado de García Jiménez, el sexto, manso.

Sebastián Castella, con entrega, valor y gusto cuajó la actuación más completa de las que ha realizado en la Maestranza. El público sevillano se encontró con un torero con su habitual valor descomunal, pero que añadió garra a lo que hizo e incluso alma cuando lidió al que abría plaza, bien presentado y que embestía con movilidad y calidad, y al que toreó con lentitud y gusto. Castella recibió al toro con un farol de rodillas frente a toriles, lanceó a la verónica e hizo un quite por cordobinas. Con la muleta brilló en dos series exquisitas, con muletazos suaves y largos. Lástima que el toro se rajara y buscara tablas cuando el torero se gustó en una primera serie al natural. Intercaló un cambio de mano por delante asombroso, además de un circular invertido auténtico e inspirado antes de que el toro virase para tableros. Con sentido de la medida, el diestro remató de estocada una gran faena, premiada con las dos orejas.

El cuarto, bien presentado, resultó complicado. Sin picar, encastado y con nervio, puso a prueba a un Castella que realizó una faena muy intensa, aunque desigual, en la que se alternaron muletazos con calidad con otros en los que faltó temple. El comienzo, con ayudados en los que los cuchillos rozaron la taleguilla, fue impresionante. Se mascaba la Puerta del Príncipe, pero Castella, antes de una entera caída, pinchó en dos ocasiones y el público, rendido, le ovacionó fuertemente.

Manzanares anduvo desdibujado ante el segundo, un toro largo como un tranvía y sin clase alguna, que salía con la cara alta y al que no remató con acierto, escuchando dos avisos.

El quinto, de buenas hechuras, ya apuntó su altísima calidad de salida, recibiéndolo Manzanares con unas templadas verónicas. Tras lucirse su cuadrilla, el alicantino volvió por sus fueros en Sevilla y dio un recital de toreo clásico, con armonía, impregnando el albero con aromas de toreo añejo. Bajo los sones de 'Cielo Andaluz', su pasodoble preferido, José María, en las afueras, se gustó con la diestra, toreó a cámara lenta al natural, hubo un cambio de mano que puso al público en pie y series cortas en las que acariciaba las embestidas del toro y remataba con profundos pases de pecho. Una obra cumbre que Manzanares quiso rematar a lo grande: recibiendo. Ejecutó la suerte de manera perfecta, pero pinchó en lo alto, en hueso. Al segundo envite, estocada recibiendo. La plaza: un manicomio. El público pidió las dos orejas, que el presidente dejó en una. Pero más allá del debate en los trofeos, ahí quedó una faena que ya es historia.

López Simón contó con el peor lote. Se mostró voluntarioso ante el manejable tercero, sin calidad, destacando con la izquierda. Con el manso sexto, al que recibió con dos faroles de rodillas junto a tablas, se entregó, sin que su labor, que comenzó también de manera genuflexa con la muleta, calara en el público.

Festejo de emociones artísticas con un toreo de muchísimos quilates a cargo de dos toreros, ayer, en estado de gracia: Castella y Manzanares, quienes ofrecieron una gran dimensión.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Faenón de Manzanares ninguneado por el palco

La historia se habría contado de otra manera si la espada de Castella hubiera entrado a la primera al pasaportar al cuarto. Estaríamos hablando de una Puerta del Príncipe pero, pese a la dictadura de los números, el titular seguiría perteneciendo a José María Manzanares, que ha dictado un faenón antológico que ha apurado hasta el último aliento del excelente quinto de la familia Matilla que le cupo en suerte.

Todo se hizo bien. De menos a más. Y el engranaje de la cuadrilla funcionó a la perfección para ahormar a un toro que cada vez enseñaba cualidades más positivas. La lidia precisa de Rafa Rosa y el excelente segundo tercio que cubrieron Suso y Blázquez sólo fueron el preludio de un trasteo antológico que tomó vuelo desde el primer muletazo.

Hacía tiempo, mucho tiempo que no se veía rugir así al público de la Maestranza. Es difícil ubicar en el molde estrecho de una crónica la espiral de muletazos hondos, empacados, naturalmente compuestos y perfectamente armonizados que basaron la gran faena de José María Manzanares.

Los cambios de mano, los largos pases de pecho acompañando al toro con todo el cuerpo fueron los nexos de esas series que volvieron a revelar al gran torero en la plaza que más y mejor le han visto. Sonaba ‘Cielo Andaluz’, ese pasodoble talismán que ilustra los momentos más felices del alicantino en la plaza de la Maestranza, mientras la faena crecía en calidad, cantidad e intensidad entre el delirio de los tendidos.

Manzanares no se cansó de torear y sacó lo mejor de sí mismo dando metraje a las tandas; ajustándose en los embroques; ligando siempre en el sitio… La mano izquierda también funcionó con generosidad pero la espada, montada en la suerte de recibir, no entró a la primera.

En el segundo encuentro enterró el acero hasta los gavilanes pero la presidencia, en una decisión difícil de comprender, se empeñó en negar el segundo trofeo. A pesar del resultado numérico, que no representa lo que ha pasado en la plaza, la faena del alicantino ya puede contar –con la de Morante o Escribano- como la más importante de la temporada en Sevilla. Con su primero, remiso y deslucido, no tuvo opciones.

Pero la tarde dio para más. Castella había logrado poner alto el listón al desorejar por partida doble al dulcísimo y rajado primero. Ese aire mansito, que le confería enorme calidad en la muleta, resultó ser también su primer defecto porque si no hubiera amagado con marcharse a las tablas habría sido de revolución.

En cualquier caso, Castella supo torearlo con mimo y temple exquisito. El toro se rebosaba en las suertes con una calidad infinita que el francés aprovechó en una faena preciosista, reunida y hasta imaginativa que reveló sus mejores registros y, de alguna manera, le reconcilió con la propia plaza.

Había demostrado que no había venido a pasearse: la portagayola inicial había estado seguida de excelentes verónicas y un original quite por cordobinas que pusieron a la gente alerta. Después de la estocada cortó dos orejas con toda justicia mientras el público barruntaba la Puerta del Príncipe.

Pero la mítica puerta se quedó cerrada. El fallo a espadas con el duro y exigente cuarto de los Hermanos Sampedro le impidió cruzar a hombros bajo el mítico arco de piedra. Castella se fajó con él, le plantó cara y logró resolver la papeleta pero el acero se empeñó en atascarse. Otra vez será.

López Simón se marchó de vacío. Sorteó en primer lugar uno de los cornalones ejemplares que había enviado Fernando Sampedro sin lograr despojarse de cierta tristeza ambiental. Ese animal lo quería todo por abajo y Simón llegó a meterse con él antes de que echara el freno. El sexto, que caminó a su aire y desparramando la vista, no le dio opciones. La verdad es que pasó como una sombra.

El País

Por Antonio Lorca. Castella y Manzanares, en estado de gracia con dos toros de ensueño

La corrida comenzó de maravilla. Castella le cortó las dos orejas a un toro de dulce embestida, referente de la estética moderna, al que toreó a placer con capote y muleta y lo mató de una buena estocada. Pero hubo que esperar hasta el quinto para que apareciera un animal asardinado, sin trapío para esta plaza, que, como su hermano, derrochó calidad en cada embestida. Manzanares lo entendió con su natural elegancia, y deleitó a la plaza con la mejor versión de su tauromaquia, preñada de elegancia, pero más inspirada en los remates que en el toreo fundamental. Falló con la espada y la apoteosis quedó reducida a una oreja.

No es escaso balance para los tiempos que corren. El público se lo pasó de maravilla, tanto que una mayoría pidió un segundo trofeo para Manzanares después de un lastimoso pinchazo. Hizo bien el presidente José Luque en mostrar el pañuelo una sola vez y cruzar los brazos sobre el palco en señal inequívoca de que su decisión era firme.

Pero dicho queda que el festejo comenzó con un aire distinto. Sonaron los clarines y Castella tomó el diámetro del ruedo y se plantó de rodillas en los medios para esperar a su primero. Allí lo recibió con una larga afarolada y, ya en pie, dibujó seis verónicas y una media con mucho gusto entre la alegría de los tendidos. Abundó con el capote en un vistoso quite por tijerillas, antes de brindar al público una faena que ya se presagiaba exitosa.

Comenzó con unos ayudados en los que el toro, que manseó en el caballo y persiguió en banderillas, confirmó su movilidad, fijeza y ritmo en la embestida. Se relajó Castella y se gustó en dos tandas de muletazos por el lado derecho que supieron a gloria por la conjunción entre toro y torero, entre la exquisita nobleza y dulzura y la estética de un artista en estado de gracia. Amagó el animal con rajarse por el lado izquierdo, y aún tuvo Castella oportunidad de lucirse en otra tanda de meritorios derechazos. Las dos orejas fueron el merecido premio para un torero que supo aprovechar las excelentes condiciones de un toro moderno, generoso en calidad.

Se esperó con impaciencia al cuarto, para solucionar la incógnita de si se abriría o no la Puerta del Príncipe. Salió un toro de Sampedro, serio y astifino, manso ante el picador, pero fiero en la muleta y muy exigente con el torero. Se lució Castella en las verónicas iniciales e inició la labor de muleta con unos estatuarios ceñidísimos, que despertaron la esperanza. Pero cuando hubo que torear, el panorama cambió. Ese toro no era moderno, y su poder pedía a gritos una muleta vigorosa, que no encontró. Se podría decir que el combate fue nulo, y alguno pensará que ganó el toro por puntos. Lo cierto es que la faena fue larga e irregular; pero la Maestranza está tan generosa que si mata a la primera le concede la oreja y le abre la puerta de la gloria. No fue así porque pinchó y, además, no lo mereció.

La faena ‘sevillana’ de Manzanares fue en el quinto, el otro bombón de la corrida, pero la impresión que ofreció ante el segundo de la tarde, que no se cansó de embestir, fue lastimosa. Hastío, quizá desgana… Muchos pases, pero sin sentimiento ni temple.

Recibió al torete quinto con tres aceptables verónicas, y el animal, que pasó por el picador sin que le hicieran sangre, mostró en banderillas que su galope era de clamor. Y así fue. Fue una máquina de embestir, incansable por ambos lados, con fijeza y humillación, y Manzanares lo toreó con aroma y hondura, mejor por el lado derecho, y cumbre en un largo cambio de manos y el pase de pecho de pitón a rabo. Con la plaza enloquecida pinchó en la suerte de recibir y paseó una meritoria oreja.

Peor suerte tuvo López Simón. Mucho que torear tuvo su primero, otro toro tan dificultoso como interesante de Sampedro, serio y astifino, con el que no era fácil entenderse y el torero no lo consiguió. Muy descastado fue el sexto y no ofreció oportunidad para lucimiento alguno. El torero solo pudo mostrar responsabilidad.

Lucidos estuvieron, sin embargo, José Chacón y Vicente Herrera, que saludaron tras parear al cuarto, y Suso y Luis Blázquez tras hacer lo propio en el quinto.


25_septiembre_16_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:24 (editor externo)