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Real Maestranza de Sevilla

Viernes, 28 de abril de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq bien presentados. Un 1º de buena condición pero falto de casta y fuerza. Armónico, con clase Y ritmo 3º y 6º con mas motor, el 4º el peor, los mas manejables 2º y 5º.

Enrique Ponce: de marfil y oro. Silencio y silencio.

José María Manzanares: de azul marino y oro. Oreja y oreja.

López Simón: de grana y oro. Ovación y ovación.

Banderillero que saludó: Rafael Rosa, Vicente Osuna y Jesús Arruga.

Presidente: Gabriel Fernández Rey

Asesor artístico: Alfonso Ordoñez Araújo

Tiempo: lluvioso.

Entrada: tres cuartos largos de entrada

Galería fotográfica: https://t.co/3HF1YpMwmQ

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20174/28/20170428212847_1493407750_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Manzanares, el matador consentido

Fuimos con la duda de si habría o no festejo, pero los del tiempo ya avisaron que había mas o menos tregua, y acertaron. En general, la de Juan Pedro fue una buena corrida para los toreros: noble no, nobílisima, ni una sola mirada a los de luces. Con las fuerzas más o menos justas, había que medirles el castigo. Si te pasabas como alguno, te encontrabas sin toro. Si los cuidabas tenías toros de embestida dulce, unos más templada y otros menos. Y alguno escobillado sin justificación desde antes del reconocimiento. Ponce no tuvo los mejores, pero tampoco les dejó mucho para la muleta, en la que se empleó con su pulcritud habitual. Manzanares, el consentido de Sevilla, renovó la profesión de fe de la feligresía maestrante. Con dos faenas distintas, medidas, muy pausadas y dos estocadas de época: una recibiendo y otra volcándose al volapie. Eso, el matador consentido de Sevilla, dos merecidas orejas y primer triunfo grande. López Simón hizo dos faenas largas de más a menos, cosa que no gusta en Sevilla, al igual que los rodillazos y cercanías sin motivos. Pudo tener más premio si hubiera entendido mejor a la plaza. Las cuadrillas anduvieron muy bien, en general. Y mañana los Victorinos, qué les voy a decir…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Manzanares se corona como As de Espadas

No parecía estar el toro para matar en la suerte de recibir y José María Manzanares estaba obcecado en ella. Una, dos, puede que hasta tres veces lo intentase. En oblicuo a tablas la colocación, frente al burladero de capotes. El juampedro echó entonces la cara entre las manos. Como si olisqueara el albero. Casi descuadrándose. Cuando volvió a centrarse en el matador, Manzanares adelantó la muleta un palmo más y prácticamente a la vez que el toro arrancó. El estoconazo al encuentro adquirió la sonoridad de la muerte. Como un crujido de huesos. Tremendo. Del embroque salió el toro rodado sin puntilla. Un espectáculo. La plaza se levantó con una admiración rendida. El colosal final igualaba una faena con sus momentos y sus tiempos muertos. Las series de hacían cortas. El juampedro regalaba buenas embestidas, pero del tercer derechazo o natural en adelante se metía. O no se iba. Y Manzanares se veía obligado a rematar cuando se quedaba en la tabla del cuello. Con un molinete en una ocasión y con interminables pases de pecho en la mayoría. El toro había sido de una fijeza magnífica. Irregular después. Y, antes, pronto casi siempre. Paco María había agarrado dos soberanos puyazos. La brega de Rafael Rosa fue impecable. Como los pares de Suso. La inapelable estocada de José María Manzanares valió por sí misma la oreja.

Otra estocada superlativa de Manzanares finiquitó al buen, bravo y entipado quinto (empiezan a cundir los comentarios en esta feria sobre una báscula que hace generosa la tablilla todas las tardes). Al volapié en esta ocasión. Bárbara la ejecución e inmaculada la colocación. Otro trofeo caía para el as de espadas del escalafón. Notable la faena que directamente empezó por la mano derecha. Sin prólogos como todas las obras de José María Manzanares. Los inmensos pases de pecho volvieron a elevar la categoría de las tandas. Como un cambio de mano que entró como un puño en las entrañas de Sevilla. Como el acero cuando el toro ya lo había dado todo.

López Simón sorteó un dije, una pintura de Juan Pedro que se llamaba “Melodía”. Su embestida respondía al nombre. Una clase superior. Y, como suele pasar con la clase, la fuerza contada. Enseñó enseguida y de salida la calidad el toro de mayúsculo temple. Cómo sería para que Simón lo torease con lentitud en una serie por la mano derecha que prometió lo que no fue. Entre que el toro se acabó antes de hora y el torero de Barajas se puso muy encima, la faena derivó hacia el arrimón de espaldinas y circulares invertidos y un tremendismo peripatético de rodillas. Sevilla le agradeció el esfuerzo con una ovación. Y casi le premia con una oreja por una faena para olvidar con un sexto toro que se aupó por méritos propios como el mejor de la corrida de Juan Pedro, buena en su conjunto aunque Enrique Ponce tuvo motivos para decir lo contrario.

Y es que Ponce se estrelló con un toro guapo, colorao y de blanco pitón que se desfondó en su escaso fuelle y su contada fuerza. Quedaron como notas recordables el buen saludo con el capote a la verónica y la apertura de faena, que prácticamente fue lo que duró el toro en su media altura. No remontó el maestro de Chiva con un cuarto altón de remisa entrega. La larga intentona de lucimiento concluyó afeada por la espada.

La Razón

Por Patricia Navarro. La espada que todo lo tapa

La tarde era de suspensión. Pero se dio. Parecieron estar confabuladas las nubes con la empresa porque a las seis y media no caía gota. Y no había parado desde la tarde anterior. Sin tregua. Tardó en caer lo mismo que en deshacerse el paseíllo. Para adelante los toreros. Insólito en otro espectáculo lo del público. Un dineral y dos horas y media bajo la lluvia. Decíamos de ayer. Ponce se topó con un primero que tardó en desmoronar las ilusiones más o menos lo mismo que en abrir un paraguas. Falto de raza y soso el juampedro no levantaba clamores. Noble el cuarto, con una sosería tan descomunal que echaba por tierra cualquier atisbo de lucimiento. Fue el lote de Ponce. Visto y no visto a la fuerza.

Paco María lo bordó en varas. Bien el toro. Cumbre el picador. Se desmonteraron Suso y Blázquez después. Iba rodada la cosa porque, además, «Gruñón» se empeñaba en hacerlo bien. Hagamos un paréntesis hasta llegar a la suerte suprema. Brutal la transmisión al hacerla, la fuerza de esa estocada recibiendo al tercer intento de cite (no pinchó). Y fue eso lo que maquilló todo lo anterior que fue una faena deslavazada, sin querer apostar porque para ello hay que quedarse y ligar los suficientes muletazos para que aquello se incendie. Y con tres y el de pecho y la infinidad entre tanda y tanda no deambula la emoción del toreo. Bravo el toro. Otra más, con otra estocada a la primera, se llevó del quinto. El lote de la tarde. Hubo tal vez tres o cuatro naturales, despaciosos y templadísimos pero la faena no tuvo ni intensidad ni enjundia. Pero la gente había venido a la fiesta y parte de eso era pedir las orejas.

Relajación fue lo que quiso imprimir López Simón ante el tercero. En todo lo que hizo. De principio a fin. El toro tenía nobleza pero le faltaba ímpetu por querer seguir y así acabó la faena de Simón de manera unilateral. De rodillas al final. Pero el toro no iba y la faena ya tampoco. Revolucionaria creímos que iba a ser la del sexto, que iba al engaño como un tren. Bravo el toro a pesar de que fue a menos. Fueron rápidos y punto mecanizados los comienzos y poco a poco se ahogaron uno y otro en la voluntad de plomo del torero. Ni qué decir la ilusión. Nos respetó al final más la lluvia que los acontecimientos.

ABC

Por Andrés Amorós. La espada y el empaque de Manzanares en Sevilla

Llueve sin parar en Sevilla y, en contra de lo que dice «My fair lady», no es ninguna maravilla; sobre todo, para ir a la Plaza de los toros. A pesar del agua, el frío y el riesgo de suspensión, la entrada es excelente. Los toros de Juan Pedro Domecq flojean demasiado pero resultan manejables, en general. Como tantas tardes, la suerte de varas es un puro simulacro, algo lamentable, pero Manzanares corta dos orejas: ¿por qué no van a seguir apuntándose a este tipo de reses?

Enrique Ponce está toreando, sin duda, con más estética que nunca. Su campaña americana ha sido magnífica: en la última semana, un rabo y una petición de indulto. En cambio, no le fue bien en Valencia ni en Castellón, por el mal juego de los toros de Juan Pedro. Esta tarde, en su única comparecencia en la Feria de Abril, vuelve a estrellarse con dos reses en las que es imposible el lucimiento. El primero es muy noble pero muy flojo; sin picar, se sujeta con alfileres. Lo recibe con excelentes verónicas, cargando la suerte, hasta la boca de riego; cuida la lidia y brinda al público. Lo prueba con suavidad… y rueda por el albero. Muletea con temple y una naturalidad reservada a los mejores, acompaña con la cintura… y el toro vuelve a caer. Traza naturales con mimo… y se derrumba. A la cuarta caída, el público ya no aguanta más. Mata con habilidad. El cuarto protesta en el caballo, se duele en banderillas. En la muleta, no tiene ningún recorrido, se para, se duerme. Por grande que sea la maestría de Ponce, la emoción es imposible. Esta vez, mata mal. No puede irse contento de Sevilla: él sabrá si le conviene seguir eligiendo estos toros.

La temporada pasada, López Simón toreó más festejos y cortó más trofeos que nadie pero –lo ha declarado– no fue feliz. Esta, ha triunfado en Valencia y Castellón con un estilo estático, vertical. En el tercero, es triste ver al gran Tito Sandoval sin picar. A pesar de eso, el toro tardea demasiado, hay que llamarle muchas veces para que acuda, con lo aburrido que eso resulta, pero es muy dócil, le permite quedarse muy quieto, vertical. Cuando el toro se para del todo, se pega un arrimón: es absurdo hacer la estatua con una estatua. Cuando el diestro se arrodilla, el toro no le hace ni caso –una triste imagen– y surgen protestas.

Nobles embestidas

El último también flaquea, tampoco lo pican pero se viene arriba, en banderillas: es «Beato», no llega a santo. Después de los pases cambiados, López Simón, impasible, aprovecha las nobles embestidas para ligar muchos muletazos: tantos y tan desiguales que acaban provocando la división. La estocada, en el centro del ruedo, suscita una petición de oreja no atendida.

Manzanares, tan querido en esta Plaza, corta una oreja de cada uno de sus dos toros. En el segundo, pica muy bien Paco María y saludan Suso y Blázquez. En la muleta, el toro saca motor, el diestro le da pausas, engancha bien las embestidas, liga buenos naturales, resuelve un momento de apuro con un molinete. Y el momento cumbre: cita a recibir varias veces y, a la cuarta, logra una espectacular estocada, premiada con una oreja. En el quinto, que también flaquea, saluda Rafael Rosa. Manzanares se muestra muy seguro, traza naturales mandones y pases de pecho a la hombrera contraria. El estoconazo final, impresionante, es ya serio candidato a premio: nueva oreja.

El Ministerio de Educación ha inventado algo prodigioso: el alumno, en vez de «suspender», si no estudia, «no cumple los requisitos». ¡Admirable avance! ¿Cumplen los requisitos estos toros? Para la comodidad de los diestros, supongo que sí; para el aficionado que quiere toros con fuerza, que ofrezcan espectáculo también en la suerte de varas, desde luego que no. Gracias a su gran espada y a su empaque, Manzanares ha cortado dos orejas; con toros más fuertes, hubiera podido conseguir un triunfo más rotundo.

Postdata. En la página web –abierta al público– del Registro General de Profesionales Taurinos, que antes dependía de Interior y, ahora, mantiene el Ministerio de Cultura, he comprobado que el carnet del matador José Tomás Román Martín (nº de expediente 637) está vigente hasta el 10 de abril del 2022. Como estas inscripciones son válidas durante 5 años, entiendo que la acaba de renovar, el 10 de abril del 2017: deja, así, abierta la posibilidad de actuar en festejos en ese período. ¡Lástima grande que no se haya decidido a ejercitar ya esa posibilidad, toreando en Sevilla, por ejemplo! Y, luego, en San Isidro.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Manzanares, ese gran estoqueador

Con el ruedo en perfecto estado de revista y pese a la lluvia caída y la que continuó cayendo, como vaticinaban los pronósticos, la terna compuesta por Enrique Ponce, José María Manzanares y Alberto López Simón hizo el paseíllo en la quinta de abono de la temporada sevillana.

En el balance, con casi lleno, se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, en el tipo de la casa, bajos varios de preciosa lámina. De dispar comportamiento, en conjunto resultaron nobles y flojos. Enrique Ponce, silencio y silencio; José María Manzanares, oreja y oreja y Alberto López Simón, saludos tras ovación y saludos tras petición. En cuadrillas fueron ovacionados el picador Paco María y los banderilleros Suso, Luis Blázquez, Rafael Rosa, Vicente Osuna y Jesús Arruga.

El triunfador de la tarde fue, sin duda, José María Manzanares, quien realizó una faena a más a su primer toro, noble, al que mató de una gran estocada recibiendo, tras citar con anterioridad en dos ocasiones sin que el toro se arrancase.

En el balance, con casi lleno, se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq, en el tipo de la casa, bajos varios de preciosa lámina. De dispar comportamiento, en conjunto resultaron nobles y flojos. Enrique Ponce, silencio y silencio; José María Manzanares, oreja y oreja y Alberto López Simón, saludos tras ovación y saludos tras petición. En cuadrillas fueron ovacionados el picador Paco María y los banderilleros Suso, Luis Blázquez, Rafael Rosa, Vicente Osuna y Jesús Arruga.

El triunfador de la tarde fue, sin duda, José María Manzanares, quien realizó una faena a más a su primer toro, noble, al que mató de una gran estocada recibiendo, tras citar con anterioridad en dos ocasiones sin que el toro se arrancase.

Ante el quinto volvió a demostrar su eficacia y capacidad con la espada, en esta ocasión al volapié para propinar un estoconazo resolutivo. Manzanares, que hilvanó algunas verónicas entonadas con el compás abierto, realizó una labor desigual en la que hubo muletazos de calidad, jugando la cintura y alargando los muletazos.

Enrique Ponce se las vio en primer lugar con un animal al que cuidaron en varas, flojísimo y nobilísimo con el que realizó una labor de enfermero bruñida en su consabida estética.

Con el cuarto, tardo, manejable y sin apenas recorrido, trasteo porfión de Ponce no caló en el público.

El tercero, bien hecho y muy noble, embistió con calidad. López Simón se entregó en una faena que alcanzó su mayor intensidad para el público cuando se metió en los terrenos del toro y se dio un arrimón para la galería, escuchando algunas protestas cuando toreaba de rodillas.

López Simón no llegó a cogerle el aire ni la distancia al encastado sexto. Mató en los medios de estocada entera, por lo que se le llegó a solicitar por algunos una oreja, quedando el balance en una ovación, ante la que correspondió con saludos.

La tarde, con lluvia intermitente, dejó la impronta de ese gran estoqueador que es Manzanares.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Manzanares: fiel espada triunfadora

La lluvia no había dado tregua desde la noche antes y, desde la hora del sorteo se discutía en los corrillos de aficionados por la conveniencia de suspender sin esperar a la protocolizada pisada del albero por parte de las cuadrillas. Pero la famosa lona Dunlop y cierta calma meteorológica dieron la razón a la espera y la corrida comenzó a la hora fijada.

El caso es que el encierro de Juan Pedro Domecq, el que se ha lidiado más fiel a su tipo, dio escasos argumentos a esos aficionados demagógicos que traían las preguntas y sus respuestas preparadas desde casa. Y es que Juan Pedro lidió un encierro completo, también algo blando, en el que sobresalieron al menos tres toros que, entre unas cosas y otras, tampoco fueron exprimidos como debían. El lote más completo de este envío de la dehesa Lo Álvaro fue para José María Manzanares que renovó su hechizo con la afición sevillana sin redondear como él sabe. Josemari puede dar más, mucho más y estuvo mejor con el noble y blando quinto que con el más completo segundo. A ambos les cortó una oreja y a los dos, ojo, les recetó dos estocadas de libro que sirvieron para despejar cualquier duda del palco y los tendidos. El primero de esos espadazos, en la suerte de recibir, ya es claro candidato a los premios más encopetados.

Fue el colofón a una faena de buena compostura, no siempre reunida ni redonda en la que brillaron más los remates que el fondo de las series. La verdad es que el diestro alicantino tardó en meterle mano de verdad a este animal que recibió otro puyazo de premio del piquero Paco María. Suso brilló con los palos y Josemari, después de torearlo aquí y allí e hilar las tandas con enormes pases de pecho recetó un puñado de derechazos que nos evocaron su trasteo revelador de la Beneficencia madrileña. Con cuatro series así habríamos estado hablando de otro mundo pero así son las cosas…

José María Manzanares si estuvo cerca de su mejor ser y estar con ese quinto de enclasadas embestidas y justo motor. El torero sí se reunió con él, toreándolo primero en redondo y con auténtica hondura antes de explayarse al natural con cadencia, intensidad creciente y sentido del ritmo. Un pase de pecho fue un auténtico monumento al arte de torear que nos llevó a otra serie superior en la que el torero se sintió por completo. En un cambio de mano el toro, agotado, pidió la muerte, resuelta esta vez con un volapié de libro que puso en sus manos otro trofeo. A Manzanares le queda otra en la Feria. Se le espera con cariño pero sabe, puede y debe dar más de sí. Otra cosa es que quiera. A su casa viene. Y él lo sabe.

Decíamos en la entradilla de la crónica que López Simón dio una de cal y otra de arena. Y es que sorprendió su positiva evolución con el soso y noblón tercero, al que toreó exquisitamente con el capote y cuido en una lidia precisa e imaginativa. Hubo garrita y expresión en el inicio de su faena y, ojo, se pasó al toro siempre muy cerca de los muslos. La escasez de su motor obligó a ir acortando las distancias y el trasteo se convirtió en un arrimón sincero que, asombrosamente, quiso ligar a un improcedente toreo de rodillas. A esas alturas el toro estaba pidiendo la cuenta y aunque la espada entró después de un pinchazo arriba ya se habían enfriado todos los entusiasmos.

Pero el diestro madrileño iba a sortear el toro más bravo del encierro, un sexto de franco galope y alegres embestidas con el que se perdió en un trasteo inconexo, sin hilo y ritmo machacón que acabó convertido en un auténtico galimatías. Es verdad que el toro, todo codicia, cambió en parte en una costalada forzada por el mal estado del piso. Pero también es verdad que el animal lo dejó en evidencia. ¿Cual es la versión auténtica de López Simón? Que cada uno escoja la que más le guste.

Abría el festejo el veteranísimo e incombustible maestro valenciano Enrique Ponce que puso mucha fe en la enclasada bondad de su primer enemigo en los dos primeros tercios de la lidia. Ponce llegó a brindar al público, confiado en esos buenos principios pero después de pasarlo con pulcritud por el pitón izquierdo se dio cuenta de que el animal era un cascarón vacío. A Enrique le iba a tocar el garbanzo más negro del envío: un cuarto que embistió como un mulo con el que sólo pudo mostrarse profesoral.

Sevilla Temporada 2017

28_abril_17_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)