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28_septiembre_19_sevilla

REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Sábado, 28 de septiembre de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Rio y dos de Toros de Cortes (3º y 5º), desigualmente presentados, blandos, nobles, sosos y descastados.

Diestros:

Enrique Ponce: estocada baja (silencio) y estocada caída (silencio9.

El Cid: estocada baja (gran ovación tras petición) y estocada trasera (oreja).

José María Manzanares: meteysaca y estocada (ovación) y estocada (ovación).

Banderillero que saludó: Lipi, de la cuadrilla de El Cid.

Presidente: Ana Isabel Moreno.

Tiempo: bueno, caluroso al principio.

Entrada: lleno.

Video: https://vimeo.com/363029643

Galería de fotos: https://plazadetorosdelamaestranza.com/el-cid-corta-una-oreja-en-su-emotiva-despedida-de-la-maestranza-sevillana/

Crónicas de la prensa:

Portal Taurino

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Una despedida sentimental, la de El Cid

Antes de hablar de la despedida de la tarde o de la tarde de la despedida, vaya por delante que no me pareció bien que Ponce viniera a sustituir a Roca Rey, hubiera preferido a Juan Ortega, torero sevillano en alza que aún no ha pisado como tal su plaza. ¿Lo pondrán la feria que viene?, esperemos, aunque esta ocasión era pintiparada. Ponce vino a lo que vino y se justificó como siempre con sus tres cartitas y despegado lo suficiente. La corrida de Victoriano sirvió, toros muy nobles que se dejaron, a los que había que ponerles algo más de emoción en la lidia. Y eso era labor de los toreros, que le resultó fácil a El Cid por aquello de la despedida sentimental. Manzanares pinchó un buen tercero que debió de ser de triunfo y El Cid aprovechó el momento emocional de la plaza para hacer una faena con ciertos destellos aunque lo mejor fue con el capote en el primero, como nunca se le había visto. Mató mal, al segundo de un bajonazo y al quinto de una trasera y algo más, la presidenta le perdonó los avisos y la plaza le dio la oreja que cierra su carrera en la Maestranza. Mañana tenemos alternativa y cierre de Feria, allá vamos.

Lo mejor, lo peor

Por Antonio de los Reyes

Merecida despedida a Manuel Jesús El Cid en Sevilla. El distro sevillano dejó lo mejor de la tarde con su primer toro de Victoriano del Río, con el capote a la verónica y en un inicio de faena al natural dejando dos extraordinarias tandas muy templadas.

Manzanares estuvo poco acertado en una tarde donde había que ponerlo prácticamente todo con toros que no terminaron de romper en la muleta, se le vio acelerado y demasiado exigente con toros que requerían otro trato. Extrañamente la espada no le acompaño en esta ocasión con su primero.

El País

Por Antonio Lorca. El Cid, la sensibilidad a flor de piel

La fiesta de los toros, tan descorazonadora tantas veces, permite, también, vivir momentos mágicos, tan inimaginables como imborrables, de esos que emocionan de verdad, ponen la piel de gallina y alegran el alma.

Anunciaron los clarines el comienzo del último tercio del quinto de la tarde. El Cid, muleta en mano, se dirigió diligente hacia el toro mientras la plaza guardaba un respetuoso silencio. En ese momento, rompió la banda de música a tocar en homenaje al torero que lidiaba su último toro en Sevilla. Y los tendidos, puestos en pie, aplaudieron con entusiasmo el detalle de exquisita sensibilidad mientras El Cid componía nervioso los primeros y emotivos compases de su postrera faena.

Y todo a partir de entonces fue un torrente de emociones. El mejor Cid, torero grande, una de las mejores zurdas del toreo, el del las cuatro Puertas del Príncipe y otras tantas perdidas por la espada, ese que quizá nunca pudo imaginar un despedida tan emotiva, se transfiguró y deslumbró a todos con exquisiteces y chispazos de toreo íntimo. No fue una labor grandiosa, porque su oponente, tan noble como soso, no se lo permitió, pero toda ella transcurrió como en las tardes gloriosas e inolvidables. En los últimos instantes, tras un momento de apuro -perdió la muleta y el toro lo persiguió hasta las tablas-, el torero se dirigió a la banda, le dio las gracias y pidió a Sevilla un aplauso para ella. Y la Maestranza, ceremoniosa y entusiasmada, así lo hizo.

La estocada cayó trasera, el toro tardó en morir, El Cid esperó sentado en el estribo el momento final y paseó una oreja, la número 25 de su carrera en esta plaza, entre el cariño de sus paisanos.

Antes, ante su primero, había dado muestras de su mejor toreo. Seis verónicas de salida, templadísimas, asentada la figura, moviendo los brazos con armonía, puro clasicismo… Otra más y una media arrebatadora en el quite. Y comenzó el último tercio con la muleta en la zurda y dibujó una tanda de naturales hondos, hermosos y espléndidamente abrochados con el pecho. Lo que parecía un aperitivo no pasó a mayores porque el toro se apagó pronto.

Finalizado el festejo, los miembros de su cuadrilla lo alzaron en hombros y así dieron una vuelta al ruedo antes de salir por su propio pie por la puerta de cuadrillas entre el clamor sevillano en la despedida de un torero suyo que se dio a conocer en Madrid, allí conoció la gloria, y aquí, en la Maestranza, se consagró para la historia.

La corrida se acabó en la despedida de El Cid. Y tiene su razón de ser.

Victoriano del Río no tiene una ganadería, sino una pastelería; en lugar de toros bravos, nobles y fieros, cría bombones, merengues y petisús. Animales de cuatro patas y 500 kilos, sí, pero caramelos almibarados y empalagosos que se derriten al sol. Animales de desiguales hechuras y benditas intenciones, blandos casi todos, y tan bondadosos que, como un atracón de pasteles, producen empacho y dolor de barriga.

Eso sí, la pastelería cuenta con una selecta clientela y las figuras se pelean para acercarse al mostrador y elegir los mejores manjares. Ocurre, claro, que muchos de ellos se desmoronan y derriten en cuanto les da el aire y no permiten deleite alguno.

Algo así le sucedió a Ponce, que estuvo sin más. Su primero, un toro de triste estampa, ofreció una imagen mortecina y alma de borrego. Al torero se le vio tranquilo, sin atisbo de inquietud, pues el animal que tenía delante no lo exigía, y lo toreó despegado en una labor interminable y construida desde la mediocridad. Deslucido y falto de vida se mostró el cuarto. Y Ponce insistió, en un alarde de valor ante un moribundo, como si estuviera en otra galaxia, ajeno al aburrimiento que su tesón creaba.

José María Manzanares reaparecía tras una lesión en una mano y dio la impresión de que está para una retirada.

No se entendió con su primero, el toro de más movilidad del festejo, y desaprovechó su buena condición. Un elegante cambio de manos que se tornó en un largo natural fue lo más sobresaliente de una actuación impropia de su categoría. Tampoco encontró el camino ante el sexto, blando, soso y bonancible. Y Manzanares, torpe, inseguro y sin ideas…

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Sentido y sensibilidad

A Manuel le rodaban lágrimas como puños mientras daba la última vuelta al ruedo vestido de luces en una de las plazas que más y mejor le han visto. Es verdad que hay que retroceder algunos años para recuperar aquel lustro prodigioso que le vio atravesar hasta cuatro veces la Puerta del Príncipe pero el público sevillano –exquisito y elegante- supo tirar de memoria, sentido y sensibilidad para convertir en un suceso especial la despedida del diestro de Salteras. Ése iba a ser al final el único hilo conductor de una tarde en la que también hubo otros olvidos imperdonables. Ningún estamento oficial, absolutamente ninguno, echó cuenta que este sábado se conmemoraba el centenario de la alternativa de un torero fundamental al que algunos queremos sacar de un injusto olvido. Hablamos, por si aún no lo saben, de Manuel Jiménez ‘Chicuelo’, creador del ritmo moderno de torear. La oportunidad, una vez más, se había perdido…

Pero hay que centrarse en el único acontecimiento destacable de una tarde gris en la que la desigual corrida de Victoriano del Río y las actuaciones de Ponce y Manzanares pasaron con más pena que gloria. Y es que la ovación del público tras romperse el paseíllo ya marcó lo que iba a suceder. Las palmas, sinceras, sacaron a saludar a El Cid. A partir de ahí no iba a faltarle la entrega del público: desde el primer capotazo hasta la emocionante e intensa ovación final que recogió en los medios con el alma rota.

Manuel fue fiel a su fama sorteando uno de los toros de mayores posibilidades del decepcionante envío de Victoriano del Río. Fue el segundo, al que cuajó un ramillete de verónicas rabiosamente clásico que remató con una original media transformada en chicuelina. El animal mantuvo ese buen aire en la brega y Manuel renovó la fidelidad a su trayectoria más genuina citándolo de largo con la muleta en la izquierda. El toro se vino con algunas reticencias en una ronda que el torero remató con un pase de pecho a pies juntos, muy vertical la planta. El trasteo también fluyó por el otro lado sin que faltara el calor constante de la parroquia pero el bicho echó el freno cuando el matador volvió al natural. Ahí se había acabado todo y el bajonazo final no ayudó a apuntalar la petición de trofeo que, lógicamente, no pudo ser atendida.

Pero el público, y hasta la banda de música, se entregaron por completo en el último toro que iba a matar vestido de luces en el coso maestrante. El animal, de fondo manso y escaso contenido, no era el más apto para una apoteosis pero los compases de la banda de Tejera acompañaron desde el primer al último muletazo de un trasteo entregado y movido de terrenos en el que se produjo una emocionante comunión entre el público y el matador. El Cid supo lucirse en los remates, transmitiendo una encomiable actitud de agradar mientras el animal terminaba de cantar su mansedumbre marchándose a los terrenos de chiqueros. Allí lo estoqueó el matador saltereño que contempló su agonía sentado en el estribo. La petición de trofeo fue unánime. Manuel dio la vuelta, la última, llorando sin disimulo. Sus compañeros le iban a sacar a hombros por la puerta de cuadrillas.

Había roto plaza Enrique Ponce, vestido con el dudoso vestido de azabaches de la lesión de Valencia y la espesísima tarde de Bilbao. Debería colgarlo en el armario. El diestro de Chiva había acudido a Sevilla en sustitución de Roca Rey sin estar anunciado inicialmente en el abono recuperando, de paso, la sintonía interrumpida con Ramón Valencia. El empresario tenía clavada una espinita con el torero desde el anuncio de los carteles por el mes de febrero y la ausencia del peruano le permitió sacarla. El primero toro que sorteó, brindado a El Cid, fue un ejemplar soso y de feas hechuras con el que sólo pudo mostrarse compuesto y templado. El cuarto, que no se empleó de verdad ni una sola vez, tampoco fue apto para florituras a pesar del largo trasteo del maestro. Ponce, ésa es la verdad, pasó prácticamente desapercibido.

Sí tuvo posibilidades de lucimiento el tercero, al que Manzanares toreó sin terminar de romperse por completo aunque un sorpresivo y desgarrado cambio de mano hizo concebir otras esperanzas. Brilló más en los remates que en el toreo fundamental sin lograr remachar su labor con su espada, tantas veces infalible. Tampoco pudo ser con el sexto, al que cuajó dos o tres lapas de categoría y una larga sedosa e interminable. Manzanares es capaz de torear así cuando se encuentra en vena pero este sábado no recordó al gran torero que ha rendido tantas veces en esta plaza. Contaban que, desde Bilbao, era otro. Ayer quiso a medias sin redondear nada. El idilio se resiente sin remedio.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. El Cid, triunfal despedida de Sevilla

La tarde fue de El Cid y para El Cid. El saltereño se convirtió antes y durante en el gran protagonista del segundo festejo de la Feria de San Miguel. La plaza ofreció un lleno y no se notó –al menos, a simple vista– la sustitución del lesionado Roca Rey por Enrique Ponce en una tarde calurosa en lo climatológico y en el cariño con el que recibió y despidió la afición sevillana a El Cid.

El diestro sevillano recibió una ovación al término del paseíllo en este adiós del Baratillo –le restan dos grandes retos en su campaña española:Madrid y Zaragoza– por su excelente palmarés (cuatro Puertas del Príncipe –dos en 2005–, una en 2006 y otra en 2007) y ese toreo al natural con el que deslumbró muchas tardes.

El Cid, con el mejor lote, toreó soberbiamente con el capote y la muleta al cinqueño y nobilísimo segundo, al que desgraciadamente se le acabó pronto la gasolina. Con el capote ganó terreno hasta los medios con verónicas de gran calidad y suaves, jugando bien los brazos, hasta cerrar de manera alada con una bella medio y una alada larga. Para fijar al toro en el caballo se hundió en una media abelmontada. Brindó al público. Y sin probaturas y en los tercios reverdeció su mano izquierda de oro en naturales sublimes. De nuevo otra serie de categoría con la zurda con la apertura del cartuchito de pescao. Con la derecha, poco a poco, la intensidad fue bajando a medida que el animal perdía gasolina. Una faena clásica, redonda que quedó sin premio porque El Cid –¡¿Manuel, cuántos trofeos habrá perdido en su carrera por la espada?! propinó un bajonazo y todo quedó una fuerte ovación.

En el cuarto, El Cid se desquitó en el uso de la tizona y cortó una oreja por una faena muy distinta. Toreó nuevamente bien a la verónica. Realizó un trasteo con garra que comenzó sonando la música desde el primer muletazo junto a tablas, con una apertura gallista. El diestro sevillano se entregó con sinceridad y alegría juvenil ante un colorao de buenas embestidas, aunque no humillaba. Interesante faena, aunque sin llegar a la categoría del primer trasteo y en la que, además de la música, el público se entregó con apasionamiento hasta cerrar con gritos de “¡Torero, torero!. Mató de estocada trasera y desprendida. El toro tardó en caer. Y los tendidos y gradas se llenaron de pañuelos blancos. Una oreja en una despedida de Sevilla triunfal.

Enrique Ponce, quien tras lesionarse gravemente una rodilla, ha retornado con fuerza a los ruedos, volvía a Sevilla, donde la empresa no contó con él para la Feria de Abril. El valenciano se enfrentó en primer lugar a un cinqueño con nobleza. La faena, que brindó a El Cid, no llegó a tomar vuelo. Lo mejor, algunos muletazos con la diestra dibujados con gusto. Mató de estocada baja.

El cuarto, un serio cinqueño, burraco, justo de fuerzas y que llegó a la muleta con escaso recorrido realizó una labor porfiona que acabó en un arrimón y con la paciencia de parte del público, que increpó al torero para que cortara el infructuoso trasteo.

José María Manzanares, quien reaparecía tras una lesión en la mano derecha que le ha tenido apartado de los ruedos en las últimas fechas, no estuvo fino ante un lote desigual. Con el tercero, de buenas hechuras, con movilidad y sin clase, realizó una faena desigual, abusando por momentos de despedir al toro, y luciéndose en otros con elegantes pases y adornos caros, como un cambio de mano deslumbrante. Intentó matar recibiendo pinchando. Mató al segundo envite de estocada y fue silenciada su labor.

El sexto, bien presentado, resultó flojísimo pese a que el tercio de varas quedó en un simulacro, con un puyacete y un picotazo. Manzanares compuso bien la figura en unas bellas verónicas. Con la muleta intentó lo imposible con un toro sin fuerza ni condiciones para el triunfo.

Como si en un guión estuviera ya establecido, El Cid, que no pudo contener las lágrimas en varios pasajes de esta dulce y merecida película, salió de la plaza entre aclamaciones y paseado en el ruedo a hombros de sus fieles en una despedida con regusto en varios pasajes y, sin duda, triunfal y merecida por su magnífico palmarés en la plaza de toros de La Maestranza de Sevilla.

ABC

Por Andrés Amorós. La sensibilidad sevillana despide a El Cid

Hace exactamente cien años, el 28 de septiembre de 1919, los aficionados sevillanos pudieron acudir a dos festejos, cada uno con su alternativa: en la Monumental, Gallito era padrino de Juan Luis de la Rosa; en la Maestranza, Juan Belmonte doctoraba a Chicuelo. Para la historia queda el curioso caso de que don Gregorio Corrochano, en ABC, hizo la crónica de los dos festejos: «De la Monumental a la Maestranza y de la Maestranza a la Monumental». (La he leído en la recopilación que hizo Espasa-Calpe, «La Edad de Oro de la Tauromaquia»). Aprovechaba que el festejo de la Monumental comenzó a las cuatro y media, media hora antes que el otro; que el crítico disponía de un automóvil, puesto a su disposición por el poeta y ganadero Fernando Villalón; que Corrochano envió su crítica, por teléfono, a las dos de la mañana… y apareció en el ABC de la mañana siguiente. Igual que ahora. Al gran crítico le gustaron más los padrinos que los nuevos matadores: Juan Belmonte «parecía que era él quien tomaba la alternativa». Al día siguiente, en la misma Plaza de los Toros, cortó un rabo). Joselito parecía que toreaba «en el patio de su casa». Chicuelo, herido el día 29, se empeñó en torear el día 30 y cortó un rabo. Aunque se le recuerda como un artista, siempre se proclamó gallista…

Da gusto ver llena de público esta bellísima Plaza. Los toros de Victoriano del Río son nobles pero flojean y se apagan pronto. A pesar de su voluntad, Ponce se estrella y Manzanares no redondea faena. En su despedida de Sevilla, El Cid muestra su torería, recibe el cariño de la gente y corta una oreja: era su tarde, lo merecía.

Ha aceptado Enrique Ponce sustituir al lesionado Roca Rey. Así logra torear esta temporada en la Plaza de los Toros sevillana (no llegó a un acuerdo en la Feria de Abril), veinte años después de haber abierto la Puerta del Príncipe. Es un gesto taurino, sin duda, pero también lo necesita, para su satisfacción personal: reapareció en un tiempo récord, indultando un toro. Su voluntad se estrella contra dos toros flojos y parados. El primero empuja en el caballo (pica bien Palomares) pero se apaga y se para muy pronto. Brinda Ponce a El Cid. Con sabiduría y naturalidad provoca la embestida, le saca algunos muletazos templados pero al toro le falta chispa. (Sentencia mi vecino: «Otros no le hubiera sacado ni uno»). Mete la mano con habilidad, con la espada. Mansea el cuarto, burraco («a juego con el vestido del torero», apostilla un bromista), se para en el capote y flaquea. A pesar de todo ello, Ponce veroniquea, cargando la suerte. Cuidándolo, le saca algunos muletazos; luce su maestría pero la flaqueza del toro impide la emoción. Como en Bilbao, se empeña en prolongar una faena sin posibilidades: el público lo respeta pero se impacienta.

Se despide de Sevilla El Cid, un torero clásico, que merece todo el respeto y afecto de la afición. (Esta tarde o la de Madrid, donde tanto se le estima, debieran haber sido su despedida). Embiste el segundo con suavidad y las fuerzas justas, le permite trazar lances a cámara lenta. Saluda por un gran par LIpi, que reaparece, después de su percance. Brinda Manuel al público: sin probaturas, los primeros naturales ya hacen sonar la música: ¡esa mano izquierda de el Cid, que tantas tardes de gloria ha dado! En la tercera serie, el toro ya se acaba y lo que iba para gran faena queda a medias. La espada cae baja: petición . El quinto también flaquea pero se mueve con nobleza. La Banda toca desde el primer muletazo: ¡la sensibilidad de Sevilla! La faena es desigual pero con detalles de inspiración y torería, además de algunos naturales marca de la casa. Todo el cariño del público está empujándole. Acierta el diestro al agradecer su bonito gesto a la Banda. Esta vez la espada entra, trasera, y se sienta en el estribo, al lado de los pitones, para verlo caer: ¿quién se atrevería a negarle la oreja? Aunque toree todavía en Madrid y Zaragoza, esta tarde ha supuesto el feliz remate de su carrera.

En la segunda parte de una temporada tan accidentada, Manzanares ha refrendado su categoría de gran artista, con numerosos triunfos: la clase se tiene o no se tiene… El tercero flaquea pero aguanta cuando José María lo engancha con solemnes muletazos; improvisa en dos cambios de mano . El trasteo queda a medias y falla en la suerte de recibir. Se luce en los lances de recibo al último, muy bien banderilleado por Duarte. El toro flaquea y se para. Alegrándolo mucho con la voz, Manzanares logra algunos estéticos muletazos pero la faena no cuaja. Esta vez sí que logra un estoconazo.

Como muchos toros actuales, los de esta tarde salen de los chiqueros como si ya estuvieran picados, permiten lances suaves de salida (algo, antes, impensable) pero duran muy poco. Es lo contrario de lo que debe ser: toros fuertes, bravos, que necesitan recibir castigo y ser dominados, antes de buscar la estética. Así esta la Fiesta actual. Aunque han mostrado su calidad, no saldrán contentos, esta tarde, ni Ponce ni Manzanares.

La sensibilidad sevillana despide como se merece a El Cid, un torero clásico, que ha realizado grandes faenas a toros muy serios. Cuando daba la vuelta al ruedo, al final, el corazón de esta Plaza de los Toros ha latido, unánime, con agradecimiento y cariño por su muy honrada trayectoria.

Tormedia

El Cid corta una oreja en su emotiva despedida de la Maestranza sevillana

La tarde comenzó con una aditiva ovación para Manuel Jesús 'El Cid', que se despedía de la Plaza de Toros de la Real Maestranza. El torero, visiblemente emocionado, la recogió saludando desde el tercio.

El primero de la tarde salió dormido y Ponce no pudo lucirse con el capote. El toro pareció despertar en el tercio de banderillas y el valenciano brindó a El Cid. Primero se dobló con suavidad y después acompañó a un toro que embestía a media altura. Poco a poco fue bajándole la mano, ligando con mérito con la derecha. Al natural dio muletazos de uno en uno con el toro ya a la defensiva. No cupo mayor lucimiento por la sosería del de Victoriano del Río. Mató de estocada baja.

El cuarto salió frenándose en el capote y después rompió, permitiendo a Ponce dejar algunas verónicas. El toro quedó justo de fuerza tras su encuentro con el caballo y limitó mucho la labor de Ponce con la muleta. Lo intentó el torero de Chiva sin resultado por falta de enemigo, prolongado en exceso la faena en su afán de hacer algo positivo. Mató de estocada.

El Cid cuajó a la verónica al segundo de la tarde toreando muy despacio y ganando terreno hacia los medios. También estuvo templado en el quite. Saludó en banderillas Lipi y El Cid comenzó la faena en los medios toreando al natural sin probaturas en una primera serie ligada y de muletazos largos. La siguiente por ese pitón fue buena también y después el toro se aplomó en el toreo diestro. Poco más pudo hacer El Cid ante un animal parado que cortó una faena que había comenzado de forma excelente. Mató de estocada y fue ovacionado.

Al quinto lo toreó también despacio a la verónica, cerrando con dos bonitas medias. La banda tuvo el detalle de tocar desde que inició la faena de muleta y El Cid correspondió con un comienzo variado que fue jaleado. Siguieron dos series con la derecha ligadas y bien rematadas con largos pases de pecho. Cuando cogió la muleta con la izquierda el toro estaba más aplomado y aún así le dio muletazos suaves. Apuró las últimas medias embestidas del toro y mató de buena estocada y el toro tardó en caer. Le fue concedida una oreja.

Manzanares no pudo lucir de capa con un toro que no se entregó de salida. Sin embargo comenzó muy bien con la derecha, templando mucho en las dos primeras series. En la tercera sobresalió el cambio de mano final. También al natural hubo buenos momentos. Intentó matar recibiendo y pinchó en dos ocasiones, perdiendo un posible triunfo.

Manzanares dio lances buenos al sexto, rematando con una larga interminable. Con la muleta aplicó suavidad a un toro medido de fuerza que fue a menos y deslució sus intentos de agradar. Lo intentó todo Manzanares pero sin tener materia prima apta para el triunfo. Fue ovacionado.

28_septiembre_19_sevilla.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:26 (editor externo)