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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

Feria Extraordinaria de San Miguel

Sábado 2 de octubre de 2021

Corrida de toros

Ficha técnica del festejo

Ganadería: Toros de Garcigrande (2º)-Domingo Hernández (correctamente presentados, buenos, con transmisión y recorrido, excepto 5º y 6º).

Diestros:

Diego Urdiales: Estocada caída (saludos desde el tercio); estocada en su sitio, fulminante (dos orejas).

José María Manzanares: Estocada caída (oreja), dos pinchazos que escupe, media estocada, aviso, cinco decabellos (saludos desde el tercio).

Ángel Jiménez: Estocada (saludos desde el tercio); estocada (saludos desde el tercio).

Banderilleros que saludaron: José Chacón en el 3º; Luis Blázquez en el 5º.

Picador que sobresalió: Manuel Burgos recibió una gran ovación tras su faena, después de ser derribado del caballos tres veces consecutivas en el 1º de la tarde.

Incidencias: el banderillero Juan Carlos Tirado, de la cuadrilla de Diego Urdiales, se cortó la coleta. Debutó como alguacililla la joven Macarena Zulueta.

Presidente: Fernando Fernández-Figueroa.

Tiempo: soleado, temperatura agradable.

Entrada: Casi lleno sobre un aforo del 60 por ciento.

Imágenes

Video resumen del festejo AQUí

Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver Y Diego Urdiales hizo el toreo

La corrida de Garcigrande, o de Domingo Hernández, que ahora se lía uno mucho con eso de la división familiar de los hierros, fue entretenida. El mastodonte primero, casi un búfalo, derribando tres veces, tuvo su emoción y los tres siguientes sirvieron, encastados, con celo, fijeza y embestida, pero los dos últimos estropearon un encierro que iba para premio. Así las cosas Urdiales en su primero estuvo como pudo y en el cuarto, un gran toro que pudo merecer la vuelta que nadie pidió, hizo el toreo así sin más, templado, clásico, cogiendo la muleta por el centro, y la buena estocada vino a coronar una obra que merecía sobradamente las dos orejas. Para alegría de Curro Romero, que vino una tarde más a ver a su torero y amigo. Manzanares aprovechó el segundo para en faena correcta y estocada definitiva llevarse una oreja y en el segundo le tocó lo peor, hasta para matarlo se las vio y se las deseó. El ecijano Ángel Jiménez, que sustituía a Pablo Aguado, uno de los consentidos de la plaza, no desentonó dejando detalles tanto con el capote como con la muleta. Y eso fue todo, que fue mucho pues seguimos en la senda de otra gran faena, muy distinta de la Morante, pero para qué vamos a comparar…

Crónicas de la prensa

Por Antonio Lorca. El País. Urdiales, la inspiración currista

Diego Urdiales no tiene el porte físico de Curro ni es nacido en Camas, pero parece que ha sido amamantado taurinamente por el Faraón. Como fiel seguidor del evangelio currista, puso en práctica los evangelios, caló en el alma de Sevilla y paseó las dos orejas en presencia de su ídolo, el maestro Curro Romero, testigo del triunfo de su alumno predilecto desde una grada.

El riojano Urdiales, circunspecto él, se había mostrado triste y a medio gas ante su primero, un animal reservón que derribó tres veces al picador, se vino arriba en banderillas y llegó a la muleta con el ánimo suficiente para responder a la exigencia. Pero no la hubo. Urdiales, desconfiado y precavido en exceso, prefirió mantenerse en un discreto segundo plano, por debajo de las condiciones de su oponente.

Pero apareció el cuarto y lo lanceó con sumo gusto a la verónica. El toro manseó en varas y se dolió en banderillas, pero mostró casta y calidad en la muleta, y fue la pareja perfecta para que el torero desarrollara su tauromaquia clásica y plagada de prestancia y empaque.

No fue una faena redonda, ni maciza ni estructurada, y solo hilvanada en algunos pasajes, pero abundaron los destellos, muletazos inmensos, de hondura exquisita. Hubo momentos de manifiesta irregularidad con otros de plasticidad y embrujo que llenaron La Maestranza de esa emoción que solo brotaba las tardes de un Curro inspirado.

Muleteó Urdiales con esa naturalidad que parece fácil e imperceptible, pero que encierra una de las esencias del toreo clásico. Y antes de culminar la obra con una gran estocada, se perfiló de frente, muleta en la zurda, y dibujó cuatro naturales profundos que desbordaron la pasión en los tendidos.

Inspiración currista pura y dura. Y de eso sabe mucho y bien esta plaza. Quizá por eso, el buen toreo de Diego Urdiales, aunque imperfecto, caló muy hondo, y así se le reconoció con todos los honores.

Mucho y mal toreó Manzanares, lo que son las cosas, quien no puede quejarse de cómo y cuánto lo quieren en esta tierra. Brindó su primero al público y los tendidos, puestos en pie, se caían de agradecida emoción; y dio un mitin en el quinto y lo obligaron a saludar desde la raya del tercio. ¡Qué cariño, por Dios…!

Su primer toro fue un bendito, dispuesto a elevar a los altares al torero que le cayera en suerte. Pero el alicantino echó por tierra el sueño con un toreo superficial, deslavazado, despegado, ventajista e insípido. A pesar de todo, le concedieron una oreja, cuando el triunfador había sido el buen toro. Mal también ante el cuarto, al que desaprovechó hasta que el animal se aburrió.

Y el joven Ángel Jiménez entró en sustitución del lesionado Pablo Aguado, y no fue capaz de aprovechar la preciosa oportunidad que la vida le ha ofrecido. Le adornan muchas cualidades, pero está verde, tanto que no fue capaz de cuajar al mejor toro de la tarde, el tercero, de una calidad indudable, con el que se lució a la verónica y por chicuelinas, sorprendió con elegancia con bajo en el inicio con la muleta, pero se perdió después con un toreo despegado y sin gracia. Y es una pena porque el toreo moderno no perdona estos tropiezos. Se envalentonó ante el peligroso sexto, pero su voluntariosa decisión no le exime del borrón anterior.

Por Andrés Amorós. ABC. Sevilla también saborea un buen Rioja

Por segunda vez se lidian los toros de Garcigrande y Domingo Hernández y se justifica como en una receta de cocina: medio y medio. Dan excelente juego, con mucha movilidad y nobleza, los lidiados en segundo, tercero y cuarto lugar; los otros tres resultan bastante complicados. Como se ve, a cada uno de los tres espadas le corresponde un toro bueno para mostrar su arte: cortan trofeos Diego Urdiales y Manzanares; Ángel Jiménez, sustituto de Pablo Aguado, también se luce, sin llegar al trofeo. A pesar de la sustitución, la plaza está llena, no ha habido devoluciones.

Diego Urdiales ha logrado consolidarse como un matador de gran estilo clásico, al que he visto triunfar rotundamente en Bilbao pero todavía no lo ha logrado en Sevilla. El primero sale parado, levanta protestas pero, como era de esperar, se crece en varas, derriba tres veces al picador y sale de naja: simplemente es un toro manso, reservón, con poder. Brinda Urdiales a su banderillero Juan Carlos Tirado, que se retira, esta tarde. Le saca algunos derechazos con naturalidad, algo molesto por el viento; por la izquierda, el toro no se deja. Es la faena propia de un diestro veterano, no se confía del todo pero muestra conocimiento, buen estilo y recursos. Felizmente, mucho mejor juego da el cuarto, ‘Francés’ de nombre. (Espero que eso no dé lugar a un conflicto diplomático: las competencias de la alcaldesa de Gijón no llegan al país vecino). Dibuja Diego lentas verónicas de salida. El toro tarda en definirse -protesta en varas, muge continuamente- pero da buen juego en la muleta. Urdiales dibuja muletazos impecables, con naturalidad y buen gusto, aprovechando la calidad de las embestidas. La faena clásica, primorosa, pone al público en pie. Concluye con los muy sevillanos naturales de frente, como Manolo Vázquez, y logra una gran estocada, volcándose: dos orejas.

Por tercera vez en esta Feria, actúa José María Manzanares, tan querido aquí. En las dos tardes anteriores, cortó un trofeo pero fue sobre todo gracias a su casi infalible espada, sin llegar al nivel de sus grandes triunfos. El segundo toro, ‘Audaz’ -como el Caballero de las entrevistas periodísticas- es abierto de pitones, feote, pero embiste con gran nobleza. (Las hechuras no son infalibles). Traza José María suaves verónicas, pica bien Paco María. El toro acude pronto y alegre, le permite componer la figura con su personal empaque. Se aplauden sobre todo los cambios de mano, marca de la casa, y algunos naturales, vaciando totalmente la embestida. Citando a recibir, revienta al toro con una estocada hasta la mano.

El quinto sale suelto y con muchos pies. Recuerda mi vecino el anuncio del Cola Cao, en la radio: «Y, si lo toma el ciclista, se hace al amo de la pista…» Arrea fuerte en banderillas y Duarte clava un gran par. Lo mete el diestro pronto en la muleta, ligando circulares, pero el toro se raja. Sorprendentemente, una res que tanto corría se para por completo: se le ha acabado el depósito de la bravura. Acaba huyendo a tablas, donde no es fácil la suerte suprema.

En los corrillos sevillanos se ha debatido bastante la sustitución de Pablo Aguado, nada fácil (algunos posibles candidatos toreaban esta tarde). Eligió la empresa al ecijano Ángel Jiménez, poco conocido por el gran público, pero que podía atraer a sus paisanos. Hace una semana, ¿quién le iba a decir que iba a entrar en los carteles de esta Feria? Tomó la alternativa con éxito en el último San Miguel, hace un par de años. El problema es que, desde entonces, ha toreado muy poco. Pintaban los latinos a la diosa Fortuna con sólo un mechón de cabello: hay que agarrarlo fuertemente, cuando pasa por delante de uno…

Recibe al tercero con facilidad y gusto, como si estuviera muy placeado; gallea por chicuelinas. Se luce Chacón en dos grandes pares, con los cuatro palos clavados en una perra chica. Brinda a los otros matadores y comienza Ángel con arte sevillano y con garra: en la segunda serie, ya suena la música. Luego, se embarulla un poco, por las ganas, la necesidad de triunfar y el escaso oficio. Se adorna con pinturería y agarra la estocada a la segunda. Ha buscado el éxito con afán y ha demostrado que tiene buenas maneras.

El sexto se para a mitad, protesta, embiste a oleadas, huye a chiqueros. En los primeros muletazos, derrota por alto, le pone los pitones a la altura de los ojos. Se justifica el joven diestro tragando mucho y sacando algún pase lucido. Nos ha hecho pasar miedo. Mata con facilidad.

No ha habido ‘resaca’ sino una corrida de interés. Destaco la torería de Diego Urdiales, que por fin ha logrado entrar en esta Plaza. Aunque aquí se beba manzanilla y oloroso, también se sabe apreciar el sabor suave y maduro, a la vez, de un buen Rioja.

Por Luis Carlos Peris. Diario de Sevilla. Sevilla le da el sí a Diego Urdiales

Siempre hay un día después como resaca de un acontecimiento y el magno acontecimiento del viernes fue tan fuerte que íbamos a la plaza con la desconfianza de cómo superar un listón tan alto como el que colocó Morante con un juampedro. Pero en el cartel figuraba un torero al que Curro Romero santificó y que desde entonces era esperado por Sevilla. Esto va tocando a su fin y cuando se desconfiaba de que fuese a pasar algo interesante surgió un suceso para el recuerdo, que fue ver cómo hace el toreo un riojano.

Lo del viernes en este templo a cargo del gran chamán de la tauromaquia moderna y, posiblemente, de la de siempre ha revolucionado esto de tal manera que la gente acudía a la plaza rumiando lo anterior sin reparar que el presente estaba ahí. Y estaba a cargo de Diego Urdiales, ese riojano erigido en torero de culto y al que Sevilla espera desde que Curro dio la orden de esperarlo. Con él, Josemari Manzanares, ese hijo adoptivo que llegaba de haber tocado pelo con la corrida de Matilla para despedirse hasta el año que viene y de Ángel Jiménez, al que se echaba en falta cuando los carteles vieron la luz tras haber triunfado en su alternativa cuando antes de la pandemia y que encontraba hueco por la ausencia de Pablo Aguado.

La tarde tenía sus perejiles y alumbró algo definitivo. Y es que Sevilla le dio el sí de forma rotunda a un Diego Urdiales que estaba en lista de espera para convertirse en lo que ya es desde ayer, un torero del gusto de Sevilla. Con qué pureza toreó el riojano al cuarto toro de la tarde. Con un recibo de verónicas plenas de hondura empezó todo, brindó a la plaza y la faena de muleta fue una locura. Qué bien torea Urdiales, cómo se coloca en cada cite, cómo se lo lleva hacia atrás de la cadera, qué naturalidad en los desplantes, cómo se gusta en unos naturales que parecían circulares de lo rematados que eran. Paró el tiempo Diego con la muleta en la izquierda y de frente o dándole el pecho y embebiendo al toro en el engaño. Y de propina, una estocada perfecta en el mismísimo hoyo de las agujas. Las dos orejas, Diego gozoso en la vuelta al ruedo y Curro disfrutando en una grada junto a su mujer. En el primero, un toro con pinta de búfalo que fue protestado de salida y ovacionado en el arrastre, Diego no acabó de entenderse con él y el diálogo no surgió, quedando todo en saludos desde las rayas.

Josemari Manzanares estuvo a pique de repetir un clamor de esos que tanto ha prodigado en ésta su plaza. En su primero, bajo los sones rituales de Cielo andaluz recitó su discurso habitual de redondos redondísimos para el cambio de mano que pone a la plaza en pie. Una película no por muy vista menos apetecible. Lo mató recibiendo y le cortó una oreja. Podía haber Puerta del Príncipe y eso lo olisqueó el alicantino tras haber lidiado magistralmente con el capote al quinto, pero el toro se paró y todo quedó para la próxima vez.

Entró el astigitano Ángel Jiménez en el sitio de Pablo Aguado y bien digno que estuvo con su lote, el menos colaborador del envío de Garcigrande. Lucido con el capote toda la tarde, brindó su primero a sus compañeros de terna, seguramente como agradecimiento por aceptarlo en el cartel, y tuvo una labor que empezó en tono alto y fue bajando a compás de cómo bajaba el toro. En el que cerró plaza, se le agradeció un par de tandas enrabietado, pero no había opciones para más. Y en la tarde en que Sevilla le dio el sí a Urdiales se seguía hablando de Morante. Hoy, miuras para él.

Por Álvaro Rodríguez del Moral. El Correo de Andalucía. Urdiales le toca el corazón a Sevilla

En la corrida de Garcigrande hubo tres y tres y hasta uno, el horrendo primero, que nunca debió ser embarcado para la plaza de la Maestranza por su espantosa fachada que, además, escondía un comportamiento de buey. Fue el primer ejemplar que tuvo que despachar Diego Urdiales en el segundo pase de una feria que había comenzado con demasiadas tibiezas. Los buenos aficionados, que esperaban el recital definitivo del riojano a orillas del Guadalquivir, menearon la cabeza. La salida cansina y el comportamiento de res de carne no hacían presagiar nada bueno. El bicho, además, derribó con estrépito en las tres entradas al caballo evocando estampas de la lidia antigua. El bicho llegó a la muleta de Urdiales con demasiadas asperezas que limar. Visto lo visto, no le habría venido mal un cuarto puyazo.

Cuando salió el cuarto ya habían saltado al ruedo los dos restantes del lado bueno. Uno pronto y codicioso para Manzanares y otro de más a un punto menos para Jiménez. Pero quedaba esa tercera bola premiada, con sus teclitas que tocar, que Urdiales supo administrar, lucir y multiplicar desde que se hizo presente con su escueto capote para trazar un puñado de lances bellos de pura y desnuda sencillez. ¿Podría ser en éste? La verdad es que el animal, después de cumplir en el caballo, hizo alguna cosita fea durante el tercio de banderillas. La papeleta no era fácil pero el veterano diestro de Arnedo había venido a torear. Brindó al público y volvió a mostrar esa elegante compostura en el inicio de su faena antes de construir una estupenda tanda diestra que abrió la espita.

El toro berreaba y mostraba un puntito de picante –de puro manso- en la muleta del riojano que empezó a rendir la plaza cuando cogió la mano izquierda. El temple, la naturalidad y el aplomo de su figura se fueron aliando en una labor que creció y creció sobre ese lado, limando algunas asperezas. Hubo un matiz fundamental: saber administrar las embestidas; pegarlos de uno en uno cuando era necesario, ligarlos cuando el toro repetía. Diego terminó de explayarse por redondos, toreando ya con todo el cuerpo, meciendo imperceptiblemente la figura. Había run run de cosa grande pero había que amarrar el asunto. Después de tomar la espada y algo de aire terminó de pintar el cuadro con un ramillete de excelsos naturales, dichos a pies juntos. Se tiró a matar y dejó una estocada de premio. Las dos orejas, que paseó feliz de la vida, eran de cajón.

Ya conocemos las otras dos bolas premiadas. Una fue para Manzanares, que volvió a cortar otra oreja en Sevilla amparado en su proverbial estrella en los sorteos. Ese segundo fue un animal pronto y codicioso, posiblemente un poquito a menos al final, con el que Josemari volvió a mostrarse elegante y compuesto en una faena de notable con un toro que merecía el sobresaliente. Hubo muletazos que parecieron esculturas, sí. Pero su labor, una vez más, careció de planteamiento, nudo y desenlace; de la necesaria conexión argumental entre tanda y tanda para convertir lo bueno en excepcional. El espadazo en la suerte de recibir –cayó un puntito caído- fue fulminante y determinante. Paseó su tercera oreja en la feria. Al peso, gana.

Pero como la cosa había estado bien repartida –uno bueno y otro malo por coleta- al alicantino le tocó pechar con un quinto que sólo puso dificultades desde que se hizo presente en el ruedo. Campó a sus anchas en la lidia obligando a un gran esfuerzo de las cuadrillas y resultó un auténtico paquete en la muleta. Para colmo no ayudó en nada a la hora de matar y Manzanares pasó un auténtico quinario para echarlo abajo, con el toro pegado a tablas. En un pinchazo la espada salió volando al callejón, rebotando con fuerza en el burladero de la autoridad, civil por supuesto.

Cerraba el cartel el flamante diestro ecijano Ángel Jiménez que había entrado en este tercer cartel estrella de la Feria de San Miguel sustituyendo a Pablo Aguado. El chico tiene personalidad y una expresiva forma de hacer y sentir el toreo que pudo mostrar con el tercero de la tarde, un toro de más a menos que también delató la bisoñez del matador de Écija. Lo toreó de capote con una chispa especial que supo mantener en el galleo por chicuelinas y en el explosivo primer tramo de una faena brindada a sus compañeros. En los primeros muletazos hubo garra, desmayo, pellizco y ese sentido de la expresión que no pudo o no supo mantener cuando se echó la muleta a la izquierda. El ritmo de la faena decayó de repente y lo que iba camino de un triunfo quedó en eclipse. En cualquier caso hay que quedarse con esas cosas buenas y esas ganas de ser que le llevaron a fajarse con el tercer garbanzo negro. Fue el sexto, un toro manso que se había marchado a chiqueros como un buey de rodeo al que le plantó cara con sincera resolución. Merece más oportunidades.

Por Patricia Navarro. La Razón. Urdiales borda el toreo en la casa de Curro Romero

Era algo cercano a una misión imposible que volviera a ocurrir algo sobre el ruedo de la Maestranza con la resaca de Morante, que pesaba como una losa en la memoria. Una neblina de felicidad lo impregnaba todo y aportaba cierto desdén por el presente. Era algo así como profanar un lugar sagrado en el que queríamos seguir viviendo. El primero nos ayudó a regodearnos en el ayer y de hecho nos costó un tiempo darnos cuenta de si el de Domingo Hernández era bravo o de cualquier otra raza. Con la ausencia de movilidad que salió de toriles daba cuenta de que estaba a punto de cumplir los seis años y condenar su futuro a las calles. Se salvó para pisar nada menos que Sevilla y con Urdiales. Hay toros con suerte. Derribó en tres ocasiones a Manuel Burgos con la misma intensidad que luego salía en huida. Exprimió Diego la poca franqueza que tuvo por la derecha y se fue tras la espada. Urdiales corta dos orejas del cuarto. EFE/Raúl Caro FOTO: Raúl Caro EFE

El cuarto nos vino a poner en nuestro sitio: en pie. A matar o morir se fue detrás de la espada Se tiró encima con una entrega descomunal, como si en ello se le fuera la vida y algo de eso había. El cruce de caminos resultó volcánico. La estocada fulminante y la reacción del público como un resorte. Dos trofeos premiarían la faena de Diego a un toro que comenzó con muchas irregularidades, y que tuvo después largura en el viaje y motor. Su tercero, Juan Carlos Tirado, se cortó la coleta. Menudo día y lugar, aunque para eso tuvimos que esperar al final. Antes lo bordó Urdiales en la casa de Curro Romero. Se entretuvo el riojano con el toro, desde esa verticalidad en la que ejerce las profundidades del toreo sin necesidad de corromperse. Sin látigo, ni tirones para fuera. Largos y hondos

Para dentro, a la cadera, templado, por debajo de la pala del pitón, naturales tremendos por largos, hondos y aterciopelados. Era imposible pensar en el toreo después de lo del día anterior. Pero un derroche de clasicismo hizo posible lo imposible y volvió a poner al descubierto que triunfos hay muchos, pero verdad una. El airoso prólogo plagado de torería fue premonitorio de lo que vino después. Hizo el toreo del derecho y del revés, sin preámbulos ni tiempos muertos, en busca de la perfecta imperfección y puso a la Maestranza bocabajo. Y al toreo en pie.

Un gran natural dejó Manzanares en la faena del segundo, que fue bueno. Y el resto, relleno. De aquí para allá, tirar líneas para fuera y querer acercarlas en el último instante. Espadazo recibiendo y trofeo. Faena que hemos visto mil veces. Faena que no recordaremos. Así está Sevilla. Franco y a menos fue el quinto. Anodina la labor.

Ángel Jiménez brindó a los compañeros por haber tenido la generosidad de abrir el cartel. Comenzó con fuegos artificiales la faena al tercero, que fue noblón y se dejó hacer y poco a pocos el suflé se fue bajando entre la voluntad del torero con poco más contenido. El complicado sexto le exigió y dio la cara., pero es que Diego lo había bordado nada menos que en la casa de Curro.

Por Jesús Bayort. ABC. Cuando se torea con educación

Juan Belmonte sentenció que «se torea como se es». Y casi un siglo después se mantiene vigente el aforismo. El bruto agarra y menea los trastos con manoteos toscos; el que tiene ángel torea con garbo y hermosura; el que peca de prudentón no le pega un pellizco ni a un algodón; y el que es educado torea con educación.

La primera vez que escuché esta referencia fue al aficionado José Varona. Lo clavó. Y se me viene a la mente siempre que veo torear a Diego Urdiales. En su primer encuentro con el bisonte morucho que abrió plaza no hizo un mal gesto ni dio ningún vulgar bufido. Me gustó que, como ha sido de toda la vida de Dios en el toreo, sus banderilleros tomaran la iniciativa de parar al toro. No los ordenó el matador. Porque el verbo ordenar no cabe en Diego Urdiales.

La atención con Juan Carlos Tirado también rebosaba educación. Se retiraba de los ruedos el rehiletero ecijano y Diego lo arropó toda la corrida: le brindó su primer toro, lo abrazó llorando como una magdalena tras recibir las dos orejas, lo mimó antes del último cachetazo y le cortó nuevamente emocionado el añadido.

Diego Urdiales es un torero educado porque torea reposado, sin aspavientos, con sutileza y con elegancia. No vendió el panfleto dramático con el incierto primero, que nunca llegó a entregarse y siempre lo probaba con mirada de maromo de discoteca antes de tomar los engaños. Cuánta razón en aquello de «líbreme Dios del toro manso, que del bravo ya me libro yo». Y tampoco se embruteció con el distraído cuarto, que no se definió hasta que sintió las frías. Ni traía el ritmo que marca su compás ni tenía la clase que desprenden sus muñecas.

Y al Rioja le sentó divino que lo edulcorasen con gotitas del Guadalquivir. Porque el clasicismo urdialano es pura sevillana. Huele tanto a azahar como el Patio de Banderas. Su desplante tras un derechazo que, en dos tiempos, se enroscó a la cadera contraria, era una fotocopia del monumento al Faraón de Camas, variando las manos y modificando a ‘Flautino’ por el caballo de Troya.

Y como esta atípica temporada se ha tenido que celebrar en San Miguel en vez de en primavera, los vencejos se quedaron sin ver la torería de Diego Urdiales. Lo único que sobrevoló la Maestranza durante su magistral faena fue un dron. Alguien tendrá que explicarnos qué hacía allí. Y si hay que multarlo, que pague en especias: que nos regale las imágenes de la educada, y torera, faena de Diego Urdiales, un Rioja mezclado con agua del Guadalquivir.

Por Toromedia. Dos orejas para una excelente faena de Urdiales y una para Manzanares en la penúltima de feria

El primero de la tarde fue protestado de salida por su escasa movilidad y por frenarse en el capote. En el primer puyazo despertó, empujando con fuerza hasta derribar. Lo mismo ocurrió en el segundo y en el tercer puyazo, creando una situación comprometida para el picador. Brindó Diego Urdiales a su banderillero Juan Carlos Tirado, que se retiraba hoy, y se dobló con el toro para poderle. Embistió el de Domingo Hernández a media altura en la primera serie y Diego insistió por ese pitón hasta lograr algún muletazo estimable. Tuvo la molestia del viento, pero decidió atacar y logró la serie más ligada a la que siguió otra de mérito. En los remates el toro le veía y tenía que rectificar la posición. Lo intentó también con la zurda pero el toro tuvo complicación por ahí y desistió. Mató de estocada contraria. Pitos para el toro. Ovación para Urdiales.

Urdiales dio buenos lances al cuarto, abrochando con preciosa media. Brindó la faena al público y comenzó con muletazos por alto que ligó a otros en redondo, intentando atemperar las embestidas del toro. Poco a poco lo fue consiguiendo. En la primera serie hubo compostura y sabor, rematando con buen pase de pecho. El toro fue a más en la segunda, en la que toreó con naturalidad, rematando con buen cambio de mano. Cambió a la zurda y puso empaque en los naturales. Sonó el pasodoble y siguió por ese lado una serie más antes de volver a la derecha para dar un redondo enorme y apurar al toro por ese lado con compás y prestancia. Creó ambiente de triunfo grande y epilogó esta buena faena con naturales de frente que fueron la guinda del suculento pastel. Se entregó en el volapié y amarró el triunfo de dos orejas, su máximo logro en esta plaza hasta el momento.

Manzanares dio un par de lances buenos por el izquierdo en el recibo de capa a su primer toro. Chocolate dosificó el castigo en varas al de Garcigrande. Ángel Jiménez entró en quite y dejó una buena tarjeta de presentación con tres verónicas y media que levantaron una fuerte ovación en el público. Manzanares brindó y comenzó con muletazos por alto, un buen cambio de mano y un largo pase de pecho. La primera serie con la derecha fue limpia y templada. La segunda se produjo en dos tiempos y en ella destacó un pase de pecho enroscándose al toro. Al natural también dejó un par de muletazos buenos pero volvió a la derecha y se sintió más seguro, rematando una faena de triunfo que culminó de estocada recibiendo. Oreja para el alicantino.

El segundo del lote de Manzanares salió corretón y huidizo y él salió a su encuentro y supo recogerlo en el capote. Después de los dos puyazos, el toro acusó mansedumbre y creó desconcierto en banderillas. Brilló con los palos Mambrú y Manzanares se mostró mandón desde la primera serie. Ligó a base de dejar la muleta en la cara por el lado derecho y en el primer intento de toreo al natural fue desarmado. A partir de ahí el toro rehusó la pelea y dejó a Manzanares sin posibilidad de aumentar su triunfo. El toro se puso complicado para entrarle a matar por buscar el amparo de las tablas y el torero pinchó dos veces antes de dejar media estocada. Necesitó descabellar. Ovación.

Ángel Jiménez, sustituto de Pablo Aguado en el día de hoy, dio buenos lances de recibo al tercero, sobresaliendo los del lado izquierdo. También se lució en un galleo por chicuelinas para llevar al toro al segundo puyazo. José Chacón puso dos grandes pares de banderillas y saludó montera en mano. Ángel Jiménez brindó a sus compañeros de cartel y protagonizó un vibrante comienzo de faena con doblones. El de Domingo Hernández comenzó embistiendo bien y Jiménez le dio dos series ligadas con la derecha que crearon ambiente. Por el lado izquierdo la faena bajó de intensidad y volvió a la mano diestra, pero ya el toro empezó a no emplearse y por esta razón la faena se vino a menos. Mató de pinchazo y estocada.

El sexto salió frenado y Ángel Jimenez no pudo torearlo con el capote. El toro manseó en el segundo puyazo y también en banderillas, muy abanto todo el tiempo. En el inicio de faena dio un susto importante a Jiménez, que lo intentó con convicción a pesar de la embestida descompuesta y con peligro del toro. Hizo un esfuerzo el joven torero de Écija, que no volvió la cara y mató bien. Fue ovacionado.

Fotografías: Arjona/Toromedia.

2_octubre_21_sevilla.txt · Última modificación: 2021/10/04 22:58 por paco