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PLAZA DE TOROS DE ALICANTE

Jueves 21 de junio de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Zalduendo(desiguales de presencia, bajos de raza pero manejables).

ALICANTE. 4ª de Hogueras. Dos tercios de entrada. Toros de Zalduendo, desiguales de presencia, bajos de raza pero manejables. Morante de la Puebla, saludos y oreja con petición de la segunda. César Jiménez, oreja y silencio. Alejandro Talavante, saludos tras aviso y saludos.

Morante de la Puebla. Saludos y oreja.

César Jiménez. Oreja y silencio.

Alejandro Talavante. Saludos tras aviso y saludos.

Entrada: dos tercios.

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Rosario Pérez. Bienaventurados los ojos que vieron a Morante en Alicante

Imposible torear más despacio que Morante. El de La Puebla del Río rompió todos los moldes y devolvió la libertad de la pasión con un «Libertador» por el que pocos apostaban. Agradecido tiene que estar Fernando Domecq al sevillano porque su toro fue a más en las manos de un artista de muleta adelantada, cintura rota y hondura. No hay torero en el escalafón que se parezca a él. Ni siquiera que guarde un parentesco lejano.

José Antonio tuvo fe en el toro, apostó e incluso se atrevió a citarlo en la distancia. Valor, arte y profundidad. Tres en uno, sin mentiras ni aditamentos, y no como esos productos que se venden en el mercado. Agarró una estocada fulminante y la plaza se pobló de pañuelos y algarabía. La faena era de dos orejas del mismísimo Madrid (vale, el torete, no), pero el presidente debió creer que se la iban a cortar a él y escondió un pañuelo. Bronca monumental al concederle sólo una.

Genio y figura

Genio y figura Morante, que entre los aplausos del público pidió unas gafas al mozo de espadas y se las lanzó al señor usía, que dio la impresión «de no ver bien». Ya se sabe, ojos que no ven, corazón que no siente, porque lo de ayer fue puro sentimiento y verdad de aquí a la Antártida. ¿Y la oreja? La tiró con desprecio en un arrebato. ¡La torería no necesita peludas! Igual dio la posible sanción de la autoridad.

Antes había sembrado el ruedo de verónicas templadas y hondas mientras ganaba terreno. Parecía imposible superar aquello, y hete ahí que el de La Puebla quitó por chicuelinas enroscadas y lentas, como si fuese la manecilla de un reloj que marca cada milésima de segundo. Principió agarrado a las tablas, con pases por alto sin enmendarse hasta llevarlo hacia fuera con en un paisaje preciosista. Dos series diestras tuvieron la profundidad del Mediterráneo y la gracia del Guadalquivir. Cuando pasó a la izquierda, el torete se puso más informal y sufrió una colada. Tras cuatro tandas –quien quiera más, que vuelva mañana-, se dobló con belleza hasta pasaportarlo de una estocada. La gente pidió la oreja, con más peso que las del miércoles, pero el palco se la denegó. Cosas de los señores presidentes, que donde ayer gritan arre, hoy dicen so.

Un dato curioso: la tablilla de este primero comenzó marcando 465 kilos y cuando acabó la lidia el toro engordó trece kilos: 478. ¡Y eso que dicen que quema calorías! Sorprende lo justo, pues ya el previo había sido movidito. Baile de corrales con la corrida de Zalduendo, que tuvo que enviar más de quince toros para poder anunciar seis, y otros tantos de Sampedro por si las moscas…

A César Jiménez le había apretado el segundo de salida al hilo de las tablas. No le importó al matador, que se arrodilló de hinojos hasta llevarlo al platillo. Hay que reconocer que se mueve por tierra como pez en el agua. También se templó erguido, midiendo los tiempos con un “Luminoso” de embestida excepcional. Para bordar el toreo. Jiménez cosió los viajes, pero si alguien quería ver borde que esperase al cuarto. Remató la faena con un sartenazo de libro, aunque al usía le dio igual: esta vez sí otorgó un galardón. Perdonen, pero en el quinto no dejó nada merecedor de estampar.

Alejandro Talavante, sustituto del lesionado Juli, intercaló con despaciosidad verónicas y chicuelinas. Más terciadito y mansito era este «Jumero», con el que inició con estatuarios y una espaldina que emocionaron al público. En chiqueros tuvo que dar fiesta el extremeño, que lo metió en vereda en sus querencias de modo meritísimo. Las bernadinas finales fueron de infarto, pero tuvo la mala suerte de que al entrar a matar el toro dobló las manos y pinchó. Se esfumó el premio. Mientras se exhibía su disposición en el sexto, en el alma aún retumbaba la obra de Morante.

Bienaventurados los ojos que vieron al de La Puebla, porque sus retinas conservarán el reino de la torería.

El País

Por Vicente Sobrino. A Morante le sobran las musas

Una faena salpicada de detalles de Morante al primero. De efectos luminosos; chispazos. Se sacó al toro a los medios con la torería acostumbrada, soltando al toro con un molinete invertido (del catálogo del gran Gallito). Mano baja en la primera serie con la derecha y con el toro berreando, con la cara alta y sin humillar. Todo entre las dos rayas. Allí, pincelada tras pincelada. Los pases justos; faena breve, de las que no pesan y dejan buen sabor. El final de tan exquisito menú en tablas, donde el toro buscó su sitio preferido. De preludio a ese toro, el saludo de cinco verónicas y una media de cartel. En el quite, tres chicuelitas de mano baja y el colofón de otra media a pies juntos.

El cuarto fue el único toro que llegó a los 500 kilos, justo ese peso. Castaño con cierta alzada, que no dejó a Morante centrarse con la capa. Todo se dejaba para la muleta, para cuando aparecieran las musas que, en este caso, no estaban en paro. La inspiración se adueño de Morante. No fue una faena ligada, incluso se coló algún apurillo, pero tuvo siempre el más puro arte por bandera. Todo en el centro del ruedo, sobre la derecha. Faena expresiva y con alma. Muy sentida. Colorista. Profunda y con fuegos de artificio, que de todo hubo. Con el torero muy a gusto y el toro entregado a la causa. Sobre la izquierda un esbozo: uno sí, dos a medias, pero con el sello de la personalidad. Labor más larga de lo que acostumbra este torero. Una casi entera dejó al buen Zalduendo para el arrastre.

La petición fue clamorosa, pero solo una oreja de premio. Agravio comparativo con la otra oreja de Jiménez. Morante, molesto con el presidente, le enseñó unas gafas para que viera mejor y rechazó con rabia la oreja concedida. La vuelta fue de apoteosis y la bronca al palco muy sonora.

César Jiménez le cortó una oreja al segundo tras un bajonazo de escándalo. No importó. Pesó más en el ánimo de la gente una faena de contagiosa frescura y de muchos matices. Desde el inicio con las dos rodillas en tierra, ganando terreno hasta casi los medios, hasta los circulares finales, del derecho y al revés. En medio de tanto repertorio, una muy buena serie con la izquierda, bien ligada, de muletazos largos y de aguante en el último, cuando el toro se le quedó a mitad de suerte. Vencido el toro, que buscó refugio en la trinchera de las tablas, a Jiménez se le fue la mano al matar y dejó la espada casi en el costillar. No importó para casi nadie.

Más protestón que ninguno de los otros, el quinto. No dejó a César Jiménez encontrar el sitio. Mecánico al principio y visto lo que daba el toro, echó por la calle del populismo con los recurridos rodillazos. Ni así consiguió centrar la atención.

Con cuatro estatuarios en los medios, pero pisando terreno variado, saludó Talavante al tercero. La rúbrica fue un pase cambiado por la espalda con la muleta en la izquierda. Un prólogo que anunciaba fiesta grande. No fue para tanto. El de Zalduendo cantó muy pronto su condición de manso y no disimuló su huida hacia los tableros. Pero no una tablas cualesquiera, sino las de toriles. Allí se sintió cómodo y se dejó llevar. Talavante no le llevó la contraria y toro y torero pactaron sin condiciones. Mejor toreo con la izquierda que con la derecha. Por aquél lado un racimo de naturales con mando en plaza; por este, suerte descargada que no fue defecto, sino virtud para que el toro no se escapara de la muleta. Una arrucina muy ajustada y las bernardinas finales, cerraron el asunto antes de la merienda. La espada se le atragantó a Talavante, que perdió premio seguro.

El sexto cumplió con la norma; una entrada al caballo y basta. Sin pensarlo dos veces, Talavante se sacó, en terrenos de la chistera un cambiado por la espalda para abrir boca. Luego vino un trabajo irregular, amontonado por momentos y de cierta inspiración en otros. En lo fundamental no hubo ritmo; en lo accesorio cumplió mejor. A todo ello, el toro, con ligero genio, hizo que Talavante tomara aire entre serie y serie. Y volvió a atascarse con la espada.

La Razón

Por Paco Delgado. Un inspirado Morante marcó la diferencia

Se notó la baja de El Juli y el lleno que se esperaba quedó en, más o menos, la ocupación de la mitad de la plaza. Con todo, el buen juego de la bien presentada corrida de Zalduendo hizo que la gente se divirtiese.

Por ejemplo con los lances de recibo de Morante, animoso y dispuesto, que cumplió una primera faena irregular pero llena de detalles de gusto y torería y con una gran cualidad hoy muy en desuso: la brevedad. El cuarto tuvo mucha menos fuerza pero buscó la muleta con codicia y humillando, permitiendo ver ahora una versión de Morante más asentado y profundo, tan artista como capaz y valiente en un quehacer más intenso y, de nuevo, sin extensión supérflua y premiada con racanería.

La primera oreja de la tarde fue para César Jiménez, pese a que estropeó su templada y ligada primera actuación con un feo bajonazo a un toro que se enceló en el peto y fue codicioso y repetidor mientras duró. Otro buen toro fue el quinto, entregado y bondadoso, sobre todo por el pitón derecho, por el que el madrileño cargó el peso de su faena, ceremoniosa pero limpia, firme y con muletazos de buen trazo, pero matando de nuevo tarde y mal.

Hizo amagos de rajarse el tercero en banderillas y confirmó sus intenciones cuando Talavante se armó de muleta y estoque. Lo intentó el torero extremeño, esforzándose por meterle en el engaño y mientras le llevó tapado lo logró. Pero en cuanto el astado veía un resquicio, la huida era segura, terminando su trasteo junto a la puerta de toriles, donde acabó por sacar todo lo que tuvo su oponente. Perdió el premio al tardar en matar. Le faltó una pizca más de gracia al sexto, más aplomado y soso, lo que provocó muchos paseos de Talavante, más intermitente y sin las ideas del todo claras.

El Mundo

Por Salva Ferrer. Morante de la Puebla 'regala' unas gafas al presidente que le cerró la puerta grande

En el Día de la Música se anunciaba Morante en Alicante. Que rima, en consonante, fácil con Talavante. El poeta Bergamín dijo que el toreo era musica callada y otro poeta profundo y cumbre del XX, José Hierro, aseveró que la poesía debía ser, ante todo, música.

Morante es un intérprete genial de la música que se toca con cadera, brazos, muñecas y yemas. Por la mañana, según nos contaron, se reconocieron hasta 25 toros para aprobar 8, instrumento fundamental -el toro- para todo concierto taurino.

El primero salió enseñando las puntas y Morante le enseñó pronto su capote: un par de verónicas hondas y una media cumbre. Quitó por Chicuelo, con el compás y el trazo con que las hace sonar el sevillano. Con la muleta, firmó faena breve pero intensa: torera, gustosa, sabrosa. Pesó la diestra y el mando. Por el izquierdo, el toro, que tenía temperamento, desafinaba. Faena preñada de belleza. Al castaño y montado cuarto, brutote, lo afinó en una carícia incial en redondo, lenta, densa. Fue clave, quizá, esa nota. De nuevo, predominó la derecha, con muletazos cadentes, con ritmo. Armonía. Ni una estridencia. Al presidente no se le ocurrió otra cosa que denegar la segunda oreja y el de La Puebla, con esa gracia, le lanzó unas gafas. Aunque el toreo se ve o no se ve, por mucho que se mire con gafas o con mucha atención.

César Jiménez le presentó la muleta encajado y asentado al inquieto y estrechito segundo, con su carboncito y sus arreones. Hubo una serie con la zocata honda, con los vuelos y los flecos hasta el final. Sentida. Buen conjunto del torero de Fuenlabrada pese a la colocación de la espada. Ante el quinto, costó remontar pues las gentes aún estaban deleitándose con la musicalidad morantina. O morantista. Igual le sucedió a Talavante ante el sexto.

Un Talavante, por cierto, que hizo el paseíllo en sustitución de El Juli, que arrastra problemas en el hombro desde Granada. Buen gesto de la empresa por incluir a un torero de la cúpula que se había quedado fuera de una feria de notable cartelería. Cumplió el extremeño con el manso tercero, le buscó las vueltas en toriles. Labor de paciencia y frescura para resolver e improvisar la mansedumbre sin maldad del zalduendo que cantó su aire de salida, salió de najas de las plazas montadas, se dolió en banderillas, salía suelto de los muletazos, cara altita. De manual.

Al final, a Morante, con o sin gafas, nadie lo vio salir a hombros. Sí lo vimos, con lentillas incluso, hacer el toreo que nadie expresa como el de la Puebla del Río. Un torero, un gran músico con los trastos, un poeta del toreo. Un gustazo, ché.

EFE

Por José Ignacio González. Morante borda el toreo… y se enfada con el palco

Todavía se estaba acomodando el público en sus asientos y Morante de la Puebla ya había mecido su capote al viento para recibir al primero de Zalduendo con primorosos lances y una media torerísima. Personalidad en el quite por chicuelinas. El toro no dio para demasiadas alegrías en la muleta. Una pena. El sevillano, bien a diestras, rubricó su breve obra con unos toreros doblones antes de dejar la estocada. Valió todo el conjunto la oreja, pero el festivo público alicantino no la pidió mayoritariamente.

Por contra, sí que solicitó las dos tras la excelsa faena al buen toro que hizo cuarto. En un trasteo fundamentado en el pitón derecho, el mejor del zalduendo, el diestro sevillano destapó el tarro de las esencias para torear como solo torean los elegidos.

Despaciosidad, ritmo, compás? Morante hizo el toreo para epilogar su labor con unos muletazos por bajo monumentales. Mató de media estocada que sirvió.

El presidente solo concedió una oreja y el torero sevillano, tras rechazar la casquería, se puso unas gafas que posteriormente lanzó hacia él en señal de protesta. Genio y figura.

La mayor virtud de la faena de César Jiménez al segundo del festejo fue la continuidad y ligazón que tuvo todo cuanto hizo ante un toro noble pero que no acabó de transmitir en las telas.

Puso el madrileño lo que le faltaba al astado para cuajar muletazos de entidad por ambos pitones. La estocada cayó baja, pero no fue un impedimento para acabar paseando la oreja.

El mismo premio perdió con el descabello tras pasaportar al deslucido quinto, al que había templado bien con la capa y al que con la muleta sometió sobre todo a diestras en una faena que acabó de rodillas más de cara a la galería.

Alejandro Talavante llegaba a la Feria de Hogueras para sustituir a El Juli. Poco que hacer frente a su manso y huidizo primero, frente al que lo intentó en terrenos de chiqueros para acabar malogrando el esfuerzo, mediante el que robó muletazos de cierto mérito, con los aceros.

Frente al sexto, desclasado y lanzando derrotes, el diestro extremeño brindó al público y mostró tesón y la variedad de su repertorio, pero el lucimiento no alcanzó cotas elevadas, sobre todo por los continuos enganchones.

©Imagen: Morante de la Puebla, en Alicante. | EFE

Alicante Temporada 2012.

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