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Antonio Lorca. Textos

El melancólico e inteligente adiós de los Rivera

* Ráfagas de emoción (artículo ganador del IV Premio Literario Francisco Apaolaza).

Antonio Lorca. El País, 21/00/12. José Tomás, ante la historia

Después de lo ocurrido en Nimes el pasado día 16, es indiscutible que José Tomás es un torero grande, muy grande; heroico, y, por encima de todo, puro, muy puro; y este, quizá, sea su don más preciado.

José Tomás es leyenda desde que en 2008 se anunció dos tardes en Madrid, cortó siete orejas, se llevó tres cornadas y dejó a todos con la boca abierta y el corazón en un puño. Claro que, para entonces, ya había abierto la puerta grande de las Ventas cinco veces como matador y una como novillero. Después, llegaría la tarde maldita de Aguascalientes, esa larga recuperación, la reaparición en Valencia y el anuncio de que este año solo haría el paseíllo en Badajoz, Huelva y Nimes.

Y llega a Francia y arma la de Dios. Y todos los que allí estuvieron enloquecen de emoción, y muchos creen que el toreo se acabó a la una y media de una tarde de domingo en un anfiteatro romano al grito de 'torero, torero', mientras una muchedumbre embravecida acompaña al héroe, una vez más, hasta la gloria.

Y, ahora, ¿qué? No hay más. José Tomás ha vuelto a desaparecer. Desalojen la sala. Se acabó la película. Es todo. De nuevo, el silencio, el misterio, el rumor…

Y no hay derecho. No es justo que viaje a Francia, haga el toreo verdadero y se esconda de nuevo. Y los demás, ¿qué? ¿Ha recibido, acaso, la gracia que le desborda para esparcirla solo tres tardes al año? ¿Se puede ser un torero tan grande y guardarse para sí lo que los demás añoran?

A José Tomás le queda mucho por hacer. Le queda, por ejemplo, articular la nueva fiesta del siglo XXI, necesitada de pureza, de autenticidad e integridad. Le queda resucitar esta tauromaquia moribunda , porque está visto que solo él posee el bálsamo para su curación. Solo él tiene la llave de la emoción, esa intensa alteración del ánimo que es pieza clave para la pervivencia del espectáculo.

No es justo, pues, que José Tomás se encierre en su furgoneta, suba los cristales tintados, se aisle del griterío y vuelva a perderse en el túnel del tiempo. Su responsabilidad como figura va más allá, mucho más allá, de sus legítimos deseos como persona.

Es uno de los grandes para engrandecer la tauromaquia en el momento histórico que le ha tocado vivir; en el instante en que la fiesta se desmorona acuciada por sus muchos males internos, y, también, por la grave crisis económica.

José Tomás es un antídoto contra la vulgaridad y la falta de personalidad que arrastra la fiesta de los toros. Y debe demostrarlo. Esta es su obligación histórica por tener en sus manos la innata cualidad de ser eterno como héroe y artista.

Ya está bien de plazas de segunda; ya basta de toretes elegidos con mimo entre ganaderías que parecen criaderos de mansos corderos.

La indiscutible figura de José Tomás no puede ser grande solo para ganar dinero; que se lo den todo, pues todo lo merece, pero que, a cambio, se comprometa y se rompa para que resucite la fiesta.

Así, si José Tomás fuera perfecto como torero, bajaría los cristales tintados, escucharía a la afición, volvería a hacer el paseíllo en plazas de verdadera importancia y le cortaría las orejas a toros de encastada nobleza. Si lo fuera, se pondría al frente del escalafón para redimirnos a todos de la imperante desolación en la que estamos sumidos.

A José Tomás le queda mucho por hacer para que la historia quede en deuda con él. José Tomás debe salir de su escondite y liderar la resurrección de la tauromaquia moderna.

Esa podría ser la mejor lección de su histórica comparecencia nimeña.


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Antonio Lorca. El País, 05/06/12. Un rescate urgente para los toros

Se cumplieron los peores pronósticos. El balance de la larga feria de San Isidro está cargado de tristeza y decepción. Ningún torero ha salido por la puerta grande; ningún toro ha merecido los honores de la vuelta al ruedo, y solo el público, el siempre fiel y generoso público, ha acudido en masa cada tarde a pesar del persistente aburrimiento. Es evidente que la fiesta de los toros está pidiendo a gritos un rescate urgente.

Se han celebrado 24 festejos: 19 corridas de toros, tres novilladas y dos espectáculos de rejoneo. Solo tres matadores han cortado una oreja cada uno: Sebastián Castella, Iván Fandiño y Morenito de Aranda; dos novilleros, Gómez del Pilar y Gonzalo Caballero, han paseado un trofeo, y han sido los rejoneadores los que se han dado el festín: dos orejas cada uno Diego Ventura, Andy Cartagena y Sergio Galán, y una Hermoso de Mendoza y Leonardo Hernández.

Se han lidiado 114 toros, y la inmensa mayoría se ha caracterizado por la invalidez, la mansedumbre y una alarmante falta de casta. Solo algunos ejemplares aislados de Baltasar Ibán, Alcurrucén, Cuadri y Adolfo Martín se han salvado de la quema, junto a dos novillos excelentes de Guadaira, y otro, sobrero de Couto de Fornilhos, que ha sido, a la postre, el más bravo y encastado de toda la feria.

Castella ha sido designado como sorprendente triunfador del ciclo y autor de la mejor faena. Su elección suena a aquello de en el país de los ciegos… Se le debe reconocer su heroicidad la tarde en que un toro de Victoriano del Río lo atropelló para matarlo, o su buen hacer muleteril ante un toro de Núñez del Cuvillo en el que llegó a escuchar dos avisos. Pero su labor de conjunto distó mucho de la categoría exigible al triunfador de un ciclo tan importante. Brilló a gran altura Iván Fandiño, pero no fue capaz de rematar un paso histórico por la feria; gustó sobremanera Morenito de Aranda, y se reconoció el valor supremo de Javier Castaño; un año más, un recuerdo para los novilleros, dos madrileños en este caso, Gonzalo Caballero, que llamó la atención por su clásica y personalísima forma de entender el toreo, y, sobre todo, Gómez del Pilar, el más torero, sin duda, de todo San Isidro, que conmocionó a la plaza la tarde del 28 de mayo porque toreó con capote y muleta como los propios ángeles, aunque perdió las orejas al fallar a la hora de matar.

Una mención de honor merecen, asimismo, algunos picadores, entre los que sobresalió el mexicano Nacho Meléndez, y un buen puñado de banderilleros que dejaron muy alto el pabellón de la torería.

¿Qué ha pasado para que el tedio y, muchas tardes, la desesperación se hayan apoderado del ciclo taurino más importante del mundo?

He aquí un par de claves.

El toro parece una especie extinguida. Al menos, está desaparecido. Lo que sale hoy al ruedo, con contadísimas excepciones, nada tiene que ver con el animal bravo y poderoso, de encastado nobleza, que da sentido a esta fiesta.

Los toreros constituyen un sector en horas bajas. Se cansan de cortar orejas en plazas de segunda y tercera, y pasan de puntillas por las Ventas. Las figuras se han ocupado tanto por disminuir el riesgo del toro que han creado una nueva especie que se ha convertido en su peor enemigo. Han conseguido desnaturalizar el toro, y el resultado salta a la vista.

El estado actual de la fiesta, fotografiado en San Isidro, es producto de la más absoluta desunión de todos los sectores implicados. Sobran toreros, ganaderos, pícaros y, sobre todo, esa permanente sensación de fraude que a tantos buenos aficionados expulsa de las plazas. Falta unidad, honradez, integridad, autenticidad…

Es imprescindible que alguien se interese de verdad por la fiesta de los toros, y la rescate de la tristeza actual. Ello exigirá duros sacrificios, pero parece la única manera de que el futuro deje de presentar un color azuloscurocasinegro.


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Antonio Lorca, El País, 22/05/12. El Fundi o la fuerza del destino

Los héroes son humanos y, a veces, yerran, pero siguen siendo héroes. Ahí reside su grandeza.

El pasado domingo, en las Ventas, la realidad quedó por un momento distorsionada. El Fundi, un grande del toreo, un diestro superlativo, se retiró cabizbajo al callejón tras escuchar el tercer aviso que sentenciaba el deshonor de que te devuelvan un toro al corral. La plaza, incrédula y doliente; el torero, hundido, y la lógica, rota. Tras unos segundos de conmoción colectiva, los tendidos irrumpieron en una ovación de respeto y aliento al héroe caído, parapetado en el callejón con la faz demudada.

Era la despedida del maestro de su plaza madrileña en el año en que cumple 25 como matador de toros y se retira de los ruedos; era la celebración del cumpleaños feliz de una carrera admirable, de una hoja de servicios intachable; la guinda de la torería, la entrega y la afición aunadas en un ser humano singular que ha escalado peldaño a peldaño la cima de la gloria y ha sido reconocido como maestro heroico del toreo.

Y todo quedó hecho añicos con un toque de clarín que certificaba la debilidad del torero invencible y su imperfecta humanidad.

Fue la suya una durísima lección de humildad. Injusta a todas luces, inesperada, sorprendente y muy dolorosa, sin duda. Pero el torero.., solo el torero, fue su peor enemigo. El Fundi se equivocó gravemente aquella tarde y pagó por ello un muy alto precio.

Nunca debió hacer el paseíllo mientras caía un aguacero impresionante sobre Madrid y el ruedo se había convertido en un barrizal. Su categoría le permite no admitir imposiciones de nadie. Fue, por tanto, torpe, muy torpe. Y, además, un cobarde, como casi todos los toreros, que tiemblan como un cervatillo ante las amenazas de los empresarios. Aceptó sin rechistar el cambio de ganadería, esos toros grandones, duros y mansos de Guardiola, y dio un paso al frente en una piscina enfangada. Y todo, por contentar al empresario…

Y algo más: su error es más grave porque nadie mejor que él sabía que sus condiciones físicas o anímicas no eran las mejores para solventar con bien un compromiso tan serio. Su actuación fue lamentable y ridícula, impropia de un maestro de su categoría. Nunca debió permitir que ese cuarto toro se fuera vivo a los corrales. Nunca. Tiene capacidad y poderío suficientes El Fundi para que esa posibilidad jamás se hubiera, siquiera, imaginado.

Junto al profundo respeto y el aliento, pues, la honda indignación de ver, por un momento, a un héroe como un juguete roto.

Pero el destino ha querido que El Fundi sea uno de los grandes; el destino como sinónimo de esfuerzo personal, de empeño, de entrega y de sacrificio. Ha querido que ese toro ‘Contable’ de 573 kilos sea a partir de mañana un recuerdo lejano. Ha querido que El Fundi sea por siempre un catedrático del toreo que un día, de manera inesperada, se equivocó y echó un borrón.

Cuando José Pedro Prados El Fundi estaba en la puerta de cuadrillas y caían chuzos de punta, quizá no cayó en la cuenta de que los errores se pagan; o no recordó aquella frase histórica de Forrest Gump: ‘La vida es como una caja de bombones; nunca sabes lo que te va a tocar’.

Si El Fundi llega a imaginar el bombón amargo que el destino le tenía preparado aquella tarde, cierra la caja y se da media vuelta.

A pesar de ello, porque así se ha forjado su destino, seguirá siendo un héroe.


Antonio Lorca. El País, 19/05/12. Domingo Navarro perdió la ilusión

Domingo Navarro ha anunciado que se retira de los ruedos. Y dice que lo hace porque ha perdido la ilusión. “La llama de la pasión se ha ido apagando poco a poco”, ha dicho. “Ya no disfrutaba toreando; me costaba vestirme y entrenar”.

Pero, ¿quién es Domingo? Pues, nada más y nada menos que un torero, muy reconocido por los buenos aficionados que distinguen al vuelo el misterio de la torería. Nunca vistió de luces; ni fue novillero ni pretendió ser matador. Su ilusión desde muy joven fue ser banderillero, y durante 20 años ha sido el tercero de la cuadrilla, el más humilde, el que no lidia, el que guarda la puerta con el picador de reserva, el que banderillea un par en cada toro y ejerce de puntillero. Y ahí, en ese segundo plano, sin oro ni brillo, Domingo Navarro ha sido un torero excepcional, una figura indiscutible, que ha manejado el capote con deslumbrante solvencia; ha colocado banderillas con oficio y galanura, y con general acierto ha utilizado la puntilla. Pero hay algo más: el misterio de Domingo ha sido siempre su perfecto sentido de la lidia y su inteligente colocación en el ruedo; siempre, siempre presto a ese quite imperceptible que evita el percance inoportuno. Domingo ha sido siempre un seguro de tranquilidad para su matador y todos sus compañeros. Nadie como él ha sabido estar en todo momento en el lugar justo que exigía la lidia de un toro.

Domingo solo tiene 39 años, y 20 de profesión. Y se va, dice, porque se le está apagando la llama de la pasión. Y así habla quien solo ha ganado un sueldo, siempre ha vestido de plata, no sabe lo que es salir a hombros y nunca su habitación estuvo llena de admiradores. Lo dice un torero, claro, de los pies a la cabeza; ese tipo de gente que está hecha de otra pasta, que hacen del riesgo un amor, y se dejan el alma por la satisfacción de sentirse héroes y artistas, aunque sea de tercero en la cuadrilla. En estos tiempos de mediocridades reconforta la grandeza de quienes se sienten toreros.

Domingo nació en el pueblo valenciano de Simat de Valldigna. Aprendió el oficio en la escuela taurina de Valencia y solo ha ido fijo con los matadores Paco Senda, Alberto Ramírez, Luis Francisco Esplá, con quien convivió 11 años y al que considera su maestro, y Luis Bolívar. Al no pertenecer al grupo especial (los que más torean), ha actuado muchas tardes a las órdenes de numerosos novilleros y matadores. Así, el pasado domingo dijo adiós a la profesión en la plaza de Valencia integrado en la cuadrilla del novillero Cayetano García.

Se le va a echar de menos a este gigante torero de pequeña estatura. Se ha ido en silencio, pero ha sido grandiosa su trayectoria, como lo es la de muchos otros subalternos, desconocidos para el gran público.

Sirvan estas letras de sentido homenaje para este torero extraordinario y para todos aquellos que cada tarde se enfundan solos el traje de plata, ocupan un discreto segundo plano en la profesión y salen al ruedo por algo más que por ganar un salario; salen y se enfrentan a ese pavo de 500 kilos porque se sienten héroes y triunfan a hombros de sus propios sueños.

Esos toreros grandes se van en silencio sin saber que son ídolos de muchos aficionados. Como el mío, Domingo Navarro, cuya huella, sin duda alguna, perdurará.


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Antonio Lorca. El País, 24 de abril de 2012. Tribulaciones de un crítico desencantado

Cuando esta noche -lunes, 23 de abril- se encienda el ‘alumbrao’ de la Feria de Abril de Sevilla, nacerá la semana de farolillos en la que tienen cabida los carteles más postineros -siete en total- que se anuncian en la plaza de la Maestranza.

Cuando ya se han celebrado once festejos -nueve corridas, un espectáculo de rejoneo y una novillada- se impone una parada en el camino para volver la vista atrás, recordar lo vivido, analizar lo escrito y reflexionar sobre el desencanto que tiene atrapado al crítico.

¿Por qué esta frustración? ¿Por qué esos titulares, un día y otro, que expresan el infortunio de un sentimiento de impotencia, desilusión, desengaño…? ¿Es el crítico un pesimista enfermizo? ¿Es su actitud el fruto de un desgraciado trauma infantil? ¿Está resentido contra la fiesta?

El crítico es, ante todo, un periodista que pretende contar lo que ve, y analizarlo a la luz de lo que sus mayores le han contado, sus lecturas le han enseñado y con su experiencia ha contrastado. Y todo ello, en la firme convicción de que la base de la tauromaquia es un toro poderoso, fiero, bravo, encastado y noble y un torero heroico y artista. Uno y otro son los protagonistas de un espectáculo que solo tiene sentido si es capaz de producir emoción. Y ésta es consustancial a la exigencia. Este es el evangelio; y no hay otro, sean cuales fueren las modas de cada época.

La fiesta vive hoy un momento especialmente crucial para su futuro. El toro bravo es una especie en extinción. La manipulación genética que ejecutan los ganaderos bajo las directrices y la presión constante de las figuras ha conseguido un animal de comportamiento enfermizo, blando de remos, carente de bravura y de casta y de acaramelado temperamento. Una caricatura que produce desazón, fastidio, lástima, aburrimiento y una profunda decepción.

Añádasele a la coctelera el fraude imperante en el sector, ante la desidia incomprensible de la autoridad. La impresión comúnmente aceptada es que se ‘afeita’ más que nunca, y ningún presidente hace uso del reglamento para analizar astas sospechosas, ni las vísceras de los animales cuyo extraño comportamiento en el ruedo ofrecen dudas razonables de un posible dopaje.

Once festejos ya se han celebrado en Sevilla y aún no ha salido un toro bravo. Así de cierto y así de triste. Han predominado los anovillados, los inválidos, los mansos y los descastados, y algunos, -los menos- han desarrollado una nobleza cercana a la beatificación; una docilidad perruna que permite que el artista de turno se luzca con su condición estética e innata elegancia.

Que no haya, además, lugar al equívoco: el arte del toreo es posible gracias a la nobleza del toro, pero lo que lo hace grandioso es el toro de poder, encastado y fiero; con trapío, serio, bien armado, vibrante, encastado y codicioso.

Dicen los taurinos que el toro artista es el que gusta ahora. No. Esa es la ceniza que han dejado sus corruptelas, y la causa principal de que los aficionados sabios, exigentes y generosos hayan desaparecido.

No ha salido un toro bravo en Sevilla; pero si hay algún aficionado, que alguno quedará, estará escondido, en silencio, y si le preguntan dirá que él se limita a tocar el piano en un burdel. La actitud del público que acude a la Maestranza es sencillamente vergonzosa. No es que desconozca las normas mínimas sin las cuales esta fiesta carece de sentido, sino que comete la ordinariez de aplaudir todas las herejías de toros y toreros que imaginarse pueda.

¿Qué debe hacer el crítico ante tan crítica situación? Hay quien prefiere cerrar los ojos y subirse al carro del triunfalismo imperante que oculta las enfermedades de la fiesta como si ese fuera el bálsamo para su curación. ¡Ay, dichosa y malvada dictadura de lo políticamente correcto…! ¡Qué buena técnica para granjear amistades, ser invitado a bodas y bautizos y no molestar a toreros, apoderados, empresarios, ganaderos…! Ya se sabe el dicho: ‘Aquello que te da de comer, ni tocarlo’.

Creo, por el contrario, que lo que se debe contar es la verdad de lo que se ve; cada cual con su prisma subjetivo; con rigor, conocimiento, valentía y seriedad; sin trauma infantil ni resentimiento. ¡Qué culpa tiene el crítico de que la realidad sea un puro desencanto…!

Ojalá esta tarde salga un toro deslumbrante y se encuentre en su camino con un torero eterno. Mientras tanto,…

‘Escribir es muy serio, y la independencia para contar lo que cada cual entiende por verdad exige muchas renuncias y no poca soledad’. La frase es de un crítico taurino tan eminente como Antonio Díaz Cañabate.

El periodismo, casi siempre, es así de desagradecido.


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antonio_lorca._textos.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)