Lunes, 12 de octubre. Corrida de la Hispanidad. Toros de Jandilla y Vegahermosa (4º) para Morante de la Puebla (de caña y azabache. Estocada defectuosa y cuatro descabellos (silencio). En el tercero, pinchazo, estocada atravesada y descabello (saludos). En el quinto, pinchazo, media y descabello. Aviso (vuelta al ruedo)), y Juan ortega, (de marfil y azabache. Estocada baja (petición y saludos). En el cuarto, dos pinchazos y estocada (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada (palmas de despedida)).
Destellos de excelsa torería. El País, 12/10/2020. Por Antonio Lorca. La corrida era en sí misma un acontecimiento —la única, hasta el momento, en plaza de primera categoría—, pero los descastados toros de Jandilla impidieron que la tarde culminara en la explosión de júbilo que la disposición y sensibilidad de Morante y Ortega hicieron presagiar. Y todo ante unos tendidos en los que solo se sentaron 2.961 espectadores, obligados por las normas sanitarias, que la empresa de la plaza asegura que se cumplieron a rajatabla.
Hubo destellos de excelsa torería, de esos que merecen un hueco en el baúl de los íntimos recuerdos. Fue un mano a mano entre artistas, entre el barroquismo desgarrado y hondo de Morante, y la elegancia natural y exquisita de Juan Ortega. Hubo rivalidad. Se notó en el ruedo y se transmitió a los tendidos.
Y ambas escuelas quedaron patentes a lo largo del festejo.
He aquí al torero de La Puebla transfigurado en una labor de embrujo y orfebrería al quinto de la tarde, iniciada con un particular quite por chicuelinas, al que respondió su compañero con otro de mismo palo, ambos dibujados con pinceladas personalísimas.
Brindó el sevillano a la concurrencia y, ante el animal menos desclasado de la tarde, que se dejaba sin entrega, desgranó una labor variada y profunda, desde los iniciales ayudados por alto con los pies juntos, hasta muletazos por ambas manos preñados de empaque, con las manoletinas y los ayudados por alto con los que finalizó la faena antes de pinchar y desbaratar la obra.
Pero hubo más: una meritísima actitud, una entrega sorprendente, valentía, firmeza… Era evidente que la corrida de Córdoba era para Morante un serio compromiso al que respondió con sus mejores armas.
Solo pudo destacar su disposición ante el malaje primero, un toro con la cara suelta, sin recorrido ni gracia; brindó el segundo a Cayetana Álvarez de Toledo, presente en una barrera, y no pudo más que expresar su deseo de triunfo ante otro oponente sin casta en las entrañas. Y volaron los trofeos cuando pinchó al quinto, el único que le permitió encandilar a un público ávido de tardes triunfales.
No fue posible el júbilo porque los toros de Jandilla no lo permitieron. Muy irregulares en los caballos, y cumplidores en el segundo tercio, decepcionaron en la muleta. No hubo ninguno que se entregara, que diera motivos para hablar de bravura y casta; al contrario, en todos ellos predominó la sosería.
Tal circunstancia, y a pesar de contar con el peor lote, no impidió que el joven Juan Ortega saliera airoso del difícil compromiso con Morante.
Ortega es la elegancia natural en la cara del toro; con el capote y la muleta. Al sexto se lució a la verónica y por delantales; el citado quite por chicuelinas al tercero de la tarde fue un gozo. Y aún trazó unos hermosos naturales a su primero, en una labor discontinua, y predominaron los muletazos sueltos por la oscura condición del toro. Sufrió apuros con el complicado cuarto y se desesperó ante el rajado sexto.
Había brindado su primero a Morante, que le había ofrecido una oportunidad de oro que aprovechó hasta la última gota. Porque aunque no paseara trofeos, este Ortega tiene las ideas claras y huele a torero caro.
La gran Fiesta Nacional del toro. ABC, 12/10/2020. Por Andrés Amorós. El día de la Hispanidad se celebra en Córdoba con un gran cartel de toros. El escaso juego de las reses de Jandilla y el mal uso de los aceros impiden el triunfo rotundo pero Morante, muy decidido, torea de maravilla; Juan Ortega, con menos experiencia, apunta detalles estéticos.
En el día de nuestra Fiesta Nacional, recuerdo lo que dice el cordobés Antonio Gala, mi amigo: los dos mayores vínculos que unen a España con los países hispanoamericanos son nuestra lengua común y la Fiesta de los toros.
Aunque era sevillano, Ignacio Sánchez Mejías llamó a Córdoba «la casa de todos los toreros». Si triunfaran los antitaurinos –decía– «Córdoba sería nuestro refugio». Así sucede ahora, a causa del virus: es la única Plaza española de primera categoría que esta temporada ofrece un festejo. Merece elogio el empresario, José María Garzón. Además, el cartel es muy atractivo. ¡Lástima que se caiga de él Pablo Aguado! Con Morante y Ortega, son los tres representantes actuales del genuino toreo sevillano, hecho de naturalidad, sencillez y gracia. No es raro que el aforo permitido se haya vendido en un día.
Empujado quizá por el acontecimiento, Morante muestra esta tarde una gran entrega. El primero se frena y escarba, embiste descompuesto. José Antonio le da la lidia correcta, sin arrugarse, desde el recibo, con verónicas, flexionando la rodilla; acaba sacándole tres templados derechazos pero mata mal.
En el tercero, nada fácil, que brinda a Cayetana Álvarez de Toledo, Morante hace un notable esfuerzo. Sin una duda, logra sacarle al toro buenos pases por los dos lados, provocando primero la arrancada y aprovechando luego la inercia para dibujar preciosos muletazos. En los momentos de apuro, sabe salirse de la suerte con garbo. Pierde los trofeos por matar mal pero me recuerda lo que de él se solía decir, que es el más valiente de los toreros artistas.
Como el quinto, igual que sus hermanos, desluce las verónicas, recurre a las garbosas chicuelinas. Replica Ortega por el mismo palo (antes, era casi obligado optar por otros lances, si se rivalizaba en quites). Mide bien el castigo Aurelio Cruz y este toro se deja, sin más. El comienzo de faena es precioso, ligando los ayudados con trincherillas y de pecho, a los acordes del maravilloso «Suspiros de España». Los derechazos de mano baja ponen al público en pie. Por la izquierda, el toro protesta, ha de mandar mucho y tirar de recursos. En homenaje a Córdoba, da unas manoletinas que no forman parte de su repertorio habitual y concluye con excelentes ayudados a dos manos. Pierde las dos orejas al matar.
Aunque ya había apuntado cualidades, Juan Ortega ha sido, para muchos, la gran revelación de esta singular temporada. Bastó una tarde para revolucionar lo que Cañabate bautizó como «el planeta de los toros». Luce figura de torero antiguo, clásico, y su estilo también lo es, con ecos de Chicuelo, Pepe Luis, Pepín Martín Vázquez… En el segundo, el más manejable, rivalizan por verónicas los dos diestros. Brinda a Morante y dibuja naturales con naturalidad: no es una redundancia sino una delicia. La estocada cae baja.
El cuarto protesta y acaba revolviéndose con peligro. Juan apunta su buen estilo pero el toro no le deja más, después de tres momentos de apuro. Mata a la tercera.
El último es muy soso y descastado. Ortega duerme el capote en unas verónicas de categoría y repite por delantales. El toro se desentiende, no transmite nada, la faena es imposible. Mata a la segunda. Ha de mejorar con la espada y torear más, para adquirir experiencia, pero apunta un estilo muy hermoso. Me ha recordado la frase de Juan de Valdés: «Escribo como hablo y sin ninguna afectación…» Así intenta torear Juan Ortega, sin ninguna afectación, con una sencilla naturalidad que ilusiona.
Sin trofeos, Morante ha ofrecido una gran tarde. Esta vez, ha unido la decisión a su personal torería. Se sale de la rutina, de lo trillado, ofrece una variedad que, para Cervantes, es la base del deleite.
Como proclamó, hace ciento veinte años, el conde de las Navas, los toros siguen siendo «el espectáculo más nacional».
Morante celebra el toreo en primera. La Razón, 13/10/2020. Por Patricia Navarro. El año negro de la Covid-19 contrastaba con la alegría de una plaza recién estrenada para la ocasión, como si después de aquella jornada le aguardara una feria entera. Córdoba se puso de gala y nos hizo olvidar por un rato este maldito virus que ha dinamitado nuestras costumbres, la forma de vida y una elevada cota de felicidad del día a día. Era la única corrida de la temporada en plaza de primera categoría. No hubo Zaragoza, donde cada año se festeja El Pilar, como tampoco Sevilla, ni Almería ni… Solo el talento de ver más allá y querer seguir soñando en el desierto de emociones nos acercó a la normalidad robada. Donde antes cabían 17.000 entramos poco más de 2.000. Considerado un «no hay billetes», que tardó poco tiempo en colgarse. Los vacíos, las distancias obligadas saltaron por los aires quizá cuando Morante, ya en el turno de Ortega, salió a quitar. A la verónica, no podía ser de otra manera, tan breve, condensada como excelsa. Se escucharon los olés de los 2.000 multiplicados al más puro estilo del pan y los peces. Replicó Ortega. Era su tarde. Y su toro. Tuvo nobleza el Jandilla, el segundo, pero le faltó poder y querer rematar hasta el final. Al natural Juan retuvo los mejores pasajes, por despaciosos y ralentizados. La espada se fue abajo y siguió el curso del tiempo. Supimos después que no lo pondría fácil la corrida de Jandilla para el mano a mano Morante/Ortega.
Había comenzado con un toro de manos blandas a pesar de su nobleza. Quiso Morante, hondo y sin darse importancia, y remató ligero. El tiempo es oro. A Cayetana Álvarez de Toledo brindó el tercero, que ocupaba una barrera de la plaza. Reservón el animal, a veces la tomaba con franqueza, pero otras se la guardaba. Morante despejó las dudas con solidez y ritmo en los vuelos de esa muleta que fue más allá del toro, que viajaba por todas y cada una de las ausencias de la temporada. Aunque la grandeza vino después, como una brisa suave. En el quinto. Noble y de buen juego el Jandilla. Macizo el toreo de Morante, el prólogo del desprecio, las trincheras, el toreo contando verso a verso a ralentí, porque allá abajo se para el tiempo y aquí arriba se pasaban los lamentos. Lo gozó Morante en la búsqueda del muletazo perfecto, llegó a veces, en ocasiones, pero siempre sobrevolaba la dulce espera del lance casi perfecto. Los ayudados del final, en una faena que no se quería ir, el toreo denso y elevado del de La Puebla, que había venido a Córdoba a celebrar el toreo en primera en el centenario de Joselito. Ecuación perfecta. La espada borró los resultados, no lo vivido.
El capote de Juan Ortega en el sexto hizo el resto. No fueron pocas las verónicas y sí larga la parábola de tiempo que iba en cada una de ellas. Tan lentas y acompasadas. Fueron lo mejor. Y casi lo único que pudo sacar a ese toro que cerró plaza, sin entrega. Tampoco tuvo demasiada suerte con el cuarto, que había hecho hilo por dentro el toro y las complicaciones del animal resolvieron mal el enigma del toreo de Ortega, que se vio en más de un apuro.
No pudo repetir Juan Ortega la faena de la que todavía llegan los ecos. Córdoba se vistió de gala. Hacía tiempo que se habían invisibilizado las distancias y el día, más allá de los resultados, había sido un éxito. Volver a volver. ¿Era posible lo imposible? O lo imposible fue posible. Preguntemos a Anoet y compañía…