Por Plácido Manuel Díaz Vázquez (*)
Querido D. Andrés Ybarra director espiritual de nuestra hermandad. Querido hermano Mayor y miembros de la junta de gobierno. Querida Real Maestranza de caballería…
Saludo cordialmente a los toreros, maestros y novilleros que nos acompañáis asi como a los miembros de las cuadrillas, apoderados, banderilleros, subalternos, picadores, trabajadores de la plaza de toros, periodistas taurinos, representantes de escuelas taurinas y peñas. Queridos hermanos y hermanas
Un año más el mundo taurino se reúne en nuestra capilla del baratillo para dar gracias a Dios por la temporada de este año. Dios nos convoca por media de nuestra madre de la Caridad para depositar en sus manos nuestros triunfos y ovaciones, pero también nuestros silencios y decepciones. Ante ella dejamos nuestros cansancios y agobios buscando el consuelo y la esperanza de la fe.
Un año más esta celebración es motivo de convivencia y de encuentro, pero lo más importante es motivo de agradecimiento y oración. No es un acto social más, sino que como creyentes venimos hasta aquí para poner nuestra vida en manos del mejor maestro, un maestro que nunca nos abandona y que siempre camina con nosotros. Ese maestro es Jesucristo.
Hablar del mundo taurino, de la religiosidad y la espiritualidad no son temas contrapuestos ya que cuando hablamos del toreo, indirectamente estamos hablando de una cierta religiosidad que mezcla la cultura, la historia, el rito, la liturgia, lo sobrenatural, la tradición, la muerte y la vida.
Todos sabemos lo que se siente en esos momentos previos, el silencio, la oración, la concentración, la soledad. Lo humano y lo divino se unen en esas capillas ambulantes de los matadores de toros, que van de hotel en hotel, de plaza en plaza. En todas las plazas existe una capilla, donde los diestros antes de salir al ruedo hablan con Dios. Incluso hasta hace poco se exigía que, en cada plaza, durante la corrida de toros, hubiera un sacerdote por si era necesaria su misión sagrada de impartir los últimos sacramentos a cualquier persona.
En esta eucaristía no solamente damos gracias a Dios, sino que revindicamos también ese carácter religioso que acompaña a la fiesta nacional. No son pocas las fiestas de patronas o patronos que no termine con una lidia en la plaza de toros. Y en esta sociedad que vivimos cada vez más secularizada también se pretende quitar el sentido sobrenatural de esta fiesta antiquísima.
Independientemente a esta relación que puede existir entre la fe y el mundo del toro, en muchas ocasiones somos señalados tantos unos como otros por ser antiguos o porque esto es cosa del pasado y con el tiempo se ira acabando. Que si las nuevas generaciones ya no son creyentes, que si a las plazas de toros no van jóvenes. Hoy Jesús en el evangelio nos puede mostrar esa perspectiva derrotista cuando nos dice que no quedara piedra sobre piedra y que todo quedara destruido. Quizás mas que el aspecto externo del mensaje podríamos ir a la parte mas profunda. ¿Cuántas veces nosotros mismos caemos en el derrotismo y en el pesimismo? ¿Cuántas veces nosotros mismos vivimos divididos por rencores, envidias, enfados y malentendidos? ¿Cuántas veces nosotros mismos nos tiramos piedra sobre nuestro propio tejado?
Queridos hermanos somos los que somos, seremos más o menos, pero tenemos que seguir defendiendo con valentía nuestra historia y nuestra cultura. Y no hay mejor manera de defenderlo que con nuestro testimonio de vida. Caminar unidos, dialogantes y con espíritu valiente.
Para eso tenemos que cuidar nuestro interior, sanar las heridas del corazón, limpiar nuestras cegueras y abrir nuestras mentes.
La vida misma igual que nuestra fe y el mundo taurino camina siempre entre silencios y ovaciones. Pues muchos de los aquí presentes sabéis muy bien lo que es el silencio en la maestranza o lo que es una tarde de ovaciones y triunfos. La vida también se mueve por sus sinsabores, incluso la fe también tiene sus silencios. Pues hasta los mismos místicos del siglo de oro español le llamaban las noches oscuras del alma.
La fusión del sufrimiento, la angustia, el triunfo, el duende, el son, el silencio, el clamor o la espantá forman parte de nuestra vida misma.
Pero una vez mas Dios nos invita a la esperanza y a la ilusión. El Papa Francisco habla en muchas ocasiones de los sueños y de las ilusiones. Y decía un escritor latinoamericano que el hombre tiene dos miradas, una de carne y otra de vidrio. Con la de carne miramos simplemente y con la de vidrio soñamos. En nuestra vida tiene que estar la capacidad de soñar, de ver más allá, de no encerrarnos en nosotros mismos, de buscar nuevos horizontes, de abrir tu corazón. De esta manera dejaremos el derrotismo a un lado y caminaremos con nuevas ilusiones.
Estos mismos sentimientos son los que habéis tenido muchos de vosotros y que los más jóvenes siguen experimentando en sus vidas. Pues todos habéis tenido el sueño de ser torero y eso tiene sus sacrificios y sus dificultades.
El domingo próximo comenzamos el tiempo del adviento que es un tiempo que nos invita a la esperanza y a soñar como la Virgen soñaba en su embarazo con su bendito hijo.
Este tiempo recoge muy bien el espíritu religioso y el simbolismo taurino. La preparación, la espera, la humildad, el silencio, la reflexión interior, la solemnidad, la liturgia, el clima de nerviosismo, el triunfo de la vida. El adviento es como esos momentos previos a una corrida de toros. Preparar tu corazón para saber que una vez en la plaza de la vida todo depende de Dios. como dice San Agustín “reza como si todo dependiera de Dios, pero esfuérzate como si todo dependiera de ti”. Esto mismo pasa en nuestra vida cotidiana o en el mundo del toro. Muchas veces se habla de la suerte en este mundo, pero pocas de la voluntad de Dios. en sus manos estamos y en sus manos nos ponemos. Dios nos da unos dones, unas virtudes que trabajamos y cultivamos, pero sabiendo que solo él puede recoger los frutos. El tiempo del adviento es el tiempo para cultivar los dones y trabajarlos. A las plantas de nuestra madre acudimos para que ella nos ayude en este tiempo de preparación, que ella nos siga acogiendo y nos eche ese capote que necesitamos en nuestra vida cuando parece que todo está perdido. Ella que es caridad, que es piedad, que es esperanza nos sigue abrazando con el manto de la misericordia.
(*) Texto de la homilía pronunciada por el padre Plácido Manuel Díaz Vázquez en noviembre de 2023 durante el acto anual que celebra la Hermandad del Baratillo cuando termina la temporada taurina en España. El acto fue retransmitido por streaming: AQUí. En la imagen superior, la talla de San José, con el Niño, donado por Pepe-Hillo en 1774 a la Hermandad del Baratillo.