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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 1 de junio de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victoriano del Río

Diestros:

Sebastián Castella: de teja y oro. Dos pinchazos y estocada corta. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo y media. Dos avisos (saludos).

José María Manzanares: de sangre de toro y oro. Media estocada (silencio). En el quinto, estocada (silencio).

Cayetano: de habano y oro. Estocada (oreja con división de opiniones). En el sexto, estocada (petición y saludos).

Entrada: 23624 espectadores

Imágenes: https://www.facebook.com/media/set/?set=a.1655015461261226.1073742092.212713325491454&type=1&l=f322e52901

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/1002654236335837184

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Oreja al arrojo de Cayetano

En su único compromiso Cayetano Rivera dio una grata imagen gracias en parte a la voluntad y disposición durante toda la tarde, ante una corrida decepcionante de Victoriano Del Río, que tan solo enmendó con el tercero de la tarde, donde un pinturero Cayetano dejó su tarjeta de visita en dos tandas poderosas de una actuación que se diluyó con el toro acunado en tablas. Tal fue la desazón, que el público orejero en una tarde de “no hay billetes” no perdonó el regalo de la oreja, tras dejar una estocada a tumba abierta. Al recoger el trofeo de manos del alguacil, Cayetano se quedó parado unos instantes mientras el 7 le mostraba su rechazo a tal despojo. Con ánimo de buscar la provocación giró su mirada y recogió el apéndice. Tras el baño de multitudes de la vuelta al ruedo, buscó la salida a hombros con el sexto, al que recibió a portagayola y dejó un galleo por chicuelinas rematado con una revolera de muchos quilates, pero “Soleares” le planteó más complicaciones a un dispuesto Cayetano sin suerte en su lote.

Por su parte Sebastián Castella trenzaba el último paseíllo del abono, infiltrado y con un fuerte vendaje en el pie izquierdo tras la cornada del miércoles. No hubo atisbo de triunfo con el inválido primero, un toro que se defendió y que el francés porfió con los aceros sonando los dos avisos. En el mismo aire que el día de la puerta grande estuvo en el cuarto, otro toro moribundo que adoleció de casta y fuerza como sus hermanos. El francés comenzó en los medios con el pase cambiado, pero la faena no tomó nunca fuelle, momento que aprovechó para pegarse el incansable arrimón, pero las exiguas fuerzas de “Duermevelas” no dieron para más.

José María Manzanares se estrelló con dos borregas asquerosas e impresentables - sobre todo el quinto, cuyas hechuras parecieron de una plaza de talanqueras. Sin humillar se pasó toda la faena, y Manzanares que no saldó ni el expediente se marchó sin apuntar nada. El segundo fue un inválido al que acompañó la embestida en una labor sin entrega ni emoción. Dos tardes en balde del alicantino, y otros en casa.

El País

Por Antonio Lorca. Una bellísima trincherilla

Una trincherilla, sí, bellísima, de esas que valen por toda una corrida, o por una temporada, o por la afición a esta fiesta. Un destello fugaz y luminoso, de esos que se refugian en la memoria para toda la vida. Así fue la trincherilla que dibujó Cayetano a su primer toro, el cuerpo erguido, asentadas las zapatillas, el pecho hacia adelante, el mentón encajado, y la muleta en la izquierda, el toro que acude presto, fijo en el engaño, y el torero mueve la muñeca, baja la mano a velocidad inmedible, el animal humilla, y lo que parece un muletazo largo, se troncha en un instante, el toro obedece y el dibujo alcanza una plasticidad inimaginable, imperceptible para la vista, pero radiante de belleza para el corazón.

Así fue la trincherilla de Cayetano al tercero de la tarde.

Al torero no se le había visto el pelo hasta que salió ese toro. Estaba en la plaza, pero casi escondido mientras transcurría el festejo. Pero allá que apareció muy digno en cuanto el tercero apareció en la arena. Huidizo como los demás, Cayetano intentó pararlo sin éxito, manseó en el caballo, apretó con genio en banderillas y puso en apuros a Iván García. Tocaron los clarines para el tercio de muleta, Cayetano pide permiso al presidente y toma el camino del centro del anillo para brindar al respetable.

Héte aquí, entonces, que vuelve sobre sus pasos y se sienta en el estribo junto al burladero de cuadrillas. Allí llama a su oponente y lo recibe con cuatro muletazos por alto torerísimos. A renglón seguido, ya en pie, se hizo presente la trincherilla, que arrebató a los tendidos, y cerró el cuadro con un recorte templadísimo y el obligado de pecho que hizo que la plaza entera estallara de emoción.

El toro se había entregado tanto en el encuentro con el torero que quedó roto, rajado, desinflado, apagado y se refugió en tablas. Decidido, entregado y valiente Cayetano, pero sin opciones de triunfo. Así las cosas, montó la espada, se perfiló con torería y se tiró sobre el morrillo con toda su alma. Cobró una estocada algo desprendida y los tendidos se poblaron de pañuelos cuando el animal pasó a mejor vida.

El presidente concedió el trofeo y se armó la de san Quintín: una pura, dura y ensordecedora división de opiniones. La faena, ciertamente, no había sido de oreja. Dudó Cayetano en recoger el trofeo, y, oreja en mano, dio una vuelta ruidosa que alcanzó su esplendor cuando pasó por los terrenos del tendido 7 y arreciaron las protestas de los aficionados más exigentes. Tenían razón.

La falta de fondo del sexto impidió que la actuación de Cayetano se coronara con matrícula de honor. Lo recibió de rodillas con una larga cambiada en toriles, emocionó con un precioso galleo por chicuelinas que acabó con una espléndida larga y con el capote a una mano para dejar al toro en los terrenos del picador. Tras el manso trámite del caballo, citó Cayetano de largo al toro, con el compás abierto, se echó el capote a la espalda y trazó una inspirada gaonera, un par de verónicas y una media. Se le veía al torero enardecido y apasionado, como en estado de trance; una actitud que anunciaba algo grande. De rodillas comenzó el tercio final, unos ayudados por alto y por bajo después, pero hasta ahí pudo contar porque el toro habló y le dijo que abreviara, que estaba hundido. La estocada, eso sí, de premio.

Castella volvió después de la paliza del miércoles y se lo agradecieron con un conato de ovación al romperse el paseíllo. Inválido fue su primero y noble el cuarto. Solvente y templado se mostró entonces en dos tandas, una por cada lado. Falló con la espada y todo se emborronó.

Rajado fue el primero de Manzanares, acobardado en toriles e imposible para el toreo. Más entonado el quinto, blando como todos, y permitió detalles, solo detalles poco lucidos, de su lidiador.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Serio y templado Cayetano; fácil Madrid

Como un hombre entero de cuerpo molido, cruzó Sebastián Castella el ruedo de Madrid. En los andares, el precio camuflado de la paliza; en el ánimo, el vuelo preciado de la Puerta Grande. Y en el talón, la cicatriz doliente. Encabezaba el penúltimo cartel cotizado y codiciado de San Isidro. A su vera, José María Manzanares y Cayetano. No saludó la tibia ovación de reconocimiento a su épica gloria. Ni un gesto en su marmórea expresión de estatua.Un toro de proporciones exactas y hermosa armonía inauguró la corrida de Victoriano del Río. El trapío perfecto. Su contadísimo poder no acompañaba. Su fondo tampoco. Castella lanceó fácil a la verónica. Y quitó por volátiles chicuelinas justo después de los precisos puyazos de José Doblado. En el capote de Viotti ya soltaba la cara Epicentro. De pura impotencia. No hubo causa para la faena de Castella. Que concluyó al hilo de las tablas. Donde se amorcilló el cinqueño.También traía los cinco años cumplidos el siguiente. Y otras hechuras. Bajo como un zapato y de amplia cara. Un punto acarnerado. Y manso. Muy manso. Tan suelto, que de caballo a caballo hubo que picarlo. Apretó hacia los adentros en banderillas. Marcadísima la querencia. Y el inminente futuro. Manzanares se lo sacó a los medios para alejarle de las tentaciones. En las tres microseries inconclusas de derechazos, el toro enterró los pitones en la arena siempre en el tercero de ellos. Le cogió el pulso a su buena y hueca humillación en otra triada. Sería la última antes de rajarse y huir sin remisión a los terrenos del “4”.

Con el hierro de Toros de Cortés apareció el toro de Cayetano. Tocado arriba de pitones y enmorrillado. De agalgada anatomía. Pasó por el caballo con pobre nota. Como con los palos. Encelado hacia la barrera con los peones. Cuajó Iván García un gran par como reseña más destacada hasta entonces. Cayetano Rivera brindó al gentío. Y sentado en el estribo y a dos manos abrió un prólogo muy torero. Que en pie emanó finura y muñeca. Una linda trincherilla. Entre las rayas, dio el pupilo de Cortés su mansita clase en la templada derecha de Rivera. Un cambio de mano y el de pecho elevaron el diapasón. No le convino al toro la apertura de terrenos. Fuera no quería del mismo modo. Así que, de la cal hacía adentro, CR volvió a entenderse con el buen pitón. Que por el izquierdo la embestida se desentendía. Desde la colocación enfrontilada, las caricias de acompañamiento. También a pies juntos. Coreado todo con una exaltación exacerbada. No tanto como la estocada. Un espadazo con su peculiar estilo. Tan convencido salió Cayetano, que le perdió la cara mirando a la enloquecida parroquia. Un susto. Tardó en echarse el toro. Y cuando lo hizo afloraron los pañuelos en una marea creciente y sorprendente. Cedió el palco, y la oreja desató un vocerío de lógicas protestas. El diestro se creció desafiante en la polémica y se tomó su tiempo para recoger el trofeo y abrazar al alguacilillo. Como si la tormenta fuera a arreciar. La bronca dividió los tendidos. Mayoritariamente seducidos. Laxo Madrid.

Duermevelas portaba las suyas con descaro. Su cuerpo castaño no se hacía el más bello, pero sí su calidad. Sebastián Castella se clavó en un pase pendular sobre la misma boca de riego. Y atacó con (demasiada) fibra: perdió el toro las manos. Cuando fluyó su diestra, los muletazos surgieron con caro trazo. Asentado el francés en sus pies descalzos, otra colocación a la habitual, ofreciendo el pecho. De la misma forma bordó una extraordinaria serie de naturales. Que seguían el camino de aquel inmenso cambio que abrochó la ronda diestra: la embestida, entonces y ahora, planeó. Las felices promesas se vinieron abajo cuando enganchó la muleta. Como el toro. O viceversa: el toro enganchó la muleta porque ya se había venido abajo. Resolvió SC con un molinete zurdo, acortó las distancias y extendió el tiempo. Que echó en falta cuando sonaron dos avisos.

El alirado quinto lucía cuello formidable. Zancudo, no alto, y estrecho de sienes. Apuntó un son cualitativo que no sostuvo su frágil fondo. En lo que duró, Manzanares lo toreó sin apretarlo ni apretarse. Exponiendo el tranco del toro entre series. Cuando presentó la izquierda, ya no había motivos. Un espadazo con el sello de la casa cerró su última tarde isidril.Cayetano marchó a portagayola con el redondo sexto. Otro cinqueño. De líneas para embestir. En su bodega, sin embargo, no vivía la bravura. Ni la duración. Anunció cosas que no acabaron. Ése fue el sino de la corrida de Victoriano del Río. Galleó por chicuelinas Rivera. Y dibujó un quite de Ronda con sincronizado vuelo. De rodillas la obertura de faena. Tan serio y concentrado en su compromiso. El toro se rajó y el matador agarró otro estoconazo. Asomaron pañuelos que ahora no se cimentaron. La Puerta Grande tembló. ¡Uy! Así estamos.

ABC

Por Andrés Amorós. Oreja a la casta de Cayetano en San Isidro

Hace días se ha puesto el «No hay billetes». No es por huir de la preocupante situación política (con amarga ironía, comenta Baroja, en sus «Memorias», que los madrileños estaban en los toros cuando llegaron las noticias del Desastre del 98), sino por un cartel atractivo, que despierta gran expectación. Por segunda vez, se lidian reses de Victoriano del Río, que no dieron buen juego, la tarde anterior; esta vez, dan un juego desigual: son buenos tercero y cuarto; otros, se rajan; todos tardan en caer, se amorcillan y llegan a sonar tres avisos. Es una tarde de muchos gritos: siempre se ha dicho que las Plazas de toros son el termómetro de cómo está España. Destaca Cayetano, en su única actuación: con el mejor lote, muestra su casta y su torería, corta una oreja en el tercero, en medio de una fuerte división de opiniones, y se entrega por completo, en el último.

Vuelve Castella, después del percance del miércoles. Viene magullado pero con la moral por las nubes y bien acogido por el público. El primero, enseguida, se para, queda muy corto, tropieza los engaños. Mata mal y el toro tarda mucho en caer. La gente habla del Corpus de Toledo, de la dimisión de Zidane, de lo que sea, con tal de olvidar la situación política. El cuarto hace honor a su nombre de toro bravo, «Duemevelas». Saluda Viotti, en banderillas. El toro va largo, repite incansable; Castella, muy quieto y vertical, es el eje alrededor del cual giran las encastadas embestidas, en buenas series por los dos lados. Cuando la faena pierde intensidad, recurre al arrimón, alarga y pincha: ha perdido el trofeo. Igual que sus hermanos, el toro tarda en caer y llegan a sonar dos avisos.

En su última actuación en la Feria, Manzanares no tiene fortuna. El segundo, cercano a los seis años, sirve de ejemplo de un toro cambiante: mansea y huye, en varas; se viene fuerte, en banderillas, parece que va a embestir largo pero, sólo después de tres buenos muletazos, se raja por completo, barbeando tablas. El quinto rompe el palo y derriba pero se pega una costalada; derrota y protesta, al final de los muletazos. José María luce su habitual solemnidad y empaque pero no logra redondear faena. Un espadazo lo arregla todo.

El muy popular Cayetano vive, quizá, su tarde más feliz en Las Ventas. El tercero no es nada «Maleado» (su nombre) sino bravo y noble. Comienza sentado en el estribo, sigue con ayudados por alto, cargando la suerte. Dibuja muletazos con más gusto y valor que mando. Agarra una gran estocada, con salto; le pierde la cara al toro, que hace por él, y reacciona con casta, en un desplante muy torero. El comienzo y el final de la faena han sido brillantes. Se concede una oreja, en medio de una gran división de opiniones. En la vuelta, le tiran hasta un móvil, que un banderillero recoge y finge quedárselo: gajes de la «modernez». Busca por todos los medios redondear el triunfo en el último, muy serio. Lo recibe con larga cambiada a portagayola, gallea por chicuelinas, intenta el quite de Ronda. (Muy bien, Iván García). Comienza por alto, enlazando toreramente con el de pecho; logra algunos naturales templados pero el toro se viene abajo, se defiende. Vuelve a agarrar otra gran estocada. Aunque buena parte del público estaba con él, no ha logrado la segunda oreja, que le hubiera permitido salir a hombros, pero deja una buena impresión. Ha pasado con éxito el trago, siempre duro, de esta Plaza. Su último toro se llamaba «Soleares». He recordado yo una soleá de Antonio Mairena: «Yo he pasao fatigas dobles/ pero va a llegar la hora/ de que mi gusto se logre». Cayetano ha rozado ese final feliz, esta tarde.

Postdata. En los últimos tiempos, varias veces me han preguntado: «¿Le preocupa la situación actual de los toros?» Suelo contestar: «Me preocupa más algo que es muchísimo más importante: la situación actual de España». No me va a hacer falta variar mi respuesta.

La Razón

Por Patricia Navarro. Intento de Cayetano de evitar la debacle

A dos manos, creo, sentado en el estribo. Comprometido. Era su única tarde. La de Cayetano en Madrid. El tercero en discordia en la tarde de relumbrón y el cartel de “No hay billetes”. Y no hubo. Hasta la bandera. Pegado a tablas comenzó la faena y fue ahí donde gozó los momentos de más intensidad, manso el toro, también, el tercero. Este de Toros de Cortés de una corrida de Victoriano del Río, que nos iba asfixiando según avanzaba el festejo. Un par de tandas logró sacar el torero siempre y cuando dejara, primero no pensar al toro con la muleta en la cara, y además no sacarle de este terreno en el que el toro se sentía cómodo antes incluso de llegar a la primera raya del tercio. Quiso exponerlo, tiró del animal, y ahí el toro y su mansedumbre racaneó los viajes. Resolvió el torero con una estocada al primer envite, que cayó caída, pero conectó con el público la manera en la que Cayetano se comunicó con el toro, quedándose en la cara, encarándose con él y acompañándole en la muerte. Fue quizá eso lo que hizo que se pidiera el trofeo y se le concediera. Excesivo. El torero estuvo bien, pero le faltó toro y faena. Cayetano dio la vuelta pero no paseó el trofeo y de hecho no supo muy bien cómo gestionar su concesión.

Cuando iban a abrir la puerta de toriles en el sexto, pidió Cayetano tiempo. Se le debió ralentizar después, cuando se fue a la puerta de toriles y de rodillas esperó la primera arrancada del toro a portagayola. Raza de torero. Quitó como si se le fuera la vida. O se le iba. Forzaba la máquina, porque la Puerta Grande estaba a medio abrir, con polémica incluida. Y toro faltó. Salía suelto el animal, se abría. Descompuso así la primera parte de la faena al quedarse Cayetano fuera y pitar la labor un sector del público. Buscaba el triunfo Cayetano en ocasiones a bocados, pero el toro era cuestión menor, le cambió de terrenos, quiso, buscó y el toro no era. La espada fue en lo alto, de verdad, y a la primera. La actuación honrosa.

De eso supieron tanto Sebastián Castella como José María Manzanares en sus toros anteriores. Al francés no le sacaron a saludar, a pesar de haber abierto la Puerta Grande en su anterior compromiso y venir a Madrid herido. Su primero deslucido no dio opciones para dejar buenos recuerdos. A José María Manzanares el segundo se le rajó a las primeras de cambio y no hubo recoveco para el toreo. El cuarto tuvo ritmo en sus nobles embestidas y al mismo centro del ruedo se lo llevó Sebastián Castella, que logró hilvanar un par de muletazos ceremoniosos y plenos de armonía. El fuste del toro se fue viniendo abajo casi al mismo tiempo que la faena. Nos quedaban atrás, que no en el olvido, los sobrecogedores recuerdos de la faena de hacía tan solo dos días. Aquella tarde de toreo grande. Aquel día. Qué lejos quedaba según enfilábamos la corrida.

El quinto descolgó en el engaño, colocaba bien la cara, pero desigual en la muleta y sin querer perseguirla para que aquello pudiera fraguarse en algo notable. José María Manzanares fue el torero que le hizo frente. No hubo lugar. Ni el empaque daba armonía al toreo cuando más allá de la nobleza quedaba poco rastro de la bravura. El estoconazo de la casa y poco más. La raza de Cayetano fue el intento de salvar la tarde de la debacle. La tarde en la que no quedaba una entrada en taquilla.

Madrid Temporada 2018.

madrid_010618.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)