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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 2 de junio de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Celestino Cuadri.

Diestros:

Luis Miguel Encabo: de rosa y oro. Silencio tras aviso y silencio.

Fernando Robleño: de blanco y plata. Silencio y pitos

Rubén Pinar: de grana y oro. Ovación y ovación

Entrada: Tres cuartos de plaza

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7142

Video: http://bit.ly/1VA13om

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Tres buenos profesionales con los toros de Cuadri

El público entra en Las Ventas rememorando lo que vivimos, la tarde anterior: dos diestros que abren la Puerta Grande, una fuerte petición de rabo. Ha sido, sin duda, una jornada histórica, que ha merecido subir a la portada de ABC. Seguimos saboreando la extraordinaria faena de José María Manzanares. Cuando coinciden un toro bravo y un torero de gran calidad, se acaban todas las polémicas. Lo ha dicho Mario Vargas Llosa con toda razón: una gran faena nos hace sentir una emoción estética semejante a la que puede suscitar una música de Beethoven, un drama de Shakespeare o un cuadro de Velázquez. Ese es el motivo de que sigamos acudiendo a las Plazas de Toros con ilusionada esperanza.

El cartel de esta tarde es muy distinto: toros encastados para toreros que no son figuras. El nombre de Cuadri es muy querido por los aficionados: los de esta tarde, serios, hondos, tienen cierta nobleza. Los tres toreros son buenos profesionales: sin triunfo, les dan la lidia adecuada.

Todavía recuerdo la tarde en que debutó, en esta Plaza, Luis Miguel Encabo, junto a su compañero de la Escuela de Madrid Uceda Leal. Desde entonces, ha actuado muchas veces. Últimamente, cerca ya del final de su carrera, ha vuelto a lucir su magisterio. El primero se queda algo corto, embiste con la cara a media altura (lo mismo harán sus hermanos). Encabo banderillea con conocimiento y logra algunos naturales estimables pero falla con el descabello. El cuarto, acapachado de pitones, embiste a saltos, con las manos por delante, pega gañafones al final de los muletazos. El diestro se pelea con él, con oficio, pero, con el toro muy parado, se atasca con los aceros y recibe un palotazo.

Robleño es otro diestro curtido en cien batallas. El segundo sale con viveza pero pronto se para y espera. Fernando se mete en su terreno y le saca buenos muletazos pero se la va la mano a la hora de matar. Recibe con verónicas vibrantes al quinto, que sale con viveza pero pronto se para; en la muleta, se deja, con la cara alta. La faena es inteligente, aprovechando los viajes, y luce buen gusto en los naturales. Mata a la segunda.

Rubén Pinar pertenece a esa escuela albaceteña basada en el temple (Dámaso González puede ser la excelente referencia), con el mérito añadido de haber superado una grave lesión. En el tercero, de juego aceptable, se luce en la lidia Ambel. El matador se muestra muy firme: logra buenos naturales, templados, suaves, esperando y ligando las embestidas. Acaba a pies juntos, con gusto, y mata bien. Ha merecido la vuelta al ruedo. El último, muy serio, flaquea pero luce cierta clase. Muletea Rubén con suavidad, temple y mando, se muestra muy solvente y vuelve a matar bien (aunque tarda en caer y suena un aviso). No es un diestro de formas exquisitas pero si un excelente profesional, que deja buen sabor. Merece más oportunidades.

Postdata. No hay región española que no haya dado toreros. Acaba de publicarse el libro «Memorias de un torero gallego», de Hilario Taboada, sucesor de Celita. Incluye un «Manifiesto en defensa de las corridas de toros y de la tradición taurina de Galicia» que él firmó, entre otros, con Iván Fandiño y el exalcalde Francisco Vázquez. Es una realidad que está en la historia, aunque algunos intenten negarla.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un respeto para Rubén Pinar

Un diminutivo en Cuadri cae como a un cura dos pistolas. A Berraquillo el illo se le quitaba con sólo asomar un pelo de su trapío. Hondo como una barrica, badanudo como un buque, chato bajo un morrillo redondo y armado como la 133 acorazada. Rubén Pinar se vistió de valiente, el grana y oro, de decisión y templanza. Javier Ambel se marcó una brega como si fuera a hacer un quite por delantales. Y cuando el cuadri alcanzaba su jurisdicción perdía los pasos pertinentes, volteaba las palmas de las manos hacia adentro, elevaba los brazos y el capotazo le salía por sevillanas. Ordóñez le hubiera dicho aquello de toma y ahora le pones tú la izquierda. Pero el que se la puso fue Pinar con serenidad para saberlo esperar y temple para vaciarlo. Desde una colocación de exacto conocimiento, el albaceteño lo condujo con largura en tandas que crecieron desde el asentamiento. Berraquillo respondió con agradecimiento al trato pero con respeto de todo lo que pesa un cuadri en la muleta. Una cuestión más allá de la física. La faena desprendió una importancia no suficientemente valorada. En los medios y en el tercio, donde el toro parecía ayudar más. Pero ya tocaba a su fin. Un estocada como un puñetazo en la mesa, así de perpendicular, se hundió con toda la muerte a cuestas. La ovación para Rubén Pinar se antojó tímida.

De nuevo Pinar volvió a estar en un nivel superior a las condiciones ofrecidas. Y eso que el enorme último descolgó más que ninguno de los densos cuadris en principio. Pero la disposición acabó por encima de una embestida que se fue apagando. Un cambio de mano destelló entre los momentos diestros y la permanente búsqueda de la colocación cabal. Un único pero que es mal endémico de la tauromaquia actual: la medición del tiempo de la faena.

De nuevo Pinar volvió a estar en un nivel superior a las condiciones ofrecidas. Y eso que el enorme último descolgó más que ninguno de los densos cuadris en principio. Pero la disposición acabó por encima de una embestida que se fue apagando. Un cambio de mano destelló entre los momentos diestros y la permanente búsqueda de la colocación cabal. Un único pero que es mal endémico de la tauromaquia actual: la medición del tiempo de la faena.

Luis Miguel Encabo peina ya 20 años de alternativa y unas cuantas canas. Un mayo del 96 de miedos compartidos. Una nebulosa de recuerdos. Cuando el tremebundo y difícil cuadri que hacía cuarto convertía su piel en coraza para la espada, la imagen de aquel chaval que desde la Escuela de Tauromaquia ha entregado su vida a esta plaza se manifestaba con nostalgia. Pasado el naufragio saltó un antitaurino solidario con el cadáver del toro. Jorge Arellano, el apoderado de Encabo, le persiguió con fuego en los ojos para reducirlo entre todos sin llegarle a hacerle nada. Un día a estos antis que violentan y profanan las plazas van a provocar un incidente grave. Encabo había cumplido con un primero más fino que nunca humilló. Tardo en banderillas y con un movimiento de ataque en corto a modo de empellones. La dignidad de Luis Miguel en todos los tercios volvió a perderse con los aceros.

Fernando Robleño como Encabo dibujó una media verónica al hocicudo y badanudo segundo considerable pero todavía con un punto más de sabor. El toro de Cuadri siguió una progresión de excavadora pero en ascensión. En cada tanda menos descolgado hasta acabar distraído. Todo con oficio hasta que la espada se le fue a los sótanos. No se resignó Fernando y ante el gigantesco quinto, cuya cruz pasaba por el nudo de su corbatín una marea creciente, se colocó para torear al natural como si fuese un cuvillo. Y, jodó, aquel camión pasaba compacto con todo a la vez por el palillo. Mérito y oficio que con el estoque volvieron a irse.

Caído el telón de la tarde, Madrid despidió a Rubén Pinar con una ovación. Y pese a los fallos a espadas uno también hubiera aplaudido a Encabo y Robleño. En los tendidos no se sabe con certeza el miedo que provoca un toro de Cuadri, lo que se pasa ahí abajo y lo que no transciende de sus miradas, de ese aparente pacifismo tan agarrado al piso, de su densidad interior. Y de su volumen, y sus cuellos, y sus pechos. Un respeto especial para Rubén Pinar. Pero también para sus compañeros.

El País

Por Antonio Lorca. Cuatro lances para el recuerdo

Tercio de banderillas del tercer toro, de escasa movilidad y tardo de embestida como todos sus hermanos. Una tensa espera para los subalternos. El responsable de la lidia, Javier Ambel, capote prendido en las yemas de los dedos, se dispone a dar una lección de toreo; llama al toro, se deja ver, sin prisa, con elegancia, lo embebe en la tela, sin tocarla, con suavidad, como una caricia. Y así, uno, dos, tres y hasta cuatro lances interminables que supieron a gloria en una tarde que se precipitaba por la ladera del sopor. El animal quedó en los medios, y el matador, Rubén Pinar, indicó que lo acercaran a tablas. Lo intentó Ambel a una mano, pero el toro no respondió, y volvió a dibujar otros dos lances para los paladares exquisitos de los muchos que supieron verlo.

No hubo más; meritorio, quiere decirse. Hubo, sí, seis toros bien presentados y con kilos de la siempre esperada ganadería de Cuadri que, en conjunto, decepcionaron por su escasa movilidad, su mansedumbre en los caballos, su desesperante aturdimiento en banderillas, y aprobaron en la muleta, donde se mostraron nobles y con recorrido cuando los toreros acertaron con los terrenos y la disposición. Destacaron el tercero, quinto y sexto, pero no lucieron porque sus matadores no tuvieron su día, no acertaron con la estrategia o, sencillamente, no supieron obtener la rentabilidad necesaria del capital que les tocó en suerte.

Fue una corrida dura, pese a la nobleza de los toros, exigentes todos ellos, pero obedientes al mando inteligente. Quizá, hubo poca cabeza y menos corazón. Cualquiera sabe…

Lo cierto es que ni Encabo, ni Robleño ni Pinar sacaron nada en claro, y solo ellos sabrán de verdad lo que pasó en el ruedo.

Lo que se vio, sin embargo, fue una actuación muy deficiente de los tres -más entregado Pinar-, lejana de las necesidades de los toros y, por qué no, de las suyas propias. Ninguno se ha abierto un camino nuevo con esta corrida; lo grave sería que quienes mandan lo consideren un negro borrón de los que tienen difícil limpieza.

Encabo ofreció una pobre imagen. Se le notó en demasía que hace pocos paseíllos. Quiso, pero no pudo. Su decisión se veía entorpecida constantemente por un corazón que no respondía. No es que tuviera toros de triunfos, pero de su veteranía se esperaba otra actitud. Se estiró con gusto en las verónicas iniciales a su primero, otra verónica más y una buena media en un quite, y ahí se acabó su tarde. Muleteó excesivamente despegado, inseguro, sin confianza alguna, y nada le salió a derechas. Además, dio un sainete con los avíos de matar. En fin, que la experiencia, en esta ocasión, no fue un grado.

Tampoco estuvo más allá Robleño, un torero valeroso que parece anclado desde hace algunos años. Le faltó gracia, chispa, picardía, y se mostró como un torero aburrido y vulgar tanto con el deslucido segundo como con el noble quinto.

Y a Pinar se le vio con más entrega y afán de triunfo. Tardó en entender el buen pitón izquierdo del tercero y trazó un manojo de naturales que no acabaron de arrebatar a nadie. También embistió el sexto, pero, pese a sus esfuerzos, sobresalió un concepto demasiado basto que no llegó a los tendidos.

Entre el cuarto y quinto toro se tiró al ruedo un antitaurino que rápidamente fue interceptado por miembros de las cuadrillas, que impidieron que mostrara una pancarta que no pudo abrir. Se zafó con pericia de sus perseguidores, cayó al suelo y fue zarandeado antes de ser detenido finalmente por la policía.

La Razón

Por Patricia Navarro. La frialdad para un serio Rubén Pinar

La catarsis Manzanarista se cobra sus tiempos, sus días, como si los olés retumbaran como eco por los poros de Madrid. Madrid grande e inmenso cuando alberga faenas así. Estas sí. Este es el toreo en el que comulgamos todos. Sin miserias ni dobleces. Sin circulares ni arrimones, ni cantos tan reiterados a la vulgaridad y a la eternidad. Esto es justo ese misterio que no tiene explicación ni la necesita. Si lo ves, si estás, si lo sientes, te enciende los fuegos suficientes para sentirte jodidamente atrapado. Y te resitua la Feria, y eso que estamos al abismo de que eche el cierre. Muchos toros, muchos toreros, un buen puñado de vulgaridad y contado lo extraordinario. Si hay que encontrar la eternidad en el ruedo que sea, por dios, por el camino de las emociones, angustias, pasiones, ese punto de heroicidad que nos hace comprender que sólo ellos son capaces de hacerlo, pero no lleguemos a ella por el aburrimiento. Día sí y al otro también lo padecemos, como si la suma nos diera por arte de magia el ascenso al triunfo o la calidad. Son dos mundos paralelos. Volvíamos a la Monumental para ver la corrida de Cuadri. En el cartel tres veteranos. Fue Encabo quien abrió cartel con sus 20 años de alternativa. Se justificó con un primero que topaba en el engaño sin grandes alegrías y se atravesó para despachar a un cuarto que acudió a la muleta con todo, más basto y sin humillar. No tenía maldad pero por su propio volumen incomodaba. A la voluntad del madrileño no le sobró excesos y sí tino con el descabello que se le complicó a última hora. Robleño apuró con el segundo, que tenía media arrancada pero le duró un suspiro, y acabó parándose. Con nobleza acudió el quinto, que iba y venía, sin grandes alegrías ni demasiadas tristezas. Con los mismos términos sacó adelante la faena. El pitón izquierdo del tercero fue lo mejor de la tarde, descolgó el animal con mucha clase por ahí y viajaba con largura, toda la que no tenía por la diestra. Lo meció con el capote Javier Ambel con torería, como si fuera matador. Anduvo Pinar con oficio y temple en los naturales, muy asentado y serio, pero aquello no logró calar. Como si ruedo y tendido fueran dos mundos ajenos y paralelos condenados a no entenderse. El sexto tuvo movilidad, repetición y embestía sin acabar de entregarse pero pasaba por allí. Pinar tiró de oficio y resolvió con dignidad y dejó un cambio de mano cumbre. La tarde tenía una losa enorme del día anterior. La frialdad.

madrid_020616.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)