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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 3 de junio de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Victorino Martín.

Diestros:

Uceda Leal: de verde hoja y oro. Bronca y silencio.

Miguel Abellán: de blanco y plata. Sielncio y silencio.

El Cid: de verde botella y oro. Ovación y silencio.

Destacaron:

Entrada: No hay billetes

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7148

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/20166/3/20160603213630_1464982681_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Brindis por Victorino en San Isidro

Por la mañana, se descubre un azulejo, en el interior de la Puerta Grande de Las Ventas, en honor de Victorino Martín, que cumple este año sus bodas de oro como ganadero. En una Tercera de ABC, Gonzalo Santonja recuerda lo que ha supuesto su labor para evitar que desapareciera un patrimonio ecológico de primer orden y evoca nombres de toros suyos que los aficionados guardan en la memoria del corazón. Este inteligentísimo «paleto» apostó decididamente por un toro fiero, poderoso, encastado, cuya lidia suscita auténtica emoción; es decir, por la raíz más clásica de la Tauromaquia. Por eso le debemos tanto respeto y agradecimiento los aficionados, en una época en la que muchos ganaderos, para mantener la rentabilidad de su negocio, se han plegado a los deseos de los diestros y han rebajado esa casta y esa fiereza.

Por la tarde, los toros de Victorino Martín suponen el gran aliciente de un cartel que, una vez más, hace que se coloque el cartel de «No hay billetes». (Eso sucede por séptima vez, en esta Feria: ¿quién dice que los toros ya no atraen al público?). Un aficionado norteamericano, que ha venido a San Isidro con su grupo de amigos del Club Taurino de Nueva York me dice –con la hermosa universalidad del lenguaje taurino– que la corrida de Victorino «es una tía», muy seria, que impone respeto. El juego es dispar: destacan los excelentes tercero y quinto, muy aplaudidos; en el polo puesto, la alimaña primera. No está mal pero tampoco ha sido la apoteosis que hubiera rematado este homenaje.

El primero sale rebrincado, con la cara alta. En banderillas, «se hace el amo de la pista», como el ciclista que tomaba Cola-Cao. La lidia es muy mala. Uceda Leal se dobla, es desarmado y corta por lo sano: ¡a matar! La bronca es «de las de antes». El cuarto, levantado de pitones, muy bonito, flaquea un poco, se deja: es más cómodo que el otro pero tiene menos emoción. Uceda traza algunos aceptables derechazos pero no logra que olviden el enfado anterior y vuelve a fallar con los aceros. Una mala tarde.

El segundo, encastado, vuelve rápido, es pegajoso. Abellán muestra su buena disposición en los lances iniciales; con la muleta, sufre una zancadilla y un palotazo, en la cara. El toro vuelve como una centella, agobia al diestro, no le deja ni respirar, al final de cada serie. Mata a la tercera, entrando de lejos (un vicio muy actual: haciéndolo así, da tiempo a que el toro levante la cabeza). El quinto sale codicioso, humilla y va largo. Miguel lo lidia con el capote y brinda al público: logra engancharlo y ligar buenos derechazos. Tarda en coger la izquierda: consigue algún natural largo, mandón, pero la faena queda a medias y, al volver a pinchar, es el toro el que se lleva la ovación.

Codicioso

Al Cid le toca el mejor toro, el tercero, que va largo y humilla, embiste de lejos al caballo de Juan Bernal, que se luce. ¡Qué hermosa es la suerte de varas, las pocas veces que se realiza bien, con un toro que galopa! Pitan algunos que no se vea más la bravura del toro, en un tercer puyazo. Brinda El Cid a Victorino Martín padre: ¡cuántos recuerdos de tardes triunfales, en Las Ventas! El toro es tan bueno como aquellos: es codicioso, se come la muleta. Pero el tiempo ha pasado para El Cid: luce su buen estilo en series cortas, molesto por el viento; dibuja algunos naturales con un toro que hace el avión. La estocada caída tiene efectos rápidos. Todo queda en una petición escasa y saludos; hace algunos años, a este toro, El Cid le hubiera cortado las orejas. El sexto es andarín, incierto, corta en banderillas. Cuando el diestro se confía, alarga las embestidas en algunos buenos naturales pero el toro se le queda debajo y se libra por poco del percance. Muestra Manuel su voluntad aguantando algunos parones y mata de estocada desprendida, a cambio de un pitonazo en la barbilla.

El brindis del Cid resume lo esencial de la tarde. Me uno a él: es el homenaje a un gran ganadero, que apostó por el toro encastado, como base de la Fiesta. El tiempo le sigue dando la razón.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La sombra de 'Cobradiezmos' es alargada

Como en los viejos tiempos, el nombre de Victorino Martín y el cartel de “no hay billetes” de la mano. En el homenaje matinal y en la corrida vespertina; mañana y tarde de llenazo; a su reclamo acudió el pueblo. Sólo a su reclamo. El “paleto de Galapagar” que se convirtió en un ganadero para la historia por la vía de la integridad. Desde aquella corrida pasada con que reivindicó el toro en edad en los 60 del utrero, en el Madrid que lo hizo suyo, en Las Ventas que desde este viernes lo recuerda en su Puerta Grande. De Jaquetón a Belador. De Belador a Cobradiezmos. Una piara de albaserradas de leyenda y otra de míticas alimañas. La casta siempre en juego. Y de por medio una lista de nombres que curtieron su gloria en la forja de la A coronada: Antonio Bienvenida, Andrés Vázquez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel, Esplá, Capea, Domínguez, Caballero, El Cid…

Manuel Jesús brindó la muerte de Garrochista al viejo guardián de la bravura. El toro cárdeno y largo había respondido al sello de personalidad de la casa de la humillación. Y así Cid había podido cimbrearse con el capote a pies juntos. De lejos en el caballo también Garrochista había sacado nota. Como los puyazos en todo lo alto de Juan Bernal. Un runrún de expectación precedió al ofrecimiento de la montera y el victorino a Victorino.

El Cid se sacó al toro a los medios. Y allí le ofreció pronto la derecha, que era la mano. No importaba el vientecillo molesto. La cuestión de fondo pero no fácil consistía en arrastrale mucho la muleta y taparle no menos. Así dos series con El Cid rememorando senderos de gloria, rejuvenecido en los largos pases de pecho como su trayectoria. Entre una y otra tanda, una de desajuste y pasos perdidos, la embestida gazapona sin el mando y el aire enredando. En el tramo de los naturales, el recorrido del victorino racaneaba el último tranco. Cid como solución le retrasó algo la muleta y el embroque. Mejor volver a la derecha para rematar la obra entonada. Pero el borrón de la espada tan baja rebajó la revolución de pañuelos y la cosa se quedó en una ovación saludada.

Remató El Cid con ilusión y un brindis a la que otrora fue su plaza. Cerraba la victorinada un toro que confirmaba que los tres más fuertes y cuajados se habían echado por delante. Faltó un abismo para que se asemejara a la línea albaserrada que hacía surcos con el hocico en las arenas de las plazas. Incluso las alimañas. A media altura o por arriba no hay quien se escape cuando la incertidumbre acecha. En un momento Cid se vio con los pies en el aire. Y a la hora de matar con los pitones en el pecho. Un esfuerzo el suyo con escasa recompensa.

Uceda y su clasicismo naufragaron con un victorino alto, que ya de salida amagó con saltar en callejón pie en estribo. Ni humilló en los capotes ni nunca luego. Los puyazos tan exageradamente traseros, y fuertes, no corrigieron nada. Ni redujeron los ímpetus extraños del manso de atacar tan en largo a los banderilleros. Como si los otease con un catalejo y emprendiese una persecución de tiburón hacia los adentros. Incluso un Carretero pasó sus fatiguitas. Uceda Leal lo tuvo claro. Y, por si no lo tenía, el toro se le venció con instinto y por dentro cuando macheteaba por los cuellos con idea de brevedad. El intento de atropello afianzó a Uceda en su idea de acabar pronto. La bronca retumbó en Cibeles. Y la ocasión de remontar no se presentó con un cuarto cuyo argumento de trapío se sostenía en su testa armada. Quizá no tan distraído como el anterior ni tan avisado, pero con la misma nula humillación. O casi. Mala suerte. A diferencia de la alimañas antiguas siempre recurrentes no descolgó su lote nada. O muy poco. Por decir algo.

Cumplía Miguel Abellán su tercera tarde en mayo. Misterios inexcrutables de Cuarto Milenio. Como ocasión para remontar su peregrinación por el desierto, se presentó el quinto de Victorino. Alevín de nombre. Más por la culata que por la cara. Enjuto como la segunda parte de la corrida y con la mecha encendida. Humillaba con chispa. Abellán apostó por terrenos cerrados, entre las rayas o más adentro. Se supone que por el viento. Ya había sido así en su faena anterior. Otra historia, otro toro. Pero este Alevín quiso embestir, y embistió, por abajo. El torero, una vez empezada la faena al revés, se centró en la diestra. Apuntó en una serie con despegar la faena. Pero aquello nunca tomó vuelo y la imagen de Miguel Abellán tampoco. Cambios de registro, colocación y velocidad no cuajaron en homegenidad. Y a veces parecía como si el victorino tampoco la tuviera. Para colmo se encasquilló con al espada, potenciando la deriva. Ahora que la nula fijeza del anterior, siempre con un ojo en el cuerpo, podría ser justificación para descentrar a cualquiera. Máxime si se vuela en horas bajas.

El personal abandonó desencantada los tendidos con la memoria borrosa incluso con los victorinos salvables. No digamos con la historia. Faltó raza, faltó entrega, faltó humillación, no faltaron complicaciones y, sobre todo, faltó Cobradiezmos. Su sombra es y será alargada.

El País

Por Antonio Lorca. El misterio de los ‘victorinos’

El misterio de los victorinos es que no se supo lo que llevaban dentro porque sus lidiadores se mostraron incapaces de colocarse donde dicen los cánones que hay que citar, jugarse el tipo, exprimir las embestidas y poner la plaza boca abajo con el toreo auténtico. Pero nada de eso es posible cuando los toreros se presentan con la moral por los suelos, cuando no pueden, aunque quieran, asentar las zapatillas en la arena, cuando se muestran temerosos de lo que tienen delante, cuando dudan y dan el paso atrás a las primeras de cambio; en fin, cuando el corazón sueña con el triunfo, pero la cabeza retrocede ante el peligro.

Ya se sabe que el toro de Victorino Martín no suele ser bobalicón, por lo que exige conocimiento y actitud de torero de verdad; no acepta las medias tintas, huele la desconfianza y es implacable con los que no hacen las cosas como es debido.

El Cid, que es un buen hombre y ha sido un gran torero, lo intentó, pero no le salió nada a derechas. Le tocó el mejor toro de la tarde, el tercero, -que brindó al veterano Victorino-, quiso cuajarlo, pero todo quedó en un intento baldío. Pero él hizo como si no se hubiera dado cuenta. De hecho, cuando el animal cayó fulminado por un bajonazo infame, se puso de puntillas y levantó el brazo derecho con energía en señal de victoria. No contento con el gesto corrió hacia el centro del ruedo y allí levantó los dos en una singular arenga torera para pedir los trofeos. ¿No había visto el bajonazo? ¿No era consciente de que había estado muy por debajo de la noble y encastada condición de un toro que hizo una buena pelea en varas, de la mano del picador Juan Bernal, que fue justamente aplaudido, y embistió con codicia, recorrido, fijeza y humillación en la muleta? Pues no lo sería porque la impresión que dio es que estaba muy satisfecho con su actuación.

Era toro de dos orejas y las dos se las llevó al otro mundo; como El Cid, que fue figura grande y hoy es un torero que no se encuentra a sí mismo. Desconfiado y acelerado, dejó pasar una oportunidad de triunfo, y lo peor fue que el animal no pudo lucirse como merecía por la nula disposición de El Cid para el arte heroico.

Brindó el sexto a la concurrencia, pero pocos creían a esas alturas en el milagro que, efectivamente, no se produjo. Tenía ese menos calidad, aunque también se llevó el misterio a la carnicería porque el torero se colocó mal, muleteó despegado y todo se desinfló. ¿Por qué brindó? Otra incógnita.

Una historia muy parecida sucedió en el quinto, otro animal de buena condición que dio lo mejor de sí cuando Abellán se colocó adecuadamente; surgieron entonces brillantes naturales, que hubieran emocionado a la concurrencia si el torero no se empeña en perder unos pasos entre uno y otro. El toro tenía fijeza y embestía humillado -que se quería comer la muleta, vamos-, pero el torero tampoco tuvo su día. Muy desconfiado se le vio ante el segundo, con la muleta retrasada, inseguro, y a merced de un toro complicado que se hizo con el mando de la situación ante la inhibición del lidiador.

Y Uceda pasó entre una bronca ruidosa en su primero y un conformista silencio ante el cuarto. El toro que abrió plaza fue muy mal picado -buena reprimenda se llevó el piquero-, buscó con saña en banderillas y llegó a la muleta sin un pase. Uceda no quiso ni verlo y, tras limitarse a tocarle los bajos, montó la espada y acabó con el molesto contrincante. Al público no le gustó tal decisión y le dedicó una exagerada pitada de época.

Muy soso era el cuarto, pero no menos que el propio torero, sin ganas, sin ningún espíritu combativo, sin una gota de ilusión. ¡Hombre, José Ignacio, que está usted en Madrid…!

madrid_030616.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:17 (editor externo)