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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 5 de junio de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Miura. El primero, devuelto, muy bien presentados.

Diestros:

Rafaelillo: de nazareno y oro. Ovación tras aviso y silencio

Javier Castaño: de nazareno y oro. Silencio tras aviso y ovación

Pérez Mota: de sangre de toro y oro. Silencio y silencio

Destacaron: el picador Héctor Piña ante el 6º y Luis Carlos Aranda con las banderillas.

Entrada: Lleno.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7160

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus/20166/5/20160605215509_1465156649_video_696.mp4

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Rafaelillo y un 'Tabernero' de lujo en la miurada

Madrid se ha copiado de Sevilla y Pamplona y, de unos años a hoy, Miura cierra San Isidro como la Feria de Abril y San Fermín. Cambian los miuras míticos los colores de su divisa en Las Ventas desde tiempo inmemorial: el verde y grana se torna en verde y negro. Cuenta la leyenda que la muerte del Espartero por el toro Perdigón varió el estandarte de la casa de Zahariche. Otra teoría menos desarrollada dice que cuando el viejo Miura se presentó en el Foro ya lo había hecho su rival Anastasio Martín -origen Vistahermosa/Cabrera- con divisa verde y grana…

Verde fue también el precipitado pañuelo de la presidencia con Tablillero, miura cárdeno, alto, largo, estrecho como las raíces de su nombre y fuerza trémula. Pero no había blandeado, ni se había caído, al extremo de devolverlo. Corrió turno Rafaelillo y saltó a la arena Tabernero, uno de los tres miuras por encima de los 600 kilos, abiertos uno por lote. De pitón a pitón tendría un metro, y en el izquierdo un cortijo. Un armonía de líneas parecía anunciarlo. Bajo si se quiere para su linaje, generoso el cuello, negro y lustroso de piel. Humilló en el capote de Rafael en posición de brega, cambiados los terrenos. Pasó por el caballo con discreción y en banderillas José Mora lo bordó. O por el azoramiento de la ovación o por simple despiste, Mora quiso recoger el capote en la barrera cuando estaba a tiro: el miureño le perdonó la vida contra las tablas.

Un brindis bello de Rafaelillo al Rey emérito precedió la faena: “Majestad, le brindo la muerte de este mi primer toro por su afición, por la Monarquía, por España y por la Fiesta Nacional”. Y se fue a doblarse con el miura, que de un hachazo por el derecho le avisó de que por ahí ni bromas. Así que el aguerrido torero murciano atendió las señales y al natural se puso en el camino del cortijo. Los naturales primeros, uno de especial ejecución con la figura erguida, siguieron la estela de la humillada embestida hacia la tierra prometida. Pero, tanto entonces como luego, las series no cuajaron con igualdad. Uno o dos muletazos por ronda se ajustaban -nunca mejor dicho- a lo exigible. Rafaelillo no se acababa de encontrar. Entre acelerado y nervioso. El chaleco desabrochado como en las batallas épicas pero sin batalla que librar. La intermitencia fue la constante entre lo bueno y lo regular. Finalmente enfrontilado y con más gusto al unipase. Por desgracia la espada lo terminó de igualar todo a la baja. Y aun así se le reconoció con una ovación. Después el cinqueño sobrero de Valdefresno, acarnerado, acochinado, un zambombo impresentable por feo, provocó voces y gritos: «¡Al Rocío con él!» Los bueyes del Rocío merecen un respeto. Rafaelillo no pudo hacer nada con aquellas arrancadas por el palillo. Ahora sí que mató a ley.

Madrid recibió a Javier Castaño con un sentido abrazo: Javier ya ha matado el miura de su vida. La cabeza se va reforestando poco a poco tras el napalm de la quimio. Todo llega. Lo que no llegó fue el miureño de posibilidades. Ni el huesudo cárdeno salpicado de 622 kilos, de contadísimo poder e impotentes movimientos defensivos, ni el quinto, tan levantado del piso como de corto aliento. Fernando Sánchez protagonizó con las banderillas uno de los escasos momentos brillantes de la tarde: un segundo par -lo que en un tercero de cuadrilla es absolutamente inusual- de fábula. Puso la dormida plaza en pie. Castaño dio la cara con ahínco y fe, se tragó los cabezazos de principio de faena y aguantó asentado con el miura desfondado. El ligero uso de la espada y el cariño del personal le obligaron de nuevo al saludo.

El último Miura era un miura pamplonica. Una bestia ensillada de 647 kilos y testa de museo de ciencias naturales que de un solo remate reventó la barrera. Grande su juego en el caballo en tres varas de Francisco Vallejo. La tercera tan en largo que el acierto cobró la importancia del galope miureño; su cuadrilla siguió el ritmo con los palos (Raúl Ruiz y Alfredo Jiménez). Pérez Mota, que no había tenido opción con el tercero de guasa y deslucimiento, brindó al público. Pero el miura sin maldad ya lo había dicho y dado todo en el caballo. Mota quiso sacarle lo que ya no tenían sus altivas y defensivas embestidas. Una pena. Triste the end de la isidrada. Y un Tabernero de lujo en el recuerdo.

La Razón

Por Patricia Navarro. Rafaelillo y «Tabernero», el único Miura de buen final

Cómo sería el primer Miura de la tarde que en esa estructura ósea portaba casi 600 kilos y parecía flaco el animal. Una mole de alto y largo, más largo que un tren. Una inmensidad comparado con Rafaelillo, que fue a quien le tocó y quien vio cómo le devolvieron a los corrales al perder las manos al salir del peto. Muy pronto el pañuelo verde. Corrió turno, dejó el sobrero para después, una barbaridad cortó el toro de salida en el capote, de los que ponen a prueba el oxígeno. 28 capotazos, así al azar, para sacar al toro a los medios. Al Rey, emérito que tampoco se quiso perder la miurada, junto a la Infanta Elena y su hija Victoria Federica brindó Rafael el miura. Fue toro bueno después por el izquierdo, con los desafíos inherentes de la bravura pero cuanto más por bajo se le toreaba, más se desplazaba el animal, “Tabernero” de nombre. De principio a fin hizo Rafaelillo la faena por ahí, una vez que el toro le dio un hachazo diestro y le mostró el camino. Fue faena de encuentros, intermitentes, dejó Rafael muletazos muy buenos, con mucha enjundia, pero no acabó la cosa de fraguarse con la intensidad de otras ocasiones. La espada tiró a la baja lo que hasta entonces había ocurrido y todo se disipó. Luego descubriríamos que era lo único que podría disiparse en toda la tarde.

Con toda la verdad por delante se puso Pérez Mota y con toda la mentira del mundo ese tercero, que fue al caballo dos veces de lejos y luego se justificó sin más. Raudo y veloz se revolvía en la sincera muleta de Mota. En cuarto lugar salió el misterio caso del mamut sin cuello que se hizo pasar por toro con el hierro de Valdefresno. Para el zoo, bien. Para Madrid de risa y si fuera esto de la Tauromaquia una cuestión benéfica e indolora. Rafaelillo bastante hizo con estar y darle muerte pronta y digna. Fernando Sánchez calentó motores con el primer par que puso al quinto, pero fue en el segundo (porque el presidente no cambió a pesar de tener cuatro palos) cuando clavó torero y en la cara con esa chulería que le es tan propia, al paso y que conecta tanto. Se desmonteró. A Castaño le tocó tragar quina después con ese toro que no quería pasar, que no humillaba ni por error y que a la mitad de la embestida en la mejor de las situaciones rebañaba por ahí a ver qué había, sin furia, pura curiosidad. Hubo torero, que ya es mucho. “Ojeador” cerraba la feria y lo hizo con tres varas en la distancia que fueron muy jaleadas. Pura fiesta aquello. Se desmonteró Raúl Ruiz tras un par muy explosivo, muy en corto y en la cara. Le costaba viajar al toro después y a Pérez Mota encontrarse con el toro. Ni uno ni otro alargaban aquello un centímetro más. Se nos iba la feria. Cierre chico, (y no por los gigantones Miuras) para plaza grande.

El País

Por Antonio Lorca. La guinda, el galope de un miura

Hubiera sido muy bonito que Ojeador, el toro de Miura que cerraba la muy larga Feria de San Isidro, se hubiera comportado como lo que pareció en el tercio de varas, bravo y encastado. Pero todo quedó en un sueño. Hubo alegría, es verdad, pero entrecortada por la ausencia de calidad y recorrido, de clase en una palabra, en el último tercio.

Ojeador ofreció unas migajas, y el aficionado taurino está tan acostumbrado a la mesa limpia que quedó maravillado. Poco y vistoso, más que bueno.

Era el sexto toro de la tarde. A esas alturas dolía ya el alma después de tantos festejos insulsos y una corrida decepcionante por su escasísimo juego. Toros, todos ellos, de cuello largo, como determina la estirpe, mansos, de cortísima embestida, muy blandos, con la cara por las nubes, sin clase alguna. Algunos, como el tercero y el quinto, prácticamente ilidiables con la muleta.

Así estaban las cosas, cuando el último de la feria vio el caballo que montaba Francisco Vallejo, y acudió con presteza a su encuentro; empujó con constancia, pero con poca alegría en un largo puyazo. Lo colocaron, después, más lejos, y el animal volvió a galopar, con ese trote extraño de estos toros, hasta estrellarse contra el peto. Y volvió una vez más, más lejos aún, y allá que embistió a la montura entre la algarabía general.

No fue un tercio espectacular, pero la feria ha estado tan ayuna de toros obedientes en el tercio de varas que el galope de Ojeador supo a gloria. Fue una buena guinda para este insípido San Isidro que requiere una seria reflexión, y ojalá produjera una catarsis entre los sectores interesados en que esta fiesta siga adelante. No será así; acabó San Isidro y en cuestión de ideas solo se hablará de triunfos de puertas grandes, de faenas exitosas y toreros en alza en las discusiones de los jurados. Se olvidarán para siempre, y por desgracia, los problemas que han salido a flote y amenazan seriamente el futuro del espectáculo.

Entre ellos, el toro es el primero, pero nadie querrá meterle el diente a asunto tan complejo. Ya verán. Continuará la temporada, se cortarán orejas a espuertas en plazas sin exigencia y otro grupo de aficionados dirá adiós a la fiesta. Pero el toro es un asunto que quema en las manos y no parece interesar a casi nadie.

Por cierto, ese que galopó hacia el caballo se dolió en banderillas, lo que no evitó que se luciera, y mucho, Raúl Ruiz en dos buenos pares por lo que fue largamente ovacionado.

Y el animal cantó la gallina en la muleta, a la que llegó sin clase alguna, tirando gañafones por doquier, que pusieron en aprietos a su lidiador, Pérez Mota, poco placeado, que intentó justificarse con escaso éxito.

Tampoco dijo nada ante el tercero, un manso de libro, que llegó imposible al último tercio, revolviéndose en un palmo de terreno y con aviesas intenciones hacia el muchacho que tenía cerca.

Por cierto, Pérez Mota brindó a Don Juan Carlos, al igual que sus compañeros. El Rey emérito visitó la finca de Zahariche, donde pasta la ganadería de Miura, durante la pasada Feria de Abril, y vería, sin duda, a estos ejemplares, preciosos en la paz del campo sevillano. Pero una cosa es la dehesa y otra muy distinta la plaza. La invalidez, la sosería y la ausencia de calidad los afea y transforma en tristes caricaturas del toro bravo.

Rafaelillo tuvo, sin embargo, la suerte de lidiar al único animal que derrochó boyantía, en este caso por un extraordinario pitón izquierdo, y no fue capaz de aprovecharlo en toda su dimensión.

El subalterno José Mora se había jugado el tipo y triunfó con las banderillas, momentos antes de que el toro se le colara al matador por el lado derecho, lo que le obligó a tomar con presteza la zurda y protagonizar algunos destellos de buen toreo

Todo comenzó con tres naturales largos y hondos, y otros tres en la tanda siguiente, monumentales por la fijeza y la humillación del animal y la colocación del torero; y aún hubo un manojo final de muletazos a pies juntos y un garboso pase del desprecio. Rafaelillo falló con la espada, y hubiera cortado una oreja si acierta, pero el toro mereció más entrega, más unidad, una faena más redonda, y no fue así. Muy deslucido fue el cuarto, el sobrero de Valdefresno, sin cuello, y acochinado.

Castaño fue recibido con una ovación tras su reciente enfermedad, y trató de corresponder con especial entrega y sin éxito. Su primero era un buey de carretas, y el quinto no admitió confianza alguna. Al menos, Marco Galán se lució en la lidia, y Fernando Sánchez puso un extraordinario par de banderillas que levantó al público de los asientos.

ABC

Por Andrés Amorós. Complicados miuras en el cierre de San Isidro

Después de treinta festejos, como postre, los toros de Miura: ¡nada menos! Son una leyenda viva, incorporada al lenguaje popular, seas o no taurino. “Miureño” – dice la Academia – es una persona aviesa, de malas intenciones; un vago – recoge Beinhauer – es el que tiene más miedo al trabajo que a un Miura… Recordamos historias trágicas de “Jacinero”, de “Chocero”, de “Perdigón”, de “Desertor”, de “Agujeto”, de “Islero”… ¿Qué tienen los Miuras de especial? Juan Belmonte, que había matado tantos, se lo contó a Enrique Vila: “Se distinguen por dos cosas: el poder y el sentido. Era el toro que más pronto reaccionaba y recuperaba vigor. Ni yo ni nadie pudo hacerle nunca una faena preciosista”. A Pepe Luis, gran amigo de la casa, le preguntaron cómo se pasa la noche, antes de matar Miuras, y contestó: “¿La noche antes, has dicho? Di, mejor, los tres meses antes”.

Los de esta tarde, algunos de gran estampa, resultan complicados, más agrios que dulces, salvo el primero, excelente.

Rafaelillo evocó estampas clásicas, con los Adolfos. Devuelto el primer Miura, por flaquear de una mano, corre el turno. El toro es alto, se asoma por encima de la barrera: lo lidia bien con el capote; acude pronto y fijo al caballo; saluda José Mora, en banderillas. Sin preparativos, muy confiado, Rafael inicia con la mano izquierda una faena que va a ser toda al natural, como se hacía en otra época; al final, muletazos de frente, uno a uno. Lo malo es que el toro tarda en cuadrar, da tiempo a que suene un aviso y Rafaelillo pierde , con la espada, el trofeo que hubiera cortado. Ha sido, en definitiva, la única faena brillante de la tarde. El sobrero de Valdefresno, muy gordo, feote, parece un bisonte, flaquea y enfada al público; se mueve pero sale con la cara alta. El diestro trastea con oficio pero no se lo valoran. A éste sí lo mata pronto.

El segundo, un bonito salpicado, barbea y se pega dos trompazos, en tablas. Aunque echa la cara arriba, se luce Fernando Sánchez, con los palos. El toro parece dormidito, se lo piensa, antes de embestir. (Recuerdo a Corrochano: “Los toros de Miura piensan”). Javier Castaño, al que se le ha acogido con una ovación, por haber superado su enfermedad, sortea con oficio los gañafones y le saca algunos muletazos; no está aperreado pero falla con los aceros. Este toro pesaba 622 kilos y , de pitón a pitón, mediría cerca de 80 centímetros: no tiene sentido que alguna voz reclame “¡Toros!” ¿Qué era éste, una cabra?… En el quinto, vuelve a destacar Fernando Sánchez, que saluda, por dos grandes pares. El toro se queda cortito, protesta, es deslucido. Castaño luce su bien oficio ante embestidas inciertas, le saca algunos muletazos y se muestra seguro, en las cercanías. Esta vez sí acierta al matar y saluda: una actuación muy digna.

En su única tarde de la Feria, a Pérez Mota le toca el Miura más complicado, el tercero, una verdadera alimaña. Es fino y largo, acude como un tren, pega arreones, mueve la cabeza – decían antes - como una devanadera: logra quitárselo pronto de encima. (Cito otra vez a Corrochano: “Miura da también toros muy buenos pero, si no fuera por los otros, su fama se reduciría a la mitad”) . El sexto, el más grande, con 647 kilos, acude tres veces de largo al caballo pero protesta : se ovaciona al picador Francisco Vallejo y saluda, con los palos, Raúl Ruiz. Brinda Pérez Mota al público, el toro acude de largo pero derrota, a la salida de los muletazos. El diestro se justifica con voluntad.

En el último toro de una Feria que ha reunido a más de quinientas mil personas, suenan vivas a Don Juan Carlos, que acude, una vez más, con la Infanta Elena y su hija. También se escuchan vivas a España: en el momento actual, es una razón más para acudir a las Plazas de Toros.

madrid_050616.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)