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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 05 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Garcigrande, Domingo Hernández, 3º, y 1º un remiendo de Buenavista, - desiguales de hechuras y mal presentados, de escasas opciones a excepción del tercero y del sexto - (descastado el primero, deslucido el segundo, bueno con calidad y duración el tercero, desfondado el cuarto, sin opciones el quinto y encastado a menos el sexto)

Diestros:

Sebastian Castella: de tabaco y oro, dos pinchazos, media estocada (silencio); media muy defectuosa (pitos).

Alvaro Lorenzo: de tabaco y oro, pinchazo, estocada, aviso (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio).

Gines Marin: de teja y plata, estocada (oreja); pinchazo, estocada fulminante (dos vueltas al ruedo).

Entrada: Casi lleno, 21790 espectadores.

Incidencias: Rafael González y Alberto Zayas saludaron una ovación tras parear al segundo. El Rey emérito acudió al festejo desde su localidad habitual de preferencia, acompañado por su hija la Infanta Elena. Los tres diestros, brindaron un toro de su lote al Monarca.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-05-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1136368788331474944

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Ginés Marín o la gloria de la espada

El extremeño se deja la puerta grande por el fallo con la espada, y cuaja una tarde importante cortando una oreja a un gran “Poeta” de Domingo Hernández. Sin opciones Castella y Álvaro Lorenzo con sendos lotes, mal presentados y de poco juego.

La maldición de la espada dejó a Ginés Marín con la miel en los labios al término de su actuación en el sexto toro, de una tarde de escaso bagaje a excepción del lote del extremeño que cimentó dos actuaciones de rigor, poso y profundidad. Una oreja paseó del tercero, un gran “Poeta” de Domingo Hernández con calidad y duración que cuajó con capote y muleta en una faena que tuvo el inconveniente de los muchos parones que interpelaron una labor compacta y de buen trazo. Brindó al Rey emérito, un toro de boyante de embestida con las cualidad del son y la calidad en una actuación de infinita pureza. Dejó un estoconazo y cayó la primera oreja de la tarde. Todo muy pulcro, eso sí.

La bronca se desató en el sexto, donde Marín se las vio con otro toro importante de Garcigrande (“Afortunado”) pero de menor duración que el tercero de Domingo Hernández, a la faena se le echó en falta una mayor continuidad de un toro que fue a menos. Pronto conectó con el público, las bernardinas o el intento de ellas cerraron una actuación en la que tenía la puerta grande en la mano, pero el pinchazo previo a la estocada le impidió el triunfo con un lote para encumbarse en Madrid o en Sebastopol. En cuanto cayó el toro, afloraron los pañuelos que siendo realistas se contaban por miles inundando la plaza de moqueros. Con la complacencia de las mulillas, que olvidaron el enganche de llevarse al toro hasta en dos ocasiones, (toda una casualidad), el Presidente se mantuvo en sus trece, y no concedió el trofeo por un pinchazo. El problema no es la no puerta grande al diestro extremeño, si no la bobalicona salida a hombros de Perera el día de San Isidro. Urge la unificación de criterios presidenciales, de igual manera que con un pinchazo no se debe conceder una oreja, aunque el reglamento señala que el primer trofeo es del público. Toda una sin razón.

Ni qué decir tiene, que la tarde solo tuvo un nombre que fue el de Ginés Marín y “Poeta”, y es que tanto Sebastián Castella como Álvaro Lorenzo, asistieron cómo auténticos espectadores a la clase impartida por el diestro extremeño. Castella que trenzaba su segundo paseíllo en este San Isidro, se las vio con un remiendo de Buenavista, que no descolgó en ningún momento. La labor se acabó diluyendo por la poca raza del toro. El cuarto fue otro fiasco, mal presentado (como casi toda la corrida de Garcigrande), que no dijo absolutamente nada. El bajonazo colmó la paciencia y fue despedido con pitos.

El caso de Álvaro Lorenzo es digno de un análisis, y es que lleva dos tardes en blanco en San Isidro, y eso que arribó con áurea de figura y se está convirtiendo en el avivador de la nueva hornada de toreros que llegan. Fue silenciado tras dos actuaciones inciertas y de escaso bagaje. Tan sólo se estiró de capa con su primero, pero la deslucidez del toro unido a sus trapazos, pérdidas de muleta incluidas y el fallo con la espada, lo dejó todo en el aíre. El quinto tuvo un incierto recorrido, y el toledano no llegó a adivinar ninguna de las tibias embestidas de su oponente. Faltó estructura, un común denominador en todas sus faenas.

El País

Por Antonio Lorca. Las Ventas, ridiculizada

Si Ginés Marín llegar a salir por la Puerta Grande hubiera sido una flagrante injusticia. El presidente, con toda la razón, le negó la oreja del sexto toro, de encastada nobleza, al que le hizo una labor intermitente, de escaso mando y al que mató mal. Unas bernardinas finales exaltaron los ánimos y la gente pidió el trofeo. La petición se ralentizó porque los mulilleros remolonearon -no se sabe si con intención- en exceso, y el asunto acabó en bronca gorda al palco y dos vueltas. Un gran ridículo de esta plaza, convertida en un salón de folclóricas.

Por lo demás, a Ginés Marín le tocó en primer lugar un bombón de dos orejas y le cortó solo una. Estuvo bien, elegante, con empaque y sabor, preocupado más por componer la figura que de hacer la faena medida y compacta.

Marín es un buen torero, pero no pudo o no supo estar a la altura del artistazo que tuvo delante, y eso no es buena cosa. Atesora condiciones excelentes para el toreo moderno, ese que exige ponerse bonito y acompañar la embestida del fiel oponente, pero le faltó la garra o, quizá, la inteligencia necesaria para cautivar con veinte muletazos precisos y salir por la puerta de la gloria.

Capoteó a la verónica maravillosamente, y las dibujó a placer en el recibo a ese toro; volvió a gustarse en un quite, y el inicio de muleta fue elegantísimo y variado, de modo que la plaza, dormida hasta entonces, se dispuso a gozar.

Y el toro mostró sus cualidades. ¡Ay, el toro! Justo de presentación, colorado de capa, y Poeta de nombre. Un artista con una clase excepcional, fijeza, humillación, dulzura, compás… pero tan generoso comportamiento decía muy poco de su casta brava y mucho de su apariencia corderil; es decir, que transmitía menos miedo que el carretón de entrenamiento; y algo más: permitió a Marín torear de salón, sin apreturas ni tensión. Y solo paseó una oreja. Para hacérselo pensar…

Su labor fue, sin embargo, lo más torero de la primera corrida incompleta de la feria, en la que estuvo acompañado por Castella y Lorenzo, que, sencillamente, no tuvieron su tarde.

Al torero francés se le vio cansado, desganado, indolente… Cada cual tiene derecho a estar desilusionado por algún motivo; la mala pata es que coincida con un compromiso en San Isidro. Pero su imagen fue la de un obrero agotado y con dolor de cabeza. Qué sopor y frialdad ante su soso primero y el deslucido cuarto.

Y Álvaro Lorenzo pasó por Madrid sin dejar recuerdos, lo que no es preocupante para su inmediato futuro. Lanceó a su primero con gusto a la verónica e ilusionó en el inicio de muleta por bajo en la que se comprobó la nobleza y fijeza del toro. Sin embargo, todo lo bueno acabó ahí; a continuación, una sucesión de muletazos insulsos a un animal que se aburrió con rapidez. Desapercibido quedó ante el soso quinto.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Poema incompleto de Ginés

Lágrimas de rabia asomaban contenidas en los ojos de Ginés Marín. Agarraba desconsolado puñados de arena al final de la vuelta al ruedo de consolación, y la plaza atronaba contra el palco. Que se había resistido a descerrajarle la Puerta Grande en el encastado último toro. Magán se reservó antirreglamentariamente la llave, esa oreja mayoritaria y democrática que concede la Ley taurina. Y la buena tarde de Ginés había sido de Puerta Grande, pero no con la fuerza de su suerte: Afortunado y Poeta formaron un lote de incontestable consagración. De fondo y formas en las antípodas. De Garcigrande y Domingo Hernández, respectivamente y en orden cronológicamente inverso.

Cinco fogonazos habían deslumbrado Madrid. Cinco verónicas pararon el aire. Y frenaron el tiempo. Cinco esculturas de Ginés Marín. Cinco lances que sembraron de silencios las protestas contra Poeta. Que volvió a volcarse en la media de antología. Poeta se hacía una bellísima pintura, encendida de bravuras, estrecho de sienes, tocado arriba por la gloria. ¿Cómo no se iba a protestar un toro tan bonito? El toro de Domingo Hernández vertía calidad en los vuelos, el temple excelso, el ritmo sostenido. Ginés lo puso de nuevo al caballo después del puyazo corrido. Y por el camino quedó de nuevo una alfombra de verónicas de pecho y compás. La lentitud de las muñecas. Y la llamita que se posaba sobre la montera. Castella se entrometió en su turno por saltilleras, contagiadas de la suavidad del tranco.

Empezaba a verse demasiado todo lo bueno de Poeta. Y eso en Madrid es un riesgo. GM lo brindó al Rey Don Juan Carlos. Que nos ha regalado el buen bajío de un puñado de toros inolvidables bajo su presencia: parladés y juampedros, victorinos y adolfos, montalvos y… ¡Poeta! Ginés honró el tributo a fuego lento. Desde el deslumbrante principio tan exageradamente enriñonado, tan hermoso en el paso, la trinchera y la trincherilla. Y allí en los medios se descaró con su destino.

Su mano derecha construyó los cimientos. Tan atalonado y hundido y exagerado en su propia cintura. Las series pusieron a hervir los tendidos: entre ellas galopaba Poeta en la distancia generosa, y luego se daba en ellas con la misma generosidad. Marín leía al toro en largo, ligaba los versos cortos y Madrid coreaba con oles alejandrinos. A izquierdas el garcigrande de Domingo racaneó el metro más que desbordaba cálidamente su derecha. Y por algo inexplicable, o que yo no sé explicar, la faena no pasaba de esa zona cálida. Ni se convertía en el incendio pronosticado. Como si al final hubiera rescoldos y no llamas desatadas. GM cerró por bajo y fenuflexo muy toreramente. Y agarró una estocada sensacional que liberó el rugido contenido hasta entonces. En la oreja se frenó el personal. Que ovacionó con frenesí el arrastre de Poeta en su último surco de la tierra.

Afortunado traía el porte opuesto a Poeta. Un aire bruto, fuerte en su embestir. Ginés Marín le ofreciño la izquierda sin pensarlo, y la vibración trepó por los tendidos. Enfibrado, concienciado, emotivamente firme. No sé si incluso toreando mejor que al anterior por la exigencia del enemigo. De pronto, también hubo un momento en que aquello pareció descender. Pero remontó por irresporables bernadinas al punto de sentir la brisa de la calle Alcalá. Un pinchazo previo al espadazo no calmó el ansia popular de gloria. Que se estrelló contra Magan. Y así el poema de Ginés quedó incompleto.

La fortuna había respetado tanto al extremeño oriundo de Jerez que incluso el viento calmó su furia en sus turnos. Tanto, que no embistió ningún toro más con notas parecidas. A Sebastián Castella se le paró a plomo el remiendo de apertura de Buenavista y se le cruzó un cuarto muy cabrón. Y a Álvaro Lorenzo se le movió uno engañosamente y otro violento y bravucón. Los dos de ritmos y velocidades cambiantes; los dos para apostar al menos un alamar más allá de la corrección.

Ginés abandonó inconsolable la plaza. Y dejó atrás su buena tarde y su buena suerte.

ABC

Por Andrés Amorós. El sabor del toreo de Ginés Marín en Las Ventas

Una vez más, acude a la Plaza Don Juan Carlos, con la Infanta Elena. Le brindan los tres espadas. Y, una vez más, el viento ha soplado con fuerza, dificultando muchos lances.

En el cartel, los toros de Garcigrande, los más apetecidos ahora mismo por las figuras. Los tres diestros ya han actuado en la Feria y sólo Ginés Marín logró un trofeo. Revalida su éxito, esta tarde: corta una oreja y el presidente le niega la salida en hombros, que la Plaza pedía, pero deja una excelente impresión. Con buenos toros, Castella y Álvaro Lorenzo no superan la grisura de una tarde casi otoñal.

Entre los aficionados madrileños, tiene fama Castella de afortunado, en los sorteos: más de una vez le ha tocado uno de los mejores toros de la Feria. No tuvo suerte, este año, en la corrida de Jandilla. El primero, un remiendo de Buenavista, es noble pero justo de fuerzas. No nos libramos de las chicuelinas, en los dos primeros quites. (Una voz, en el Sol, recuerda a los diestros que también existen las verónicas). El toro tiene bondad pero poca fuerza y recorrido; los estatuarios iniciales no ayudan nada y el trasteo carece por completo de emoción. Sin estrecharse, pincha tres veces y descabella. «Fuese y no hubo nada». Al cuarto lo pican mal, tapándole la salida. Después de doblarlo por bajo, el toro queda corto y la faena, muy breve, se remata con un sartenazo muy bajo que provoca el lógico enfado. No ha tenido Castella una buena tarde.

Por tercera vez actúa –y se despide de la Feria– el toledano Álvaro Lorenzo. No le fue demasiado bien con los del Tajo ni los de Alcurrucén. Todos coincidimos en que tiene condiciones pero muchos creemos que le falta dar un paso adelante, en ocasiones como ésta. Reciben con algunos pitos al segundo, un «zapato», bajo, justo de presentación pero acude pronto, con alegría y nobleza. Álvaro lancea con gusto, jugando bien los brazos. Saluda, con los palos, Rafael González. Liga templados muletazos, con el buen estilo toledano que aprendió junto a los Lozano, pero le afean la colocación y sufre dos desarmes, que lo enfrían todo. Agarra la estocada a la segunda. Algún natural ha sido bueno pero, con este toro, en esta Plaza, eso no es suficiente. Hay que apretar más. El quinto supera los 600 kilos, derriba espectacular, tiene el nombre adecuado, «Fuerte». Los muletazos son correctos pero no logran prender la llama del entusiasmo. Me recuerda Lorenzo al alumno que suele quedarse en el «Notable» o el «Aprobado» y se contenta con eso. ¿Qué pensará su maestro, don Pablo Lozano, que le contempla desde el callejón?

Siempre he defendido que Ginés Marín posee cualidades fuera de lo común pero debe poner toda la carne en el asador. Después de una temporada pasada regular, sí reaccionó con los toros de Montalvo. Puede y debe apretar más, para estar en la primera fila. Con un vestido que parece de banderillero, dibuja buenas verónicas al tercero, otro «zapato» colorado, pronto y alegre. El comienzo, por bajo, ya levanta olés. La nobleza del toro le deja lucir su facilidad y su excelente estilo, en muletazos ligados, cada vez más lentos. Al final, unos circulares, un pase de pecho al ralentí y los ayudados por bajo levantan un clamor. La gran estocada lo refrenda. El bravo toro, un «Poeta» digno de su nombre, tiene una hermosa muerte: ha sido muy bueno pero –recuerda un vecino – los toros bravos descubren a los malos toreros y Ginés no solo lo ha aprovechado sino que nos ha hecho saborear la belleza. Al último, sin probaturas, lo llama de lejos, al natural: el toro va bien, con casta, se suceden los emocionantes pases, rematados por una preciosa trincherilla. Al pasar a la derecha, liga excelentes muletazos. Después de un leve bache, remonta la faena, conduciendo la noble y encastada embestida. Después de torear tan bien, no le hacía falta recurrir a las manidas bernadinas. (¿No hay quien le diga que su clasicismo no las necesita?). Pincha antes de una estocada de rápido efecto. Aunque la petición es mayoritaria, el presidente niega la oreja (y la salida en hombros).

Se ha quedado Ginés Marín a un paso del triunfo clamoroso pero ha demostrado la calidad de su toreo, con dos toros muy distintos, dentro de la bravura: el primero, muy suave; el segundo, encastado. Con los dos ha estado francamente bien. En el paladar nos queda el sabor del buen toreo, la gracia que se impone a la violencia. Ése es el camino para ser figura.

Posdata. El alcalde socialista de Valladolid ha mantenido siempre una actitud beligerante en contra de la Tauromaquia, que tanta importancia ha tenido y tiene en esa ciudad. Recuerdo una multitudinaria manifestación en contra de su actitud antitaurina. La acaba de culminar adhiriéndose públicamente al animalismo. Victorino Martín le ha recordado el ejemplo de los lechazos y del queso de su tierra. Supongo que ésa es la actitud abierta, sin prejuicios ideológicos, que, según el ministro Ábalos, defiende el PSOE…

La Razón

Por Patricia Navarro. “Poeta” para la gloria mientras Ginés se asoma al abismo de la Puerta Grande

“Poeta” tuvo que ser. Lo llevaba en la cara, lo llevaba en el nombre, en las terciadas hechuras, tan estrecho de sienes, tan armonioso, tan bien hecho, tan perfecto el toro que estaba obligado a embestir, predestinado por el nombre. Lo cantó de salida el ejemplar de Domingo Hernández, porque fue un canto en toda regla al ritmo, a la entrega, a la claridad en el viaje, una ida al más allá con billete de vuelta en los mismo términos. Ginés Marín meció los vuelos del capote y fluyó el toreo a la verónica, que es universal para las emociones y convierte en casi el resto de toreo de capa en puro bullicio cuando se logra hacer con esa pureza. El clasicismo sigue guardando la llave de la eternidad. No falla, anida el sentido último de la Tauromaquia, la negación repetitiva de las modas. No se salió de esa línea y la conquista anidó siempre en el margen de la cadencia. Quitó después, por el mismo palo, con infinito buen son y en su turno Castella. Era una exposición pública la calidad del toro y eso puede suponer una dificultad en sí mismo. Por abajo, el torero comienzo de Ginés, y ya en la verticalidad, y ya en el centro del ruedo, a pesar de que el viento es uno más en esta feria isidril, cuajó Ginés tandas muy ligadas y barnizadas de temple de arriba abajo. Ahí el vaivén del toreo. Por la diestra más rotundo, más macizo, era un gustazo ver aquello, el deleite de un toro que cosía su embestida a los vuelos de la muleta, planeaba, a ras de la arena, tan franco como bello con un ritmo que era pura poesía. Se desmoronó por momentos la faena al natural, fue el impasse de lo que venía, de lo que vino, una tanda larga, maciza, con intensidad en los remates. Bajó un poco el ímpetu el toro, que no la calidad ni la calidez de sus embestidas. Suavidad la tela de Ginés y soberbios los ayudados por bajo, sin recovecos, sin un ápice de mentira en ese toro que embistió en honor de la cabaña brava. Se fue Ginés detrás de la espada con los ánimos mermados en los tendidos, faltaba esa explosión que pellizca en otras ocasiones y por eso en vez de doble trofeo fue uno. Fue el toro perfecto de Sevilla, por dentro y por fuera. A «Poeta» le recordaremos. Faltó quizá eso que no se ve, el abandono al otro lado del cuerpo para sacarnos de la plaza destrozados. Esa simbología pura que acaba hablando del alma.

A ciegas se puso al natural nada más comenzar con el sexto. Fue otro toro importante, en otra versión, un caudal de transmisión llevaba el toro a cada paso, en cada embestida, rota por abajo y con el camino hacia la gloria escrito en algún lugar. Ginés no se amedrantó, a pesar de que a veces le pudieron las intermitencias, pero entre los paréntesis dejó, nos dejó, tandas mayúsculas y la luz al final del túnel de unas bernadinas de infarto. Un pinchazo precedió a una estocada fulminante. Se pidió la oreja con ganas, pero el presidente dio la espalda a la democracia y tiró de autoridad sin sentido. No son las reglas del juego y el juego es serio cuando se pone al servicio del destino la propia vida. Dio dos vueltas al ruedo. Se había llevado el lote de una tarde sin opciones para Castella ni Álvaro Lorenzo. El sorteo tuvo un único ganador a las doce de la mañana y así lo vivimos.

Madrid Temporada 2019

madrid_050619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)