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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

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Jueves 7 de junio de 2012. Corrida de Beneficencia

Corrida de toros para rejones

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Cuatro toros de Núñez del Cuvillo (justos de presentación y raza. Destacó el noble 6º) y dos de Victoriano del Río (3º y 4º, de dispares hechuras y juego. Destacó el fondo del 3º).

Morante de la Puebla. Silencio y bronca.

José María Manzanares. Silencio y silencio.

Alejandro Talavante. Oreja y oreja.

Entrada: lleno de ‘No hay billetes’.

Incidencias: presidió el festejo desde el Palco Real la Infanta Elena.

Crónicas de la prensa: COPE, EFE, La Razón, El País, El Mundo, Diario de Sevilla, Marca.

COPE

Por Sixto Naranjo. Alejandro Talavante, una y una sí suman dos

Hay puertas grandes y puertas grandes. Y la que abrió este miércoles Alejandro Talavante en Las Ventas fue de las de peso. Esta vez, las orejas cortadas de una en una sí sumaron dos muy grandes. Por actitud, por mente despejada y por toreo. Con dos toros de buen fondo pero justo fuelle, Talavante supo andar por la plaza de Madrid con el aura de figura y consciente del toreo que gusta en Las Ventas. Profundidad y mando al servicio del toreo. Ni más ni menos. Tan fácil y tan difícil a la vez.

Y todo ello sobreponiéndose a un ambiente a la contra toda la tarde de un público harto de tanto baile de corrales, de tanto toro rechazado, de tanta corrida remendada. La empresa no puede enjugar su enésimo petardo por el éxito conquistado por el diestro extremeño.

El tercero fue uno de los remiendos que entraron en el festejo luciendo el hierro de Victoriano del Río. Toro en el límite de todo pero que tuvo buen fondo para aguantar la faena de Talavante, que ya antes había abrochado un quite por chicuelinas con un recorte que apuntaba a media. La faena explotó desde el principio, con una tanda de naturales reunida y ligada. Tirando mucho del toro y metiéndoselo para adentro siempre. Hubo un momento de menor acoplamiento a derechas pero la faena remontó de nuevo con la zurda en una tanda muy lograda que resolvió con una arrucina cuando el toro se paró. La estocada cayó desprendida pero no restó valor para que el público pidiese y el palco concediese la primera oreja.

Con el ambiente de nuevo cuesta arriba tras la lidia del cuarto y quinto toro, a Talavante le tocó poner toda la carne en el asador con el sexto de Cuvillo, muy cortito y falto de remate en los cuartos traseros. Lo midió en el caballo y apostó esta vez por el pitón derecho, el mejor del toro. Bien colocado, buscó el refugio del viento entre el 1 y el 2 para desgranar tandas de muleta arrastrada, encajada planta y profundo trazo. Y los remates de la tandas, pura fantasía. Otra arrucina, enormes pases de pecho o un cambio de mano fueron digno colofón a las series. Se tiró de verdad Talavante tras la espada, perfecta ejecución y un dedo abajo la espada. Cayó otra oreja y con ello se descerrajaba por segundo día la Puerta Grande de Las Ventas, ver para creer después de un San Isidro calamitoso.

El resto de la Beneficencia estuvo marcado por el viento que azotó Las Ventas toda la tarde y el escaso juego de los otros cuatro toros de Cuvillo y el segundo de los parches de Victoriano del Río. Morante alternó momentos lucidos con otros más desinhibidos. A su primero, mansito pero que rompió con nobleza y clase en dos tandas, el de La Puebla lo toreó con mimo y compás. Pero hasta ahí duró el toro y la faena.

El cuarto fue un zambombo de Victoriano del Río de más de 600 kilos y bastas hechuras. ¿Por qué tampoco se pita o se protestan semejantes mastodontes? Ay Madrid… Aquí brilló el capote de Morante en un quite por chicuelinas vistoso y torero. Pero en la muleta, el bruto se movió sin clase y el sevillano lo despenó con prontitud entre pitos y reproches desde los tendidos.

Quien dejó pasar de nuevo en blanco su tarde en Madrid fue José María Manzanares, que no ha estado a la altura de la figura que es o se le presupone. El alicantino debe comprender que el toreo aliviado que sí vale en otros cosos no sirve para Las Ventas. El paso al frente y las reivindicaciones deben hacerse en escenarios así y por cualidades hay que exigírselo. Su primero se tapó por las dos puntas que coronaban su anovillada cara. Sueltito de carnes, el de Cuvillo hizo pelea de bravucón en el caballo de Chocolate, empujando al principio y saliendo de najas del peto después. A la muleta de Manzanares llegó con movilidad y deslizándose con claridad y sin maldad. Pero Manzanares se colocó por las afueras y por ahí se pasó al ‘cuvillo’. Rugieron en contra los tendidos, con razón. Ya no se sintió el torero cómodo, dejándose tropezar demasiadas veces el engaño. La faena se fue consumiendo como la cera de una vela.

El quinto fue otro astado de Cuvillo más que justo de trapío que se movió sin clase ni celo. Pero Manzanares, ya a la deriva, firmó un trasteo vulgar, de nuevo sin ningún ajuste y con el torero visiblemente descentrado.

La Razón

Por Patricia Navarro. Talavante revive la gloria de Madrid

Una multitud se arremolinó a las puertas de la puerta con mayúsculas del toreo. La que encamina a hombros a la calle de Alcalá. El sueño dorado para el que debuta en Madrid o el que vive en figura. Talavante cruzó ayer el umbral deseado, codiciado, allá donde residen las ambiciones y la ilusión por vestirse de torero, por sentir el arrebato de la emoción. De la pura apoteosis sufrió el extremeño en la puerta grande, tiraban de uno y otro lado, caminos paralelos, irreconciliables. El toreo convocó el «no hay billetes». 24.000 almas en Madrid. En el mismo sitio, a la misma hora. Señores, señoras, chavales… Aficionados o cercanos al calor de la tradicional Beneficencia. Y para día tan señalado sufrió Madrid. Primero el bochorno del boicot de un sector minoritario del público y después de una andanada del 9 (calculo) que inundó el ambiente de protestas sin sentido durante toda la tarde. El resto, toda la plaza, vinieron a Madrid no para sentar cátedra sino para disfrutar de ese no sé qué que provoca en décimas de segundo el olé desgarrado de un Madrid profundo. Ese no sé qué que dispara los vellos, de punta, porque de un muletazo a otro hay un mundo que habita en los matices, en la emoción que se palpa con los sentidos sin llegar nunca a tocarlo. El ruedo, donde ocurre este espectáculo trágico, es y será el escenario inalcanzable para la mayoría de los mortales.

Talavante nos amordazó las ilusiones nada más comenzar la faena del tercero, remiendo de Victoriano del Río. En el tercio, le cambió el rumbo en el último momento e hizo pasar al toro por los adentros. Lo sorprendente de su puesta en escena ya nos había conquistado. Personalidad. Y después, apostó Talavante, con la izquierda, en la distancia larga, donde el toro galopa hasta llegar al engaño y cosió naturales bellísimos. Largos, made in Talavante, el toro acudió con mucha alegría y de esa inercia de la distancia le sirvió al extremeño para montar la primera parte del trasteo. Cuando se paró el toro, pulseó Talavante, tiró de él, a favor del toro, y le sacó dos soberbios naturales. La espada, en el sitio, le permitió pasear el trofeo. El sexto de Cuvillo fue buen toro. Sobre todo por el diestro acudió con alegría, transmisión y desplazándose. Empezó Talavante por su pitón estrella, pero los mejores momentos, buenos de verdad, llegaron por la derecha. Ralentizó el toreo hasta muletazos que daba tiempo a memorizar: transcurría todo con una deliciosa lentitud. Cosía la fragilidad de un pase a otro, una pintura, imaginación, recursos, rebosándose de toro. El toreo. Qué buen momento. De la suerte suprema dependía la puerta grande y la espada entró hasta la bola. Madrid, ese Madrid huérfano de triunfos y renegado del ambiente, había entrado de lleno mucho antes. Conquista y reconquista Talavante en la plaza que le catapultó ya de novillero y sin cortar orejas. Las cosas no ocurren por casualidad.

A Manzanares le boicotearon sus dos faenas. De principio a fin. Su lote se movió pero con la cara más suelta, menos entrega. Intentó José María cambiar el sino de la tarde, pero era sin más, imposible. Desesperante.

Morante nos dejó para la memoria un quite por chicuelinas que bien valen una crónica entera. Pellizco, arrebato, desgarro. No es algo periférico, le sale de las entrañas y con esa fuerza llega al tendido. Brutales. Dejó más crudo en el caballo al toro, que era de Victoriano del Río y pasaba de los 600 kilos, pero la cosa no fue después. El toro era brutote y Morante se fue desinflando mitad viento, mitad desencanto. La bronca era de justicia. Su primero tuvo clase, descolgó la embestida y se desplazó. Pero Morante parecía ausente a pesar de que Madrid lució las rayas del tercio rojas como en Sevilla a su petición. Una Monumental desnuda para Beneficencia, sin engalanar.

Talavante, sí Talavante, gloria para el toreo. Clamorosa y dolorosa puerta grande, penitencia para la eternidad.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Talavante o la diferencia entre figuras

Por actitud, Talavante marcó la diferencia en la corrida. También por ingenio. Talavante planteó su tarde con auténtica vocación de torero grande. Y así resultaron sus dos faenas, de mucha categoría.

Con diferente guión, pues cada toro fue de diferente manera en hechuras y comportamiento. Hubo, no obstante, algo muy característico en ambas: el valor. Pasarse los toros tan cerca siempre tiene eco, es la fórmula más clara para “llegar” al tendido.

Luego está “el alma” en la interpretación, que Talavante acertó a poner en cada lance y muletazo. El sentimiento del toreo para hacerlo arte. Y a todo esto, basándose en una impecable técnica, que en el caso de la que utilizó frente al sexto fue también infalible.

Rotundo Talavante desde que se hizo presente con el capote en el quinto por chicuelinas, en el quite ya que antes de ir al caballo el toro no tenía ninguna voluntad de embestir.

Con la muleta, la quietud y el valor. El muñecazo o golpe seco para enganchar de cerca la embestida y soltarla en el sitio justo para empezar el siguiente pase. Hubo una ligera interrupción en el toreo al natural por un par de enganchones, pues no fue toro que se entregara al cien por cien. Pero en general, lo fundamental, y por los dos pitones, tuvo unidad y armonía.

Una faena con muy buen argumento, refrendada con una estocada en la que entró el torero derecho como una vela aunque todavía necesitó de un golpe de verduguillo. Fue una oreja de ley.

Y tanto peso tuvo el trofeo también del sexto, toro que hizo dudar en la primera parte del trasteo, pues no terminaba de acompañar, yéndose suelto. Pero resurgió la esperanza cuando Talavante se anticipó en cada muletazo al siguiente.

La muleta siempre “puesta” en la cara del toro, que no veía otra salida que no fuera la huida hacía adelante. La colocación del torero, en el sitio justo donde había que atacar. Además de lentitud y parsimonia, sin brusquedades, para confiar al toro, que empezó a cambiar a bueno.

La importancia de hacer las cosas bien, con entrega y claridad de ideas. Las palmas echaban humo en el final de faena, con tres muletazos ligadísimos que incluye la talavantina de su invención, parecido al pase de las flores pero con la muleta completamente detrás del cuerpo, un cambio por delante y el de pecho. La locura, y esta vez el toro rodado tras la estocada. Otra oreja, y la Puerta Grande, a la gloria.

Los otros dos alternantes, “Morante” y Manzanares, desmotivados. El primero pretendió encandilar componiendo la figura en dos medios pases en el que abrió plaza, sin llegar a montar faena. Con el cuarto no quiso, escudándose en el viento, aunque tampoco llegó a elegir los terrenos adecuados, empeñado en torear donde más soplaba.

Manzanares tampoco se dio importancia en ninguno de su lote, perfilero en los cites. No tuvo toros propicios, aunque su principal hándicap fue su propio desánimo.

Por todo se notó más la diferencia de Talavante, verdadero figurón.

Sur

Por Barquerito. Talavante, a hombros

La corrida de la Beneficencia tuvo cuatro tramas. La primera, pero no la mayor, fue una escabechina veterinaria -rechazos, repescas, luz de gas- que se resolvió con la licencia de sólo cuatro toros de los seis previstos de Cuvillo. Dos por delante, muy astifinos los dos; de bastante mejor estilo el primero que el segundo: Y otros dos por detrás, que tuvieron menos trapío y plaza que los dos que abrieron. Alto de agujas, zancudo y sin enmorrillar el quinto, de afilado hocico; aleonado, bajito y cabezón, terciado pero musculado el sexto.

El segundo dio seis kilos menos de peso que el sexto y tuvo, sin embargo, más plaza. El segundo fue protestado con cierto ruido; al sexto, que tuvo de salida un trote saltillero -como los toros de Victorino- y, luego, guasona movilidad, no se le puso reparo alguno. Los cuatro toros de Cuvillo se fueron sueltos y casi a escape de los caballos, pero no sin haber peleado con ellos antes. El segundo, de nervio temperamental, romaneó y, por los pechos, puso al jaco de manos. El quinto acudió pronto; el sexto apretó en la primera vara y protestó en la segunda. Un surtido de conductas.

Los cuatro galoparon en banderillas con llamativa entrega. Y, luego, peleó cada uno de una manera. Completaron corrida dos toros de Victoriano del Río. No fue, por tanto, un saldo el parche, sino todo lo contrario. Sólo que esos dos toros de Victoriano fueron el huevo y la castaña. Muy terciadito el tercero, retinto, cinqueño, de transparente bondad: muy sencillo. Gigantón el cuarto, de alzada fuera de proporción, gordísimo, y de raras hechuras. Pesaba, según tablilla, 631 kilos. No descolgó ni en un solo viaje y a su hora vino a revelarse como de violento fondo. La segunda trama fue la del reparto de toros. Se abrieron los de Victoriano y los dos más justos de trapío -el cinqueño de Victoriano y el enanito de Cuvillo- se acabaron enlotando juntos. El cuasi mastodonte de Victoriano cayó en manos de Morante. Sólo Manzanares pudo torear dos de Cuvillo. El tercer y el cuarto asuntos no fueron banales. En tarde veraniega, el viento no paró de enredar. Hasta los papelitos de guía se batían en remolinos. El viento descubrió a Morante cuando más asentado estaba con el primero de corrida: hizo sufrir mucho a Manzanares en el primer turno porque el segundo de la tarde fue el más difícil de los seis; volvió a descomponer y descubrir a Morante cuando, en tablas y junto al portón de salida -el de la puerta grande-, trataba de tomarle las medidas al cuarto, que se había quedado sin picar del todo; y no dejó a Manzanares ni elegir terreno ni soltarse a gusto cuando pretendió pararse con el quinto. Sería capricho pero sólo a Talavante respetó dentro de lo que cabe el viento. O le molestó mucho menos. O acertó a encontrar el sitio donde estaba apagado el ventilador.

Y, en fin, el revés de la trama pero su mayor argumento: el ambiente, que tuvo todas las caras posibles. Un ambiente vitriólico con Manzanares, a quien fueron a reventar en toda regla, y hasta orquestadamente, porque mientras faenaba con el quinto en dos andanadas se corearon olés extemporáneos de burla. Hacía mucho que no se humillaba tanto a un torero en Madrid. No las voces sueltas ni los gritos de castigo del repertorio canónico de las Ventas, sino otra cosa todavía más inhóspita. El trato fue brutal, pura injuria. La caza y captura de Manzanares. Manzanares, desventurado en el sorteo, no perdió los nervios, pero no llegó a sujetarlos del todo nunca. Mató por derecho y con verdad. Las dos estocadas taparon a los dragones la boca.

Morante y la atmósfera

Morante se sintió más o menos muelle en una atmósfera que conoce de sobra: lo trataron como a un artista único, jalearon sus mejores inventos -un precioso quite por chicuelinas, de distinto estilo cada una de ellas, como si fueran variaciones de un mismo cante, una tanda de bello desmayo en redondo- y los que protestaron lo hicieron sin saña. No hicieron sangre con Morante, que estuvo seguro y listo, y dejó su aroma hasta al andar.

En este río revuelto sacó ganancia Talavante. En papel de consentido, como se dice en la Plaza México de los toreros con licencia. Algún gruñido, alguna reclamación cuando abusó de torear con la muleta excesivamente montada o a suerte descargada. Nada. Pasaron sin apenas rechistar sus toros -un solitario miau para el tercero, vista gorda con el sexto- , se le estuvo esperando siempre y un relativo rugido de plaza sofocó de sobra las voces discrepantes.

Talavante estuvo muy entregado y muy firme. Las dos cosas. Le puso su firma a las improvisaciones y a los alardes: las arrucinas de solución o intercaladas, el toreo cambiado de cambio de mano tan del repertorio mexicano, interpretado por cierto con desigual fortuna, las reuniones de espasmódico acento en que parecieron encontrarse toro y torero de casualidad. Y también la firma a pausas larguísimas en una faena, la del sexto, que se vivió con un silencio tan elocuente como la gresca de fondo que persiguió a Manzanares como su sombra. Ni la faena del notable toro de Victoriano ni la del encastado sexto de Cuvillo -toro de brava recámara- fueron redondas ni rotundas, pero tuvieron eso que se llama verdad. Espontaneidad, imaginación y recursos: el tapar, tocar y soltar toro, los molinetes acribillados, la listeza para domar el punto celoso del sexto. Hasta su clamorosa inhibición para tomar el verduguillo y descabellar al tercero se aceptó como ingenio y no como renuncia. Y, en fin, la espada empujada con el corazón, que es parte de la verdad. Una oreja y otra. La puerta grande.

El País

Por Antonio Lorca. Talavante, por la puerta grande

Al final, triunfó quien más ganas mostró; y ese no fue otro que Alejandro Talavante, que no alcanzó, ni mucho menos, un triunfo apoteósico, pero estuvo más animoso y entregado que sus compañeros, se sintió a gusto en algunos pasajes de sus faenas, encandiló por momentos al respetable, y, ahí lo tienen, triunfador de la tarde y a hombros por la puerta grande.

La verdad es que esta puerta madrileña se ha puesto demasiado fácil; bueno, la verdad es que se ha perdido la exigencia, que ha sido siempre consustancial al toreo extraordinario. Hoy, enjaretas cuatro -muchos son- muletazos con cierta gracia, rematas con el de pecho y la gente se vuelve loca.

No es cuestión, sin embargo, de restarle méritos a Talavante, sino de afirmar sin miedo que su labor tuvo destellos de calidad, momentos de hondura, pero ninguna de las dos faenas desgranó la esencia de una obra mayor. En absoluto.

Un quite por chicuelinas en su primero fue lo único que se puede anotar en su toreo de capote. Inició el muleteo en ese toro con un pase cambiado por la espalda y una buena tanda con la mano izquierda, firme y ligada. Sorpresivamente, citó en la siguiente con la derecha, y el toreo consiguiente perdió profundidad. Y volvió a la zurda, y todo perdió fuelle. Al final, brilló más el toro, encastado y noble, que el torero, que solo lo hizo en detalles puntuales y en la forma de tirarse encima del morrillo de su oponente y agarrar una estocada algo caída. A pesar de que el animal tardó en morir, se le concedió la oreja por la insistencia de un público arrastrado por una euforia extraña y, a todas luces, sin base firme.

También fue bueno para la muleta el sexto, al que recibió con unos estatuarios en los medios de poca enjundia. Destacó Talavante en un par de tandas con la derecha, que pecaron de prisas, un natural, un cambio de manos y un largo de pecho. Tampoco hubo faena grande, y, de nuevo, la generosidad de los tendidos.

Quizá por eso, lo más bonito de la tarde fue la expectación creada, la plaza llena, la ilusión generalizada y ese triunfo imaginado. La realidad fue muy distinta; de momento, a las figuras acompaña siempre el baile en los corrales. (No olviden que estaba Curro Vázquez, apoderado de Morante, lo que es plena garantía de que se intentará colar gato por liebre). No se aprobó completa la corrida anunciada y lo que salió por chiqueros superaba en muy poco el cuerpo de los gatos, animales, por otra parte, que las figuras lidian y matan por todas las plazas de este país y del resto del mundo.

Pero es que, además, hizo viento. ¡Oh…! Y afectó de lleno a Morante ¡Oh…! Y Manzanares no tuvo su día… ¡Vaya hombre…! En fin, un desastre.

Mientras Talavante paseaba su segunda oreja, Morante esperaba sentado en el estribo con el capote sobre las piernas. Fue, quizá, la imagen más torera de la tarde. Un símbolo taurómaco en sí mismo. Lo miras y era el espejo de la portada de un libro de estampas taurinas

Además, no se puede decir que Morante de la Puebla no venía con ilusión porque no sería verdad; pero es que necesita un toro tan especial, que lo normal es que no lo encuentre. Recibía, muleta en mano, por bajo a su reservón primero, cuando se levantó una ráfaga de viento -también es mala suerte- y lo estropeó todo. Frunció el ceño el torero, encogió el cuerpo todo, enseñó los dientes, se batió en retirada y no ocultó sus precauciones. Hubo después dos derechazos limpios, y otros tres un poco más tarde, y un natural allá al final. Total, que no hubo lucimiento.

Se esmeró en el cuarto en un quite por chicuelinas un poco forzadas, que destilaron la gracia propia que lleva encima este hombre. Lo recibió, después, por ayudados, pero otra vez apareció el viento y se acabó la presente historia. El toro, muy reservón, tampoco era una joya; lo macheteó por la cara y abrevió acertadamente, aunque la gente se lo reprochara.

Peor estuvo quien más desconocido, banal y superficial se mostró, que fue Manzanares. Mató el lote peor presentado y una parte del público lo molestó de forma reiterada. Pero el torero no estuvo a la altura de las circunstancias; siempre mal colocado, descaradamente al hilo del pitón, toreando hacia fuera, y así es imposible emocionar. Lo suyo fue un recital de pegapasismo moderno.

Talavante, a hombros. El día que triunfe alguien de verdad, ¿cómo lo van a sacar?

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Multitudinaria Puerta Grande para Alejandro Talavante

El himno de España sonó en Las Ventas para recibir a la Infanta Elena en el Palco Real. Breve la banda. Acompañada de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, y la alcaldesa de la capital, Ana Botella. La plaza cerró la Marcha Real con sonora ovación. Los tres toreros cumplimentaron a la Infanta. El último por turno Alejandro Talavante, que en el ecuador de la tarde había realizado lo más sabroso. Con el toro de Victoriano del Río que remendaba la corrida de Cuvillo. Uno de los dos. A pies juntos lo saludó con el capote. Contadas se reflejaron las fuerzas del toro. Lo cuidó en el caballo. Apenas sangrado. Entre varas, un quite por chicuelinas que desembocó en un sabroso recorte a una mano que se inició como media. En banderillas tomó aire 'Lírico', que apuntó su buen fondo en el capote de Valentín Luján. Talavante inició faena a la mexicana con un pase por la espalda y una coda de pases de todas las marcas. En los medios, una serie esplendorosa de naturales, muñeca y asiento, de mucho eco. Pero decidió Alejandro de Extremadura cambiar la mano en lugar de apostar al natural. Reunida la serie de derechazos. La faena en el intercambio de manos tuvo momento de barullo en el cambio de mano por la espalda para seguir al natural, muy roto, cuando recompuso el orden. Un molinete zurdo libró la tanda exigente con el toro, que amagó un parón. Sobre la derecha en buen son. Pero el interludios de fantasía le salían un tanto liados, como la arrucina. Mas valor para hacerlos casi que magia blanca. El toro de Guadalix tuvo la faena exacta, quizá sin finales. O sin final para torero y público. La estocada rinconera y pasada necesitó del descabello. Cayó una oreja.

Morante se encontró con un cuvillo como encogido de los cuartos traseros. El capote por alto y el toro que se quedaba debajo. Como desriñonado, soltaba un taponazo último por alto. No lo picó apenas. Molestó el viento. Casi toda la tarde. Genuflexo se abrió con él hasta más allá de la raya. Poco más. Dos derechazos como un brote de esperanza. Otra arrebata provocando la arrancada, muy forzado y por fuera. No era el toro. Menos lo sería el bruto cuarto de Victoriano del Río. Redondo de kilos: 631. Embestía tal cual era. De basto. Morante quiso en un quite arrebatado de zapatillas movidas y aire antiguo. Después con la muleta se fue a los medios, donde más molestaba el viento. La embestida pesaba y molestaba todavía más. Corta y a pechazos. El de la Puebla abrevió y el personal se cabreó. Paso en blanco por Madrid. O en negro.

Manzanares sorteó un zapato que se tapaba por la cara que precisamente soltaba mucho. Salió emplazado el cuvillo, que marcó sus querencias. Sin embargo, en el primer encuentro con el caballo lo levantó por los pechos; Chocolate que es un soberbio picador le agarró un puyazo muy serio. Y otro como si nada. Pero el toro sangraba hasta la pezuña y dejaba charquitos donde pisaba. En la primera serie de derechazos el viaje con el puntito mansito viajó largo, y Manzanares se lo pasó muy lejos. Le pegaron el cante. Desde ahí no se sintió cómodo nunca. Con el viento tampoco claro. El trapío del quinto de Cuvillo dejaba mucho que desear. Tanto baile de corrales para esto… Trujillo se desmonteró en banderillas y su jefe de filas estuvo vistoso con el capote. Espeso luego con la muleta y la movilidad sin clase de su “enemigo”. Por no decir vulgar. Ni con la espada brilló. Aun con el mismo material, otra disposición se exigía.

El sexto correteo de salida. Nada castigado en el caballo. Morante perdonó esta vez el quite del perdón y no como en la confirmación de Juan Pablo Sánchez… Estatuarios poco afortunados de Talavante de comienzo. Lo cambió de terrenos en busca del refugio del viento, que eran frente al “1”. Y aun así. Le puso la izquierda y molestó algo Eolo. Pero por la mano derecha se encajó y corrió la mano de verdad. La actitud distaba de las de sus compañeros un mundo. El mejor lote sin duda. Pero había que estar así. Por esta mano el Cuvillo colocaba la cara con nobleza y se desplazaba, lo esperó y lo sometió. Otra tanda notable y un pase de pecho superior. De pitón a rabo y a la hombrera contraria. Vació la tercera tanda con un adorno de exposición. Una arrucina muy en corto y un cambio de mano cumbre. No había viento para èl. Y la estocada amarró la oreja y la Puerta Grande. Marca un antes y un después hoy. Se lo llevaron a hombros en olor de multitud.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Talavante y su tesoro azteca

Alejandro Talavante ha enriquecido en los últimos tiempos su tauromaquia con varias suertes procedentes de México. Ayer, en los momentos clave de sus dos faenas, tiró de repertorio azteca -por ejemplo, de Arruza- para sorprender al público y, al tiempo, echar mano de la ligazón. Junto a ello, el valor, la variedad y la chispa artística, fueron determinantes para abrir la Puerta Grande de Las Ventas.

Importante triunfo de Talavante en una tarde en la que la monumental madrileña lucía de dulce, con lleno hasta la bandera y el palco real ocupado por la Infanta Elena, quien presidió la corrida. Hubo detalles como las rayas de picadores, pintadas de color rojo, en lugar de blanco, a sugerencia de Morante, que junto a Manzanares y Talavante hicieron el paseíllo tras sonar el himno nacional.

En la recompuesta corrida de Cuvillo -se completó con dos toros de Victoriano del Río, tercero y cuarto-, Talavante se encontró en primer lugar con un astado castaño, bien hecho, al que cuidaron en el caballo. El extremeño, que toreó bien a la verónica y por chicuelinas, apostó fuerte en la muleta. Cerca de las tablas, aguantó una embestida de largo y a gran velocidad del toro para sacarlo por la espalda en un muletazo escalofriante, un péndulo con raíces mexicanas. Ya en las afueras, construyó una faena bien estructurada, con una primera serie de bellos naturales. Con la diestra -al toro le costaba más embestir por ese pitón-, en otra tanda corta, dibujó tres pases templados que remató con un cambio de mano y el de pecho que hicieron saltar chispas en los tendidos. Luego, con la izquierda, algún natural de mano baja y otra serie ligada dieron la medida del gran momento que atraviesa este torero, que en el epílogo tiró de valor para una arrojada arrucina. Tras una estocada arriba y un descabello fue premiado con una merecida oreja.

Si su primero era de Victoriano del Río, el sexto era de la ganadería titular, un cuvillo justo de trapío, tocadito de pitones, que apenas cumplió en el caballo y que resultó manejable en la muleta. Pero tenía más que torear. Talavante se fue en esta ocasión a los medios y allí esperó al toro para tres estatuarios. En las afueras, por el pitón izquierdo, por el que se quedaba corto, le enjaretó tres muletazos y el de pecho. Con la diestra llegó el cante grande en una serie con cuatro y un cambio de mano. En la siguiente, un pase de pecho a la hombrera contraria resultó kilométrico. Y, con el público entusiasmado, selló otra serie con derechazos templados abrochados con una trincherilla. La talavantina -pase de su creación, parecido al pase de las flores- o el pase del desdén -otra guinda mexicana- cerraron otra faena premiada con un trofeo, tras una estocada contundente.

Morante de la Puebla, con el pegajoso que abrió plaza, destacó en un par de tandas con la diestra y algún natural. Ante el cuarto -¡631 kilos!-, un animal sin cuello, apostó por la brevedad y se lo quitó tras un breve macheteo.

Manzanares se las vio con un lote de escaso trapío. Con el segundo, protestado de salida por su falta de remate, realizó una labor larga y basada en la diestra, que no llegó a calar en el respetable. Con el quinto, un astado anovillado, que fue a menos, lo mejor fueron unas verónicas ganando terreno, que coronó con una media barroca. Labor que no pasó de porfiona, con un animal que punteaba los engaños.

Al final, el diestro que apostó más fuerte, el que arriesgó sin probaturas y sin temor al viento, ganó la partida: un Talavante que también descubrió parte de su tesoro azteca y que abría la Puerta Grande en una salida a hombros multitudinaria.

Marca

Por Carlos Ilián. Puerta grande para Talavante

La corrida de Beneficencia ha sido otro muestrario incalificable de lo peor de la ganadería brava. Núñez del Cuvillo, en clara decadencia, no ha podido traer a Madrid una corrida de toros con la seriedad propia de esta plaza. Al final hubo que remendar este engendro con dos toros de Victoriano del Río. A propósito, el segundo de los del ganadero de Guadalix de la Sierra, un toraco enorme de 633 kilos, dejó en ridículo al quinto, de Cuvillo, un becerrote indecoroso. En Madrid ha quedado confirmado el declive de Cuvillo, varios años en la cresta de la ola porque todo le embestía y porque en su mejor momento se encontró con Jose Tomás que elevó a los altares a esta ganadería. Pero ahora comienza a verse que cuando no hay casta de verdad aflora el mansote sin nada dentro.

Para suerte del ganadero el sexto, otro gatito sin clase y sin fuerza, se encontró con un Talavante que midió a la perfección la poca fuerza del animalito y dosificó con exactitud lo poquito que podía sacar de allí. El torero no exigió más que lo necesario, construyó su faena sobre la calidad por encima de la cantidad por el pitón derecho ligó los mejores pases y aliñó aquello con improvisados muletazos de mucha vistosidad, como los naturales que ligaba con la serie de redondos, que le salieron de una belleza intidiscutible. La faena tuvo más efecto visual que hondura, al pairo de las escasas fuerzas y la nula casta del de Cuvillo.

Esta vez la oreja, concedida después de un espadazo desprendido, fue un premio justo y medido, todo lo contrario que la otorgada en el toro anterior, después de una faena intermitente en la que la arrucina y otros muletazos sueltos se premiaron con exagerada benevolencia. Pero la suma de ambos trofeos le abrió a Talavante la puerta grande, segunda consecutiva en esta serie que sigue a San Isidro.

Morante dejó su aroma en algun derechazo y casi se inhibió del resto de la lidia. En sus quince años de alternativa sigue sin salir por la puerta grande de Madrid. Y Manzanares, con dos novillotes, estuvo espeso, sin pasar de ramplón, especialmente en su segundo ejemplar. Se va de vacío de Madrid.

©Imagen: El diestro extremeño Alejandro Talavante, sale a hombros por la puerta grande tras cortar una oreja a cada toro de su lote. | EFE

Madrid Temporada 2012.

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