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Plaza de Toros de Las Ventas

Viernes, 07 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Alcurrucén y uno de El Cortijillo, 4º, desiguales de hechuras y presentación, mansos, y descastados a excepción del primero - (manso encastado el primero, soso el segundo, inválido el tercero, descastado el cuarto, desclasado el quinto y gazapón y sin fijeza el sexto).

Diestros:

Antonio Ferrera: de turquesa y oro, estocada recibiendo (saludos); pinchazo, estocada defectuosa (silencio).

Diego Urdiales: de gris y oro, estocada fulminante (silencio); buena estocada (saludos).

GInés Marin: de verde hoja y oro, estocada desprendida, dos descabellos (silencio); estocada corta (silencio).

Entrada: LLeno, 22.430 espectadores.

Incidencias:

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-07-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1137094393679233026

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista Detalles de Ferrera y Urdiales, en otra tarde infumable

Extremeño y riojano saludaron sendas ovaciones, sobreponiéndose a una corrida mansa y descastada de Alcurrucén. Ginés Marín, sin opciones entre un inválido y un manso

La feria de San Isidro, llevaba camino de crucero con grandes sucesos durante este mes de toros en Las Ventas. De pronto parece torcerse con las corridas de Las Ramblas, Garcigrande, El Puerto de San Lorenzo y la de hoy de Alcurrucén, una mansada de las que hacen época. Más de veinte mil espectadores abarrotaron los tendidos para ver salir de chiqueros, ejemplares desiguales de presentación, inválidos y descastadísimos. Muchas ganaderías con tardes como la de hoy, tendrían difícil su presencia en años venideros, no será problema para Alcurrucén que volverá a venir si no dos tardes, tres el San Isidro que viene. Si no al tiempo…

Decíamos que la tarde se fue por el sumidero, pero resulta que la segunda tarde de Alcurrucén empezó con interés. Antonio Ferrera en su última tarde en Madrid, se las vio con un manso encastado que le posibilitó una faena en la querencia. Hubo mando y transmisión en una actuación aderezada de detalles por bajo. La estocada recibiendo, llenó el recuerdo de la tarde de Zalduendo. El toro tardó en caer y se esfumó el triunfo. “Zambombo” se fue ovacionado al arrastre. Y se acabó el festejo. El cuarto, otro toro a contra estilo imposibilitó a Ferrera, ningún tipo de disposición. El extremeño se despidió de San Isidro de manera agridulce, pero con la sensación de un torero con un magisterio apabullante, como ejemplo: la tarde del 1 de junio. Para el recuerdo.

Diego Urdiales dejó su huella con el quinto, un toro desclasado que el torero de Arnedo estuvo muy por encima. Los fogonazos y toques fueron suficientes para que quedara patente su concepto, una tarde más. En su primero, fue silenciado ante un toro soso y descastado. Lo mejor, fue el manejo de la espada.

Ginés Marín, venía con ganas tras cerrarse la puerta grande el miércoles por culpa de la espada, aunque algunos sectores incomprensiblemente hablaron de que fue el Presidente, el que le dejó sin el preciado botín. Si pensó en reeditar triunfo, esta tarde fue tarea imposible. Menos aún con su lote de matadero, con un inválido que el Presidente se empeñó en mantenerlo en el ruedo y con un sexto gazapón ysin fijeza que dejó sin faena al extremeño. Un quiero y no puedo en toda regla. Como las dos tardes de Alcurrucénen la feria.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. 'Zambombo', el clavo ardiendo

Muy pronto se conoció públicamente cuál de las dos corridas de Alcurrucén sorteadas en el bombo de Casas era la chachi, la predilecta. Pero fue un espejismo. A veces la favorita también sale rana. Siete días después de «la otra», Zambombo pronosticó con sus hechuras de taco lo que luego sus hermanos despreciaron. No todos pero casi… Una ruina para una ganadería también siempre favorita en Madrid: su currículo de Puertas Grandes la avala.

Zambombo era un zapato. La cara colocada hacia delante. Encendido de rojos su pelaje. Antonio Ferrera repetía 24 horas después. Sin respiro. Con lo que pesa Madrid. Resolvió con dos bellas medias verónicas los medios viajes de entonces. Las salidas frías de los núnez, ya saben, aunque lleven una caldera dentro. Tras un amago de puyazo errado, Ferrera lo volvió a poner en el caballo. Y el toro ya humillaba en su poderoso capote de brega con las revoluciones prendidas. Otra media, semigenuflexa y muy torera, brilló con los reflejos turquesas del terno. Zambombo apenas sangró en los encuentros con el peto. Cuando se soltó, en su lomo había un lunar de hematíes y la divisa. Correteó hacia la querencia. Donde quería. ¡Y cómo quería!

AF lo dejó ir en modo visionario. La veteranía, que es alimento neuronal. Y allí, en la misma puerta de toriles, marchó con su izquierda presta. Parecía la reedición de una obra, suya también, del año pasado con otro toro de los Lozano. Otro que arreaba con los pistones de la casta a toda máquina. Sucedió casi lo mismo: Ferrera propuso el toreo al natural en la línea ídem -en las líneas naturales que se dice- de la embestida de pólvora en combustión. Como asomándose a ella, pero sin estar en ella. El mérito fronterizo: Zambombo no pedía desmayos. El dique que parecía tener por el pitón derecho en sus finales lo rompió el maestro la única vez que se rompió con él. Por puro desgaste, el alcurrucén aminoró, más templado, no menos largo ni menos humillado. Soltó el estoque simulado el torero como si fuera el zalduendo de la gloria pasada. De la intentona remasterizada, un circular invertido acabó en un cambio de mano monumental. Todavía duraba la cuerda encastada del ¿manso? Como las protestas del «7» a la colocación siempre al hilo. Que ya está contada. La estocada al encuentro desembocó en una pañolada que no cuajó. Ferrera se conformó con saludar la ovación. Sin pretensiones de vuelta. Quizá todas sus aspiraciones y todos sus sueños se saciaron el 1 de junio.

Casi 3.000 caracteres para narrar una sola faena dan una idea de lo poco que había que contar de todo lo demás. A Ginés le tocó un toro tan lindo que ya quisieran los novilleros de un domingo cualquiera. De contado poder, su limitada presencia ya lo había condenado. La lidia tan a la contra empujó al jurado popular al veredicto de culpabilidad: papá Marín tampoco se cortó. Y el hijo pegó unos cuantos tirones de inicio de faena. A Verdulero se le caía la noble mercancia de las manos. Que doblaba ante las duras palmas del extremeño.

Otra pataleta provocó de salida el quinto. Inexplicable en esta ocasión: el toro se montaba en su alzada con imperativa autoridad, sólo proporcional a lo que luego descolgó. Que fue mucho. Diego Urdiales quiso hacerle las cosas bien hechas a aquella bondad inconstante. Convenciéndose lentamente de poder hacerlas. Desde el embroque de su derecha a su izquierda de pulso, la viga maestra de la maestría imbuida y asumida. Urdiales en su papel. A pies juntos la sutileza de los naturales enfrontilados, en las yemas el cuello portentoso del tronco de Limonero. Una trincherilla fue un fogonazo sutil; la estocada, un certero cañonazo. El final de una cálida y clásica faena. La admiración sucumbió antes que el toro, remiso a oír el cascabeleo de las mulillas. Cayó la ovación solemne tras los avisos puntuales.

Tres toros arruinaron definitivamente la corrida predilecta. El último de todos con especial inquina. Tan serio y tan cabrón. De caballo a caballo, de querencia a contraquerencia, no paró nunca. Atropellaba como un camión sin frenos ni conductor: el Diablo sobre ruedas. Ginés salvó la papeleta. Y con media estocada lagartijera lo tumbó. Ferrera brindó el cuarto -Alcurrucén versión Cortijillo- a Antonio Briones. Tan importante en la vida del veterano torero. No mereció el manso los honores del brindado. Reculó y fue hacia atrás como esta crónica en el tiempo: el segundo tampoco le había servido a Urdiales con sus saltos locos.

Tan lejos quedó Zambombo, que dos horas después se había olvidado su fuego, el clavo ardiendo de la favorita. O de una ruina.

ABC

Por Andrés Amorós. Ni ha habido pacto ni han «interlocutado»

La deslucida mansedumbre de los toros de Alcurrucén –salvo el encastado primero– da al traste con las ilusiones que había despertado este cartel. Ferrera y Urdiales sólo apuntan algunos detalles de su torería; Ginés Marín se queda inédito.

Aunque la tarde no ha sido buena, conviene recapitular un poco. La gran entrada ilumina algo nuevo que está sucediendo, en la Fiesta. Durante algunos años, la primera fila indiscutida la han ocupado media docena de matadores (que, por sus méritos, se lo habían ganado, por supuesto). Cualquier aficionado conoce de sobra sus nombres. En la última temporada, se había incorporado a ese grupo el arrollador Roca Rey. El empresario Simón Casas rompió esa rutina al inventar el sorteo de ganaderías (incompleto, no total, como muchos aficionados desearían). Por desacuerdo con ese sistema, decidieron no torear en San Isidro tres de las primeras figuras, Morante, Manzanares y El Juli (a última hora, este último aceptó sustituir al lesionado Ponce). Algunas voces pronosticaron una Feria plúmbea, sin interés alguno. Se equivocaban: se han venido sucediendo los triunfos rotundos, las tardes apasionantes –cuando ha habido toros bravos–, las polémicas… Respetando su categoría, muy pocos se han acordado de las figuras que no han querido torear en San Isidro. Ellos sabrán si les compensa ese olvido. Ninguna de esas figuras se anuncian, esta tarde, y Las Ventas casi se llena. ¿Qué quiere decir eso? Que, después de mucho inmovilismo, las cosas están cambiando, como canta Bob Dylan. Ahora mismo, Ferrera y Urdiales son ídolos de esta afición; también ilusionan Ginés Marín, Pablo Aguado, Emilio de Justo (que está pagando su entrega con percances y no podrá venir el domingo), Paco Ureña…

Nadie olvida la originalísima faena de Antonio Ferrera al primero de Zalduendo. No pudo repetirlo con la mansada del Puerto pero sigue viva la ilusión de volver a ver algo semejante. El primero sale algo dormidito, lo propio del encaste Núñez. Lidia bien con el capote Ferrera, sin hacer el poste. Una vez más, brilla Fernando Sánchez; a mi lado, gritan: «¡Eres un fenómeno!». En la muleta, el toro va a más. Cerca de toriles, sin probaturas, Ferrera liga muletazos con emoción, porque el toro embiste fuerte. Un diestro sin su experiencia lo hubiera pasado mal, con las encastadas embestidas. Cuando atempera un poco su fiereza, fluyen los naturales, más suaves. El toro ha tenido casta y el torero, también, además de mucho oficio. Aprovechando la arrancada del toro, deja arriba una estocada y lo ve morir, sentado en el estribo, en una bella estampa clásica. La petición no se concede; debió dar la vuelta al ruedo. El cuarto, al llegar al capote, pega unos saltos de campeón; en el caballo, la cabeza es una devanadera. Aunque le han bajado los humos, sigue rebrincado, embiste de lado, con querencia a tablas. Brinda a Antonio Briones, ganadero de Carriquiri (que acaba de ceder a la Comunidad una importantísima biblioteca taurina). A media altura, intenta meterlo en el canasto pero el toro canta la gallina, huyendo descaradamente. Sólo cabe una lidia aseada y corta, lo que hace. Luce su oficio al machetear con la izquierda pero la espada cae baja. (Por lo menos, hace gestos pidiendo perdón, no da saltos de entusiasmo, como ahora suele verse, en esos casos).

No tuvo suerte Diego Urdiales con los de Fuente Ymbro pero sigue situado en el corazón de muchos aficionados. El segundo saca genio, puntea la muleta; los enganchones deslucen los correctos muletazos y un desarme acaba de truncar la faena. Logra una estocada de rápido efecto. El toro no era fácil y no ha logrado imponer su dominio. En el «politiqués», como llama Amando de Miguel a la actual jerga de los padres de la patria, toro y torero no han «interlocutado». El quinto sale enterándose, huyendo. Urdiales apenas esboza unas verónicas suaves. En la muleta, el toro embiste con sosería pero sin graves problemas. El diestro traza muletazos con naturalidad y gusto pero escasa emoción. La faena va a más, al final, con unos limpios muletazos de frente, aunque el toro acabe derrumbándose. Mata con gran facilidad. Aunque el toro tarda en caer y llegan a sonar dos avisos, le hacen saludar. Le queda todavía el cartucho de la Beneficencia.

Protestan al tercero por poca presencia y porque renquea de atrás. Va de largo pero flaquea y eso impide que se valoren los correctos muletazos de Ginés Marín, en unadivisión de opiniones típica de esta Plaza. Mata con facilidad, igual que la tarde anterior, y quedan las espadas en alto (igual que la suya). El sexto sale suelto, distraído, va de un caballo al otro, a su aire, huyendo. Los esfuerzos de Ginés Marín por sujetarlo no tienen éxito, ni en un terreno ni en otro, por ninguno de los dos pitones. Se lo quita de encima con facilidad.

La corrida, tan esperada, ha defraudado. En términos que ahora están de moda, toro y toreos han «interlocutado» muy poco; no ha habido acuerdo ni pacto, en esta cumbre. A los habituales gritos del público, se ha sumado uno nuevo: «¡Viva el 155!». Pues ya veremos si revive o no…

La Razón

Por Patricia Navarro. El oasis de Diego entre la mansada

Los buenos (toros) están en el campo”, se decía el otro día al término de la función. La marca de la casa Alcurrucén ampara a pesar de los fracasos y como a sus toros, a ese comportamiento tan especial, distinto y marcado por el encaste Núñez, que tan poco queda, también se les espera. Y allá fuimos, allá volvimos a Madrid, cuando en el túnel de los 34 días se le empieza a ver la luz. Cuando algunos de los toreros ya han quemado sus tres tardes, cuando las cartas empiezan a estar sobre la mesa a pesar de que el tablero es un cuerpo vivo en el que todo cambia. En un segundo. Ese mismo segundo en el que Madrid puede pasar del odio más visceral de las entrañas a derretirse, rendido. Es tan voluble que es la plaza más viva. La más cruel. La más ardua y la que más ruge, porque cuando se rompe se descuartiza. Los seis de Alcurrucén fueron construyendo paso a paso sin pudor ninguno una mansada de libro. La cosa adquirió tal dimensión que hubo momentos hasta dudosos, por la intensidad de la huida. Así fue en el segundo de Antonio Ferrera que en plena disposición el toro le miró y se las piró. Estaban solos, ya no había alternativa, pero las buscaban. En medio de este delirio de mansedumbre apareció Diego. El mismo que con aquel quinto, reservón, a la espera, que pasaba por allí… le hizo las cosas muy bien. Imperceptible para la masa, escrupulosamente necesario para los amantes del toreo. Urdiales se puso a torear en mayúsculas a pesar de todo. A pesar de que el toro poco decía, a pesar de que la arrancada la cargaba por dentro, a pesar de que el público, que llenaba la plaza, ignoraba, o eso parecía, casi todo lo que pasaba allí. Y no era emocionante, no rozó lo volcánico en ningún momento, pero no todas las tardes se ve ir a un toro con la convicción y la verdad, sin tomar el pulso antes y sin tirar de los recursos. A la aspereza que tenía el toro le administró suavidad, cercanía, plomo en las piernas para no lamentarse entre las estrecheces, el pecho por delante, el medio pecho para afinar, las plantas, las dos atalonadas, y ese canto al clasicismo. Los naturales a pies juntos y el intento de ayudados genuflexo del final. No hubo triunfo, sí torería. Pero el toro, además de todo, por demás de todo, era soso, de poca transmisión. La espada, a la primera y en lo alto, hundió. Cerraba una faena tan silenciosa como torera. La muerte digna y la ovación sincera. A cabezazos y sin entrega embistió el segundo. Ruina.

El primero de la tarde, que fue el primero de Ferrera resultó en verdad un toro premonitorio de lo que nos esperaba cuando ya antes de empezar la faena se fue a toriles. Allí Antonio compuso una labor en el intento de la verticalidad, pero también eléctrica y la que daba la sensación de que todo pasaba muy rápido. Tuvo movilidad el toro y aspereza. Manso de libro fue su cuarto.

Cuando Ginés Marín toreó al tercero, más escaso de remate, estaban los ánimos entre saturados y revueltos. Poco hubo en el deslucido toro, ni recoveco en el que cobijarse con el sexto. Alcurrucén a la segunda suspendió. En este caso lo de repetir no vale. Embestirá la siguiente… Y cuando se dice Alcurrucén y Diego casi sale de por medio un Bilbao.

Madrid Temporada 2019

madrid_070619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:20 (editor externo)