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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

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Viernes 8 de junio de 2012

Corrida de toros para rejones

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Victorino Martín (muy desiguales de hechuras, remate y juego. Destacaron los encastados 1º y 3º, ovacionados en el arrastre. Con buen pitón izquierdo y exigentes 4º y 6º. Deslucidos 2º y 5º).

Antonio Ferrera. Palmas tras aviso y silencio.

Diego Urdiales. Silencio tras aviso en ambos.

Alberto Aguilar. Oreja y vuelta al ruedo.

Entrada: casi tres cuartos de entrada.

Crónicas de la prensa: COPE, EFE, El País, Marca, Sur

COPE

Por Sixto Naranjo. Alberto Aguilar se queda a las puertas de la gloria

Alberto Aguilar, ‘Alberto El Grande’ de aquí en adelante. El menudo torero madrileño ofreció este viernes un recital de pundonor, raza, y que nadie lo obvie, de buen toreo. Y lo hizo con dos exigentes toros de Victorino Martín. Tuvo la Puerta Grande entreabierta en el sexto, y sólo un pinchazo y dos descabellos le hicieron abandonar el coso de la calle de Alcalá por su propio pie. Aguilar firmó lo más destacado en el festejo de regreso a Madrid del hierro de Victorino Martín, hierro que lidió una corrida que se movió entre las desigualdades de la presentación y el juego.

Se protestó el tercero, muy bien hecho, bajo y astifino hasta decir basta. Como siempre, la tablilla acusadora… Pero el de Victorino peleó en bravo en el peto, empujando y recargando. Al último tercio llegó con movilidad, parándose cuando le quitaban el engaño en mitad del muletazo y yendo hasta el final cuando se tiraba de él. Las exigencias de la casta. Alberto Aguilar se fajó en un cuerpo a cuerpo con el toro. Hubo emoción cuando la faena rompió en una tanda a derechas mandona, de planta encajada y muleta siempre puesta. Pero lo mejor llegó al natural, corriendo la mano con largura y dando dimensión a los muletazos. Quizá faltó una tanda más de apuesta grande por este pitón, pero Alberto El Grande volvió a derechas antes de cuadrar al toro con doblones poderosos. Se tiró con todo tras de la espada cobrando una estocada de perfecta ejecución y casi perfecta colocación. Nadie puso objeciones a una oreja ganada a ley.

El sexto fue otro astado del hierro de la ‘A coronada’ protestado de salida. Tardó en romper el de Victorino, pero cuando lo hizo, demostró poseer un buen pitón izquierdo. Alberto planteó de primeras la faena a derechas, pero cuando tomó la zurda, la faena tomó un vuelo creciente. Fueron dos tandas, con el compás abierto, tirando del toro. Profundidad y mando de la mano y la plaza rugiendo de verdad. La conquista parecía conseguida, pero un pinchazo hondo trasero y dos golpes de verduguillo cerraron la posibilidad de la salida a hombros de Aguilar. La vuelta al ruedo final tuvo el sabor a reconocimiento por la gran tarde protagonizada por el pequeño gran torero madrileño.

Otro buen toro fue el primero, que empujó con clase en varas y llegó al último tercio mostrando la gran virtud de este encaste, la humillación. Ferrera, discreto con las banderillas, hilvanó una faena con altibajos, que tuvo mejores momentos cuando atacó de verdad al ‘victorino’. En tandas cortas, tres y el de pecho, el extremeño sacó pasajes de buen trazo sobre todo a derechas. Pero Antonio se pasó de faena, sonó un aviso antes de entrar a matar y todo quedó diluido al pinchar en dos ocasiones antes de dejar una estocada rinconera.

El cuarto, veleto y ensillado, muy en el tipo de la casa, tuvo mejores principios que finales. Destacó Ferrera en un tercer par de banderillas al quiebro por los adentros. Después, en la muleta, el cárdeno de Victorino cambió a peor y comenzó a reponer una enormidad entre pase y pase. Lo intentó poniéndose por ambos pitones el torero pero aquello nunca rompió.

Quien sorteó el peor lote con diferencia fue el riojano Diego Urdiales. Su primero tapó su vareada anatomía con dos perchas de aúpa. Toro de nula entrega y cara por las nubes al que Urdiales quiso torearlo como si fuese bueno en el primer tramo de faena. Pero con el toro a la defensiva, el torero de Arnedo quisó alargar sin mucho sentido un trasteo que no iba a ningún lado.

El quinto fue otro animal deslucido, que siempre se metía por dentro en los embroques y con el que estuvo mucho tiempo en su cara Urdiales. Buscó el arrimón entre los pitones y lo único que logró fue provocar los silbidos desde unos tendidos conscientes de la escasa brillantez de la obra del riojano.

Marca

Por Carlos Ilián. Alberto Aguilar, muy importante con los victorinos

Que cerca ha estado Alberto Aguilar de abrir la puerta grande. Y se la habría merecido, sin duda. En la tarde de los victorinos este muchacho, casi desconocido para la mayoría, ha dado toda una lección de aplomo, de valor firme, de colocación y de una tauromaquia basada en el toreo sin trampa, sin ventajismos. Su faena al tercero, un toro muy importante de Victorino, ha sido modélica. El animal tenía casta y se empleaba, pero tenía, dentro de su importancia, mucho que torear.

Y Aguilar fue amoldándose a la encastada embestida del toro hasta lograr varias series de muletazos muy hondos, fajándose con la codicia del toro. Una tanda sobre la mano izquierda resultó monumental, mientras el toro no perdía ni un instante su fijeza. Después de una estocada hasta la bola paseó una oreja, una de las más justas e importantes que se han cortado este año en Madrid.

El sexto, un toro feo y fuera del tipo de la casa, sacó a relucir mucho temperamento y mucho picante. Poco a poco Aguilar fue ganando la pelea hasta meter al victorino en la panza de la muleta, para coronar con una serie de naturales al final de la faena de enorme enjundia. Toreo del bueno ante un toro que exigía una barbaridad. Perdió la oreja y la salida en hombros por fallar en el primer intento de descabello, pero este muchacho dejó ayer en Madrid una buenísima impresión, que no nos extraña a quienes le vimos hacer un toreo de muchos kilates el año pasado en Valencia.

La corrida de Victorino tuvo la variedad del toro, no la monotonía del borrego y se lo agradezco al ganadero. Y agardecido puede estar Ferrera que exprimió la buena clase del primero, por debajo del toro y lo pasó mal con el sentido perverso del cuarto. Como perverso fue el lote de Urdiales al que ayer no le salió nada, aparte de su indiscutible entrega.

Sur

Por Barquerito. Alberto Aguilar, casi la puerta grande

El más noble de los seis toros de Victorino fue el tercero. El de embestida más asaltillada: el hocico por la arena, el viaje entregado y compuesto. Si no iba metido del todo en engaño o traído por delante, alguna reserva para repetir. Su punto de listeza, que fue, en este caso, índice de bravura. El toro se empleó a modo en la primera vara -larga y dura- y salió más que castigado de la segunda. Dos intentos de escarbar fueron borroncitos.

El de más emoción de los seis fue el sexto, un Botero muy astifino y ofensivo, ligeramente acodado pero cornidelantero. Parte de la emoción fue su severa artillería, pero más que las armas contó la manera de embestir, no en ráfaga pero casi. Con electricidad. Muchos matices tuvo ese toro y no sencillos: entrega, prontitud, casta. Le escoció muchísimo el tercer par de banderillas y se dolió suelto a cabezazos; había tomado la segunda vara echando la cara arriba y buscando al piquero con el morro. Y, sin embargo, se dio en la muleta sin reservas ni segundas intenciones. Con cierta fiereza, porque también la hubo.

Esos dos victorinos fueros los del lote de Alberto Aguilar y con los dos se entendió más que bien el torero de Fuencarral. Su tarde más feliz en las Ventas. Casi redonda. No sólo porque estuvo a punto de salir a hombros -la foto, el expediente, la historia, la gloria, la fama- sino porque la faena del sexto de corrida fue de un arrojo y un valor soberbios y, además, dechado de toreo de temple y cabeza.

Entre las rayas, en paralelo a tablas, ahí fue, en un solo terreno, esa faena que, visto el toro, rompió en seguida. Intensa, porque cada embestida llevaba al principio dinamita y la apuesta del torero, más firme que nunca, fue de verdad. De jugárselo todo en esa baza. Hubo que tragar quina, resistir, tocar a tiempo, correr la mano limpiamente, ligar sin perder un milímetro, vaciar cuando el toro pesaba. Estarse, respirar y dar al toro aire cuando más pesaba. Tandas cortas, y tal vez eso fuera clave, pero bien anudadas; las pausas justas, los recursos en dosis bien medidas, sencillez y, sobre todas las cosas, dos tandas últimas con la izquierda de particular riqueza e insuperable encaje. La respuesta del toro fue casi cómplice: acabó embistiendo despacito.

El único error de Alberto fue el de precipitarse en el ataque con la espada -media estocada apurada y muy trasera- y, luego, el de no ir por el descabello antes de que pudiera taparse el toro. Al segundo intento con el verduguillo rodó el toro. Pero ese tiempo muerto enfrió la recompensa. La hubo -una oreja muy de mérito- para la faena del tercer toro, que fue más sencilla y también más habilidosa. No sin emoción, porque el toro se quedó debajo por la mano izquierda hasta en dos bazas. Porque el arranque -de largo el toro- fue un fogonazo y porque en las soluciones de tandas a veces ligeras aparecieron los donaires y la gracia de los molinetes de recurso ligados con el de pecho, la trincherilla, el desplante. Juntas todas las cosas, incluso algún desaire menor, se hizo un todo con cuerpo y torería. En corto, una estocada excelente. Y, luego, esa manera de llegar a la gente que es tan privativa de Alberto Aguilar. Cae bien, conmueve, llena plaza.

La corrida de Victorino fue, digamos, de tres y tres. Tres de buen juego -los dos de Alberto y, sabiéndolo hacer, el primero de Ferrera- y tres deslucidos y complicados: los dos de Urdiales, con genio uno, venido del todo abajo el otro, y un cuarto de fea traza que solo tuvo desganadas medias embestidas. Ferrera estuvo muy brillante como lidiador, segurísimo y arriesgado en banderillas, con gran autoridad y templado con el primero de la tarde, al que consintió lo preciso en una de esas faenas de paciencia que tanto demandan los victorinos sin ritmo fijo, y muy desafortunado con la espada. El cuarto, cornipaso y cornalón, no dejaba pasar. Urdiales hizo cosas de torero bueno -preciosos los dos comienzos de faena con doblones o toreo por delante- y luego se estrelló con los elementos: un gazapón y revoltoso primero que no dejó de mirarlo ni metió la cara, y un quinto que había barbeado de salida tablas, protestó al estirarse y duró en la muleta diez viajes, ni uno más.

EFE

Por Juan Miguel Núñez. Victorino vuelve con interés

Tres años llevaba sin lidiar Victorino Martín en Las Ventas. Un descanso que él mismo se había tomado seguramente porque los resultados negativos de las últimas corridas.

Pero se le echaba en falta, más cuando todo el mundo sabe que la grandeza de esta ganadería está estrechamente vinculada a la historia de la monumental madrileña. Y el regreso ha cumplido las espectativas.

Victorino ha traído una corrida variada, exigente y con movilidad. Unos toros más fieros que otros, aunque haciéndole bien las cosas, sobre todo los que lucían un buen fondo de casta y bravura, al final han respondido aportando emoción.

Fue el caso del tercero, complicado por no perdonar errores, pero “tragándole” daba mucha importancia a la faena.

El primero, completamente distinto, fue noble y de un temple excepcional, quizás faltándole fuelle, aunque esto último debería contar en el debe de dos tremendos puyazos, sobre todo el segundo, además muy trasero.

Y el cuarto, que para muchos fue el mejor. Toro importante, con el que no se entendió el torero, ahogándole en las cercanías cuando lo que pedía “el victorino” era distancia.

En el extremo opuesto, segundo y quinto, fueron ingobernables. Como tampoco dio facilidades el sexto.

Otro gran protagonista que tuvo la tarde fue el pequeño gran Alberto Aguilar. Diminuto de cuerpo, pero enorme en ambición y facultades para medirse a estos toros.

Aguilar lanceó al tercero con aplomo y mucha seguridad. Un tercio de varas muy medido, dado que el toro metía bien la cara en el capote pero le fallaban las fuerzas. También el secreto de la faena de muleta sería el respiro que le dio el torero (al toro) en los primeros compases.

Dos tandas a derechas de mucha seguridad, aplomo y verdad, muy hilvanados los pases a base de quietud, y con limpieza y ajuste. Por el izquierdo hubo que tragarle más ya que se volvía el toro a partir del segundo muletazo. Y de hecho al cambiar al otro pitón pasaba ya sólo en el primero, protestaba en el segundo y sencillamente no pasaba en el tercero.

Fue impresionante lo que aguantó Aguilar. Y con qué compostura, pues no fue sólo esperar que pasara el astado, si no que se gustó asimismo en los trazos de la trinchera, el cambio por delante y cuatro “alegrías” más por abajo antes de buscarle la igualada. Gran estocada, y oreja de peso.

La pena fue que con el sexto se quedó Aguilar a un tris de la Puerta Grande. Un toro más revoltoso, volviéndose y reponiendo las embestidas. Le pegó también pases, algunos muy buenos, pero al trasteo le faltó el fondo que el toro no tenía.

El primero fue otro ejemplar de categoría, con el que Ferrera estuvo correcto, pero sin calado. ¿Que faltó empuje del animal? Posiblemente, pero lo que de verdad sobró fue el duro castigo en varas.

Ferrera, que banderilleó fácil a este primero, al cuarto lo hizo con exposición y riesgo. Y ese cuarto, que había pelado con mal estilo en varas, no obstante, fue humillado y muy templado en las primeras arrancadas a la muleta.

Había que darle aire, exigencia muy habitual al oro de esta ganadería. Sin embargo, Ferrera optó por las cercanías, el encimismo, ahogándole, y ahí se agotaron las posibilidades de faena y de triunfo.

Urdiales, que sorteó el peor lote con diferencia, hizo un esfuerzo notable. Bruto y muy violento su primero, con la cara por las nubes, incluso terminó gazapón. Un toro desconcertante con el que a pesar de todo fue grande el empeño del riojano. El quinto, de medias y espaciadas arrancadas, no aportó nada.

Lagunas aparte, en el conjunto de la tarde hay que celebrar la vuelta de Victorino Martín a “su” plaza. Fue grande el interés que despertaron los toros. Como importante el triunfo de Alberto Aguilar, toreo a la medida de la emoción.

El País

Por Antonio Lorca. Premio a la verdad

La corrida de Victorino Martín, de vuelta a su casa después de dos años de ausencia, mantuvo el interés con un aprobado alto, a pesar de que predominó la mansedumbre, la sosería y la falta de clase. Pero hubo toros, y algunos metieron la cara y vendieron a alto precio sus vidas.

Claro que eso se nota cuando hay un torero en la plaza que llega con las alforjas llenas de ilusión, el corazón henchido de valor y con la firme disposición de jugarse la vida para ganar la gloria. Solo así se obliga a los toros a dar todo lo que llevan dentro, si es que albergan algo en su interior, a romperse ante el pundonor del torero que les hace frente y a reconocer la victoria de quien viene a triunfar y triunfa a pesar de todo.

Eso fue, más o menos, lo que ocurrió ayer con Alberto Aguilar, un hombre que no está en el circuito de las grandes ferias, que torea poco, pero que tiene un valor que asusta, una ambición sin límites y, es más, un hondo concepto del toreo.

Brindó al público la muerte de sus primer toro, blando de remos, que no presagiaba nada bueno en la muleta. Se dobló con él en el inicio y el animal recortaba el viaje; pero plantó las zapatillas el tal Alberto, le mostró la muleta planchá, y dijo que de allí no se movía. Y se pasó al toro por el lado derecho muy cerca de la taleguilla, con una desmedida ambición de ganar la pelea a un animal que le plantó cara y no parecía dispuesto a dejarse ganar la pelea. Aguantó el torero tarascadas cuando lo pasaba con la mano izquierda, de esas que te quitan de enmedio, pero convenció a su oponente que el mando era suyo. Era evidente que se estaba jugando la cogida, que parecía inminente la voltereta, pero ahí seguía seguro, firme, con el arrojo y la raza de los toreros heroicos. Y, al final, con la plaza ya conmovida por su poderío, convenció a todos, al toro el primero, de que la victoria era suya. Unos ayudados finales preñados de torería fueron el preludio de una gran estocada y de la oreja ganada a ley que paseó entre la aclamación popular.

Y este Alberto Aguilar es pequeño de estatura, no se le reconoce si se le ve por la calle, pero ayer fue el espejo del diestro grande y poderoso, capaz de someter a un toro que plantea dificultades y erigirse en vencedor. Y esa merecida oreja fue el premio a la verdad; a la verdad del valor, del poderío, del arrojo y el pundonor de los toreros auténticos.

Pudo repetir la hazaña en el sexto, que tampoco ofreció facilidades, pero tardó mucho, quizá, en convencerse de que el pitón izquierdo era el bueno; cuando cayó en la cuenta se cruzó al pitón contrario y dibujó varios naturales de excelsa categoría. Media estocada y dos descabellos enfriaron los ánimos, pero ahí quedó la gesta de un valiente artista.

El peor lote fue para Urdiales, que aguantó estoico la pésima condición de su primero y se metió entre los pitones del descastado quinto.

Y Ferrera se encontró con el primero de la tarde, que fue de menos a más; reservón en los inicios de faena, y largo, humillado y fijo en su embestida después. Alguna tanda resultó meritoria, pero mientras el animal arrastraba el hocico, el torero no fue capaz de caldear el ambiente con su toreo despegado. Aplomado fue el cuarto, y a los dos los banderilleó a toro pasado, y mató de fea manera.

©Imagen: Alberto Aguilar con la oreja conquistada en Madrid. | las-ventas.com

Madrid Temporada 2012.

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