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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

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Martes 15 de mayo de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Tres novillos de El Ventorrillo (bien presentados aunque desiguales de hechuras. Mansos y deslucidos a excepción del manejable 4º. Con genio el 3º).

Julio Aparicio: bronca y bronca.

Curro Díaz: silencio en ambos.

Eduardo Gallo: silencio y silencio tras aviso.

Entrada: Tres cuartos de entrada.

Crónicas de la prensa: COPE, El País, El Mundo, Marca, La Razón, Diario de Sevilla.

COPE

Por Sixto Naranjo. El antiespectáculo

No se llenó la Monumental de Las Ventas el día de San Isidro. Tres cuartos de aforo y gracias. Ilustres invitados al festejo con el Ministro de Cultura José Ignacio Wert y la Alcaldesa de Madrid Ana Botella al frente. Ganaron los que no vinieron al coso monumental. Para ellos el alivio de no presenciar lo que no debe ser una corrida de toros.

La divisa que crease Francisco Medina ha entrado en barrena en manos de Fidel San Román. Atrás quedan las corridas encastadas, con interés, entrega y nobleza. Se ha ido apuntando poco a poco, y a excepción del espejismo de “Cervato” el año pasado, la cuesta abajo se apuntó en Sevilla y se confirmó este martes en Madrid. Encierro bajísimo de casta, con un tercero engañoso con más genio que bravura y un manejable cuarto que no salvó el conjunto. El resto, un muestrario de toros a la defensiva, de nulo viaje y aviesas intenciones.

Si mal estuvo la ganadería, peor estuvo el diestro que abría cartel. Julio Aparicio, que recogió una ovación de apoyo en su vuelta a Madrid tras la grave cornada sufrida en este coso hace dos años, rayó lo indecente. Petardo en toda regla. Julio es un torero que no sabe taparse, y sin condiciones físicas ni morales para afrontar un compromiso así, el fracaso estaba anunciado. Ni con el manso primero ni con el manejable cuarto quiso ponerse. Lo mejor, su brevedad. Lo peor, que aún tiene un segundo compromiso en esta feria. Para hacérselo mirar.

Inédito quedó Curro Díaz. Su primero tras sembrar el caos en banderillas, huyó a tablas, donde intentó plantear batalla el linarense. Pero el toro acortaba el viaje y lanzaba hachazos al cuello de un Curro que optó por abreviar.

Igual camino llevó la lidia del quinto, que se frenó desde su salida al ruedo. Tras una enfibrada apertura de faena, el bruto de El Ventorrillo hizo hilo con Curro Díaz, que decidió pasaportarlo con prontitud.

Tras su notable tarde el pasado 6 de mayo, volvió Eduardo Gallo a Madrid en sustitución de Ángel Teruel. Bien ganada la sustitución y pena de no haber tenido un lote apto para demostrar que sigue siendo un torero al alza y más que recuperable. El salmantino lidió en primer lugar un animal más bravucón que otra cosa, que se arrancó de largo en el caballo pero que no se entregó empujando. Tuvo una movilidad engañosa el pupilo de Fidel San Román, embistiendo sin continuidad ni ritmo y violentándose y quedándose corto cada vez que Gallo le intentaba someter por abajo.

El sexto, un toraco de cinco años y medio al que abrió faena firme y rematando con una trincherazo y una trincherilla con sabor. Pero hasta ahí duró el toro. Firme y seguro del sitio que pisaba, Gallo se la jugó y a punto estuvo de resultar volteado varias veces por no dar el paso atrás. Y destacar, que honor hicieron, a los dos picadores de su cuadrilla: José Ney Zambrano y Francisco Tapia.

Cuando cayó el toro no habíamos llegado a las dos horas de festejo. A Dios gracias…

El País

Por Antonio Lorca. ¡Es-cán-da-lo!

¡Qué triste espectáculo ver a un hombre sufrir en el ruedo…! ¡Qué imagen más desolada produce la incapacidad manifiesta! Qué dolor para quien está ahí abajo que te rechinen los oídos con los gritos alborotados de ‘fuera, fuera’ de toda una plaza desolada y enfadada… ¡Qué escándalo puede llegar a producir el pánico insuperable, cuando el miedo atenaza el cerebro y el cuerpo no responde! ¡Qué dolor, Julio Aparicio, verte desmadejado, con la mirada perdida, las piernas flaqueadas y con la cabeza a revientacalderas, bloqueada, huyendo de la propia sombra de un vestido torero…!

Y pensar que momentos antes, no más terminar el paseíllo, los tendidos lo habían recibio con una cariñosa ovación para espantar el mal recuerdo de aquella cornada en la garganta de hace dos años.

Pero salió el primer toro y Julio cantó a las claras que su ánimo no podía soportar semejante encuentro. Capoteó de mala manera, se inhibió descaradamente en el tercio de varas y, cuando tomó la muleta, la plaza entera imaginaba ya el siguiente capítulo: pasó al toro por bajo, muy precavido; se detuvo, lo miró y decidió huir a tablas para tomar el estoque. No lo mató, sino que intentó acuchillarlo, y la bronca fue de campeonato. Y fue el único toro que acudió con cierta clase a los engaños, aunque se marchó al otro mundo agujereado de manera infame.

Lo vivido durante la lidia del cuarto fue aún más penoso. Se inhibió Julio de manera escandalosa durante los dos primeros tercios, y permitió que al animal lo masacrara el picador de turno. Llegada la hora de la muleta, intentó hacer el esfuerzo sobrehumano de citarlo, pero no fue posible. Una nueva bronca y nueva algarabía. Y así, además, durante toda la corrida, incumpliendo su responsabilidad como director de lidia.

¡Pobre torero! ¡Qué mal rato pasó y nos hizo pasar a todos! Pero no hay que echar en saco roto el significado de las dos broncas que recibió: Julio Aparicio faltó el respeto al público, porque así no se debe reaparecer. El único culpable de su sonado fracaso es él. Si no se está, no se está. Y este torero no parece estar para vestirse de luces.

Curro Díaz llegaba a Madrid con la buena intención de sacarse la espina de su ausencia de la Feria de Abril, pero dos marrajos -el primero no tenía un pase, y el segundo, paradísimo, desarrolló mucho peligro- se lo impidieron.

Y Eduardo Gallo, que entró en sustitución del herido Ángel Teruel, justificó su inclusión con una encomiable decisión, un valor seco y unos enormes deseos de triunfo. Se le nota poco placeado, pero ello no fue óbice para aguantar con estoicismo los gañafones y tornillazos que su lote repartió con generosidad. Se plantó con seguridad ante su primero, que lo puso en serios aprietos, y no se arredró ante la violencia del sexto. A pesar de sus defectos, como torero moderno que es, ayer volvió a decir que quiere ser alguien.

Y en corrida tan descastada y airada surgió la chispa en el tercio de varas del tercero. Montaba a caballo José Ney Zambrano: se dejó ver, situado el toro en la distancia, lo citó con la voz y levantando el palo, le dio el pecho y lo picó en todo lo alto en un puyazo medido. Mientras la plaza se frotaba los ojos, volvió a repetir la hazaña y descubrió que los buenos picadores todavía existen. Óle…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Eduardo Gallo sigue al alza

Histórica entrada en Las Ventas en el día de San Isidro, que decían llenaba solo. Tres cuartos de entrada (largos). Entre los asistentes de gala, el ministro de Cultura, José Ignacio Wert. Y la alcaldesa Ana Botella. La plaza tiene memoria y ovacionó a Julio Aparicio en su regreso a Madrid tras la cornada de hace dos temporadas. La ovación se tornó en bronca después de que no quisiese ni ver a un torazo alto de cruz que no humillaba ni por el putas. La lidia fue un infierno tras derribar.

Todavía más alto y con más cuernos parecía el segundo, de 608 kilos cuesta arriba. Sus mulas. O sus mulos. Frente al peto aquello era caballo contra caballo. Y ya se rajó. Gallo aprovechó la querencia para interpretar en su turno un quite por chicuelinas. El tercio de banderillas fue verdaderamente difícil para los peones, con el bruto muy cerrado y apretando hacia los adentros. Llegada la hora de la muleta, a Curro Díaz se le puso imposible y con un sentido criminal. Cerca de chiqueros, el derrote a la cabeza. Abrevió con la muleta y aseguró en los bajos con la espada.

Eduardo Gallo ya con el capote presentó credenciales en una verónica templadísima y una media enroscada. El toro de El Ventorrillo se llamaba “Cervato”, como el del año pasado de la Puerta Grande de Talavante pero nada que ver. Ni de hechuras. José Zambrano cuajó un tercio de varas sensacional, con un segundo puyazo meritísimo, por el quiebro que pegó el viaje. La ovación fue de gala. El toro se había hecho con muchos puntos. Pero el taponazo a la salida de los capotazos los pegaba. Y aumentó el defecto. Gallo brindó a Wert. Y correspondió a tal honor como un señor. Valiente de veras. Los hachazos iban a la cabeza, de cintura para arriba. El torero salmantino no perdió nunca la tranquilidad ni el dominio de la situación. Pese a que los derrotes se incrementaban. Y todavía se permitió adornos. Muy toreros. Por bajo. Si mata a la primera… Sigue en alza. Que se apunten un cero los que ovacionaron al toro en el arrastre.

El único que hasta el momento humilló fue el veleto y más flexible Aparicio hizo dejación de funciones. Tellez llevó todo el peso de la lidia. Derribó el toro y el picador de tanda le zurró una barbaridad. Vergonzoso. Cuando Julio se puso delante era un paripé. Gran bronca. Estuvo más breve con la espada. También Curro Díaz con un quinto más bajo pero manso e igual de infumable que el anterior de su lote. Se frenaba en mitad de la suerte, apoyado siempre en las manos. Y con sentido. En un pase de pecho se le quedó debajo. Se libró de milagro, no del desarme. Rajado el toro, cortó por lo sano.

Cinco años y medio tenía el inmenso sexto, largo y montado, otro cuesta arriba. Gallo lo paró en el “6” con decisión y temple. Garboso el recorte. Se lo dejó entero. Brindis al público. Aparicio no se colocó en su sitio ni en banderillas. El matador de Salamanca dibujó un trincherazo y una trincherilla de belleza superior. El toro se defendía luego con cabezazos por arriba. Un desarme inevitable, por querer tragar. Y más cabezazos. Valentísimo el torero, que tambien le puso la muleta a la imposible izquierda. Más violencia. Complicado hasta para matarlo.

Marca

Por Carlos Ilián. Una bueyada insoportable

A Julio Aparicio lo obligaron a saludar después del paseillo al pisar de nuevo el ruedo de Madrid, después de la terrorífica cornada que sufrió en esta plaza hace dos años. Julio recibió ese homenaje y luego, al finalizar la corrida, fue despedido entre broncas. Así es la fiesta, tan cambiante que pasa de las ovaciones a los denuestos. Y es que Aparicio fue el protagonista negativo de una tarde lastrada por la insoportable bueyada de El Ventorrillo.

Claro que Julito no es culpable de que aquellas moles con muy serias defensas, desarrollaron todo un muestrario de mansedumbre y dificultades, pero su actitud, prácticamente escondidos durante los dos primeros tercios de la lidia, e incapaces luego de, al menos, ejecutar una lidia por bajo y un muleteo decoroso, provocó las iras de la gente.

Hace años estas broncas eran frecuentes, pero en el toreo tan uniforme de ahora casi nunca se producen. Toda la vida los toreros de arte se significaron por los escándalos de sus espantadas, aunque la tarde buena, que era muy de vez en cuando, iluminaba la plaza. Mi amigo Suárez Guanes suele decir que su padre, gran aficionado, afirmaba que los toreros buenos de 10 tardes estaban mal en nueve. Y esa sentencia tenía relación directa con una forma de entender el toreo en una época en la que los escándalos y las broncas eran muy frecuentes. A veces es bueno recordar que en el toreo es preferible la espantada a la vulgaridad.

El ganadero de El Ventorrillo es quien a esta hora debe estar meditando sobre el futuro de sus productos. Desde luego presentó un conjunto de bueyes cuyo mejor destino sería el matadero municipal, pero nunca la plaza de toros de Madrid. Sin embargo este petardo de corrida sirvió para refrendar el momento de Eduardo Gallo, que se empleó con el capote sobre la base de una firmeza pasmosa y en la muleta demostró que anda muy fresco de ideas, que tiene el valor necesario para afrontar sin titubeos y sin pestañear las dificultades de sus toros.

Tiró de buen gusto para adornarse con los pases de la firma y de trinchera en vista del género manso y descastado que tenía enfrente. En el tercero corrió la mano sobre la base de plantarse con mucha seguridad y meter en la muleta la áspera embestida del toro. A propósito, la muerte de pie del animal equivocó a la gente, que lo aplaudió en el arrastre.

Curro Díaz cortó por lo sano ante dos mulos que no tenían un pase. Seis bueyes y el chotis Madrid fue lo que dejó la tarde.

Sur

Por Barquerito. Madurez de Eduardo Gallo y mansos 'ventorrillos' en San Isidro

Tuerto en el país de los ciegos, el tercer toro de la corrida de El Ventorrillo fue el único que tuvo trato. Tal vez lo tuviera el primero de los seis, que manseó de salida, derribó e hirió un caballo de pica, pero Aparicio, muy ausente, cauteloso y en renuncio, se limitó a firmar dos o tres bonitos muletazos por la cara. El segundo, castigado en durísima vara, fue sembrando charcos de sangre, no se fijaba y vino a estrellarse contra un burladero siguiendo la estela de un tercero de cuadrilla. Solo pudo abreviar Curro Díaz.

El cuarto, zambombo de monumental traza, derribó al batacazo y no de encajarse, fue sangrado a modo en cuatro varas, echaba cuajarones por las heridas y fue, al cabo, víctima propiciatoria y nada más. Aparicio no estaba para casi nada y montó la espada sin engañar a nadie. Recibido con una ovación cariñosa, porque no toreaba en Madrid hacía dos años y la última tarde fue la de una de las cornadas más pavorosas nunca vistas aquí, debió de sentir enseguida que la corrida, tan ofensiva, no estaba para él.

Convertido en blanco de las iras desde que cedió las labores de brega en el primero a su fiel y eficacísimo Ángel Otero, Aparicio asumió el castigo con señales de duelo.

De borriquero trote, el quinto, más astifino y puesto que cualquier otro, se frenó de salida, se escupió de blando dolor en varas, llegó a afligirse en el tercer picotazo, esperó en banderillas, tiró coces al aire y sólo en las hábiles y sabias manos de Curro Díaz llegó a tragarse diez muletazos.

El sexto entró de hecho y derecho en el cupo de los mansos. «¡Vaya moruchada, ganadero!», sentenció una voz anónima cuando Gallo intentaba trajinarse al toro, que solo embistió a saltos y porrazos, y, por tanto, no embistió.

No es que el tercer ventorrillo fuera una joya pero al menos se vino a engaño sin protestar en los dos primeros viajes seguidos. Tuvo su punto violento y defensivo como todos, pero de otra manera. Y, en fin, anduvo estupendamente con él Eduardo Gallo, que se había ganado la primera sustitución de la feria con su brillante tarde del 6 de mayo en Madrid. Gallo firme y suelto de verdad.

Linda y justa faena, brindada al ministro Wert, que estaba en una barrera de callejón. Toreo encajado. Bello cuando las suertes de adorno pasaron a ser toreo de recurso. La madurez: solucionar el problema despejadamente y sin aspavientos, arriesgar muy de verdad, torear por derecho, no encogerse sino todo lo contrario. Los toreros de Salamanca han pasado valientes por la feria: Juan del Álamo el domingo; Gallo, la tarde del santo patrón. Isidro o el milagro de los bueyes.

La Razón

Por Patricia Navarro. Bravo Gallo, ventorrillos de infierno

No se habían cumplido las dos horas de espectáculo, en el sentido más amplio de la palabra, cuando Julio Aparicio abandonó la monumental venteña con una bronca de órdago. Y de poco arte. El torero, que reaparecía en esta plaza tras la cornada de la cara de hace dos años, estuvo ausente, poseído o desposeído. Angustiado, atormentado ante el toro, vacío de él. Tan lejos del toreo que ni se acercó al toro para cubrir a sus compañeros en el tercio de banderillas. Y eso molestó. Irritó. Indignó. Porque en el ritual que se desarrolla en una plaza de toros, cada uno ocupa un puesto vital. La tragedia aguarda a la media vuelta. Aparicio, mientras los peones del siguiente toro banderilleaban, esperó en tablas, un paso a las rayas, ahí quedó. Lo suyo fue una tarde nefasta, pero en el otro lado de la pirámide, en la cúspide, se asentó Eduardo Gallo para hacernos temblar desde el asiento. Su convicción delante del toro partía de raíces profundas: inamovible ante el toro. Hasta ahí, perfecto. Eso es el toreo. Sólo que el corridón de El Ventorrillo, grandes toros con mucha cara, sacó la mansedumbre a barra libre. Y en esa negación a embestir regalaron cabezazos, derrotes a la altura del corbatín, o la cabeza, o más alto todavía. Un horror.

Ney Zambrano se llevó la ovación de la tarde. Dos puyazos pegó: echó la vara a su tiempo, marcó arriba del toro, en su sitio, ni delantero ni atrás. Y se fue corto en el castigo. Lo hizo tan bien que el público le fue acompañando su regreso al patio de caballos con aplausos. Eduardo Gallo sustituía a Ángel Teruel, que sigue convaleciente de esa grave cogida en el rostro que padeció a primeros de abril. El salmantino Gallo se había ganado la sustitución no hacía mucho en esta misma plaza. En el mismo ruedo antes de que San Isidro abriera sus puertas. Se fue derecho Eduardo a brindar el tercer toro al ministro de Cultura, José Ignacio Wert, que en poco tiempo ha dado por la Fiesta la cara y el corazón. El brindis estuvo a la altura de los valores más auténticos que se viven en esa arena de desvelos por la que sólo pasan los elegidos. Gallo se jugó la vida sin un solo aspaviento. No hubo en su toreo un paso de más, antes muerto que un respingo. Lo suyo era como un susurro ante el toro. Lo tenía tan claro. Lo vivimos tan puro. Protestaba el toro, en las antípodas de la confianza. Pitones al pecho, a la barriga… Qué duro, qué desagradable, qué miedo. Gallo irradió valor. Un bravo torero que plantó cara a toros del infierno. El sexto se fue a tablas al poco de salir. Ahí tuvo abono más de la mitad de la corrida. Degenerado en sus viajes el que cerró plaza, malo, provocador de disgustos sin alternativa de lucimiento. Coladas hacia el torero hirientes, de ésas en las que contienes la respiración a la espera del desenlace. El milagro de ayer fue que Gallo saliera por su propio pie. Era toro de pesadilla. De noche de duermevela. Se llevó la ovación de salida justo después de la bronca a Aparicio. No quiso ver a sus toros. Ni con el capote. Ni con la muleta. Cuando llegamos al momento del meter la espada, la línea recta se hizo curva. Periférica. Pasaba por Aranjuez antes de marcar. Así en sus dos toros, deslucidos. Exhausto el cuarto después de que le dieron por tres en el caballo.

Curro Díaz no tuvo opciones. Con muy mal estilo en la puerta de toriles le esperó su primero. Si le abres la puerta se hubiera ido a los tres segundos de pisar arena. El quinto fue toro enorme. Se desbordaba de pitones, de kilos, y corrió como si le persiguieran por el ruedo. Mejor en tablas. Mucho mejor en toriles. Imposible. Ventorrillos para caldear el infierno. Torero bravo. Gallo de pelea.

Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Otro 'ventarrón' descastado

Al igual que sucedió en Sevilla, la ganadería de El Ventorrillo envió un encierro descastadísimo para martirio de la afición madrileña en el día de su patrón, San Isidro. El representante de esta divisa, Fidel San Román, no quiso disgustar al santo patrón, quien fuera labrador, y combinó algún toro con vocación de cabestro por su excesiva mansedumbre, con otros con guasa, que se defendían a tornillazos, sin ofrecer una embestida en condiciones. El lote de Aparicio no se pudo valorar adecuadamente. El sevillano, que hace un año casi pierde la vida en el ruedo venteño por una cornada que le atravesó el cuello, salió asustado. Gallo dio una imagen de torero con posibilidades, gracias a un valor sereno considerable. Y Curro Díaz cumplió ante un mal lote.

Aparicio, que fue ovacionado tras el paseillo por aquella cuchillada mortal, fue despedido a almohadillazos tras inhibirse literal y totalmente ante su lote. Pareció luchar contra los fantasmas de aquella cornada, porque estuvo ausente de principio a fin. Ante el castaño que abrió plaza, sin clase, pero con nobleza, no hizo nada y dio un mítin con la espada. El toro derribó por los pechos al caballo de picar, al que hirió. Con el cuarto, que también derribó, Aparicio dejó vendido a su picador y a la cabalgadura. Y mandó que fulminaran al toro en varas. Fue el presidente quien mandó cambiar el tercio, con el público crispado. Aparicio, sin querer ver al toro en la muleta, volvió a dar otro sainete en la suerte suprema para recibir una segunda bronca.

Curro Díaz tuvo como primer oponente un salpicado mansísimo, muy complicado y peligroso, ante el que resolvió la papeleta dignamente. Galló se lució en su correspondiente quite, por chicuelinas. El quinto toro huía hasta de su sombra y le lanzó al jiennense varios hachazos y derrotes. De nuevo, Díaz cumplió en un trasteo en el que era imposible el lucimiento.

El diestro que se mostró más firme y seguro fue el salmantino Eduardo Gallo, que parece dispuesto a buscar oportunidades, después de un período en el que estuvo desaparecido. Al incierto y peligroso tercero, Galló lo lanceó con buen aire. Y en la faena, que brindó al ministro de Cultura, José Ignacio Wert, robó muletazos muy meritorios por ambos pitones; soportando hachazos. Incluso se permitió algún pase de gran calidad estética, como una bellísima y dominadora trincherilla.

Ante el sexto, un animal que únicamente tuvo cualidades positivas para el carnicero, por su elevadísimo peso -603 kilos-, Eduardo Gallo estuvo inconmensurable por su aplomo. Ante aquella mole que, tras tirarse al cuello del caballo de picar y esperar con peligro en banderillas, el torero salmantino, con convicción, desgranó varias tandas por ambos pitones, sin alterarse, sufriendo varias coladas de infarto.


©Imagen: Así de violento embistió el sexto de El Ventorrillo a Eduardo Gallo. | EFE

Madrid Temporada 2012.

madrid_150512.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:14 (editor externo)