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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles 16 de mayo de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Toros de Nuñez del Cuvillo, buenos en general, bien presentados, nobles con movilidad, sin fuerzas el primero, invalido el segundo, manejable el tercero, sin recorrido el cuarto, con transmisión el quinto y encastado el sexto

Diestros:

Antonio Ferrera: de berenjena y oro, estocada (oreja); metisaca, aviso (silencio).

José María Manzanares: de azul y oro, estocada (silencio); estocada (oreja).

Alejandro Talavante: de blanco y oro, estocada (oreja); dos pinchazos, estocada (saludos).

Destacaron:

Entrada: Lleno de no hay billetes.

Imágenes: https://www.facebook.com/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1639630282799744

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/996858011250495488

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. La zurda de oro

Por fin rompió San Isidro. A la novena despertó. Las figuras llenaron y no aburrieron, lo cual ya es novedad. La corrida de Cuvillo tuvo casta y calidad para dar y tomar. Y un sexto de nombre “Rosita” para coronarse, ante él Talavante bordó el toreo en una faena breve pero de máxima intensidad, pero falló con la espada una importante actuación. Se esfumó la puerta grande. Por encima todo quedó para el recuerdo una tarde de concepto y torería.

La zurda de oro de Talavante volvió a emerger paladeando al destino. Enfrente a un toro con calidad de Cuvillo, con el que se gustó toreando en redondo. Los inicios con la pierna genuflexionada dando salida al astado y, dejando un pase mirando al siete, eclipsaron una actuación minada por la variedad, la torería y la verdad de un torero en estado de gracia. Talavante una vez más, volvió a hacer el toreo. Derechazos marca de la casa, naturales parsimoniosos y una estocada que dejó al toro rodado. Orejón.

Con el sexto, el extremeño volvió a torear encajado y a placer con cambios de mano espectaculares. La toga y el birrete una vez más. El toreo sin pantomimas. Naturales a cámara lenta. Excelso. Porfió con los aceros y se esfumó el triunfo. Por encima de orejas la zurda de oro sigue brillando en Madrid.

Antonio Ferrera paseó una oreja de su primero, un toro noblón de Cuvillo al que acompañó la embestida administrando los tiempos, en una actuación para aficionados. Dejó pinceladas de su torería, dejando un par de retazos sobre la diestra de mucha distinción. Dejó una estocada contraria y dio una vuelta al anillo con el primer apéndice de la tarde. No pudo reeditar éxitos con el cuarto, un deslucido “Rescoldito” sin ninguna transmisión. Ante él Ferrera toreó sin toro. Dejó una estocada haciendo guardia, y se echó el de Cuvillo entre el silencio en los tendidos.

Por su parte José María Manzanares, dejó pinceladas de la clase que atesora, volviendo a demostrar por encima de todo que es infalible con la espada. Cortó una oreja del quinto, otro Cuvillo de rebosante embestida con el que Manzanares conjugó el toreo en redondo, junto a la indecisión en muchos compases de la faena. Lo despachó de un tremendo volapié y paseó el trofeo en loor de multitudes. Inédito quedó ante el segundo, un ejemplar con clase pero carente de fuerza. Dejó otra soberbio estoconazo que no encontró respuesta en los tendidos.

Miércoles 16 de mayo de 2018. Plaza de toros de Las Ventas (lleno de “no hay billetes” en tarde primaveral).Feria de San Isidro - novena de abono. Corrida de toros de “Núñez del Cuvillo” - bien presentados, nobles con movilidad - (sin fuerzas el primero, invalido el segundo, manejable el tercero, sin recorrido el cuarto, con transmisión el quinto y encastado el sexto) para Antonio Ferrera de berenjena y oro (oreja y palmas tras aviso), José María Manzanares de azul marino y oro (silencio y oreja) y Alejandro Talavante de blanco y oro (oreja y ovación con saludos). Al finalizar el paseíllo, se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito “El Gallo”.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La emoción indescriptible de Talavante

Por los aledaños de la plaza el bullicio transpiraba el ambiente de las tardes señaladas. Una expectación desbordante al reclamo de las figuras. Y no defraudó la cita. No cabía un alfiler ni con los tendidos en pie por el recuerdo de silencio de la muerte de Joselito el Gallo en Talavera. Noventa y ocho años hace. Un grito extemporáneo de “¡Viva España!” rompió el minuto antes de hora. Antonio Ferrera estrenaba su nueva y elegida situación de soledad. Cesadas unilateralmente las relaciones con sus apoderados Ellauri y Tornay unos días atrás, camina de momento solo. Hecho un primer tramo de temporada impecable, no ha habido explicaciones. Las imponentes velas del primer cuvillo coronaban su elevada y colorada anatomía. Montado y alto de agujas. Hondo trapío. Atacó siempre con las virtudes de la fijeza y la brava nobleza, pero no con humillación. Así en capotes, caballo y muleta. Ferrera lo entendió a su altura. Allí en las proximidades del tercio de los terrenos de sol. En paralelo a las rayas, la distancia también y tan bien interpretada. Fluyó la naturalidad reposada de AF, menos abigarrado que en otras ocasiones. Dos series por la derecha, dos por la izquierda. Todas con la media de cuatro muletazos por ronda. El último tramo intercalando ambas manos sin la ayuda. A los vuelos todo el hermoso cierre a favor de las tablas. Una estocada en lo alto y una oreja en su justa medida. Una emoción pero no indescriptible.

El arrebato vino con Alejandro Talavante y un toro veleto de notables hechuras. Era el tercero ya. Manseó en varas y se dolió en banderillas. Nadie lo había visto. Cuando Talavante se dobló genuflexo por la mano derecha, debajo del “7”, el cuvillo se estiró con un fondo de casta revolucionada. De pronto, Las Ventas erupcionó como el Kilauea. Y siguió la lava el curso de la muleta a rastras de AT, flexible la cintura de junco, engrasada la muñeca. Esa que en su izquierda es privilegio de dioses. Y que con el último giro exacto y reflejo de cada natural evitaba el tornillazo que chispeaba como un cable pelado de alta tensión. Las tandas ligadas morían inmaculadas por debajo de la pala del pitón. La velocidad del toro las ameritaban. Cuando regresó a la diestra, la belleza talavantista cobró una dimensión mayúscula. Un derechazo absolutamente enroscado, el cambio de mano incendiario, la trincherilla encendida. La coda por bajo, genuflexo otra vez, y la estocada rindieron el palco. El trofeo cayó con una emoción ahora indescriptible. José María Manzanares había pasado raudo y de puntillas con un toro bajo. Acodado y de puntas tan afiladas como su informal genio. La movilidad por encima de la clase inexistente. De repente, el cuvillo se encogió. Y en un pispás se echó rendido. La sensacional estocada silenció las desaprobaciones hacia la colocación del torero durante la faena. Al redondo y cargado cuarto le faltó empuje. Y descolgar como es debido. Rescoldito venía sin lumbre. A Ferrera se le dan las medias alturas. Pero ni por esas logró despegar al cuvillo de su noblote y anclado ser. Ni con todo el metraje del mundo. El acero se le fue a los bajos en un feo metisaca fulminante.

Apuntalaba el quinto la diversidad de líneas de la seria y buena corrida de Núñez del Cuvillo. Fino el hocico. Como las puntas. Cuajado volumen en su armónica presencia. Jabonero sucio de pinta. José María Manzanares se sacó la espina de la frustración. Desde las verónicas de majestad y empaque. Meció también el capote en el quite por delantales. Tan ajustado el último mandil, que lo desequilibró un pitonazo. JMM lo midió en el caballo. Y en la muleta. Careció la faena de prólogo y epílogo. Suele ser hábito en su concepto. Pero en el núcleo central el asiento del torero se entendió con la obediencia del cuvillo. Un punto rebrincado y sin rebosarse. De ahí que las series fueran necesariamente cortas. Como la inteligente media distancia. Los pases de pecho elevaban las rondas con superior ejecución. Como el tremendo espadazo contundente. Que disparó el todo hasta la oreja. La emoción indescriptible volvía a quedar para Talavante. La plaza le esperaba con ese runrún de cosa grande. Cuando apareció el hechurado sexto apuntando notas de esperanza, el ruido creció. Como en el principio desmayado de obertura. La derecha dormida y lenta de Alejandro. Despacioso con la calidad del toro como arcilla moldeable para el alfarero. Un cambio de mano travestido de natural causó asombro dentro del asombro. Una berraquera que apuntaba a la puerta de la gloria. Pero el fondo de la embestida empezó a apagarse. AT tiró el estoque simulado. Y se puso por una y otra mano, locamente. La lógica impuso el exacto fin. Todavía había luz. La espada apagó los focos. Y entornó de nuevo el portón de los sueños.

ABC

Por Andrés Amorós. San Isidro: tres estilos de torear, tres orejas

Da gusto ver la Plaza rebosante de un público ilusionado por disfrutar con la corrida. (Carmena sigue sin enterarse de lo que aporta la Feria taurina a las fiestas de San Isidro y al turismo de Madrid). Un año más, se guarda un minuto de silencio por Gallito, el rey del toreo clásico.

Los toros de Cuvillo, ansiados por todos, flaquean pero tiene movilidad y son manejables; destacan tercero, quinto y sexto. Antonio Ferrera, Manzanares y Talavante cortan una oreja, cada uno: no llegan a la Puerta Grande pero dejan buen sabor, en tres estilos muy distintos.

Antonio Ferrera ha sufrido una evolución muy poco frecuente: desde la rapidez inicial, ha ido mejorando, buscando la lidia completa (como Gallito y Luis Miguel) y una estética personal, algo barroca y belmontina. Para los buenos aficionados –y en Madrid hay muchos– es, ahora mismo, uno de los diestros más interesantes. Esta tarde, deja muestras de su añeja torería, con momentos realmente hermosos. En el primero, que flaquea, torea con gran naturalidad y reposo, dando el medio pecho; algún remate por bajo levanta un clamor. Y la estocada es magnífica, entrando muy despacio. (La apunto para premio). Antes, una estocada así bastaba para la oreja, que se le concede.

El cuarto sale suelto, incierto, rebrincado: un simple capotazo circular, para recogerlo, provoca olés. El toro tiene poco fuelle, cae varias veces, se para a mitad del muletazo. Aún así, Antonio torea suavísimo, con muletazos sueltos de gran belleza; al final, naturales de frente, de uno en uno. Prolonga la faena y se equivoca. Hasta cuadrando al toro despliega su torería pero lo estropea con la espada.

Manzanares logró entrar plenamente en esta Plaza con su gran faena de hace dos años. Después del parón por la lesión, ha ido recuperando su sitio, con triunfos en Sevilla y Valladolid: el empaque natural y la estética mediterránea nunca se pierden. El segundo flojea, se echa a mitad de la faena. Se repite un número frecuente con este diestro, en Madrid: el sol le recrimina la colocación mientras la sombra le ovaciona, en una fuerte división, pero la faena no remonta. Todo lo tapa con un espadazo, entrando de lejos y rápido. Al quinto, jabonero sucio, lo recibe con buenas verónicas y preciosos delantales. Alegrándolo con la voz, lo mete en la muleta, conduce lejos las nobles embestidas, le da pausas; en los naturales, se lo enrosca a la cintura; uno de pecho, al hombro contrario, es casi un circular. Una faena en la que brilla el empaque de este torero, la estética mediterránea que fluye de sus muñecas con naturalidad. Se vuelca con la espada y, aunque queda desprendida, corta la oreja, que algunos protestan.

La carrera de Talavante ha sido cambiante, con estilos bastante diferentes, desde el inicial seguimiento a José Tomás (la huella de Antonio Corbacho) y la incorporación de novedades mexicanas. Parece haber encontrado plenamente ya su lugar como un torero artista, capaz de realizar faenas bellísimas pero desigual; si no lo ve claro, suele cortar por lo sano. En la forma –tan buena o tan mala– de realizar la suerte suprema se ve la huella evidente de si ha estado a gusto o no… Hoy le tocan dos buenos toros y a los dos los torea con primor. En el tercero, que no para de embestir, comienza sujetándolo, rodilla en tierra, algo que encandila al público. En el tendido 6, el sitio adecuado para un toro que ha manseado, liga buenos naturales y mejores derechazos: estocada corta y una oreja. El último suscita grandes esperanzas (se llama «Rosito», como el del triunfo de Roca Rey en Fallas). Después de derribar a Manuel Cid, se luce a caballo Miguel Ángel Muñoz; también, Trujillo, en dos pares extraordinarios, ganándole la cara al toro. Comienza Alejandro con muletazos desmayados, parece que vamos para éxito grande pero el toro se viene abajo y pincha, perdiendo la oreja y la Puerta Grande.

A mi amigo Santiago le han gustado, sobre todo, las tres primeras estocadas y la añeja torería de Ferrera: algo, hoy, muy poco frecuente. Hemos visto tres estilos muy diferentes de interpretar el toreo: los tres son válidos y han encantado a este exigente público. El arte del toreo –como los senderos del Señor– es muy variado pero nos conduce a la emoción y la belleza.

El País

Por Antonio Lorca. Las figuras ni se despeinan

No cuesta esfuerzo alguno imaginar qué hubiera ocurrido si Talavante mata a la primera al nobilísimo terciado toro sexto de la tarde; pues que le piden la dos orejas, y se puede aventurar que el presidente las hubiera concedido. Así está el público de este desconocido Madrid, y así la autoridad, que ayer otorgó trofeos con mucha menos exigencia que el día que este mismo presidente se lo negó a Fortes.

Pero, amigo, las figuras son las figuras, y lo tienen muy fácil. Por algo están ahí, claro está, pero se aprovechan con descarado egoísmo de su posición de poder para exigir corridas como esta de Núñez del Cuvillo, justita de trapío, blanda, muy blanda, mansona y artista.

Vamos, que las figuras no necesitan despeinarse. Las figuras juegan con ventaja, controlan el toro, carteles y fechas, y son expertos en el cuidado de sus oponentes más que en la lidia, y en el toreo bonito más que el toreo apasionante. Y cuentan con el apoyo y el beneplácito de un público jaranero y triunfalista, que cree estar viendo una obra de arte en simples muletazos limpios a un torete inválido y de carril; y de la autoridad, más benévola que con los toreros menos agraciados por la suerte o la aptitud.

Si Talavante mata a la primera al sexto de la tarde, sale por la puerta grande; pero hubiera sido un triunfo de poco peso, menor, y de escasos recuerdos. El toro, una mona —a la que banderilleó muy bien Juan José Trujillo—, pero una mona de clase excepcional en la muleta por su movilidad en los compases iniciales y la calidad de su embestida. Talavante torea bien, y ante una parroquia tan generosa, dibujó muletazos muy templados y largos y con gran prestancia algunos de ellos La faena fue corta o, quizá, es que supo a poco, pero quedó la sensación de que la obra no estaba redonda ni acabada. Falló con la espada y todo quedó en una clamorosa ovación. A veces, el destino es más justo que el deseo.

Cortó la oreja de su primero, el más encastado de la tarde, y el comienzo por bajo en la muleta fue espectacular, con muletazos hondos y templadísimos. Después, mejor con la derecha que con la zurda, en una faena de buen torero, que lo es, y conformista, que también. Él mejoró la condición del toro, pero su labor fue tan bonita como poco emocionante.

Otra oreja le regalaron a Ferrera, muy teatral e impostado toda la tarde. Quiere hacerlo todo muy despacio, pero raya en el aburrimiento. Bueno, no es que raye, es que aburrió soberanamente en su labor ante el blandengue cuarto, con el que actuó como enfermero distinguido, y se puso pesadísimo, ridículamente flamenco, ante un animal moribundo que pedía a gritos que acabara aquella farsa cuanto antes. Encima, lo mató de un metisaca en los bajos, lo cual no fue impedimento para que algunos lo aplaudieran.

El trofeo lo paseó a la muerte del primero, muy blando, noble y dulce, al que Ferrera toreó como si estuviera con la toalla de ducha en el baño de su casa. Toreo de salón, tan bonito como falto de vida. Hubo muletazos con destellos de clase, pero no había toro, sino un animalito tan feble como bondadoso, y el resultado final careció de la emoción necesaria.

Y tampoco Manzanares se fue de vacío. No dijo nada ante el segundo de la tarde, un toro de carril en el límite de la invalidez, con el que se mostró fácil, desganado y con pocas ideas. El animal tampoco tenía ganas de fiesta y se echó a mitad de faena, agotado y hundido.

Toreó a la verónica al quinto en dos momentos —de salida y en un quite— y lo hizo con suavidad y gusto. Manso en el caballo, el toro persiguió en banderillas y llegó al tercio final con la calidad propia de la casa que lo vio nacer. Los muletazos de Manzanares no acabaron de dibujar una obra de las que levantan del asiento, no. Como sus compañeros, ni se despeinó, y con la natural elegancia que le caracteriza se ganó el favor del público sin sudar la camiseta. Mató bien, de una estocada fulminante, y vuelta al ruedo con la oreja del toro. Así es la vida…

La Razón

Por Patricia Navarro. Vuelve Talavante en día grande

Y a la novena llegaron las figuras, con su llenazo a cuestas. Cambió Madrid, que ya en San Isidro festejó al patrón con honores como debe ser, a pesar de que Carmena se empeñe en cantar las virtudes anodinas e irreales de los animalitos y ocultar una tradición de siglos enraizada en nuestra cultura. Quiera o no. Le guste o no. Pero una cosa es lo que debería como cargo público que ejerce y otra es la puñetera realidad. Y la puñetera realidad es que Carmena ha ocultado la Feria de San Isidro, sus más de treinta días de toros, por donde desfilaron el año pasado cerca del millón de espectadores, en el propio programa de fiestas de la ciudad. Pero no debe interesar, porque las cosas o se ajustan a los intereses privados o no existen, a pesar de que los cargos, y sueldos, sean públicos. Llegaron las figuras pues y el toreo. Y las emociones a borbotones, porque las figuras acabaron por deslumbrar en una gran tarde y con una buena corrida de Cuvillo. A hombros se tuvo que ir Talavante de Madrid. A hombros de su plaza. Algo de aquí le pertenece al extremeño desde que era novillero. Son cosas de piel, que sólo se comprenden cuando se presencian, cuando ocurre, cuando transitas por emociones que te son ajenas sin serlas y sabes que en verdad no te pertenecen. Algo de eso tiene el toreo. Un calambrazo al unísono fue el tercer muletazo de Talavante al tercer toro de la tarde. Todo al tres. Andaba el torero genuflexo haciendo al toro, sabiéndose uno y otro colaboradores, cómplices de lo que estaba por llegar y fue ahí cuando el diestro se encaró al tendido, una mirada tan fugitiva como desafiante que encendió una llama que no se volvió a apagar. Madrid fue el rugido del rey de la selva en mitad de la noche africana. Ese sonido es indescriptible. O te atrapa. O estás fuera. No hay más diálogo que no suponga una pérdida de tiempo. Y se es libre en ese momento para huir de la rutina, de los problemas y abandonarse. Ahí abajo y por aquí arriba lo que nos dejen. Se templó Alejandro y ajustó a la velocidad del toro, un toro que repitió el viaje y humilló en el engaño, aunque afeaba el final con un derrote. Fue delicioso el trasteo, personal, templado y ligado. Y la estocada que ponía fin a un gran momento y vuelta al trofeo. No hubo compás de espera en el sexto y se puso a gozarlo desde el principio. Por la diestra, relajado, con los vuelos cosidos a la embestida del toro y viajando a la cadera en busca de un final. Fue toro noble de escasa duración y según se le iba acabando la gasolina resolvió Talavante con los recursos para mantener la faena en pie. Ahí había mantenido la tarde. Una de las grandes. La espada no entró y se cerró la Puerta Grande por la que Madrid debía haber despedido al torero extremeño.

Otra oreja cortó Manzanares del quinto. Trabajado. Tuvo movilidad y repetición el toro con sus desafíos. En los tiempos encontró Josemari los resortes necesarios para hacer el toreo. Majestuoso, como su concepto. Y en esa espada que es oro puro. Qué manera de hacer la suerte. Y solventar. Poco había durado el segundo que, cuando logró reunirse con él en una bella tanda al natural, pareció renunciar a la entrega y se echó.

Ferrera puso la primera piedra del camino al pasear un trofeo del primero. Medido. Torero. Armonioso. Vertical y bello para hacer florecer la franqueza del toro y gobernarla con torería hasta que se agotó. Se fue largo con un cuarto, noble pero al paso, y el público acabó por impacientarse. Se llevaron una buena tarde de toros. Ya fuera por acabar con los refranes pesimista o en un canto, oculto claro, a Carmena.

Madrid Temporada 2018.

madrid_160518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:24 (editor externo)