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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 16 de mayo de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Valdefresno Fraile Mazas (3º y 4º) - de buena presencia, pero deslucidos y sin transmisión sin excepción - (deslucido y de corto viaje el primero, deslucido el segundo, a menos el tercero, sin transmisión el cuarto, imposible y parado el quinto y a la defensiva el sexto)

Diestros:

David Galván: de nazareno y oro (ovación con saludos tras aviso y silencio tras aviso)

Juan Ortega: de verde pistacho y azabache (silencio y silencio tras aviso)

Joaquin Galdós: de caña y oro con cabos negros (ovación con saludos y silencio)

Entrada: 11.226 espectadores

Incidencias: Al finalizar el paseíllo, se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito El Gallo, fallecido tal día como hoy en la plaza de toros de Talavera de la Reina (Toledo) en 1920.

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-16-de-mayo-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1129127975297912841

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Decepcionante corrida de Valdefresno

Esfuerzo impávido de David Galván y mérito de Galdós en una tarde infumable. Detalles de Juan Ortega con el capote ante un lote de matadero.

La tercera de San Isidro es la crónica de una tarde anunciada. Los toros de Valdefresno junto con sus hermanos de Fraile Mazas, volvieron a llenar de bostezos la monumental madrileña como ya ocurriera en temporadas anteriores. Al menos este año, los animales no rodaron por el albero como síntoma de una mala alimentación o su invalidez. No. Pero en ningún caso, el encierro salmantino reverdeció laureles y sirvió de ayuda a tres toreros necesitados de triunfo.

Los seis toros de irreprochable fachada, fueron desfilando entre la invalidez, la flojedad o el peligro sordo propio de esta casa ganadera. La disposición y buen hacer de David Galván no encontró respuesta. Con un gran concepto del temple el gaditano vuelve a irse de vacío un San Isidro más. No será por valor y determinación, pues no se debe desmerecer sendas actuaciones basadas en la autenticidad. Se encontró con un inválido en primer lugar. Dio demasiados pases y tan sólo dos en redondo sobre la diestra se recordará. Con el cuarto de los hermanos Fraile-Mazas volvió alargar la actuación en busca de ese triunfo madrileño que parece eternizarse. Expuso más de la cuenta en otra labor carente de eco. Fue silenciado en su lote, al igual que Juan Ortega con el lote de menos opciones de la tarde. De la tenue labor del segundo, se llegó al sesteo más absoluto del quinto. Otro toro sin ritmo, duración y lo que es peor: sin transmisión. Los aceros volvieron a ser su caballo de batalla.

Joaquín Galdós se las vio con dos moruchos. Del tercero solo hubo un volapié en la suerte suprema. Abrevió con el sexto, frente a otro torazo a la defensiva. Valdefresno, el viento y la tarde para olvidar. ¡Qué asco de ganadería!

ABC

Por Andrés Amorós. Una grisura casi total en San Isidro

Baja el cartel, baja la entrada y baja la pasión. Tres diestros con el sello de artistas se estrellan contra una muy deslucida corrida de Valdefresno.

Un año más, el 16 de mayo, al final del paseíllo, las cuadrillas, montera en mano, guardan un minuto de silencio, en el aniversario de la muerte de «Gallito», el rey de los toreros. Es el único caso que conozco. El próximo año se cumplirá el centenario. Hace seis décadas, comentaba lo mismo Antonio Díaz-Cañabate, en ABC: «Dulce emoción nos gana». Pero no es sólo algo sentimental, sino la nostalgia por una manera de vivir su profesión: en siete años de alternativa, Joselito toreó veintidós corridas como único espada (en casi todas, además, estoqueó el sobrero). A lo largo de su carrera, mató más de mil quinientos toros. Sólo en Madrid, actuó en ochenta y una corridas. Su ejemplo sigue absolutamente vigente.

El triunfo de Miguel Ángel Perera – polémica incluída– ha calentado este comienzo de Feria. Se habla y se discute de toros: como debe ser. Curiosamente, el cartel de esta tarde no busca el contraste sino cierta armonía de estilos. Los tres diestros tienen buenas maneras, destacan más por la estética que por el dominio. Los toros de Valdefresno, con kilos y pitones, no han dado ningún juego. No sólo sucede esto en las corridas de las figuras: la ausencia de casta y fuerza es el mal actual de tantas tardes, de tantas ganaderías. Los buenos deseos de estos diestros, que tanto necesitaban un triunfo en San Isidro, se estrellan contra unas reses tan deslucidas. Así, la presunta oportunidad es muy relativa. Los toros de La Quinta trajeron emoción; Fuente Ymbro, casta, una buena faena y polémica; con los de Valdefresno, la grisura ha sido casi total.

Es lugar común alabar el buen gusto torero de David Galván y su riesgo, quedarse en una «eterna promesa». Ha sufrido varios percances. Todavía no ha «roto» en Las Ventas como parecía apuntar. El primero sale barbeando tablas, intenta saltar, flojea, mansea en el caballo, le pegan poco. Galván le anda con torería pero el problema no es fácil: si lo torea a media altura, va rebrincado y tropieza la tela; si baja la mano, rueda por la arena. Lo mejor, algunos naturales de fino trazo, en medio del viento y algunas gotas de lluvia. Casi le coge en las innecesarias manoletinas finales. Mata tendido, a la segunda, y suena un aviso, por haber alargado la faena. (Por mucho que lo repitamos, no hay manera de que los diestros actuales tengan sentido de la medida). Saluda. El cuarto sale abanto a chiqueros peor sí se mueve. Resbala el diestro, en la cara del toro, queda a merced y le hace un quite oportuno Sergio Aguilar. Parece que va a servir un poco más, lo brinda al público, pero, en la muleta, es incierto, no se entrega, le pone en apuros. La voluntad del torero se estrella contra las dificultades del toro y los arreones del viento, que le dejan al descubierto. El toro hubiera necesitado una lidia de mayor dominio. Y tarda en matar.

Una corrida en Las Ventas bastó para llamar la atención sobre Juan Ortega, un diestro, hasta esa tarde, conocido por pocos. Apunta esa finura del estilo sevillano natural, sin amaneramientos, que tanto ha gustado siempre en Madrid. Luego, dejó para el recuerdo unas verónicas memorables. No es suficiente, para lo difícil que resulta abrirse camino, con un escalafón de matadores tan numeroso como el actual y un público que sólo acude al reclamo de los famosos. El segundo se mueve pero desordenado, no le permite estirarse, con el capote. Se luce con los palos Trujillo. Logra algunos suaves muletazos con naturalidad y buen estilo, acompañando con la cintura, pero el toro flaquea y muy pronto se para: nada que hacer. ¡Otra birria de toro! Logra una buena estocada pero falla con el descabello. El quinto sale también abanto, a chiqueros. Los intentos de torear con el capote de Ortega se frustran cuando el viento le descubre, varias veces. El diestro maneja con soltura los engaños pero el toro es otro manso deslucido que no dice absolutamente nada, se para a mitad de los muletazos, embiste a oleadas, ni siquiera transmite la emoción del peligro. Ortega no lo ve claro y falla, a la hora de matar.

El peruano Joaquín Galdós interpreta las suertes con personalidad, de modo irregular; a veces, con sentido plástico. El tercer toro, el menos malo, sale con pies, tiene cierta casta pero poca fuerza. Galdós intenta las primeras chicuelinas de la tarde (no nos libramos). Aguanta bien Chacón, en banderillas. Liga algunos muletazos con cierta emoción, enturbiada por las caídas del toro, pasando algún momento de apuro. Se va detrás de la espada con decisión y logra una estocada de rápido efecto: saluda. Al sexto, incierto, le pican trasero. Lo brinda al público pero el toro pega arreones bruscos y no se entrega en ningún momento. Después de doblarse por bajo, el toro se para. Hace bien en no alargar y vuelve a matar con facilidad. El final de la corrida es tan deslucido como todo lo anterior.

¿Qué hubiera hecho Gallito, con estos toros? Me imagino que darles la lidia adecuada y matarlos. Ahora, la búsqueda de la estética suele predominar sobre la lidia eficaz. Así nos va… De gris plomo y azabache ha vestido Juan Ortega, una premonición de lo que ha sido la tarde: «Ni chicha ni limoná», sentencia un castizo. Sin toros con casta brava, la Fiesta se hunde.

Postdata. Acierta el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad al descubrir, en las Ventas, por la mañana, un azulejo en honor a Ángel Teruel. El primero que lo mencionó fue Paco Umbral, en «Travesía de Madrid», como un chiquillo que quería ser torero. Y lo fue, al comienzo, de la mano de los Dominguín. Le dio la alternativa El Viti, en 1967. Desde muy joven, tenía gran facilidad natural para ver las condiciones del toro y para interpretar todas las suertes con limpieza, suavidad y armonía: toreaba bien de capa, tanto en las suertes fundamentales como en la pinturería. Era banderillero fácil, muletero estético, buen matador. Tenía amplio repertorio. En su segunda etapa, cuando reapareció, profundizó mucho en su toreo, se mostró como un auténtico maestro, lidiando admirablemente, en Madrid, varios toros mansos y peligrosos. Una serie de graves cornadas adelantaron su despedida. Poseía la difícil facilidad de los elegidos. Merece mucho más reconocimiento del que ha tenido. Los que disfrutamos con su personalidad taurina no lo olvidamos.

La Razón

por Patricia Navarro Intento fallido de toreo

Soplaba el viento enfurecido, rebelde, la terraza de la Monumental se convirtió de pronto en un lugar inhóspito y el ruedo venteño en un lugar insoportable, casi imposible para hacer el toreo y todo un reto para enfrentarse a la corrida de Valdefresno. 600 kilos por delante, el volumen que soporta la caja, la estructura ósea del encaste de Atanasio, que es un autobús de dos plantas. Un planteamiento que rompe la lógica ordinaria de la vida ordinaria que pasa más allá, al otro lado de la calle de Alcalá donde transita la vida de a pie. La otra vida. Galván desafió el viento, el vendaval, los miedos, el terremoto interno y el ajeno y salió al mundo, al mundo en solitario del ruedo y allí le esperaba «Campero», mismo nombre de un mítico capa que nos dejó toda una filosofía de la vida de capea en capea, de pueblo en pueblo, de misteriosas historias en busca de robar un capotazo a un toro. El de Valdefresno que saltó al ruedo de Madrid ayer salió disperso, como si este mundo también le fuera ajeno, aunque luego acudiera con nobleza a la muleta y cierta repetición, a media altura. Galván quiso, lo quiso hacer todo y pecó de amontonarse y querer dejarnos dos faenas en una y brilló más que nada la voluntad. Si la tarde hubiera ido de milagros, actúo en nombre propio Galván cuando se lo hizo a sí mismo al saludar al cuarto. Perdió pie y sobre la arena, a merced del animal, echó el capote y el capote le salvó. Milagro. Expuso después y aguantó la brusquedad del toro sin mermar su valor, se puso tozudo David cuando el toro sacó todas sus complicaciones y más todavía tan cerrado en el tercio. Tuvo peligro el cuarto y ninguna clase; la espada fue a la contra suya y a la de la tarde.

Juan Ortega no toreó sino que acarició al segundo, descastado y sin fuelle, todo quería ser mejor de lo que era porque no tenía antagonista para volar. Por arriba hacía todo el quinto con muchas complicaciones. Todas afloraron en la muleta del sevillano, que decidió abreviar y la espada alargarse.

Una estocada fulminante fue el remate de faena de Galdós al tercero, que le costaba pasar y se dormía por abajo. No tuvo opciones. No las buscó con un sexto, encastado y bronco al que no vio por ningún lado y acabó dándole puerta. Fue, en toda regla, un intento fallido de toreo. Episodio 1 de San Isidro 2019.

El País

Por Antonio Lorca. La innata torería

Hubo un momento en el que se encogieron todos los corazones; en especial, el de David Galván, que yacía en el suelo, solo ante el peligro de dos muy astifinos pitones que lo enfilaban como si fueran un rifle con mira telescópica. La peligrosa escena sucedió a poco de que el cuarto de la tarde saltara al ruedo. Pretendía el torero gaditano pararlo con el capote cuando en un lance perdió pie y quedó tendido a escasa distancia de la cara del toro; sería algo así como metro y medio, pero a él le parecería que tenía la testuz en la misma cara. La plaza quedó muda. El toro lo miró con detenimiento, en esa fracción de segundo que se torna una eternidad, y era evidente que sus intenciones eran llevarse por delante a su presa, que estaba allí, a sus pies, inmóvil. Sangre fría tuvo el torero, valor se llama eso, que esperó a que el toro iniciara su marcha fatídica para mover la tela con suavidad para desviar el camino de los pitones que amenazaban con rebanarlo contra la arena. Las Ventas respiró cuando Galván recuperó la verticalidad y la cuadrilla pudo alejar al toro del lugar de los hechos. A más de uno no le cabía la camisa en el cuerpo, y la cara del torero era un poema. Galván es un hombre valiente, pero no insensato. Y allí, en el suelo, el peligro era inminente.

No fue ese el único instante de peligro. Hubo otros causados por un viento constante y, a veces, racheado, que molestó en exceso y dejó al descubierto a los toreros; como fue el caso de Juan Ortega al recibir al quinto. Quedó prácticamente atrapado contra las tablas al no poder manejar el capote ante otro toro con aviesas intenciones.

Y otros muchos más momentos desesperantes producidos por una corrida mala de solemnidad, distraída, mansa en los caballos, sin raza, ni casta, ni movilidad, sin recorrido, con la cara por las nubes, con ese peligro sordo y gritón a un tiempo de las tardes para el olvido. No ofrecieron motivo alguno para destacar una sola cualidad de toro bravo.

Afortunadamente, la terna de jóvenes toreros no dio nunca la partida por perdida. A fin de cuentas, era su única oportunidad en esta feria, con la gravedad que ello conlleva para sus respectivas carreras. Pero ninguno de los tres dio un paso atrás, ninguno se escondió y los tres afrontaron con gallardía su negra mala suerte de una corrida infumable.

Quedó, eso sí, la huella de la torería del sevillano Juan Ortega, que da la impresión de que nació torero, pero, como nadie es perfecto, no tuvo puntería con el descabello. Falló reiteradamente, lo cual no está bien y desluce todos los argumentos de tan alta escuela como trae consigo.

No tuvo toros, como sus compañeros, pero tiene pinta de torero clásico, de arqueólogo de la pureza, esa que se transmite con rapidez a los tendidos aunque no esté ocurriendo nada aparentemente importante en el ruedo. Es el modo de moverse en la cara del toro, es la serenidad y confianza que transmite, cómo maneja los engaños… Tiene —al menos, lo parece— la despaciosidad en la cabeza, piensa en la cara del toro y todo lo que hace huele a torero. Qué pena que su primero fuera un animal apagado, y que el quinto se defendiera para impedirle cualquier intento de lucimiento. Hubo cuatro derechazos de categoría ante el primero, y un quite de dos verónicas y una media garbosa ante el cuarto; ahí acabó todo, pero su torería es innata. Eso sí, que se ejercite con el descabello porque suspendió con una nota muy baja.

Dispuesto, torero, valiente y sobrado de facultades se le vio a David Galván, que le ganó la pelea a su nada fácil primero ante el que trazo limpios muletazos por ambas manos. Quiere ser torero, sin duda. Lo es, aunque le persiga la mala suerte en los sorteos. Y nada pudo hace ante el violento cuarto.

No desentonó Joaquín Galdós, ilusionado, decidido y muy voluntarioso ante las dos birrias que tuvo que lidiar.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna Una tarde inhóspita

Fumaba Ángel Teruel en la barrera del «10» no de cualquier manera. Teruel fuma chulo. Y mira al toro por encima de las gafas de sol. No existe ya ese modelo Carrera, ni trajes cruzados de tal porte. De los de antes, a medida, para colgar la mano en modo Napoléon. Por la bocana del mismo tendido se llega al azulejo que le reconoce figura de Madrid. De Madrid para Madrid. O de Embajadores para el mundo.

El Viti le volvió a dar por la mañana el abrazo de hace 50 años en su confirmación de alternativa. Jaleaba Pepe como entonces. El hermano mayor del maestro Teruel es jaleo y corazón. Allí estaba por la tarde viendo, codo con codo con su plas, los toros cinqueños de Valdefresno y Hermanos Fraile Mazas. Y el viento que condicionaba todo. Terrenos y faenas. Una corrida que, salvo en un par de relativas ocasiones, se desfondó en la ventolera. Que le daba a la plaza un algo inhóspito, una semblanza de pueblo abandonado. Como si en cualquier momento fuese a aparecer rodando una maraña de matojos secos del lejano Oeste.

El perfil de Carasucio imponía tanto como de frente. Por su redonda hondura, su seria armonía, su cabeza tocada arriba de buidos pitones. Por el morrillo cuajado como toda su baja anatomía, por su badana como quilla de barco. Y qué bien lo hacía en los capotes. Galván ya lo había catado en su turno de quites por chicuelinas. Y Joaquín Galdós tomaba notas mentales de su toro. Gómez Escorial lo lidió con tino: Carasucio planeaba a derechas. Galdós se dobló poderosamente genuflexo -los trazos curvos, la embestida fuerte- hasta un metro más de la segunda raya. En la perpendicular del «1». Donde Eolo parecía entrometerse menos. Una toma de contacto con la buena mano de Carasucio, y el peruano se atrevió en una serie de redondos prometedores. Después, cierto destemple, sumado a las corrientes racheadas, perdió el aire de la embestida. Que a izquierdas se hacía otra, carente de viaje, escasa de entrega. El peruano regresó, con la convicción siempre en la frontera, a la diestra, a su extraña técnica, que parece que toca con el cáncamo del palillo. Para así apurar lo que quedaba de bueno de las 25 arrancadas con las que contó. Un espazado cabal igualó las ovaciones. Para Galdós y Carasucio.

A continuación David Galván se peleó contra el cuarto, acapachado de líneas muy diferentes. Que ejercía el papel del malo de los dos de Fraile Mazas (tercero y cuarto, tan opuestos), especialmente violento y desabrido por el pitón izquierdo. Un cabrón con aire o sin aire, frenado siempre en las manos. Galván se justificó sobradamente, recuperado del susto inicial, cuando perdió pie con el capote: se autoquitó el toro cazador de encima milagrosamente.

Tan lejano se antojaba ya el gigantesco toro de Valdefresno que abrió la corrida. Un aparato de 601 kilos que barbeó tablas y amagó con saltar. Pero no le daba el poder contado: el tren delantero hubiera partido las tablas como un rompehielos. La tarde aún no se había enfriado. Las tremulas fuerzas condicionaban el estilo notable de este Campero. Que embestía con su nobleza rebrincada en la fina verticalidad de David Galván. Pero se fue afianzando el corpachón del toro y puede que también el torero gaditano con el viento. Y, avanzada la faena, con el estoque simulado como contrafuerte para la muleta en su izquierda, dibujó unos naturales elegantes y tardíos. Tres series de quien sabe torear con las muñecas las embestidas de suave calidad de Campero ya rajadito. Apuró faena por unas poco convenientes bernadinas, y un pitonazo a poco le atraviesa el brazo. Le ovacionaron por aquellos caros naturales de tacto.

A Juan Ortega se le desinfló a plomo un bondadoso segundo, bien hecho y coronado por una cabeza estratosférica. Asamuelado por su descompensación. Dejó pinceladas en la obertura genuflexa. Y en algunos trazos sueltos tan protegido del viento, cerca de la querencia de toriles. Luego, en otra baza, revolotearon verónicas como ecos de Resurrección. Y sanseacabó. Porque el quinto no sirvió nada de nada y se sumó en su vaciedad al último. Que Galdós había brindado al público…

Teruel miraba por encima de sus gafas.

Las claves de Moncholi

madrid_160519.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:23 (editor externo)