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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 16 de junio de 2019

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: toros de Santiago Domecq. 1º, de buen juego, pronto y de larga embestida; 2º, mansurrón a la huida, pero luego se emplea; 3º, noble aunque sale desentendido se deja hacer; 4º, noble y soso; 5º, repetidor aunque menos largo; 6º, bravo en el caballo y a menos en la muleta

Diestros:

El Fandi: de buganvilla y oro (silencio, silencio y palmas en el que estoqueó por Pablo Aguado),

Lopez Simon: de azul marino y oro (palmas tras aviso y silencio)

Pablo Aguado: de corinto y oro (ovación con saludos tras dos avisos).

Entrada: No hay billetes, 23.624 espectadores.

Parte médico de Pablo Aguado: “Herida por asta de toro en 1/3 superior cara anterior muslo derecho con dos trayectorias, una hacia arriba y hacia fuera de 15 cm, y otra hacia atrás de 10 cm que lesiona músculos sartorio, rector anterior y cural. Erosión en región frontal. Es intervenido bajo anestesia general en la enfermería de la plaza de toros. Se traslada a la Clínica Fraternidad Muprespa Habana. Pronóstico grave que le impide continuar la lidia. Firmado por el Dr. Máximo García Leirado”.

Incidencias:

Imágenes: https://www.las-ventas.com/la-tarde-tras-el-objetivo/las-ventas-16-de-junio-de-2019

Video: https://twitter.com/i/status/1140362789183246337

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista El triunfo de lo clásico

Pablo Aguado sufrió una dura cornada de dos trayectorias en el muslo derecho al entrar a matar. Dejó su gusto en una actuación sincera y entregada con una buena corrida de Santiago Domecq. La disposición del Fandi y la solvencia de López Simón, fue la base de la última corrida de San Isidro.

El magisterio de Pablo Aguado quedó patente en la corrida de la Prensa. Otra vez volvió a fluir el clasicismo pinturero del torero sevillano. Cuajó una gran actuación al único que pudo estoquear, el tercero. De cartel de toros el quite por chicuelinas y la media que maravilló a los tendidos. Todo muy bello. Los olés fueron aderezados de un silencio sepulcral. Parecía haberse hecho la noche en Madrid. Muy templado y de verdad. Con una rotundidad pasmosa fue sobándole el lomo al toro, muletazos de todos los colores y grandiosidad de su labor. En la suerte suprema recibió un duro varapolo, el toro hizo hilo con la mala suerte de que se cobro una cornada en el muslo derecho. Tuvo que tomar el descabello entre extensibles muestras de dolor. Sonaron los dos avisos, pero la ovación con saludos y su disposición no se la quitó nadie. Se marchó a la enfermería, donde no volvió a salir.

La tarde se quedó en una mano a mano entre “El Fandi” y López Simón, poca cosa pensaron muchos aficionados que se marcharon en cuanto se supo que Aguado no saldría a lidiar el sexto. Entre tanto, las grandes facultades del granadino fueron una de sus armas para su única comparecencia en el serial madrileño. Volvió a derrochar oficio en banderillas con el primero en un gran espectáculo no comprendido por todos. El primero ofreció un buen primer tercio, pero luego se quedó en nada. El cuarto hizo mella en la muleta. Blando y sin recorrido, no tuvo otra opción que la espada, y el sexto que le correspondió a Pablo Aguado, fue uno de los toros de la tarde. Se vino arriba en el primer tercio donde Manuel Bernal fue ovacionado tras tres sensacionales puyazos. Volvió a tomar los rehiletes el granadino y a derrochar sus armas habituales.

La última tarde de López Simón en esta feria, se fue por el camino de la cordura. Tuvo valentía con su primero, un toro que comenzó manseando en el primer tercio pero que conforme avanzaba la faena se le notó cambiante en el viaje. Hubo dimensión del torero de Barajas pero la labor se diluyó. Con el quinto, no hubo eco alguno. El de Santi Domecq se quedó a mitad del muletazo. Y… terminó la feria de San Isidro, con unos números que evidencian que la fiesta está muy viva. Una mayor asistencia de público y un número considerable de toros bravos, han desatado la algarabía en 34 tardes consecutivas. El triunfo de lo clásico.

El País

Por Antonio Lorca. El gozo de Pablo Aguado, en la enfermería

El gafe se apoderó del final de feria. No la cerró Pablo Aguado, como estaba previsto, sino El Fandi, que no es exactamente lo mismo. El diestro sevillano estaba en manos de los médicos. El gozo, en un pozo.

No obstante, llegó el mesías en cuerpo y alma de un joven torero sevillano que tiene encandilada a la afición desde su clamoroso triunfo en la pasada Feria de Abril. Se le esperaba en Madrid como el maná bajado del cielo, como el salvador de la tauromaquia moderna, con ese cariño que los aficionados le ponen a quien se presenta con un especial porte torero.

Parece claro que Pablo Aguado ha nacido para ser torero, se nace con esa figura, se mueve con elegancia natural por el ruedo, se coloca ante la cara del toro con una plasticidad que no puede ser ensayada. Es torero porque así lo parieron, aunque su futuro sea una incógnita porque el triunfo no depende solo de la cuna, sino del esfuerzo, del sacrificio y, también, de la suerte, el hada madrina que a algunos acompaña y a otros desprecia.

Llegó Pablo Aguado y, de momento, pasó pronto a la enfermería para que lo atendieran de una cornada en el muslo derecho que le infirió su primer toro a la hora del encuentro de la suerte suprema. Se mantuvo en el ruedo, pero pasó un quinario para matar al toro; y no por imposibilidad manifiesta tras la cornada, sino por una preocupante impericia con el descabello; tanto que llegó a escuchar dos avisos. Y lo peor es que no acabó de acertar y el toro optó por echarse, cansado y aburrido de tanto golpe errático.

Lo que se espera con ansiedad, puede decepcionar con rapidez; y cuando se espera tanto, todo puede saber a poco.

Algo de ello sucedió.

Aguado se abrió de capa en un quite a la verónica en el primer toro de López Simón y los capotazos —la plaza, en silencio, que la ocasión lo reclamaba— no pasaron de aseados. Recibió a su toro del mismo tenor y una verónica por el pitón izquierdo brotó con una galanura especial.

La expectación se mastica en Las Ventas porque el sevillano tiene la muleta en sus manos; y el inicio de faena deja con la boca abierta a todos los presentes: la planta erguida, dos pases por bajo, un remate, un cambio de cambio de manos y un cierre de pecho perfectamente hilvanado. Y la plaza cruje. No es para menos. Era el espectáculo de la naturalidad en el arte del toreo.

El toro, manso como sus hermanos en el caballo, fue alegre —como todos, también— en el tercio de banderillas y llegó al final con calidad y nobleza encastada en sus embestidas.

Admirable su empaque —el del torero—, superlativa una tanda de dos derechazos, un trincherazo de cartel y un largo pase de pecho. Un vistoso molinete; y, después, un estadillo de arte por naturales, tres enormes, antes que de llegara el mitin con el estoque.

Pero ¿cómo estuvo Aguado?

Bien, pero por debajo de lo esperado, lejos del torero que embelesó a Sevilla. Se mostró despegado en exceso, no bajó la muleta ante ninguna embestida y dio la sensación cierta de que no se apretó los machos como la ocasión exigía. En fin, que lo que se espera con ansiedad corre el serio peligro de desvanecerse con rapidez; al menos, en esta corrida.

Pasó a la enfermería y no salió. Una decepción profunda.

El sexto lo lidió en su lugar El Fandi. Un toro bravo de verdad en el caballo, que acudió con presteza, derribó en el segundo encuentro y empujó con los riñones en las tres entradas. La plaza se entusiasmó con un tercio de varas sensacional entre el bravo toro y el picador Manuel Bernal. El torero granadino destacó con las banderillas y muleta en mano, no pudo lucirse ante un animal ya agotado.

Ni él ni López Simón estuvieron a la altura de la buena y noble, a veces, encastada, corrida de Santiago Domecq. La pena, ya se sabe, la cornada al mesías.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Las perlas ensangrentadas de Pablo Aguado

Unas gotas del colirio de Pablo Aguado y las venitas rojas de los ojos irritados de trapazos desaparecieron. La luz de la suavidad, el bálsamo de la torería, la calma de la naturalidad. Aguado toreaba con un pañuelo. O eso parecía su muleta lacia y breve. Fue sólo hacer así, por delante, en el prólogo de faena, como una explicación de salón, esto es fácil, y la plaza se cayó de golpe. Como si la cadencia del cambio de mano girado bienvenidista y el natural siguiente cavasen una zanja abisal con todo lo anterior. Una impagable estela de silencio persigue a PA. Que se había sacado el toro al platillo con cuatro trazos de muñeca. Un toro, por cierto, de muy diferente comportamiento a sus notables primos hermanos anteriores: su bondad nunca terminó de humillar. A su cuerpo le faltaba cuello; y a su movimiento, empuje. A su altura, en las líneas naturales, el sevillano lo acompasaba con su sedosa izquierda. El despacioso pulso de su derecha dotó de un ritmo mayor a la embestida durmiente. Una trinchera de cartel fue el despertador de un ole muy ronco.

Pablo dibujaba delicias y sutilezas en su armonía, en el encaje de su sencillez: un cambio de mano genuflexo viajó más lejos, directo al alma de la plaza. A pies juntos, enfrontilado con el barrio sevillano de San Bernardo, encadenó cuatro perlas en el pitón izquierdo. El domecq las tomó como todo, sin terminar de descolgar. Y así esperó en el volapié al matador. Que se quedó en la cara agarrado al pinchazo, colgado un segundo más tarde en las astas. No fue ni voltereta. Cayó de pie pero herido: la sangre asomó con el gesto doliente. Sin embargo, aguantó para dejar una estocada atravesada y descabellar malamente al bruto. Que se tapó la muerte hasta los dos avisos. Increíblemente ovacionaron el arrastre; también a Aguado camino de la enfermería.

La gente se quedó asustada ante la mera posibilidad de que no volviese del quirófano. El último «no hay billetes» de San Isidro, en esta Corrida de la Prensa, se había convocado al calor de su nombre. Únicamente. El peor de los temores se confirmó: la gravedad de la cornada. Y un toro más para El Fandi. Quienes finamente cogieron las de Villadiego se perdieron uno de los más importantes tercios de varas de 34 tardes con sus noches: la bravura en el caballo de Zahareño provocó que asomara la categoría de soberbio picador de Manuel José Bernal, descabalgado en un encuentro brutal pero rehecho en una tercera puya formidable. A fondo se empleó Zahareño. Que aún se entregaría en cuatro pares de banderillas, cuatro que en El Fandi no son cuatro pares cualquiera. Vibraron los tendidos frente a las voces que le reprochaban a Fandila su plato fuerte, que rindió a la mayoría. Después de tantísima entrega, Zahareño no duró en la muleta fandilar. Todas sus extarordinarias promesas quedaron incumplidas. Pero fue un cierre al alza del buen debut en San Isidro de Santiago Domecq.

Ya había asombrado el galope de Tomillito en los albores de la tarde con sus 620 kilos, bien repartidos entre su alzada y su longitud. Grande pero bien hecho. El tranco, la fijeza y la obediencia llamaron la atención. Toro muy espectacular, muy de público, que se dice. El Fandi lo lidió con un sentido de la colocación y una fluidez portentosas. Como a Zahareño luego, pero cambiando las caleserinas floridas por una galleo por Chicuelo. No alcanzó las cotas posteriores con los palos. Tomillito galopó también en el inicio de faena: el granadino lo cosió en un circular de doble vuelta de rodillas y sobre la misma boca de riego. Ya en pie cambiaron las tornas. El Fandi es El Fandi. Pero el llamativo toro, arrancando desde cero, sin inercias, no se rebosaba en la muleta. Ese punto mágico para torear, ese metro más, sí lo tuvo un precioso y bajito burraco. López Simón le hizo todo perfectamente al revés desde la apertura por alto. Y Tormentoso lo quería todo por abajo y de una sola manera. No una faena poliédrica. El promedio de LS ha sido inalcanzable en este San Isidro: se le ha ido un toro por tarde en su triple comparecencia.

Cuarto y quinto bajaron la nota de Santi Domecq, pero se taparon con su (desordenada) movilidad a ojos del vulgo. Que se quedó añorando a Pablo Aguado con Zahareño.

ABC

Por Andrés Amorós. Pablo Aguado, herido, proyecto ilusionante de gran torero

En el último festejo de la Feria, Pablo Aguado da muestras de su gran calidad pero es herido, al entrar a matar. Santiago Domecq, que ya triunfó en Sevilla, lidia una excelente corrida, con casta, nobleza y movilidad; destaca el último, uno de los grandes toros de la Feria.

Acertó Simón Casas al programar que cerrara la Feria la revelación que, ahora mismo, más esperanzas despierta, Pablo Aguado. El cartel, en su conjunto, me parece menos elogiable. La técnica del contrapunto, desde Juan Sebastián Bach hasta Aldous Huxley, tiene sus límites. ¿Qué tiene que ver el toreo de este joven sevillano con el de sus dos compañeros de esta tarde? No alcanzo a verlo. En vez de armonía, corremos el riesgo de ver dos corridas, en una.

Se anuncia ésta como la corrida «de la Prensa». Más allá de lo simbólico, no consigo percibir en qué se concreta eso. En todo caso, en el callejón, esta tarde, no veo -como otras veces- a políticos que quieren lavar su imagen con un «brindis al sol», en vez de promover que sus compañeros de partido respeten la Tauromaquia. Me refiero, por supuesto, al PSOE y a su actuación en Barcelona, en Valladolid, en Oviedo, en Palma de Mallorca… ¿Hace falta dar nombres y datos? No es difícil. No veo, esta tarde, a políticos sino a directores y compañeros de medios de comunicación. Habrán comprobado -espero- la vitalidad de esta Fiesta

Como es lógico,El Fandi sigue siendo El Fandi: profesional, atlético, espectacular en banderillas, más atento a la cantidad que a la calidad. En el primero, cuando todavía está muy suelto, recurre a las chicuelinas y, naturalmente, el toro se va. Quita López Simón con el capote a la espalda, sin estar el toro fijo, y casi lo coge; lo mismo le pasa al Fandi cuando insiste en las chicuelinas. En las banderillas, luce su facilidad y sus facultades pero clava con salto, fuera de cacho. Cuando va a brindar, el bravo toro se arranca y lo recorta, a cuerpo limpio. Galopa el toro con alegría: lo cita de rodillas, en el centro del ruedo, y logra vibrantes circulares. Luego, el trasteo decae. Mata con decisión. En el cuarto, un precioso sardo (de tres colores, como la capa de un estudiante, decía el «Diccionario cómico-taurino»), vuelve a banderillear con facultades y concluye con el aplaudido par al violín. La «afanosa porfía» -como decía Borges - no encuentra eco. Mata bien. El sexto, «Zahareño», no es intratable, como dice su nombre, sino todo lo contrario: un bravo toro, que derriba espectacularmente, antes de recibir un gran puyazo de Manuel Bernal. El Fandi se luce con el capote, en un par por dentro y jugueteando con el toro, a cuerpo limpio. Después de la desilusión de no ver más a Aguado, la gente ha reaccionado a favor de David, que se entrega, de rodillas y de pie. Mata a la tercera y le despiden con una fuerte ovación.

López Simón sigue cosechando triunfos por su entrega y su quietud vertical pero no llego a ver la deseable evolución estética. Ya de salida recurre a las chicuelinas, en el segundo, un bonito salpicado caribello -según la ficha-, que tiene gran movilidad. Como hace el poste, en vez de sujetarlo, el toro se va muy lejos. Cuando lo fija, liga muletazos vibrantes porque el toro repite, incansable. Un desarme baja la emoción. El trasteo se queda en voluntarioso y desigual. Un metisaca bajo precede a la estocada. Al quinto lo pican mucho y mal. Carretero hace un oportunísimo quite a un banderillero. López Simón se queda quieto pero los enganchones deslucen la faena y tampoco mata bien.

Una tarde, en la Feria de Abril, bastó a Pablo Aguado para revolucionar el panorama taurino: así es, a veces, esta Fiesta. No hablo sólo de cortar cuatro orejas y abrir la Puerta del Príncipe, me refiero a algo mucho más importante, demostrar la vigencia absoluta de un toreo clásico, que muchos habían olvidado: el buen gusto, la naturalidad, la armonía; en el repertorio, la verónica y el pase natural, como columnas básicas, sin «inas»; el sentido de la medida, para no prolongar inútilmente faenas que sólo logran impacientar y aburrir al personal. Es decir, lo que siempre ha sido el arte del toreo. Cuando se presencia eso, se advierte claramente la diferencia con tantas moderneces. En su primera actuación en San Isidro, toreó de maravilla y mató fatal. ¿Será capaz de mantener ese nivel artístico? ¿Mejorará con la espada? El público tiene muchas ganas de comprobarlo. Recibe al tercero con verónicas, no perfectas pero sí de buen estilo. Las chicuelinas y, sobre todo, la media sí tienen la airosa gracia sevillana de este lance. En la primera tanda, le engancha un poco pero se queda en el sitio y liga con naturalidad y suavidad. La finura de su estilo encanta al público. Ya con la espada en la mano, dibuja naturales de frente, puro estilo de Manolo Vázquez. Entrando a matar desde muy lejos, da tiempo a que el toro levante la cabeza y le hiere. A la segunda, de más cerca, sí logra la estocada. El toro se amorcilla, la inexperiencia se nota al descabellar y suenan dos avisos pero queda el recuerdo de algunos hermosos momentos. Aunque no ha hecho ningún gesto, lleva una cornada en el muslo derecho, con dos trayectorias, de pronóstico grave, que le impide matar al último toro. ¿Podrá torear en Granada el jueves? No lo sé. Se advierte en algunos detalles que ha toreado poco pero eso mismo añade una sensación de frescura y autenticidad atractivas. Y sobre todo, posee un gran estilo: claro, puro, natural. Sin desmesurar los elogios, me parece evidente que estamos ante un proyecto de gran torero; de él, de los que le llevan y de la fortuna -que también juega, en esto- dependerá que cuaje. Por el momento, ilusiona a los aficionados. Además, el ejemplo de ver cómo el público agradece su estilo puede ser muy beneficioso para la orientación de la Fiesta, haciendo que vuelva a los cauces clásicos, los que nunca pasan de moda.

Concluye así una Feria de San Isidro realmente memorable. Basta con recordar un solo dato: han abierto la Puerta Grande nade menos que cinco matadores, Perera, Roca Rey, David de Miranda, Ferrera y Ureña (y tres rejoneadores). No domino la estadística como para saber cuánto tiempo hacía que no vivíamos tantas emociones. En treinta y cuatro festejos, por supuesto, tampoco han faltado tardes de sopor pero el recuerdo limpia lo gris y se queda con lo brillante. A partir de este lunes, habrá que recordar la famosa frase de Rafael el Gallo: «Los ingleses, que no tienen corridas de toros, ¿qué es lo que hacen, los domingos por la tarde?» Al té y al cricket habría que añadir, ahora, el Brexit… No nos da mucha envidia, salvo que analicemos el panorama que nos están ofreciendo nuestros partidos políticos.

En todo caso, la Fiesta no se acaba con San Isidro. Se preguntaba Federico García Lorca «qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida». Eso es lo que algunos pretenden, ahora mismo. Lo proclamó, en verso, Rafael Alberti: «El negro toro de España, / libre, al sol del redondel. / Que nadie puede doblarlo, / que nadie puede matarlo, / porque toda España es él». Este verano, van a sonar los clarines en muchas Ferias españolas: a algunas de ellas acudiremos, para contárselo luego a ustedes, en estas páginas de ABC.

La Razón

Por Patricia Navarro. Aguado, la torería y su sangre; “Zahareño”, Bernal y Fandi, el cóctel de cierre

nda el toreo revolucionado con lo que se dice, se cuenta de Pablo Aguado. “Me han dicho que tenía que verle, es la primera vez”. Y al rebufo de lo que fue Sevilla, de lo que fue Madrid, de lo que va de boca en boca, se colgó el “no hay billetes” en el cierre de San Isidro para la historia. ¿Dónde hay que firmar para repetirlo? Repetir lo irrepetible. Eso es el toreo. No defraudó. Lo lleva dentro. Hasta en los andares. Ya en los comienzos dibujó el toreo, lo recreó, sostenido en una naturalidad apabullante, la cadencia le es innata y bella. Así el prólogo al tercero, cuando estaba todo por hacer y los ojos como platos, expectante a lo que iba a venir. Aguado lo condensa todo en poco. El toro de Santiago Domecq salía desentendido del muletazo, pero tomaba el engaño con franqueza, queriendo viajar lejos y si era persiguiendo esa muleta de seda del sevillano se podría convertir aquello en un viaje al más allá. No tuvo consistencia maciza el trasteo, pero sí todo mucho sabor y calidad. Y torería claro. Que viene a ser lo mismo que Aguado. Midió la faena, los tiempos justos para el toreo eterno y a pesar de ello la espada le abocó a las prisas (que no se le vieron) que podía generar los dos avisos y el tercero al acecho. En el primer envite, en el encuentro crucial, a la primera Pablo fue cogido. Y herido. Rota la taleguilla. Sangraba. Quedó en el ruedo hasta el final y se fue a la enfermería. Se notaba en el ambiente el desánimo. Ese sexto toro que de pronto, a estas alturas, parecía haberse quedado sin el matador predestinado a las doce de la mañana.

El Fandi, además de su espectáculo en banderillas, sorprendió en el primero. Divino comienzo. Intuyó la calidad del toro y se fue a los medios, de rodillas, ahí en el centro y ligó un tanda extraordinaria con esos mimbres. Muy despacio todo, muy perfecto en esa difícil ecuación. Retomó la verticalidad, ya de pie, y se fue acabó el invento. La pronta y larga embestida del de Santiago Domecq se estampaba en una faena repetitiva y de tiralíneas. Y así hasta el final mientras el toro regalaba bondades. Remató con prontitud y habilidad con la espada. Con el cuarto, que era tan noble como soso, se extendió hasta el aburrimiento. Uno y otro. Otro y uno. Innecesario.

El manso segundo huía despavorido cuando le venía en gana, pero como si le persiguieran. Otra cosa era que cuando tomaba la muleta lo hacía con repetición y por abajo. La faena de López Simón le quedó larga y periférica y quizá por eso no condensó los ánimos. Largo se fue con un quinto que repetía en el engaño, aunque le costaba empujar en él, pasaba por allí y pasaba todo el rato. Los muletazos se apelotonaron en una montonera silenciada.

Entre una cosa y la otra venían las noticias de la enfermería y en un que sí sale, que no, se nos fueron los dos toros. Pero no. La anestesia general para intervenirle nos arrebató la ilusión de lleno. Manuel Bernal nos la devolvió con “Zahareño” y un tercio de varas para enmarcar. Ovacionado. Tres varas tomó el toro, de lejos, con bravura, empujando, derribando a Bernal en la segunda como un auténtico muñeco. Era el toro con mayúsculas. Jugó El Fandi como quiso después en banderillas con sus terrenos y se ajustó mucho en los pares. Madrid entregado. De rodillas el comienzo y suavecísimo el pase de pecho. Llegó muy parado el toro después de todo lo que llevaba y en el tercio se vino abajo. Se quedó todo en un eco de lo ocurrido. Aquella tarde de la torería de Aguado, y su sangre, y el cóctel de “Zahareño”, Bernal y Fandi que cerró el último de San Isidro. La feria entre ferias.

Madrid Temporada 2019

madrid_160619.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:19 (editor externo)