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Plaza de Toros de Las Ventas

Martes, 17 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Pedraza de Yeltes (bien presentados, en general mansos, sosos y descastados).

Diestros:

Manuel Escribano: de azul pavo y oro. Silencio en ambos.

Juan del Álamo: de azul marino y oro. Oreja tras aviso y silencio.

Juan Leal: de grana y oro. confirmó alternativa. Silencio tras aviso y ovación.

Entrada: dos tercios de plaza

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7039

Video: http://www.plus.es/toros

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. Juan del Álamo corta su octava oreja en Las Ventas

La corrida de la Prensa transcurre este año en tono menor: echamos de menos al Rey de España, que tantas veces ha honrado con su presencia este festejo. Da que pensar que, el día anterior –festivo, eso sí–, una novillada atrajera a más público. Los toros de Pedraza de Yeltes, grandones, muestran una sosería que aburre al personal. (Repito: lo importante es la casta, no los kilos). Con el tercero, el único bueno, Juan del Álamo logra cortar su octava oreja en esta Plaza.

Confirma la alternativa el francés Juan Leal, de Arles, con familia taurina, que reside en Constantina (Sevilla). El primer toro es serio (casi 600 kilos) y tiene nobleza pero sale con la cara a media altura, distraído. Brinda a su hermano y, en la pedresina inicial, el toro casi se lo lleva por delante. El diestro pone voluntad y pasa algunos apuros pero el guiso no tiene sal ni pimienta. Mata a la tercera. El último es muy alto y no se entrega. Brinda al público y, en el centro del ruedo, enlaza cinco muletazos de rodillas. Juan Leal no regatea esfuerzos, luce su valor tranquilo, se gana el respeto del público; acaba metido entre los pitones, asustando a la gente. Mata como un jabato, a toma y daca. Para lo poco que ha toreado, se ha justificado de sobra.

Manuel Escribano no tuvo suerte con las reses del Torero; esta tarde, tampoco, aunque va a portagayola y banderillea con desigual fortuna, en los dos toros. Brinda el segundo a Cristina Cifuentes. El toro es noble pero le falta viveza. En el centro del ruedo, el trasteo es correcto pero carece de emoción. Lo mejor, la estocada, entrando con decisión. En el quinto, aguanta mucho, esperando, a portagayola, sin que el toro le haga ni caso. El mejor par es el tercero, su habitual quiebro al violín. El toro va de largo, un poco rebrincado, al final. Otra vez se muestra buen profesional, sin brillo: a su estilo poderoso le conviene más otro tipo de toro.

Después de cortar siete trofeos en Las Ventas, Juan del Álamo lleva ya algún tiempo rozando la primera línea: ¿la alcanzará? El tercer toro, colorado, de 530 kilos, levanta protestas cuando flaquea pero resulta nobilísimo, en la faena de muleta, brindada a Juan José: traza buenos derechazos, muy ligados; al natural, el toro queda más corto; remata por bajo con gusto. Al final, lo lleva cosido a la muleta. Como tarda en cuadrar, suena un aviso y la estocada queda un poco desprendida pero se concede la oreja, pedida por la mayoría. (Quizá era un toro de dos). El quinto, muy alto, es aplaudido de salida pero se va, desentendido. Juan muletea suave, con buen oficio, algo premioso: no devuelve la oreja pero tampoco corta la otra que necesitaba, para el triunfo grande. Continúa apuntando cualidades pero sigue necesitando redondear una tarde plenamente triunfal, en este coso.

Postdata. La tarde de la corrida de la Prensa, es oportuno recordar la autorizada opinión de Marcial Lalanda: «La crítica taurina puede hacer un gran bien a la Fiesta, pero también perjudicarla notablemente. Muchas veces, por ignorancia o apasionamiento, desorienta a los espectadores. En los mejores casos, en cambio, enseña al público y a los propios toreros». Las mejores crónicas que yo conozco son las de don Gregorio Corrochano, en ABC, reunidas en dos tomos sobre «La Edad de Oro» y «La Edad de Plata del toreo»: hasta el propio Joselito el Gallo tenía en cuenta su criterio.

La Razón

Por Patricia Navarro. Álamo, el torero de la oreja en tarde de elefantes

En la corrida de Pedraza de Yeltes cupo de todo. Una gran mayoría de animales altos, largos, larguísimos, infinitos y acaballados y uno, tercero, el más terciado, y el único que mantuvo ciertas hechuras en pro de embestir. Y cumplió con la palabra bendita. Ni un toro más hizo el menor esfuerzo para disputar a «Holandero», que así se llamaba el toro, los honores. Todos se los llevó el tercero con esa embestida templada, humillada y de muy buen son. Dichosas las manos en tarde destinada a la frustración.

Bien lo sabe Juan Leal, que vino a Madrid a confirmar la alternativa, y lo único que pudo confirmar es que tiene el suficiente valor para plantar cara a un mulo con hechuras de elefante dos pasos más allá de donde lo hace la mayoría. Eso fue en el sexto. Ya al final, cuando nos carcomía entre la desidia y el aburrimiento. Y eso que era la Corrida de la Prensa.

Por primera vez, y no me alcanza la memoria a recordar desde cuándo, sin Rey que la presida, sin nadie de la Casa Real, vaya, y con una pobre entrada en los tendidos. Si te pones a pensar, cuando las cosas no se cuidan, se deterioran. Pasa en todo. De ahí que el festejo se celebrara con cierta sensación, indeseable, de decadencia. Serán los tiempos. No cayó en la desidia Juan Leal y se apretó los pitones hacia el cuerpo como si fueran de mentira. No cabía más verdad ni otro camino para demostrar lo que tenía. Al entrar a matar al toro que cerraba plaza se llevó un pitonazo en la barriga y el respeto de la gente. Escasa gloria le había dado el primero, tan descastado como soso. Insulso. Una pesadez.

«Holandero», el niño bonito de la tarde, fue el toro más terciado, más bajo y que respondió en la muleta con generosidad. Juan del Álamo lo toreó a placer por momentos. Muy asentado, ligado y templado por la diestra. Pitón cumbre del toro, aunque ya al final firmó una tanda de naturales muy arrebatado que tuvo su punto. Estuvo bien con «Holandero» y, a pesar de que la estocada cayó abajo, cortó una oreja, pero no tan bien como para salir del pelotón, fuera de lo común. Cortó un trofeo. La Puerta Grande a medio abrir con un toro más en toriles. Enorme la estructura del quinto para albergar esos 630 kilos. Pura fachada.

De sosería supo Manuel Escribano en su lote. A portagayola se fue en los dos. Y el cuarto tal cual lo vio ahí postrado tomó el camino de vuelta a toriles. Lo que vino después, la faena de muleta, bien con el descastado y soso segundo o con el noble y sin transmisión cuarto, no sumó. Palabras en blanco para la tradicional Corrida de la Prensa. Y seguiremos así, navegando a contracorriente, mientras nos dejen.

El País

Por Antonio Lorca. Toneladas de mansedumbre y sosería

En esto de los toros, el tamaño no es importante. Muchos aficionados prestan una atención desmesurada a la estampa y las carnes, y resulta que todo, lo bueno y lo malo, va en las entrañas. La corrida de Pedraza de Yeltes, por ejemplo, fue pesada -cuatro toros en el entorno de los 600 kilos-, y lo que llevaban dentro no era más que toneladas de mansedumbre y sosería.

La corrida de la Asociación de la Prensa -con la expectación bajo mínimos por un cartel con escasos atractivos y la ausencia del Rey, habitual en este festejo- fue un pestiño. Menos mal que don Felipe no vino, porque hubiera acabado molido de aburrimiento, lo que pudiera servir de excusa, quién sabe, para aplazar sus ya escasas visitas a una plaza de toros.

En fin, que los toros anunciados darán mucho de sí en las carnicerías especializadas, pero fracasaron con estrépito en la misión más importante de sus vidas: dar prestigio y lustre a la casa que los acogió, demostrar que son de buena familia y colaborar al triunfo de la fiesta, que pasa, necesariamente, por un dechado de encastada nobleza y toreros en racha.

Pues nada de lo dicho ocurrió. Los toros estaban bien alimentados, pertenecían a reatas de padres y madres largos, de bella presencia y prestancia, pero ni gotas de bravura, ni un barniz de casta, ni un compás de fiereza. Solo el tercero, al que Juan del Álamo le cortó una discutible oreja, se movió más que los demás, desarrolló nobleza y permitió que la plaza disfrutara de unos instantes de espejismo torero. El resto, basura, animales para el matadero, -ninguno destacó en el caballo- y llegaron al tercio final con una infinita tristeza, sin recorrido, sin gracia ni codicia, con andares cansinos y fervientes deseos de que acabara cuanto ante su desesperante misión en la tierra.

¿Y los toreros? Justificados podrían estar con tales oponentes, pero en feria tan importante como esta se les debe exigir una especial puesta en escena, una disposición, unas maneras.

Las tuvo, y se la premiaron, Juan del Álamo, aunque el trofeo que paseó supo a poco. Lo mereció, quizá, porque consiguió levantar los ánimos de los alicaídos tendidos y porque trazó una tanda de redondos preñada de temple y buen gusto, pero llegó al final de una faena en la que hubo más cantidad que calidad, más acompañamiento que mando, más celeridad que hondura. Ligazón, sí, pero no basta hilvanar los pases para hacer el toreo. Como suele ocurrir cada tarde, alargó la faena innecesariamente y acabó con las ya tradicionales y diarias bernardinas que no añadieron nada a su menguada labor. Con ese toro dibujó un par de buenas verónicas y alguna otra sobresalió al recibir al quinto.

Este otro animal pertenecía al batallón de los sosos y mansos, embestía con la cara alta y sin clase alguna y se rajó pronto. Habría que preguntarle al torero por qué lo brindó al público.

Pocas opciones tuvieron Escribano y Leal. El primero recibió a sus dos toros de rodillas en los medios; al primero consiguió darle una larga cambiada, pero el otro lo miró, se dio media vuelta y enfiló de nuevo el camino de los corrales, volvió a mirarlo y pasó del torero. Mientras tanto, allí seguía arrodillado el torero, aguantando el mal trago. Banderilleó de forma muy deficiente, siempre a toro pasado, su labor resultó muy insípida porque sus oponentes así lo decidieron y mató de una buena estocada al primero.

Leal se metió literalmente entre los pitones en las postrimerías de su labor ante el sexto, y arrancó una ovación a su valor. También se jaleó su comienzo muleteril de rodillas ante ese mismo toro, y no hubo más. Su lote no sirvió, pero el torero no puso mucho empeño en que de él se opinara lo contrario. Está muy poco placeado, su toreo es muy superficial y se salvó por milímetros de la cornada cuando citó a su primero con el cartucho de pescao y vació la embestida con un pase cambiado por la espalda.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Juan del Álamo corta una oreja al único toro entre caballos

La Corrida de Prensa también ha sucumbido al decadente sino de los tiempos. Creyeron José María Lorente y Rafael Marichalar encontrar el Edén cuando en los 90 los Lozano acogieron la centenaria corrida en el marco de San Isidro, arropada por el abono aunque fuera de él. Se le dio calor y categoría al margen de los resultados económicos para la Asociación de los periodistas de Madrid, cuestión de supervivencia pero no sólo. De unos años a hoy, la corrida de la APM se organiza como quien cumple una condena. Por parte de la empresa de Martínez Uranga y de la propia casa, que se limita a poner la mano. Así de mal están las cosas por la sede de Juan Bravo. Y de Alcalá 237…

El ambiente desprendía en la plaza un halo de tristeza, de familia en tiempos de penuria en torno al puchero vacío. No se recordaba una Corrida de la Prensa de tan pobre entrada y sin nadie de la Familia Real. Ni aquel magnífico libro anuario que se elaboraba, ni aquella Oreja de Oro que se repescó.

Manuel Escribano brindó a Cristina Cifuentes, que ocupaba un burladero frente a ese desierto de los tendidos de sol que antes, 12 años antes, antes de Taurodelta, señora presidenta, no existía. Escribano se había ido a portagayola, librado otra larga cambiada en el tercio y banderillado con solvencia. Y luego siguió con la muleta, la misma solvencia y el mismo muermo de Pedraza de Yeltes. Un toro negro, bajo, armadísimo y somnoliento como una caja de Orfidal. Un sopapo lo despabiló para enviarlo al mundo de los verdaderamente muertos. Juan Leal, que confirmaba alternativa, pega un ajustado derechazo al último toro de la tarde. ANTONIO HEREDIA

El honor de la divisa vino a salvarlo un precioso colorado de hechuras infalibles. Líneas de armonía para embestir, que no son las que se dibujan en cuesta arriba… Desde que tomó los vuelos de la verónica de Juan del Álamo humilló con son. Ese punto de dubitativo apoyo, incógnita de su fuerza, lo superó el toro de Pedraza con ritmo, nobleza y entrega por el pitón derecho. Del Álamo lo aprovechó con su largo concepto, y trazo, del muletazo y su velocidad inicial que fue atemperado con el transcurrir de la faena. La única tanda de naturales -por ahí el toro no era igual ni parecido- sirvió para que Juan pintase unas cuantas trincherillas y, especialmente, como raya en pared: desde ahí las siguientes tandas de derechazos sucedieron con más cuerpo y más temple. Unas bernadinas tardías fueron oportuno punto final para la obra, que ya se pasaba de punto, y el tal Holandero, que ya miraba a las tablas con cariño. La fe en la estocada, medida con escuadra y cartabón por los más cartesianos, le entregó la oreja.

La espera de Manuel Escribano en la puerta de toriles fue de infarto. El tren de Pedraza salió y se volvió, volvió a salir y miró. No lo vio. Y Escribano ya se levantó. Menos mal. El toraco de tres plantas siguió unos patrones insustanciales y a Manuel le pasaron la factura de sus tres tardes en San Isidro como torero de la empresa.

La corrida de Pedraza se escogió como un ejercicio de contención respecto al elefantiásico debut de 2015, y aun así no se pudo contener: un quinto brutalmente ensillado y con aspiraciones de alcanzar la luna reunía 630 kilos de acongojante desproporción. Por supuesto que fue ovacionado en la plaza donde se aplauden autobuses, básicamente. Luego se movía por encima del palillo, claro, y a Juan del Álamo no le daba el brazo para pasarlo en los de pecho. El toro de lidia…

El sexto asomaba también por encima de la barrera. Juan Leal había confirmado con un caballazo de espanto que casi lo arrolla en una dosantina de temeridad. Imposible el toreo, evidentemente, con el mulo. Y con este último Leal se clavó de rodillas para arrancar la faena de lejos. Con un par. Los redondos del galo sacaron más raza que el bruto, que en punto muerto no ponía de su parte ni el aliento. Tremendo el arrimón de Juan Leal con el gesto impasible y los pitones en el pecho y los ochos y las trenzas tan ojedistas. Un puñetazo en la boca del estómago es todo lo que se llevó a la hora de matar. Leal se vació por completo. Imposible más con menos.

madrid_170516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:08 (editor externo)