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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves 17 de mayo de 2018

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería:Toros de Juan Pedro Domecq y uno de Parladé (6º), cuatro cinqueños (2º, 4º, 5º y 6º); extraordinario el 3º.

Diestros:

Finito de Córdoba: de buganvilla aterciopelada y oro. Cuatro pinchazos y descabello. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo (silencio).

Román: de azul pavo y oro. Pinchazo hondo y tres descabellos. Aviso (silencio). En el quinto, media estocada y dos descabellos (silencio).

Luis David Adame: de blanco y plata. Estocada (oreja). En el sexto, pinchazo hondo y dos descabellos (saludos y ovación de despedida)

Destacaron:

Entrada: 16317 espectadores, dos tercios.

Imágenes: https://www.facebook.com/media/set/?set=a.1640537842708988.1073742061.212713325491454&type=1&l=2ec68d9353

Video: https://twitter.com/twitter/statuses/997209244834418693

Crónicas de la prensa

Portal Taurino

Por Alberto Bautista. Luis David Adame salva la infumable Juan pedrada

Si ayer fue Talavante, en la décima de abono Luis David Adame rozó la cima de la puerta grande, tras una entregada y portentosa tarde. Disposición, variedad y claridad de ideas fueron los importantes argumentos con los que el mexicano obsequió a Madrid, frente a una corrida tan baja como nula de casta.

Lo mejor llegó ante el único que tuvo buena condición del encierro de Juan Pedro Domecq - Parladé, un ejemplar que pecó de flojedad en los primeros tercios, pero que contó con una calidad inconmensurable por ambos pitones, siendo despedido con una sonora ovación. Adame dejó detalles en una muestra más de la clase que atesora en una faena de altas cotas, que comenzó por estatuarios ganándole terreno a “Ombú” con las zapatillas atornilladas en la arena, para ir alternando posteriormente muletazos reposados, con cadencia y remate. Actuación de menos a más, pero de mucha importancia. La espada cayó baja pero la intensidad y la disposición durante la actuación hizo que paseara el único trofeo de la tarde.

A tumba abierta salió en el sexto, éste con el hierro de Parladé, en otra entrega más del valor que el mexicano atesora. Un quite por zapopinas encendió el ambiente, el inicio en los medios por estatuarios hizo bramar a Madrid, y eso que “Peleador” contó con una embestida desclasada, en una faena de poco fuelle frente a un toro que no le puso las cosas fáciles a Luis David. Tragó y expuso en unos finales de mucha emoción, pero la bajada en intensidad de la faena dejó todo en un suspiro. Saludó una ovación desde el tercio, dando un aviso a medio escalafón.

Por su parte, “Finito de Córdoba” pasó de puntillas en su regreso a Las Ventas, tampoco tuvo oponentes de garantías siendo silenciado en sus dos turnos. Y eso que al primero, lo recibió con unos lances pintureros. Y ahí acabó todo. La mansedumbre del Juan Pedro echó por tierra una faena breve pero intensa del Fino, al que acabó robándole muletazos en una actuación de chispazos y destellos, que no pudo rubricar con los aceros. Inédito pasó frente al cuarto, un tío de Juan Pedro de buena fachada pero vacío de casta. Se intentó justificar, pero el trapazo y el enganchón no convenció a nadie.

Tampoco tuvo posibilidades Román en su segunda comparecencia de la feria, estrellándose con un lote carente de juego. Al segundo, un colorado tan blando como justo de fuerzas, le corrió la mano sin lograr atemperar sus duras embestidas, hasta que cantó la gallina y se refugió en tablas. Tampoco tuvo la tarde con la espada y fue silenciado en sus dos turnos. De vacío se marchó frente al desclasado quinto, en una actuación anodina, que no encontró respuesta en los tendidos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La seriedad de Luis David y la rotundidad de 'Ombú'

La calma del día después presidía Las Ventas. Un ambiente apalizado por la tensión emocional vivida 24 horas antes. El vibrante recuerdo de Alejandro Talavante pesaba. Dormía la plaza en aquel sueño hasta que apareció Ombú. Qué nombre más rotundo para tanta belleza. Una pintura jabonera, un cromo de armonía veragüeña. El toro cincelado por Dios. Habitaba en su interior la bravura, la casta envuelta de calidad. De principio a fin con la boca cerrada. Ese tópico que se hacía verdad. La humillación cierta como el empleo en todas las suertes. Ombú en el caballo empujó con estilo y riñones. Como lo había hecho en el capote de Luis David Adame. En las verónicas del saludo y en las chicuelinas de manos bajas, esa bravura de no hacer ruido. Deslizante y sedosa, sin una sola renuncia.Adame brindó la ilusión al gentío. Ombú era una ilusión. Y se clavó por estatuarios. Sin rectificar un ápice las zapatillas. La resolución del pase del desprecio prendió de oles los tendidos. La primera tanda de derechazos sonó a ajuste. En las siguientes enganchó por delante la embestida dorada, la guió con largura, la sintió en la palma. Acinturado, encajado y ligado el mexicano. Tan seriecito y ordenado. Ombú viajaba en los flecos de la muleta, planeaba en modo avión. La faena tomaba cuerpo. Un molinete que nació con forma de trinchera y el pase de pecho cosido a ella, o a él, pegaron fuerte en el corazón de Madrid. Y, sin embargo, por la mano izquierda la cosa pasaba tibia. Ombrú se daba igual pero la largura de los naturales no calaban del mismo modo. La clase del juampedro palpitaba. Luis David volvió a conectar con su diestra. Más seguro de su dote muletera. La arrucina trajo el eco de su tierra caliente. Otra vez el de pecho a la hombrera contraria. No quiso despedirse sin catar de nuevo la joya en su zurda. La ronda al natural partida en dos y dos. Correcta la propuesta, no más. El cierre fue un órdago a la grande. Por bernadinas ceñidas y, finalmente, detalles de orfebre por bajo. Cuando agarró la espada, Ombrú se cuadró con la fijeza de siempre. Unidas las manos incluso para la muerte. La boca cerrada a laespera del último aliento. Adame lo despenó con rectitud de vela. Una estoda cabal. Como la oreja. En el tránsito del arrastre al cielo de los grandes toros, Ombrú provocó una ovación unánime.

No volvió la cara nunca Luis David con el grandón sexto. Con el hierro de Parladé. Un zamacuco basto. Que venía sin irse. Correoso. Bruto. Adame lo alegró por zapopinas sincronizadas. Y se la jugó con firmeza de hombre. Bragado y peleón.Finito de Córdoba vestía un aterciopelado terno. De buganvilla y oro. Tanta elegancia para nada. Para un manojo de medias verónicas acaderadas. Y un lance por el derecho recuerdo de los viejos tiempos. Y algún muletazo suelto aquí y allá. Finito se colocó siempre con un clasicismo inusual. Las zapatillas mirando al toro; el pecho también. Una y otra vez a ver si al gordo juampedro le daba por embestir. Sus 615 kilos se hacían demasiado en sus estructuradas hechuras escondidas en su amplio volumen. Orondo pero bien hecho. Ni los tiempos que le concedía el cordobés entre natural y natural le provocaban la continuidad. No hubo motivo. Y tampoco causa con la espada encasquillada. Como el eximio poder y el pobre fondo del cuarto no sirvieron, Juan volvió a pasarse la faena colocándose. Tan elegante y clásico. Sin despeinarse.

Román dio una imagen caótica. Desde que recibió con el capote a la espalda al cinqueño segundo, el primero de los cuatro toros con los cinco años cumplidos de Juan Pedro. Algo montado. Bajó una cuarta en el caballo, y sacó la lengua en la misma proporción. Luis David atacó por gaoneras. Como el valenciano ya había hecho, embarulladamente, en el toro de los albores de la tarde. El juampedro quiso rajarse pronto. Se desentendía de la muleta que el chaval presentó en la obertura como “cartucho de pescao”. La faena, desordenada, sucia, todo voluntad, no halló, por otra parte, material. Tampoco ante el quinto, que no humillaba en su movilidad, Román lustró su tarde enredada.

ABC

Por Andrés Amorós. Luis David Adame, a la dulce sombra de «Ombú»

Con gran pesar recibo la noticia del fallecimiento de Ramón Vila, un personaje tan respetado y querido en todo el mundo de la Tauromaquia, por el que se guarda un minuto de silencio: un ilustre ejemplo de tantos magníficos médicos taurinos –excelentes aficionados, además–, ángeles de la guarda de los toreros.

En Sevilla, los toros de Juan Pedro dieron muy pobre juego: flojos, apagados, sin emoción alguna. Esta tarde, se repite la historia, salvo en el excelente tercero, cuya nobleza aprovecha Luis David en una buena faena, premiada con un trofeo.

Dentro de los toreros actuales, Finito de Córdoba es un caso aparte. Todos los aficionados conocen la calidad de su toreo, verdaderamente estético; es, también, un gran profesional, que brilla mucho toreando en el campo. ¿Por qué no ha llegado más alto? Cada uno tiene su carácter… (Ya decía Manolete que, si Pepe Luis hubiera querido, hubiera acabado con todos). Vuelve a Madrid después de tres años, cuando está toreando muy poco (aunque conserva seguidores tan fieles como Paco Mora). El primero se llama «Ninfa», con esa moda actual, tan absurda, de mantener el femenino para el nombre de las reses: lo recibe con verónicas de su reconocido buen gusto… y el toro ya va al suelo. Se suceden los muletazos pulcros, muy compuesta la figura, pero sin dar el necesario paso adelante. Se alivia mucho, con la espada. No ha habido faena sino retales, esbozos, apuntes, pruebas… Resume Javier: «Nos hemos quedado fríos». Y otro vecino: «Como siempre, aseado pero…» El cuarto es soso, flojo, apagado. Entre el toro y el torero, el trasteo es incoloro, inodoro e insípido: la antítesis de lo que debe ser una corrida. Un pinchacito basta para que el toro se eche. El público ha aprovechado para comentar su alegría, por el Atleti, y su escándalo, por las noticias de Cataluña.

Román dejó excelente impresión con los toros de Fuente Ymbro: sólo la espada le privó del seguro trofeo. Se aprecia en él una favorable evolución artística. Sale arrollando la razón, con el capote a la espalda, y pasa dos sustos. Intenta comenzar con el «cartucho de pescao» (la suerte del inolvidable Pepe Luis) pero el toro tardea, protesta y, muy pronto, se raja. Prolonga y recibe un aviso, al pinchar sin convicción. El quinto embiste cansino, sin celo alguno: correcto, soso, sin la menor emoción. Han invadido la Plaza el tedio, el sopor, la modorra. La insistencia de Román no tiene fruto. No hace falta saber mucho para suponer que, con los miuras, será otra cosa…

Luis David, el segundo de los Adame, que brilló como novillero, lucha por abrirse paso como matador. Fue el triunfador en San Sebastián. Tiene condiciones, debe ir madurando. El tercero, un bonito jabonero, se llama «Ombú»: es el nombre del árbol patrio argentino; en guaraní, significa «bella sombra», porque es el único cobijo para los dulces sueños de los gauchos, en la pampa. (Curiosamente, se discute si es un árbol o una hierba grande: aunque llega a diez metros de alto, su tronco es medio hueco). Este «Ombú» da un juego excelente, aunque no le sobren las fuerzas; embiste con prontitud, alegría y nobleza. Luis David capotea vistoso; comienza por estatuarios, logra acoplarse en series buenas, llevándolo prendido a la muleta, muy lento; intercala una arrucina; las bernadinas finales son superfluas. Se vuelca, aunque la espada va al rincón: oreja. El sexto, de Parladé, más grande, da un juego distinto, transmite cierta emoción. Quita Luis David por zapopinas. Saluda Tomás López, en banderillas. Comienza la faena con un pase cambiado de escalofrío; se entrega, buscando redondear el éxito, pero el toro se queda cortísimo; a fuerza de tragar, saca algún muletazo.

Este segundo Adame se ha ganado el respeto de los aficionados. No debe abusar de los quites con el capote a la espalda (igual que Román): recuerden la belleza de la verónica… Ha tenido la fortuna de vivir un dulce sueño, a la sombra bella de un noble «Ombú».

Postdata. Además de ilustre periodista, Mariano de Cavia –que da nombre al premio de ABC– fue crítico taurino, autor de un par de libros, «División de plaza» y «De pitón a pitón». Escribió la letra a un «Himno a la libertad taurina» que deberíamos resucitar: la seguimos necesitando. En una crónica, sueña irónicamente con un nuevo Juanelo Turriano, «que construya toros mecánicos». Haría felices –dice– a las empresas, a los públicos y a los toreros: «Sería más difícil torearlos mal y, más fácil, torearlos bien». Algunas tardes, llego a pensar que esa utopía humorística ya se ha conseguido.

El País

Por Antonio Lorca. Luis David, ilusión y fortaleza

Cuando salió el segundo toro de la tarde —primero de Román— la plaza estaba adormilada. Se escuchaban algunos murmullos, pero eran los acomodadores, que comentaban la victoria del Atleti; el resto, sesteando.

Son días, estos de San Isidro, de empapar la miga del pan en la salsa del rabo de toro —quien lo comiera—, remojarlo con un buen vino, y terminar con una copa y un puro largo; ya sentado en la dura piedra, un gin-tonic, si se tercia, y, como colofón, Finito de Córdoba. Siesta segura.

Y no porque el veterano torero sea una medicina contra el insomnio, sino porque cuando está a punto de cumplir 27 años como matador de toros no es la imagen de la ilusión, precisamente. Mantiene la elegancia y el empaque en sus maneras, y recibió al primero con un par de verónicas y hasta cuatro medias airosas que hacían presagiar lo que no sucedió.

El toro no es que tuviera ganas de embestir; nobleza encerraba, pero también falta de casta y de codicia. Y el torero se lo tomó con excesiva parsimonia, de tal modo que, después de unos muletazos por alto iniciales, tardó lo que pareció una eternidad para trazar un derechazo largo y despegado, al hilo del pitón, eso sí.

Y ahí terminó la historia; la historia de su toreo, que no la faena. Intentos lentos y baldíos ante un animal parado y tullido, como si dirigiera una clase de hipnosis. Pero como el toro estaba dormido hacía rato, los que se quedaron cuajados fueron los espectadores.

El despertador fueron las dos verónicas, otro par de gaoneras y la larga con las que Román recibió a su primero. Después de la siesta se agradece la alegría de un torero que parecía venir a por todas.

Brinda Román a la plaza y protagoniza un momento emocionante. Se sitúa en los medios, pliega la muleta en la mano izquierda, el estoque escondido en la cadera, y cita al toro, aculado en tablas, con el llamado cartucho de pescao, popularizado por el maestro Pepe Luis Vázquez. Se resiste su oponente a obedecer, lo llama con la voz y pequeños saltos; finalmente, el toro se arranca a gran velocidad, el torero debe retirar la pierna de salida para evitar el atropello y el encuentro no alcanza la vistosidad deseada.

Pero era algo nuevo, añejo y clásico, distinto, razón suficiente para que la plaza entera despertara de la tristeza inicial.

Después, nada le salió a derechas al torero valenciano; muchos pases, pero muy pocos de calidad. No hubo conexión ni temple; y, encima, el toro se rajó pronto y las ilusiones se desvanecieron. De la siesta se pasó al bostezo.

Pero salió Ombú, un precioso toro jabonero, que empujó en el caballo, galopó en banderillas y llegó a la muleta con una movilidad y una clase excepcionales. No era un toro fiero, sino artista y nobilísimo, pero hondo y exigente en la muleta.

Luis David le cortó una oreja y se la ganó a pulso con entrega y pundonor. Lo recibió a la verónica, quitó por chicuelinas e inició el tercio final por estatuarios muy toreros, atornilladas las zapatillas en la arena, derecho como una vela y quieto como un poste. Ombú embistió largo y tendido, humilló y aguantó una faena larga con extrema bondad.

Luis David hizo lo que sabe y lo hizo bien con ilusión y fortaleza. No es un exquisito, pero se esforzó para estar al nivel de su oponente, objetivo harto difícil. Las tandas resultaron aceleradas, vistas y no vistas, y quedó la impresión de que el que mandó fue el toro, que repetía incansable una y otra vez. Espada en mano, se tiró sobre el morrillo y, aunque quedó caída, mereció la oreja por su encomiable decisión.

Quedaba la incógnita del sexto y la posibilidad de la puerta grande para el mexicano. Echó el resto, pero no pudo ser. Hizo un muy vistoso quite por zapopinas, volvió a brindar al respetable, inició la faena con un ceñido pase cambiado por la espalda, pero el toro desarrolló genio, acortó el viaje y deslució el sueño del muchacho.

Eso ocurrió en el último, que cogió al personal dormitando de nuevo. Soso fue el cuarto y Finito alentó de nuevo la siesta; y Román se mostró espeso, esa es la palabra, ante la poca clase del quinto. Espeso quiere decir con las ideas emborronadas, preso de incertidumbre, y esa sensación de que haces lo que sabes y no comunicas nada, y sientes la mirada fría y lacerante del público en la nuca.

La Razón

Por Patricia Navarro. La ambición de Luis David y un toro con estrella

En honor al doctor Vila fue un minuto de silencio. A los 80 años perdía la vida el doctor sevillano que forma parte de la historia de los toreros, bien lo saben los protagonistas. Para volver a vivir los momentos buenos, muchos han transitado el infierno. Manos salvadoras las suyas. La fe ciega de saber que Vila estaba allí. Desde arriba a partir de ahora. En Madrid se le recordó y en la piel de tantos se sentiría la memoria de las cicatrices.

Fino toreó bonito a la verónica en su honor. Y la media. Torero. Él. Se le esperaba. De esas cosas que se sienten en el ambiente. Y quiso Fino, pero a la nobleza del primer toro le faltaba un punto de vibración para que la cosa fluyera de veras. No tenía prisas y al natural encontró algún muletazo de bella factura. Por torería no iba a ser. La espada fue otro cantar. Aligeró con el acero en el cuarto. El toro no le dio grandes alegrías, pero anduvo torero Fino, y da gusto verle.

No hubo toreo a la verónica en el saludo de capa de Román. Al tercer lance se echó el capote a la espalda y lanceó al toro desafiando la lógica. Y así siguió para plantear la faena en el centro del ruedo, con la muleta plegada y al natural. Huracanada fue la primera arrancada, lástima que luego el toro no estuvo a la altura de la sinceridad del torero. Sin entrega y con ganas de rajarse, condicionó la faena y las ambiciones del torero. También el quinto, irregular y desigual. Cara de póker para justificar así una tarde en Madrid.

El tercero fue a la muleta de Luis David Adame con mucha dinamita, porque lo tenía dentro. Toro bravo, encastado y bueno, que exigía, porque tenía la embestida profunda y pedía que las cosas se le hicieran perfectas. Tuvo mérito todo, porque no era toro simplón sino importante. La faena se vivió con los tiempos templados, costó meterse en ella. De hecho, hubo que esperar a las bernardinas del final para que la cosa explosionara, aunque es verdad que había resuelto antes. Se fue detrás de la espada como un diablo. Toro de nota en la feria este de Juampedro. Nos acordaremos. Para infartarse fue el pase cambiado por la espalda al sexto. Increíble pareció a los ojos que no le cogiera. Luis David no perdió de vista ni un solo momento que la Puerta Grande la tenía a medio abrir. Tuvo movilidad el toro, aunque le costaba después despegarse de la muleta, salirse de ella y evolucionó como un rayo a revolverse y no querer pasar. La entrega había sido absoluta. Y ahí quedaba.

Madrid Temporada 2018.

madrid_170518.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:25 (editor externo)