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Plaza de Toros de Las Ventas

Miércoles, 18 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Fuente Ymbro (el primero de la tarde fue devuelto tras entrar al caballo y caerse en repetidas ocasiones, en su lugar se lidio el sobrero ‘Desastre’, nº 15, 537 kilos, castaño, de Buenavista)

Diestros:

Diego Urdiales: de purísima y oro. Ovación tras dos avisos y silencio

Miguel Ángel Perera: de verde hoja y oro. Silencio y silencio tras aviso

Alejandro Talavante: de azul pavo y oro. Ovación tras petición y oreja tras aviso.

incidencias: al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio por el novillero peruano Renatto Motta, que falleció ayer por una cornada en Molta (Perú)

Destacaron: en banderillas, saludaron Juan José Trujillo en el tercer toro y Curro Javier en el quinto.

Entrada: cartel de no hay Billetes.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7045

Video: http://www.plus.es/video/san-isidro-18-05-2016?id=20160518230233

Crónicas de la prensa:

Grupo Joly

Por Luis Nieto. Talavante, con fe y gran calidad

La decimotercera de la Feria de San isidro, que se abrió con una gran expectación y otro No hay billetes, se desarrolló sin triunfo hasta el último acto, cuando Alejandro Talavante consiguió el único trofeo por una faena que se sacó de la chistera ante un manso por el que nadie daba un euro y del que afloró nobleza cuando lo apretó.

La corrida titular, de Fuente Ymbro, en su conjunto marcada por la mansedumbre y la falta de calidad, defraudó dentro de un encierro en el que el mejor toro fue el sobrero que se lidió como primero bis, un bravo ejemplar del hierro de Buenavista.

Alejandro Talavante cumplió con creces ante sus oponentes. El que cerró plaza, altote, ya apuntó su mansedumbre desde la salida. Huido, derribó en varas, afortunadamente sin peligro para el picador. Se perdió mucho tiempo en vestir al caballo, con el toro andando de un sito a otro de la plaza. Parecía que de esta manera se difuminaban las esperanzas. Pero Talavante, con una gran fe en si mismo, realizó una faena interesante ante un astado manso y noble al que con fe sacó todo el jugo posible a base de tesón. Tras un comienzo con doblones y una primera tanda, el animal se entableró y allí que el extremeño acudió para lucirse en dos series diestras y un toreo al natural con calidad. Con recursos, mantuvo en vilo al público, como en una serie con la derecha en la que intercaló un fallero. Mató de estocada y cobró la única oreja de una tarde que hasta este último acto había resultado anodina.

El pacense supo sacar provecho con una faena airosa y breve al tercero, un toro descarado de pitones y bravo, pero que desgraciadamente salió descoordinado. En los medios logró una buena serie diestra, corta, o un inspirado natural que duró una eternidad. Tragó y fue cogido, afortunadamente sin consecuencias. Cerró con manoletinas para matar de una entera arriba y escuchar una ovación tras leve petición. El torero debería haber dado la vuelta al ruedo.

Diego Urdiales, al que ha puesto en boga Curro Romero, presente en un tendido, quemó su cartucho sin lograr el triunfo ante un lote desigual. El arnedano brindó su trasteo a la memoria del joven novillero Renatto Motta, que murió desangrado tras una gravísima cornada en su Perú. El diestro concretó una faena desigual y excesivamente larga a un sobrero de Buenavista, alto, musculado y justo de cara, que empujó en varas y embistió con bravura, nobleza y fijeza. El riojano logró los mejores pasajes por el mejor pitón, el izquierdo, con naturales hondos y bellos y otra tanda diestra con ligazón y una preciosa trincherilla. Se equivocó en alargar el trasteo en las rayas y la faena perdió intensidad.

Urdiales concretó una labor sin interés al cuarto, un toro algo veleto, hondo y que no se entregaba en las embestidas.

Miguel Ángel Perera tuvo un lote nulo para el lucimiento. El pacense apenas pudo lograr dos tandas diestras emotivas con muletazos largos y mandones al segundo astado, cornidelantero, manso, suelto y que acometía con la cara alta.

El quinto, otro ejemplar cornidelantero, que derribó sin consecuencias al primer encuentro en varas, se vino abajo de inmediato en la muleta tras un comienzo de faena de Perera con un muletazo por la espalda escalofriante y un par de series en las que el animal no descolgaba.

En una tarde de expectación que iba camino de la decepción, un Alejandro Talavante brillante, con fe y gran calidad cerró ayer su participación en este San Isidro donde ha actuado en tres ocasiones y ha dado la talla sin ningún toro con calidad y cortando un par de orejas de ley.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La importancia de Alejandro Talavante

Y Curro volvió a Madrid. La causa altruista de colaborar con la Fundación Pequeño Deseo y la no menos noble de la ilusión: allá donde torea Diego Urdiales se acerca el Faraón. Otro llenazo como en los viejos tiempos venteños, pero al calor de Urdiales, Perera y Talavante, que se ha marcado un triplete de “no hay billetes” esta isidrada.

Como los gitanos no quieren felices principios, devolvieron al toro de Fuente Ymbro de disminuidas fuerzas. El largo sobrero de Buenavista portaba cara de bueno y cuello generoso. Fue las dos cosas: bueno y generoso, especialmente por la mano izquierda. No precisamente bien tratado en la brega con un capotazo de látigo que desembocó en duro volatín. No mermó sus facultades. Diego brindó al cielo a la memoria de Renatto Motta. Y se puso a estructurar (sic) una faena de muchos tiempos, momentos de calidad al natural y un sobrenatural. Pero, una vez fiado todo a la pureza, el ritmo no brotó, la distancia exacta no se halló, la colocación puede que tampoco y, en conclusión, la deseada unidad de faena quedó desperdigada en fogonazos de ese clasicismo imperecedero de Diego Urdiales. Un par de avisos vinieron a subrayar la inconcreción del todo.

Manseó el castaño, bajo y serio toro de Ricardo Gallardo desde el minuto uno. No quería caballo y prácticamente nada. Alejandro Talavante se descaró en un quite con el capote a la espalda y no sólo el capote, también la querencia. Por poco no le arrolla el viaje cegado. Miguel Ángel Perera no dudó en decidirse con la muleta muy por abajo. Como diciendo, “lo que dure, duró”. Y así fue: el poder de Perera con las embestidas rebrincadas del manso duraron tres series de ligados y macizos redondos. La gallina terminó de cantar y el toro volvió grupas desde la perpendicular del “1” a la misma puerta de toriles.

Alejandro Talavante está tan sobrado de valor que al toro le da todas las ventajas. La faena al recortado y bajo tercero de finos pitones provocó una admiración sincera en quienes sintieron que Talavante toreaba allí en los medios con absoluta desnudez. El castaño de Gallardo se rebrincaba, únicamente humillaba en el instante de tomar los vuelos de la muleta y luego soltaba la cara. Alejandro, desde que soltó la zurda para liberar los estatuarios, se erigió con verticalidad, soltura y solemnidad. El cambio de mano surgió con visos de eternidad. Y la voltereta posterior con rango de inmortalidad: la cornada seca del toro no caló la carne pero volteó al torero para colocarlo a merced. Escapó de milagro y se levantó intacto y sin darle importancia al hecho. Tan poca le dio que esa manera suya de jugarse la vida trepó menos de lo debido. Los derechazos a pies juntos y enfrontilado trajeron oles de pasados naturales. Y las manoletinas, el reconocimiento más vulgar. Fulminante la estocada y tímida la pañolada. En otra época… Alejandro Talavante apenas se vendió. Ni para saludar una ovación que supo escasa.

Se acordaría Diego Urdiales del sobrero de Buenavista con el negro, cuajado y parado sobrero de Fuente Ymbro. Ni una embestida regaló. Urdiales lo despenó de su mansa existencia con un estoconazo en chiqueros…

Curro Javier le echó en el quinto un pulso con los palos a su ex compañero Trujillo, que ya se había desmonterado en el tercero. Soberbios los dos peones. El toro de Fuente Ymbro respondió a la tónica de la corrida: sin fondo, sin clase y sin estilo. Un espejismo el derribo en varas. Miguel Ángel Perera se clavó en la boca de riego con un pase cambiado y lo quiso enredar. Entre el vientecillo y los cabezazos, ni lío ni enredo. Cuando lo cerró más entre las rayas al menos sacó una tanda. El defecto de topar se acrecentaba por segundos según se vaciaba el pobre depósito del fuenteymbro. Es decir, en cero coma, que dice la juventud. Agua mansa.

Cuando los toros aprietan hacia los adentros, también derriban en el caballo. Como volvió a suceder con el montado sexto, que braceaba con las manos al caminar… Talavante se dobló toreramente en el tercio, prólogo para que la bestia se rajase. Alejandro le entendió al hilo de las tablas, en el “2”. Perfectas la cabeza y la bragueta, el temple y el corazón. El fuenteymbro seguía la muleta con sorprendente humillación hasta el final. Y Talavante lo toreó con maravilloso pulso, el latido de la izquierda, la cintura de junco y la expresión de los grandes. Por la derecha también se sintió el torero. Importante de verdad. Los pases de pecho barrieron el lomo. La plaza dio un vuelco. Entrega por entrega. La estocada puso en valor la faena por si había dudas. Sin vender nada de nuevo. Pero esta vez la oreja sí recompensó el gran momento momento de Alejandro Talavante. Soberbia feria la suya.

La Razón

Por Patricia Navarro. Talavante, en honor al toreo

Amanecimos con la honda tristeza de la noticia de la muerte de un torero. A aquel pueblito del Perú llegó la sangre derramada más lejos que la medicina y Renatto Motta entregaba su vida al toro cumplidos los 18. Una cornada dejaba en su pierna una herida mortal que le ahogó en el trayecto que buscaba ayuda. «El toreo es grandeza», escribía el propio Renatto en un red social el pasado mes de diciembre. Un toro le arrebató la vida. Un minuto de silencio para recordarle en Madrid y un brindis, el de Diego Urdiales, en el primer toro de la tarde. Qué dureza esta profesión con toda esa juventud a cuestas. Diego se acordó de Renatto antes y se dispuso a buscar faena después al sobrero de Buenavista. Fue toro encastado, que repetía humillado pero con muchos matices y uno de ellos es que lo hacía por dentro. Se buscó Urdiales y se encontró con intermitencias, cuando además logró desperezarse del viento. Largo se fue con un cuarto, ya del hierro titular de Fuente Ymbro, que fracasó en su puesta en escena madrileña. Ni uno salvó la nota. Ni para hacer media. Cero transmisión tuvo este segundo toro del torero riojano. Estaba todo vendido, o eso pensamos, cuando Alejandro Talavante plantó cara al sexto en el centro del ruedo, por la izquierda, desafiante del viento que le había hecho la vida imposible en el tercero. Era su sexto toro también en la feria. El último. El adiós a San Isidro 2016. En una semana pegaba portazo. Fue quizá al tercer natural cuando el toro tomó el camino que ya había iniciado en el caballo, derecho a tablas. Y ahí Talavante, una vez más, con el recuerdo fresco de otras faenas en esta misma plaza, se reinventó para ir haciendo al toro, y entre embestida y embestida construyó una faena al calor de toriles que no pasó inadvertida. Era todo él. Todo lo había hecho él. Hasta el toro. Qué cosas. En la espada le iba el desenlace. La hundió. Pelín superficial (tendida) pero cuestión de tiempo. Íntegro estuvo con un tercero. Íntegro de valor para torear al mansito en los medios a pesar del vendaval. Dejó cosas buenas, pero un natural que venía precedido de un derechazo, de remover los cimientos de Madrid.

Miguel Ángel Perera brindó sus dos toros al público. Y en las buenas intenciones quedó la cosa. Con el segundo, al principio, qué comienzos, dejó un par de tandas del mejor Perera. Dominador, templado y con el toque justo al toro en el momento preciso. Tuvieron peso. Se destempló al natural y cuando quiso volver el fuenteymbro hacía rato que había abandonado la pelea. De haberla. Tampoco el quinto aclaró el panorama para mayores logros. Fue la faena del sexto, a la medida de Talavante por sorprendente y audaz, una bocanada de aire fresco en el desierto. La corrida de Fuente Ymbro lo puso imposible. Talavante, en honor del toreo y en la memoria de Renatto, porque será verdad que «el toreo es grandeza». Y dolor infinito.

ABC

Por Andrés Amorós. Talavante acaba arrancando una oreja

Después de una docena de corridas, las protestas por las reses llegan desde dos frentes opuestos. Se quejan bastantes profesionales de que unos toros tan grandes («mulos, caballos, elefantes», les llaman) no pueden embestir… pero, a veces, sí embisten. Es un hecho. Recuerdo el fuenteymbro que casi pesaba 700 kilos y ganó todos los premios, en Pamplona. Elogian los mismos, en cambio, a otros toros, que no pueden fallar («un zapato, un dije, un tacazo», les llaman)… pero fallan. Por su parte, el sector exigente del público protesta, por chicos, otros toros («gatos», les llaman)… pero, a veces, sí embisten. Recuerdo a «Bastonito», protestado de salida, antes de convertirse en símbolo de bravura. ¿Cómo salir de este irracional laberinto, tan hispano? Una propuesta muy concreta: suprimir la exhibición de la tablilla, con el peso de los toros. No sirve para nada y es contraproducente, predispone a favor o en contra (según el sector). Si se intenta colar reses demasiado chicas, para eso está el reconocimiento.

Con un cartel de figuras, vuelve a llenarse la Plaza y vuelven las polémicas sobre las reses. Algunos reclaman «¡Toros!», cuando lo que hay en el ruedo no es precisamente un gato; manso, eso sí, pero toro. Fuente Ymbro lidió una gran camada el año pasado pero éste, no le ha ido bien en Valencia, Sevilla ni, ahora, Madrid: toros serios, astifinos, pero mansos y deslucidos, en general.

Devuelto el primero por flojo, Urdiales aprovecha la nobleza del sobrero de Buenavista para lograr, al final, algunos naturales clásicos, de categoría, pero tarda en matar. El cuarto es andarín, no se entrega y Diego no logra que el público entre en la faena.

Reaparece Perera en Madrid después de su grave cornada y el público lo recibe con exigencia: le afean alguna colocación, al ligar los muletazos. Se muestra firme y seguro, salvo con la espada. El segundo huye descaradamente a chiqueros. No entiendo que le piten por mover el caballo, en la segunda vara. Somete con poderío las inciertas embestidas pero no mata bien. En el quinto, saluda Curro Javier, con los palos, pero el toro es incierto y deslucido: «como la economía», apunta mi compañero. No ha tenido material para lucirse.

En su última actuación en la Feria, Talavante vuelve a mostrar su buen momento. En el tercero, saluda Trujillo por un gran par. El toro es soso, manso, manejable; va quedándose más corto, hasta que lo entrampilla. La faena es desigual, valiente, algo deshilvanada; culmina con un brillante cambio de mano, casi una circunferencia completa: uno de esos rasgos de originalidad que son propios de este torero. Le piden la oreja, que no se concede. El sexto, rebrincado y huido, pega arreones. En su último toro de la Feria, Talavante le consiente mucho, no se desanima: en tablas, acaba logrando excelentes naturales y derechazos, que el toro toma a regañadientes. Nadie esperaba esta faena, de indudable mérito, bien rematada: justa oreja. Sin suerte en los sorteos, deja buen sabor.

Una tarde más, no recuerdo el peso de los toros; sí he lamentado su escaso juego, la falta de entrega y bravura: en eso debemos fijarnos. Si hubieran suprimido la inútil tablilla, con el peso, no hubiéramos perdido absolutamente nada. No me cansaré de insistir: me importan la casta, la fuerza, la emoción de un toro; no me importan los kilos que pesa.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Me estoy durmiendo…!

¡Me estoy durmiendo…!, susurró un vecino del tendido mientras Diego Urdiales trataba de excavar en el pozo sin fondo de su segundo toro. Pero lo hacía a mala idea; es decir, con la intención de dormir a la plaza entera, porque es difícil estar más pesado, insulso y aburrido que el torero riojano con ese animal soso y parado, que huía de su sombra. ¿Qué esperaba encontrar Urdiales? Y seguía, y seguía en un intento absolutamente baldío de obtener ningún resultado.

¡Me estoy durmiendo…!, decía el compañero; y yo, y este, y aquel, y todos, con toreros tan sumamente pesados como los actuales, representados ayer por Diego Urdiales, que ofreció detalles de su gran clase, pero su actuación debe ser calificada como muy deficiente, con chispazos perdidos ya en la memoria. No se puede abusar así de la paciencia de nadie. Al torero se le debe suponer conocimiento suficiente para discernir entre un tiempo prudencial para averiguar las condiciones de su oponente y el momento en que su labor se vuelve inaguantable. Pues, no; ahora hay una enfermedad contagiosa que consiste en esperar que suenen avisos porque, al parecer, eso es marca de figura.

Menos mal que, momentos después, el banderillero Curro Javier se encargó de despertar al respetable con un segundo par de banderillas al quinto sencillamente memorable. Citó de largo, se dejó ver, se asomó al balcón y dejó los garapullos en el morrillo, al tiempo que la plaza entera vibró de emoción. Y se despertó de golpe. No era para menos; cuando hay toreo bueno no hay quien eche una cabezadita.

Pero otro que estaba dormido era Talavante, que debía aguantar al sexto mientras los monosabios levantaban al caballo del picador, derribado momentos antes, y hasta tres veces puso al toro en el camino directo hacia donde estaba la faena. Dormido es poco…

Afortunadamente, el torero se despertó en la última parte de la faena de muleta a un manso de libro que buscaba la puerta de toriles con desesperación. Después de que el animal cantara la gallina y se refugiara en tablas, el torero se rehizo, y trazó tres tandas de mucha hondura; la primera, con largos y hondos redondos, y dos más de naturales, algunos de ellos de extraordinaria belleza. Paseó una oreja por una calidad artística que ya nadie imaginaba.

La verdad es que la tarde fue para echar una siesta, pero en el salón de casa. La corrida de Fuente Ymbro cosechó un sonado fracaso; desigualmente presentada, manseó con estrépito en los caballos, pecó de falta de fuerzas, y desarrolló genio y falta de casta.

Así, pasó desapercibido Perera, a quienes engañaron sus dos toros, pues los dos los brindó al respetable, y en ambos acabó aburrido y desesperado. Una tanda, la primera, con la mano derecha, en la que consiguió embeber la embestida del toro, -poderoso el torero-, fue su escaso balance ante el primero. Entre el genio del animal y el viento se esfumaron todas las esperanzas. Algo parecido ocurrió en el quinto: un pase cambiado por la espalda, ceñidísimo, dio paso a una labor aburrida y deslucida por los muchos defectos de su oponente.

Un improvisado, largo y sentido natural fue el balance de Talavante ante su primero, con el que se lució en banderillas Juan José Trujillo. Tras ese detalle de genialidad, el torero continuó con la zurda y sufrió una voltereta sin consecuencias que rompió por completo el encanto inicial. Todo había comenzado con estatuarios y una tanda de redondos de escasa profundidad, y, tras el susto, el torero dio la sensación de que perdió las ideas.

Y quien no las encontró fue Urdiales ante su primero, noble sobrero de Buenavista. Tardó en confiarse, le faltó dominio y algún momento de su innata elegancia quedó oscurecido por una faena larga y henchida de sosería. Ni la presencia de Curro Romero, su gran admirador, le sirvió de acicate.

madrid_180516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)