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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 18 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Parladé sin fondo en general, dos cinqueños ( 2º y 6º), y dos de Montecillo (un 4º y un 5º como sobrero, manso), muy desiguales de hechuras; destacaron el 3º y el 6º sin duración.

Diestros:

Curro Díaz: de rosa palo y oro. Media estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo (silencio).

Iván Fandiño: de malva y oro. Estocada honda (silencio). En el quinto, estocada que hace guardia y varios descabellos (silencio).

David Mora: de verde manzana y oro. Espadazo atravesado (saludos). En el sexto, estoconazo (oreja).

Entrada: tres cuartos

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1296269877135788

Video: https://twitter.com/LasVentas/status/865302283336265730

Crónicas de la prensa:

La Razón

Por Patricia Navarro. Y al palco se le fue la mano

No era un día cualquiera, porque en el toreo viven y conviven historias que son patrimonio de todos aunque no nos pertenezcan. Se sabe. Como sabíamos que David Mora volvía a la plaza de Madrid, donde murió y resucitó con un par de años de diferencia, para redimir la angustia de haber visto cómo le devolvían un toro al corral hace unos días. Por eso hizo un quite por gaoneras valentón y por eso se fue al centro del ruedo a pesar del viento, a pesar de todo, porque nada pesa, cuando las ideas están tan claras, y ahí prologó con un pase cambiado por la espalda de los que te deja la emoción tambaleándose. Sopló el viento antes, durante y después. Fue toro de interés, porque no lo daba alegremente pero tenía nobleza y muchas cosas buenas. Tomaba el engaño por abajo y quería viajar hasta el final. La faena de Mora quedó más en la búsqueda que en el encuentro una vez pasado el primer tramo de la faena. Pero remató de una buena estocada con encontronazo incluido y se llevó, de nuevo, el reconocimiento del público, que le sacó a saludar. Tuvo suerte, con mala tarde que tuvimos, al llevarse al sexto, que fue bravo aunque duró poco, pero transmitió mucho en los comienzos. Muy bien a la verónica, en vilo estuvimos, pendiente de lo que pasaba allí o no pasaba allí, durante la faena de muleta. Le mató de una buena estocada. Pero nos dejó vacíos antes. Muy a menos fue a la faena, sin acabar de cuajarla, pleno de ambición, de querer, pero otra historia eran los logros. Hubo petición, justita, y de pronto al palco, en Madrid, por San Isidro, se le fue la mano…

Imposible lo puso un parado y deslucido primero que hizo extraños en el capote de Curro Díaz y se paró después en la muleta sin dejar lugar al lucimiento. De El Montecillo fue el cuarto, remiendo de la divisa titular, que estaba más interesado en lo que pasaba en el tendido que en el ruedo. Salía desentendido del engaño de Curro Díaz, que brindó al público, quizá como despedida de su San Isidro, pero era más fácil que le tocara la lotería que triunfar con el animalito (irónico).

Fandiño vio cómo le devolvieron al segundo y corrió turno. El bis tampoco le salvó del abismo. Resultó noble y manejable pero sin el poder necesario para construir faena en positivo. Le salió al torero vasco una faena intermitente y sin hilo conductor, que había brindado esta vez sí al Rey emérito que una tarde más ocupaba una localidad.

Un trago espantoso fue el que hizo pasar a todo el mundo el quinto de la tarde. El sobrero de El Montecillo, en qué momento. Debía tener algo en la vista o ahí queremos encontrar la justificación, pero lo cierto es que acudió más que al caballo al picador, de tú a tú se saludaron y de ahí para arriba todo lo que vino después. Una tortura fue pasar por el tercio de banderillas. Se presentía la cogida, se sumaban palos para sumar las puñeteras cuatro del reglamento con verdadera angustia, con ahogo, en cada pasada los muslos, el pecho del torero al descubierto y el público en vilo. Y en la última, cuando se cumplía la de la ley a Víctor Manuel Martínez le prendió. Por suerte sin consecuencias aparentes. Un figura era el toro. Fandiño le lidió y se fue a por la espada. No había otra. Le metió el acero de aquella manera, pero hizo guardia y tuvo que tirar del descabello. Justo a la vez que cayó el toro, descansamos.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Un palco presidencial sin brújula

Levantaba el viento las esclavinas de los capotes de paseo. Curro Díaz vestía el mismo terno rosa palo y oro con el que descerrajó la Puerta Grande en 2016. Como pretendido imán de la suerte fracasó. El toro de apertura de Parladé, carifosco, astracanado, parco de cuello y astifinísimo, tan sólo se prestó en las verónicas de caro dibujo de Díaz. Perdida la inercia del galope inicial, midió y se frenó por delante de los capotes. A Curro lo desarmó en un extraño y le persiguió hasta que alcanzó sin aliento el callejón. El genio afloró también en el caballo, quitándose el palo. No mejoró en la muleta. Tan frenado y remiso. Tan alerta el sónar del instinto. CD cumplió valeroso y breve.

Perdió las manos el siguiente toro de Parladé con su cara lavada a cuestas. No había abandonado el segundo encuentro con el caballo cuando asomaba el pañuelo verde. Tal vez con premura. Iván Fandiño corrió turno y apareció un cinqueño largo como un tren, sacudido de carnes, inmensa su caja. Fandiño ofreció al Rey un brindis que sonó a disculpa por el omitido en la Beneficencia de 2014, la última que Don Juan Carlos presidió antes de la abdicación. «Yo nunca he sido hombre de protocolos, pero este brindis lo hago de corazón (…)», dijo el torero de Orduña. Corazón, fuelle y empuje es lo que faltó a la embestida del juampedro, que apuntó buena condición. Como un guiso sin sal quedó la tesonera faena.

Un toro de 487 kilos provocó un guirigay considerable con su cuerpo recortado y enano. La armada testa como máximo argumento de trapío. En las antípodas de la corrida de Parladé de la pasada isidrada, que dio un promedio superior a los 600 kilos y pico. Ni una cosa ni la otra. Pero este Lustroso se movió con chispa y codicia y a aquellos zambombos no se les recuerda más que el tonelaje parado. David Mora se inyectó moral después del naufragio del otro día. El quite por ajustadas gaoneras tuvo descaro y deseos. Como la faena. Sólo que el toro necesitaba algo más que descaro y deseos. Un poquito más de temple, por ejemplo, para que no derrapase como si fuera Marc Márquez. El viento también incomodó lo suyo, y el público jaleó todo con cariño. Los trazos más alargados y los recortados como un latigazo. Mora se tiró a matar con el alma entre los pitones. Y enterró un espadazo.

Al cuarto, parche de El Montecillo, un burraco de imponente trapío, Curro Díaz le esbozó un prólogo de faena preñado de torería. Fue todo lo que tardó el montecillo en desinflarse. O quizá una tanda más. Y ya se defendió con cabezazos tan desabridos como Eolo.

Fandiño se había dejado como quinto el sobrero. De El Montecillo también. Un tigre de Bengala más que un toro. Al pecho de Iván se lanzó como una fiera. Desde la mansedumbre se peleó con el caballo como si quisiera comerse al picador. La gente de plata pasó un quinario con los palos. Las pasadas en falso se sucedieron. Cuando el matador ya había pedido el cambio de tercio, que por sensibilidad se debió producir, aunque no se hubieran clavado los cuatro palos reglamentarios, sobrevino el volteretón de Víctor Manuel Martínez. Un milagro que escapase. La faena ni siquiera fue de poder o macheteo. El toro no tenía un pase. A por la espada se fue Iván Fandiño. Con la mala fortuna de que atravesó el acero los costillares. Se complicó la cosa con el descabello. Nada fácil. Algo le recriminaban al torero desde el «7». O viceversa. Una última trifulca.

Otra vez Ángel Otero montó un lío con las banderillas. El cinqueño castaño de Parladé quiso hacerlo bien en la muleta de David Mora. En el prólogo y en las tres tandas que duró su humillada nobleza. Y se vino abajo. Mora se cobró un espadazo soberano con el que se resarcía de todas las deficiencias técnicas. Surrealista la petición de oreja, y abstracta su concesión. El palco de Madrid camina sin brújula. Ni criterio. O fue para compensar los tres avisos que el propio presidente Jesús María Gómez envió puntual y justamente el otro día. O, sencillamente, porque los pañuelos sumaban mayoría y tan atados al Reglamento como estamos…

ABC

Por Andrés Amorós. San Isidro: un festejo «extraordinario y estupendo»

Considera la alcaldesa Carmena «extraordinario y estupendo» ceder un local del Ayuntamiento de Madrid para que Puigdemont predique su ilegal independentismo. ¡Dios le conserve la vista! El mundo le parece de color de rosa; rosa sectaria, por supuesto: sólo ve de ese color la mitad «progre» que le conviene. Si Carmena opina así del independentismo, ¿por qué no vamos nosotros a creer que los toros sean más fuertes y encastados que nunca, que este festejo ha sido «extraordinario y estupendo»?

En realidad, sólo un toro de Juan Pedro, el último, ha repetido, con emoción, le ha permitido a David Mora cortar un discutido trofeo; los demás han dado lugar a una nueva tarde de aburrimiento. El remiendo y el sobrero de El Montecillo no han mejorado las cosas. ¿Cuándo tomará vuelo la Feria?

Recibe Curro Díaz al primero con verónicas despaciosas pero el toro hace hilo y ha de tomar el olivo; a la salida de varas, cae. Llega a la muleta incierto y parado, se le queda debajo: nada que hacer. El cuarto, de El Montecillo, se llama «Chispero», me recuerda el pasacalles de «La calesera»: «Yo no quiero querer al chispero / que finge embustero / palabras de amor». Tambien finge ser bravo el toro pero no lo es: después de los ayudados por alto, con torería, de Curro, muy pronto se para y se raja. Como las viejas gaseosas, se le ha ido el gas.

Devuelto por flojo el segundo, se corre turno: el parladé cae al tercer capotazo. Brinda Fandiño a Don Juan Carlos (remedia lo que otra vez no hizo, con un discurso muy mejorable). El toro es soso, carece de emoción. Mata con habilidad. El sobrero de El Montecillo, «Acobardado» (¡vaya nombrecito para un toro) es un manso rebrincado que siembra el pánico en banderillas, engancha a Víctor Manuel Martínez. Sólo hubiera admitido una lidia a la antigua. Iván machetea, hace guardia y falla con el descabello.

Le toca a David Mora el mejor lote. El tercero, protestado por chico, sí se mueve, permite un par de series con empaque pero pronto se apaga y la faena no cuaja. Se llama «Helénico» el último, como en un verso de Foxá: «Viene el juego de Grecia por el Mediterráneo…» Resulta el único bravo. Se luce Ángel Otero en dos grandes pares. Mora la da distancia, el toro repite, hay muletazos logrados pero el toro también dura poco. Buena estocada: oreja que algunos protestan.

Esto ha sido todo: demasiado poco, sin duda, por la flojera y escasa duración de los toros. A pesar del discutido trofeo, el resumen podría ser el hermoso verso de José Hierro: «Después de todo, todo queda en nada…» Dicen algunos que los toros actuales son los más bravos de la historia y que vivimos la Edad de Oro del toreo. Bueno… También dice Carmena que ceder su local a Puigdemont es «extraordinario y estupendo…»

Cuando Leibnitz dijo que «vivimos en el mejor de los mundos posibles», Voltaire se pitorreó de él, en su obra «Cándido». Que los toros se caigan, que no acierten los diestros y que se aburra el personal es infinitamente menos grave que el hecho de que Puigdemont defienda el independentismo desde un local cedido por el Ayuntamiento de Madrid. Si Voltaire estuviera vivo, podría divertirse escribiendo otra obra, «Carmena o la nueva Cándida». O, quizá, a pesar de su irónico pesimismo, se echaría a llorar. Claro que Voltaire no iba a los toros…

El País

Por Antonio Lorca. David Mora, una reivindicación sin brillo

Se jugaba mucho en esta corrida David Mora después de escuchar los tres avisos el pasado sábado; se jugaba, quizá, la temporada y la propia fe en sí mismo. Por todo ello, sin duda, salió, aparentemente, a por todas en sus dos toros —el mejor lote del encierro—, se le vio tan dispuesto como embarullado, sus dos faenas fueron de más a menos, y en ninguna fue capaz de convencer a la parroquia de que su reivindicación iba completamente en serio. Quiso mucho, es verdad, pero no pudo todo lo necesario para que el borrón quedara limpio como una patena.

Al final, paseó una oreja, pero de poco le servirá. Era un trofeo hueco, inesperado, de esos que hacen más daño que beneficio, porque se recordará siempre que fue un regalo del palco presidencial que, a veces, ofrece razones que la razón no comprende.

Se lució Mora con el capote en un quite por vistosas gaoneras a su primero, y recibió con empaque a la verónica al sexto. Brindó el tercero al Rey emérito, y, con enorme disposición, se plantó en el centro del ruedo. Impávido, esperó al toro y lo engañó con un pase cambiado por la espalda, y un segundo, que cerró con un largo de pecho, en una tanda tan corta como enhebrada, tan súbita como elegante, meritoria y torera.

Arreciaba el viento en esos instantes, pero el toro tenía buen son y el torero parecía con las ideas a flor de piel. Cita con la mano derecha, surgen varios redondos de peso, y al cuarto, uno que iba para largo y templado, y con el ¡biennn! ya en la boca del respetable, hace el toro ¡plof! y se derrumbó en la arena. Ahí acabó todo.

El animal recuperó la verticalidad, pero nada fue ya igual. El torero se apocó, hubo un derechazo grande, pero aislado en un mar de pocas ideas, falta de contundencia y escasas fuerzas. La ilusión se esfumó con la misma celeridad que momentos antes había inundado la plaza.

Y llegó el sexto, que permitió que Ángel Otero se luciera en dos pares espectaculares, pero menos ajustados que los del pasado sábado. Inició la faena por bajo, con empaque, y coronó el inicio con un molinete y un pase de pecho. Otra vez la ilusión. Tomó la mano diestra, y el toro obedeció sin rechistar; tanto, que embistió mejor que Mora toreó. Surgían los pases, pero a su labor le faltó la gracia que la nobleza del animal exigía. Se empeñó en torear por la izquierda y todo se desinfló. Sin saber el motivo, el presidente sacó el pañuelo sin que antes lo hubiera mostrado la mayoría de los espectadores.

Fue la suya una reivindicación sin brillo, de más a menos, de victoria personal que deja un agrio sabor de boca.

La corrida de Parladé fue una auténtica birria. Para empezar, no pudo lidiarse completa por decisión de los veterinarios, pero los que salieron al ruedo mostraron una presentación muy deficiente, impropia de esta plaza. Para mayor abundamiento, mansos, flojísimos y sin casta en las entrañas. ¿No habíamos quedado en que los ganaderos saben lo que tienen en el campo? Será mentira, porque el de Parladé ni tenía toros ni sabía que sus becerrotes eran mulas de carga.

El primero, por ejemplo, no era un toro, sino un buey jubilado, lisiado y amuermado. ¿No lo sabía el ganadero? Por lo visto, no, y, en consecuencia, debiera estar muchos años sin volver a esta plaza para que dedique su tiempo a conocer lo que guarda en su casa. Y en el destierro debe estar acompañado por el equipo presidencial, que aprobó cinco toros que nunca debieron pisar el ruedo madrileño.

Curro Díaz no tuvo posibilidad de reivindicación alguna. A ese primero lo mató pronto porque el propio toro le pedía con la mirada un trance cortito. Y ante el cuarto, de El Montecillo, se lució con unos recortes por bajo iniciales, y se acabó porque el animal era un muermo sin calidad.

Y Fandiño, que también está necesitado de vitaminas que revitalicen su carrera, estuvo sin estar, pasó apuros y se marchó. A su primero le costaba un mundo acudir al cite y lo hacía sin codicia ni condición de bravo. Muchos pases hubo, pero ingredientes todos de un profundo aburrimiento.

Y el quinto salió con presuntos problemas de vista, manso de libro y lagartos en la barriga. Puso en serios apuros a una cuadrilla que demostró no estar preparada para trances dificultosos, y Fandiño no quiso verlo. Bueno, lo vio y lo mató.

madrid_180517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)