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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 19 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de El Puerto de San Lorenzo (incluido 4º bis) y un sobrero de Valdefresno (4º tris).

Diestros:

Enrique Ponce: de grana y oro. Ovación tras aviso y ovación

Daniel Luque: de verde botella y oro. Silencio y silencio

Román: de rioja y oro. Confirmó alternativa. Palmas y ovación tras aviso

Entrada: casi lleno.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7052

Video: http://bit.ly/1TikBy2

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Román, valentía, entrega e infortunio

El joven Román necesitaba el triunfo como agua de mayo y, la verdad, es que dio de sí todo lo que lleva dentro, que es una entrega sin límite, un valor heroico y una concepción taurina algo atropellada, motivada, quizá, por el sueño de encontrar sentido a su vida. Pero no pudo ser.

En primer lugar, se le presentó el infortunio en forma de un toro lesionado en una mano, lo que le obligó a matarlo con prontitud. El animal murió al tiempo que a Román se le cayó el alma a los pies, porque con esa mala suerte se esfumaban muchas ilusiones.

En el último toro, codicioso y fiero, que tenía mucho que torear y exigía una muleta con mando, el torero hizo lo mejor que sabe: quedarse quieto, jugarse el tiempo, aguantar tarascadas y demostrar que quiere abrirse camino. Y toreó, además, y muy bien en una tanda de naturales grandes. Se ganó al público con su entrega y tenía la oreja cortada cuando abrochó su valiente labor con dos circulares invertidos con la pierna de salida flexionada y un cambio de manos final. Todo muy bien hasta que se perfiló para matar y todo lo emborronó. El trofeo que le hubiera abierto puertas que tiene atrancadas se lo llevó el toro, pero toreros con esa decisión no deben perder la esperanza. Solo ha tenido mala suerte y poco acierto en el día menos apropiado de su corta vida torera. Un banderillero de su cuadrilla, Raúl Martí, emocionó a todos con un par extraordinario que competirá en los premios de la feria.

Uno que llega, y Ponce, que no se va ni con agua caliente. Que no es que nadie le desee el adiós, pero la ovación que el público le tributó tras el arrastre del cuarto sonó a despedida. No había motivo para palma alguna porque entre un toro deslucido y molestas rachas de viento, el torero no pudo ni justificarse. Por si acaso -hay que ver la sapiencia de la gente…- lo obligaron a salir del callejón y lo despidieron como se merece una figura. Bueno, también lo despidieron, por si acaso, en esta plaza en 2014 y ahí sigue.

En su primero, que era un noble cordero, demostró que la experiencia es un grado. Destiló buen gusto y dibujó momentos de excelsa torería trufados con otros ventajistas, propios de un acompañante ideal más que de un torero con mando en plaza.

Que no se olvide que la corrida de Puerto de San Lorenzo fue una birria. De desecho fueron los dos del lote de Daniel Luque, que demostró que maneja con soltura y buen gusto el capote.

ABC

Por Andrés Amorós. Lección magistral de Enrique Ponce en San Isidro

Un torero valenciano confirma la alternativa a otro valenciano: un acontecimiento singular. Con veintiséis años de alternativa, Enrique Ponce dicta una auténtica lección magistral, en el mejor toro de una floja y deslucida corrida del Puerto de San Lorenzo, remendada con dos sobreros de igual condición. Los tres diestros brindan su primer toro a Don Juan Carlos.

El testigo es Daniel Luque, que no logra mejorar su actuación anterior. El tercero es claudicante, andarín, incierto. El diestro sólo apunta algunos detalles de clase ante una res que acaba huyendo y se lastima en una mano. Abraham Neiro lidia bien al quinto, grandón, manejable. Brinda al público y se esfuerza pero la faena queda a mitad, con algunos muletazos buenos y otros, tropezados. Mata caído.

El toricantano es Román, un joven risueño, que siempre ha conectado fácilmente con los tendidos. En el primero, arriesga en gaoneras, comienza con estatuarios pero el toro se rompe la mano: ¡mala suerte! Muestra su actitud en un quite al quinto, que remata con una apurada larga de rodillas. En el último toro, encastado, que aprieta, saluda con los palos Raúl Martí. Román da la cara, aguanta con valor, transmite ilusión. La gente está con él. No acierta al matar.

El padrino es Enrique Ponce, la gran figura actual. Los datos de su carrera son únicos; también lo es que, a estas alturas, no se advierta en él el menor declive físico ni de ánimo. Le toca un buen toro, el segundo, y realiza una faena literalmente extraordinaria: juega bien los brazos en las verónicas. Los doblones iniciales, rodilla en tierra, ya levantan un clamor. Enseguida, encandila a la gente con su estética natural, suave. Con cabeza, va midiendo y ligando. Los derechazos tienen un empaque regio (como la faena de Ordóñez que cantó Corrochano). Baja el toro un poco por la izquierda pero lo resuelve con torería. Todavía cita de frente y se adorna con ayudados por bajo. Mi vecino sentencia: «¡Esto es torear!» Como tantas veces, la espada le priva de los trofeos (las dos orejas eran seguras). Devueltos dos toros, el sobrero de Valdefresno es descaradísimo de pitones (no dirán que elige, con comodidad). Además, se frena a mitad, no tiene ningún recorrido. Con paciencia, técnica y valor, lo va metiendo en la muleta, hasta que se le queda debajo dos veces. Escucho a un profesional: «A un toro así, demasiados pases le ha dado». No ha cortado orejas pero nos deja la emoción estética de haber presenciado una faena extraordinaria; en el recuerdo, la seguiremos paladeando.

Postdata. Cabe aplicar a Ponce los versos que dedicó su paisano Rafael Duyos a Manuel Granero: «Capitán de los naranjos,/ rey de las músicas suaves,/ toda Valencia quedó/ prendida en tu breve talle/ cuando, por ruedos de Iberia,/ tu Valencia presentaste,/ hecha mayo siempre en flor/ en tu capote fragante. Valencia tiene un torero/ como no lo tiene nadie». Y cabe adaptarle los que escribió para otro torero de la tierra, el primer Vicente Barrera: «Luminoso y persuasivo,/ dominador de la fiera,/ “Velluter” (terciopelero) de la alegría/, traca de la maestría./ Así es Enrique Ponce,/ un torero de bandera». Para Ponce, también, «los ángeles tocan palmas».

La Razón

Por Patricia Navarro. Y Ponce volvió de veras

Quitó Román al quinto, que en realidad era el toro de Luque. Variado de capa y para el remate se postró de rodillas, las dos sobre la arena. Y en el cierre, en el último lance, en ese instante, claro lo vimos, si no se quita, le quita el toro. No dejó el de El Puerto de San Lorenzo más puertas abiertas ni otros caminos. Se picó Daniel Luque a la verónica y es de los pocos que todavía torean a la verónica. Fueron mejores las de recibo. Pero de una manera u otra, se agradece en el toreo muy vareadito y poco toreadito que nos inunda en estos días y más en las nuevas promesas. Noble el toro, con mucho ritmo y el motor contenido. La faena tuvo buenas trazas pero de tanto insistir aburrió el de Gerena y no sacó nada en claro. Se vio obligado a abreviar con un tercero, que mediada la labor se lastimó una mano. Y no era el primero.

El corazón de Madrid tuvo ayer un nombre, sólo uno, bajo el amparo de la veteranía. Enrique Ponce entró de nuevo. Lo hizo con el segundo de la tarde que fue toro con nobleza y buen son. La faena tuvo intermitencias, con la desleal presencia del viento, que incomodaba, molestaba y perturbaba los caminos del éxito, pero sí se encontró el valenciano en tandas de mucha ligazón, suavidad y temple exquisito para llevar a ese toro que tenía larga y con ritmo la embestida. Genuflexo los comienzos, como de toda la vida, y una tanda soberbia por cada pitón. Repartida la cosa antes de poner el colofón con la espada tras el aviso. Fue el torero de siempre, con el calor de Madrid y el sabor del tiempo. La espada no entró; su toreo de lleno. El cuarto, tris, ¡ay qué plaza! tenía dos pitones inmensos y desarrolló sentido desde el principio. No volvió la cara. Intentó. Ya era mucho a estas alturas y se llevó el respeto.

La confirmación de Román fue espectral. El toro se lastimó una mano y la cosa no fue. Ya era tarde para echarlo para atrás y todo quedó en ganar tiempo al tiempo. A un único cartucho le quedaba el festejo. Todo lo entregó. El toro fue encastado y con vibración a la muleta de Román, que le presentó en los albores en el mismo centro del ruedo. Un tren pasaba por allí. Tuvo muchas cosas buenas el toro, muy encastado e importante, aunque no las regalaba. Román suplió la falta de rodaje con el amor propio y el quedarse ahí viniera como viniera la cosa. Y por eso convenció en una parte. Ya al final, con la espada en la mano, se entretuvo en homenajear a Ponce con la poncina, y acabó por aturdirse después con la espada cuando ya acababa todo. Todo todísimo. En aquella tarde en la que Ponce volvió a escuchar los olés de Madrid.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Ponce, más allá del orgullo

Lo de Enrique Ponce es como para descubrirse. 27 años de alternativa y de Castellón a Zaragoza, de marzo a octubre, pasando por Sevilla, Madrid y Bilbao, su nombre en los carteles. Y este jueves tocaba el Foro. Y un toro como un tanque de Puerto de San Lorenzo. Una bodega de buque de carga entre el morrillo y el pecho. Una pared negra de perfil. Desde la cruz a la arena, una altura. Pero, dentro de todo, los 618 kilos de Malaguito se habían cuajado en un molde de armonía.

Ponce eligió el sol para esperar a Malaguito. Allí el viento molestaba menos. O eso se suponía. Las verónicas tuvieron porte y elegancia, vuelo de muñecas por el pitón izquierdo de una embestida que prometía. Por ahí la media abrochó el discurso capotero con sutileza. Como el recorte a la hora de colocar a Malaguito en el caballo. El choque contra el peto sonó como un accidente ferroviario. José Palomares cayó con el equino como atropellados. A la sensible grey Palomares le daba igual, lo que importaba era el jaco. Corren estos tiempos. El toro se enceló con brava fe. Ni coleándolo renunciaba. Costó sacarlo. Respiró la plaza: Rocinante, o como coño se llamase el percherón, estaba intacto.

EP aprovechó el impás para picar a Malaguito en el “5”. Aun a contraluz, el puyazo pintó con fuerza. Todo sucedía en los terrenos del “5”, como una puesta a la ruleta: “5 y vecinos”. El principio de faena también se desarrolló a refugio del viento. Genuflexo Ponce, flexible, poderoso, intemporal. Como un espejo de aquellas dobladas del 94 que voltearon Las Ventas. La misma sensación de torería pero con el poso de 20 años. La relajación se sintió en una serie de derechazos partida en dos: los tres últimos sublimaron la cadencia de los anteriores y fueron a morir en un inmenso pase de pecho. Eolo enredó. Descompuso la tanda, que tardó en ejecutarse con la muleta poncista casi en horizontal por los golpes de aire. La siguiente alcanzó el cénit de la faena: tres redondos de desmayo y un cambio de mano colosal. La zurda tapó más las carencias de lo que en principio parecía que iba a ser Malaguito por ese lado. Y sin embargo los cambios de mano siguieron brotando con majestad. Como el broche de los redondos, cuando la faena se debió acabar. Pero Ponce es Ponce y también es atemporal. Intentó seguir después del cierre genuflexo de tanto porte como las dobladas prologales. Rumiaba la oreja y la ambicionaba. Y se presentía. El aviso le animó a coger la espada. Como un “vamos, Enrique”. Mas un pinchazo se interpuso en el sendero de la gloria. La ovación reconocía a un tipo que en 27 años nunca ha vuelto la cara a su compromiso con el toreo.

Y cuando ya parecía saldado devolvieron al cuarto y también al sobrero del mismo hierro del Puerto que estaba aún peor. Entonces apareció un torazo cinqueño de Valdefresno de descomunal alzada y armada cabeza veleta. Por la de Ponce no se sabe que pasaría, pero alguien pudiera pensar que en el hotel su equipo de confianza cogería directamente las maletas sin necesidad de despedida… Por no hablar del cartel del que tuvo que tirar.

Golpeaba el viento con rabia el capote y los trastos del maestro de Chiva allá en el “7”. El uro además se movía con mansedumbre, por dentro a veces, al paso siempre. Enrique Ponce se puso, que no era poco. Amor propio se llama. Como para descubrirse solo por el hecho, sin esperar a más. Ahí abajo había un señor con todo dicho en el toreo. En otra época la ovación hubiera adquirido tintes de unanimidad. Del valor de Ponce se habla demasiado poco. Tragó con un par de amagos bueyunos, miradas de yugo, traiciones del vendaval y un imbécil que dijo alguna impertinencia. A la tardía muerte de Apis, la plaza reaccionó como debía haberlo hecho antes. Y Ponce se destocó en el tercio como el tenor que repite tras la bajada del telón.

Daniel Luque manejó el capote ante el quinto -el débil y también lesionado anterior no sirvió para nada- con el sello que le imprimió desde novillero a la verónica. El degollado toro salmantino apuntó una calidad cierta y trémula. Román se cruzó en su turno por un arriesgado quite que rubricó con una larga de rodillas cuerpo a tierra. Si no, le siega la cabeza al joven valenciano. Luque brindó con ilusión y por momentos enhebró luces de su toreo por ambas manos. Pero faltó continuidad. En la embestida y en ocasiones en el temple. Quedó la sensación de que con DL, por hache o por be, siempre se queda el tiro en la boca del cañón.

“Lo siento mucho”, fue todo lo que atinó a decirle Román al Rey emérito cuando recogía la montera. Como si la culpa de que el toro de Puerto de San Lorenzo se rompiese la mano izquierda hubiera sido suya. Y no. Mala suerte nada más. Otras muchas tardes se hacen estos inicios de faena a golpe de látigo y no pasa nada. Del estatuario, la espaldina, otro estatuario y, en concreto, del pase del desprecio salió el cinqueño con la pezuña perdida y el menudillo quebrado. Román, pese a toda la ilusión puesta en el valeroso quite con el capote a la espalda y en esta fecha de su confirmación, abrevió piadoso.

El último toro cerraba una corrida de imponente trapío. El más encastado de los seis. La cuadrilla de Román lo bordó con los palos después de que Román se la volviese a jugar en un quite por tapatías que salió de milagro. Cada intervención suya era como ver cruzar a un tío con los ojos vendados la M40. Temerario es poco. La faena tuvo una emoción brutal por la sinceridad y el desgobierno. Un mezcla explosiva que subía por los tendidos. Y todavía se atrevió a cerrar por poncinas. Descaro y desparpajo de Román. Que se estrelló con la espada. Cerca de las 10 de la noche arrastraban al importante toro de nombre Cubilón.

* Madrid Temporada 2016

madrid_190516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:18 (editor externo)