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Plaza de Toros de Las Ventas

Domingo, 22 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Las Ramblas, el 4º de Buenavista, el 3º sobrero de Julio de la Puerta (correctamente presentados, con diferente juego).

Diestros:

El Cid: de nazareno y oro. Silencio y silencio.

Paco Ureña: de rosa y oro. Ovación y oreja.

Jiménez Fortes: de corinto y oro. Silencio y silencio.

Destacaron:

Entrada: Lleno

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7070

Video: http://bit.ly/1sx2urO

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Un torerazo como Ureña merece la puerta grande

A Paco Ureña solo le falta que se le abra la puerta grande de Madrid para que quede firmado notarialmente que es un torerazo; ayer lo demostró de principio a fin con una actuación heroica y torerísima, ejemplo de entrega, pundonor y un concepto clásico del toreo. Y la plaza se lo reconoció como merecía. Sufrió dos feas volteretas, y visitó dos veces la enfermería, donde le apreciaron un puntazo corrido en el muslo izquierdo y en el escroto, pero tuvo tiempo de firmar pasajes de toreo auténtico con ambas manos, porque se coloca en el sitio donde los toros embisten y también hieren.

El mérito de Ureña comenzó en el paseíllo, pues lo hizo con la herida abierta que un victorino le produjo hace unos días en Francia y de la que todavía no ha sido operado para poder cumplir con este compromiso en Las Ventas. Pero su evidente merma de facultades no fue motivo para tirar cuatro líneas y salir del paso; antes bien, se plantó en la arena en cuanto salió su primero y trazó un manojo de buenas verónicas que cerró con dos medias belmontinas que supieron a gloria.

Muleta en mano, y ante un animal noble y de embestida sosa, comenzó con naturales templados, suaves y ceñidos, que continuó después con redondos de categoría, aunque la faena no alcanzó el punto de emoción necesario por la escasa acometividad del animal. Sufrió una voltereta al entrar a matar y se salvó milagrosamente de la cornada, pero no de una brutal paliza de la que salió renqueante y con la mirada perdida.

Se encerró con los médicos, y abandonó la consulta para matar al quinto de la tarde. La plaza lo ovacionó con fuerza cuando lo vio aparecer en el ruedo, palmas que arreciaron cuando se comprobó que el torero tomaba el diámetro del ruedo para colocarse de rodillas en los medios y esperar de tal modo a su segundo toro. El animal se le paró cuando estaba a medio metro del torero, y si Ureña no opta por tomar las de Villadiego, cualquiera sabe lo que hubiera ocurrido. Otro toro soso fue este, de recorrido corto, pero Ureña consiguió dibujar tres naturales enormes, hermosos y hondos, con la muleta arrastrada por la arena y el toro embebido en el engaño. Lo intentó por el lado derecho y llegó otra voltereta impresionante aliviada por otro milagro. Renqueante y sin fuerzas, tuvo tiempo que dar varios redondos a pies juntos, al tiempo que la plaza rugía de emoción. La faena no fue de oreja, pero la vergüenza, el valor, la decisión, y la actitud de Paco Ureña la merecían. Dio la vuelta al ruedo sin fuerzas, con esa cara triste que tiene, avejentada por el dolor, pero con la satisfacción de haber demostrado que su cuerpo y su alma encierran a un torerazo.

Madrid está con Paco Ureña, que se ha ganado el respeto y la admiración a base de heroicidad y buen toreo. Y un torero así merece la puerta grande.

Su compañero El Cid, otrora hijo predilecto de esta afición, no sale del profundo bache en el que está sumido. El Cid Campeador del toreo al natural pasó a mejor vida, y en esa otra no gana batallas. Lo intentó, pero no pudo. Quien tuvo, retiene con la cabeza, pero le falla el corazón.

Y Fortes escuchó el dramático silencio de la plaza. Demostró valor y ganas, pero le faltó garra ante su noblote primero, y se justificó ante el deslucido sexto. Un muy corto balance.

ABC

Por Andrés Amorós. Oreja a Paco Ureña, torero de Madrid

A la entrada, unos pocos antitaurinos organizan un lío (uno más) en la Puerta Grande. Sigue molestando mucho el viento y sigue la Comunidad sin hacer nada para arreglarlo. A pesar de estar muy mermado, Paco Ureña vuelve a cortar una oreja, con el público entregado. La otra noticia es que salen tres toros bravos –segundo, tercero y cuarto– de tres ganaderías distintas: deberían haberlos aprovechado más.

El primero sale muy incierto, quizá con un problema en la vista o mucha falta de casta: mitin en banderillas. Con esfuerzo, El Cid logra algunos naturales meritorios, hasta que el toro se raja del todo. Mata caído. El cuarto, de Buenavista, es bravo y noble. Se luce Curro Robles con los palos. El Cid muletea voluntarioso pero movidito, sin redondear, y surge la división. Mata fácil pero suena un aviso.

Paco Ureña torea a pesar de una cornada envainada, que sufrió hace pocos días, en Vic-Fezensac, de la que no ha querido todavía operarse. Recibe con lances templados al segundo, muy bondadoso pero justo de fuerzas. Liga muletazos clásicos, poniéndose de verdad en el sitio, que encuentran mucho eco. Mata con decisión, saliendo enganchado. El descabello le priva del posible trofeo. (Se le ve mermado, le atienden en la enfermería). Va a portagayola en el quinto, sale apurado pero lancea con gusto. El toro tiene más genio que fuerza, se defiende. Logra Ureña naturales suaves, a costa de una voltereta y un pitonazo. A pesar de un pinchazo, el público exige la oreja. Entre ovaciones, vuelve a pasar a la enfermería, con un puntazo en el escroto.

Devuelto por flojo el tercero, el sobrero de Julio de la Puerta es pronto y bravo. Fortes, muy firme, logra algunos buenos derechazos pero no cuaja la faena. Al último, que saca genio, le pegan mucho pero es complicado: otro mitin, con los palos. Con valor sereno, Fortes solventa la papeleta y pasa algún apuro.

Ya ha conseguido Paco Ureña algo muy difícil, ser predilecto de este público: se lo ha ganado por su entrega y buen toreo clásico. Debe recuperarse físicamente, ante todo. Luego, se merece entrar en los carteles de muchas Ferias.

Postdata. A la salida, me pregunta mi vecino qué harán los independentistas catalanes con los miles de banderas escocesas que habían comprado, por si les prohibían entrar al estadio, esta noche, con las esteladas. No lo sé pero no puedo evitar una sonrisa, si no fuera por la vergüenza de la segura pitada al Himno Nacional…

La Razón

Por Patricia Navarro. Ureña renuncia al dolor para comerse el mundo

Venía con una cornada interna que un toro le infirió en la plaza francesa de Vic. Sólo un loco muy loco es capaz de aguantarla con el único fin de jugarse los muslos de nuevo en la plaza de Madrid. Los muslos y la femoral misma puso Ureña a disposición del toro y el toreo sin pensárselo dos veces. Siempre en honor al toreo no en un canto a la arbitrariedad. No perdió segundos, ni tan siquiera décimas, con su primero. Al natural se encajó enseguida, porque eso tiene el toreo de Paco Ureña, una manera de encajarse tan brutal y tan independiente de lo que hace el toro que transmite de manera directa con el público, conecta, habla más allá de lo que luego pase. Es cuestión de verdad. Con toda esa pureza a cuestas se puso, preciosos los naturales, más que toreados, mecidos, despacio iba el toro, acompasado el torero con la noble arrancada del de Las Ramblas. Inspirados los pases de pecho, personalidad, instinto, belleza…

Un atracón de emociones se condensaban en poco tiempo y espacio. Por un lado y por el otro y esa pasión también a la hora de entrar a matar en un encontronazo que pudo ser fatal. Faltó la rapidez con la espada para que viniera el premio. Pero gloria lo que había dejado en Madrid. La cogida en la suerte suprema le obligó a pasar por la enfermería. Y no quedó ahí la cosa. Desmadejado se fue después. Cuando mató al quinto, del que sí paseó un trofeo. Una oreja recopilatoria de todas las emociones vividas y sufridas, con cogida incluida que le dejó anestesiado, incluso a merced de un destino incierto. El toro no tuvo entrega y sí complicaciones. A pesar de las estrecheces de ese camino para el triunfo le sopló cuatro naturales de absoluta plenitud. De ahora o nunca. Y fue ahora para pagarlo después con una cogida tremebunda, sumado a lo que lleva en sus carnes. Renunció a todo menos a la verdad. Y tras la espada paseó ese trofeo que valía por el reconocimiento unánime de la plaza de Madrid. Torerazo. Desde las entrañas.

Muy desagradable fue el sexto con el que Fortes no volvió la cara. Tuvo un tercero de calidad, nobleza y el fuste justo. De más a menos fue la labor. De mala baba la acritud de algún sector del público increpándole. Increpando a un tipo que está de vuelta después de que el toro le devane el cuello por dos veces. La memoria diferencia al aficionado del que pasa por aquí de casualidad. O debe.

El Cid apostó lo justo con un primero irregular pero agradecido al toreo por abajo. El viento incomodó. Se justificó con un cuarto, encastado y al que había que tragar. Luego Ureña pasó por encima y se comió el mundo. El suyo y el de los demás.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. La pasión desatada de Ureña y Madrid

Un viento inclemente castigaba las copas de los árboles camino de la plaza. Como un mal presagio de lo que esperaría a los toreros. Ya El Cid hubo de parar al primer toro en los terrenos de sol. Un toro que sumó su desconcertante falta de fijeza a la inquietud del viento en sombra. Y a las dagas que coronaban unas hechuras extrañas, recortadas, sacudidas de carne y remate. El cuello también en acordeón. Esperó en banderillas con la guardia alta y Pirri tuvo que resolver las pasadas en falso de Alcalareño. Hasta que El Cid no le puso la izquierda, no descolgó el manso. Cid también se sorprendió en sus probaturas. De hecho, como si no se lo creyese, se decantó por cambiar de mano. Consciente del error, volvió al natural con algunos resultados positivos desde la inconsistencia de su convencimiento. Y se rajó el animalito, que cambió su desganado paso por la ligera huida.

Paco Ureña volvía a Madrid lastrado por una cornada (envainada) que acusó. Pero no su temple. Ureña y su temple se enroscaron en dos medias verónicas como broche del saludo. La comunión con los tendidos desde el minuto uno. El cuerpo del colorao de Las Ramblas se concentraba en líneas de armonía. Apretado y bajo. Otra cosa al anterior. Su nobleza apenas necesitó castigo. Su buen aire se manifestó de nuevo en el quite por chicuelinas de Fortes.

Ureña brindó al micrófono de la televisión como canal para quien fuere. Y se recorrió el ruedo hasta el sol. Librados los estatuarios en el “6” su zurda se presentó con naturalidad. Un toreo sin toques que cautiva por su inocencia. Y su despaciosidad, claro. El ole brota en el embroque tardío, y estalla cuando despide la embestida allí atrás. En nada, había volteado de nuevo Las Ventas. La bondad del toro venía con las pases contados. En redondo las series cortitas de largos muletazos. Una de ellas murió con un cambio de mano mirando al tendido que casi provoca un cataclismo. Como el de su cercana Lorca. Y dos pases de pecho a la hombrera contraria. El torero hubo de sentarse en el estribo como mareado. La cornadita de Vic pasaba su factura. Del volapié, Paco Ureña salió prendido y volteado. Indemne y todavía más dolorido. Rodilla en tierra esperó la muerte del toro que no llegó. La estocada se había hundido con travesía y se escupió. En cada golpe de descabello la oreja también se escupía.

La tarde entró en una fase mortecina con la devolución del tercero. Al sobrero de Julio de la Puerta, castaño, acapachado, las puntas por delante, bajo, humillado y bueno, Fortes le dibujó dos series de embraguetados derechazos. Y, no se sabe por qué, si por la distancia, el trato o el tacto, nada más. El enganchado trámite zurdo cambió todo de pronto. La ejecución de la estocada cobró rectitud sincera. Ovacionaron más al buen sobrero que a su matador.

Cid pasó como una insistente sombra por la lidia del cuarto, un señor toro de Buenavista. Le dieron tela en el caballo y la cosa quedó en una larga porfía entre el afanoso querer de un torero perdido en su pasado y la voluntariedad de la embestida sin maldad.

Ureña regresó de la enfermería entre aclamaciones. Y sin pensárselo dos veces marchó a portagayola. El toro apareció cruzado en zig-zag. Paco se levantó en el último segundo antes de ser atropellado. Las puntas del descarado enemigo se entretuvieron con el capote abandonado el tiempo justo para la fuga. Recuperado, Ureña y el capote, las verónicas surgieron bajo los terrenos de “8” a pies juntos y luego con la suerte cargada. Jugó de nuevo el torero de Murcia con sus armas: una entrega sin doblez, una fragilidad cristalina y el temple sin condimentos. El toro se dormía en la muleta, amagado, insincero e informal. Ureña también se durmió… Pero en cuatro naturales sensacionales. A cámara lenta la profundidad. Eso fue la faena y una entrega bárbara. Ni una renuncia ni ante los queos del bruto de testa inquieta. Hasta que la voltereta se produjo en mitad de la dormida embestida, en mitad de la suerte el derrote, el hachazo seco. Ureña voló como dinamitado. Un paliza arriba y abajo. Hubo que rastrear la taleguilla en busca de la cornada que afortunadamente no se encontró. Cuando volvió a la cara del toro, la plaza se caía. El mero intento se celebró como logro. Un pinchazo no se interpuso en el camino del trofeo esta vez. Ureña celebró la estocada al borde del llanto por la alegría. Por el esfuerzo, el dolor o por que su manera de celebrar la gloria sea el llanto. Madrid ha dicho que éste es su torero. Apalizado paseó el anillo. Y en la enfermería le volvieron a revisar: un puntazo corrido. Nada para lo que podía haber sido. Y lo que podía haber sido también es otra Puerta Grande no consumada… Y van dos intentonas de descerrajarla en este idilio de pasión loca.

Fortes se estrelló con un torazo vacío y finalmente rajado que cerró la tarde.

madrid_220516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:13 (editor externo)