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PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS

Tarde del domingo, 24 de mayo de 2009

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Samuel Flores, 2ºy 3º con hierro de Agustina López Flores (bien presentados, serios, mansos y descastados y un sobrero (6º) de Julio de la Puerta, muy manso).

Diestros:

López Chaves: dos pinchazos, media atravesada, un descabello -aviso- y un descabello (silencio); dos pinchazos y estocada baja (silencio).

Diego Urdiales: -aviso- pinchazo; -segundo aviso- pinchazo, estocada y un descabello (ovación); pinchazo hondo -aviso- y un descabello (silencio)..

Javier Valverde: casi entera (silencio); pinchazo y casi entera baja (ovación)..

Entrada: Hasta la bandera.

Incidencias: Javier Valverde, en su 6º toro, ha sido recibido de un puntazo en axila y hemitórax izquierdo. Puntazo en tercio superior cara anterior del muslo derecho, y contusiones múltiples. Pronóstico Reservado.

Crónicas de la prensa: ABC, El País, El Mundo.

©Diego Urdiales/Las Ventas


ABC

Por Zavala de la Serna. Lección de lidia y valor de Urdiales

Lidiar es la otra acepción de torear, antañazo la principal. Torear es lidiar. Y por tanto Diego Urdiales toreó. Es más: dio una auténtica lección lidiadora desde la base del valor. Y desde los cimientos del corazón, conocimientos y cabeza. Su primera faena de ayer se la inventa, porque invención suya fue, una figura de alta gama, y hoy los titulares se derriten unánimemente con su sapiencia, ciencia y tauromaquia. Urdiales estuvo bien, pero que muy bien, desde el primer capotazo al manso samuel, marcado con el hierro de Manuela Agustina López Flores, como tercero y sexto. Lidia cabal y siempre hacia delante. La faena en orden. Una media distancia inicial a la altura de su astifinísima y elevada testa —¡qué cabezas lucía la samuelada!—, para aprovechar la inercia. El toro causaba la sensación de no ir nunca en la muleta, hasta que el riojano lo metió. Largo proceso. En serio, por abajo ahora, estalló la izquierda, ayudado por la espada para esquivar, más que algún cabezazo, el permanente viento. Y así se la dejó en el hocico en un par de series meritísimas de largo trazo. Guarda un aire tremendo con Andrés Vázquez: una bella trinchera sonó zamorana y seca. Y por el derecho también lo exprimió arrastrando los flecos. Un aviso cayó cuando insistía de más. Pero la cuestión había necesitado su tiempo. Aun así, si le mete la espada… Al final bordeamos el tercer recado presidencial. Caló la importancia de lo visto y lo sacaron a saludar. No se entiende cómo este torero no le dan sitio después de sus tardes de 2008 en Madrid, San Sebastián y Bilbao, que no son Pozuelo, Getafe y Valdemoro, precisamente.

El zancudo quinto se tragó una serie por el pitón diestro y ya no quiso jamás, acobardado y gazapón en la muleta de un insistente (demasiado) y valeroso Urdiales.

La corrida de Samuel Flores traía pulidos cuernos elefantiásicos y mansedumbre violenta a espuertas. Tremendo aparato el del sexto, que falló de manos repetidas veces y volvió a los corrales. Un sobrero de Julio de la Puerta, amagado, escondido, una cosita, a poco no manda a un animoso Javier Valverde al hule con gravedad: de tres derrotes le rompió la taleguilla y la camisa por el pecho. ¡Milagro! Firme había estado también Valverde con otro toro de buidos pitones que sacudía la cabeza como un mamut herido. Apretó hacia los adentros y después en los medios se rajó hasta echarse en tablas. Lo cazó al hilo.

El infumable y terrible samuel —por otra parte el mejor hecho— que dio el pistoletazo de salida lanzaba unos testarazos como ganchos a un López Chaves que estaba sin estar. O por estar. Siempre con el mismo planteamiento. Intratable el toro a izquierdas. Muchos desarmes en general. Chaves causó la misma pobre imagen con un altísimo cuarto que al menos, dentro su morucho ser, traía sones de paz y facilidad.


El Mundo

Por Javier Villán. Los 'samueles', armamento sin pólvora

Valverde salvó la vida tras una tremenda voltereta en el sexto y Diego Urdiales había perdido una oreja por pinchar a su primero. La Fiesta tiene estas paradojas: triunfo perdido y vida ganada. Valverde, tras peregrinar por toda la plaza en pos del rajado tercero, estuvo valentísimo con el sobrero de Julio de la Puerta.

Lo citó de rodillas desde los medios y luego se fajó en una pelea que sólo podía conducir a la cornada. Bien por los toreros valientes. El manso reservón le echó mano y se lo pasó de pitón a pitón en un sombrío juego. Del trance salió con el gesto dolorido y el ánimo intacto. La ovación fue como una medalla al valor.

Entre ponte bien y estate quieto, Diego Urdiales tardó una eternidad, o dos, en darse cuenta de por dónde iban los aires del samuel de doña Manuela Agustina: un buen pitón izquierdo y un hipotético buen pitón derecho. O quizá sí se dio cuenta, pero no se decidió a sortear los peligros que ocultaba la empalizada de aquellos pitones como dagas. Tanto tardó en apercibirse, o en decidirse, que antes de entrar a matar sonó el primer clarinazo de aviso.

Pinchó el torero riojano y volvió a perder, en Las Ventas del Espíritu Santo, un trofeo que, en tiempos de crisis, le hubiera venido como remedio de santo a sus males. Los males de Diego Urdiales son los mismos o parecidos a los de muchos toreros necesitados de hacerse un lugar lo más fijo posible al sol de la Iberia taurina. Diego Urdiales tiene casta aunque a la hora de matar o se aflige, o tiene mal el punto de mira.

Memorable hubiera sido que Urdiales hubiera cortado una oreja en Las Ventas con dos tandas de naturales, una de redondos, un trincherazo y un cambio de mano por delante. Hubiera sido memorable pues los muletazos, sobre todo los naturales, tuvieron intensidad y en algún momento aroma de torero. Se le pasó el tiempo y no como a aquel monje de la leyenda -400 años extasiado ante el canto divino de un pajarico-, sino porque desperdició tiempo y muletazos sin ton ni son.

Dice la sabiduría popular que el cartero siempre llama dos veces, aludiendo con ello a que todo el mundo goza de una segunda oportunidad. Puede que sí y puede que no. En cualquier caso, las llamadas de los toros no siempre se repiten; dice también esa discutible sabiduría del pueblo que la ocasión la pintan calva y es obligado cogerla por los pelos. Eso es un contradios por mucho que refleje que las dificultades han de resolverse contra viento y marea. Ni el cartero llamó dos veces a Diego Urdiales ni agarró a la famosa calva por los pelos. Hablando en plata, cuando el torero de Arnedo considere que ha ganado una oreja, debe amarrarla. Y eso se consigue, si no se es un gran estoqueador, empujando la espada con el corazón y con todo el aparataje testicular.

Los samueles, de uno y otro hierro, salieron como de costumbre; con un imponente armamento pero sin pólvora. O con la pólvora mojada, que viene a ser lo mismo o peor. Con lo cual se demuestra que en esto de los toros no basta con tener cuernos y pitones, sino que se necesita algo más; por ejemplo casta. Y, a ser posible, buena disposición de matadores que no se dejen impresionar por los pitones.

Yo creo que a López Chaves le impresionaron demasiado la fachada y los pitones; hasta tal punto que el esforzado y honrado torero salmantino no dio una a derechas. Ni a izquierdas. Peleó contra los samueles y contra el viento y hasta podría decirse que el lote que le cayó en desgracia no tenía un pase, cierto.

Los toros le quitaron con frecuencia, además del ánimo, la muleta y el viento hizo flamear la tela como un trapo enloquecido. López Chaves, pese a la peste de los samueles, debe empezar a preocuparse y a tratar de recuperar el sitio que tuvo hace dos o tres temporadas y que se ganó a pulso. Aquí, camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Y a toreros como López Chaves no van a regalarle, seguramente, nada.

Tarde, pues, de contraluces; posibilidad del triunfo, aviso de tragedia. Y también con otra amenaza imprevisible: el desánimo, la falta de sitio. El triunfo amenazó a Urdiales, la tragedia amenazó a Valverde y el desánimo puede amenazar a López Chaves. Hubo también un espontáneo que, cuando el samuel inválido se fue a por él, hizo lo más sensato, no lo más valeroso: meterse en el burladero. Para eso, no haber saltado.


El País

Por Antonio Lorca. Gloria a un lidiador

Diego Urdiales se salvó por los pelos de que sonara el tercer aviso en su primer toro. Sólo su enorme frialdad y acierto con el descabello impidieron que una pesada losa cayera sobre su carrera. Se lo tenía merecido, es verdad, porque alargó la faena más allá de lo admisible; pero hubiera sido una auténtica pena. A este hombre le palpita un corazón torero así de grande, tiene hambre de triunfo, un encomiable valor seco, y es batallador y elegante a la vez; pero, sobre todo, tiene una férrea voluntad y una ejemplar constancia.

Hasta nueve tandas con la muleta se pudieron contar, pero, antes que aburrida, toda su labor tuvo un creciente interés hasta alcanzar una vibrante emoción. El toro era, como los demás, serio, cornalón, manso, descastado, soso y sin movilidad. Y, como todos, lanzaba gañafones y derrotes hacia las mismas nubes. Pero había allí un lidiador inteligente que, de manera pausada, fue estudiando las posibilidades de su oponente. Le corrigió defectos y le enseñó el camino de la muleta, siempre bien colocado, firme y seguro. Poco a poco, como por arte de magia, y a base de exponer mucho, empezó a robarle algún muletazo suelto. Cuando parecía tener dominada la situación y al toro embrujado en su muleta, tomó la izquierda, hizo acopio de pundonor y dibujó dos naturales largos y una trincherilla que supieron a gloria. Se cruzó de nuevo, metido entre los pitones, y trazó otros cinco grandes naturales que cerró con un trincherazo de un mérito extraordinario. Sonó un aviso y siguió toreando, y ahí quedó en las notas otro trincherazo de cartel. Tras un pinchazo, el segundo aviso, y el peligro inminente de una devolución a los corrales. Mantuvo la cabeza fría, lo cual no debe ser nada fácil en esos momentos, y, con los clarines y timbales a punto de dar el golpe definitivo, el toro cayó tras un certero descabello.

El público le agradeció su lección de dominio, de mando y de conocimiento. No era para menos. Sacó de donde no había y se inventó una faena. Sólo le falló el sentido de la medida, y le pudo costar caro. Lo intentó de nuevo en el quinto, muy soso y parado; volvió a demostrar sus buenas condiciones, pero, entre el viento que molestó a todos, y la sosería del toro, no fue posible el éxito.

La corrida tuvo migas. Pitones astifinos para dar y regalar, pero poca clase y exceso de brusquedad y violencia. López Chaves pasó las de Caín con el primero, durísimo, correoso, de pésimo estilo, que le robó el capote, primero, y la muleta por dos veces. Menos violento fue el cuarto, pero el torero, que no parece estar en su mejor momento, no llamó la atención. Valverde se ganó una voltereta espeluznante del desclasado sobrero, que le produjo un puntazo en la axila izquierda y otro en el muslo derecho, de pronóstico reservado, y dejó claro que es un torero esforzado y valiente. Incluso con el tercero, que se acobardó en tablas y no le permitió ni un pase.

Madrid Temporada 2009

madrid_240509.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)