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Plaza de Toros de Las Ventas

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Domingo, 26 de mayo de 2013

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Montealto (bien presentados, mansos, descastados y sin clase; noble el quinto, ovacionado en el arrastre).

Diestros:

El Capea: silencio en su lote.

Alberto Aguilar: que sustituye a Fernando Cruz, oreja, silencio y fuerte petición con vuelta al ruedo.

Chechu: que confirma alternativa, herido por su primero en la muleta. Parte médico: “Herida por asta de toro en cara posterior del muslo izquierdo con una trayectoria de 25 cm hacia dentro y arriba y que causa destrozos en isquiotibiales, contusiona el nervio ciático y el femur y alcanza musculo crural. Pronóstico grave que impide proseguir la lidia. Trasladado a la Clínica La Fraternidad”.

Entrada: lleno.

Crónicas de la prensa: La Razón, El Mundo, El País, Marca.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Empezaremos por el final. La petición de oreja a Alberto Aguilar en el sexto fue mayoritaria sin ninguna duda, y ahí el presidente -me da igual su nombre- no decide sino que concede reglamentariamente. No lo hizo y privó al torero de una Puerta Grande que conquistará bien pronto. Es todo valor, anda muy bien delante de los toros y tiene cabeza y temple para poderle a muchos toros sean del encaste que sea. Antes había sido la confirmación de Chechu que se quedó inédito por un descuido en tan importante tarde para él, que se recordará porque fue al hule. Capea, que se ha acomodado al toro mexicano, tiene serias dificultades para adaptarse de nuevo aquí. Y más en Madrid, plaza exigente como ninguna, con el peso del apellido encima. Y después, los toros de Montealto que, por lo general, no sirvieron, ni para unos ni para otros, faltos de casta. Si no hubiera estado en el ruedo ese pequeño gran torero que es Alberto Aguilar no habríamos visto nada. Se lo aseguro.

La Razón

Por Ismael del Prado. Un tío llamado Alberto Aguilar

Era tarde de regresos. Primero, las nubes, amenazantes. Volvía El Capea después de un año en blanco en los ruedos españoles. Hacía lo propio Chechu –tabaco gordo de 25 centímetros en el muslo izquierdo– para confirmar doctorado, más de un lustro después de sus años de novillero. Ídem el hierro de Montealto, tras muchas novilladas en el coso venteño, debutaba con corrida de toros. Y, a última hora, en sustitución de Fernando Cruz, fuera de combate con una bronconeumonía de caballo –¡cuánta injusta mala suerte para este torero!–, retornó también Alberto Aguilar. Suya fue la tarde. No hubo dos sin tres. A los serios toques de atención del 2 de mayo y la de Escolar, se sumó ayer el más fuerte. Rozó con la yema de los dedos la soñada Puerta Grande de la que sólo pudo apartarle la necedad de un presidente con esperpéntico afán de protagonismo. ¡Qué falta de sensibilidad!

El Alfa de la tarde nos había situado en la confirmación de Chechu. Muchos años de alternativa a las mismas puertas de Madrid, esperando desde su San Sebastián de los Reyes el gran día, la oportunidad soñada. Llegó y El Capea le cedió la muerte de «Cuartelero», propiedad del también sansero Agustín Montes. Sin embargo, su paisano le «regaló» una prenda de cuidado. Ofensivo por delante, salió suelto en el primer puyazo y en el segundo cantó la gallina. Derrotes y tornillazos en las telas, que fueron a más con la franela. Muy reservón, midiendo siempre. Sin pasar. Había que provocar su arrancada y en uno de los cites llegó la desgracia. El animal le sorprendió y le echó mano. Ya en el suelo, llegó la cornada. El burel le rebañó con un derrote seco en la parte posterior del muslo izquierdo. Intentó seguir en el ruedo, pero al instante se desmayó fulminado. Lo pasaportó de gran estocada El Capea y la terna quedó en un improvisado mano a mano.

Se corrió turno y el madrileño sorteó en segundo lugar un «Fandanguero» con poco arte, pero muchas y malas intenciones. Toro exigente que tampoco se empleó en el peto. Brindó al público Aguilar y comenzó por toreros doblones para someter su embestida. Sin atacarle en las primeras tandas en redondo, en las que le marcó varias veces la cornada, el diestro tragó lo suyo ante una embestida incierta y con peligro sordo. Se echó la mano a la izquierda y entonces despegó su labor. Naturales de enorme mérito, que fue robando de uno en uno, cruzándose al pitón contrario. Excelente la colocación. Esfuerzo importante. Siguió una segunda serie más por este lado con idéntico resultado. Bueno el de pecho, ligado con el recurso de un vistoso afarolado. Con mucho sabor los trincherazos finales para cerrar al de Montealto. Hundió la espada entera, algo atravesada pero de efecto fulminante, y afloraron los pañuelos para lograr una merecida oreja.

Imposible fue el segundo de su lote, que como buena parte de sus hermanos tiró un molesto gañafón en la muleta del valeroso madrileño. Tomaba el primer muletazo, pero en el segundo protestaba y topaba en los engaños. Escalofriante el pitonazo que le infirió en la mejilla en uno de sus múltiples calamocheos. Aguilar lo probó por ambos pitones y, vistas las dificultades, optó por abreviar. Se le atragantó más de la cuenta el verduguillo.

Una bala más le quedaba en la recámara en el sexto. Le pegó una larga cambiada para recibirlo y se lo sacó a los medios, donde le pegó tres verónicas a cámara lenta. Preciosas. Galleó por chicuelinas y la cuadrilla le acompañó con una buena lidia. Lo citó desde los medios Aguilar y el castaño fue como una centella. Derechazos con mucha transmisión por abajo domeñando la embestida del toro. Menos lucida la serie siguiente, la faena volvió a coger vuelo en la tercera. Muletazos de mano baja perdiendo pasos para ligarle, pero bien colocado. Notables los de pecho, de pitón a rabo. Terminó su labor arañando algunos pases al abrigo de las tablas. Pinchazo antes de una buena estocada. La petición, mayoritaria. La presidencia, como el año pasado ante los «Victorinos», miró para otro lado. Incomprensible, absurdo… Pongan ustedes el adjetivo.

Por su parte, El Capea recibió como tercero, a un colorado que hizo hilo y esperó lo suyo en banderillas. En la pañosa, áspero. Con la cabeza por las nubes, desparramando la vista y sin humillar, se terminó rajando camino de los terrenos del «4». Allí, terminó por apagarse un trasteo que nunca tuvo lucimiento.

«Colgado» fue el cuarto, lidiado en quinto lugar, de Montealto. Acapachado de cuerna y de menos presencia que el resto del encierro, también desarrolló más nobleza que ellos. Mucha bondad y buen son. Lo entendió el torero de dinastía en una tanda de derechazos despacio y acompasando la lenta movilidad del toro. Luego, la faena se diluyó. El salmantino no volvió a coger el pulso al toro y, despegado, su quehacer pasó sin pena ni gloria.

Todo lo contrario que Alberto Aguilar, dos faenas muy importantes. Hecho un tío. Muy de verdad otra tarde más. Ya van unas cuantas…

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. A Alberto Aguilar le afanan la Puerta Grande

Chechu resultó herido de gravedad en el toro de su confirmación en un despiste. El exceso de confianza le hizo pasar por dentro con la muleta retrasada si racionalizamos la acción. Con la querencia hacia tablas, al toro de Montealto le provocó la inesperada arrancada. Lo volteó y lo hirió en el aire y no en el suelo como pareció: “25 centímetros que alcanzan el fémur y el ciático”, según el parte del doctor Máximo García Padrós. Así Chechu reincorporado se desvaneció. Liquidó el astifino toro y puso fin al papelón del toricantano El Capea.

La cosa quedó en un mano a mano con Alberto Aguilar, que entró en el cartel como la alegría de la huerta en sustitución de Cruz. Ni el viento ni la condición reservona del toro al que le ofreció un trato superior por la mano izquierda. Aguilar, sentido de la colocación y temple. Y el ánimo intacto de quien lo ve clarísimo para aguantar aquellos recaditos por el derecho. Alberto atacó tras la espada con rectitud y se cobró la oreja. Quedaban tres cartuchos.

Qué violentos testarazos soltaba el castaño cuarto. Mal estilo y peor fondo. A Alberto Aguilar le afeitó literalmente la mejilla. Una prenda que se lo puso difícil para descabellar después de pasar el fielato de la espada con las puntas en el pecho.

El pequeño león de Madrid se lanzó a por todas con el último, un toro castaño, chorreado en verdugo, de muchas carnes pero con una guapa y concentrada cara. Una larga cambiada de rodillas y los más bellos lances a la verónica de dos horas. Distancia y sitio sobre la mano derecha. Encajado y acinturado con las más boyantes embestidas de la corrida de Montealto. Aire para administrar el toro, al que se le presentía el final de la bodega. Aguilar se sintió muy torero y le infundió más vida son sumo gusto. En lo fundamental y en las improvisaciones para resolver con majeza, que diría un revistero antiguo. Los presagios de Alberto tomaron tintes de realidad cuando el toro se rajó. Un único pinchazo lo contabilizó él presidente Julio Martínez con más peso que toda la mayoría de pañuelos, la faena que dibujó AA y la tarde que interpretó de pitón a rabo. ¡Ay, don Martínez, que no distingue una vaca de un eral! ¿O era Trinidad? La Puerta Grande se la cerró con su estúpida concepción de la Autoridad.

Capea regresaba tras dos años a Las Ventas y se fue tal cual vino. Siendo el mismo que entonces.

El País

Por Antonio Lorca. Aldabonazo de Alberto Aguilar

El cartel, que no era de los que más expectación había levantado, se rompió a media mañana cuando Fernando Cruz presentaba un parte médico por problemas respiratorios que le impedían cumplir con su compromiso. Alguna fuerza extraña se ha empeñado en que este muchacho no siga adelante; después de la tremenda cogida que sufrió en esta plaza el 15 de agosto pasado, se suspendió por lluvia el festejo de su reaparición, a finales de marzo, y, ahora, una enfermedad lo deja fuera de combate. Un caso de auténtica mala suerte que, ojalá, algún día no lejano le cambie para bien.

Su puesto lo ocupó Alberto Aguilar, que ha sido el triunfador y el protagonista de una encendida polémica sobre si el presidente debía de haberle concedido la oreja del sexto, pedida por el público, que hubiera significado su salida a hombros por la puerta grande. ¡Bendita polémica!

Posiblemente, con el Reglamento en la mano, el respetable tenía razón. Pero este lo que es se inclina por la valiente decisión del usía por dos razones: primera, la actuación en conjunto de Aguilar fue valiente, entregada, y artista, en ocasiones, pero no de puerta grande; y segundo, el público demuestra cada tarde que valora mucho más lo accesorio que lo fundamental, y la aceptación de su criterio hubiera significado un nuevo bajonazo a la exigencia que debe presidir la fiesta de los toros. Por la puerta grande deben salir los toreros que protagonizan una gesta sin igual, y ese, sin ninguna duda, no fue el caso de Alberto Aguilar.

Dicho lo cual, es incontestable que su tarde fue meritísima, que dijo a los cuatro vientos que quiere ser figura del toreo, que tiene valor más que suficiente, gracia en las muñecas y sentido del temple. Tiempo tendrá, seguro, de volver a esta plaza y armar el taco que, ayer, por culpa de los toros, no pudo alcanzar.

La tarde había comenzado con el triunfo del gafe. De entrada, Chechu, que confirmaba la alternativa, se presentó con un vestido de color amarillo y azabache (‘lagarto, lagarto’), evidenció instantes después que no le acompañan los andares ni las condiciones, y tuvo la mala suerte de que el toro lo volteara en un momento en que le perdió la cara y lo mandó a la enfermería con una heridas grave en el muslo izquierdo. Llevaba cinco esperando la confirmación y se ha encontrado con la cara más amarga de la fiesta.

Del cartel original solo quedaba El Capea, que ha vuelto a dejar claro que no le adornan motivos para estar en San Isidro. El capote no es lo suyo, a pesar de un airoso quite por verónicas al sexto, y, con la muleta, torea despegado, siempre al hilo del pitón, sin hondura, como si no sintiera lo que hace, y su labor resulta insulsa y vulgar. Aburrió soberanamente con su desclasado primero y no estuvo a la altura del noble quinto.

Y la tarde quedó toda ella para el nuevo, al que habían llamado a las doce de la mañana para que vistiera de torero y llegó dispuesto a reivindicarse como tal. Su actitud en la plaza dice a las claras que busca el triunfo con desesperación. Pudo sobradamente con la falta de clase de su primero, muy dispuesto en todo momento, bien colocado, cruzado al pitón contrario, y le robó un par de naturales de alto calibre, y otro más, después, y un largo pase de pecho y un garboso molinete. Acabó con unos ayudados por bajo con enorme gracia torera y cuando mató de una estocada casi entera le concedieron una oreja que llevaba el signo de la generosidad.

Nada pudo hacer ante el cuarto, un marrajo que embestía con la cara alta y un peligroso cabeceo. Preparó pronto la espada y se eternizó con el descabello.

Y la polémica llegó en el sexto, un toraco largo y muy serio, al que recibió con una larga cambiada en el tercio, y lo veroniqueó con elegancia en tres capotazos y una larga de mucho sabor.

Brindó al público después de que no encontrara a quien buscaba en el tendido, citó a lo lejos al toro y ligó una primera tanda de redondos que hacían presagiar faena grande. Pero el toro no lo permitió; adolecía de un molesto cabeceo, se empleaba muy poco y deslucía las buenas intenciones de Aguilar. De uno en uno le robó dos naturales, y, después, una tanda con la derecha, muy ajustada y honda. El animal se rajó definitivamente, y aún entonces dibujó un cambio de manos y una trincherilla airosa. Mató mal, pero el público estaba de su parte y decidió que debía salir por la puerta grande.

La decisión antirreglamentaria del presidente lo impidió; pero gracias a ello, la fiesta no está hoy un poco más decadente que ayer. Alberto Aguilar dio un aldabonazo, y se reivindicó como torero, pero la puerta grande es otra cosa.

Marca

Por Carlos Ilián. Campanada de Alberto Aguilar y cogida de Chechu

Exactamente como ocurrió ayer con Alberto Aguilar, aunque la tarde comenzó con un disgusto ya que en el toro de su confirmación de alternativa y al quedarse en la cara del mismo Chechu fue cogido y corneado. Un toro sin fuerza ni recorrido que, sin embargo, acabó con las ilusiones de un chico en su tarde más importante. En la enfermería fue operado de una cornada de 25 centímetros de pronóstico grave. Una fatalidad. Pero la tarde ofreció también la otra cara, la del triunfo, porque, en efecto, Alberto Aguilar que sustituía a Fernando Cruz ha estado a punto de abrir la puerta grande y tan solo la terquedad arbitraria del presidente de turno, señor Martínez, le negó un honor que se había ganado a pulso, sobre la base del toreo sincero y de un valor auténtico.

Su faena al segundo de la tarde fue modélica en cuanto a la manera de entender al toro, un manso de libro al que dosificó, al que no atacó a destiempo, midiendo las reacciones del animal y leyendo la faena con criterio. Los naturales de mano baja y bien rematados y los derechazos sin concesiones resaltaron en una faena muy firme y que remató de una estocada. Oreja, y de ley. En su segundo soportó con estoicismo los derrotes criminales del toro. Y en el que mató por Chechu, se creció para enfrentar la huracanada embestida del toro. Faena a cara de perro, venciendo sobre ambas manos los derrotes del animal hasta darse el lujo de templar con reposo al final en derechazos muy de frente. Pudo más un pinchazo antes de la estocada para que le negaran la oreja.

También actuó El Capea, por debajo de su lote.


©Imágenes: Trincherazo de Alberto Aguilar en la faena al segundo Montealto de la tarde, del que paseó una oreja/Luis Díaz/La Razón. Cogida de Chechu/EFE.

Madrid Temporada 2013.

madrid_260513.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:21 (editor externo)