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Plaza de Toros de Las Ventas

Jueves, 26 de mayo de 2016

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Parladé. Con calidad el cuarto, bueno el quinto que fue ovacionado.

Diestros:

Juan José Padilla: de rioja y oro. Ovación y ovación.

Iván Fandiño: de verde manzana y oro. Silencio tras aviso y ovación.

José Garrido: de teja y oro. Silencio tras aviso y silencio.

Destacaron:

Entrada: lleno en los tendidos.

Galería de imágenes: http://www.las-ventas.com/noticia.asp?codigo=7097

Video: http://bit.ly/1XVDuH8

Crónicas de la prensa:

ABC

Por Andrés Amorós. El milagro de Padilla tras una espantosa cogida en San Isidro

Por la mañana, en Las Ventas, la Infanta Elena al recibir el premio a la Promoción y Fomento de la Unión de Federaciones Taurinas de Aficionados de España, agradece a su padre y a su abuela que le hayan transmitido esa pasión. Todos los aficionados deseamos que, dentro de las posibilidades de su agenda, Don Felipe acuda a alguna corrida de San Isidro, refrendando su apoyo a una Fiesta que –en palabras del Consejero de Presidencia– «huele a España».

Por la tarde, los toros de Parladé no mejoran mucho a los de la ganadería hermana de Juan Pedro Domecq. La actitud inicial del público, esta vez, es buena. A lo largo de la corrida, el ambiente se va enfriando, cuando las reses, con un promedio superior a los 600 kilos, pierden enseguida su viveza inicial.

Llega Padilla con gran moral, después de su triunfo en Sevilla. Recibe a portagayola al primero, que tardea y se para pronto. En el primer par de banderillas, se le queda debajo y sufre una fuerte voltereta. Aunque las embestidas son cortas, logra muletazos estimables, con buen oficio, pero prolonga la faena y la estocada queda baja. En el cuarto, logra un brillante tercio de banderillas, sin efectismos. Comienza con cuatro muletazos de rodillas, corre bien la mano hasta que el toro se para. («Dan ganas de empujarlo», dice un vecino). La gente está muy cariñosa con él: asoman bastantes pañuelos, pidiendo la oreja, y recibe una ovación.

Fandiño intenta recuperar el sitio perdido: no es fácil… El segundo es complicado, claudica pero vuelve rápido, engancha la muleta. Iván no logra resolver las dificultades y lo pasa mal en la suerte suprema. El quinto se llama «Jarrito» y «canta» tan bien como el cantaor Roque Montoya, del mismo apodo: es, sin duda, el mejor de la tarde. Fandiño hace el esfuerzo, quiere estar pero le cuesta, se pasa el momento del triunfo. Esta vez, mata con guapeza.

El joven José Garrido no regatea esfuerzos, entra en quites, se muestra decidido, pero no logra el éxito. El tercero es reservón, parece dormido, pero vuelve con peligro. Logra sacarle buenos derechazos, con riesgo, pero prolonga la faena y falla con la espada. El último hace concebir esperanzas cuando galopa pero pronto se viene abajo, como la faena. Vuelve a pinchar: entra con decisión pero sin la técnica adecuada, debe entrenarlo.

Todo –toros y toreros– ha quedado a medias. Es fácil echar la culpa al exceso de kilos; también puede ser la falta de motor, de casta. Siempre recuerdo a Alfredito Corrochano: «Antes, llamabas una vez al toro y repetía siete veces; ahora, tienes que llamarlo siete veces para que embista, una sola». El gran autor José Luis Alonso de Santos me da el resumen: «En el teatro, lo complicado de verdad son los finales; escribimos toda la obra pensando en esos diez minutos últimos, que deciden el éxito o el fracaso». Eso mismo vale para el comportamiento de los toros y las faenas de los toreros… y para la vida.

El País

Por Antonio Lorca. ¡Qué poco dura la alegría…!

¡Qué poco dura la alegría en la casa… del aficionado a los toros! Tras la feliz conmoción del martes, llegó la desesperación del miércoles, y el jueves la feria de San Isidro volvió a ser ella misma; es decir, un tostonazo.

A estas alturas del ciclo —21 corridas ya, y seguidas, que se dice pronto— no es que se resientan las lumbares y el trasero por ese duro asiento de piedra y sin respaldo, impropio del siglo de las nuevas tecnologías, sino que se rebela el alma de tanto aburrimiento continuado.

Y, otra vez, el toro. Preciosa la lámina de los Parladé, cargados de kilos, pero ayunos de bravura, de fuerza y de casta. Y cualquiera sabe ya dónde está el misterio, ni cómo se vuelve a la casilla de salida. Se ha desnaturalizado al toro; y el conflicto radica en si habrá alguien que sepa naturalizarlo, o si habrá que concluir que esta especie maravillosa está en vías de extinción porque está perdida en un laberinto de imposible solución.

Sería bueno, quién sabe, declararlo especie en peligro, como ocurre con el lince, y que las administraciones publicas dedicaran partidas presupuestarias —pero en dinero contante y sonante y no con acusaciones mentirosas, y sin un euro, como ocurre ahora, para revitalizar un animal que está en franca decadencia.

Bonita estampa la de los Parladé, guapeza en la pasarela, pero en cuanto daban dos paseos por el redondel se les notaba que todo era fachada, chapa y pintura, jabón y colonia, pero con el motor gripado.

Y así es imposible. Valentía de los toreros, entrega, detalles aislados, pero puede más el recuerdo de la dura piedra del asiento que la actitud torera de un Padilla revitalizado, al que no parece que le pesen los años, y se le nota a leguas que la experiencia es un grado; sin dejar de ser el mismo, es mejor torero que hace algún tiempo; o ese mal momento que está pasando Fandiño, que parece cansado, con las ideas perdidas, inseguro, con la lección desaprendida y la mente oscurecida por fantasmas que vaya usted a saber dónde tienen su origen; o la juventud arrolladora de Garrido, valiente a carta cabal, aturrullado por su deseo de triunfo, que se mezcla con su impericia y ofrece una imagen torpe y pesada que, con seguridad, no le corresponde.

Y, mientras tanto, el cansancio, el tedio y el dolor de huesos hacen presa del aficionado y echa de menos lo que ha dejado de hacer por acudir a un espectáculo que exige tanto sacrificio y ofrece tan escaso beneficio.

Mientras tanto, el espacio obliga a rebuscar detalles que escapan a velocidad de vértigo de la flaca memoria. Y aparecen dos verónicas de buen gusto de Padilla a su primer toro, una voltereta sufrida en las banderillas (el toro se le frenó a la hora del encuentro, lo acunó y se lo llevó por delante, lo derribó y lo buscó en el suelo, sin más consecuencias que algunas magulladuras en la cara), el esfuerzo, la entrega y la decisión del torero, algún natural estimable; y un toro, el segundo, parado, adormecido y hundido.

Queda algo menos positivo de Fandiño, que no tuvo oponente para el triunfo en su primero, pero del que sorprendió su tendencia a la inseguridad, como si le hubieran abandonado las cualidades que con buen tino ha demostrado en esta misma plaza. Quiso ofrecer otra imagen en el quinto, pero tras un esperanzador inicio, se diluyó el toro, y el torero se desinfló. Dio la impresión de que la queda una temporada llena de dudas y de olvidos. Ojalá se haga realidad que quien tuvo, retuvo.

Y Garrido acaba de empezar, y se pone tan pesado como todos los nuevos, que se miran en el espejo de las pesadísimas figuras modernas. Le sobra valor, persigue el triunfo con admirable codicia, y tiene maneras toreras, pero le falta reposo y serenidad. Todo se andará…

La Razón

Por Patricia Navarro. Padilla se salva (honra incluida) al borde de la tragedia

Grandona, seria y gigante fue la corrida de Parladé. Un tren para desperezar la tarde salió de toriles con 641 kilos. Los mismos que empotraron el cuerpo de Juan José Padilla a la hora de banderillear. Demoledor encuentro. Entre pitón y pitón le zarandeó y le empuñó contra la arena. Un milagro que de ésas saliera sólo con un chorro de sangre que le caía desde la frente por el oído, que tantas penurias le ha dado desde la cornada de Zaragoza. Se repuso y se fue a banderillear de nuevo. Lo que vino después transcurrió entre el silencio de Madrid. Y eso ya es mucho decir. Por el derecho tenía guasa para arrasar y sólo por el zurdo pasaba el toro la frontera del cuerpo, en el centro del ruedo le presentó el jerezano la muleta con sensación de franqueza y honestidad. La espada se le fue un poco abajo, la gente le sacó a saludar. Se fue a la enfermería y volvió para dar muerte al cuarto, otro tren de cercanías. Todos en mayor o menor medida lo fueron.

Clavó en la cara y un suspiro le duró el gas en la sentencia final. Se esperaba al más joven de la terna. A José Garrido. Se le esperó segundo y medio y en cuanto las cuentas, que se debieron hacer a una mano, no salieron algunos empezaron a protestar. Algo tuvo que ver el toro. Fue el sexto, por ejemplo, ese animal con movilidad que aparentó lo que no era. Vibración en las dos primeras tandas en las que viajaba amparado en la inercia de la distancia, cuando después, tuvo que empujar, ya la bravura y la casta no eran. Pero a Garrido se le exigió como sí. Y la faena se convirtió en una disparatada contradicción, como que por mucho que el chaval quiso justificarse a milímetros de los infernales pitones no sólo no sirviera sino que se pitara o en las bernadinas desprendido de la ayuda. Garbo tuvo el saludo capotero al tercero con la rodilla en tierra.Tiró de oficio después en una faena demasiado larga ante un toro descastado que no quería pasar de verdad en la muleta. Y de eso supo latín el segundo, primero del lote de Iván Fandiño. No pasaba el toro, no tragaba, ni por aquí ni por allí. Mala clase y peligro. Le costó taparse al torero. Intentó redimirse con el quinto, que rondaba también la barbaridad de 650 kilos. En el centro lo esperó y ligó con la diestra, aunque la explosión de emociones nunca llegó. Y antes de que aquello tomara cuerpo, al toro de Parladé le faltó la verdad para seguir el engaño. A menos la intensidad del toro y a más en tiempo la faena del torero. No despegó la tarde ni para sacarnos del atolladero.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. El renacimiento de Padilla y los gigantes de Parladé

Padilla sintió que le estallaba el pecho. Un puñetazo de 641 kilos a galope. La mole de Parladé lo atrapó entre los dos pitones. Y lo catapultó hacia atrás y hacia abajo como una ola de siete metros contra el fondo. La paliza en el suelo desprendió una brutalidad de Policía de Chicago. Cuando Juan se levantó era como un ahogado que emerge de las profundidades. Un hilo de sangre corría desde la sien al pómulo bajo el parche de pirata. En un ejercicio sobrehumano, Juan José Padilla no sólo terminó de banderillear. Otro par de riesgo de dentro afuera y otro más al violín. Apostó también el Ciclón con la muleta como había apostado a portagayola. Desde la apertura por estatuarios que parió un gran muletazo del desprecio que marcó que el pitón abordable era el izquierdo. Porque por el derecho, se vio a continuación, escondía una guasa mala. Mérito tenía ponerse como se puso con la izquierda en los medios. Y sacarle dos series queriendo hacer el toreo clásico. Un afarolado y el de pecho abrocharon el puñado de naturales. Todavía quiso apurar otra vez por la derecha imposible y como salida en un circular invertido temerario. La plaza respiraba con enorme respeto. La espada se hundió muy baja en los blandos de la bestia de 641 kilos y hubo una ovación de reconocimiento.

En tiempos no tan lejanos, que un toro pesase los 600 kilos se recibía como el alboroto de lo extraordinario: “¡Hay uno con 600, macho!”. Unas cifras prácticamente sólo al alcance de Miura. Con los años y la subida del toro como si fuera la inflación de Venezuela, el llamado toro de Madrid se ha ido de madre -peor que en los 80- y así en esta feria de San Isidro ha sucedido la normalización de los 600 kilos. Sumen, sumen, toros que han superado la barrera. La de los 600 y la fealdad, que esa es otra. La batalla de las hechuras perdida. Claro que esa guerra que hace una década parecía reconducida se ha vuelto a reavivar como un fuego mal apagado. La báscula gana. Como la banca. Mal camino.

De la corrida de Parladé, cuatro toros venían por encima de los 600 kilos, 608 kilos de media. Coño, el de Iván Fandiño parecía un toro normalito con 570 kilos. Ni normal ni bueno, un cabrón. Fandiño pasó las de Caín con aquellos taponazos merodeando el corbatín como balas. Un sufrimiento para darle muerte.

La tablilla del colorao y astifinísimo tercero marcaba los 615 kilos. Un cuello como la autovía de La Coruña. José Garrido sacó nota en el saludo a la verónica, rodilla en tierra y en pie, y especialmente en el quite por chicuelinas de mano baja. Garrido no lo castigó en el caballo, y aún así en la muleta el torazo se durmió sin motor pero con su veneno escondido.

De la enfermería regresó Juan José Padilla con el cuello de la camisa teñido de sangre para matar al cuarto. Un toro de 570 y cinco años y medio con unas hechuras que apuntaban dentro de su tamaño. Agarró los palos de nuevo Padilla y luego echó las dos rodillas por tierra con la muleta. Se sintió un ¡uy! generalizado. Duró poco el juampedro de Parladé embistiendo a su altura sin gas. El torero de Jerez corrió la mano en las líneas naturales de una embestida que se apagó como una vela en un vaso. La plaza agradeció el esfuerzo de volver del hule y algunos incluso pidieron la oreja.

Tremendo el buque de 649 kilos del quinto. Un juampedro camino de los 700 kilos es una anormalidad. Y sin embargo quiso coger los vuelos con calidad. Iván Fandiño jugó los brazos a la verónica con prestancia. Garrido aprovechó su quite por gaoneras. Fandiño brindó a Manolo Piñeira. Y tanto la embestida como las dos primeras tandas de derechazos estuvieron a la altura del agasajado. Demasiadas carnes sin embargo. Y cuando el torero de Orduña avanzó la faena y le quitó los metros de generosa distancia la máquina no tuvo carbón para tirar del tren. Todo se vino abajo.

Otro “chiquitín” de 606 kilos cerreba la corrida. Otro camino de los seis años. Otro que se asomaba por encima de los burladeros. A José Garrido le llegaba por la barbilla. No renunció a buscar el lucimiento con el capote. Toda la supuesta movilidad de los tercios previos se lastró con la falta de fondo en la muleta, cuando se exige al toro el verdadero empleo. Y ahí, agua. Como toda la corrida. Una gran mentira de carnes y cuernos. Garrido se justificó pero la espada…

madrid_260516.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:17 (editor externo)