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Plaza de Toros de Las Ventas

Lunes, 29 de mayo de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de José Luís pereda cuatro cinqueños (1º, 2º, 4º y 6º) astifinos de diferente juego sin terminar de romper en la muleta.

Se guardó un minuto de silencio en memoria de Víctor Barrio.

Diestros:

Morenito de Aranda: de nazareno y oro. Pinchazo y media estocada tendida (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo y bajonazo. Aviso (saludos).

Iván Fandiño: de azul cobalto y oro. Media estocada pasada y muy tendida y descabello (saludos). En el quinto, estocada rinconera (silencio).

Gonzalo Caballero: de gris plomo y oro. Estocada (saludos). En el sexto, gran estocada y descabello (leve petición y vuelta al ruedo).

Entrada: Casi tres cuartos de entrada

Galería de imágenes: https://www.facebook.com/pg/PlazaLasVentas/photos/?tab=album&album_id=1306288779467231

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20175/29/20170529215054_1496087503_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El País

Por Antonio Lorca. Un estoconazo sin premio

Hasta no hace mucho, se decía, y se mantenía, que un estoconazo valía una oreja; pero las cosas han cambiado una barbaridad y la ley de antaño carece ya de validez.

Ayer, hubo un torero, Gonzalo Caballero, que realizó a la perfección la llamada suerte suprema, el momento de la verdad, y su gesta pasó prácticamente desapercibida para el público de Las Ventas. Claro, que no solo han cambiado la norma y la costumbre, sino el perfil de quienes acuden a la plaza.

Todo sucedió en el tercero de la tarde, después de una faena sin relieve a causa de la ausente calidad de un toro con asperezas, sin fijeza ni humillación. Lo intentó de veras Caballero después de brindar al cielo, pero su entrega no encontró el premio deseado. Y todo, porque su oponente, al igual que el resto de la corrida, se desentendió de su quehacer.

Pero héte aquí que el torero se perfila para entrar a matar, sin ceremonias ni aspavientos, cerca del toro, levanta los talones, fija la mirada en el morrillo, y como quien no quiere la cosa, sin más importancia que la severidad que entraña ese momento, se volcó sobre el morrillo del animal y dejó un estoconazo hasta la bola.

Desde la grada era evidente que la espada había caído en su sitio; pero si quedaba alguna duda, el toro se encargó de disiparla. Le cambió la cara al instante, se abrió de manos, perdió —seguro— la noción del tiempo y el espacio y cayó en la arena patasarriba como fulminado por un rayo y sin puntilla.

Hasta hace nada, lo realizado por Caballero era considerado como una heroicidad. El público se levantaba de sus asientos, y sacaba los pañuelos para honrar al torero heroico.

Pero todo se redujo a una ovación, de la misma intensidad y duración que las que premian una estocada trasera, tendida o caída; y no es lo mismo. Quede constancia, pues, del acierto del torero madrileño y de la injusticia cometida con él. Caballero fue ayer una víctima de las circunstancias.

Y se acabó la corrida. Bueno, lo cierto es que una de las primeras lecciones que recibe un aficionado a los toros es aprender a olvidar; solo así acumula fuerza para volver otro día. La corrida de ayer fue para olvidar —como tantas otras— y en esta ocasión, otra vez, a causa de los toros de José Luis Pereda-La Dehesilla, correctos de presentación los cuatro primeros, y feo el quinto y muy desigual el sexto. Y eso no fue lo peor, sino su mala condición, su declarada mansedumbre, su falta de fuerzas, y, especialmente, su ausencia de calidad, de la necesaria encastada nobleza que debe tener un toro para que sea posible una lidia emocionante.

Olvidable corrida, pues, que ofreció muy escasas opciones a la terna, que lo intentó, cada cual a su modo, pero sin resultado atractivo para el público y positivo para los toreros. Una oportunidad hecha trizas.

El propio Caballero, consciente de que este era su único paseíllo en la feria, puso de su parte todo lo que se le puede exigir a un torero: valentía, entrega y decisión. Trazó atractivas verónicas en su primero, invalidado en el tercio final, y se jugó el tipo ante el sexto, de mala condición y que se defendía a base de tornillazos. La labor del torero no pudo ser brillante, pero dejó constancia de que vino dispuesto a exprimir hasta la última posibilidad de su lote. Acabó con unas manoletinas muy ceñidas y dio una vuelta al ruedo como premio a su actuación de conjunto.

Peor suerte tuvo Iván Fandiño con dos toros insufribles. De corto viaje era su primero, y solo la buena colocación y la firmeza del torero le permitieron robarle un par de naturales de buena factura. Esperó al quinto de rodillas en los medios y lo recibió con una larga cambiada. Aguantó con estoicismo la violencia del animal y alargó innecesariamente una labor de muleta que no podía alcanzar el vuelo deseado.

Un pase de pecho de pitón a rabo, templadísimo, de esos que se siguen y sienten desde el tendido, dibujó Morenito en la faena de muleta al cuarto; aún le robó un natural de categoría y dos buenos derechazos. Y eso fue todo. El toro, sin clase, acudía sin más, lo que obligó, erróneamente, a alargar la faena y aburrir al respetable.

Como una vaca lechera embestía el primero, un quintal de sosería, que estuvo por allí porque no tenía nada mejor que hacer. Desesperante…

Vamos, que si no fuera por el olvido…

ABC

Por Andrés Amorós. San Isidro: seis tristes toros sosos

Iniciamos una nueva semana, la cuarta, de la Feria. Llevamos ya casi veinte festejos seguidos; en todos , con carteles mejores o peores, la asistencia ha sido muy buena: por término medio, unas veinte mil persona. (Multiplicar por veinte es bien fácil). Ahora mismo, en Madrid, ¿qué otro espectáculo es capaz de reunir a tanta gente? En un partido de fútbol, puede haber ochenta mil personas, pero una vez o dos, por semana, no más. ¿Se llenaría el Bernabéu o el Vicente Calderón si el Madrid o el Atlético jugaran 31 días seguidos? Habría que verlo. En un campeonato de tenis, es un éxito que acudan cinco mil personas, cinco días seguidos… La Feria de San Isidro sigue teniendo un enorme peso económico y social.

Con un cartel sólo discreto, la Plaza sigue registrando una buena entrada. Los toros de Pereda, de encaste Núñez, ofrecen un mosaico de sosería y flojera que desluce todo.

Se guarda un minuto de silencio por Víctor Barrio, al que brindan los toros tercero y cuarto.

Morenito de Aranda cortó la primera oreja de la Feria; con el maestro Ortega Cano como apoderado, afronta una nueva etapa, en la que va a matar en solitario toros de Adolfo Martín, en Burgos. Sabe torear con finura y buen gusto. El primero sale con la cara alta, no se emplea, se cae en la primera serie. El trasteo es correcto; la emoción, imposible. Nada de nada. Se va a porta gayola en el cuarto, aguanta un parón espeluznante. El toro es bravito pero flojo, renquea de atrás. Dándole distancia, la faena va a más, logra ligar algunos muletazos con temple y estética pero lo estropea con la espada.

Intenta Fandiño volver al puesto que ocupó, por su valor y por la rotundidad de sus estocadas. No es fácil: al no ser un diestro de “pellizco”, necesita mantener absolutamente tenso el resorte de la voluntad, que, con los años, suele ir flojeando. El segundo va bien pero, por flojo, queda corto; repite más por la izquierda y la emoción sube algo, en los naturales. En el quinto, recurre también a la porta gayola para romper el hielo de la tarde. El toro se mueve pero algo rebrincado; a la vez, engancha la tela y se derrumba: ¡triste espectáculo! La tesonera labor se agradece, aunque no emocione, y la prolonga demasiado.

El madrileño Gonzalo Caballero ha mostrado repetidamente un valor fuera de lo común y lo ha pagado con varios percances. Merece todos los respetos; en el toreo, el valor es condición necesaria pero no suficiente. Debe demostrar también que domina las reses. El tercero se va, distraído; es justo de casta, de fuerza, de todo. Se escucha una triste frase: “¡Qué asco!” El diestro se justifica, quedándose quieto, pero, como el toro no repite, acaba aburriendo. Mata con decisión. El sexto, largo y alto, pesa más de cien kilos más que el quinto; embiste con cierta nobleza pero topa. Gonzalo se entrega y la gente agradece su actitud. En las bernadinas finales, roza el percance. Logra un buen espadazo y da la vuelta al ruedo.

La gente sosa no tiene la culpa de serlo pero un toro soso desgracia todo el espectáculo; si a eso se une la falta de fuerza, de viveza, de casta, el resultado es penoso. Recordando el título de Guillermo Cabrera Infante, no hemos visto “Tres tristes tigres” sino seis tristes toros sosos: lo que no debe ser una corrida.

Defendiendo los toros andaluces, el poeta José Luis Tejada remataba un soneto: con ellos, “las brasas son oscuras;/ la muerte, hermosa (…)/ los hombres, dioses , y los toros, toros”. No lo hubiera podido escribir si hubiera visto esta corrida.

POSTDATA. Hemos visto ya, en la Feria, bastantes toros: nobles, casi todos, bravos, muy pocos. (Así están hoy las ganaderías y la Fiesta). El maestro Antonio Burgos me recuerda el sexto de Alcurrucén, “Barberillo”, al que cuajó la gran faena Ginés Marín, y el segundo de Jandilla, “Hebreo”, al que cortó una oreja Castella. El de los Lozano hizo regular pelea en varas pero sacó casta y fue a más, como es propio de los Núñez. El de Borja Domecq fue de largo al caballo, repitió incansable y tuvo la hermosa muerte de un toro bravo: me pareció más completo. Un toro debe mostrar su bravura en todos los tercios, no sólo en la muleta; especialmente, en el caballo. Olvidar esto es una de las causas de la actual decadencia de la casta.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Una gran estocada de Caballero

Víctor Barrio hubiera cumplido ayer 30 años. De su última tarde en Madrid hacía un año. Por el tiempo no cumplido, la plaza que lo alumbró como novillero guardó un minuto de silencio sepulcral. Su retrato ilustraba la portada del programa como una máscara mortuoria. El viento bajaba enredando como aquel infausto 9 de julio en Teruel. Ni siquiera molestó a Morenito de Aranda: el altísimo toro de Pereda viajaba por encima de la muleta con una fuerza tan pobre que, aunque hubiese podido humillar, no lo habría hecho. Morenito intentó componer en el juego de las distancias. No hubo modo de despertar la emoción.

La mecha de las protestas siguió su curso con otro cinqueño. Sus imponentes velas no valían a los protestantes como consolación ante su cuerpo enfibrado y hechurado. La ruidosa manifestación por su supuesta falta de fuerza naufragó contra la casta cierta que sostenía su movilidad. Iván Fandiño arrancó faena de lejos. Clavado en los medios con pases cambiados. Valiente y poco propicia la apertura, que violentó al toro. Y, sin embargo, Fandiño le encontró luego el punto por la izquierda y por abajo, que era por donde debió ser el inicio. Dos series encajadas de naturales de buen trazo. La vibración del nervio de la embestida transmitía. A derechas faltó ese mismo recorrido. Un punto más. También quizá de humillación. Y ya, acortado el espacio, se defendió. La despedida por ajustadísimas bernadinas volvió a levantar el ambiente. Hasta la ovación final.

Gonzalo Caballero brindó al cielo. El reciente fallecimiento de su padre lastraba el ánimo. Un toro negro, cuajado, engatillado, astifinísimo como toda la corrida de José Luis Pereda ofreció su nobleza. Su buen embroque. De los muletazos se despedía muy abierto, como si se fuese a ir sin irse, un tanto a su bola. Caballero se quedaba descolocado y fuera. Y emprendía la búsqueda de sitio casi en cada pase. Toro teóricamente fácil. La teoría siempre es fácil. Lo mató por arriba con rectitud. Se lo reconocieron las palmas y el cariño que le empujaron al tercio.

Morenito pasó un quinario en la espera a porta gayola del quinto. Apareció andando y distraído el pavo. Hacia otro lado. El torero burgalés se levantó y renunció a la larga cambiada. A cambio, y en los mismos terrenos de toriles, le puso raza a la verónica. A favor del toro de Pereda contaron después la prontitud y la fijeza; en su contra, los finales escasamente descolgados. La testa alta entonces, no antes. Cuando el matador de Aranda exigió y obligó a la franca embestida en una notable tanda, desapareció la velocidad. Muy rápido Morenito.

El quinto, agalgado y de escaso perfil, más que genio desprendía calambres. Tornillazos rebrincado. Especialmente en los remates por alto. Iván Fandiño gastó toda su valerosa voluntad en la refriega.

Un enorme toraco de 610 kilos sorteó Gonzalo Caballero. El último de los cuatro cinqueños de Pereda. No mal tipo dentro de su gigantismo. Ni mal fondo. La manera de colocar la cara lo delataba. A falta de romper de verdad. Caballero volvió a matar a ley. Una gran estocada. Necesitó del verduguillo. Pero no restó para la vuelta al ruedo.

El cartel señalado como fecha de trámite en la feria cumplió con las expectativas… La corrida de José Luis Pereda no fue tan mala como se vio. O se quiso ver.

La Razón

Por Patricia Navarro. Caballero se salvó a golpe de raza

Hacía solo un año que Víctor Barrio hizo el paseíllo en Madrid. Nadie podía imaginar lo que pasaría después. Ayer cumpliría lo 30. Un toro se le cruzó en el camino el 9 de julio y le quitó la vida para elevarle a la gloria del toreo. Se guardó un minuto de silencio al finalizar el paseíllo. Algo cambió para muchos aquella tarde de verano en Teruel. Volvimos a la realidad. A la dureza isidril que tenían por delante Morenito, Fandiño y Gonzalo Caballero como un año antes la tuvo él, Barrio. Eterno Barrio. A Morenito se le cerraron de par en par las puertas del sueño con el primero, tan flojo como deslucido, pasaba por allí cansino y sin entrega, nada había que hacer más que matarle con dignidad. Y eso intentó. A portagayola se fue a parar al cuarto. Pero tuvo que desistir y pararle cuando vio que el toro salía despistado, a lo suyo. Brindó al cielo, a la memoria de Víctor. Fue compañero de terna aquella fatídica tarde. Otra cosa resultó el toro en el último tercio. Tuvo nobleza el animal, movilidad, aunque salía desentendido del encuentro pero tenía sus teclas, lo vimos en una tanda de derechazos de Morenito muy con los vuelos, muy embebido el toro, bonitos los muletazos. ¿Qué había sido la excepción? ¿La calidad del toro o del toreo? Faltó contenido a la faena y contundencia a la espada y la tarde se nos fue. Se nos iba.

Pasábamos palabra, mejor dicho toro, y saltamos al turno de Fandiño. Se protestó al segundo de salida y sólo se paró cuando Fandiño le hizo un pase cambiado en el ruedo. Tenía miga el toro, movilidad con transmisión porque rondaba el genio. Intuimos que podía haber faena en una tanda diestra, viajaba el toro por abajo con codicia, pero tardó poco en ensuciarse la faena y no encontró Fandiño la continuidad, el hilo conductor, se le desmontó el argumento al natural, acortó faena, se agradece, y subió el nivel con las bernardinas pero no dejaba atrás sustancia. El quinto tuvo sus complicaciones, áspero y derrotón y Fandiño anduvo desdibujado e intermitente de principio a fin.

No llevaba brazalete Gonzalo Caballero ni nada que recordara a simple vista la pérdida reciente de su padre, pero el brindis al cielo impresionó. Media vida de recuerdos dejaría ahí. Para ellos quedaba. Suponemos que era a su padre, claro. El toro no quiso ser cómplice y en la faena sólo pudo poner verdad. Iba y venía el toro con nobleza pero sin fuelle ninguno. La muerte fue brutal. En la rectitud. Y fulminante. Torera. Las manoletinas finales del sexto fueron a sangre y fuego. Se olía el percance como si fuera un descuento. Tremendo. Y de hecho se libró de puro milagro. Y así en la faena, en vilo. El toro tuvo movilidad, además de dos pedazo pitones, pero no entrega, salía siempre con la cara muy por arriba, brutote, le buscó las vueltas de todas las maneras que supo. Y sobre todo, le volvió a meter la mano con la espada con verdad y habilidad. Ya era mucho. Dio una vuelta al ruedo. Se había salvado Caballero de una tarde nefasta a golpe de raza.

COPE

Por Sixto Naranjo. Gonzalo Caballero, acero templado

Un minuto de silencio abrió la corrida con menos tirón de público de lo que llevamos de Feria. Víctor Barrio en la memoria. En Las Ventas toreó hace justo un año por última vez. Hoy hubiese cortado 30 años de no haberse cruzado aquel maldito ‘Lorenzo’ en Teruel. El silencio como homenaje y recuerdo.

La corrida de José Luis Pereda preparada para abrir semana fue demasiado desigual. Faltó casta, pero de entre el conjunto se pudo salvar algún ejemplar que se dejó en el último tercio. Faltaron finales, eso sí.

No fue toro para hacer muchas cosas el primero de Pereda. Altón y zancudo, el animal del hierro onubense se derrumbó a la salida del caballo. No había fuerza ni por delante ni por detrás. Un esbozo de toreo con cierto gusto en el inicio de faena de Morenito de Aranda antes de hilvanar varias tandas sin sustancia por la sosería y blandura del toro. Abrevió y se agradeció.

Se fue hasta la puerta de chiqueros Morenito para saludar al cuarto pero se quedó con el molde. El toro dijo nones. La faena fue un continuo tobogán. Comenzó el de Aranda sin terminar de encontrarle el pulso al de Pereda y hasta mediado el trasteo no terminó de apostar por abajo y templar al toro, que respondió. Ahí surgió la tanda más lograda del conjunto, a derechas. Después todo se volvió a espesar. Media estocada y un sablazo en los bajos no mejoraron la nota media.

Se protestó la escasez del primero del lote de Fandiño. Dos puntas por delante que no taparon la escasa anatomía y remate del toro de Pereda. Sin embargo, el astado rompió a embestir. El cambiado en los medios como inicio de faena y un primera tanda al natural, por donde el toro se dejó. Ligó el vasco aunque en un par de ocasiones le sorprendiese por dentro. En redondo se rebosaba menos la embestida del toro. Firme ahí Fandiño. La estocada trasera necesitó de un golpe de verduguillo. La ovación final premió el afán del torero.

Tampoco estuvo sobrado en cuanto a trapío el feo cuarto. Ancho de sienes, culipollo… no gustó el toro. Fandiño, que había salvado con apuros la portagayola, se enfrascó después en una faena de excesivo metraje. El toro se movió sin clase ni ritmo. El de Orduña queriendo sumar pero sin armar faena y el público recriminando que alargase el trasteo. La estocada, habilidosa en el rincón.

Paciente estuvo Gonzalo Caballero con el tercero. La firma al cielo en memoria del padre. Éste de Pereda fue otro animal manejable que se empleaba poco pero que a base de pulso y colocación fue extrayendo muletazos de gran armonía y trazo. Sin violentar nunca al toro, el madrileño fue construyendo un trasteo que fue creciendo en contenido. La estocada arriba, para tirar patas arriba al toro. La ovación, premio más que justo.

Para tapar bocas salió el mastodonte sexto. 610 kilos de toro. De nuevo muy decidido Gonzalo, sin probaturas se echó muleta la derecha. Dando distancia en el cite. Y el temple como arma. A derechas sin rectificar terrenos y al natural, por donde el astado soltaba más la cara, a base de intentar obligar por abajo. No siempre salió, pero la sinceridad del toreo madrileño conmovió a la plaza. No dudó nunca el torero. Las manoletinas, más que ajustadas, como cierre de la obra. Y la estocada, arriba. Sin mácula en la ejecución y la colocación. Un golpe de descabello dio paso a una vuelta al ruedo que supo a premio justo.

madrid_290517.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:12 (editor externo)