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La leyenda de ‘Navegante’

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El País

Por Carlos Loret de Mola. El País Semanal, 27/04/2014. En la enfermería de la plaza de toros de Aguascalientes, 12 personas atestiguan la muerte de José Tomás. Es 24 de abril de 2010, casi a las siete de la tarde.

Su cuerpo lleva minutos expulsando borbotones de sangre. Hay sangre en las paredes y en los muebles. Salpicó la puerta y chorreó en el pasillo. Hay sangre en las camisas y los pantalones. Los zapatos chapotean desesperados en los charcos del rojo brillante que tiene la sangre cuando recién sale de las arterias. Se impregnan de ella brazos y rostros que tratan de parar la hemorragia metiendo las manos por el boquete que el toro Navegante, quinto de la tarde, acaba de abrir en el muslo izquierdo del torero.

“Como llave de agua abierta”, explica el subalterno Alejandro Prado, quien, frente al toro, soltó el capote y fue el primero que a mano limpia quiso taparle la fuga sobre la carne viva y no dejar que falleciera ahí, en la arena. “Tranquilos, tranquilos”, les dijo el de Galapagar mientras lo levantaban del ruedo.

José Tomás ya casi no tiene sangre. El monitor no registra presión arterial. El corazón late, pero el combustible está por debajo del mínimo. Toda la sangre del torero se puede recoger entre el ruedo, el callejón, el acceso a la enfermería y la cama quirúrgica en la que yace boca arriba, pálido.

Ya son 13 personas. Acaba de entrar el sacerdote. Lleva estola y aceite. Trajo los santos óleos. No se acerca porque no hay espacio y porque los que pelean por la vida de José Tomás Román Martín lo miran con recelo.

Los gritos se confunden con las instrucciones.

Don José estalla en llanto: “¡Se está muriendo mi hijo!”, y se va.

Andrés, el hermano, se queda goteando de sudor propio y sangre que no le es ajena.

El jefe de los servicios médicos, el doctor Carlos Hernández Sánchez, corre y reza en voz alta, sometido por la angustia.

El matador Fernando Ochoa, compadre del impasible diestro, quien bajó desde el tendido donde presenciaba la corrida, carga la bolsa de suero y la aprieta fuerte para que entre en contra de la fuga sanguínea.

Desde su barrera, el cardiólogo Juan Carlos Ramírez Ruvalcaba marca su celular y ofrece ayuda. Se la aceptan, pero a la voz de ya.

No hay oxígeno. No han llegado las bolsas de sangre A negativo.

Villalobos y Martínez son dos anestesiólogos que no pueden anestesiar. Lo impide el estado de choque en que se encuentra el paciente.

Conchita y Javier, los enfermeros, y el médico general González Careaga necesitan más manos para colocar las cuatro, cinco mangueras de catéter que exige la emergencia.

Dos médicos están sobre él taponándole a mano el borbotón del muslo. Otro está enfrente mordiéndole las vísceras con pinzas –¡faltan pinzas!– para despejar el camino de la urgente cirugía. La hemorragia no se detiene.

Urge cortarle el traje de luces, pero no encuentran las tijeras. Fernando Ochoa sale corriendo y se topa a El Kiki, amigo de la infancia y heroico escudero del moribundo Quijote. El Kiki entrega las tijeras que sirven para retocar los capotes y muletas cuando se deshilan. Con esas regresa Fernando a la vera de su amigo y cortan a tajos la taleguilla.

Un corte de mayor trascendencia sucede a centímetros de distancia. El líder del grupo, el doctor José Alfredo Ruiz Romero, abre con bisturí 30 centímetros de pierna.

En medio del infierno disfrazado de clínica, los dos hombres que deben mantener la cabeza fría están cumpliendo con su tarea.

Uno es José Tomás, que se halla consciente. Sin cuerpo pero con alma, desprendiéndose de la vida como cuando en el ruedo los pitones parecen imantar su cintura, solo tensa los músculos del rostro y sin alzar la voz confiesa a su entrañable Ochoa: “Me duele mucho la pierna”. Y le aprieta la mano cuando siente las punzadas. José Tomás, máscara de oxígeno sobre un rostro que va volviéndose amarillo, lleva 25 minutos aguantando.

El otro es el doctor Ruiz Romero. No le ha asustado tanta sangre. Había visto más apenas tres años antes, el 15 de febrero de 2007. En aquel “Jueves Negro” de Aguascalientes, un enfrentamiento entre policías y narcotraficantes cambió el rostro de la que solía ser modelo de ciudad pacífica mexicana: cuatro oficiales murieron y otros cuatro resultaron heridos.

Uno de ellos llegó al quirófano del doctor Ruiz Romero, cirujano cardiovascular de hospital de sangre. Un sicario le había disparado con una Cuerno de Chivo. La bala le atravesó el tórax, destrozó el riñón derecho y salió por un enorme orificio en la espalda que seguía vomitando pedazos de hígado.

El policía murió. José Tomás, no.

Tras casi una hora y media de intervención, lograron estabilizarlo, anestesiarlo y trasladarlo dormido en una ambulancia que, a petición de los especialistas, avanzó con precaución y a moderada velocidad por las calles que ya había cerrado la policía para que el convoy no se detuviera. Seguía sangrando en la ruta. Mucho músculo destruido, mucho tejido blando soltando todo.

En ese momento, los doctores supieron que el ídolo “la había brincado”, como se llama en mexicano al fino arte de dar a la muerte el pase del desdén y evitar su fatal embestida.

En el hospital Miguel Hidalgo fueron tres horas adicionales de quirófano, menos trepidantes; y a firmar con su nombre de civiles, no el de superhéroes, un documento que habla de una ruptura de la arteria femoral profunda, en su nacimiento de la arteria femoral común.

Mientras se quitaban las batas y los guantes, el cardiólogo Ramírez Ruvalcaba preguntó a su colega Ruiz Romero, el líder del milagro:

–¿Llegaste a pensar que se iba a morir?

–Las mismas veces que tú.

Por un cuerpo humano de la altura, el peso y la edad de José Tomás Román Martín circulan entre 4,8 y 5 litros de sangre. Cada paquete globular lleva de 240 a 260 mililitros, dependiendo de la calidad de la sangre del donador. Esa tarde-noche fue transfundido al torero el contenido de 18 paquetes globulares. Esto es, entre 4,32 y 4,68 litros. Por tanto, ahora entre el 86,4% y el 97,5% de la sangre de José Tomás es mexicana.

–¿Cómo estás? –preguntaron al ascético espada al entrar al área de terapia intensiva del hospital Hidalgo de Aguascalientes, 37 horas tras la cornada.

–De puta madre –que en ibérico quiere decir “de maravilla”.

José Tomás mueve la pierna para demostrarlo y sonríe burlándose de la muerte. Debe de ser por su sangre mexicana.

José volvió a torear. Pero ¿y Navegante?

SE BUSCA POR TENTATIVA DE HOMICIDIO

Cuatro años más tarde, desde mi ordenador en México tecleo “Navegante” en Google.

Lo primero que arroja la búsqueda es un blog de astronomía. Reporta que Júpiter y la ISS son novios. Así. Literal.

Clic. El Navegante, en Facebook, es una página norteña de noticias. “El alcalde Gerardo Figueroa Zazueta sostuvo que la figura del pez vela forma parte del rescate de la historia de Puerto Peñasco, Sonora”.

Clic. Hay otro Navegante en Facebook. Corre sin previo aviso un vídeo: un hombre camina con lentitud torera en medio de un bosque. No es José Tomás porque lleva pelo largo y lacio, y canta… en inglés.

Clic. Una foto de un barco partido por la mitad, unas olas gigantes estrellándose contra un faro que queda casi sepultado por la espuma, el aviso de un capitán que casi colisiona con otra embarcación. Un blog de marineros, de marineros amarillistas, concluyo.

Clic. Descubro que El Navegante es como el himno nacional de Tampico, Tamaulipas. Clic. Aparece la sobria definición de Wikipedia. Clic. Una selección de ensayos sobre la vida de Einstein, que ¿es como un navegante? Clic. El Navegante es un establecimiento en Querétaro que asegura tener capacidad para lavar “todo tipo de camiones y maquinaria industrial, con altas presiones de agua, minimizando su consumo por medio de aspersores de presión que giran 360 grados”. Clic. Navegante es una tienda de mariscos en el DF y –clic, ha llegado la hora de rendirse– la receta detallada de la ¡Gelatina Navegante! que, promocionan, sale del refrigerador en bellísimos colores azul cielo, verde y rosa.

Está claro que a la tauromaquia le falta conquistar Internet, posmoderna plaza, porque Navegante, el astado de la ganadería De Santiago que en Aguascalientes, México, 2010, casi mata al torero que para muchos es el mejor del mundo, salta al ruedo muchos, muchos clics adelante.

¿Qué fue de Navegante? Habrá que investigarlo a la antigüita.

EL INCULPADO CAMBIÓ SU IDENTIDAD

Don Pepe Garfias tiene días buenos y días malos de salud. Cuenta que con el frío del invierno en San Luis Potosí, la artritis se recrudece, pero él –ganadero de estirpe– sabe que hay que lidiar con lo que salga de toriles.

Le pregunto por Navegante.

De Santiago sí está en la era digital. Basta a don Pepe un clic para llegar a la hoja de vida:

“El toro nació el 03 de mayo de 2004 en el sur del altiplano potosino en la ganadería De Santiago, de nombre Velador”. Alto. ¿Velador? ¿Navegante se llamaba Velador? Vaya augurio. ¡Y casi tenía seis años!

“Habiendo sido marcado con el número 87 de la letra A que indica el año en que nació, hijo de la vaca 68 de la F del 2000, de nombre Veladora, y del toro 113 de la L de 1999, de nombre Ventilador, siendo de color negro entrepelado que con el tiempo ese color, lo entrepelado, se incrementó un tanto”.

Sigue la ficha: “A los dos años el toro pasó a tienta obteniendo una nota de Bueno. Siempre lo conocimos con un carácter agresivo y arrogante”. No me extraña.

“Navegante fue bautizado por el ganadero con este nombre horas antes del sorteo en la plaza”.

El descendiente de dos líneas puras de Saltillo fue vendido en 43.000 pesos mexicanos, unos 2.300 euros.

Aquella tarde, Rafael Ortega, José Tomás y El Payo se sucedieron en el cartel. Navegante fue el quinto de la lidia, segundo para el sultán de la quietud. Cuando le agujereó el muslo, en medio del pánico público, Ortega le dio muerte. Con un arroyo de sangre delineando la ruta de la emergencia, del ruedo a la enfermería, ya nadie estaba viendo la corrida.

Deduzco que se lo llevaron las mulas de arrastre. ¿Y después? Don Pepe no sabe, pero piensa que quizá lo sepa el empresario de la plaza.

LOS RESTOS DEL HOY OCCISO

Ricardo Sánchez está en Mérida (Yucatán). Le digo que debe encontrar tiempo para estacionar su vehículo frente al parque de la colonia Alemán y entrar al restaurante Colonos donde se rendirá ante los tacos de cochinita, los papadzules y el relleno negro.

No tiene pretexto: el comedero está camino a Motul, donde torea su hijo Juan Pablo, naciente figura. Ricardo Sánchez combina su papel de gerente de la Monumental de Aguascalientes con el de papá, maestro y apoderado.

“Hace años que la carne de los toros en Aguascalientes se la vendemos a Víctor Muñoz. Él debe saber qué pasó con Navegante, nomás que Víctor anda en Los Altos de Jalisco, está difícil de localizar”.

Ricardo Sánchez conoce a Víctor Muñoz desde que eran niños, hacen negocios desde hace décadas, pero no tiene su celular. Solo un radio Nextel, el medio de comunicación favorito del mundo taurino mexicano.

EL CARNICERO DEL BAJÍO

Una combinación de dígitos y asteriscos me lleva a Víctor Muñoz. Parece que estoy cerca.

“Llevo 21 años comprando la carne a la plaza de Aguascalientes, pero ¿qué cree?”, me deja en vilo segundos eternos, “hubo una lagunita de dos años en que no les compré: 2009, que se suspendió la Feria de San Marcos por la influenza A-H1N1, y el 2010, el año de Navegante”.

Después de esa cubetada, una buena: el mismo Víctor reveló que quien se hizo cargo de recoger seis toros cada tarde de San Marcos 2010, transportarlos al rastro de Aguascalientes y comercializar su carne fue un discípulo suyo llamado Mario Gómez.

Y hay un vínculo entre ambos.

ARTURO LÓPEZ ALIAS ‘LA NANA’

Víctor Muñoz y Mario Gómez son empresarios ganaderos. El problema es que cuando entran a la plaza de toros no se pueden llamar ni empresarios ni ganaderos. Porque empresario es el dueño de la plaza y ganadero es el que creció y vendió a los toros que se lidian esa tarde.

Así que el organigrama los condena al cargo de carniceros.

Muñoz y Gómez, desde luego, no destazan a los toros que van muriendo en el ruedo. Esa tarea corre a cargo del matancero. Ambos comparten matancero. Se llama Arturo López. Le dicen “La Nana”.

Arturo López alias La Nana no encabeza, lidera, pertenece a ni trabaja para ningún cártel mexicano… aunque la combinación de nombre y apodo lo sugieran. Arturo lleva más de veinte años como matancero de las plazas de Aguascalientes, Guadalajara y el Bajío en general.

Mientras el mundo entero esperaba noticias de la enfermería de la Monumental hidrocálida donde se estaba muriendo José Tomás, La Nana lidiaba con otro cuerpo y con otra sangre: abrió en canal a Navegante, le quitó las vísceras y lo dividió en dos partes.

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24 de abril de 2010 en la plaza de toros de Aguascalientes (México). El toro Navegante prende a José Tomás y le revienta el muslo izquierdo. “Como llave de agua abierta” , cuenta el subalterno Alejandro Prado que brotaba la sangre de José Tomás. La ilustración de la doble página anterior toma como punto de partida una fotografía actual de la cabeza disecada de Navegante. / Reuters.

Por un lado, el cráneo, los cuernos, la cara y la mitad del cuero entrepelado, material de taxidermista para disecar la cabeza, enmarcarla y colgarla en alguna pared.

Por el otro, el resto de la piel y toda la carne para consumo humano.

Tras una escala en el rastro local, la carne de Navegante fue comercializada a precios de entre 28 y 30 pesos el kilo, un euro y medio.

De sabor acentuado, color más rojizo y más dura que la de res de engorda, la carne del toro que casi mata al tímido maestro español terminó servida en mesas de Aguascalientes y Monterrey.

Del cráneo, los cuernos, la cara y la mitad del cuero entrepelado solo hay un rumor: el matador mexicano Fernando Ochoa, de los pocos amigos de José Tomás pues empezaron de novilleros juntos, la pidió para un compadre suyo de Jalostotitlán, que a su vez la quería para unos primos que tiene en Estados Unidos. Ellos se la llevaron para allá.

Imagino que Navegante navegó… y de indocumentado.

INTERCEPTACIÓN DE COMUNICACIONES

En la puerta del baño de mi oficina hay un falso cartel de toros. Dice que en la corrida de aniversario del 2009 en la Plaza México toreamos José Tomás, yo y Fernando Ochoa, seis de El Junco.

La puerta del baño puede resultar para algunos un sitio indigno. Nada de eso. Es mi tiro de vista siempre que estoy sentado en el escritorio. Me recuerda que yo no soy torero, que hace tiempo no veo a José Tomás y que un día de estos tengo que telefonearle a Fernando Ochoa porque es un gran tipo.

Había llegado el día… pero cambió de celular.

A la madrugada siguiente, en la misma oficina frente al mismo falso cartel, mi computadora me lanza una providencia que yo había olvidado: tengo una cita con Napoleón.

José María Napoleón, el afamado cantautor, es el trovador mexicano favorito de José Tomás. Es como su hermano mayor. Incluso lo acompañó a analizar en el campo bravo los encierros de Xajay y De Santiago e intervino en la decisión de que el primero fuera para la México y el segundo para San Marcos.

Estaba en la plaza la tarde de la cornada atroz y todavía se le empañan los ojos al recordarlo. Cuando don José salió de la enfermería gimiendo que se moría su hijo, fueron los brazos de Napoleón los que lo recibieron. El artista y 300 aficionados más se formaron afuera de la puerta de la enfermería cuando las bocinas de la Monumental anunciaron que urgían donadores de sangre.

Napoleón, Joaquín Sabina y José Tomás habían quedado en congregarse tan pronto terminara la corrida para estrenar en público el pasodoble de Tomás, en el salón Víctor Sandoval del recinto ferial.

“¿Pero seguro sí vas, Jose?” (así, con acento prosódico en la o, como le dicen sus verdaderos amigos, que se cuentan con los toros de un encierro), le preguntó Napoleón a la discreta figura antes de la corrida. “Napo, nunca se sabe”, le contestó lacónico, como es.

Napoleón me llevó su nuevo libro, un CD con la ranchera que compuso al rey torero del ostracismo, dos libros autografiados con humor y cariño por Tomás con los que me delaté emocionadísimo… y el número celular de Fernando Ochoa.

MANIOBRAS DILATORIAS, TÁCTICAS DISUASIVAS

Entre risas, Fernando me contó que él creía saber quién era el dueño de la cabeza de Navegante: un hombre de Jalostotitlán, en Los Altos de Jalisco, que es su amigo, pero no su compadre.

“Pero te tengo una buena noticia, Carlos”, adelantó. Ya me urgía una, contesté para adentro. “Hoy toreo en Jalos. Voy a buscar a este hombre, lo veo y te digo si es él, y si quieres puedes venirte para acá”.

Imposibilitado para cruzar la geografía mexicana en media tarde, le pedí –instalados en la era digital– que me mandara una foto del burel por WhatsApp.

Fernando Ochoa cortó esa tarde dos orejas y tres días más tarde me mandó un mensaje:

“Carlos, ¿cómo estás? La cabeza del toro que tienen es la del primer toro, el de la oreja”. Se llamaba Vinatero el primero del lote de Tomás la tarde en que casi muere. Le cortó un apéndice.

Navegante seguía en calidad de desaparecido.

YO GUARDÉ EL CADÁVER

Regresé varios pasos. Volví a Víctor Muñoz, el empresario ganadero-carnicero de Aguascalientes, quien me regaló por teléfono una nueva hipótesis: Navegante está colgado en una carnicería de Los Ángeles (California) propiedad del primo del compadre de Fernando Ochoa.

Muñoz me puso en contacto con Daniel Caballero, taxidermista: “Yo trabajé la cabeza de Navegante”.

La indagatoria arrojaba sus primeras conclusiones:

La tarde en que el toro de don Pepe Garfias fue destazado por La Nana, Caballero colocó un plástico amarrado con mecate al cuero del burel para identificarlo con número, peso y torero a quien tocó en suerte.

Es el procedimiento habitual cuando le piden una cabeza de toro. Y le piden muchas durante la feria de San Marcos, así que va almacenándolas en el rastro y luego se las lleva al Distrito Federal para trabajarlas.

Minutos antes de que los tres matadores hicieran el paseíllo de la infausta corrida, un amigo llegó con Caballero y –4.000 pesos, unos 200 euros, por adelantado para apartar las cabezas– le dijo que quería las dos de los toros de José Tomás, como salieran, buenos o malos, con faena o sin ella.

Caballero entregó el dinero a La Nana y este, a su vez, dio a Caballero la parte “perdida” de Navegante: el cráneo, los cuernos, la cara y la mitad del cuero entrepelado.

Al finalizar los días de la feria, el taxidermista pasó al rastro y cargó en su [camioneta] pickup S10 blanca con cámper los varios frentes de toro que le habían encargado durante San Marcos, entre ellos el de Navegante. Los trasladó por carretera a la Ciudad de México y en su taller los trabajó por meses.

Cuando Navegante estuvo listo, Caballero llamó al amigo que le había pedido los dos toros de José Tomás: Juan Carlos Ornelas.

EL MOZO

Juan Carlos Ornelas es mozo de estoques. Días antes de la tarde trágica, fue contactado por El Kiki, el hombre de todas las confianzas de José Tomás desde que ambos eran niños.

El Kiki le ofreció empleo en la cuadrilla de José. Juan Carlos aceptó. Para tomar posesión del cargo, solo debía estar listo cuando terminara la corrida de Aguascalientes. Entonces le entregarían todo su material de trabajo.

Ornelas tuvo que esperar más de lo previsto.

Mientras, fungió como intermediario en el derrotero de Navegante: el taxidermista Daniel Caballero le envió por paquetería las dos cabezas del ganado de don Pepe Garfias.

Caballero pensó que si llevaba a Europa a Navegante, podría ganar miles de euros. Pero le urgía pagar la colegiatura semestral de su hija. Así que tomó 12.000 pesos (650 euros), el precio pactado antes de la corrida, cuando no se sabía que Navegante sería un astado histórico.

Juan Carlos Ornelas no quería tener en su casa de Aguascalientes las miradas de los toros. Llamó de inmediato al comprador: Dorian Ramírez, forrajero de Jalostotitlán, en Los Altos de Jalisco, el amigo de Fernando Ochoa.

Temeroso de que algún día José Tomás visitara su casa o supiera que él conservaba la cabeza de Navegante y lo tomara a mal o lo sintiera como un mal augurio, Dorian recogió la cabeza del otro toro, de Vinatero, pero no la de Navegante. Se la dejó a Ornelas.

DÓNDE ESTÁ ‘NAVEGANTE’

Recargado en un marco negro con forma de escudo hecho de madera de encino con resina de poliéster, que cuelga de una sobria pared lisa, rodeada su cabeza por dos estambres gruesos entrelazados, rojo y oro, los colores de su ganadería, Navegante está en la esquina de la sala de una casa urbana muy grande en una colonia de clase media.

Lleva una placa con letras doradas: “Plaza de toros Monumental de Aguascalientes. 24 de abril de 2010. Nº 87. ‘Navegante’. 473 kilos. Lidiado por el maestro José Tomás. Ganadería De Santiago”.

Si mira a su derecha, Navegante tiene vista al jardín a través de una ventana amplia. Enfrente está el cuadro de una madona. Justo debajo de él hay un sillón donde su dueña se sienta a leer y a contemplar sus fotos taurinas.

Ana Gabriela Carrillo Robles es muy aficionada a la fiesta brava, pero sus padres no. Deseaba tener una cabeza de toro y le dijeron que el mozo de estoques Juan Carlos Ornelas podía conseguírsela. A Juan Carlos le sobraba una que no quería tener cerca: la de Navegante.

Ana Gabriela estaba de vacaciones en Disney World cuando contactó con Ornelas. Le pidió a su padre que se la regalara, y él se la compró sin chistar. La compradora dice que pagó hasta 40.000 pesos (unos 2.000 euros). El vendedor dice que la dejó en 15.000 (800 euros).

Ana Gabriela tiene 20 años. Estudia en la universidad y su torero favorito es El Juli.

Navegante vive a tres cuadras de la Monumental de Aguascalientes, donde casi mata al hombre que con su sangre lo hizo una leyenda.


navegante.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:18 (editor externo)