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Plaza de Toros de Pamplona

Sábado, 8 de julio de 2017

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de José Escolar. Interesantes de lidia 3º, 4º y 5º, difíciles los otros.

Diestros:

Eugenio de Mora: silencio, ovación y silencio en el 6º que mató por Caballero

Pepe Moral: silencio y oreja

Gonzalo Caballero: ovación, herido al matar el 3º. “Sufre cornada de 12 centímetros en el glúteo izquierdo que afecta al nervio ciático’.

Entrada: Lleno

Galería de imágenes:

Video: http://vdmedia_1.plus.es/topdigitalplus//20177/8/20170708210307_1499542108_video_2096.mp4

Crónicas de la prensa:

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Cornada de Gonzalo Caballero y oreja para Pepe Moral

Un año más un toro de José Escolar emprendió el camino de vuelta en el encierro antes de acometer el de ida. En la cuesta de Santo Domingo, Diputado volvió grupas. En busca del cobijo de los mansos. Y como en las anteriores temporadas en Pamplona enlotaron al “tránsfuga” como cuarto de la lidia. Para Eugenio de Mora fue el Diputado que retrasó el encierro más allá de los cuatro minutos. Para cuando De Mora llegó hasta él ya había pasado el quinario de Bravucón, que desde el minuto uno encendió el sónar de la orientación por el izquierdo. En el capote se metió por dentro sabiendo dónde tiraba el derrote. Por ese lado no tuvo ni un pase. Y por el otro tomaba la muleta con el mismo escaso celo con el que se repuchó en el caballo. La nula humillación y la mirada desparramada daban razones al torero de Toledo para tocarlo por fuera con currado oficio de veterano. Ni una embestida regalada ni opción más que de conservar la integridad como toda victoria.

La expectación por ver el comportamiento de Diputado se aguó con un chaparrón intenso. La distracción de la lluvia y la merienda no impedía admirar su imponente lámina. Apuntó cosas de nota en la muleta pesada y empapada de Eugenio de Mora, solvente y largo en el trazo con el ambiente y la climatología en contra.

Después de tanto misterio, el toro de la corrida de José Escolar fue el quinto. Sevillano para un sevillano como Pepe Moral. La nobleza como indicativo principal de su comportamiento más que la humillación que no sostenía hasta la despedida del muletazo. Moral, como sucedió en Sevilla, puso el acento en su izquierda. En el empaque. En su interpretación tan Manolo Cortés. Tan suave y templada. El accidente de un metisaca no se interpuso en el camino de la oreja que premiaba su segunda tarde del año: una de Miura y una de Escolar. Un respeto.

La cara exageradamente abierta del anterior de su lote hacía una amplia cuna. La amplitud no confería la seriedad. Humilló en el capote bien volado de Pepe Moral como apuntando lo que luego no fue. Quedó una bondad insípida y desentendida. Moral quiso ponerle la sal de su concepto al natural. Pero había poco que aliñar. Manejó la espada con precaución.

La expresión cerrada por delante del tercero le otorgaba trapío a sus bajas líneas. Las puntas de diamante se encendían sobre su generoso cuello degollado. Contaba con la gran virtud descolgar todos sus movimientos. Sobre todo en el embroque. Y luego había que poder para romper hacia delante la embestida como exigía. Y si no, reponía. O viceversa. Gonzalo Caballero, que le pudo pronto por la izquierda, perdía pasos en una pelea siempre por volver a empezar e hilvanar los mejores inicios del toro. A Caballero le acompaña más la raza que la técnica. Y a la postre se había juntado todo. Los defectos últimos del toro -cada vez menos humillado en el tramo final, allí donde se mide el fondo de bravura de los toros- parecían imponerse sobre las virtudes sin explotar. Gonzalo atacó el volapié con rectitud. Que el acero encontrase hueso fue como un frenazo para el torero en la misma cara del escolar, que lo prendió por el vientre. El volteretón casi sonó como un estruendo. En la arena el pitón se hundió en el glúteo y alcanzó con una trayectoria de 12 centímetros, según el posterior parte, el nervio ciático y el hueso ilíaco. Regresó cuando se desentendió de las cuadrillas, ya sin chaquetilla. Cumplió apretando los dientes con su cometido antes de entregarse en manos de los médicos.

A Eugenio de Mora le correspondió el dudoso honor de hacer las veces de su compañero con el pavo de descomunal aparato que sumaba como sexto. Una prenda además. Tiraba los derrotes con electricidad de rayo. Otra vez, como en los albores de la tarde, la veteranía de Eugenio como tabla de salvación.

La Razón

Por Patricia Navarro. Una oreja, una cornada y un milagro

Cuando llegó el momento de la verdad. Ese en el que los pies paran y el mundo sigue fue un trago. El amargo le tocó a Eugenio de Mora nada más comenzar la tarde. No había hecho cosas buenas el toro de Escolar en los capotes. De ahí que las dudas no es que fueran muchas cuando nos acercábamos a ese momento de la verdad es que eran todas. Y ocurrió, entre la jarana, que el toro no humilló nunca, que no quiso entregarse, que por arriba, a su aire, sin molestarle, perturbaciones fuera, medio iba, se dejó mientras la cosa fuera a derechas, ni uno tuvo al natural el de Escolar. Y la incertidumbre fue reina del ruedo. En cualquier momento, en cualquier instante la moneda caía en cruz. Difícil debut del matador con este hierro. El corazón en un puño nos puso Gonzalo Caballero en el tercero. En la misma cara se quedó al entrar a matar y la cogida fue espantosa. No sabíamos si el puñal había entrado por el pecho. Al ruedo se echó Miguel Abellán y él mismo recogió al amigo de la arena. Herido, pero en el glúteo. Se había salvado. Y volvió a escena para dar muerte. No se salió de la suerte. Otra vez por la camino recto. El de la honestidad. Qué milagro. El toro había sido encastado y con muchas cosas buenas, como muchas cosas buenas tuvo la corrida de José Escolar que protagonizó otra vez por la mañana un encierro peculiar con un toro que se dio la vuelta. En busca de las bondades estuvo Gonzalo Caballero durante toda la faena, con más o menos éxito por momentos. Voluntad siempre. El golpe en el pecho despertó a Pamplona al unísono. Salió a matar al toro pero ya no pudo salir de nuevo, la cornada obligó a parar en seco.

Ni la izquierda gloriosa de Pepe Moral pudo salvar la embestida al paso del segundo, tan sosota que no logró el desafío de lograr la atención pamplonica. Se justificó de largo, aun con menos tino con la espada. Mirón fue el quinto, pero cuando tomaba el engaño lo hacía con profundidad el toro de Escolar. Le fue cogiendo la medida. Tenía un reto el toro y más cuando tienes poco rodaje en la temporada. A más suavidad más entrega del de Escolar y así fueron avanzando uno y otro. Bien el sevillano.

Una ovación recogió Eugenio de Mora en el cuarto que en esta ocasión no fue el toro de la merienda sino el toro del diluvio. Fue toro bueno, encastado, fiero pero descolgó con franqueza en el engaño. Tuvo la faena del toledano oficio y pulcritud y bajo la lluvia, casi como si estuviera solo, condensada la gente en lo alto de la plaza, se acopló. Lástima de la frialdad del momento. Mató al sexto por la baja de Caballero que cayó herido. Un metro tenía el toro de pitón a pitón. Y una agilidad de cuello que le convertía en animal peligroso. Dos de tres se llevó Eugenio. Meter la espada fue misión imposible. Pero lo hizo. De tuvo hubo en la tarde. Un tarde pamplonica con la de Escolar.

El País

Por Antonio Lorca. Oreja para la buena zurda de Pepe Moral

A pesar de lo que piensan algunos antitaurinos, aún existen héroes vestidos de luces; y no son pocos. Hoy hubo tres en la plaza de Pamplona. Solo un héroe —el caso de Gonzalo Caballero— se enfada con las asistencias que lo trasladaban a la enfermería, desmadejado, conmocionado y con una cornada en el glúteo, ordena que le quiten la chaquetilla y vuelve a la cara del toro, cojeando, pero con la entereza de un torero de una pieza.

El drama había tenido lugar un minuto antes, cuando Caballero se tiró sobre el morrillo del animal, que alcanzó con el pitón derecho el vientre del torero, lo levantó en peso, lo lanzó los aires y tras el costalazo correspondiente sobre el suelo le infirió una cornada en la zona izquierda del glúteo. Se lo llevaron en volandas porque el trastazo fue de tal calibre que el hombre quedó hecho un guiñapo, y la impresión era que llevaba una cornada fuerte. Lo que llevaba, por fortuna, no era más que la consecuencia del atropello de un autobús, que no es poco, y una herida que le impidió salir a matar al sexto.

Antes de la espectacular voltereta, Caballero se plantó con firmeza en la arena y puso todo el empeño en torear a un animal que humillaba y ofrecía la impresión de que era mejor que sus hermanos. Quizá fuera así, pero la supuesta nobleza no estuvo exenta de sosería y dificultad. En fin, que no hubo entendimiento, por la disposición incierta del toro y, quizá, también, por la ausencia de poderío de una muleta joven y poco experimentada. No hubo faena, pero sí disposición, entrega y valentía de un héroe.

Pepe Moral, necesitado de un triunfo para seguir viviendo en el toreo —es injusto e incomprensible que su agenda haya estado vacía tras las dos orejas que le cortó a la corrida de Miura en la pasada Feria de Abril—, puso toda la carne en el asador, pero el fuego de su primer toro no fue suficiente para que la lidia llegara a los tendidos. Engañó el animal en el capote, al que acudió con presteza y humillación, y permitió que Moral se luciera en unas más que estimables verónicas. Blandeó y manseó el toro en el caballo y llegó al tercio final como una vela con poca cera. Tanto es así que se apagó pronto y solo permitió que Moral mostrase su desbordante voluntad, que no le sirve para conseguir contratos. Pero el toro era muy descastado, insulso de pitón a rabo, sin fondo, y el torero solo pudo robarle un natural largo que pasó desapercibido entre tanta sosería animal.

Le cortó una oreja al quinto porque su mano izquierda tiene peso específico, y así lo demostró con un manojo de naturales suaves, largos y muy templados, que tuvieron hondura y aroma. Mató mal, pero su buena concepción del toreo le permitió pasear una oreja que ojalá le ofrezca merecidos contratos.

No le permitió confianza alguna el primero de la tarde al veterano Eugenio de Mora, que se vio obligado a hacer acopio de su experiencia para salir airoso de la lidia de un animal en exceso complicado. El toro, Bravucón de nombre, pero manso de condición, correoso y muy deslucido, dejó claras sus intenciones en los primeros capotazos, en los que apretó sobremanera por el pitón izquierdo. Por un momento engañó en el caballo, pero pronto cantó su mansedumbre con cabezazos al peto y prisas por salir del encuentro, no se empleó en banderillas, y puso en apuros a De Mora con la muleta en las manos. Embistió sin codicia, siempre a media altura, sin humillar —imposible por el lado izquierdo—, sin perder de vista a su lidiador. Afortunadamente, no hubo lugar a la voltereta, pero no por falta de ganas del toro, y gracias, eso sí, a la contrastada experiencia de su matador, que las pasó canutas.

Llovió torrencialmente cuando De Mora tomó la muleta para enfrentarse al cuarto, Diputado, el toro que se hizo el remolón en el encierro de la mañana, y el agua y la huida de los espectadores deslucieron la labor del torero. No hubo entendimiento entre ambos, aunque el toro ofreció calidad en sus embestidas; algunos pasajes resultaron vistosos, pero la labor no alcanzó el punto de emoción requerido. Con oficio de veterano se limitó a pasaportar al sexto —que mató en sustitución de Caballero—, un toro muy dificultoso.

¿Y los toros? Complejos, diferentes, ásperos, inciertos, correosos, broncos… Con ellos es casi imposible el toreo artístico, el pellizco, la inspiración. Toros para toreros heroicos, como los de ayer.

ABC

Por Andrés Amorós. Cornada a Caballero y oreja para Moral en San Fermín

En el segundo encierro, uno de los toros cárdenos de José Escolar, «Diputado», se vuelve hacia los corrales, de los que acaba de salir, y realiza solo toda la carrera. Es lo mismo que hicieron algunos de sus hermanos, en los últimos años. (El chiste es fácil: ¿cuántos diputados merecen volverse a los corrales?).

En un cartel sin figuras, la atención se centra en los toros. Es el signo de esta Feria. Los albaserradas de José Escolar son serios y encastados; de buen juego, cuarto y quinto.

Eugenio de Mora, ya con veinte años de alternativa, le da la lidia adecuada al primero, peligroso, por la izquierda. Mata a la segunda. El cuarto, ese «Diputado», luce dos «velas» y es muy encastado. Bajo un chaparrón, logra muletazos de mérito, no suficientemente reconocidos, y mata bien. Una faena seria y clásica, merecedora del trofeo, no concedido. Por la cogida de Caballero, mata el sexto, veleto, tan complicado como el primero.

Pepe Moral, que fue dirigido por el gran Manolo Cortés, triunfó en Sevilla con los Miuras. En el segundo, abierto de pitones, manejable, que flaquea, apunta su buen estilo pero el toro se apaga; falla con los aceros. En el quinto, que se mueve y humilla, dibuja muletazos suaves, con clase: oreja. Un diestro sevillano se ha encontrado a gusto con un excelente «Sevillano».

Debuta aquí como matador el impávido Gonzalo Caballero, ganador del premio a la mejor estocada, en San Isidro. El tercero se mueve, pegajoso: el diestro aguanta, con valor, pero no logra imponer su dominio. Al entrar a matar, es prendido por el abdomen y, en el suelo, recibe una cornada en el glúteo izquierdo (salta al quite Miguel Abellán, de paisano); herido, todavía logra una estocada. Tiene una cornada de 12 centímetros, que afecta al nervio ciático.

Rudyard Kipling escribió un hermoso cuento sobre «El gato que iba solo». Al final, comentamos el juego encastado del toro «Diputado», el que eligió correr solo el encierro. Un amigo me pregunta: «¿Cuántos diputados del Partido Socialista Catalán y de la antigua Convergencia se atreverán a manifestarse rotundamente en contra del ilegal referéndum?» Y yo no sé contestarle.

pamplona_080717.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:16 (editor externo)