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RAMÓN VILA GIMÉNEZ

Ramón Vila, el ángel de los toreros

El País, 17/05/2018. Por Antonio Lorca. Ramón Vila Giménez (Sevilla, 1938), cirujano jefe de la enfermería de la plaza de toros de Sevilla durante 32 años, falleció la pasada madrugada en su domicilio sevillano de forma repentina. Un día antes había asistido a la presentación de un libro de Carlos Infante, cirujano cardiovascular, y nada hacía presagiar el fatal desenlace. Vila había padecido hace unos meses un problema cardiaco y, recientemente, estaba aquejado de un esguince en la pierna derecha, lo que le había obligado a someterse a rehabilitación y le había impedido acudir con asiduidad a las corridas de la reciente Feria de Abril.

Ramón Vila era hijo de otro afamado cirujano taurino, Ramón Vila Arenas, jefe de la enfermería sevillana, a quien sustituyó en el cargo en el año 1978, si bien ya colaboraba con su padre desde 1965.

Al frente del equipo médico de la Maestranza se convirtió en un referente fundamental de la medicina taurina. Amplió el número de sanitarios de cinco a doce miembros y convenció a la Real Maestranza, propietaria de la plaza, para trasladar la ubicación de la enfermería, que quedó convertida en un pequeño pero modernísimo hospital donde se puede atender cualquier contratiempo de salud a toreros y espectadores.

Gran aficionado a los toros, Ramón Vila se sentía, y así lo confesó en el blog El toro, por los cuernos, un médico-torero, y afirmó que se hizo cirujano para conocer lo que encerraban los toreros en su interior, aunque siempre lamentó que no hubiera tenido valor para ponerse delante de una becerra.

Francisco Rivera Paquirri fue su primer paciente cuando se hizo cargo de la enfermería sevillana. El torero había sufrido dos cornadas, una en cada muslo, y, ya en la camilla, se negó a ser operado por el doctor Vila y exigió la presencia del padre del médico, ausente por enfermedad. La firmeza mostrado por el joven doctor y la urgencia del trance convencieron al matador, que se recuperó satisfactoriamente, y lo que comenzó con un acto de rebeldía acabó en una íntima amistad que torero y médico mantuvieron hasta la muerte de aquel en Pozoblanco, en 1984.

Tenía a gala Ramón Vila las veces que su equipo había salido por la Puerta del Príncipe, que él asimilaba a las vidas que había salvado, y citaba los nombres del matador Pepe Luis Vargas, corneado gravísimamente en abril de 1987 por un toro de Barral en la puerta de chiqueros; el novillero Curro Sierra, en 2004, y los subalternos Luis Mariscal y Jesús Márquez, en 2010.

Precisamente, la gravedad de estas dos últimas cornadas, cuando el médico ya contaba con 73 años, le produjo “un bajón anímico”, según sus palabras, y decidió jubilarse, y dejar paso al cirujano Octavio Mulet, si bien Ramón Vila siguió formando parte del equipo médico como relaciones públicas, y por si alguna vez “fuera necesaria mi colaboración”.

También vivió momentos difíciles, como fueron las muertes de los banderilleros Manolo Montoliu y Ramón Soto Vargas, el 1 de mayo y el 13 de septiembre de 1992, respectivamente.

En total, más de 1.500 toreros pasaron por las manos de Ramón Vila, lo que le permitió alcanzar una gran notoriedad como cirujano taurino; le llamaban “El ángel de la guarda” de los toreros, participó en numerosos congresos médicos donde disertó sobre los avances de su especialidad, y era reconocido como un referente fundamental de la medicina taurina, que, según contó a este periódico, “se aprende en la calle, pues no hay una sola línea referida a ella en los libros de la carrera de Medicina”.

El pasado 1 de mayo recibió en su casa a este periódico y aunque se le vio mermado de facultades físicas mantenía el carácter jovial que siempre le caracterizó y mostró su ilusión por celebrar su ochenta cumpleaños, que había cumplido el 25 de abril, con un crucero veraniego por el Mediterráneo con su esposa, sus hijos y nietos. Ramón Vila no podrá hacer realidad este sueño: dejar en el recuerdo de sus nietos el crucero que ya tenía contratado, pero ha dejado una realidad incontestable por la que él y su equipo siempre serán recordados: han salvado las vidas de muchos toreros.


Muere Ramón Vila, médico y cirujano de La Maestranza de Sevilla

El Mundo, 17/05/2018. Por Vicente Zabala. Ramón Vila Giménez, médico y cirujano, ha fallecido esta madrugada a los 80 años de edad. Nacido en Sevilla en 1938, Ramón Vila entró en el equipo médico de la plaza de toros de Sevilla en 1965, donde su padre Ramón Vila Arenas era el jefe. En 1978 ascendió a jefe del equipo médico y desde entonces ha permanecido en el mismo hasta su jubilación en 2011.

La dilatada carrera profesional de Ramón Vila le llevó desde la jefatura del departamento de Cirugía del Hospital Virgen del Rocío a la presidencia de la Sociedad Española de Cirugía Taurina durante 6 años. El doctor Vila ha sido componente de la Junta consultiva Nacional del Consejo de Asuntos Taurinos de Andalucía y presidente de los Congresos Médicos Internacionales de los años 1982 y 1992.

Como cirujano, ha salvado muchas vidas y la de numerosos toreros, entre ellos, se recuerdan los casos de Pepe Luis Vargas, Franco Cardeño, Curro Sierra, Luis Mariscal y Jesús Márquez. Hasta 1500 toreros han pasado por sus manos. También se recuerdan tardes aciagas, como cuando no pudo impedir, en 1992, la muerte de Manolo Montoliú el 1 de mayo y la de Ramón Soto Vargas el 14 de septiembre. Mantuvo una gran amistad con Francisco Rivera “Paquirri”. Cuando fue cogido de muerte el 26 de septiembre de 1984, en Pozoblanco, herido mortalmente, la leyenda del toreo pronunció unas palabras que dieron la vuelta al mundo en las que pedía que llamaran a Ramón Vila.

El cirujano de los toreros ha mantenido su actividad social hasta el día antes de su muerte. El pasado año sufrió graves problemas vasculares de los que fue intervenido. Durante la pasada Feria de Abril asistió a muchos festejos desde el burladero de los médicos. Aunque estaba jubilado tenía su sitio al lado de los facultativos de la plaza sevillana. Ayer asistió a la presentación del libro sobre la obra de Francisco Infantes Florido en Cajasol. Hace unos días también se le pudo ver en el acto de entrega del trofeo Oro y Blanco de Cruzcampo. Foto de Fernando Ruso.


Una amistad fraternal hasta la exclamación de Paquirri: ¡Que llamen al doctor Vila!

Diario de Sevilla, 17/05/2018. Por Luis Nieto. De dos campos diferentes: el toreo y la medicina, Francisco Rivera Paquirri y Ramón Vila Giménez forjaron una amistad fraternal a partir de una cornada sufrida por el diestro en la plaza de Sevilla, en la que el cirujano le operó de una cornada en el muslo derecho, tras ser cogido Paquirri por un toro de Osborne. Sucedió el 21 de abril de 1978. A partir de ahí Vila mantuvo una íntima amistad y llegó a ser albacea del diestro tras su muerte por una cornada fatídica en Pozoblanco, el 25 de septiembre de 1984. El torero, en su agonía, llegó a exclamar: “¡Que llamen al doctor Vila!”.

En una entrevista concedida a este medio, el cirujano habló de esa amistad con Paquirri. Vila nos relataba: “Paco, como muchos toreros, tenía un cerco alrededor suyo que era muy difícil traspasar. Yo lo hice de una manera sorprendente. Entró herido en la enfermería de la Maestranza. Me dijo el anestesista: 'El torero pregunta por tu padre', quien le había curado varias heridas. Pensé: 'Me lo juego todo a portagayola' y le dije: 'Paco, mi padre está enfermo. Yo me estoy lavando para operarte. Si quieres te dejas operar; de lo contrario, coge aquella puerta y te vas a la calle'. Se quedó unos segundos en silencio, que fueron horrorosos, y me pidió que le operase. Pasado un tiempo, me dijo: 'Ramón, te vi como yo cuando me pongo delante del toro a portagayola y me diste tanta fuerza que quise que me operases tú'. Desde entonces entré en su círculo. Era una persona muy sencilla; aunque para el público fuera un poco áspero. Le hacía reír las cosas más simples que había en una conversación. No tenía maldad. Era un niño grande. Sin embargo, cuando lo rodeaba la gente, se defendía como podía porque en el fondo era un gran tímido”.

Ramón Vila rememoraba: “Después de aquella cornada yo iba a Cantora a curarle. Charlábamos en el café. Al cabo de tres o cuatro años nos entendíamos con la mirada. Cuando llegaba a la plaza, me miraba así y veía que llegaba fenomenal o me guiñaba el otro ojo y sabía que ese día venía un poquito más atrancado. Fue una amistad corta en el tiempo e intensa en el sentimiento. Él me confesó que le hubiera gustado ser médico”.

En definitiva, una amistad fraternal que se extendió hasta la cornada de Pozoblanco, cuando el torero se acordó de Ramón Vila como su ángel salvador y desde Córdoba exclamó: “¡Que llamen al doctor Vila!”.


El toreo llora por Ramón

Grupo Joly, 18/05/2018. Por Luis Carlos Peris. Se ha muerto Ramón Vila y los adentros se me han hecho añicos. Era el portero del equipo de mi colegio y eso sería motivo más que suficiente para que su muerte me duela en el alma. Portero del equipo de fútbol de mi colegio marista al que admirábamos los que habíamos llegado a la vida después que él y en aquel patio de San Pablo disfrutábamos de su autoridad. Eso está grabado en lo más lejano de mi arcano, pero es que Ramón Vila ha sido un personaje principalísimo en la Medicina y en esta ciudad, a la que sembraba de bonhomía en cada paso que daba.

Se ha muerto Ramón Vila, me comunicaba muy temprano Carlos Crivell, ese compañero de Ramón y mío. Y a mí se me helaron los adentros porque caliente está aún el cariñoso abrazo que me dio hace unos días en un acto taurino, y como por ensalmo se me vinieron vivencias compartidas. En primer lugar se me viene a la sesera que fue el último médico que, va para veinte años, asistió a mi padre por última vez en el viejo Pabellón Vasco.

Ramón Vila Giménez (Giménez con G, por favor, recalcaba) fue en la Medicina taurina una especie de lo que significó Mascarell para José o Jiménez Guinea para Manolete. Dicen que en la enfermería de Pozoblanco resonaron las palabra de Paquirri en su ruego desesperado de que llamasen a Ramón Vila. La presencia de Ramón en el burladero de los médicos de la Maestranza era como si el Ángel de la Guarda no hubiese faltado a la cita.

Ramón entró en la enfermería de la plaza como ayudante de su padre, el doctor Vila Arenas, y de su amor filial queda muestra con los premios que creó con el nombre de su padre. Le daba un premio al arte y otro al compañerismo que aparece cuando un torero, mayormente de plata, se juega la vida para salvar la de un compañero en apuros. Lo hizo en 1980 y los primeros premiados fueron Curro Romero como excelso intérprete de la verónica y el coriano Manuel Villalba por el quite providencial.

Aquel acto, celebrado en un bar de calle Salado, fue el principio de una lista de honores que aún perdura. Ramón, en el burladero de médicos, inspiraba confianza y a la hora de hacer el paseo, los miedos se atenuaban a sabiendas de que Ramón estaba allí. Ahí empezó en los tempranos setenta y su notoriedad se disparó cuando aquel percance de Paquirri en la Feria del 78. Un toro de Osborne le destrozó los dos muslos al de Barbate en banderillas y hubo momentos en que se temió una amputación. Ramón y Paco salieron con bien del suceso y a partir de ahí, su amistad con Francisco Rivera llegó hasta más allá de Pozoblanco, ya que fue albacea en el testamento del torero.

Han sido muchas las vidas salvadas por la cirugía de urgencia gracias al bisturí de Ramón. Cómo llegó, casi sin sangre, Pepe Luis Vargas a la enfermería por el cornalón que le dio 'Fantasmón', un 'pregonao' de Joaquín Barral. O cómo Curro Romero, alarmado por el cariz de la cornada recibida en la suerte suprema, se vino de Almería para ponerse en sus manos es otro ejemplo de la fe que los toreros tenían en las manos de Ramón Vila Ramón tuvo su año negro en 1992, pues tuvo el infortunio de que dos toreros de plata llegaran con el corazón roto a la enfermería. Manolo Montoliú y Ramón Soto Vargas fueron la pesadilla que acompañó a Ramón hasta el final. Aun sin culpa alguna, estos dos percances le acompañaron de por vida. El día que enterraron a don Antonio Leal Castaños, el antecesor del padre de Ramón en la enfermería de la plaza, yo vi cómo Mariano Martín Carriles lloraba como un niño chico porque se iba el hombre que le había salvado la vida y hoy llorará el toreo con mayúsculas porque se le ha ido uno de sus ángeles de la Guarda. Ramón, amigo, descansa en paz.


Llamo a Ramón Vila

ABC, 18/05/2018. Por Antonio Burgos. Cuando en la plaza de toros de Pozoblanco llevaban a Paquirri por el callejón en brazos de las asistencias, con el cornalón, la cámara de Salmoral recogió de la boca del torero mortalmente herido una frase que ya está escrita con letras de sangre en la historia de la Fiesta, donde se muere de verdad:

– ¡Que llamen a Ramón Vila!

Ramón Vila no pudo llegar a tiempo. La muerte llegó antes, por aquellas carreteras de Los Pedroches, cuando en una ambulancia sin medicalizar, como en los tiempos antiguos de Manolete o de Ignacio Sánchez Mejías, transportaban a Rivera hacia el negro destino de la suprema verdad del Toreo: el fin de la vida entregada al arte ante un cuatreño. Yo ahora no puedo llamar tampoco a Ramón Vila, al querido doctor Vila que tanta confianza daba a los toreros cuando lo veían en el burladero de los médicos en el callejón del tendido 4, junto a la vieja enfermería de la plaza de Sevilla. A Ramón Vila, que como buen hijo le había puesto el nombre de su padre, del Doctor Vila Arenas, al premio al mejor quite artístico y al mejor quite providencial, nadie ha podido sacarlo ahora de los pitones del toro que a todos nos espera. Por eso no puedo llamar al Doctor Vila, que me honraba con su amistad y con sus detalles de buen lector de ABC, porque nadie ha podido hacerle, ay, el quite providencial que hubiéramos deseado y se nos ha ido para siempre del burladero de los médicos toreros. De los grandes cirujanos taurinos; del que organizaba los congresos de la especialidad; del que tenía prestigio mundial en su especialidad en todo el planeta de los toros a ambos lados de la mar de España, de Francia y de América.

Ramón Vila no habrá podido decir como Pepe Luis Vargas cuando nuestro querido cirujano-jefe de la plaza de Sevilla de 1978 a 2011 lo salvó de la muerte tras aquel cornalón por el que se le iba la vida a borbotones de sangre: “Tó pá ná”. No, querido Ramón: tu vida y tu dedicación a la Medicina, especialmente a tu especialidad de la cirugía taurina, sí ha sido para mucho: para salvar al mentado ecijano Vargas; a Jesús Cardeño cuando un toro le echó la cara literalmente abajo a la puerta de toriles; a Luis Mariscal de su tabaco. Lo que no pudiste fue devolver la vida sin la que llegaron a la enfermería Montoliú en aquel mes de mayo de 1992, o Ramón Soto Vargas en aquel trágico verano. ¿Pero cuántos toreros te deben la vida, querido doctor Ramón Vila, tú que los salvaste sin que te llamaran?

Tu burladero de los médicos, ay, Ramón, era como un trágico reloj de las cornadas. Cuando había habido un buen hule, y tu burladero permanecía vacío toro tras toro a lo largo del festejo, los buenos aficionados decían:

– La cornada ha tenido que ser gorda, porque Ramón Vila está tardando mucho en salir.

Muchas veces hasta se quedaba la plaza vacía, arrastrado el último toro, y allí dentro de la enfermería estabas tú, Ramón, luchando contra la verdad de la cercanía de la muerte que siempre aguarda en el toreo. Modernizaste y diste prestigio a tu especialidad. Por eso te llamaba a gritos Paquirri en Pozoblanco; por eso los de oro y los de plata tenían esa seguridad y esa confianza cuando tras romperse el paseo te veían allí, en tu burladero de los tendidos pares, donde te dio con toda la pezuña en el hombro aquel toro que saltó al callejón, ¿te acuerdas?, y por poco eres tú mismo quien tiene que llamar a Ramón Vila.

Cambiaron la enfermería de sitio, abrieron en la plaza la antigua y hasta entonces tapiada Puerta del Despejo, y estrenaron un quirófano con todo lo más nuevo y necesario. Pero mirábamos a los tendidos pares y ya, ay, ni estaba allí el burladero de los médicos que tanta confianza daba a los toreros, ni, jubilado, el doctor Vila, que continuó hasta esta Feria yendo a la plaza a ocupar su sitio en esas tablas de los salvadores de toreros. Yo ahora, querido Ramón, sí que te llamo. No como Paquirri. Te llamo en mi memoria de amigo y te pongo en el sitio de honor que te corresponde en la historia del Toreo, de la Plaza de Sevilla y de la Cirugía Taurina.


Ramón Vila, colega y amigo

Diario de Sevilla, 29/05/2018. Por Domingo Jiménez Álvarez. No sé si este razonamiento se acerca a la verdad, pero en el argot profesional donde nos movemos, existen a mi entender dos expresiones. Una, la de compañero, que me parece que define a aquél que tiene tu misma profesión pero no es de tu especialidad o actividad. El colega lo entiendo como aquél que, siendo de tu profesión, practica una actividad igual a la tuya, que, como es lógico, en determinadas ocasiones entra en conflicto profesional, pues el acto lo tiene hacer uno u otro.

La grandeza de las personas se incardina cuando surge esta cuestión y, sin embargo, la nobleza se antepone de manera que pervive el respeto a otro tipo de intenciones.

En el fondo es la rivalidad, como en los toreros, donde a pesar de que el mayor enemigo es el de tu propia profesión, se impone el respeto, pero cuando llega el momento de el tercio supremo, en esa soledad que impone el momento cuando tú eres el único actor, es cuando se saca toda la profesionalidad, no existiendo más rival que el divino hacer profesional.

El personaje que quiero mentar nos ha dejado recientemente, era como es de suponer un compañero y además colega. Me refiero a Ramón Vila Giménez, con el que concurrieron estas circunstancias.

Mediados los 70 estrenaba yo el largo recorrido de la carrera profesional donde coincidí con él. Uno de los dos grandes maestros que más han influido en mi vida profesional, era yo a la sazón su ayudante. En una época donde no existía la ecografía, la TAC era una excepción y no había hecho aparición la RNM y se comenzaba a implantar las endoscopias, el doctor Gil Mariscal era un erudito de las vías biliares buscando una solución con sus colangios preoperatoria y las manometrías intracoledocianas, al síndrome poscolecistectomia. Coincidíamos con el doctor Vila en mesas redondas, donde él defendía, en nombre del Departamento de Cirugía de la recién constituida Ciudad Sanitaria Virgen del Rocío, una novedosa técnica de la Vagotomía de Células Oxinticas como tratamiento de elección de la úlcera duodenal, cuando no existían los inhibidores de la bomba de protones y la única alternativa era la gastrectomía, técnica ésta de una gran complejidad y con una gran morbi-mortalidad.

Con el devenir del tiempo, entré en el mundo de la cirugía taurina como siempre pasa, por casualidad, y van más de 35 años. Pasé a ser colega en vez de compañero.

A pesar de ello, que es lo que quiero resaltar, siempre vi en él un respeto hacia los compañeros a pesar de que lo tenían casi idolatrado, con sus brillantes éxitos profesionales y con la famosa frase que dio la vuelta al mundo: “Que llamen a don Ramón”.

Me lo demostró en mi debut como cirujano de la plaza de toros de la Merced de Huelva. El doctor Vila acudía todos los años a las Colombinas, dada su amistad con la empresa. En el primer espectáculo tuvimos nuestro primer percance. Cuando estábamos con el dispositivo activado, un subalterno se acercó al burladero en el callejón que él ocupaba y le dijo: “Don Ramón, acuda usted a la enfermería, la cornada es grave”. A lo que él respondió: “En la enfermería hay un equipo lo suficientemente cualificado que no creo que sea necesaria mi presencia”. En cierto modo era como darme la alternativa en este complicado mundo de la cirugía taurina.

Posteriormente organizamos el Congreso Nacional de Cirugía Taurina en Huelva, donde hubo un antes y un después en las normas de funcionamiento de las enfermerías taurinas.

Él colaboró eficientemente en la elaboración de los reglamentos taurinos, tanto estatal como el autonómico andaluz.

Y he compartido y tenido pacientes derivados de las heridas de asta de toro, donde la presión mediática tanto social como de profesionales empeñados algunas veces en la relevancia de asistir al herido, entorpecía nuestra labor.

Sin embargo, el gran legado que nos deja es, junto al doctor García Padrós y Val-Carreres Guinda y quizás otros tantos, de poner orden en el mundo olvidado de las perdidas enfermerías del orbe taurino.

Esta generación ha hecho un avance esencial al luchar contra esa imagen de un lugar privilegiado generalmente en la sombra, donde tras una copiosa ingesta de todo, se convierta en un ambiente festivo porque nunca pasa nada, en vez de un lugar serio y formal, donde somos conscientes de la responsabilidad que recae sobre nuestros hombros, cuando todo se frustra tras una cogida. Entonces se impone la seriedad y la profesionalidad para resolver lo que es posible de resolver y mitigar lo que no tiene arreglo.

Ramón formaba parte de aquellos que con su esfuerzo y buen saber han conseguido llevar la cirugía taurina al nivel de reconocimiento que se merece y, aunque no tenga categoría profesional de especialidad, sí debería ser acreditada como una vertiente importante del arte de la cirugía.

A nosotros, los cirujanos taurinos, nos corresponde recoger el testigo de su legado y luchar para que la cenicienta de la Fiesta, que es la taurotraumatología, tenga el protagonismo preciso para poder realizar correctamente su cometido, esforzándonos los profesionales en aprender de los compañeros en nuestro Congreso Nacional, donde acuden especialistas del otro lado del charco y de Francia y demandar a la sociedad y a los taurinos, tanto los que actúan en la Fiesta (que algunas veces se visten, más que de valientes, de inconscientes), así como a los empresarios y demás integrantes de la misma, hacerles llegar a la opinión que igual que se elabora un cartel con las mejores ganaderías y los mejores espadas, presuman también de contar con un equipo médico, que si bien consta con todos los preceptos que exige la Administración, deberá de contar con el reconocimiento al menos de los profesionales que integran la Fiesta.

Gracias compañero, colega y amigo por habernos iluminado el largo camino que nos queda por recorrer. Con tu buen hacer, ese camino de espinas se va a transformar en un camino de rosas y, con tu legado, quitaremos las espinas que tan bella flor conlleva, como es la cirugía taurina.



Homenaje al Dr. Ramón Vila

ECA, 05/04/2011. Ramón Vila deja de ser el cirujano jefe de la plaza de la Maestranza

La inesperada noticia se producía en el transcurso de la entrega del XXXI Trofeo Ramón Vila Arenas que premia anualmente al autor del mejor quite artístico de la pasada Feria de Abril -que recogió El Juli por el realizado a un toro de El Ventorrillo- y al quite providencial con el que el banderillero Pablo Delgado libró a su compañero Alcalareño de una segura cornada de un toro de El Pilar.

Pero el acto iba a dar un giro inesperado cuando, transcurrido el turno de agradecimientos y la habitual glosa de los premiados, Ramón Vila anunció que “he decidido dejar de ser el cirujano jefe de la enfermería de la plaza de la Maestranza”. De paso, Vila señalaba a su compañero, el cirujano Octavio Mulet, como sucesor al frente del completo equipo profesional que atiende la enfermería maestrante.

De hecho, Mulet ya venía firmando muchos de los partes facultativos emitidos en las últimas temporadas y en el ambiente taurino se barruntaba que podía ser el continuador de la labor de Vila.

“Gracias a Dios estoy sano y fuerte de momento”, señaló Vila, sincerándose al explicar que “he llenado el saco de sueños hasta la corcha pero no se puede apurar el vaso hasta el final”.

En este sentido, el ya excirujano jefe de la plaza de la Maestranza señaló que “quiero disfrutar de los días que me quedan de vida viendo a mi gente trabajar en la plaza”, apostando por el equipo humano que ha comandado estos años, “a los que he querido tener unidos como una piña”.

En relación con su sucesor, Vila reconoció que “es un orgullo que te suceda un cirujano que entró como meritorio, que se acabó vinculando al equipo y se hizo aficionado hasta la médula”.

El galeno sevillano también tuvo un emocionado recuerdo para su familia, en especial para su padre, el recordado Ramón Vila Arenas, al que sucedió al frente de la enfermería de la plaza de toros, y para su mujer y sus hijos, que le arroparon emocionados en esta despedida pública.

El veterano facultativo -que se retira con 73 años cumplidos- recordó su entrada en el equipo médico en los tiempos del fallecido empresario Diodoro Canorea, “que me acogió con cariño y apoyó como si fuera alguien de su familia”.

Vila también rememoró su ascenso a la jefatura de la enfermería de la plaza de la Maestranza, en 1978, recordando la casualidad de que, en aquel año, ocupaba la tenencia de hermano mayor del cuerpo nobiliario el padre del actual teniente, Alfonso Guajardo-Fajardo.

El prestigioso médico también hizo mención a la construcción de la actual y flamante enfermería del coso sevillano, “la más cómoda, práctica y moderna del mundo taurino”, dando gracias a la autoridad gubernativa andaluza, representada por la delegada Carmen Tovar, ofreciendo un repaso a su colaboración en la redacción de la regulación sobre enfermerías del actual Reglamento Taurino Andaluz.

Precisamente, la enfermería de la plaza de la Maestranza fue el escenario en el que se resolvieron con éxito las dos cornadas más graves de la pasada temporada: una fue a Luis Mariscal, que aún anda en vías de recuperación, y la segunda al banderillero Jesús Márquez, que entró en el quirófano prácticamente moribundo y el pasado sábado volvió a torear. El Correo de Andalucía, 05/04/2011. Álvaro R. del Moral.

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