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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Domingo de Resurrección, 8 de abril de 2012

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de Juan Pedro Domecq (regularmente presentados, nobles, sosos, faltos de fuerza y casta).

Diestros:

Morante de la Puebla: estocada desprendida (silencio); pinchazo, aviso, pinchazo, pinchazo hondo, tres descabellos, aviso, descabello (saludos desde el tercio).

José María Manzanares: estocada atravesada y contraria (oreja); estocada (saludos desde el tercio).

Daniel Luque: pinchazo, estocada (silencio); estocada (ovación).

Banderillero que saludó: Curro Javier, de la cuadrilla de José María Manzanares, en el 5º.

Presidente: Gabriel Fernández Rey.

Tiempo: tarde soleada y temperatura agradable.

Entrada: hasta la bandera.

Incidencias: tras el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria del 50 aniversario de la muerte de Juan Belmonte.

Crónicas de la prensa: El Mundo, ABC, La Razón, El País, La Gaceta, Diario de Sevilla, El Correo de Andalucía, COPE.

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Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

Domingo de Resurrección en Sevilla, con un día esplendoroso, y el azahar impregnando el aire, de los que hubieran querido los semanasanteros, capillitas y demás. La corrida parecía una de Juan Pedro de las de antes y eso que llevaban tiempo sin venir en la Pascua. Nobilísimos animales pero sin presencia y con menor fuerza todavía que presencia. Así es difícil lucirse, pero los toreros los han visto varias veces en el campo y los han escogido para la ocasión, todo sea dicho en honor a la verdad y que en el pecado lleven la penitencia. Minuto de silencio por el cincuentenario de Belmonte. Yo me acodé también del ganadero, que en unos días hará un año y del bueno de Pepe Bermejo. Manzanares cortó la primera oreja de la temporada a “Dibujante”, un berrendito que el programa llamaba mulato. A la faena le faltó emoción por la falta de fuerzas del toro, pero fue bella. Mató recibiendo, aguantando gallardamente tres intentos, pero la espada cayó baja. Morante hizo una faena deslavazada en el cuarto, también flojito, de aquí para allá con pases sueltos de la calidad que sabe y le sonaron dos avisos que pudieron ser tres. Lo ovacionaron con fuerza por su arte y por los capotazos que dejó prendidos en la Maestranza. Daniel Luque quiso y no tuvo cómo. Lo mejor en el capote con un quite de recibo largo, con enjundia y calidad. Estuvo el lord ese que habla tan bien de los toros, que fue ministro de su Graciosa majestad. Ole y ole mister. Y saludaron los de siempre, lo hacen muy bien, Curro Javier…Los picadores no tuvieron trabajo, pasaron desapercibidos como los buenos árbitros.

Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: el capote de Morante, Luque y el empaque de Manzanares

La corrida del Domingo de Resurrección contaba con todos los alicientes necesarios para el triunfo: un artista consumado, el gran triunfador del ciclo anterior y la gran esperanza sevillana. Y lo cierto es que, en su conjunto la corrida tuvo retazos cumbres, de una hondura sideral y de un regusto taurino impresionante.

Despaciosidad y aroma de primavera perfumada tuvieron los lances de Daniel Luque al tercero de la tarde. No se puede parar a un toro con más compás y cadencia. Los riñones encajados, la cintura rota y las muñecas de cristal de Bohemia. Era una delicia para los sentidos ver embarcar la embestida del animal en la tela rosa y seducirla con un temple inmaculado. El toro se deslizaba por el capote, embrujado por una llamada hipnotizadora. La verónica se meció suave una y otra vez hasta en ocho ocasiones. Un placer para paladares exquisitos; un destello luminoso de luz capotera; una caricia que adormecía la embestida, que acompañada por todo el cuerpo, conformaba una escultura de Benlliure.

Y la media de Morante en el quite siguiente fue un grito suave y desesperado a la vez al temple de los dioses del Olimpo. Una estampa de Rafael de Paula, un homenaje a Pepín Martín Vázquez; un verso de Curro Puya y una afirmación del que inventó esta nueva forma de torear con las manos bajas y el compás adormecido: Antonio Montes.

La oreja de Manzanares no dejará huella pero sí una faena estética, por temple, cadencia y ligazón. Y sin olvidar su magnífico estoconazo en la suerte de recibir. Un ejemplo de las viejas tauromaquias para los jóvenes aficionados. Un diez para el minuto de silencio para honrar la muerte del Pasmo de Triana. No se merecía menos Juan Belmonte, savia que ha recorrido el toreo del siglo XX y espejo en el que se miraron los toreros y los intelectuales de las décadas doradas de la centuria anterior. Un homenaje sentido y justo.

Lo peor: la ausencia de empuje de la corrida

Los toros de Juan Pedro volvían a Sevilla por todo lo alto y después de la temporada pasada, todos esperábamos más. La presentación justa, algunos lavaditos de cara, estrechones por detrás y, aunque estaban montaditos arriba, salvo el sexto que estaba atacado, los demás pecaron de remate por todos lados. Nobles, fijos en la muleta y obedientes a los toques, pero de una falta de transmisión desesperante. La sensación general es que cuando el toro falla, el toreo se derrumba. Es decir, que todos salimos de la plaza lamentando el escaso juego de los cuatreños. Con semejante material el triunfo mayor es una entelequia. Con corridas así, se pueden matar ochenta festejos sin que a uno se le seque la garganta. Aquí posiblemente radique gran parte del problema y un señuelo de la posible solución.

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El Mundo

Por Carlos Crivell. Ejemplo fiel del toreo de nuestros días

La corrida del día más hermoso comenzó con un olvido. La megafonía dio muestras de su existencia y anunció un minuto de silencio al cumplirse los cincuenta años de la muerte de Belmonte. Mala cosa hubiera sido que esta fecha pasara desapercibida. De Diego Puerta no se acordó nadie. Tampoco de un hombre tan de la plaza de toros de Sevilla como Pepe Bermejo. En el caso del torero sevillano, su gloria y su sitio en el toreo no depende de un minuto de silencio, pero el detalle hubiera sido señorial y justo.

El festejo fue un ejemplo fiel del toreo de nuestros días. Este toro que salta a los ruedos no sirve para generar emoción. Las reses de Juan Pedro fueron los artistas de antaño. No debió disfrutar el extinto criador de toros desde su barerra celestial con su juego. El problema está en el toro.

Este tipo de ganado tan descastado acaba con la paciencia de todos los públicos. Los mismos lidiadores deben entender que la bondad extrema sin codicia no sirve para realizar el toreo que levanta a la gente del tendido. Porque la corrida de Juan Pedro de ayer fue una corrida cómoda para los espadas, pero es una comodidad falsa, que a la larga perjudica a quienes se ponen delante.

Es cierto que en este festejo inaugural hay cosas muy bellas que resaltar. El toreo de capote de Daniel Luque al tercero, más de diez verónicas ganando terreno hasta el centro del ruedo, fue sencillamente maravilloso. En el fundón de Luque sólo queda sumar su tremenda voluntad ante dos animales de escaso recorrido y poca clase. Y también la estocada al sexto. En el debe hay que anotarle ese afán tan moderno de acortar los terrenos y la profusión de circulares a destiempo. A Luque se le sige esperando, pero tiene que darse prisas.

Manzanares le cortó una oreja al segundo, un toro avacado que fue protestado, y que al final se movió más que sus hermanos. Lo que hizo el de Alicante fue inventarse el toro. O más bien se lo inventó Curro Javier en una lidia primorosa que corrigió todos los defectos del animal. La faena de Manzanares brilló por su temple y los retazos de buen gusto. Mató de forma imperfecta en la suerte de recibir y paseó la primera oreja del año en Sevilla.

Queda dicho el nivel de su cuadrilla, una delicia para los buenos aficionados. Al quinto, ni siquiera esos buenos toreros pudieron enmedarle su tremenda falta de calidad. Manzanares se tapó.

El más belmontino del cartel es Morante. El de La Puebla atesora tauromaquias variadas, pero tanto la cerebral de Gallito como la pasional de Belmonte están muy bien representadas en su estilo torero. Después de no poder hacer nada con su primer toro, se empeñó en que el jabonero quinto le embistiera. Había ido salpicando la tarde de algunas verónicas sublimes. Al citado quinto le hizo una faena larga, allá en los terrenos del sol, confiando más que nadie en el de Juan Pedro, que era tan noble como soso. Inolvidable fue una tanda con la derecha, como también los adornos, que hubieran gustado al propio Juan Belmonte. Estas perlas entresacadas de la corrida no lograron salvarla. El ambiente denotó cierto hastío porque cuando la esperanza es muy alta, si no se llega el grado de emoción esperado todo se hunde de forma irremisible.

La tarde parecía de Feria de farolillos. Entre el público hubo desmayos y lipotimias, no por el asombro de faenas cumbres, sino porque en algún momento apretó el calorcillo.

En vista de lo cual, como siempre sucede en estos festejos, el público se dedicó a aplaudir a distintos momentos de la lidia que tal vez no lo merecieran. Pasó en el quinto, cuando Cristóbal Cruz se empeñó en hacer la suerte de varas bien hecha y el personal le tocó las palmas, pero mejor hubiera sido que se llevara el caballo más lejos del toro para citarlo. La música animó la parte final de los lances de Daniel Luque. Bien, pero cuidado que queda mucha feria por delante y a este paso van a tener que hacer jornadas extraordinarias.

También amenizó la faena de Manzanares y tocó tarde en la de Morante. Normal. Esa faena cimentada pase a pase se saborea mejor en silencio.

Los comienzos han sido poco halagüeños, pero volvamos a lo de los gitanos y los principios. La realidad es que el problema más serio del toreo está en la base: el toro. Los de Juan Pedro fueron como los artistas de otros tiempos. Y ese toro no sirve para lo que necesita ahora la fiesta: más emoción y menos aburrimiento.

EL PAÍS

Por Antonio Lorca. ¡Ay pena, penita, pena!

¡Ay pena, penita, pena…!, dijo una voz popular, salida de las entrañas mismas de los tendidos de sol, y nunca como la pasada tarde cuatro palabras definieron con tanto acierto la obra que se representaba en el albero sevillano. Tanto que merecía la pena seguir: ¡…pena de mi corazón; que me corre por las venas, pena, con la fuerza de un ciclón…!

Con las fuerzas, precisamente, que habían abandonado tiempo ha a los toros de Juan Pedro Domecq, otra vez en la Maestranza, otro fracaso, otra chapuza…

Al torero moderno le gusta el toro descastado. Esta puede ser la clave fundamental del fiasco ganadero. Porque el toro descastado molesta menos, deja estar, y si aguanta con vida 10 muletazos facilita el triunfo a quienes como Morante y Manzanares poseen suficiente aroma en sus muñecas.

Pena por los toros, chiquitines, con caritas de niños, sin pitones de los que presumir, inválidos, sosos, sin codicia y descastados. Bonancibles, eso sí, hasta dar penita los pobrecitos. Pena por los toreros, figuras los tres, que vienen a Sevilla con esta reata de tullidos a sabiendas de que solo la casualidad les permitirá el triunfo.

Y pena por los espectadores —que no aficionados— que carecen del sentido de la medida exigencia que debe presidir la fiesta de los toros; que lo aplauden todo, que confunden frivolidad con hondura y pesadez con entrega. Pena por este público que cree que el toreo verdadero es la superficialidad que desparramó la terna para ocultar sus pecados. ¡Qué generosidad, qué condescendencia, qué aguante…! Y qué sopor se apoderó de la plaza a medida que pasaba el tiempo y la espesura chapucera se fue adueñando del espectáculo.

Era la corrida inaugural del año, la más importante, la de la gente guapa que acude a la Maestranza para ver, ser vista y escudriñada por el vecino en estos tiempos difíciles en los que, a veces, es más necesario aparentar que ser. Pero así es la vida: detrás de la apariencia y del bello decorado está la realidad; fea y temible, quizá, pero real.

Quizá, Morante, Manzanares y Luque se limitaron a aparentar su condición de figuras. Quizá por tal razón, Morante se eternizó con el birrioso cuarto, un jabonero sucio, sin trapío ni hechuras de toro y con cara de borreguito. Trataban las cuadrillas de fijarlo de salida cuando salió al aire la voz de la canción popular que inmortalizó Lola Flores. Razón tenía el anónimo cantante, pues el animal aguantó una faena larga, larguísima e insulsa de su matador, sin acometividad ni fiereza alguna, como un toro bobo que acude sin convicción ni largura donde lo llaman. Y allí se entretuvo Morante con detalles luminosos, tandas sin enjundia y el delirio incomprensible de un numeroso grupo de partidarios. Sonó la música cuando la faena estaba acabada, y el torero se engalló entonces y dibujó tres derechazos largos, embarcados y rematados con el de pecho, que fue el alegre colorario a un mitin con la espada en las manos. Su primero dejó claro que era un proyecto de cadáver, y el matador abrevió.

Llegaba Manzanares con ese aire de innato triunfador tras el indulto de Arrojado el año pasado. Pero esta vez no sonó la flauta. Se mostró aseado con su primero, otro soso y noble animal con cara de niño, y aseado en este torero quiere decir elegante y aromático. La primera tanda con la mano derecha, larga, templada y ligada, tuvo efímera calidad. Ante la falta de vibración de su oponente, echó manos de sus conocimientos de enfermería y aprovechó su docilidad. Le concedieron una orejita de trámite, sin peso, de esas que se piden sin emoción. Y no tuvo posibilidades en el quinto, al que banderilleó primorosamente Curro Javier en un segundo par extraordinario: aguantó, se asomó al balcón y dejó los garapullos en todo lo alto. Sonó la música en su honor, como debe ser.

Y Luque tuvo dos detalles: uno, su deseo de triunfo; y dos, la sinfonía a la verónica con la que recibió al tercero, lenta y suavemente, ganando terreno en cada lance, sintiéndose y sintiéndonos. Y la banda surgió jubilosa para cantar la obra.

Algo es algo. ¡Ay pena, penita, pena…!

DIARIO DE SEVILLA

Por Luis Nieto. Manzanares consigue el primer trofeo de la temporada

Sol. Lleno hasta la bandera. Abajo, en el albero maestrante, como contraste, los toros de Juan Pedro Domecq se sucedieron como nubarrones cargados de una excesiva blandura, que aguaron el espectáculo. Precisamente agua es lo que le han echado muchos ganaderos al vino de la casta y la fuerza y así es imposible que ascienda por los tendidos la fuerza de la emoción. Morante de la Puebla, Manzanares y Luque salpicaron sus actuaciones de detalles y destellos. Faltó una faena maciza y redonda. Desde el punto de vista informativo, Manzanares fue premiado con el primer trofeo de la temporada sevillana, por una labor bien estructurada, aunque intermitente, rematada en la siempre valiosa y difícil suerte de recibir.

El segundo toro, anovillado, Dibujante, fue protestado de salida por algunos espectadores por su presentación. El animal apuntó de inmediato su carencia de fuerzas y hubo palmas de tango antes de colocarlo en varas. Tras un puyazo y un picotazo, parte del público volvió a las protestas. Manzanares, muleta en mano, con la diestra, fue incrementando el número de pases en cada tanda. Cuando ligó tres, con un derechazo prolongado muy templado y el de pecho, arrancó la Banda de Tejera con un pasodoble. El alicantino, con la izquierda, dibujó un natural muy largo. La labor fue a más y, en otra tanda por el pitón derecho, bajó la mano y se lució en una serie en la que destacó la ligazón. Manzanares, que es el mejor matador de toros actual y uno de los mejores de la historia, ha desempolvado la arriesgada suerte de recibir; lo que para los aficionados supone como sacar del cofre de la tauromaquia una de las reliquias más añoradas y queridas. El torero se perfiló, adelantando su pie izquierdo y asentando el derecho. Meció la muleta hacia adelante una y otra vez. El toro no se decidía a embestir. Por fin arrancó el burel y el diestro, serenamente, vació la embestida propinando al tiempo la estocada, que quedó contraria y caída. Perfecta en ejecución, aunque lamentablemente baja. El toro rodó prontamente y el público, enardecido, solicitó el trofeo. Manzanares no pudo rubricar el éxito con el quinto, un toro noble, pero flojísimo, que apenas se tenía en pie.

Morante no se encontró a gusto con el que abrió plaza, un astado que protestaba por sus escasas fuerzas. El sevillano dejó bellos apuntes, como en un par de verónicas y cierto aroma joselitista en el comienzo de lo que fue un esbozo de faena. Con el jabonero cuarto, la labor del torero de La Puebla fue creciendo a medida que le dio confianza al animal. Lo mejor sucedió en los terrenos de sol, en una tanda larga, con magníficos derechazos, y varios naturales bellísimos -alguno de ellos a pies juntos-. Sin acierto con los aceros, todo quedó en una ovación, tras dos avisos.

Daniel Luque dejó la impronta de su buen toreo con el capote. Ganó terreno ante el flojo tercero, con verónicas de bello trazo. Morante le presentó batalla en el tercio de quites y Luque replicó. Pero el toro tenía tan poco gas que faltó la ebullición de la emoción. Orador, que así se llamaba el animal, se quedó mudo en la muleta, sin apenas brío para perseguirla. El sexto, con más volumen y peso que los anteriores, con el cuello corto, montadito y algo tocado de pitones, tampoco fue un dechado ni en casta ni en vigor. El primer tercio fue un auténtico simulacro -como sucedió en gran parte de la corrida-. Y el torero, en las afueras, se esforzó por agradar, acabando todo aquello en un arrimón, sin mayor trascendencia.

Así acabó la corrida del Domingo de Resurrección, cargada de apuntes, detalles, destellos y… desilusión en función de la expectación.

El Mundo

Por Vicente Zabala de la Serna. Daniel Luque borda el toreo a la verónica; Manzanares, una oreja

Había cortado una oreja con alfileres Manzanares en el segundo, un toro largo y huesudo, sin remate y escasa fuerza, cuando Daniel Luque bordó el toreo a la verónica mecida, rondeña, abierto el compás, ganado el terreno hasta los medios, hasta una media sensacional a la cadera, de amplio vuelo, barroca, cargada la suerte. La Maestranza se caía. Qué forma de torear. Sonó la música en su honor. El juampedro contaba con las fuerzas contadas. Valga la redundancia. Morante replicó con un bello quite por delantales a favor de obra. Garboso y torero remate. Quiso contrarreplicar Luque, pero el toro andaba escaso. No procedía. Hasta ahí el potencial del Domecq, que se desfondó a plomo. Lo intentó el de Gerena por las dos manos inútilmente.

José María Manzanares había matado al anterior en la suerte de recibir a la tercera intentona de que se arrancase el toro, cuando lo hizo se llevó puesta una estocada muy contraria que produjo vómito. Lo había administrado bien y bello por la mano derecha en sus líneas naturales, con el temple requerido, como lo había hecho Curro Javier con el capote. Al natural el toro carecía del mismo empleo y el torero lo pasó por fuera. Un cambio de mano como remate de una ronda de redondos sin solución de continuidad tuvo el sello de la casa.

Morante le dibujó una verónica preciosa por el lado izquierdo de salida al toro que estrenaba la temporada maestrante. Y la media del saludo. No hubo fuerza para más. La torería del principio de faena. Y el toro de Juan Pedro se desinfló como un globo sin no lo había hecho antes. El jabonero cuarto, un zapato, salió distraído. Sin empleo. No lo tendría nunca. Mansito y vulgar. El torero de La Puebla tuvo paciencia. A medios viajes, medios muletazos con aroma. En los medios y camino de chiqueros, a la busca de los terrenos del toro para hacérselo más fácil. Más largo en su medida. Allí en la puerta de toriles. Había oles a la torería. A ese acompañar de Morante que a la vez guiaba desde estratégica colocación. A pies juntos el final de la larga faena del santo Job. La espada se atascó y entonces cayeron los avisos en lugar del premio que se presentía. Dada la emotividad de la plaza. Quedó en un saludo apasionado.

En quinto de Juan Pedro Domecq volvió a brillar Curro Javier, ahora con los palos. El toro salió desesperadamente parado. Manzanares en un momento de la faena cayó, perdió pie o fue barrido por los cuartos traseros. Ni hizo por él. Lo mejor la estocada al volapié. Todo un cañonazo.

El hondo sexto marcó los diferentes registros de hechuras del sexteto. Pero con el mismo escaso fondo de bravura. Daniel Luque quiso alegrarlo en el principio de faena. Pero luego tuvo que sacar la exprimidora. Un bodrio.

ABC

<img src="http://www.portaltaurino.net/archivos/18961328200600.png"/>Por Andrés Amorós. La gran fiesta de Sevilla

Para mí, la más hermosa corrida del año es la del Domingo de Pascua, en Sevilla. Esta tarde se han conjugado todos los elementos para un rito extraordinario. Sólo ha fallado uno. Pero resulta que ese elemento fallido era el esencial, la base de todo: el toro. Sin eso, todo es demasiado poco. Los toros de Juan Pedro Domecq irritan hasta a este paciente público: muy flojos, parados, deslucidos, con muy poca casta… Así, no cabe la emoción, todo queda en detalles estéticos. Manzanares demuestra su gran momento, corta una oreja. Morante apunta bellísimas pinceladas de la escuela sevillana. Daniel Luque se justifica, voluntarioso.

Todos los diestros quieren torear esta corrida; todos los aficionados —y muchos que no lo son— presenciarla. Ha pasado la tristeza de la Semana Santa, aunque sea tan poco triste como lo es en Sevilla. Se ha recogido en su capilla el Silencio, han desfilado los «armaos» de la Macarena, ha escuchado piropos la Esperanza de Triana… Todos queremos renacer, resucitar, como el campo andaluz, en primavera. Brilla la cal, refulge el albero. Todo está preparado para el gran rito. Se abre el gran portón… y empieza la decepción. La gran fiesta de Sevilla José galiana

El primer toro, justo de presencia, es flojísimo. El comienzo de faena de Morante es precioso: ayudados por alto; corre la mano con suavidad… y el toro se derrumba. Le piden que lo mate. Alargando el brazo, logra una estocada corta. Ha habido demasiado poco toro.

El cuarto mansea, sale suelto, hace muy floja pelea en varas: pica bien Aurelio Cruz, provocando la arrancada y midiendo el castigo. No admite lances. Nadie da un duro por la faena pero Morante insiste, el toro se deja (¡vaya verbo para un toro bravo!), la faena va creciendo: ayudados, derechazos, cambios de mano… Todo, con naturalidad, con gusto, con armonía. Muy tardíamente, suena la música: ¡nada menos que el bellísimo «Suspiros de España»! Faena típicamente sevillana, que puede recordar viejas fotografías de Rafael el Gallo, con esa capacidad de improvisación que, según Pepe Luis Vázquez, es lo característico del toreo de esta tierra: la sorpresa, la gracia inesperada… Recuerdo a don Manuel Machado: «Sin más que gracia / contra la ira…» Tiene mucha gracia Morante pero el toro de Juan Pedro ¡muestra tan poca ira!… Así, no hay emoción y la estética se diluye. Además, Morante, que ha hecho el esfuerzo con la muleta, no lo hace con la espada.

Vuelve José María Manzanares a la Plaza sevillana después del indulto de «Arrojado». Sin alcanzar esa cumbre, demuestra hoy su gran momento, su seguridad, además de su estética. El segundo toro, chico, sale ya cayéndose, levanta protestas. Lo sostienen con el capote a media altura. Se llama el toro «Dibujante» pero el que dibuja el toreo es el alicantino: enseguida, le coge el sitio, corre bien la mano, levanta olés de un público tan sensible a la belleza como éste. Consigue redondos completos, cambios de mano que entusiasman. Por la izquierda, el toro se queda más corto, se defiende. Aunque está muy parado, insiste José María en citarlo para recibir, cerca de tablas: logra un estoconazo espectacular, que queda, incluso, contrario. La petición es unánime y el presidente concede la oreja.

Le esperan en el quinto para que redondee el triunfo pero el animal sale suelto, soso, parado, con las manos por delante; no se entrega en el capote, hace muy pobre pelea en varas. Hasta esta cuadrilla, la mejor de la actualidad, suda tinta. Curro Javier, valentísimo con los palos, saluda una justa ovación. En la muleta, no hay manera de hilar pases a este «Hilador», que no repite. Manzanares no se rinde: lo engancha, lo conduce, le enseña a embestir, lo gradúa, le consiente: manda. Le saca todo lo que tiene el toro y más. (Se venga el toro con una zancadilla que le hace rodar por el albero). Y lo mata, esta vez al volapié, de una gran estocada. Demuestra encontrarse en un momento igual o todavía mejor que el año pasado.

Daniel Luque quiere justificar su presencia en este cartel de lujo. Recibe al primero encadenando una serie de verónicas notables. Quita Morante con los pies juntos y Luque replica con otro quite innecesario. Ahí se acaba el toro, parado por completo en la muleta.

Muy voluntarioso pero desigual está Luque en el último, que vale tan poco como sus hermanos. Alarga con un arreón innecesario. Otra vez será…

Todo ha sido hermosísimo… salvo lo esencial: los toros. Y esto, por muchos aditamentos estéticos que le pongamos, es una corrida de toros. Reflexionen los ganaderos. Y los diestros que se apuntan a este tipo de reses, con las que están tan cómodos. Este desastre no lo salva ni la belleza de la Plaza de los Toros sevillana.

El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Domingo de Pascua: tres momentos para recordar

No sabemos si fue premeditado. Si buscó espejos de azogues antiguos o rebuscó en lo mejor de su tauromaquia para hacer su particular homenaje a un genio del toreo. El caso es que el recuerdo de Belmonte planeó en la plaza de la Maestranza más allá del minuto de silencio que recordó su trágica muerte, hace medio siglo, en los campos utreranos de Gómez Cardeña.

Por la mañana Lord Garel-Jones nos había recordado en su magistral y ajustado pregón que la irrupción del genial trianero a comienzos de la segunda década del siglo XX había coincidido con la eclosión de las vanguardias artísticas. Hablando en clave sevillana: esas tendencias estéticas se tamizaron con el viento regionalista que ayer envolvió la faena del diestro de La Puebla que, por un cuarto de hora, nos trasladó a la ciudad de Aníbal González y Juan Manuel Rodríguez Ojeda; de Cernuda y Hohenleiter para crear un paisaje sin tiempo que convirtió en su particular elegía.

La banda de Tejera, con su proverbial retraso, sí eligió con precisión el pasodoble que merecía la faena de Morante. Suspiros de España ponía la mejor rúbrica a ese trasteo dictado a golpes de entrega e inspiración que se envolvió en esa atmósfera inexplicable que impregna en la ciudad cuando aún humean los cirios de la Soledad en el joyero de azucenas que trazó Santiago Martínez. El toro, un precioso jabonero y carbonero muy remiso en los capotes, no le quedó más remedio que embestir en la muleta del diestro de La Puebla, que derrochó torería natural y aires de otro tiempo en una larga faena que se escenificó a dos pasos de la inmensa puerta de chiqueros.

El trasteo creció en emotividad a la vez que la imaginación de Morante hacía hilar unas series con otras con diabluras y remates añejos que siempre estuvieron presididos por una natural puesta en escena que en otras circunstancias, quizá más metidos en la feria, habría sido de alboroto gordo. Lástima que la espada no quisiera entrar a la primera. Llegaron a sonar dos avisos que no lograron empañar esa labor que fue un soplo del aire cálido de abril que por fin se asomó ayer a una ciudad que cambió de pasiones. Más metidos en harina se habría llevado dos orejas.

Ese fue el momento más intenso de la tarde, sí, a pesar de las goteras que arrastró un encierro de Juan Pedro Domecq del que se esperaba mucho más en el reencuentro con la plaza de Sevilla. Precisamente, hace un año se estrenaba la temporada con otro minuto que recordaba la trágica y absurda muerte del forjador de la vacada en un Lunes Santo pasado por aguas tristes. Antes le habían hecho trizas pero la temporada posterior fue el mejor homenaje para un ganadero que, esté donde esté, no debió quedar demasiado satisfecho ayer. Al encierro le faltó fondo y fachada y los toreros tuvieron que poner lo mejor de sí mismos para levantar un espectáculo que no cayó en el aburrimiento.

No podemos olvidar que volvimos a reencontrarnos con ese Manzanares sinfónico que se mueve por la plaza de Sevilla como en el patio de su casa. Él fue el primero en puntuar gracias a una faena de creciente acople e intensidad, muy medida en los tiempos y el metraje, que se basó fundamentalmente en la mano derecha. Y es una lástima porque el Manzana se prodiga poco por el otro lado aunque traza naturales de dulce clasicismo como los que enjaretó, gota a gota, a ese burraquito escurrido que levantó algunas protestas por su flojera aunque luego se empleara en el peto con aire bravucón sembrando la duda sobre su verdadero motor.

Manzanares también lo bordó en varios cambios de mano que desataron el entusiasmo pero, sobre todo, obligó al toro de Juan Pedro con una técnica renovada que se esconde bajo su formidable carrocería. El alicantino supo dejarle siempre la muleta puesta; marcarle el camino a seguir con toques rotundos y precisos, arrastrando la muleta con autoridad para trazar un trasteo limpio y perfectamente estructurado que nos avisa de lo que puede volver a estar por venir. Del pulcro clasicismo inicial, la faena navegó hacia unas formas barroquizantes a la vez que el público entraba en una labor que Manzanares rubricó con una de esas estocadas recibiendo que ha convertido en emblema de la casa. Le costó hacer arrancar a su enemigo -muy aplomado ya- y aunque la espada cayó muy contraria, volvió a cortar otra oreja en la que ya es su plaza talismán.

Con el quinto, que blandeó de salida provocando nuevas protestas, hubo mucho menos que rascar. A pesar de todo, el diestro de Alicante lo intentó y hasta le extrajo un puñado de muletazos de buena factura después de que Curro Javier lo bordara con los palos en un gran segundo tercio que enseñó todos los resortes lidiadores de una cuadrilla ejemplar. La clave del trasteo estuvo esta vez en la firmeza, y sobre todo, en la precisión para presentar una muleta que supo extraer el escaso fondo del toro de Juan Pedro Domecq que, a esas alturas, ya tenía colmada la paciencia de buena parte de la plaza. La estocada, esta vez a volapié, volvió a ser efectiva.

Pero aún hubo un tercer momento que contar en la tarde de Resurrección. Fue cuando Daniel Luque, muy arreado, acabó con el cuadro recibiendo de capote al tercero de la tarde en un larguísimo recibo que comenzó en la puerta de arrastre y culminó en el platillo de la plaza.

De la quietud inicial se pasó a la expresión y de ahí a una rotunda belleza que el joven diestro de Gerena convirtió en declaración de intenciones. Pero el toro no duró mucho más y la replica de Morante -dos verónicas a pies juntos y una media eterna- unida a la contrarréplica de Luque agotaron las escasa fuerzas del animal impidiendo a Luque argumentar una faena en la que sí hubo compostura.

Con el correoso zambombo que hizo sexto también mostró entrega sin límites y excelentes maneras. No se podía pedir mucho más.

La Gaceta

Por José Antonio del Moral. Sobresalió la inteligente templanza de Manzanares

Ya lo he dicho muchas veces: para triunfar repetidamente en el toreo no bastan el arrojo descontrolado ni el arte por el arte. Es el valor consciente el que soporta mejor la inteligencia. Saber lidiar y administrar convenientemente a cada toro para poder sacarle lo poco o lo mucho que lleva dentro. Este fue el caso de ayer con José María Manzanares.

El segundo toro fue protestado por flaco en su salida. Manzanares ordenó a su picador que no pegara nada al toro e hizo bien y acertó. Magníficos como siempre en la brega y en palos los banderilleros del joven maestro. ¡Qué importante es una buena lidia para que luego la faena salga a pedir de boca¡ Y así fue esta primera faena de Manzanares. Otra de las suyas, otra a la que ya nos tiene acostumbrados aunque la de ayer, pese a torear con las dos manos, tuvo que ser corta y no densa por ajustada a las limitadas condiciones del noble animal. Sin embargo, exacta. Ni un pase de más, ni uno de menos. Por tres veces citó a recibir al remolonear el toro y a la tercera llegó otro de sus estoconazos recibiendo. La oreja cayó por su propio peso.

Más alegre y bonito aunque, como los demás, muy flojo fue el quinto. Manzanares y sus peones volvieron a lidiar muy bien. Ahorrando castigo y los viajes posibles. Amago de caídas y nuevas protestas de los antis que ya empieza a tener en Sevilla el de Alicante. Un grandioso par de Curro Javier logró entusiasmar. Y, de nuevo, la pulsada e inteligente templanza de Manzanares puso otra vez las cosas en su sitio hasta que el toro empezó a pararse. Y otro estoconazo, éste a volapié.

Morante apenas pudo sentirse a gusto en el corto tramo inicial de su trasteo con la derecha por alto en el primer toro. Venido prontamente a menos, no intentó seguir y mató de una estocada casi entera sin estrecharse. Algo más fuerza tuvo el jabonero cuarto que, además, se quedó corto en el capote y tardeó. Morante dejó que llegara la faena. Inconclusos pellizcos en el arranque del trasteo y, en los medios, bellos aunque forzados redondos, naturales de menor tono, adornos de la casa, más derechazos ya en el tercio, un inspirado cambio por la espalda, nuevos redondos y un desplante de los suyos. Lo mejor, sin embargo, llegó a los postres con la derecha y en su genio con la zurda. Faena de menos a más tanto en acople como en belleza. Y fatal con la espada.

Sensacional Daniel Luque por verónicas lentísimas ganando terreno en cada lance. Morante, en su quite, se gustó por altos delantales. Luque replicó con otro y una media preparada que le salió de perlas. Buen toreo de capa, pero abusivo. ¿Toro de brindis? Así lo vio Daniel. Pero no el toro, que se dolió berreando de las perjudiciales trincheras iniciales. Debió aliviarlo para empezar. El sabio público maestrante le urgió para que matara cuanto antes. Aprendida la lección, con el sexto dejó todo para el último tercio. Pero la faena solo fue estimable por las desclasadas y sosas embestidas de su oponente que parte del público jaleó por ser torero de la tierra.

LA RAZÓN

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/alvaro_acevedo.jpg"/>Por Álvaro Acevedo. Los buenos lo son por algo

Para situar al lector en el lugar de los hechos, digamos que esto hubiera sido algo insufrible con tres toreros sin mensaje estético. Porque a falta de raza y clase en los toros de Juan Pedro Domecq, tres «buenos profesionales» hubieran pasaportado a semejantes calamidades entre el bostezo de la plebe. Por fortuna Morante de la Puebla, José María Manzanares y Daniel Luque son muy buenos, cada uno a su estilo, y taparon con su toreo las carencias de sus oponentes.

Si esto fuese fútbol, reflejaríamos que Manzanares venció en La Maestranza porque cortó la oreja de la tarde, pero el poco peso del trofeo se esfumó con el portentoso lancear de Daniel Luque. Diez verónicas y media descomunales, a cual más lenta y acompasada, ganando terreno hacia los medios, y entre el clamor de la multitud, fueron lo mejor de la tarde y de muchas tardes. Su apoteosis capotera se sitúa ya en una de las obras cumbres de una temporada que acabará en octubre.

Esto, y la faena inventada de Morante al jabonero que salió en cuarto turno acapararon todos los elogios. Normal: Morante ingenió, ideó… creó ante un toro sin embestida. Pasaba el burel sin entrega, como el que no quiere la cosa, y Morante lo embebía en las telas ocultando defectos y haciendo brotar ese ángel de torear a compás, sin retorcimientos. Esa inspiración para abrochar cada tanda de redondos o naturales como un mago, con el cambio de mano, el recorte o la trincherilla. Y ese don de nacer torero. Morante, el gran genio, pinchó, y hasta los infieles aplaudieron a regañadientes. Antes, le habían recriminado que entrara en quites en el toro de Daniel Luque. Otro ridículo: por el palo de Sevilla, dibujó tres a pies juntos y media de caricia. Luque, por cierto, pecó de ingenuo y se equivocó al responderle.

La oreja, decíamos, se la llevó Manzanares, que sigue lanzado y es un mortero con la espada. Exprimió como un limón las pocas opciones de su primer oponente, protestado por su cara de vaca pero que le pegó al torero alguna embestida inquietante, muy por dentro. El de Alicante lo cuajó en redondo porque le dejó siempre la muleta puesta en la cara, y lo mató recibiendo, sin contemplaciones. El quinto toro fue un desastre con el motor gripado, y el sexto –decía Juan Pedrito que la corrida era «muy sevillana» –pesó seiscientos kilos y se movió de mala gana. Luque, nerviosillo, debió estar mejor, más suelto, pero tanto él como sus compañeros dieron sentido a una tarde que, en otras manos, se hubiera ido a pique. Veremos cuando vengan otros que yo me sé…

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COPE

<img src="http://www.portaltaurino.com/images/criticos/m_viera4.jpg"/>Por Manuel Viera. El toreo mueve multitudes

El diestro alicantino José María Manzanares ha cortado la primera oreja de la temporada en la Real Maestranza tras lidiar de forma notable y matar de una estocada excelente recibiendo a su primer toro de Juan Pedro Domecq. Morante de la Puebla y Daniel Luque se gustaron con el capote.

El toreo mueve multitudes. Así ha quedado demostrado esta tarde en la Maestranza al colocarse en las taquillas el cartel de 'No hay billetes'. A pesar de la incoherencia de unos y otros en ese prólogo insustancial en el inicio de una temporada cargada de polémica. Hoy, el toreo, favorecido por el ambiente de Domingo de Resurrección, volvió a deslumbrar produciendo en el público la atracción intensa de un detalle, de una chispa, de una monumental verónica. Tan sólo eso. Ni más ni menos que eso bastó para que la gente se encontrase de nuevo con él. Pese a la falta de toros. Del toro encastado que provoca y transmite la emoción de la bravura. Éste no salió en la Maestranza.

Hincar el diente al arte tal vez sea más sencillo si se hace en forma de toreo. A golpe de profundos derechazos, de sublimes remates, de trincheras y kikirikís. La muestra la ofreció Morante con el cuarto, un mansito 'juampedro' falto de casta, al igual que todo el sexteto, con el que consiguió hacer en el epílogo lo mejor de la faena. Y es que José Antonio volvió a mostrar los valores de un romanticismo ensoñador. Su toreo se amplía cada tarde para hacerse aún más profundo. Penetra en los sentidos. Llega como si un perfume de misterio aleteara sobre los tendidos. Embriaga, seduce y hace disfrutar de su belleza. Toreo, por cierto, que no supo rubricar como merecía. Pinchó y se eternizó con el descabello. La posible oreja se convirtió en cerrada ovación.

El primero, sin fuerza, se la paró en los inicios de faena. Algún que otro natural de marca y poco más. Con una estocada casi entera lo mandó al desolladero.

Manzanares ha demostrado imaginación, notable oficio y una habilidad para transmitir que delata lecciones bien aprendidas. La faena al anovillado segundo, muy noble, flojo y con atisbos de calidad, fue de derecha. Excelentes circulares, hilvanados y rematados con excepcionales de pecho. Muletazos sentidos, profundos, expresivos, muy templados e intensos, marcaron el devenir de un trasteo que no tomó la altura deseada al natural, pero sí fue perfectamente rematado con el fenomenal espadazo en la suerte de recibir. La oreja, que se antoja benévola, fue el premio de una plaza generosa y deseosa de ver torear.

Al descastado y soso quinto le logró muletazos con una vivacidad y sentido del temple formidable. No se entregó el toro, pero sí el torero en otra estocada contundente y fulminante.

Hoy puede decirse que el toreo a la verónica realizado por Daniel Luque al tercero alcanzó una asombrosa dimensión, porque la lentitud y el ritmo de cada lance definieron brillantemente la verdad de un toreo de capa de emotivos momentos, y al mismo tiempo de una elegancia de espíritu muy alejada de aquel frenesí y agresividad que mostraba el sevillano en sus inicios. Lo mejor. Porque después el toro de Juan Pedro Domecq acusó el extenso toreo de capote al que fue sometido por Luque y Morante, en una rivalidad en quites venida a menos, y se paró. El lento natural no tuvo emoción y el breve trasteo se desarrolló en un querer y no poder. Tras la estocada precedida de pinchazo fue ovacionado.

El sexto fue otro animal característico del toro de hoy: noble con atisbos de calidad en sus cansinas embestidas, con las fuerzas justas y la casta mínima. El toro deseado hecho a imagen y semejanza de los que así lo quieren para hacer y decir su tauromaquia. Toros que mandan al traste tardes de expectación como las de hoy. Con este tipo de toro, Luque, se mostró como si de un tentadero se tratara. Derechazos a media altura, cambios de mano, remates de pecho, todo muy bien dibujado, de notable trazo, pero nada llegaba arriba. Ni incluso con el obligado arrimón logró llevar algo de emoción a unos tendidos que, a esa altura de la tarde, suplicaba el final.


Imágenes: Manzanares cuajó una intensa faena a su primer toro, lo que le valió la primera oreja de la temporada / josé galiana/ABC. Morante en la faena del cuarto toro en la corrida del Domingo de Resurrección de Sevilla / GARCÍA CORDERO/El País. Manzanares tras cortar la oreja en la Real Maestranza de Sevilla. | EFE/


Sevilla Temporada 2012.

sevilla_080412.txt · Última modificación: 2020/03/26 12:11 (editor externo)