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REAL MAESTRANZA DE SEVILLA

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Miércoles, 14 de abril de 2010

Corrida de toros

FICHA TÉCNICA DEL FESTEJO

Ganadería: Toros de de El Torreón (desigualmente presentados, con diferente juego; descastados en general, con peligro los tres últimos). El 4º fue devuelto a corrales tras partirse un pitó al derrotar contra el burladero. 4-bis de Conde de la Maza (con peligro y sin recorrido).

Diestros:

Antonio Barrera: De catafalco y oro. Brindó el 1º a su padre, fallecido hoy mismo. Estocada en lo alto (saludos desde el tercio); pinchazo hondo y descabello (aplausos).

Luis Bolívar. De azul cielo y oro. Estocada caída y atravesada (saludos desde el tercio); media estocada caída (silencio).

Salvador Cortés. De azul marino y oro. Recibió sus toros a porta gayola. Estocada en su sitio, rueda sin puntilla (saludos desde el tercio); dos pinchazos, media estocada (silencio).

Saludó: Luis Mariscal, de la cuadrilla de Salvador Cortés, en el 3º de la tarde. Le tocó la música.

Presidente: Anabel Moreno.

Tiempo: nublado, con lluvia escasa en algunos momentos.

Entrada: menos de tres cuartos de plaza.

Crónicas de la prensa: Diario de Sevilla. EFE, El Mundo, El País, El Correo de Andalucía, La Razón, Vocento, Gastón Ramírez.

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© Barrera, en el primero de la tarde. EFE/JULIO MUÑOZ


Puerta de Arrastre

Por Santiago Sánchez Traver

La tarde estuvo marcada por minuto de silencio inicial. No todos los toreros hacen el paseíllo con su padre de cuerpo presente. Y eso hizo Barrera, pensando que su padre quería que aprovechara esta oportunidad en Sevilla. Brindó el primero al cielo y el cuarto al público, que estuvo cariñoso con él. Pero no pudo ser, se fue de vacío, porque el primero de El Torreón no sirvió y el cuarto que podía ser bueno se partió un pitón de salida y el sobrero del Conde fue un bicho malo, malísimo. Los toros de Rincón tuvieron poca fuerza. El año pasado vi su corrida al lado del maestro colombiano, que estaba desolado. Este año algo han mejorado, aunque, desde luego no en fuerza. Pero hubo dos que sirvieron, segundo y tercero, para hacer algo más. Al colombiano Bolívar se le fue entre unas cosas y otras la faena, fue a menos y aunque intentó adornarse no le sirvió para cortar apéndice. A Salvador Cortés, de mérito sus dos portagayolas, le faltó arreglar antes los problemillas que tenía el morlaco y cuando se quedó suave se quedó sin fuerza. Estuvo voluntarioso toda la tarde, pero tampoco se llevó premio. Luis Mariscal, hermano del matador, estuvo soberbio con los palos y se llevó la ovación de la tarde. Bueno, la ovación de la tarde fue la del entendido público para animar a Barrera al principio. Nuestro pésame, maestro.


Lo mejor, lo peor

Por Juan Carlos Gil.

Lo mejor: La torería de un banderillero

A los hombres que se visten de plata o azabache también les late tras el chalequillo un corazón torero, y lo demuestran cuando la ocasión lo permite, arriesgando su propia vida hasta límites insospechados. Pregúntenle, en caso de duda, a Luis Mariscal que, ante el tercero de la tarde, un colorao ojo de perdiz, abierto de pitones, astifino hasta decir basta y enseñando las puntas, mostró la torería que lleva dentro. Se fue para él despacio, con los palitroques a la altura del pecho, dejándose se ver… y clavó un par arriba saliendo bastante apurado. No contento con demostración de gallardía, en el segundo envite salió por el otro pitón, para demostrar que es un banderillero completo, midió la suerte, se dejó llegar al pupilo de César Rincón hasta el pecho y, en el mismo embroque, reunión las banderillas, se asomó al terrorífico balcón y como un valiente metió los brazos con decisión. En su honor sonó la música merecidamente y el tendido rompió a aplaudir como en los verdaderos acontecimientos. Y es que tanta verdad y pureza, tanta entrega y valentía… ante un toro tan astifino sobrecoge y encandila al observador menos atento.

Poco más habría que destacar de una tarde que estuvo marcada por la sensibilidad de los sabios aficionados maestrantes que le dedicaron una cariñosa ovación a Antonio Barrera tras el paseíllo. El torero sevillano acababa de perder a su padre y la afición hispalense supo reconocerle su esfuerzo. Hay que señalar también el buen gesto de su compañero Salvador Cortés que le brindó la muerte del segundo de su lote. Si nos fijamos en lo taurino estrictamente, sobresalió algún derechazo largo y cosido a la muleta del colombiano Luis Bolívar a su primero… aunque lo cierto es que supo a poco ante el toro más potable del encierro.

Lo peor: La falta del fuelle de los toros de Rincón

No me estoy refiriendo al encaste sino al apellido del propietario. César Rincón, el egregio matador de toros colombiano, ídolo de muchas temporadas españolas, presentó un encierro impecable. Bajo de agujas, rematado y con dos astifínisimas y desarrolladas defensas. El fondo no se correspondió con la estampa, salvo en el segundo de la tarde, que tuvo quince arrancadas de dulce y poco más. Las aprovechó a medias Luis Bolívar, que instrumentó pases inmensamente bellos, largos y templados… que paradógicamente compusieron una obra insuficiente. El resto del festejo no tuvo consistencia, tuvo tanta nobleza como poca fuerza y siempre vino a menos.

Sin embargo, la oveja negra fue el sobrero del Conde de la Maza corrido en cuarto lugar. No humilló, se orientó rápido, no se empleó nunca y guardó los gatos en la barriga para el último tercio. Buscó hacer presa con vehemencia y la suerte quiso que las carnes del menudo Barrera saliesen indemnes. Pésimo sin paliativos y con guasa de la mala… Una prenda, vamos.


El Mundo

Por Carlos Crivell.

Todo en contra de Antonio Barrera

El colombiano César Rincón es el actual propietario de El Torreón. Tiene ganado de procedencia Juan Pedro, la norma de la mayoría de los criadores modernos. Tal y cómo han salido sus toros en la corrida ferial sevillana, estoy seguro que César no está nada satisfecho. El colombiano era partidario de los toros encastados, los que repetían las embestidas con codicia, los que se venían de largo a su muleta. Ninguno de los que lidió ayer en Sevilla tenían casta suficiente para propiciar la emoción en el coso.

Es posible que el maestro esté contento porque sus toros han dejado estar cómodos a los toreros, han desarrollado bondad y no han tirado una mala cornada. Si ese detalle es suficiente para César, mal asunto. De la bondad extrema de sus reses al comportamiento de borregos descastados, sólo hay un paso. También es probable que piense que el resultado final de la corrida podría haber sido otro, sobre todo si Luis Bolívar y Salvador Cortés andan con más luces en los lidiados en segundo y tercer lugar. Tampoco creo que ello le valga como excusa ante un lote de excelente presentación, pero de muy pocas fuerzas, de duración limitada y sólo con la bondad como argumento positivo.

En la memoria del aficionado aún quedan las imágenes del espada de Colombia en la Maestranza con el toro de Jandilla al que le cortó las dos orejas, que se venía de largo pronto y alegre. No hay siquiera que recordar su épica faena en Madrid al toro Bastonito de Baltasar Ibán, modelo de casta y fiereza. Es decir, que Rincón no parece que quiera ahora para sus compañeros el tipo de toros que en su día le encumbraron como máxima figura.

La corrida estuvo marcada por la emoción de la presencia de Antonio Barrera en el ruedo después de sufrir la muerte de su padre. A la Maestranza no hay que decirle nada en cuestiones del corazón. La ovación tras el paseíllo y el minuto de silencio tuvieron la fuerza que sólo el coso del Baratillo sabe imprimir a esos momentos.

No hay dudas, no era el día de Antonio Barrera. El que abrió plaza fue de los malos de El Torreón. Y en el colmo de la mala suerte, el cuarto, de hechuras prometedoras, se partió el pitón de raíz al derrotar en un burladero. Salió uno del Conde de la Maza, pero de los malos. Fue un regalo; se venía al cuerpo con intenciones malvadas. Se merecía algo mejor en una fecha tan señalada que nunca olvidará.

Los toros segundo y tercero se dejaron torear. Tenían muy pocas fuerzas, pero embestían con dulzura. Luis Bolívar le dio tres tandas correctas con la derecha y una mala con la izquierda entre las rayas. Aunque sonó la música, fue un trasteo insuficiente. Ese toro era de triunfo, así que Bolívar volvió a dejar pasar una oportunidad dorada en Sevilla.

Pocos toreros tienen un historial tan brillante en Sevilla como Salvador Cortés. De su honestidad torera nadie puede dudar. Cada año comienza de nuevo, debe labrarse su temporada a fuerza de corridas, buscando siempre el triunfo para no perder comba. Su tarde fue decidida y entregada, como demostró co sus dos largas a portagayola, como dejó claro en su empeño en lograr encontrar la distancia y el sitio en el tercero, pero al final se marchó con el esportón vacío, algo que es malo porque necesita puntuar siempre. Es de ese tipo de matadores que viven del triunfo mantenido. Cuando se marcha en blanco, las empresas toman nota.

Salvador Cortés no encontró la forma de torear a gusto al tercero, toro que tenía bondad infinita. Los pases se sucedían y no eran ni buenos ni malos. Poco antes, su hermano Luis había armado un alboroto con dos pares sensacionales. En el sexto, la corrida estaba muerta. La gente se había marchado mojada y decepcionada. Rincón, seguro, no estaba contento.


El País

Por Antonio Lorca. En la muerte de un padre

Antonio Barrera hizo el paseíllo mientras su padre yacía de cuerpo presente en el tanatorio sevillano de Alcalá de Guadaira. La noticia tiene su miga. Es muy serio que, en circunstancia tan adversa, un hombre haga de tripas corazón y se vista de luces para someterse al veredicto sumarísimo del toro. Será verdad que el torero está hecho de otra pasta; hay que estarlo, sin duda, para jugarse la vida sin trampa ni cartón a cambio de una gloria casi nunca alcanzable. Hay que estarlo para superar un acontecimiento tan triste como el que ayer le tocó a Barrera.

Y Sevilla, tan señorial y generosa, le respondió con el cariño que la ocasión requería. Guardó un minuto de silencio al final del paseíllo; roto el desfile torero, una cerrada ovación obligó al torero a salir al tercio para agradecer el apoyo. Cuando los clarines anunciaron el último tercio, Barrera encaminó sus pasos hacia el centro del ruedo, levantó la mirada hacia el cielo y Sevilla, con los vellos de punta, le acompañó en un brindis interminable. Mientras el torero se santiguaba parsimoniosamente con la montera en la mano, se vivía un momento de intensa emoción. Sin duda, también en el cariño se manifiesta la grandeza del toreo.

Antonio Barrera intentó hacer honor al brindis, y su porfía fue insistente ante la sosísima embestida de su primer toro, un desecho de bravura, al que consiguió robarle una corta tanda de derechazos y un par de naturales. Su esfuerzo no se tornó en éxito, pero quedó el gesto, que no es menos importante. Tampoco le ofreció posibilidades el cuarto, un sobrero sin fuerzas ni calidad, que no le permitió confianza alguna.

El caso de Bolívar y Cortés es muy distinto. Ambos tuvieron en sus primeros toros ese animal con el poderío muy justo, pero rebosante de nobleza, que va y viene a la caza y captura de una muleta inspirada. Ahí reside el misterio, en la inspiración. Y ni uno ni otro andan sobrados de tal cualidad, de tal modo que Bolívar hizo una labor de más a menos que hizo creer lo que no fue, quizá porque no se colocó en el lugar adecuado, quizá porque le faltó pasión y aroma. Y Cortés se las vio con el mejor de la tarde, el tercero, pero tampoco su muñeca desprende magia y se notó a leguas la desigualdad de calidades. El toreo de Cortés no dijo nada; la embestida de su oponente, sí. Lo había recibido de rodillas en la puerta de chiqueros y su hermano, Luis Mariscal, colocó un soberbio par de banderillas al que acompañó la música. Los dos últimos toros, desfondados y muy deslucidos, sólo ofrecieron aburrimiento. Cortés volvió a la puerta de toriles, pero su gesto no obtuvo recompensa.

Había quedado patente, no obstante, que frente a la fragilidad de ser humano destaca la dureza rocosa de un ser diferente al que llamamos torero.


Diario de Sevilla

Por Luis Nieto. Barrera, en el nombre del padre

Lagrimeaba el cielo de Sevilla, mientras Antonio Barrera ascendía con su dolor a cuestas por la calle Iris, convertida en un estremecedor calvario particular al tener a su padre de cuerpo presente; ese José Manuel Barrera que hace unas décadas intentó llegar a situarse entre los elegidos en una profesión cuya filosofía de vida inculcó a su hijo y en la que un torero, como ayer hizo Antonio Barrera, debe cumplir con su cita puntual ante el público.

Y ahí, en el dorado albero de la Maestranza, ayer vestido como de oro viejo bajo un cielo triste, a las seis y media de la tarde, con el semblante serio y la mirada concentrada, iniciaba el paseíllo Antonio Barrera, diestro de Mairena del Alcor. Tras el duro desfile de las cuadrillas, un sepulcral silencio fue sacudido por un emocionado “¡ole, torero!”, exclamado desde el tendido. Y una ovación sentida. Y luego, un pinchazo en el corazón, Antonio, cuando desde el tendido, te vimos levantar la montera al cielo y persignarte.

La corrida del maestro César Rincón -El Torreón- (puro juampedro), en el tipo del encaste, estaba cogida con alfileres en cuanto a fuerza. Vaya usted a saber si algunos de los toros hubiera caído en manos de excelsos artistas… Pero lo cierto es que los toros de El Torreón, astifinos, pero justitos en todo y sin calidad, apenas transmitían poder; y las faenas no calaban en los tendidos, entre otras cosas, por su carencia de emoción.

Antonio Barrera se mostró voluntarioso con el que abrió plaza, un animal sin entrega y que acabó rajado en tablas, al que mató de manera contundente.

El cuarto toro se rompió el pitón derecho al estrellarse contra un burladero y saltó un corraleado sobrero, de Conde de la Maza, alto, distraído en un principio, que acudía sin humillar y que acabó siendo un Satanás, intentando cazar al diestro. Barrera se justificó con creces. Tuvo las agallas de recibirlo con una larga cambiada de rodillas junto a tablas. Se lució en banderillas Paco Peña. Con la muleta, citó en los medios, desde largo, para un muletazo por la espalda, al que acudió sin franqueza el pajarraco, que le buscó por ambos pitones.

Luis Bolívar tuvo en primer lugar un animal flojísimo. Consiguió cosechar palmas en par de buenas verónicas y en dos tandas con la diestra y cerró su labor con unas ajustadas manoletinas. Se volcó de verdad en la estocada. Pero en el aire flotó en todo momento la carencia de emoción. Con el manso y peligroso quinto, el diestro caleño no tuvo la más mínima opción al lucimiento.

Salvador Cortés aportó una decidida entrega en su actuación. Con el casi inválido tercero, que perdió varias veces las manos tras la muleta, el de Mairena del Aljarafe consiguió una buena tanda con la diestra en una labor en la que siempre dio la sensación de que faltaba toro. Con anterioridad, lo había recibido a portagayola, con una larga cambiada de rodillas, y había lanceado bien a pies juntos. En banderillas brillaron su hermano Luis Mariscal y su primo Pedro Mariscal.

Cerró plaza un colorao manejable, aunque sin calidad. Cortés se la jugó de nuevo a portagayola, con otra larga cambiada de rodillas. Todo ello en una labor que tuvo como punto más emotivo el brindis de Salvador Cortés a Antonio Barrera.

Desde esta crónica, teñida de luto, el respeto para un torero, Antonio Barrera, quien ayer, en un sentido de responsabilidad máximo, se jugó la vida en el nombre de su padre.


EFE

Por Juan Miguel Núñez. Tarde de emociones a flor de piel aunque huérfana de contenido

Un sentimiento de pesar inundó la tarde al conocerse la noticia de que el primer espada, Antonio Barrera, iba a torear estando su padre de cuerpo presente. Un gesto que escondía el deseo de homenajear al padre con un triunfo que tanto ha soñado para el hijo, a quien en su día inculcó la vocación para ser torero.

Sevilla, su plaza de La Maestranza, calibra estas situaciones con especial sensibilidad. El minuto de silencio, de amargura y respeto. La ovación que saludó Barrera momentos antes de salir su primer toro. Y el brindis al cielo. No cabe más congoja.

También Salvador Cortés le brindaría la muerte del sexto, por amistad y admiración.

Secuencias que fueron pasando con un nudo en todas las gargantas, algunos ojos también humedecidos y congoja por los recuerdos entre los íntimos, familiares y profesionales especialmente allegados, como atestiguaba la presencia de Juan José Padilla y “Morante de la Puebla”, toreros y amigos del alma.

El padre de Barrera quiso ser también torero, aunque no alcanzó más allá de torear sin picadores. Su verdadero triunfo en la profesión terminó siendo su hijo, que hoy vino vestido de riguroso luto, un terno negro y oro.

La pena que la tarde no dio de si en lo artístico. Barrera, como sus compañeros, no pudo ofrecer la faena deseada. En parte por culpa de los toros de “El Torreón” y el sobrero del Conde de la Maza, que echaron todo por tierra.

Y eso que la corrida no tuvo más complicaciones que su endeble casta. Puede haber matices, como en el caso del tercero, que fue toro con más movilidad, pero a la hora de exigirle también perdía las manos.

La falta de toro en su primero la suplió Barrera con desmedido ahínco. Dos coladas en los dos primeros cites. Barrera no se inmutó, siempre ahí. Empezó el toro a venirse andando, al paso, con lo que eso desconcierta a los toreros. Y esperó Barrera, haciéndole pasar una y otra vez.

En algún momento llegaría a gustarse el torero dejando dormida la muñeca. Pero era mucho toro en contra para resaltar. En cambio, la estocada, que dependía sólo del torero, fue de manual.

Gran estocada, entrando en corto y por derecho, y enterrando el estoque en los mismos rubios, que son esos pelillos más claros de lo habitual en la capa del toro por donde se tiene como segura la muerte del animal. No obstante, tardaría en doblar. Pero la ovación final fue de gala.

Cuando peor rato se pasó fue en la faena al cuarto. Toro tardo, de medias y aviesas arrancadas, que buscaba con saña por los dos pitones. Un marrajo, dispuesto a quitarle la cabeza al primero que se le cruzara. Pero anduvo Barrera por allí valiente y muy capaz. Imposible estructurar faena mientras las puñaladas del toro iban y venían, por fortuna sin hacer blanco. Barrera no se arrugó, y aún sin estructurar faena ese fue su triunfo.

Bolívar tuvo un primer toro que en el argot se conoce como “chochón”, algo paradito pero noble y con temple. El hombre anduvo cerca, puesto que en la distancia corta respondía mejor el animal, sin embargo, tampoco llegó a entrar en profundidades. Y en el quinto, el más complicado de los titulares, que se volvía pronto por los dos pitones, un breve trasteo por la cara.


El Mundo

Por Zabala de la Serna. Dos buenos toros de César Rincón

Antonio Barrera hace el paseíllo descubierto, señalada la manga con un crespón negro, por la repentina muerte de su padre. Se guarda un minuto de silencio. El primer toro de El Torreón es altísimo, cuesta arriba y montado. Fuera de tipo a todas luces. Como marcan sus hechuras, embeste cual buey. Sin humillar nunca. Barrera brinda al cielo y, tras verse sorprendido, le saca lo que tiene y lo que no tiene. Lo mata por arriba y saluda una ovación.

El colorado segundo, también despegadito del suelo pero con mejores hechuras, define su buen aire en el capote en banderillas. Luis Bolívar se trae durante la faena un desajuste de terrenos considerable, porque el toro no es ni muy fuera ni muy dentro: en la segunda raya era. Y es ahí donde le enjareta la mejor serie por la mano derecha. Con la izquierda se empeña en los medios, y en los medios el del Torreón no quiere. Cumple de cara a la gente pero la sensación es de ocasión perdida.

Salvador Cortés se va a portagayola y el toro pasa como una bala. Preciosas hechuras y seria cara. No le dan respiro lo capotes y le hacen las cosas fatal y sin tregua. Pierde alguna vez las manos. En cuanto el toro coge aire, galopa. Dos grandes pares de Mariscal. Suena la música. Cortés no le termina de hallar el temple. Pelín rebrincado el toro no por maldad. Sobran tirones. El toro quiere por el derecho hasta el final de la faena. Lo mata bien y también saluda. El Torreón se impone de momento.

El cuarto se parte un pitón de salida contra un burladero. El sobrero es del Conde de la Maza. Parece que no tiene fuerza pero es un marrajo de cuidado. No le arranca la cabeza a Barrera de milagro.

Se tuerce la tarde. El negro quinto se orienta y busca. No Bolívar no está para guerras. Lo caza con media estocada.

Cortés se va también a portagayola con el sexto. Lo espera mucho. Un trago cuando le tira la larga. Luego el toro no tiene fuerzas para desarrollar su noble condición.


El Correo de Andalucía

Por Álvaro Rodríguez del Moral. Torreones destartalados

En el argumento íntimo de la corrida, el duelo por la muerte del padre de un matador. Barrera hizo el paseíllo desmonterado después de dejar a los suyos velando el cadáver del que le dio la vida y le inculcó la afición. Pero la plaza, también los compañeros, supieron ser sensibles a esa tragedia interior dedicándole un minuto de silencio que esta vez no necesitó altas negociaciones. El homenaje del público llegaría luego, primero tímidamente, más contundente después: tributando una ovación antes de que sonaran los clarines que fue la más hermosa tarjeta de pésame y consuelo.

Pero aún tenía que salir el toro imponiendo su contundente realidad. Y el que rompió plaza fue un enorme animal, muy deslucido, con el que Antonio Barrera se empleó en un trasteo largo y poco brillante. El toro tomaba la muleta con sosería, sin entregarse de verdad aunque resultó más claro por el pitón izquierdo. Definitivamente rajado y parado, su matador aún porfiaría sin eco ni fruto antes de recetarle una estocada de libro que ya es la mejor de la feria. Mucho menos le iba a permitir el cuarto, un sobrero criminal del Conde de la Maza que sustituyó al titular después de que se partiera un pitón derrotando contra un burladero. El toro sacó las peores ideas de su casa y encima se quedó prácticamente sin picar buscándole las cosquillas a su matador en todos los terrenos hasta que lo echó abajo de media lagartijera y dos descabellos.

Pero en el destartalado encierro que se trajo César Rincón a Sevilla hubo dos toros posibles. Uno de ellos fue el segundo de la tarde, un animal que llegó a la muleta desplazándose con boyantía y buen tranco por el pitón derecho sin que Luis Bolívar, que le enjaretó dos series macizas y de alta nota, consiguiera redondear la faena. Primero, por falta de estrategia empeñado en el cite de largo desde los medios. Luego, por un incomprensible conformismo que no le hizo exprimir ese notable pitón después de comprobar que por el izquierdo no había coles. Las prescindibles manoletinas con las que acabó la faena no añadieron nada a esa labor, que debió tener mejor nota. Con el quinto, un mulo que no pasaba en la muleta, bastante hizo con matarlo pronto y bien cuando más arreciaba la pronosticada lluvia.

Y hay que advertir que Salvador Cortés, una vez más, salió a darlo todo en la plaza que le lanzó el mismo día de su alternativa. Se fue a portagayola en sus dos toros, no se cansó de estar nunca en la cara, de apurar todas sus posibilidades, pero le faltó un mejor entendimiento con el tercero, el animal que tuvo mayor movilidad de todo el encierro para cogerle el aire en una faena siempre entregada pero falta de temple. El toro era un punto rebrincado y a su embestida le faltó algo de limpieza. Sólo al final, apurando la faena, Cortés fue capaz de extraer muletazos sueltos de mejor factura. Y con la espada, fue un cañón. Volvió a pisar el acelerador a fondo con el sexto, que le pegó un frenazo de escalofrío cuando lo recibía de rodillas. Lo mejor llegó con el capote, especialmente en los remates. El toro fue luego a menos y la faena no terminó de coger vuelo.


La Razón

Por Patricia Navarro. Toreo de luto

Vestido de negro, o azul muy oscuro, y con el alma de luto. Así pisó ayer Antonio Barrera el coso sevillano a las pocas horas de fallecer su padre, el que fuera novillero y guía de sus devociones en el ruedo. Apenas hubo tiempo para llorarle. Barrera le homenajeó desperezándose a golpes de la pena para vestirse de torero y consumar lo que tanto cuesta en ocasiones: verse anunciado en la Feria de Abril de Sevilla. Su tierra le ovacionó el esfuerzo, mientras con el otro ojo mirábamos al cielo con ánimo de contener la lluvia. Atronaría Barrera por dentro cuando en el centro del ruedo brindó el toro a la ya memoria de su padre. No se lo puso fácil el de El Torreón. Dos coladas por el derecho fue la antesala de unas embestidas insulsas, sin darse importancia, pero amenazantes. Cuando pareció que le metería en vereda con dos buenos naturales, se rajó el toro, se vaciaba la labor y se perdía la esperanza.

Devolvimos dos días al calendario cuando otro toro de Conde de la Maza, cuarto y sobrero, quiso reventarnos la tarde. Sobre todo la de Barrera. La larga cambiada en el tercio con la que lo recibió resultó lo más brillante. Vendrían después las fatigas ante un toro que estaba más interesado en quitar el bordado de la hombrera del vestido que de negociar la embestida. No pudo ser. No podía ser. Se antojaba injusto el devenir del destino. Debió de ser impagable e inimaginable el esfuerzo que hizo ayer Barrera para cumplir en Sevilla. Queda claro que el toreo se vive desde las entrañas. ¿Cómo si no entender el gesto? Torero, por su padre José Luis, que llenó la tarde de toreo de luto.

Entre una cosa y otra, entre el primero y el cuarto, saltaron al ruedo dos toros de El Torreón, con calidad y hasta calidez en la embestida. A Luis Bolívar le tocó uno de ellos. Era el segundo de la tarde y ya lo cantaba la armonía de sus hechuras. Tuvo profundidad por el pitón derecho, aunque iba justito de fuerzas y de vez en vez lo recordaba perdiendo las manos. El colombiano quiso pero no llegó a acompasarse con el animal. Fueron más pinceladas sueltas que tandas con enjundia. Lo mató a la primera, pero abajo, a las claras, lo vería hasta un miope, y lo jaleó como si hubiera sido un estoconazo en lo alto.

Llegó la lluvia en el quinto, dilatada tarde a estas altura,raudo el reloj para marcar el tiempo y pocos contenidos en el ruedo. Y ese quinto se negó a embestir. Orientado por ambos pitones dejó a Bolívar en la tesitura de no saber por dónde meterle mano.

A portagayola se fue Salvador Cortés en el tercero. A la boca del miedo, del fuego, donde caen al vacío los gestos de los toreros de recibir al toro de rodillas, así, sin tanteos. Su hermano Luis Mariscal se llevó una ovación fuerte, rotunda. Había clavado en la mismísima cara del astado dos buenos pares de banderillas. Toro manejable para la muleta a pesar de su justeza de fondo. Hondo y profundo en el envite, sumó Cortés un buen puñado de pases. Buscaba el torero el encuentro, el reencuentro, pero le salió el trasteo más amontonado que del tirón. El sexto tenía las fuerzas más justas todavía y se descomponía. Tanto que acabó por desdibujar la afanosa faena de Cortés, que otra vez se las había visto de cara con el miedo a portagayola. Y además, le pidió el carnet de valiente nada más salir, frenado, mirando al torero en un descarado pulso de valor. Lo ganó Cortés. Se había perdido tanto durante la tarde…


El Diario Montañés

Por Barquerito. Una ofensiva corrida de Rincón

El toro de mejor condición de la corrida de El Torreón fue el tercero. El más bajo de agujas, el de mejores proporciones. Colorado ojo de perdiz, de amplia envergadura, dos tremendas velas, bizco. El pitón derecho era como un garfio jamonero. Se fue a esperarlo a porta gayola Salvador Cortés. Una larga afarolada en el saludo y, a pies juntos o abierto el compás, lances atropellados que violentaron un poco al toro. Era frágil, pero duró y quiso más que cualquiera de los otros. El segundo, alto y sacudido, de esbelto porte, se empleó en la muleta con suave son, pero, flojo o justito de fondo, no pudo rematar de verdad más allá de diez o quince viajes. Forzado, claudicaba. Era toro de templarse mucho. Ni Salvador Cortés con el ofensivo tercero ni Bolívar con el bondadoso segundo llegaron a rematar tampoco. Más acoplado Bolívar cuando, en paralelo con tablas y en la segunda raya, tiró de su toro sin violencia en dos tandas. Por administrar al toro o por falta de resolución, la faena, breve por fuerza, estuvo, sin embargo, llena de tiempos muertos. Se desdibujó por eso y casi de golpe. La música, que se arrancó con desacostumbrada ligereza, se calló de pronto en señal de castigo.

Tesonero, vertical, Salvador Cortés se embarcó en larga y desigual faena en el toro propicio. Firme el encaje en casi todas las bazas, pero, rígidos, los brazos desplazaron al toro cuando los viajes tuvieron el empuje preciso. Cuanto hubo que ayudar al toro con toques y pulso, salieron enganchados los muletazos y se diluyó el trabajo. Tan sólo manejable el sexto de corrida; flojo, distraído, sin celo y al cabo rajado el primero; violento y de pedregoso estilo, mirón y escarbador un quinto de espectacular cuajo; y un cuarto que, estrellado contra un burladero de salida, se partió por la cepa el cuerno derecho, y lo llevó colgando hasta el momento de enfilar toriles de vuelta. De modo que el papel de César Rincón como ganadero fue más de escaparate que de pelea. Serio de verdad el envío entero.

Un sobrero del Conde de la Maza de grupas formidables y buena armadura completó la corrida como si fuera veneno. Fue toro de supina agresividad: el dedo en el gatillo, una mano en amago felino por sistema, como las alimañas; cabezazos en furiosos derrotes al venirse por delante, rebañones a media altura. Ese toro de tan taimado carácter se lo brindó al público Antonio Barrera en un gesto sentimental. Por corresponder al cariño con que lo trató la gente.

El padre de Barrera murió en la noche del martes al miércoles en su pueblo natal, Mairena del Alcor. Pero Barrera cumplió su compromiso de torear el abono de Sevilla. Hizo destocado el paseo, se guardó un minuto de silencio en recuerdo del padre y a su memoria, montera apuntada al cielo desde los medios, brindó Antonio el primero de la corrida, que no quiso pelea sino todo lo contrario. La estocada con que lo tumbó Barrera fue una de las contadas cosas brillantes de la tarde.

La corrida se lidió con abusiva e injustificada premiosidad. Tardanza en llegar a los toros, en ponerlos o no en suerte; pasividad general incluso para llamarlos. La reservonería del quinto, que no invitaba a confianzas; el rebrincadito empleo del sexto. Todo eso se fue comiendo tiempo y tiempo. Llovió un poco, se abrieron y cerraron paraguas, encendieron las luces de la plaza al soltarse el quinto, Cortés volvió a irse a porta gayola con el sexto y a enjaretarle lances de mucho corazón pero desigual dibujo, se atascó el fluido de la última faena y, al menos, fueron breves con la espada todos. Bolívar despeó al quinto de media lagartijera de gran habilidad.


Autores

Por Gastón Ramírez. Luis Mariscal, del Aljarafe, banderillero colosal

Lo de El Torreón fue falto de fuerza, cosa que nos obliga -como lo dijo el magnífico aficionado don Ernesto Fernández Nogales- a establecer nexos necesarios entre ésta y la casta; el problema es que, entonces, hay que entristecerse y ver lazos familiares entre la debilidad y la nobleza. Hoy vimos que la delgada línea que marca la diferencia entre un animal que embiste y transmite al tendido, y otro que no, depende de las exigencias del toreo postmoderno. Estos cornúpetos de El Torreón eran hermosos, pero quizá con unos kilos menos se hubieran dejado más, y su casta les hubiera alcanzado para dar embestidas nobles y completas.

De presentación ni hablar, lo del gran Maestro Rincón ha debido ponerle los cachetes rojos de vergüenza a cierto ganadero de apellido portugués, bueno, si esa gente conserva un poco de amor propio. Estos animales eran majestuosos en conjunto, a diferencia de los de Palha ayer y de los de Daniel Ruiz en Resurrección. Cuando menos nos hicieron abrigar grandes y engañosas esperanzas en el primer tercio.

Antonio Barrera perdió a su padre el mismo día de esta corrida y el mejor público de Sevilla se portó como debe ser: le tributó una ovación en el tercio después del paseíllo y del necesario minuto de silencio. El torero sevillano estuvo solvente, voluntarioso y acertado; pero con su primer toro había poco que hacer: fue un torazo sin alegría y débil. La estocada fue buena y el toro tardó en doblar porque aquí nadie le medio saca el estoque a las reses antes de que pasen veinte minutos. Cuadrillas veredes, Sancho…

Lo que nunca debió ocurrir es que un peón, de nombre Paco Peña, haya estrellado y despitorrado al cuarto de la tarde. Si se mete el capote con apuros en la tronera del burladero, a unos centímetros de los pitones, el resultado es inevitable y cruel. Este hombre es además alguien que no para de gritar, dar conversa y aconsejar a propios y extraños, matadores o compañeros. Digo en descargo suyo que banderilleó con exposición al cuarto bis, un cuasi-pregonao del Conde de la Maza. Barrera se las vio negras para lidiar a ese bicho y la gente, poco enterada o muy fría, ni se lo agradeció. Por lo menos, en el que abrió plaza, sacaron al castigado coleta sevillano con fuerza al tercio.

Luis Bolívar tuvo como primero de su lote al animal más claro y más potable del encierro. Quedan para el comentario sereno las grandes tandas por la derecha, valientes y con clase, que le instrumentó al de El Torreón. También el respetable acusó cierta frialdad polar y sólo le sacó al tercio después de una labor que merecía más eco en los tendidos. No creo que el hecho de que la espada cayera baja haya sido un referente para la indiferencia general. En el quinto, el diestro de Cali eludió hachazos y gañafones tratando de agradar y de que se le reconociera su labor, eso fue todo. Más no se le puede pedir.

Salvador Cortés, ese gran torero del Aljarafe que ha protagonizado enormes tardes de orejas y triunfos serios en La Maestranza, ha sorteado a dos castaños demasiado engañosos. Eran toros que perdían las manos a la menor provocación, pero que al tener un fondo de casta, no querían rodar por el albero; por lo tanto trotaban y daban siempre embestidas descompuestas. Las dos veces se fue a porta gayola y toreó de verdad en las medias largas cambiadas. También se lució con lances amandilados y medias verónicas excelentes, por no mencionar los remates soltando una punta del capotillo. El estoconazo con el que despachó al tercero de la tarde debe ser la envidia de Oliva Soto y de algunos más que yo me sé.

Vamos a lo mejor de la tarde lluviosa y con viento molesto, vamos a hablar del hermano de Cortés. Luis Mariscal ha clavado dos pares de banderillas que me recordaron las pinturas que del maestro Armilla realizó Ruano Llopis. Se fue primero -en el segundo tercio de “Geniecillo”, el que abrió el lote de Salvador- por el pitón derecho y luego por el zocato. Le ganó la cara al toro arrancado de largo para darse el tiempo del temple con los garapullos, con las jaras, para asomarse al balcón y clavar en todo lo alto. Se dejó llegar los pitones a la barriga y salió en torero grande del segundo par, recordándonos que hay una suerte que se llama el par de poder a poder. Eso ha valido el abono.


Sevilla Temporada 2010

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